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—¡Mirad! —gritó Inspiración Cadillac, mientras las luces de las lámparas del quirófano se reflejaban en su cráneo de acero—. ¡La primera mortificación absoluta!

Los cirujanos, las enfermeras y los expertos en prótesis se hincaron de rodillas con los brazos levantados en señal de adoración. Taasmin Mándela se apartó de la cosa metálica que yacía sobre la mesa de operaciones. La espantaba.

Bajo el domo plástico, el cerebro palpitaba, sembrado de transductores electromecánicos. Se disparó una neurona, un transductor se retorció, se levantó un brazo metálico, unos dedos metálicos se abrieron para aferrar el aire.

—¡Gloria, gloria, gloria! —vociferaron cirujanos, enfermeras y expertos en prótesis.

—Apartadlo de mí —masculló Taasmin Mándela—. Me pone enferma. Inspiración Cadillac se le acercó de inmediato para persuadirla con suaves susurros.

—¡Señora, considera la proeza, se trata de la primera mortificación absoluta! ¡La carne convertida en metal! Se trata de un momento sagrado.

La envidia mal disimulada de su tono hizo que Taasmin Mándela retrocediera aterrada.

Aquella cosa abrió un párpado metálico y enfocó hacia ella un globo ocular de acero. La suave órbita metálica estaba perforada por tres ranuras negras. La boca se abrió para vomitar un torrente de galimatías ininteligibles. Intentó sentarse y abrazarla.

—¡Matadla, matad a esa cosa repulsiva, apartadla de mí! —chilló Nuestra Señora Taasmin.

La Mortificación Absoluta se sentó. La recorrió un espasmo. El galimatías cibernético aumentó de volumen hasta convertirse en un grito metálico. De la boca temblorosa manó un hilillo de aceite. Los cirujanos, las enfermeras y los expertos en prótesis se incorporaron de un salto y se abalanzaron hacia la mesa de operaciones. La Mortificación Absoluta tuvo un espasmo, se estremeció y se desplomó con un estrépito de instrumentos. En medio de la confusión, Taasmin Mándela huyó del quirófano y corrió por vacíos pasillos antisépticos y claustros recocidos por el sol en medio de un crujir de tela de circuitos impresos.

Al anochecer, meditaba en el jardín de arena cuando oyó los cánticos. Los mantras mecánicos de las Pobres Criaturas entremezclados con los gritos más roncos del populacho tocaron el borde de sus percepciones con un sonsonete plateado y la devolvieron al mundo de los nombres. Los problemas nunca terminan. Se estiró arqueando la espalda para contrarrestar la tiranía impuesta por el taburete de meditación.

Un minuto más e Inspiración Cadillac llamaría a su puerta para devolverla a sus responsabilidades. Se levantó del taburete, fue a su habitación a ponerse sus mejores ropas grises. Inspiración Cadillac encontraba su desnudez inquietante y poco espiritual.

Estaba preparada para que llamase a la puerta.

—¿Qué ocurre?

—Hay un problema, Señora. Las Pobres Criaturas…

—Ya las he oído.

—Creo que será mejor que lo veas por ti misma. Inspiración Cadillac la condujo por los claustros recocidos por el sol, que devolvían su calor diurno al cielo.

—¿Cómo ha ido vuestro… experimento?

Taasmin no logró disimular el estremecimiento de su voz y evidentemente, Inspiración Cadillac se percató de ello, porque le contestó:

—Con todo respeto, no deberías denigrar la labor de los científicos, intentan perfeccionar la nueva humanidad, el hombre del futuro. Sin duda, en este caso el cuerpo del paciente tocó a su fin, pero su valentía y su fe le han hecho acreedor de ponerse inmediatamente en la presencia del Gran Ingeniero.

Inspiración Cadillac abrió una pesada puerta ornamentada que daba a la calle. El sonido de los cánticos y los vítores aumentó.

—¿Qué ocurre?

—Te ruego que me sigas, Señora.

El camarlengo y la profetisa doblaron una esquina y se encontraron con una nutrida multitud que estaba de espaldas.

—Desde aquí se ve mejor —le sugirió Inspiración Cadillac haciendo subir a Taasmin Mándela por un tramo de escalones de piedra que conducían a un balcón.

Más allá del cerco de asombrados ciudadanos, Taasmin Mándela alcanzó a ver los miembros mecánicos bajo el sol vespertino. Las Pobres Criaturas de la Inmaculada Contracción se arrodillaron junto al cercado eslabonado que rodeaba las obras de Aceros Belén Ares. En el aire flotaba el murmullo de sus mantras binarios y sus brazos torpes se movían con ademanes de ferviente devoción que imitaban los movimientos de las grúas.

Cada pocos segundos, una Pobre Criatura abandonaba su sitio en la congregación y, haciendo caso omiso de los avisos que indicaban que la alambrada estaba electrificada, apoyaba sus prótesis metálicas contra el cerco. Salían chispas; el adorador soltaba un quejido y se arqueaba presa del éxtasis religioso. Después, volvía a su sitio y continuaba con su cántico de 10111010101111000001101101010 mientras otro pasaba a ocupar su sitio.

