13

Rael Mándela temía que sus hijos se criaran como salvajes. Se habían pasado tres años corriendo por el pueblecito de Camino Desolación, inocentes e ignorantes como gallinas. Era el único mundo que conocían, ancho como el cielo, y sin embargo, descrito de forma tan sucinta que un niño hiperactivo de tres años era capaz de recorrerlo en menos de diez minutos. A los gemelos jamás se les había ocurrido pensar que había un mundo y un cielo, e incluso un mundo más allá del cielo, llenos de personas y con una historia. Los trenes que, envueltos en una nube de humo, llegaban y se iban a intervalos peculiares, provenían de alguna parte y se iban a alguna parte, pero el pensar en ese lugar ponía nerviosos e incómodos a los niños. Les gustaba que su mundo fuera pequeño y cómodo como la colcha de una cama. No obstante, Rael Mándela insistía en que aprendieran sobre esos otros mundos. El proceso recibía el nombre de educación, e implicaba sacrificar mañanas enteras que podían utilizarse de modo más provechoso escuchando al doctor Alimantando, que era simpático, pero no era un gran comunicador, o al señor Jericó, que sabía tanto del mundo que daba miedo, o aprendiendo a leer con los libros hermosamente ilustrados de su madre, en los que había historias sobre la época en que ROTECH y Santa Catalina habían construido el mundo.

Limaal y Taasmin siguieron siendo unos salvajes entusiastas. Preferían toda la vida pasarse el día poniendo perdido al gordo de Johnny Stalin con barro, agua y heces y haciendo acrobacias inimitables en los caballetes de las bombas de agua. Sin embargo, Rael Mándela se mostraba inflexible, no quería que, al crecer, sus hijos se convirtieran en unos paletos, esclavos de la pala. Tendrían las cosas que a él le habían sido negadas. El mundo se convertiría en un juguete para ellos. Trató de instilarles la emoción de aprender, pero incluso el Espectáculo de Educación Genética de Corazón de Lothian los había dejado fríos. Hasta el día en que llegó al pueblo la Feria Ambulante y Fantasía Educativa de Adam Black.

La noche que precedió la llegada del gran animador, en el horizonte oriental se habían visto las chispas plateadas y doradas de los fuegos artificiales. En Camino Desolación no quedó duda alguna de que un acontecimiento de gran importancia se acercaba al pueblo.

A la mañana siguiente, un tren no previsto en el horario, entró en la improvisada estación de Camino Desolación; Rajandra Das, jefe de estación no oficial, lo desvió hasta una vía lateral. Ahí se quedó, escupiendo humo y soltando una música inquietante por los altavoces de la locomotora, mientras la gente se reunía a ver qué ocurría.

«Feria Ambulante y Fantasía Educativa de Adam Black», leyó Rajandra Das en el insolente cartel pintado en rojo y dorado fijado en el vagón. Escupió en el polvo. La música seguía sonando. Pasó el tiempo. El aire se tornó más caliente. La gente empezó a cansarse de esperar con ese calor. Genevieve Tenebrae estuvo a punto de desvanecerse.

De repente, se oyeron simultáneamente una fanfarria y una descarga de vapor que a todos hizo dar un brinco.

—¡Señoras y señores, niños y niñas, el increíble y único… Adam Black! —chilló una voz de tonos curiosamente mecánicos.

De los vagones se desplegaron unas escaleras. Apareció un hombre alto, delgado y elegante. Vestía un chaqué negro y pantalones con una raya de oro puro. Una corbata negra de cordón le adornaba el cuello y en la cabeza llevaba un sombrero enorme como una rueda de carro. Tenía un bastón con punta de oro y los ojos le brillaban como el azabache. Y obviamente, tenía un bigotito fino como una línea dibujada a lápiz. Resultaba difícil imaginarse a nadie más parecido a un Adam Black. Después de haberse asegurado de que todos le habían echado una buena mirada, gritó:

—Señoras y señores, tienen ante ustedes al último depositario de la sabiduría humana: la Feria Ambulante y Fantasía Educativa de Adam Black. Historia, arte, ciencias, naturaleza, maravillas de la tierra y del cielo, prodigios de la ciencia y la tecnología, cuentos sobre lugares extraños y tierras lejanas, donde lo milagroso es cosa de cada día.

