Desde que el fantasma de su padre le había confesado que era una criatura suplantada, Arnie Tenebrae se había negado a vivir bajo el mismo techo que sus padres, vivos o muertos. Si era una Mándela, viviría como una Mándela en la casa de los Mándela. Encontró al abuelo Harán dormido en el porche entre sus plantones (porque últimamente había desarrollado una pasión por la jardinería, en parte, quizá, debido a su frustrada paternidad). Tenía la boca abierta y roncaba. Arnie Tenebrae lanzó una guindilla en la boca abierta, y cuando el picor y la furia se hubieron disipado, hizo una reverencia y dijo:
—Señor Mándela, soy Arnie, su hija.
Así fue como abandonó la casa de los Tenebrae, se cobijó bajo el techo de la familia Mándela y se cambió el nombre, aunque todo el mundo siguió llamándola pequeña Arnie Tenebrae, como había hecho siempre. Detestaba que la llamasen pequeña Arnie Tenebrae. Tenía nueve años y era dueña de su propio destino, tal como lo probaban sus familias de adopción, y por lo tanto debían tomarla en serio. ¿Acaso no había provocado el mayor escándalo de Camino Desolación desde el asesinato de su padre, que tuvo como resultado el que su propia madre viviera prácticamente como una paria sin que nadie le dirigiera la palabra, excepto los Stalin, y aun entonces, cuando lo hacían sólo era para mofarse de ella y acusarla? Era una persona de una cierta importancia y detestaba a cuantos se reían de sus vanidades.
—Ya verán —le decía a su espejo—. Mándela o Tenebrae, haré que mi nombre resuene hasta en los cielos. Soy una persona distinguida, lo soy.
Camino Desolación era un pueblo sin distinción ni nombres que resonaran en el cielo.
Se limitaba a ser, su conformismo enfurecía a Arnie Tenebrae y no se resignaba. Camino Desolación la aburría. Sus padres adoptivos la aburrían. Detestaba sus pequeñas atenciones; sus abrumadoras amabilidades la humillaban.
—Me marcharé de aquí —le confiaba a su imagen—. Igual que Limaal, que se ha hecho famoso en Belladonna, o como Taasmin; ella tuvo fuerzas para romper el molde de la sociedad y vivir entre las rocas como un hiracoideo, ¿por qué no puedo hacerlo yo?
Rehuía a la gente, incluso a sus padres, excesivamente cariñosos, porque sabía que la gente la tenía por una vividora que jugaba con las fantasías y el cariño de unos viejos.
Logró encontrar la forma de entrar en la casa del doctor Alimantando, donde pasaba largas horas de dichosa soledad leyendo sus libros y especulaciones sobre el tiempo y la temporalidad, en la intimidad de la abandonada sala meteorológica. Lejos, lejos, lejos, todas las personas interesantes y aventureras se habían marchado lejos de Camino Desolación; ¿qué pasaría con Arnie Tenebrae?
Un día divisó unas olas de polvo que avanzaban por los llanos desérticos, e incluso antes de que se transformaran en una docena de hombres y mujeres armados con ACM, ataviados con trajes de combate montados en triciclos todo terreno, supo que la salvación atravesaba el desierto para ir a buscarla.
Al principio, temía espantar esa salvación como si fuera una avecilla nerviosa, de modo que se mantuvo al fondo del gentío cuando los soldados armados leyeron la proclama en la que anunciaban que representaban al Cuerpo de la Verdad del Cuarto de Esfera Noroccidental del Ejército de la Tierra Entera y que el pueblo se encontraba bajo su ocupación temporal. Mantuvo su silencio cuando los soldados explicaron los objetivos declarados del Ejército de la Tierra Entera: el cierre del mundo a futuras inmigraciones, la transferencia del control del equipo de mantenimiento ambiental de ROTECH a las autoridades planetarias, la delegación a cada continente de un parlamento autónomo regional, la promoción de una cultura planetaria genuinamente indígena, sin contaminaciones por parte de la escoria y la degeneración del Mundomadre, y la destrucción de las empresas transplanetarias cuya codiciosa corrupción estaba dejando a la tierra sin recursos. No se unió a la protesta generalizada cuando Dominic Frontera y tres empleados de los Ferrocarriles Belén Ares fueron detenidos y puestos bajo arresto domiciliario mientras durara la ocupación, y tampoco estuvo presente cuando Ruthie Frontera, desolada y con el rostro bañado en lágrimas, se arrastró por la tierra delante de la casa donde habían encerrado a los prisioneros.
Más bien se ocultó bajo la sombra de un magnolio y observó como los guerrilleros entraban en la casa del doctor Alimantando y le hacían no sé qué cosas a la torre de microondas. Vio el logotipo de las cajas del equipo de radio y, de pronto, tuvo claro el motivo de la ocupación.
