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Cada mañana, a las once y once, Arnie Tenebrae se ponía de pie en el extremo de su cama para contemplar tres cosas más allá de los barrotes de su ventana. En orden de perspectiva eran: un naranjo en una maceta de barro, treinta y seis kilómetros de arenales y un cielo azul. Ninguna de estas tres cosas experimentaba jamás el más mínimo cambio, pero cada día, a las once menos once, Arnie Tenebrae se ponía de pie en su cama no porque encontrara esas tres cosas siquiera mínimamente interesantes, sino porque Migli lo había prohibido expresamente (el temor a la horca, suponía ella), y cada día, a las once y doce, cuando él llegaba puntualmente, a Arnie le gustaba conseguir una pequeña victoria antes de la ignominia de las sesiones diarias de rehabilitación.

—Señorita Tenebrae, por favor, no se ponga de pie en la cama. A… a los guardias no les gusta.

El cielo era azul. Los arenales, pardos, y el naranjo, verde polvoriento. Ya podía bajarse.

—Buenos días, Migli.

«Migli» era Prakesh Merchandani-Singhalong, psicólogo de rehabilitación del Centro de Detención Regional de Chepsenyt: pequeño, moreno, tímido, nervioso, torpe, equipado de magnetófono y libretas, no podía ser otra cosa que un Migli.

—¿Qué me traes hoy, Migli?

El hombre colocó sobre la mesa, en distintas distribuciones posibles, las cintas, el magnetófono y las libretas.

—Yo… esto… he pensado que… esto… podríamos continuar desde donde quedamos ayer.

—¿Dónde quedamos?

Esas sesiones de charla eran una manera de hacerle perder tiempo y dinero al gobierno. Arnie sospechaba que Migli pensaba lo mismo, pero la charada debía continuar con todas las anotaciones y las mentiras —pequeñas y no tanto— que exigía el juego.

—Sus primeros días con el Cuerpo de la Verdad del Cuarto de Esfera Noroccidental, las… esto… diversas relaciones sexuales con sus miembros.

Migli la miró de reojo a través de sus gafas gruesas como culo de botella. Arnie Tenebrae entrelazó las manos y se reclinó en la cama. Abrió la boca y dejó que las mentiras fluyesen.

—Pues bien, cuando ya llevaba medio año en el Cuerpo de la Verdad, todo iba bien pero resultaba un tanto aburrido, el romanticismo se desgastó y sólo quedaron los largos y calurosos viajes en triciclo, para pasar un par de días en un pueblecito del culo del mundo, conectados a la red de telecomunicaciones. No habría estado tan mal si hubiésemos podido grabar la música. Pero qué hartón de viajar, hasta tengo comezón de triciclo entre las piernas; lo que de verdad me apetecía era entrar en una unidad de servicio activo.

—¿Y qué hizo entonces? —inquirió Migli inclinándose ansiosamente hacia adelante.

Probablemente ya lo había oído en las cintas de interrogatorios. Arnie Tenebrae estiró un brazo para rascar las uñas contra el yeso.

—Invité a Paschal O’Haré, Comandante de la Brigada del Cuarto de Esfera Noroccidental, a que saboreara las dulces delicias de mi cuerpo de nueve años, detrás de la choza de comunicaciones, en el Cuartel General de Villa Olvido. Se encontraba repostando en el CGCEN al mismo tiempo que nosotros y era una oportunidad demasiado buena como para dejarla pasar. ¿Tienes idea de lo buen amante que era?

Migli babeó en el clásico estilo pavloviano. A Arnie Tenebrae le fastidiaba que un licenciado por la Universuum de Lyx fuera tan crédulo como para tragarse su historia de seducción y sexo en uniforme caqui. Nada de lo que le había contado había ocurrido jamás, pero en realidad Migli no quería enterarse. Era cierto que había conocido a Paschal O’Haré en Villa Olvido y que había intercambiado los secretos del doctor Alimantando por un puesto en una unidad de servicio activo, y fue desgranando en cuentagotas su sórdida historia de humillaciones sexuales, torturas, privaciones, tormentos y disciplinas sólo para encandilar a Migli. Para tratarse de un psicólogo de rehabilitación, al pobre le hacía mucha falta un poco de su propia medicina. Vaya invertido. Le describió los tres meses de entrenamiento de combate con lujo de detalles mientras en el cine de su imaginación repasaba la realidad. Meses de entrenamiento, de noches de invierno acampando al raso en las Montañas del Eclesiastés, de aburrimiento, de disentería, de zambullirse en las trincheras cada vez que un avión sobrevolaba en el cielo.