—¿Qué es lo que hacen? —inquirió Taasmin Mándela.

—Creo que resulta evidente, Señora. Están en pleno proceso de adoración.

—¿Y adoran una obra en construcción?

—Al parecer, entre las órdenes inferiores de Villa Fe ha comenzado a circular una profecía. Según esta profecía, lo que la Compañía Belén Ares está construyendo es nada menos que el lugar de nacimiento, si podemos considerar esta expresión como correcta, del Mesías de Acero, el Liberador, la Máquina con Corazón de Hombre, que liberará a las demás máquinas de la milenaria esclavitud de la carne.

—¿Y por eso adoran un… un montón de cimientos y excavaciones?

Al otro lado del cerco de alambre, el turno de obreros de la construcción que salía en ese momento, se detuvo para contemplar a los dumbletonianos.

—Justamente por eso. La obra es sagrada, un lugar de veneración y culto.

Taasmin Mándela volvió a contemplar la riada de Pobres Criaturas que avanzaban hacia el alambre electrificado para inmolarse en él.

—Es repugnante —susurró. Una voz en la multitud gritó:

—¡Mirad! ¡Es ella! ¡La Gris Señora!

Las cabezas se volvieron y los dedos señalaron en su dirección. Las Pobres Criaturas interrumpieron su Adoración de la Alambrada y volvieron sus ojos metálicos hacia el balcón. Una joven con el pecho y la pierna izquierda metálicos se puso en pie y gritó:

—¡Un mensaje! ¡Danos un mensaje!

El cántico se propagó instantáneamente por toda la congregación.

—¡Mensaje! ¡Mensaje! ¡Danos un mensaje! ¡Mensaje! ¡Mensaje! ¡Danos un mensaje!

Cinco mil ojos crucificaron a Taasmin Mándela.

—Esperan tu liderazgo, Señora —le dijo Inspiración Cadillac, lisonjero.

—No puedo —susurró Taasmin Mándela—. Me dan asco. Es repugnante, una idolatría. No hay espiritualidad, verdadero culto… esto debe terminar.

—Eres su líder, su jefa espiritual, su pastora, su guía y su conciencia. Debes liderarlos.

El cántico aumentó hasta convertirse en un frenesí. El suelo se estremeció bajo el golpeteo de dos mil quinientos puños.

—¡No! ¡Me niego! ¡Es una abominación! No soy Dios para desear que me adoren… lo detesto. No os pedí que me siguierais, soy una sierva de la Santísima Señora, no de los dumbletonianos, soy hija de Panarcos, no de las Pobres Criaturas de la Inmaculada Contracción. —Intentó tragarse las palabras pero salían volando de sus labios como dulces pájaros—. ¡Ni de ti, Ewan P. Dumbleton!

De pronto dejó de oír el cántico y de sentir la fuerza de las exigencias de las Pobres Criaturas. Miró el ojo de carne de Inspiración Cadillac y vio en él tanto odio ardiente que se quedó boquiabierta.

«¿Y siempre me ha odiado tanto?», pensó, y supo, incluso cuando lo pensaba, que sí, que la odiaba, desde el momento en que la había tomado de la mano en el pozo, junto a las vías del ferrocarril, Inspiración Cadillac la había odiado y le había tenido envidia porque ella era la verdadera mensajera de Dios, cuando él no había hecho más que inventarse a sí mismo. Envidiaba su espiritualidad, porque él sólo podía permitirse el lujo de exhibir una cansada mundanería oculta tras una máscara de santidad. La envidiaba y la odiaba y dedicaba cada uno de los minutos del día a manipularla, corromperla y controlarla.

—Cuánto debes de odiarme —musitó.

—¿Cómo dices, mi Señora? No te he oído bien. ¿Qué mensaje le darás a tu pueblo? Te están esperando. —Su voz estaba cargada de hipocresía.

Taasmin Mándela apretó el puño izquierdo. El halo brilló con un azul intenso que no logró ocultar a los ojos de la muchedumbre.

—Somos enemigos, Inspiración Cadillac, Ewan Dumbleton, o como te llames. Eres mi enemigo, y enemigo de Dios.

—¿Es ése el mensaje que quieres dar a tu pueblo? El cántico le latía en el espíritu.

—¡Sí! ¡No! Diles esto: fui elegida por Santa Catalina como emisaria suya en el mundo de los hombres. Me ha dicho que después de haberse pasado setecientos años siendo la Santa de las Máquinas desea conducir a los hombres hacia Dios. Hacia Dios, no hacia una fábrica. Diles eso a tus fieles.

Salió del balcón a grandes zancadas y regresó a sus aposentos privados. Se sentía bien por tener un enemigo así como un amigo. Después de años sin logros se sintió decidida y poderosa. Era un cruzado de Dios, luchaba por una causa buena, era un ángel con una espada llameante. Se sentía bien. Muy bien, mejor de lo que le estaba permitido sentirse a ningún otro profeta de la Santísima Señora.