La devanadora de tiempo Alimantando Punto Uno era muy parecida a una máquina de coser pequeña enredada en una telaraña. Descansaba sobre la mesa del desayuno del doctor Alimantando a la espera de la aprobación de su diseñador.
—Vaya trabajo nos ha dado construirla —dijo Ed Gallacelli.
—Gran parte del tiempo ni siquiera sabíamos lo que estábamos haciendo —comentó Rajandra Das—. Pero ahí la tenéis.
—Básicamente se trata de dos generadores de campe unificados y sincronizados que funcionan en tándem pero con control de fase variable —explicó el señor Jericó—, y así se crea una diferencia temporal entre los dos campos desfasados.
—Ya sé cómo funciona —dijo el doctor Alimantando—. La he diseñado yo, ¿no? —Estudió la máquina del tiempo con creciente deleite—. Se nota que nos ha dado trabajo.
No veo la hora de probarla.
—¿Quieres decir que tú mismo vas a usar esa cosa?
—¿Acaso podría pedírselo a algún otro? Por supuesto que sí, y tan pronto como me sea posible. Creo que después de almorzar.
—Un momento —dijo el señor Jericó—. ¿Vas a hacer lo que estoy pensando que vas a hacer, o sea…?
—¿Irme al pasado y cambiar la historia? Por supuesto que sí. —El doctor Alimantando hizo girar unos cuantos botones y mandos de ajuste y la devanadora de tiempo lo recompensó con un potente murmullo—. No es más que la historia, y cuando la haya cambiado, todo lo demás cambiará con ella, de modo que nadie lo sabrá nunca. Y mucho menos la gente de Camino Desolación.
—Dios mío.
Ed Gallacelli fue quien pronunció esas palabras.
—Es más o menos el efecto que pretendo obtener —dijo el doctor Alimantando. Había logrado que la devanadora de tiempo quedara encerrada en una burbuja brillante y azul—. Evidentemente, existen ciertas paradojas temporales que hay que resolver, pero creo que lo tengo todo previsto. La principal paradoja es que si tengo éxito, entonces, el propósito de mi viaje en el tiempo queda anulado; ya veréis a qué me refiero, todo comenzará a dar vueltas, pero creo que debería desaparecer de Camino Desolación y no volver; surgirá otra excusa para mi desaparición, algo que tenga que ver con el viaje por el tiempo, probablemente. Estas cosas convergen. Además, se producirá una gran fuga intertemporal; no dejéis que eso os preocupe, en el momento de la ruptura se producirán muchos ecos de resonancia temporales alrededor de los nódulos de importancia y tal vez encontréis trozos de historias alternativas; esos viejos universos paralelos, se superpondrán sobre éste, de modo que preparaos para presenciar el pequeño y extraño milagro. Esto de manipular la historia tiende a producir muchas repercusiones.
Mientras hablaba, sus hábiles dedos habían descubierto la sintonización deseada en los controles de transferencia del tiempo. Se apartó de la devanadora; la máquina lanzó un suspiro, se estremeció y desapareció en una serie de borrosas imágenes secundarias.
—¿Adonde ha ido? —preguntaron Rajandra Das y Ed Gallacelli.
—Al futuro, a tres horas de este momento —respondió el doctor Alimantando—. La recogeré más o menos a la hora del almuerzo. Señores, han visto con sus propios ojos que viajar en el tiempo es una posibilidad práctica. A las trece y veinte os espero aquí para que me ayudéis a efectuar el primer viaje tripulado en el tiempo de la historia.
Mientras comía puerros y queso, el doctor Alimantando planeó cómo cambiaría la historia. Pensó que podía empezar con la órfica que lo obligó a quedarse en el oasis. A partir de ahí, el tiempo y el espacio eran suyos para poder vagar en ellos. En una sola noche podía transcurrir toda una vida para salvar a su pueblo. Sería una vida bien empleada. Se dirigió a una alacena especial de la cocina y la abrió. En su interior guardaba su traje de viajero del tiempo aficionado. Había dedicado cinco años y gran parte de sus ahorros depositados en el Banco de Deuteronomio para construirlo. Al principio se había tratado de un capricho, del tipo de afición que los hombres suelen desarrollar como prueba de la consecución última de sus sueños imposibles, pero después, a medida que las piezas comenzaron a llegar a través de las empresas de Pedidos Postales de Meridiana, el capricho había arrastrado tras de sí al sueño hasta llevarlo a ese punto, dispuesto a viajar por épocas y lugares de un modo en que nadie lo había hecho jamás.
