El cilindro de documentos enrollados colgaba del hombro de Mikal Margolis a veinticinco centímetros de las vías. Mikal Margolis colgaba de la parte inferior de un vagón Punto 12, de primera clase, con aire acondicionado, de los Ferrocarriles Belén Ares. El vagón Punto 12 de primera clase, con aire acondicionado, de los Ferrocarriles Belén Ares colgaba de la parte inferior de Nueva Columbia, y Nueva Columbia colgaba de la parte trasera del mundo mientras éste orbitaba en torno al sol a razón de dos millones de kilómetros por hora y transportaba a Nueva Columbia, al ferrocarril, al vagón, a Mikal Margolis y al cilindro de documentos.
El Empalme de Ishiwara se encontraba al otro lado del mundo. Los brazos de Mikal se habían vuelto fuertes, podían aguantarlo colgado de la parte inferior de los trenes, durante toda la órbita del mundo alrededor del sol. Ya no sentía el dolor, ni el de los brazos ni el del Empalme de Ishiwara. Empezaba a sospechar que poseía una memoria selectiva.
Viajar colgado debajo de los trenes le dejaba mucho tiempo libre para pensar y hacer examen de conciencia. La primera de estas ocasiones después de lo acontecido en el Empalme de Ishiwara, había pergeñado el plan que lo condujo por vías brillantes, a través de empalmes, transbordos, puntos, rampas y patios de maniobra a medianoche, hacia la ciudad de Kershaw. Lo sombrío sentía una irresistible atracción por lo sombrío. El cilindro con papeles que llevaba en bandolera no le permitía elegir ningún otro destino.
Se movió para adoptar la posición menos incómoda e intentó imaginarse la ciudad de Kershaw. Su imaginación llenó el enorme cubo negro de cavernosos bulevares comerciales donde los exquisitos artefactos provenientes de miles de talleres atraían las miradas y las billeteras; un nivel tras otro de centros recreativos donde se hallaba satisfacción a todo tipo de caprichos, desde partidas de Go en casas de té aisladas y conciertos de la Sinfonía más grande del mundo, hasta sótanos llenos de glicerina y goma blanda. Habría museos y auditorios, barrios de artistas y bohemios, mil restaurantes representativos de las mil gastronomías mundiales y parques cubiertos de diseño tan ingenioso que quienes pasearan por ellos tendrían la impresión de estar bajo cielo abierto.
Se imaginaba las fundiciones ruidosas donde se construían las orgullosas locomotoras de la Compañía de Ferrocarriles Belén Ares y la Cochera Central desde donde partían hacia la mitad norte del mundo; y las plantas químicas subterráneas que soltaban sus desechos hirvientes al lago de Syss y las granjas-factorías donde se recogían las cepas de bacterias artificiales de los tanques de aguas residuales para procesarlas en miles de cocinas de miles de restaurantes. Pensó en los recogeaguas de lluvia y en los sistemas brillantemente económicos de recuperación y purificación del líquido elemento; pensó en los conductos de aire por los que se arremolinaban huracanes perpetuos, el aliento sucio de dos millones de Accionistas exhalado a la atmósfera. Se imaginó los áticos de las castas dirigentes en la superficie exterior, sus vistas al Syss y su costa mugrienta con una panorámica que aumentaba en función de la altitud, y los apartamentos de los tranquilos distritos residenciales para familias asomados a tragaluces brillantes y ventilados. Pensó en los niños, felices y bien lavados, en las escuelas de la Compañía, donde aprendían las alegres lecciones sobre el feudalismo industrial; no les resultarían nada difíciles, pensó Mikal, porque cada segundo de cada día se encontraban inmersos en el mejor ejemplo de tal filosofía. Suspendido debajo de la sección de primera del Servicio Nocturno de Nueva Columbia, Mikal Margolis contempló con los ojos del alma toda la obra de la Compañía Belén Ares y gritó:
—¡Pues bien, Kershaw, aquí me tienes!
Fue entonces cuando los primeros vahos ácidos del Syss se le instalaron en la garganta y las lágrimas le nublaron la vista.
Existe un nivel inferior al del trabajo maquinal y monótono en el que Johnny Stalin se había incorporado a la capital de la Compañía Belén Ares. Es el nivel reservado a aquellos que llegan a la Cochera Central colgados de la parte inferior de la sección de primera del Servicio Nocturno de Nueva Columbia. Es el nivel de los sin número. Es el nivel de la invisibilidad. Pero no la invisibilidad experimentada que permitió a Mikal Margolis huir de la Cochera Central sin ser visto, entre las masas de Accionistas de la Compañía, sino la invisibilidad del individuo ante la persona jurídica.