Vean ustedes con sus propios ojos las poderosas obras de ROTECH, gracias al Opticón Patentado de Adam Black; oigan los cuentos de imaginación y misterio de Adam Black provenientes de los cuatro cuartos del globo; maravíllense con los últimos descubrimientos de la ciencia y la tecnología; asómbrense con el tren, sí, con este tren que tienen aquí delante, que se conduce solo gracias a que posee mente propia; contemplen con ojos como platos los Dumbletonianos, medio hombres, medio máquinas; entérense de los misterios de la física, la química, la filosofía, la teología, el arte y la naturaleza: todo esto puede ser de ustedes, señoras y señores, esta cornucopia de antigua sabiduría será de ustedes por sólo cincuenta centavos, sí, señoras y señores, cincuenta centavos, o su equivalente en especies de su elección. ¡Sí, señoras y señores, niños y niñas, Adam Black les presenta esta Feria Ambulante, esta Fantasía Educativa!

El dandi saltarín dio unos elegantes golpecitos con su bastón en el coche rojo, dorado y verde y la locomotora lanzó cinco volutas de humo, una dentro de la otra, y ejecutó música marcial a un volumen que rompía los tímpanos.

Adam Black abrió las puertas que conducían a su maravilloso país del saber y a punto estuvo de caer tumbado cuando Rael Mándela y los tercos de sus hijos encabezaron el tumulto en pos de la educación. Los misterios de la física, la química, la filosofía, el arte y la naturaleza no llamaron demasiado la atención a Limaal y Taasmin Mándela.

Bostezaron ante los Dumbletonianos, medio hombres, medio máquinas; de puro aburridos no pararon de moverse cuando el tren computadorizado, con mente propia, intentó trabar conversación con ellos; se rieron y hablaron durante todo el tiempo que duró la charla que Adam Black ofreció sobre las maravillas naturales del mundo. Pero las poderosas obras de ROTECH, vistas a través del Opticón Patentado de Adam Black, hicieron que los ojos se les saltaran de las órbitas.

Se sentaron en duras sillas de plástico en uno de los vagones. Limaal notó que si se mecía, la silla chirriaba, y eso fue precisamente lo que hacía cuando la sala quedó repentinamente sumida en una oscuridad negra como la muerte. Se oyeron gritos que provenían de la parte posterior, donde los hermanos Gallacelli estaban sentados detrás de Persis Jirones. Después, una voz anunció: «El espacio: la última frontera», y de repente, el vagón se llenó de luminosas chispas voladoras. Los gemelos intentaron capturarlas con las manos pero las brillantes motas pasaron a través de sus dedos. Una nebulosa espiralada traspasó dando vueltas el pecho de Limaal. Trató de agarrarla pero salió volando por la parte posterior del vagón. Una estrella se desprendió de una refulgente telaraña galáctica y aumentó en tamaño y luminosidad hasta lanzar sombras sobre las paredes del vagón.

—Nuestro sol —les explicó Adam Black—. Nos acercamos a nuestro sistema solar a una velocidad simulada veinte mil veces superior a la de la luz. A medida que vayamos entrando en los diversos mundos, aminoraremos para permitir que veáis las glorias de los planetas. —La estrella era ya un sol bien definido. Los planetas pasaban raudos en una majestuosa procesión de órbitas y anillos—. Dejamos atrás los mundos exteriores; la nube cometaria que envuelve nuestro sistema, ahí tenéis la lejana Némesis, compañera tenue de nuestro lejano Sol; éste es Averno y éste Caronte; Poseidón; el de los anillos es Urano; Cronos, también con sus anillos… y aquí tenéis a Júpiter, el más grande de todos los mundos; si a nuestro mundo, que veis ahora, más allá de esta nube de asteroides, lo pelaran como una naranja y lo colocasen sobre la impresionante superficie de Júpiter, no sería más grande que una moneda de cincuenta centavos… aquí tenéis a nuestro mundo, nuestro hogar, volveremos a él dentro de un momento, pero antes, hemos de visitar brevemente a la brillante Afrodita, al diminuto Kermes, el más cercano al Sol, antes de volver a centrar nuestra atención en el Mundomadre del que surgieron todos los pueblos de nuestra Tierra.