El doctor Alimantando le sonreía a cada uno de los elementos mientras los iba ordenando.
Una tienda plegable de supervivencia para una persona, de fabricación militar, con juntas de doble sello y base de una pieza.
Un saco de dormir estilo momia, de fabricación militar.
Un traje aislante de plástico transparente, completo con casco burbuja y máscara de oxígeno.
Dos mudas de ropa interior limpia, una larga para el frío. Calcetines.
Una muda completa de ropa.
Una cocina de campaña, de fabricación militar, abatible, adaptada para funcionar con su suministro portátil de energía.
Raciones comprimidas para casos desesperados.
Quinientos dólares en metálico.
Sombrero para el sol y dos tubos de protector solar.
Bolsa con jabón, esponja y toalla.
Cepillo de dientes y dentífrico (menta).
Botiquín de primeros auxilios con: antihistamínicos, morfina y antibióticos de tipo general.
Para usar con lo anterior, un termo de peltre con brandy de Belladonna.
Un par de gafas de sol, un par de gafas para la arena.
Una bufanda de seda pura: con dibujos indostánicos azules.
Un transmisor-receptor portátil de onda corta.
Brújula, sextante y dirección inercial, junto con mapas del Servicio de Estudios Geológicos que le permitirían encontrar su posición sobre la superficie del planeta al salir de los campos de flujo.
Un juego de pequeñas herramientas, pegamento y parches de vinilo para el traje de presión y la tienda.
Un paquete de tabletas para esterilizar el agua.
Una cámara, tres lentes y doce carretes surtidos de película autorrevelable.
Cinco libretas encuadernadas en cuero y un bolígrafo de duración eterna garantizada.
Un dosímetro de ionización ajustable a la muñeca.
Seis tabletas de chocolate para emergencias.
Un cuchillo de las Fuerzas de Defensa, con una hoja para cada día del año y una lata con cerillas secas.
Bengalas de emergencia.
Un ejemplar de las Obras Completas de Vigilante Ree.
Una unidad portátil de potencia muónica transestable con sifón multicarga para recargar desde cualquier fuente de energía; fabricación casera.
Un poco alejado de todo lo anterior, un lanzataquiones portátil, de fabricación casera, más o menos del mismo tamaño y forma que un paraguas plegable, con potencia suficiente como para vaporizar un pequeño rascacielos.
Una mochila grande, de fabricación militar, para transportarlo todo.
El doctor Alimantando comenzó a guardar el equipo. Una vez doblado, cada elemento ocupaba un espacio notablemente reducido. Echó un vistazo a su reloj. Ya eran casi las trece horas. Se dirigió a la mesa de la cocina y contó los segundos por el reloj de pared.
—Ahora.
Señaló la mesa. En una cascada de imágenes múltiples, la devanadora de tiempo llegó del pasado. La levantó y la guardó junto con el equipo de viajero del tiempo. Luego fue a cambiarse y a ponerse sus adoradas y viejas ropas del desierto, y mientras pugnaba por enfundarse su largo abrigo gris inventó ochocientas seis razones para no emprender el viaje.
Ochocientos seis pros y un solo contra. No le quedaba más remedio que ir. Se ató la pesada mochila y se ajustó los nonios de control a la muñeca. Entraron el señor Jericó, Rajandra Das y Ed Gallacelli, dispuestos como sólo podía estarlo el señor Jericó.
—¿Preparado? —inquirió el señor Jericó.
—No sé cuan preparado se puede estar para algo así. Escuchadme, si lo logro, vosotros no os enteraréis, ¿entendido?
—Entendido.
—Debido a la naturaleza de la cronodinámica, habré cambiado toda la historia y vosotros jamás sabréis que estuvisteis en peligro porque ese peligro no habrá existido nunca. Desde un punto de vista objetivo, mi punto de vista, porque no estaré sujeto al tiempo, el universo, o mejor dicho, esta línea de universo subjetiva se desplazará hacia una nueva línea de universo. Si puedo, procuraré dejar una nota sobre lo que he hecho en algún punto del pasado.
—Hablas demasiado, doc —le dijo Rajandra Das—. Adelante y acaba de una vez. No querrás llegar tarde.
El doctor Alimantando sonrió. Se despidió de ellos de uno en uno y les entregó una tableta de su chocolate para emergencias. Les advirtió que se lo comieran pronto, antes de que alguna anomalía transtemporal increara aquel momento. Después, giró unos cuantos mandos de los controles que llevaba en la muñeca. La devanadora de tiempo comenzó a murmurar.