—¿Y qué pasó después? —le preguntó Migli con un colocón indirecto de muerte y gloria.

—Tendrás que esperar a mañana —respondió la prisionera Tenebrae—. Se acabó el tiempo.

Migli le echó un vistazo a su reloj y recogió sus brazadas de magnetofones, libretas y lápices.

—¿Mañana a la misma hora, Migli?

—Sí, y… esto…

—No te pongas de pie en la cama.

Pero al día siguiente, a la misma hora, volvió a ponerse de pie en la cama, y la rabieta de Migli la satisfizo tanto que cerró los ojos y tuvo una fantasía larga y gloriosa sobre su primer año en el servicio activo con el Ejército de la Tierra Entera, un espectáculo de batallas con ametralladoras, bombardeos, emboscadas, atracos a bancos, secuestros, asesinatos y atrocidades varias en lugares con nombres eufónicos como Colina de Jatna, Valle del Agua Tibia, Llano de Naramanga y Villa Cromo. Pero cuando Migli se marchaba, ella se sentaba en la cama a jugar a la cunita con los cordones de las botas y se acordaba de la forma en que la sangre de Hueh Linh, jefe del grupo, se le había colado por entre los dedos para caer a la lodosa trinchera individual en Monte Superstición. Recordó también cómo, con la muerte de su compañero impregnada en sus manos, había levantado la mirada desde el lodo ensangrentado para ver que la Milicia del Montenegro cargaba, cargaba y cargaba con las bocas muy abiertas. Recordó el olor del miedo; olía igual que la sangre que le empapaba las manos y sus pantalones enmerdados; un miedo que la había vuelto medio loca con sus aullidos hasta que levantó su ACM y empezó a gritar y a disparar, a gritar y a disparar hasta que el miedo desapareció y reinó la calma. Ella no había pedido el ascenso. La mención honorífica decía: «Por su valor en circunstancias abrumadoras», pero sabía que el miedo la había hecho disparar. Varios meses más tarde se enteró de que la primera incursión de Paschal O’Hare con el nuevo armamento inductor de campos había sido un fracaso, y la mención honorífica había sido su forma de darle las gracias. Subcomandante de la división Deuteronomio. Mientras jugaba a cunitas en su celda del Centro de Detención Regional de Chepsenyt, ni siquiera lograba acordarse de qué había hecho con la medalla.

Al tercer día, Migli volvió con sus cintas y sus libretas. Arnie Tenebrae estaba sentada en la cama.

—¿Hoy nosotros… no nos asomamos a la ventana? Sus intentos por parecer sarcástico eran insignificantes.

—Todavía no he visto lo que busco. —Había decidido que ese día no diría más que la verdad. Mentir, cuando sólo ella sabía que estaba mintiendo, no tenía ninguna gracia—. Migli, hoy te voy a contar lo de la incursión sobre el sistema de guía de aterrizajes de Cosmomal. ¿Traes cintas suficientes? ¿Y papel? ¿Las pilas están bien? No me gustaría que te perdieras nada.

Se sentó con la espalda apoyada en la pared, cerró los ojos y comenzó su historia.

—Recibimos órdenes del mando regional de lanzar una gran ofensiva durante las elecciones para la asamblea planetaria. Después de la batalla de la Choza de Smith, quedaron eliminados varios niveles de mando de la división Deuteronomio… todavía no disponíamos de sistemas de armamento con CI…, y a mí me dejaron al mando de la quinta y la sexta brigadas. Como todavía no nos había llegado el nuevo equipo, pensamos… es decir, yo pensé que debíamos atacar un objetivo de bajo nivel, o sea, los sistemas de guía de aterrizaje de Cosmomal. Se encargan de bajar la Ruedacelestial por control remoto, de modo que si inutilizábamos los radares guía, a Belladonna dejarían de llegar los vehículos de enlace. Sincronizamos nuestra acción con los otros miembros del sector y ocupamos nuestras posiciones en Cosmomal.