En el extremo de la sala estalló una mancha luminosa para formar un sistema de dos grandes mundos, uno era un cráneo sin vida, de un blanco apagado, el otro, un orbe azul ópalo, con manchas lechosas como las de una canica. El mundo-cráneo blancuzco y muerto pasó raudamente ante los espectadores para alejarse en la distancia estelar, y los gemelos se encontraron revoloteando sobre un mundo-vientre, azul como dos serafines de cara sucia de Panarcos. Vieron que aquel mundo azul estaba rodeado por un aro plateado, cuyas dimensiones superaban sus imaginaciones. El enfoque holográfico volvió a cambiar y los ejes delgados, como los ejes de la rueda de una bicicleta, que unían el mundo del aro al esférico resultaron claramente visibles.

En la pequeña sala a oscuras reinaba el asombro. Los gemelos estaban quietos y callados. Las tremendas cosas del cielo los habían dejado sin movimiento. Adam Black continuó con su conferencia.

—Ante vosotros tenéis el Mundomadre, el planeta del que surgió nuestra raza. Se trata de un mundo muy antiguo, increíblemente antiguo. En nuestro mundo, la gente lleva apenas setecientos años, la mayoría ha llegado desde el momento en que se completó la formación del hombre, hace menos de un siglo, pero en el Mundomadre hay civilizaciones que tienen miles y miles de años de antigüedad.

El azul Mundomadre giraba bajo la mirada omnisciente de los gemelos. Mientras sus paisajes envueltos en nubes quedaban sumidos en la noche, las ciudades, esparcidas por los continentes, surgían bajo los diez millones de millones de luces.

—Un mundo muy, pero muy antiguo —prosiguió Adam Black, hipnotizando a sus oyentes con sus palabras danzarinas—, antiguo y gastado. Y atestado. Muy atestado. No podéis imaginaros cuánto.

Presa del miedo, Limaal se aferró a su padre, porque se lo imaginaba a la perfección.

Veía a todas las personas desnudas y calvas, unas al lado de las otras, hombro con hombro; una alfombra viviente de carne seguía el perfil de montañas, valles y llanuras hasta llegar al borde del mar. Allí la gente se había visto empujada a las aguas aceitosas que les llegaban a la cintura, y la masa malthusiana, que no paraba de aumentar, la iba empujando cada vez más, hasta que el agua les cubría las cabezas. Se imaginó que aquella portentosa explosión de carne pesaba tanto que hacía caer el globo del cielo y que éste acababa aplastándolo con sus masas.

—Tan grande es la población que las masas de tierra han sido ocupadas ya hace tiempo, e incluso en las grandes ciudades que navegan por los océanos del mundo ya no hay cabida para nadie más. Por eso, los habitantes se han visto obligados a treparse a estos ejes, a estos elevadores orbitales, para vivir en la ciudad anular que han construido en el espacio, alrededor de su mundo, donde abundan la energía y los recursos.

El enfoque de la proyección se centró en el aro plateado y surgió entonces una maraña inquietante de formas geométricas que fueron creciendo unas de otras como cristales.

Cuando el enfoque fue más cercano, los detalles de las formas geométricas, grandes como ciudades inmensas, se hicieron más visibles; tubos, esferas, formaciones en abanico y extrañas protuberancias, cubos y trapezoides tergiversados. Más cerca aún, se veían los tejados transparentes, y debajo de ellos, unas figuras pequeñas como bacterias que se movían agitadamente.

Taasmin Mándela había cerrado con fuerza los ojos y se tapaba la cara con las manos.

Al otro costado de su padre, Limaal Mándela estaba boquiabierto, aniquilado por el conocimiento.

—Esta ciudad se llama Metrópolis —anunció Adam Black. El señor Jericó había movido los labios, pronunciando en silencio y simultáneamente la palabra «Metrópolis». Le había dado miedo de que lo hubiesen descubierto debajo de aquel inmenso tejado transparente, sentado a los pies de Paternóster Augustine—. A pesar de su inmenso tamaño, su población crece tan deprisa que las máquinas que van añadiéndole durante todas las horas de cada día no logran seguir el ritmo de crecimiento. Despidámonos del Mundomadre —dijo Adam Black y el mundo azul ópalo, su anillo, su satélite-cráneo y su apretujada población se alejaron hasta convertirse en un punto distante—, y pasemos a observar nuestro hogar.