Después de subir un tramo de escalera de mármol y de trasponer diez puertas de bronce de la altura de un hombre, Mikal Margolis se encontró en un cavernoso vestíbulo de mármol reluciente y pulido silencio.
Ante él se alzaba una enorme y fea estatua de la Victoria Alada con la leyenda «Laborare est Orare». A varios kilómetros de allí, por los llanos de mármol, había un escritorio de mármol sobre el cual colgaba un letrero que decía «INFORMACIÓN SOBRE ENTREVISTAS, CITAS Y AUDIENCIAS». Los zapatos de Mikal Margolis, gastados de tanto trajinar en tren, resonaron vulgarmente al hollar el sagrado mármol. El gordo vestido con el traje de papel de la Compañía lo miró de arriba abajo desde detrás de su muralla de mármol.
—¿Si?
—Quisiera pedir una cita.
—¿Sí?
—Quisiera ver a alguien del Departamento de Desarrollo Industrial.
—Será de las Oficinas Regionales de Desarrollo.
—En relación con el acero.
—Oficinas Regionales de Desarrollo, Departamento de Hierros y Aceros.
—En la zona de Camino Desolación… el Gran Desierto, ¿sabe?
—Un momento. —El gordo recepcionista escribió en el teclado de su ordenador—. Oficina de Proyectos y Desarrollos del Cuarto de Esfera Noroccidental, Departamento de Hierros y Aceros, Oficinas Regionales de Desarrollo, Despacho 156302, por favor, póngase en la cola A para rellenar la solicitud preliminar de cita con el subsecretario del Departamento de Sub-sub-planificación. —Le entregó a Mikal Margolis una hoja de papel—. Su número es el 33.256. La cola A está saliendo por esas puertas.
—¡Pero se trata de algo importante! —exclamó Mikal Margolis agitando el rollo de documentos ante la nariz del recepcionista—. No puedo esperar a que otras 33.255 personas me pasen delante simplemente para… para entregar una solicitud al subsecretario.
—Una solicitud preliminar de una solicitud preliminar de cita con el subsecretario del Departamento de Sub-sub-planificación. Bien, si es urgente, señor, deberá colocarse en la cola B, para presentar una solicitud para entrar en el Programa de Procesamiento Prioritario. —Arrancó un nuevo número—. Aquí tiene. Número 2304. Por la puerta B, por favor.
Mikal Margolis rompió en pedazos los dos números y los lanzó al aire.
—Consígame una cita ahora mismo para mañana a más tardar.
—Es imposible. A más tardar, le podemos dar cita para el próximo octiembre, el quince, para ser exactos, con el director de Tratamiento de Aguas Residuales y Agua Potable, a las 13:30 horas. No puede usted desorganizar todo el sistema, señor, es por el bien de todos. Aquí tiene un nuevo número. Deme el suyo para que pueda saber quién pide la cita y póngase en la cola B.
—¿Cómo dice?
—Que me dé su número y que se ponga en la cola B.
—¿Qué número?
—El número de Accionista. ¿No tiene usted un número de Accionista?
—No.
—Entonces tendrá un visado de visitante temporal. ¿Me puede dar ese dato, por favor?
—No tengo visado…
El grito ultrajado del gordo recepcionista hizo volver la cabeza a quienes estaban del otro lado de la catedral de mármol.
—¡No tiene número! ¡Ni visado! ¡Santísima Señora, es usted uno de esos… uno de esos…!
Comenzaron a sonar un montón de timbres.
Por unas puertas invisibles salieron los policías de la Compañía con uniformes negros y dorados y avanzaron. Mikal Margolis buscó un sitio donde refugiarse.
—¡Detengan a este vagabundo, este pordiosero, este holgazán, este inútil! —gritó el recepcionista—. ¡Detengan a este…, este trabajador autónomo!
Le salían espumarajos por la boca.
Los policías sacaron unos cortos bastones de choque y cargaron.
Una explosión repentina de fuego automático hizo que todos se tiraran al suelo. El típico gritón que suele aparecer en estas circunstancias gritó. Una figura con traje de papel gris se colocó junto a la puerta que daba a la cola A e intimidó a cuantos se encontraban en el vestíbulo con una pequeña ACM negra.
—¡Que nadie se mueva! —gritó. Nadie se movió—. ¡Ven hacia aquí! Mikal Margolis miró a su alrededor para comprobar a quién se refería el pistolero. Se señaló a sí mismo preguntando sin voz «¿yo?».
