Se llamaba Jean-Michel Gastineau, «más conocido como el Asombroso Desprecio, Maestro Mutante del Centelleante Sarcasmo y Réplica Rápida, otrora el Hombre Más Sarcástico del Mundo», y le encantaba hablar. Los tres exiliados se alegraron de que conversara mientras iba preparando huevos fritos con setas en su cobertizo situado entre los contrafuertes de las raíces.
—Hace años, cuando el mundo era más joven, fui un hombre famoso y trabajaba en un circo ambulante; se llamaba «Maravillas del Cielo y de la Tierra», «El Espectáculo más Grande de la Tierra» y todo eso; trabajábamos yo (el Asombroso Desprecio), Leopold Lenz, el enano tragasables, un metro diez de altura, que se especializaba en tragar sables de metro y medio, Tanqueray Bob, el hombre lobo, y dos o tres más cuyos nombres no recuerdo; de todos modos, hacían números corrientes. Yo demostraba cómo mi sarcasmo mataba cucarachas y arrancaba la pintura de las paredes, cosas bastante triviales, hasta que un buen día, un poeta, un tipo de barba roja y muy, muy grande, grande como una cuba de cerveza, viene y me dice que es el Más Grande Satírico que el Mundo haya conocido, y yo le digo: de eso nada, hijo, yo nací con el don del sarcasmo, ¿has oído hablar alguna vez de alguien que haya nacido con el poder de dominar en la voz de modo que nadie puede resistírsele? Pues bien, yo tenía el don del sarcasmo y de la sátira; ¿sabíais que a los dos años, a la edad en que los niños dicen cosas para hacer llorar a los demás críos, yo decía cosas que les provocaban pequeños cortes? Ya me parecía que no estabais enterados. En fin, que íbamos a enfrentarnos en un duelo de sarcasmos en un bonito hotel de moda… había acudido medio distrito y bueno, para abreviar, que me dejé llevar por el entusiasmo, cosa que ha sido siempre mi problema. En cuanto empecé con aquel poeta, al pobre comenzaron a hacérsele desgarrones en la piel y la sangre comenzó a manar; podía haber parado en ese momento, debí haberlo hecho, pero me fue imposible, el sarcasmo se había apoderado de mí, y seguí hablando hasta que todos los presentes comenzaron a sangrar, a gritar y a llorar y a arrancarse los pelos, y el tipo grandote… pues bueno, que le dio un ataque al corazón y se cayó muerto ahí mismito. Y así terminó la cosa, pero lo que yo no sabía era que aquel tipo era una especie de héroe de aquella zona, un hombre grande en más de un sentido, y diablos, que vinieron a buscarme con escopetas, perros, halcones y pumas de caza y en fin, que, la verdad, quedé bastante afectado y empecé a huir y seguí huyendo hasta llegar aquí.
»Me decía, Jean-Michel Gastineau, eres demasiado peligroso para vivir entre la gente, si esa lengua tuya llega a perder el control otra vez, vas a matar a alguien, de modo que juré que no habría más Asombroso Desprecio, Maestro Mutante del Centelleante Sarcasmo y Réplica Rápida; viviría el resto de mis días como un ermitaño, sin dañar a nadie, huyendo de la compañía de mis semejantes. Como comprenderéis, los árboles de aquí no notan los sarcasmos. Sus percepciones son demasiado profundas como para que puedan herirlos con simples palabras. De todos modos, igual que vosotros, fui atraído hasta aquí, hasta el corazón del bosque, hasta el Árbol de los Orígenes del Mundo. Por entonces, el Bosque de Nuestra Señora era un lugar amistoso, había pájaros, canguritos, mariposas y todo eso, no como ahora, desde que los soldados vinieron; quién lo hubiera dicho que en el Bosque de Chryse iba a haber batallas. Jean-Michel Gastineau no, seguramente; os diré una cosa, desde que ellos vinieron, este lugar se ha vuelto tenebroso. Ya sabéis a qué me vengo a referir, lo habéis visto más de cerca que yo; el bosque tiene una cosa… algo así como… como una mente, todas esas raíces y ramas entrelazadas son conexiones y conectividad, al menos eso me han dicho; cada árbol es como un elemento de una red; hace como un mes, por la zona de Bellweather, arrancaron gran parte de los niveles cognoscitivos superiores, y las cosas han vuelto a la época del sueño profundo. En fin, que ya no hablo más de esto.