—Radio Todo Swing —murmuró para sí, siguiendo con el dedo las palabras escritas en las cajas—. Radio Todo Swing.
Radio Todo Swing era música de vampiros. En algunas ciudades, si te pescaban escuchando Radio Todo Swing te hacían pagar una multa, prestar cincuenta días de servicios a la comunidad, te confiscaban la radio e incluso llegaban a azotarte en público.
Era la música de los subversivos, de los terroristas, de los anarquistas que vagaban por los lugares vacíos del mundo en sus triciclos todo terreno en busca de torres de microondas a las cuales conectar sus transmisores ilegales, para transmitir su terrible música subversiva y anárquica a los jóvenes de los callejones sin salida, los gimnasios vacíos, los asientos traseros de los rikshas, los bares clausurados, las cooperativas cerradas y a la pequeña Arnie Tenebrae/Mandela, que escuchaba el Gran Sonido de la Nueva Música debajo de las mantas a las dos menos dos de la madrugada. Era la mejor música del mundo, te quemaba los pies, amigo, te daba ganas de bailar, amigo, hacía que las chicas se subieran las faldas o se arremangaran los monos y bailaran y que los chicos dieran volteretas y saltos mortales y giraran como trompos en el suelo, sobre el cemento o la tierra batida: la música atrevida, la música mala de sótano de Dharamjit Singh y Hamilton Bohannon, Buddy Mercx y el mismísimo Rey del Swing, el Hombre Salido de la Urdimbre del Tiempo: Glen Miller y su Orquesta. Era la música de sótano de las bodegas llenas de humo, sepultadas en lo profundo de Belladonna y en los estudios de grabación clandestinos con nombres como Patrulla Americana, Perro Amarillo y Pasta Cansa: era la música que escandalizaba a tu madre, era Radio Todo Swing, y era ilegal.
Ilegal porque era propaganda aunque no llevase ningún mensaje político. Era la subversión a través de la alegría. Era el mejor trabajo de relaciones públicas en la historia de la profesión y su éxito podía medirse por el hecho de que cada día, medio millón de chicos silbaban la famosa música de su sintonía, y otros tantos padres descubrían la misma melodía en sus labios sin saber qué era. Desde los arrozales de Gran Oxo hasta las torres de Sabiduría, desde las favelas de Rijador hasta las granjas de ganado de Laanamagong, cuando se acercaban las veinte horas, los jóvenes sintonizaban sus diales en Di ver 881, y esa noche, la música de su sintonía atronaría a lo largo y a lo ancho del globo desde Camino Desolación.
—Diver 881 —dijo Arnie Tenebrae—. Aquí, en Camino Desolación. Era como si Dios hubiese enviado sus santísimos ángeles a que bailaran y cantaran sólo para ella.
—¡Ey! —Una joven corpulenta agitó ante ella su Arma de Combate Multiuso—. Niña, no toques el material.
Arnie Tenebrae corrió otra vez a su escondite debajo del magnolio y observó como trabajaban los soldados hasta la hora de la cena. Esa noche, a las dos menos dos, escuchó Radio Todo Swing bajo las mantas para que sus padres adoptivos no se enteraran. Las lágrimas de frustración le bañaban las mejillas mientras sonaba aquella música enloquecida y maligna.
Un tal ingeniero Chandrasekahr, granjero de Gran Oxo, no mucho mayor que ella, le sonrió a la mañana siguiente mientras arrancaba zanahorias en el huerto. Arnie Tenebrae le devolvió la sonrisa y se agachó más para dejarle ver hasta el fondo por la pechera de su mono. Esa tarde, el ingeniero Chandrasekahr se le acercó para conversar e intentó tocarla, pero Arnie Tenebrae se asustó de las fuerzas que había desatado en el joven soldado y rechazó sus avances juguetones. Pero esa noche, fue a la cabaña de madera del Cuerpo de la Verdad, utilizado como estudio de emisión, y preguntó por el subteniente Chandrasekahr. Cuando el muchacho se acercó a la puerta, Arnie Tenebrae le sonrió mostrándole sus blanquísimos dientes y se desabrochó la blusa para exhibir sus orgullosos pechos de nueve años, que brillaban como los domos de un templo bajo la luz matinal.
Más tarde, yacieron bajo los haces de luz que se colaban por los postigos. Arnie Tenebrae encendió la radio y le pidió:
—Llévame contigo.
El pie del ingeniero Chandrasekahr marcaba maquinalmente el ritmo de la música swing.
—No es tan sencillo.
—Sí que lo es. Dentro de unos días os marcharéis a otra estación retransmisora.
Llévame contigo y ya está.