—¡Sí, tú! ¡Ven hacia aquí! ¡Muévete!
Uno de los policías de la Compañía debió de haber echado mano de su comunicador, porque hubo otra ráfaga que levantó esquirlas de mármol. Mikal Margolis se puso en pie mansamente. El pistolero le hizo señas de que se le acercara por el costado, dejándole libre el campo de fuego.
—¿Qué pasa? —preguntó Mikal Margolis.
—Te estamos rescatando —le contestó el pistolero con traje de hombre de negocios—. A partir de ahora, pase lo que pase, sígueme sin importunarme con preguntas. —Metió la mano en el bolsillo interior de su traje, sacó una granada de humo y la lanzó al vestíbulo—. Corre.
Mikal Margolis no supo nunca qué distancia corrió ni por cuántos pasillos de mármol, roble o plástico, sencillamente se limitó a correr con la zancada veloz de quien espera que en cualquier momento le metan una bala en la espina dorsal. Cuando los sonidos de la persecución y la búsqueda quedaron atrás, su salvador se detuvo y abrió un panel de la pared con una herramienta muy ingeniosa.
—Entra por aquí.
—¿Por ahí?
Los sonidos de la persecución y la búsqueda se hicieron de repente más audibles.
—Entra.
Los dos hombres se zambulleron por el agujero de la pared y la sellaron después. El salvador fijó el botón del láser de su ACM en posición de emisión al azar y alumbrado por su luz azulada, condujo a Mikal Margolis por una jungla de cables, conductos y tuberías.
—Ojo con eso —le advirtió cuando Mikal Margolis estuvo a punto de agarrarse de un cable para no caerse después de tambalearse en el borde de un conducto de ventilación de dos kilómetros—. Es un cable de veinte mil voltios.
Mikal Margolis apartó la mano como si hubiera tocado una víbora o un cable de veinte mil voltios.
—¿Quién eres?
—Arpe Magnusson, Ingeniero del Servicio Técnico de Sistemas.
—¿Con una ACM?
—Soy autónomo —le aclaró el ingeniero del servicio técnico de sistemas, como si esa palabra lo explicara todo—. ¿Ves esas motas de polvo brillante? Ten cuidado. Son de un láser de comunicaciones. Te arrancarían la cabeza.
—¿Autónomo?
—Un independiente dentro de la economía cerrada de la Compañía. Todo un insulto.
Yo también, como tú, quería ver a alguien de la Compañía porque tenía una gran idea que revolucionaría el sistema de aire acondicionado de Kershaw, pero nadie quiso verme sin número ni visado. Así que me vine aquí, detrás de los muros, porque aquí atrás no hacen falta números, y me uní a los Autónomos. Eso fue hace cuatro años.
—¿Hay más de uno?
—Seremos unos dos mil. En este cubo hay lugares que no aparecen en ningún plano de la Compañía. De vez en cuando hago trabajos como independiente para los Accionistas; sobre todo chapuzas domésticas, cuando se les rompe algo, las cosas siempre se rompen, es política de la Compañía, tienen una tasa de fallos incorporada, y no les gusta mucho eso de reparar aparatos, para la Compañía es mucho mejor si compras un objeto nuevo, así que se van pasando el dato y entonces voy yo y lo arreglo.
Además, me encargo de vigilar la oficina de Citas por si aparecen Autónomos potenciales.
Con frecuencia llega alguien como tú, entonces me los llevo detrás de las paredes.
—¿Con una ACM?
—Es la primera vez que tengo que usarla. Llegué a ti un poco tarde, la computadora casi no capta la llamada a la policía. Cuidado con la corriente del ventilador… No es fácil vivir aquí, pero si superas los primeros doce meses, todo te irá bien. —Magnusson tendió la mano a Mikal Margolis—. Bienvenido a los Autónomos, amigo.
Entre trampas, ácidos, desechos químicos, apagones y el peligro de electrocutarse, los meses que siguieron fueron los más felices de la vida de Mikal Margolis. Se encontraba constantemente amenazado, tanto por los peligros que había entre las paredes como por las incursiones esporádicas de los Limpgrups de la Compañía, pero jamás se había sentido más cómodo o relajado. Era con lo que siempre había soñado en sus largas estancias en la periferia del desierto. La vida era brutal, peligrosa y maravillosa. Centavito, la computadora de los Autónomos, que vivía en su cuartel general, una maraña de cables de soporte tendidos por el Conducto de Ventilación 19, le proporcionó los números de identificación de Accionistas muertos, y así equipado, Mikal Margolis podía comer impunemente en cualquiera de los refectorios que la Compañía tenía en la ciudad, bañarse en los baños públicos de la Compañía, vestirse con los trajes de papel de la Compañía adquiridos en las máquinas tragaperras de las esquinas, e incluso dormir en una cama de la Compañía hasta que ésta retirara de circulación el número del difunto.