El hombrecito les sirvió tortilla de setas y mate.
—Yo mismo preparo la infusión con las hojas y las raíces de la planta. Te pone como una cabra. En fin… ahora comed, que yo hablo… fui traído hasta aquí, hasta el Árbol de los Orígenes del Mundo, y la Santísima Señora vino a mí… palabra de honor, Santa Catalina en persona; qué hermosa era, soltaba un resplandor blanco y su cara… no sabría ni cómo describirla. Mejor que un ángel. En fin, que ella va y me dice: «Jean-Michel Gastineau, tengo un trabajo para ti. Si cuidas por mí de mi bosque, te perdonaré lo que hiciste en aquel pueblo. El bosque necesita de alguien que lo cuide, ocúpate de él, preocúpate por él, quiérelo incluso. Tendrás el poder de saber cuanto ocurra en Chryse (por eso sabía que ibais a venir; lástima lo del avión) y dominarás todas las zonas del Génesis, los criaderos: es allí donde nacen los ángeles, debajo de las raíces de los árboles; y las máquinas también… todavía quedan muchas desperdigadas por ahí, de la época en que crearon al hombre; y esto harás hasta el momento en que seas llamado a cumplir una misión superior, cosa que ocurrirá algún día». Y aquí tenéis a Jean-Michel Gastineau, de aquí no me moveré. Es una buena vida si te gustan el aire fresco y cosas por el estilo; hace cinco años que no oigo una sola palabra sarcástica. Imaginaos. Pero últimamente, este sitio se está volviendo tenebroso, oscuro. Ahora os lo explicaré.
Le dio una patada al fuego de conos de secoya. Las chispas se elevaron por la chimenea y se internaron en la creciente oscuridad.
—Este árbol de aquí —le dio unas palmaditas a la raíz abultada sobre la que estaba sentado— se llama Sequoia sempervivum, que en una lengua muy, pero muy antigua, significa «siempre viva», y eso es el árbol… Santa Catalina misma lo plantó aquí el primer día en que se inició la formación del hombre, y el bosque creció a su alrededor. El Gran Árbol Padre es el más viejo y el más sabio. Sí, sabio, sí, y tiene una memoria muy, pero muy grande. Los árboles están vivos, y tienen conciencia, saben, igual que vosotros, sienten, piensan. ¿Habéis tenido no-sueños por ahí fuera? Claro que sí; es el bosque que aprende cosas de vosotros, que absorbe vuestros recuerdos para agregarlos a la gran memoria del Árbol Padre que aquí veis. Pero también han absorbido todo el miedo, el odio, la mierda y el coraje que hubo ahí fuera y eso es lo que ha hecho que el bosque se volviera oscuro, espantoso y un tanto peligroso. Lo que me preocupa es que eso está envenenando a los árboles, pero no como echarle herbicida a las raíces, ni nada parecido, sino que está envenenando el alma de este lugar. Las máquinas y yo no damos abasto y hay zonas enteras de bosque que se mueren, y allí vuelven a nacer árboles deformes y canijos. Es malo. Me asusta, porque si esto sigue así, el alma del mundo morirá.
»Perdonadme por daros la lata. No tengo muchas ocasiones de hablar. ¿El viejo Jean-Michel Gastineau os marea? ¿Demasiada filosofía? Seguramente querréis dormir un poco; yo también tengo por costumbre irme a la cama a esta hora. Ah, por cierto, puede que esta noche tengáis sueños raros, pero no os preocupéis, es el Gran Árbol de ahí arriba, os estará sondeando, tratará de comunicarse con vosotros.