—Una última cosa. Si lo logro, no volveré. Allá fuera hay muchas cosas que deseo ver.
Pero tal vez os visite de vez en cuando, de modo que estad atentos y tened siempre una silla vacía para mí.
Dirigiéndose al señor Jericó, le dijo:
—Supe quién eras desde el principio. No era para mí ningún enigma, el pasado nunca lo ha sido, aunque esté obsesionado con él. Tiene gracia. Cuida a mi gente por mí. Bien.
Es hora de partir.
Pulsó el botón rojo del control que llevaba en la muñeca. Se oyó un chillido del torturado espectro continuo, siguió un rastro borroso de imágenes secundarias con la forma de Alimantando y despareció.
La víspera del martes de Cometas todos tuvieron el mismo sueño. Soñaron que un terremoto sacudía el pueblo con tanta fuerza que un segundo pueblo salía a los bandazos de paredes y suelos, como la doble imagen que suele verse cuando no se logra centrar bien la vista por la mañana al levantarse de la cama. El pueblo fantasma, completo con su compañía de habitantes fantasma (que se parecían tanto a los ciudadanos verdaderos que apenas se los podía distinguir) se separó de Camino Desolación como la cuajada del suero de la leche y comenzó a alejarse, a la deriva, en una dirección que nadie podía precisar.
—¡Ey! —gritó la gente en su sueño—. ¡Devolvednos nuestros fantasmas!
Pues los fantasmas forman parte de una comunidad del mismo modo que su fontanería o su biblioteca, porque ¿cómo puede una comunidad vivir sin sus recuerdos? Se produjo entonces un seísmo que sacudió momentáneamente a cada durmiente interrumpiendo sus movimientos rápidos de ojos. No podías saber que habían muerto en ese instante para renacer a una nueva vida. Pero cuando volvieron al refugio de sus sueños, comprobaron que se había producido una sutil revolución. Se habían convertido en los fantasmas reales, sólidos, los fantasmas de carne y hueso y el pueblo que se alejaba a la deriva en una dirección incomprensible era el Camino Desolación que ellos habían construido y amado.
Dominic Frontera despertó de su sueño, advertido por la llamada de alarma de su comunicador. Se frotó los ojos para espabilarse y quitarse de la retina la imagen de Ruthie Monteazul.
—Frontera.
—Asro Omelianchik. —Su oficial jefe. Una mujer dura como una zorra—. Se ha desatado el infierno; los muchachos que están en órbita han captado una enorme irrupción de energía probabilística que se centra a cinco, quince y dieciocho años hacia el pasado con cronoecos que resuenan por toda la línea del tiempo.
—Ah.
—¡Maldita sea, hombre, alguien está jugando con el tiempo! Los muchachos que están en órbita dicen que hay más del noventa por ciento de probabilidades de que nuestro universo sea lanzado a una línea del tiempo diferente; ¡sea lo que sea, cambiará el curso de la historia, de toda la historia del mundo, maldita sea!
—No lo entiendo bien… ¿y qué tiene que ver conmigo?
—¡Maldición que viene de tu zona! ¡Alguien que está a cinco años de vosotros está liándolo todo con un derivador cronocinético no patentado! ¡Hemos rastreado la red de probabilidades y nos conduce a vosotros!
—¡Niño de la gracia! —exclamó Dominic Frontera despertándose de repente—. ¡Ya sé quién es!
Después, volvió a dormirse y a soñar con Ruthie Monteazul, como había soñado con ella todas las noches desde… ¿cuándo? ¿Por qué? ¿Por qué la amaba?
El universo había cambiado. Ruthie Monteazul jamás había abierto la flor de su belleza para que Dominic Frontera la contemplara, por lo tanto, éste no tenía motivo alguno para estar en Camino Desolación, pues el pasado había cambiado; no obstante, seguía durmiendo en su habitación del BAR/HOTEL y soñaba con Ruthie Monteazul porque los universos podrán surgir y desaparecer, pero el amor es lo único que perdura, así nos lo enseña el Panarcos de quien emana todo el amor; además, la noche en que transformó el mundo, el doctor Alimantando había predicho que se producirían pequeñas fugas interdimensionales de tipo milagroso.
Por la mañana, llegó el martes de Cometas y todo el mundo despertó, se frotó los ojos para borrar los extraños sueños de la noche anterior y contemplaron la carta de la ciudad, orgullosa en sus paredes, la carta que el doctor Alimantando había firmado con ROTECH hacía tantos años para construir allí un pueblo, la carta de acuerdo con la cual, el cometa que se aproximaba sería vaporizado en la atmósfera superior en lugar de dejarlo caer a la Tierra con su enorme fuerza destructiva, tal como había sido la costumbre de ROTECH.