La Tierra surgió henchida ante los gemelos, que contemplaron sus polos nevados, conocidos a través de los atlas familiares, sus azules océanos rodeados de tierras, sus verdes selvas, sus dorados llanos y sus anchos desiertos rojos. Observaron desde arriba el Monte Olimpo, tan alto que su cima se elevaba por encima de las nieves más altas, y de las bulliciosas tierras del Gran Valle, plagado de ciudades y pueblos. A medida que su tierra se iba acercando más y más, vieron el brillante anillo lunar, donde el ojo oracular se posó para llenar la sala con formas móviles e incomprensibles. Algunas eran tan grandes que tardaban minutos en atravesar la sala; otras eran diminutas y tambaleantes; otras agitadas como insectos que volaban a través de los espectadores, concentrados en su insignificante trajinar; todos llevaban escrito el nombre ROTECH en alguna parte.

—Mirad, las fuerzas que dieron forma a nuestro mundo, convirtiéndolo en un sitio apto para que el hombre lo habitase. Hace mil años, unos sabios, todos ellos hombres santos, no me cabe duda, previeron lo que acabáis de presenciar, que el Mundomadre no alcanzaría para albergar a todas las personas que llegarían a nacer. Hubo que encontrar otros mundos, pero todos los mundos que estaban cercanos eran mundos muertos, sin vida, incluso éste mismo. Sí, nuestra tierra estaba tan muerta y sin vida como el blanco mundo-cráneo que habéis visto hace apenas unos minutos. Sin embargo, estos sabios sabían que podía modificarse para albergar vida. Apelaron a los diversos gobiernos de las naciones del Mundomadre, fundaron ROTECH, Formación Terráquea Orbital a Distancia y Centro de Control Ambiental, y armados con toda la ciencia y la tecnología de aquella época, trabajaron durante setecientos largos años para convertir esta tierra en un lugar favorable al hombre.

Un enorme objeto asimétrico, salpicado de ventanitas relucientes, con el sagrado nombre escrito en letras que, a escala real, debían de medir más de doscientos metros de alto, se deslizó por la sala. Unas cosas parecidas a moscas enanas zumbaban por él en frenética actividad. Limaal Mándela daba botes en su asiento, entusiasmado por las formas que veía en el cielo.

—Quédate quieto —siseó su padre.

Se volvió hacia su madre, en busca de alguien con quien compartir su entusiasmo, pero en el rostro de Eva Mándela se veía la expresión del que no entiende nada. Su hermana tenía los ojos desorbitados e inexpresivos como el icono de un santo.

—Lo que estáis viendo son unos cuantos dispositivos orbitales mediante los cuales ROTECH mantiene el precario equilibrio ambiental de nuestro mundo. Algunos son máquinas de control meteorológico, que emplean rayos láser infrarrojos para calentar zonas de la superficie del planeta y generar así diferencias de presión que darán lugar a los vientos. Otros son supernúcleos magnéticos, magnetos que generan el intenso campo que protege nuestro mundo del bombardeo de partículas solares cargadas y rayos cósmicos. Otros son Vanas, los espejos orbitales que iluminan las noches oscuras, cuando no hay lunas, algunos son órficas, que influyen directamente en el mundo con su trabajo, sembrando vida en los lugares yermos de la tierra, algunos son desviadores, cuya misión es apartar el hielo cometario de la nube que vimos antes, alejándolo del borde del sistema solar para traerlo a nuestro mundo, y mantener así el equilibrio hidrostático; otros son partacs, temibles y potentes armas destructoras con las que ROTECH defiende este frágil mundo del ataque de… del más allá. Hace tiempo había muchos más, pero la gran mayoría ha pasado, junto con ROTECH, a hacer frente a retos mayores; por ejemplo, la conquista del mundo infernal que llamamos Afrodita, pero cuyo antiguo nombre, Lucifer, lo describe mejor; o dotar de verdor la luna sin aire del Mundomadre. Y ahora observad esto… Los niños tuvieron la impresión de caer en picado por el borde del mundo como un enorme pájaro espacial; más allá de la cascada del anillo lunar vieron que algo tremendo se acercaba al mundo, algo como una mariposa de kilómetros y kilómetros de ancho, algo tan inmenso y de diseño tan complejo que desafiaba toda imaginación. Giró prodigiosamente y la luz del sol lo tocó de lleno; los gemelos y todos los presentes se quedaron pasmados cuando tres millones de kilómetros cuadrados de vela quedaron repentinamente iluminados.