Esa noche, durmieron alrededor de un brasero de carbón. El fulgor rojo mantuvo a raya la oscuridad y los ojos de los exiliados giraron con los movimientos rápidos del sueño humano. Rael Mándela, hijo, soñó que se despertaba y así, despierto en sueños, salía de la casita de madera y entre las raíces se internaba en la noche. Una sensación de santidad se apoderó de él, y permaneció largo rato con el rostro mirando al cielo, dando vueltas y más vueltas. Cuando se mareó de tanto dar vueltas y vueltas y vueltas y tuvo la impresión de que las estrellas giraban y las ramas de las secoyas iban a precipitarse sobre él como cerillas, Rael Mándela, hijo, se desplomó y apretó la mejilla contra el suelo húmedo y frío. Permaneció así durante largo rato hasta que soñó que oía una voz tarareando una melodía. Levantó la cabeza y vio a Santa Ekatrina, de pie en un haz de luz.
—¿Eres un fantasma? —le preguntó. En el sueño, su madre le contestaba:
—Un fantasma, sí, pero no estoy muerta. Hay fantasmas vivos y fantasmas muertos.
Entonces, de la oscuridad surgía también su padre.
—Pero ¿qué diablos crees que haces aquí? —le preguntaba Limaal Mándela, irritado.
Rael Mándela, hijo, abría la boca para contestarle pero los pájaros nocturnos le habían robado las palabras.
—Contéstale a tu padre —le ordenaba Santa Ekatrina.
—Estás huyendo, ¿verdad? —lo acusaba Limaal Mándela—. No intentes engañarme, hijo. Sé de qué va todo esto. No puedes enfrentarte al fracaso y por eso huyes.
Rael, hijo, se disponía a gritarle si acaso él, Limaal Mándela, el Más Grandioso Jugador de Billar que el Universo hubiera conocido, no había hecho lo mismo al marcharse de Camino Desolación, cuando una por una, las figuras familiares fueron saliendo de las sombras proyectadas por el anillo lunar para unirse a sus padres. Sus caras le resultaban todas conocidas: eran sus compañeros del Turno C en la fundición, las chicas con las que había bailado los sábados por la noche en el centro social, sus amigos de la escuela, caras de Belladonna; tiburones, prostitutas, busconas, agentes, Glen Miller con su trombón bajo el brazo; lo miraban desde su altura mientras él estaba arrodillado sobre la blanda pinaza parda, embargado por una piedad infinita.
—¿Qué vas a hacer? —le preguntaban—. ¿Qué vas a hacer?
—Has cargado con todo —le decía su propio hermano, cubierto de morados azules—. ¿Acaso tú, Mándela, te bastarás para aguantarlo todo?
—Tú eres responsable —le decía su madre.
—Sigues siendo responsable —le decía su padre, fracasado, exiliado, cobarde.
—¡Ojalá no se me hubieran acabado los trucos! —decía Ed Gallacelli, resucitado de las cenizas, con la lengua brillante como un ascua.
—¡Basta basta basta! —gritaba Rael Mándela, hijo—. ¡No quiero soñar más! ¡Quiero despertarme!
Despertó y se encontró solo en el lugar sagrado entre los árboles. El anillo lunar titilaba en lo alto, el viento susurraba entre las ramas, y el aire era sereno, dulce y santo. En un haz de brillo estelar, la luz se tornó más densa y adquirió forma humana. Un hombre alto, de bigotes, con un largo abrigo gris, se sentó en la raíz de un árbol, junto a Rael, hijo.
—Bonita noche —dijo, buscando la pipa en su multitud de bolsillos—. Bonita noche. —Encontró la pipa, la cargó, la encendió y le dio unas cuantas chupadas pensativas—. Ya sabes que tienes que volver.
—Basta de sueños —susurró Rael, hijo—. Basta de fantasmas.
—¿Sueños? Los mistagogos de Xanthic creen que la existencia acabó al tercer día y que nuestro mundo no es más que el sueño de la segunda noche —le dijo el forastero gris—. ¿Fantasmas? Bah. Somos las cosas más sustanciales del mundo, los cimientos del presente. Somos los recuerdos. —Su pipa brilló como un gusanito reluciente en la noche—. Mnemólogos. Somos las cosas que forman una vida; pero sólo aquí, en este lugar, adquirimos cuerpo y sustancia. Somos los sueños de los árboles. ¿Sabes lo que es este árbol? Claro que lo sabes, es el Árbol de los Orígenes del Mundo, pues todo principio ha de tener un final. Has dejado un asunto sin terminar en mi pueblo, Rael, y hasta que no acabes lo que has comenzado, tus recuerdos no te darán tregua.
