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Limaal y Taasmin Mándela, Johnny Stalin y Arnie Tenebrae, que seis días antes había cumplido los dos años, se encontraban en lo alto de Punta Desolación, haciendo cometas de papel y lanzándolas por el borde de los acantilados cuando llegó La Mano. Al principio, no supieron que se trataba de La Mano. Taasmin Mándela, que tenía mejor vista que todos los demás, creyó que era un espejismo, producto del calor, como las brumosas corrientes térmicas que remontaban las cometas de papel haciéndoles describir espirales entre las pesadas nubes grises. Pero luego, todos se percataron de aquella cosa y se quedaron azorados.

—Es un hombre —dijo Limaal Mándela, que apenas alcanzaba a distinguir su forma.

—Es un hombre de luz —sugirió Taasmin Mándela al notar que la figura brillaba con más fuerza que el sol, oculto tras las nubes.

—Es un ángel —dijo Johnny Stalin al ver las dos alas rojas plegadas sobre su espalda.

—¡Es algo mucho, pero mucho mejor! —chilló Arnie Tenebrae.

Entonces, los niños miraron y no vieron aquello que querían ver, sino lo que estaba allí deseando ser visto: un hombre alto y delgado, con un traje blanco de cuello vuelto sobre el que se proyectaban películas móviles de pájaros, animales, plantas y curiosas combinaciones, y las alas que llevaba en la espalda no eran alas sino una enorme guitarra roja colgada en bandolera.

Los niños corrieron al encuentro del forastero.

—Hola, soy Limaal y ésta es Taasmin, mi hermana —se presentó LiMándela—. Y éste es nuestro amigo Johnny Stalin.

—¡Y yo soy Arnie Tenebrae! —exclamó la pequeña Arnie Tenebrae dando brincos de emoción.

—A nosotros nos llaman La Mano —dijo el forastero. Tenía una voz rara, como si hablara desde el fondo de un sueño—. ¿Dónde estamos?

—¡En Camino Desolación! —respondieron los niños a coro—. Anda, vamos.

Dos de ellos lo cogieron de las manos, uno se puso delante y otro detrás, y todos juntos subieron al galope por los acantilados y recorrieron los callejones cubiertos de árboles de Camino Desolación hasta el BAR/HOTEL, porque aquél era el lugar al que todos los forasteros iban a parar.

—Mirad lo que hemos encontrado —anunciaron los niños.

—Se llama La Mano —chilló Arnie Tenebrae.

—Ha atravesado todo el Gran Desierto —dijo Limaal.

Un murmullo cavernoso recorrió a la clientela, porque el doctor Alimantando (perdido en el tiempo en busca de un legendario hombre verde, Dios se apiade de su locura) había sido el único capaz de atravesar todo el Gran Desierto.

—Entonces le apetecerá algo de beber —dijo Rael Mándela, y con un ademán le ordenó a Persis Jirones que sirviera un vaso de cerveza de maíz fría.

—Gracias, muy amable —dijo La Mano con su extraña voz lejana. La oferta de aceptación fue hecha y recibida—. ¿Nos podemos quitar las botas? El Gran Desierto destroza los pies.

Se descolgó la guitarra, se sentó a una mesa y el fulgor de su traje-película proyectaba extrañas sombras sobre sus facciones de tiburón. Los niños se sentaron alrededor y esperaron a que les elogiaran el hallazgo. El hombre llamado La Mano se quitó las botas y todos lanzaron un grito de consternación.

Tenía los pies delgados y delicados como las manos de las damas, los dedos eran largos y flexibles y las rodillas, las rodillas se le doblaban hacia atrás y hacia adelante, como las de los pajaritos.

Entonces, Persis Jirones habló y la tormenta se calmó.

—Oiga, ¿por qué no interpreta algo con la guitarra?

Los ojos de La Mano buscaron entre las sombras, detrás de la barra, a quien esta petición le hacía. Se puso de pie e hizo una compleja reverencia, imposible para nadie que no fuese tan flexible. Sobre su traje-película pasaron imágenes temporales de flores que se abrían.

—En vista de que lo ha pedido la señora, creo que tocaremos algo.

Cogió la guitarra y arrancó un tono armónico. Luego posó sus largos y delgados dedos sobre las cuerdas y el aire se llenó de un enjambre de notas.

En el BAR/HOTEL jamás se había interpretado una música como aquélla. Era una música que encontraba notas en las mesas, las sillas, los espejos y las paredes; hallaba melodías en el dormitorio, en la cocina, la bodega y el retrete; arrancaba tonadas de los lugares donde habían permanecido ocultas durante años sin que nadie las descubriera, las encontraba, las recogía y las incorporaba a la totalidad. Eran melodías que hacían zapatear, melodías que incitaban al baile. Melodías que saltaban sobre las mesas, que hacían vibrar la cristalería. Eran melodías que hacían sonreír, o llorar, o que provocaban deliciosos escalofríos que recorrían la espalda. Se oyó la música grandiosa y antigua del desierto y la música ligera y alegre del cielo. Y la música del fuego danzarín y el infinito silbido de las estrellas lejanas, y la de la diversión, la magia, el duelo y la locura; música que saltaba, que lloraba, que reía, que amaba, que vivía, que moría.

Cuando concluyó, nadie pudo creer que había terminado. Nadie podía creer que un solo hombre, con una guitarra en el regazo, hubiera podido interpretar una música tan poderosa. Una quietud resonante llenó el aire. La Mano flexionó los extraños dedos de manos y pies. En su traje-película brillaron con tonos purpúreos y rojizos las puestas de sol del desierto.

Entonces, Ed Gallacelli gritó:

—Eh, amigo, ¿de dónde viene usted?

Nadie había oído entrar al señor Jericó. Nadie lo había visto sentarse en la barra. Nadie se había percatado siquiera de su presencia hasta que dijo:

—Os diré de dónde viene —y señalando hacia el techo, añadió—: ¿Me equivoco?

La Mano se puso en pie, tenso y aguzado.

—De Afuera, ¿verdad? —El señor Jericó insistió en su razonamiento—. Y se nace con unos pies así para poder utilizarlos en plena gravedad, ¿no? ¿Y con manos extra? Y el traje-película, es una herramienta universal del personal orbital de ROTECH para repasar la información visual de un solo vistazo. Imagino que ante la ausencia de datos, proyecta señales de ajuste al azar, ¿me equivoco?

La Mano no dijo ni sí ni no. El señor Jericó prosiguió.

—¿Qué estás haciendo aquí, pues? Las órdenes de exclusión prohíben que los humanos adaptados al espacio bajen a la superficie salvo que cuenten con un permiso.

¿Tienes un permiso?

El hombre llamado La Mano se puso tenso, se escudó detrás de la guitarra roja, listo para huir.

—Tal vez deberías hablar con nuestro supervisor de distrito, el mayor Dominic Frontera. Él puede pedirle a los muchachos de la ROTECH de Montechina que te investiguen.

Ni siquiera la prodigiosa experiencia de los Antepasados Exaltados del señor Jericó pudo haberlo preparado para lo que La Mano hizo después. Un cable vociferante de la roja guitarra se enroscó al mundo y destrozó las mentes con dientes de cromo. Protegido por el grito de la guitarra, La Mano desapareció llevándose a los niños.