—Velas tan anchas que con ellas se podría envolver el mundo —susurró Adam Black; luego alzó la voz hasta un tono espectacular, y proclamó—: Una Nave Planeadora del Praesidium en el momento de llegar a las instalaciones de atraque orbital de ROTECH.

Hace un año y un día partió de Metrópolis con un millón doscientos cincuenta mil colonos, dormidos en estasis en los compartimentos de carga, y ahora, su viaje ha tocado a su fin.

Han llegado a nuestro mundo. Les parecerá un lugar extraño, desordenado, confuso, del mismo modo que les ocurrió a nuestros tatarabuelos y a nuestras tatarabuelas. Algunos morirán, otros se volverán, habrá quienes no logren triunfar y se hundirán en el fondo de la sociedad, pero la mayoría de ellos, cuando lleguen a las ciudades de importación y distribución de Aterrizaje, Bleriot y Belladonna, le echarán una atenta mirada al mundo y creerán haber llegado al paraíso.

El mirador incorpóreo se precipitó hacia la Tierra, bajó y bajó cada vez más deprisa hasta que Limaal y Taasmin tuvieron la impresión de que quedarían aplastados contra la tierra dura. Los nudillos se volvieron blancos y Babooshka lanzó un grito. Las luces volvieron a encenderse. En los haces de las lámparas flotaban motas de polvo. Adam Black avanzó hacia la luz y anunció:

—Y así concluye nuestro viaje por las maravillas de la Tierra y el cielo; ahora podemos devolveros a todos a la seguridad de la tierra firme.

Las puertas se abrieron al final del vagón y dejaron entrar una ráfaga de polvorienta luz solar. Uno tras otro fueron saliendo en silencio bajo el sol de la tarde.

—¿Qué os ha parecido? —preguntó Rael Mándela a sus hijos.

Los pequeños no contestaron. Iban sumidos en sus pensamientos.

Limaal Mándela tenía la cabeza llena de planetas que caían, preñados de humanos, con ruecas de luz de mil kilómetros de ancho, con marañas de formas anárquicas que, no obstante, hacían que el mundo funcionase como un reloj bien aceitado, y la parte racional de su ser abarcó cuanto había visto. Comprendía que tanto el universo material como el humano funcionaban según unos principios fundamentales y que estos principios eran conocibles; por lo tanto, todos los universos de la materia y la mente también debían de serlo. Abarcó el Gran Designio y lo vio copiado en miniatura en todos los sitios donde posaba la mirada. Todo era inteligible, todo era explicable; no quedaban misterios, todas las cosas señalaban hacia dentro.

Taasmin Mándela había contemplado también las maravillas del cielo y la Tierra, pero escogió más bien el camino del misticismo. Había visto que todos los órdenes de la organización obedecían a órdenes superiores, y esos órdenes superiores, a su vez, obedecían a una inteligencia más amplia y más espléndida, siguiendo una espiral de consciencia en cuyo vértice descansaba Dios, el Panarcos Inescrutable, Inefable y Silencioso como la Luz, cuyos planes sólo podían adivinarse a partir de Sus revelaciones, que goteaban como una especie de dulce destilado por el serpentín del alambique de la conciencia. Todas las cosas señalaban hacia fuera y hacia arriba.

Rael Mándela no podía saber lo que le había hecho a sus hijos, ni siquiera en el instante de su nacimiento, cuando les había transmitido la maldición de su familia, ni siquiera en el momento en que, en el Planetario Holográfico de Adam Black, hizo germinar en ellos la semilla de esa maldición. Quizá habían aprendido algo valioso. Si habían prendido en ellos las raíces del saber, entonces, los dos cubos de fresas y la gallina que había gastado en la educación de sus hijos habían sido un dinero bien invertido.