Cuando eso ocurría, regresaba al mundo de tuberías y conductos de acceso para dormitar en su hamaca suspendida encima de un pozo de ventilación de un kilómetro de profundidad, mecido por el aliento de cien mil Accionistas.
Al oír la alarma casi saltó de la hamaca. De no haber sido por su adiestrado ingenio de Autónomo, se habría precipitado por el pozo de ventilación. Se detuvo para recuperar la serenidad. Estar sereno significaba sobrevivir. Piensa antes de actuar. Prudencia, nada de espontaneidad. Comprobó si llevaba el rollo de documentos colgado del hombro, luego aferró la cuerda-liana y se lanzó como Tarzán hasta el borde del conducto. Alarmas de proximidad. Limpgrups.
La acumulación de quejas sobre las sabandijas que asolaban los circuitos había llegado hasta tal extremo que el Departamento de Tratamiento de Aguas Residuales y Agua Potable se vio obligado a tomar medidas. Palpó en busca de su máscara antigás.
Estaba exactamente donde la había dejado. Se la colocó y se lanzó hacia un conducto de energía superior que corría paralelo al pozo de inspección. Miles de amperios fluyeron junto a su mejilla. Espió por una rendija en el revestimiento metálico y observó como las nubes de gases antidisturbios bajaban por el túnel. Los haces de los reflectores perforaban las nubes de gas tóxico. El Limpgrup apareció en su campo visual: dos hombres y una mujer, con traje de ejecutivos del Departamento de Tratamiento de Aguas Residuales y Agua Potable, unos hombres gordos como globos en sus trajes de plástico transparente y aislante. De sus mochilas iban lanzando una niebla de gas neurotóxico por el túnel y exploraban el aire con los perturbadores sónicos que llevaban en las muñecas.
Uno de los miembros del Limpgrup captó la alarma de Mikal Margolis y se la enseñó a los otros. Los tres asintieron y los haces de sus cascos subieron y bajaron.
La cabeza de Arpe Magnusson, enfundada en una máscara de gas, apareció por una escotilla, seguida de un brazo y de una nota.
SÍGUEME Y FÍJATE CON ATENCIÓN
Los dos hombres se escabulleron por el laberinto de túneles de acceso, caballetes de soporte y conductos de aire hasta llegar al empalme con el conducto de ventilación del nivel diez por el que acababa de pasar el Limpgrup. Sobre las rejillas metálicas yacían los cuerpos rígidos de los ratones muertos, prueba de la eficacia del armamento de los Limpgrups. Arpe Magnusson señaló hacia tres serpenteantes mangueras de plástico.
Mikal Margolis asintió. Sabía lo que eran, los umbilicales del Limpgrup. Arpe Magnusson siguió los umbilicales hasta llegar a su conducto de salida. Le hizo señas a Mikal para que observara con atención; desenroscó las mangueras de aire y las conectó al tubo de aguas residuales del nivel diez. Un líquido amarronado circuló por las mangueras y se dirigió a toda velocidad hacia la lejanía envuelta en gas lechoso. De inmediato, los haces de las lámparas de los cascos se detuvieron y luego comenzaron a moverse con frenesí.
Finalmente, cayeron al suelo y quedaron inmóviles. Segundos más tarde, los dos hombres oyeron claramente tres explosiones suaves, húmedas y amarronadas.
Mikal Margolis llevaba dos años en los túneles cuando por fin le llegó la oportunidad. La computadora informó de una muerte en el Departamento de Proyectos y Desarrollos del Cuarto de Esfera Noroccidental, Departamento de Hierros y Aceros. Un secretario adjunto de Sub-sub-producción se había lanzado a un geiser de Bahía Amarilla por una mala decisión en el Proyecto Arcadia. Incluso antes de que fuera repescado del geiser y extraído medio cocido por la Brigada Crisantemo, empleada específicamente para llevar a cabo tales tareas, Mikal Margolis se había apoderado de su número, su nombre, su trabajo, su escritorio, su despacho, su apartamento, su vida y su alma. El riesgo de abordar de un modo tan directo al Director/Gerente de Proyectos y Desarrollos del Cuarto de Esfera Noroccidental era grande: las probabilidades de ser reconocido eran casi del cien por cien, pero Mikal Margolis no estaba dispuesto a invertir varios años y perder una sustanciosa suma de dinero negro para abrirse paso a través de ayudantes personales, subgerentes subalternos, organizadores de sector, analistas subalternos de sistemas, directores de venta, directores financieros (jóvenes y veteranos), directores de área, directores de división, directores de proyectos, subgerentes y gerentes de personal de los directores de proyectos. La información que contenía su cilindro de documentos era importante.