Todo el mundo agradeció de corazón al doctor Alimantando (dondequiera que se encontrara) por haber hecho que todo cuadrara.
A las catorce menos catorce todo el mundo, sin excepción, subió a la cima de los acantilados, hasta un lugar llamado Punta Desolación; iban equipados con cálidas alfombras y termos de té caliente con brandy de Belladonna y se disponían a presenciar lo que Dominic Frontera les había asegurado que sería el espectáculo de la década.
Según las observaciones que había realizado Ed Gallacelli durante su guardia, el martes de Cometas se había retrasado dos minutos, pero según el reloj de saboneta del señor Jericó el retraso era de sólo cuarenta y ocho segundos. Independientemente de los relojes terrestres, el cometa llegaba cuando llegaba, y apareció con un estruendo sordo que hizo estremecer la roca bajo los pies de los espectadores mientras por encima de sus cabezas, en lo más alto de la ionosfera, unas descargas aurorales fluctuaron insustancialmente; los meteoros cayeron como explosiones de cohetes, mientras que unas capas de purpúreos relámpagos iónicos iluminaron el desierto con su luz fantasmal durante brevísimos segundos.
De repente, el cielo se vio surcado por haces azules que convergieron sobre el cometa aún invisible como los ejes de una rueda. Gritos de asombro colectivo saludaron la escena.
—Haces de partículas —gritó Dominic Frontera esforzándose por hacerse oír por encima de los ruidos celestes—. ¡Miradlos!
Y como si hubiera pronunciado «abracadabra», de repente, una flor luminosa llenó el cielo.
—¡Oooh! —exclamaron todos y parpadearon para apartar las manchas que tenían ante los ojos.
El horizonte se cubrió de un intenso fulgor dorado que fue desapareciendo poco a poco. El relámpago iónico estalló en rayas y cesó; algún meteoro rezagado se consumió hasta desaparecer. El espectáculo había concluido. Todos aplaudieron. A cuarenta kilómetros del suelo, los haces de partículas de ROTECH habían destruido el Cometa 8462M para descomponerlo en trozos de hielo del tamaño y la forma de guisantes congelados, que posteriormente serían transformados en vapor por los torrentes de partículas agonizantes. Durante días y semanas, una suave lluvia de hielo cayó sobre la ionosfera, la troposfera, la tropoausa y la estratosfera y formó una capa de nubes. Pero aquello ya no formaba parte del martes de Cometas.
Cuando la última estrella fugaz hubo desaparecido en el horizonte, Rajandra Das apretó los labios, pensativo, y dijo:
—No ha estado mal. No ha estado nada mal. Si me viera obligado, podría vivir con este recuerdo.
Y ésa es la historia del martes de Cometas.
Y ésta es la historia del martes de Cometas.
En un lugar tan alejado de Camino Desolación y sin embargo tan unido a él como la letra impresa a ambos lados de una página, doscientos cincuenta megatones de hielo sucio, cual antihigiénico sorbete, se abrieron paso por el cielo a cinco kilómetros por segundo y se abalanzaron hacia el Gran Desierto. Veamos pues, aplicando la fórmula de Newton de la energía cinética obtenemos una cifra para la energía liberada por el ejemplo que nos ocupa de 3,126x1016J, suficiente para hacer funcionar una radio de válvulas hasta el fin del universo, o el equivalente en calorías de una pila de chuletas del tamaño del planeta Neptuno; sin duda suficiente para vaporizar instantáneamente al Cometa 8462M y para que ese vapor y el polvo resultantes fueran arrojados a decenas de kilómetros sobre la atmósfera, y para que la onda expansiva, con una velocidad cuatro veces superior a la del sonido, atravesara las rocas del fondo del desierto y las hiciera elevarse en el aire en una enorme ola de arena que hubiera bastado para sepultar Camino Desolación y su cargamento de sueños y risas bajo quince metros de arena. Sin duda, la nube en forma de hongo que la acompañó pudo ser vista por los fantasmas de Camino Desolación desde su exilio en las ciudades de Meridiana y O; sin duda, sintieron los efectos de las lluvias de polvo que cayeron esporádicamente durante un año y un día a partir del martes de Cometas. Pero todo esto ocurrió mucho tiempo atrás, en un sitio muy lejano, de tan poca importancia como un sueño.
Y ésa es la otra historia del martes de Cometas.
¿Quién puede decir cuál es falsa y cuál es verdadera?