—¿Quién eres?
—Me conoces pero nunca me has visto. Tu padre me conoció cuando era niño, tu abuelo también me conoce, y estos últimos días me has estado llevando sobre tu espalda.
Soy el recuerdo más antiguo de Camino Desolación. Soy el doctor Alimantando.
—Pero dicen que estás viajando por el tiempo, persiguiendo a no sé qué criatura legendaria.
—Y es cierto, pero los recuerdos perduran. Escúchame; aunque me duela tener que decírtelo, porque soy un hombre de ciencias, llevas en ti la magia. Si aquí la tierra es lo bastante fuerte como para dar cuerpo a tus recuerdos y temores, ¿acaso esa fuerza no podría dar cuerpo también a tus esperanzas y deseos? Y si así fuera, tal vez esa fuerza esté en tu interior, igual que estaba yo, y tal vez no se encuentre atada a ningún sitio, por más especial que éste sea. Piénsatelo. —El doctor Alimantando se levantó y se puso la pipa en la boca. Echó una larga mirada al cielo, a las estrellas, a los árboles—. Bonita noche —dijo—. Una noche muy, muy bonita. Bueno, hasta pronto, Rael. Ha sido un placer conocerte. Eres un Mándela, de eso no cabe duda. Te las arreglarás.
Se cruzó de brazos y se internó en las sombras iluminadas por las estrellas.
El sonido de la radio de Jean-Michel Gastineau despertó a Rael Mándela, hijo. Estaba mal sintonizado, igual que la radio, entre un programa sobre el borde del universo y un programa de música popular de primeras horas de la mañana. La luz se colaba entre las planchas mal acopladas de las paredes. En el aire flotaban un olor y un rumor de huevos fritos.
—Buenos días buenos días buenos días —lo saludó Jean-Michel Gastineau—. Venga, a levantarse, que hoy tenemos mucho camino por recorrer y no puedes marcharte sin un desayuno decente.
Rael, hijo, se frotó los ojos para despertarse sin entender del todo lo que le decían.
—¿Eh?
—Que te vas. Hoy. He recibido la llamada. Anoche. Mientras tú estabas ocupado con tu mnemólogo, yo estaba ocupado con el mío; la Santísima Señora, o mejor dicho, su recuerdo; de todos modos, me dijo que había llegado la hora, que tenía que acompañarte.
Al parecer, te harán falta mis talentos especiales. A lo mejor, es por eso que te trajeron hasta aquí. Estas cosas poseen relaciones ocultas.
—Pero no…
—¿Quieres saber si no estoy un poco apenado por tener que dejar todo esto? Bueno, un poquito. Pero es pasajero, en cuanto haya cumplido con la Santísima Voluntad podré continuar con mi antiguo trabajo. De todas maneras, ella me dijo que si no iba, ya no habría bosque que cuidar. Estamos ante lo que ellos llaman una Cúspide de Acontecimientos; hay muchos futuros que se ciernen sobre varios individuos, y eso incluye el futuro del Bosque de Chryse.
—Pero…
—¿Quieres saber quién va a cuidar del Bosque de la Santísima Señora mientras yo me voy a salvarlo? La verdad, no debería decírtelo, pero en estos momentos están construyendo una nueva orden de ángeles, justo debajo de tus pies, en los criaderos: los Punto Seis, los Amschastrias, diseñados especialmente para mantener el ambiente.
Durante un tiempo, el bosque estará bien aunque yo me vaya. El viejo Árbol Padre los vigilará. Venga, muévete. ¡A levantarse, a lavarse y a desayunar! Hemos de recorrer un largo trecho antes de llegar al muro del bosque y he de preparar el equipaje y despedirme de las gallinas. ¡No pongas esa cara de sorprendido! ¿De dónde te crees que saco los huevos? ¿Del aire?