Fue así como un martes por la mañana, aproximadamente a las 10:15, que era la mañana que mejor contribuía a la paz de espíritu del hombre de negocios, según sostenía Lemuel Hastylleros en los dos volúmenes de su Psicología de las prácticas empresariales, publicados por Ree & Ree, Mikal Margolis se enderezó la corbata de papel y llamó a la puerta del Director/Gerente de Proyectos y Desarrollos del Cuarto de Esfera Noroccidental.
—Pase —le ordenó el Director/Gerente de Proyectos y Desarrollos del Cuarto de Esfera Noroccidental.
Mikal Margolis entró, hizo una amable reverencia y con voz clara aunque no demasiado alta, anunció:
—Los informes mineralógicos sobre el Proyecto Camino Desolación.
Ocupado con la terminal de su ordenador, el Director/Gerente de Proyectos y Desarrollos del Cuarto de Esfera Noroccidental le volvía la espalda.
—No recuerdo ningún Proyecto Camino Desolación —repuso el Director/Gerente de Proyectos y Desarrollos del Cuarto de Esfera Noroccidental.
De repente, Mikal Margolis sintió la boca seca como lengua de loro. Aquella voz le resultaba extrañamente familiar.
—El Proyecto Camino Desolación, señor; el proyecto para la extracción de minerales y arena. Los estudios de viabilidad que pidió el consejo de planificación.
El engaño era tan enorme que debía tener éxito de puro audaz. Mikal Margolis tenía la certeza de que el Director/Gerente de Proyectos y Desarrollos del Cuarto de Esfera Noroccidental no conocía la cara y el nombre de cada empleado de su división. También tenía la certeza de que el Director/Gerente de Proyectos y Desarrollos del Cuarto de Esfera Noroccidental estaba tan ocupado que no había manera de que se acordara de todas sus decisiones.
—Deme más datos que me refresquen la memoria. Comenzaba a picar.
—Se descubrió que las arenas rojas de la región que rodea el asentamiento aislado de Camino Desolación contienen un nivel extraordinariamente elevado de óxidos de hierro; de hecho, la arena es prácticamente pura herrumbre. El objetivo del proyecto era estudiar los medios de explotar este recurso mediante la actuación bacteriológica sobre las arenas herrumbradas para que fuera así más fácil procesarlas. Está todo descrito en este informe, señor.
—Muy interesante, señor Margolis.
El corazón de Mikal Margolis dejó de latir durante un momento peligrosamente largo. El Director/Gerente de Proyectos y Desarrollos del Cuarto de Esfera Noroccidental se volvió y lo miró de frente. Al principio, Mikal Margolis no reconoció al elegante joven, de aspecto tranquilo, poderoso y peligroso; al menos no le recordaba en nada al niño regordete y llorón que él había conocido.
—Santo Dios. Johnny Stalin.
—Accionista 703286543.
Mikal Margolis esperó a que llegara la policía de la Compañía. Esperó, esperó y esperó. Finalmente, dijo:
—Y bien, ¿no va a llamarlos?
—No hará falta. Veamos sus archivos.
—¿Qué pasa con mis archivos?
—Quiero verlos. Si merecen la pena arriesgarse a salir de detrás de los muros para representar esta charada… Lo sé todo sobre usted, señor Margolis, todo, por lo tanto, ha de valer la pena verlos.
—Pero…
—Pero es usted un asesino convicto y un Autónomo… Señor Margolis, mi padre era un idiota y si yo me hubiera quedado en Camino Desolación, ahora sería un pobre granjero cualquiera y no un emprendedor hombre de negocios. Lo que le haya usted hecho a mi familia en el pasado, pasado está. Y ahora, enséñeme esos archivos. Supongo que habrá realizado un estudio completo de los aspectos mineralógico, químico, biológico, así como de los costos para sustentar todo esto.
Mikal Margolis rebuscó en el interior del maletín robado y desplegó los papeles sobre el escritorio del Director/Gerente de Proyectos y Desarrollos del Cuarto de Esfera Noroccidental. Sujetó las esquinas con pequeños pisapapeles en forma de muchachos desnudos, tendidos de espaldas, con las piernas en el aire.