La incursión había sido planeada adecuadamente y ejecutada a la perfección. A las doce menos doce, los sesenta y cinco faros de radar fueron destruidos por minas y la computadora guía fue desmodulada con programas cazadores-asesinos adquiridos a las Familias Exaltadas. Todas las comunicaciones tierra-órbita desde el sector de aterrizaje de Belladona quedaron irremediablemente escamoteadas. Había sido hermoso; no había sido la hermosura de las explosiones amarillas y las torres que se vienen abajo, sino aquella hermosura intelectual inherente de lo bien hecho. Los jefes de pelotón informaron que todos los objetivos principales habían quedado destruidos. Arnie Tenebrae dio la orden de retirada y dispersión. Su propio grupo de mando, el Grupo Veintisiete, se había retirado hacia la ciudad de Clarksgrado, donde se toparon con las Compañías A y C de Voluntarios de Nueva Merionedd que habían estado de maniobras en la zona. El tiroteo había sido corto y sangriento. Recordaba no haber disparado un solo tiro durante el breve encontronazo. Tan azorada se había quedado al haber cometido la estupidez de no comprobar la presencia militar en la zona que ni siquiera había podido apuntar con su ACM. El Grupo Veintisiete sufrió un ochenta y dos por ciento de bajas antes de que la subcomandante Tenebrae presentara la rendición.

—La próxima vez, me aseguraré con los servicios secretos —dijo la subcomandante Tenebrae.

—Es poco… esto… poco probable que haya una próxima vez.

—Sea como sea. De todos modos, el Grupo Veintisiete fue aplastado y ahora estoy presa en el Centro de Detención Regional de Chepsenyt, hablando contigo, Migli, y diciéndote que por hoy, se te ha acabado el tiempo. ¿De qué te gustaría hablar mañana?

Migli se encogió de hombros.

Esa noche, la subcomandante Tenebrae se acostó en su cama, bajo la luz de las estrellas veteada por la sombra de los barrotes, mientras retorcía entre los dedos una cuerda. Tenía pensamientos de miedo y odio. Desde la mañana en que abandonara Camino Desolación, sentada en el asiento posterior del triciclo todo terreno del ingeniero Chandrasekahr, no había pasado un solo día sin que se despertara con miedo y se fuera a dormir con miedo. El miedo era el aire que respiraba. Le llegaba con alientos más o menos grandes, como el miedo que le aflojó las tripas en la trinchera Charlie mientras la sangre de Hueh Einh manaba entre sus dedos, o el vistazo tenso para explorar el cielo cuando oía el martilleo del motor de un avión. Se enroscó el cordón de la bota alrededor del dedo, una vuelta, y otra, y otra más, y sintió miedo. Una de dos, o utilizaba al miedo, o el miedo la utilizaría a ella.

Sus dedos se detuvieron en plena danza. Esa idea la asaltó con la profundidad irresistible de la ley divina. Ea deriva de Arnie quedó iluminada por su sagrado fulgor.

Hasta ese momento, el miedo la había utilizado legándole incompetencia, fracasos, odio y muerte. A partir de ese momento, en que enroscaba aquel cordón de bota, en adelante ella iba a utilizar al miedo. Lo utilizaría porque temía que el miedo la utilizase a ella. Sería más terrible, más violenta, más maligna y más efectiva que ningún otro comandante del Ejército de la Tierra Entera: su nombre mismo sería una maldición de miedo y odio. Los niños por nacer le tendrían miedo y los muertos expirarían con su nombre en los labios, porque una de dos, o ella utilizaba al miedo, o el miedo la utilizaría a ella.

Esa noche tardó mucho en dormirse; estuvo pensando bajo la luz de las estrellas veteada por la sombra de los barrotes.

Al cuarto día, a las once y doce, el Grupo Diecinueve de la división Deuteronomio del Ejército de la Tierra Entera tomó por asalto el Centro de Detención Regional de Chepsenyt, eliminó a los guardias, liberó a los prisioneros y rescató a la subcomandante Arnie Tenebrae. Mientras se abrochaba la mochila con las nuevas armas inductoras de campo que sus liberadores le habían llevado y se disponía a huir, un joven pequeño y con gafas, parecido a un búho lascivo, apareció de un salto por una puerta, empuñando una inmensa pistola de reacción Presney de cañón largo, y veía claramente que no sabía cómo usarla.

—No… ah… no os mováis… eh… no os… mováis… estáis eh… todos detenidos.

—Ay, Migli, no seas tonto. Migli —dijo Arnie Tenebrae, y le rebanó la nuca con una pequeña descarga de sus inductores de campo.

El Grupo Diecinueve le prendió fuego al Centro de Detención Regional de Chepsenyt antes de marcharse y atravesaron los sombríos y pardos arenales, sobre los que flotaba un humo pardo y sombrío.