—Somos una unidad secreta que tiene una gran movilidad, no podemos llevarnos a todo aquel que quiera unirse a nosotros. Nos exiges demasiada confianza.
—Acabo de darte la mayor confianza que una mujer puede dar. ¿No puedes tú devolverme un poco a cambio?
—¿Qué me dices de tu compromiso ideológico?
—¿Te refieres a todo eso de «cerrar los cielos»? Conozco los hechos. Escucha. —Arnie Tenebrae se sentó y dominó al ingeniero Chandrasekahr con su cuerpo veteado de luz mientras iba contando ideologías con sus dedos pegajosos—. Es así, ¿no? En una Nave Planeadora Praesidium caben un millón y medio de colonos; cuando vienen a nuestra tierra ha de haber casas, granjas, comida, agua y trabajo para ellos. Y si cada año llegan diez vehículos así, tenemos quince millones de personas, que representarían cinco ciudades del tamaño de Meridiana por año. Si este ritmo se mantiene durante cien años, tendríamos trescientas ciudades, mil Naves Planeadoras, mil quinientos millones de personas, ¿y de dónde vamos a sacar comida, agua, trabajo, casas, fábricas y granjas para tanta gente? Es lo que trata de hacer el Ejército de la Tierra Entera, que la tierra sea para su gente, alejar a los codiciosos que quieren quitarnos nuestro precioso mundo y llenarlo con sus horribles cuerpos. ¿No es así?
—Es simplificarlo bastante.
—Pero me conozco los principios. ¿Estoy admitida?
—No…
Arnie Tenebrae chilló llena de frustración y mordió al ingeniero Chandrasekahr en el pecho. El abuelo Harán golpeó la pared y le pidió a gritos que bajara un poco el volumen de la radio.
—¡Quiero que me admitáis!
—No depende de mí.
—Puedo hacer para vosotros cosas increíbles.
—Ya lo has hecho, mi huesito de cereza.
—No me refiero a eso. Me refiero a las armas, a cosas que os harían imbatibles. Verás, hace muchos años aquí vivía un anciano. Inventó este lugar y la leyenda cuenta que conoció a un hombre verde y se marchó a viajar con él por el tiempo, aunque no sé muy bien cómo acaba esa parte. Pero su casa está ahí, donde tenéis los transmisores, y está llena de ideas para hacer cosas increíbles.
—¿Como qué?
—Como lanzadores sónicos, inductores de campo electromagnético-gravitatorio que podéis usar para el ataque o la defensa, incluso para eliminar la gravedad en distancias cortas; o bien campos dispersores de luz que te permiten volverte casi invisible…
—Santo Dios.
—Sé que todo eso está ahí, lo he visto. Bien, hagamos un trato. Si queréis todo eso, tendréis que llevarme con vosotros. ¿Me aceptáis o no?
—Nos marchamos mañana al amanecer. Si quieres venir, preséntate a esa hora.
—Puedes apostar lo que quieras a que estaré. Venga, vístete y dile a tu jefe que Arnie Mándela irá con vosotros.
Arnie Tenebrae creía que por las cosas debía pagar solamente el valor que para ella tenían. Fue por eso por lo que la extraña molestia que notó entre los muslos le pareció un precio razonable para poder sentarse detrás del ingeniero Chandrasekahr en su triciclo todo terreno cuando, acelerando sus vehículos y con los motores rugiendo, el Cuerpo de la Verdad se internó en el fulgor del amanecer. Se aferró al ingeniero Chandrasekahr, sintió como el viento del desierto le quemaba las mejillas e intentaba arrancarle el tubo de documentos enrollados que llevaba colgado al hombro.
«No, no —le dijo al viento—, eso es mío. Con estos documentos haré que mi nombre resuene hasta en los cielos». Bajó la mirada, vio el distintivo del Ejército de la Tierra Entera prendido en su mono caqui y sintió que el fulgor de la emoción la recorría por dentro.
Él horizonte se ocultaba bajo el sol y el mundo se inundó de luz y de formas. Arnie Tenebrae se volvió para contemplar Camino Desolación, una mezcla de tonos ambarinos, rojos y plateados brillantes. No había nada que pudiera parecerse más a un agujero insignificante y embrutecedor, y cuando se dio cuenta de que se alejaba de él, Arnie Tenebrae experimentó una alegría profunda y desbocada. Había atrapado al pájaro de la salvación, le había cantado, lo había amansado y después, le había retorcido el pescuezo. Y ante ella estaba la consumación: iba saltando hacia el exilio en la parte trasera de un triciclo todo terreno rebelde en compañía de los románticos revolucionarios.
Aquélla fue la cima de la vida insignificante y embrutecida de Arnie Tenebrae.