En Camino Desolación eran pocas las cosas que escaparan a la atención de Limaal y Taasmin Mándela. Incluso antes de que el doctor Alimantando, asediado por el álgebra en su sala meteorológica, hubiese enfocado su opticón hacia ella, los gemelos habían divisado la nube de polvo en el borde de la otra mitad del mundo, al otro lado de las vías.
Acudieron presurosos a contárselo al doctor Alimantando. Desde el casamiento de su verdadero abuelo, el doctor Alimantando había pasado a ocupar su puesto desempeñando el papel de un modo más satisfactorio, porque era un abuelo con un toque de magia, amable, pero un tanto impresionante a la vez. El doctor Alimantando oyó a Limaal y a Taasmin subir ruidosamente la escalera de caracol y se sintió feliz. Le divertía eso de ser abuelo.
Por el opticón, la nube de polvo adoptó la forma de oruga con dibujo indostánico, pero después, con más aumento, resultó ser un camión con dos remolques que avanzaban a gran velocidad por los secos llanos.
—Mirad —dijo el doctor Alimantando señalando la pantalla—. ¿Qué dice ahí?
—ROTECH —replicó Limaal, en quien ya germinaban las semillas del racionalismo.
—Corazón de Lothian: Educación Genética —dijo Taasmin, que había recibido la maldición del misterio.
—Vayamos a recibir a Corazón de Lothian —sugirió el doctor Alimantando.
Los niños lo tomaron de las manos, Limaal de la derecha y Taasmin de la izquierda, lo arrastraron escaleras abajo y salieron a la ardiente luz del sol de las catorce menos catorce. Los demás habitantes se les habían adelantado, pero al carecer de portavoz, no supieron qué hacer y esperaron en un costado, con aire incierto y temeroso ante la palabra ROTECH escrita en la delantera del tractor de dibujos indostánicos. Una mujer corpulenta y redonda, con cara de patata, distribuía tarjetas de visita.
—Bienvenida a Camino Desolación —dijo el doctor Alimantando con una reverencia comedida. Los niños imitaban sus gestos—. Alimantando.
—Encantada de conocerlo —dijo la mujer enorme. Hablaba con un acento extraño y nadie acertaba a descubrir de dónde era—. Corazón de Lothian, ingeniera genética, consultora de hibridación, funcionaría de educación eugenésica de ROTECH. Gracias. —Inclinó su corpachón ante el doctor Alimantando, Limaal y Taasmin y añadió—: Una cosa.
Este lugar no aparece en ninguno de los mapas… ¿está seguro de que lo ha registrado ante la Oficina de Desarrollo?
—Bueno, verá usted… —comenzó a responder el doctor Alimantando.
—Da igual —lo interrumpió con voz resonante Corazón de Lothian—. Me encuentro con ellos cada dos por tres. Cuando vuelva, ya lo arreglaré con los muchachos de Montechina. Son cosas que ocurren y a mí ni me van ni me vienen. Tengan… —Les entregó una tarjeta de visita a cada uno y con voz de trueno, gritó—: Las tarjetas que tenéis en la mano os dan derecho a una entrada libre y una copa de vino para presenciar el Espectáculo Ambulante de Educación Genética de Corazón de Lothian. Todas las maravillas de la biotecnología actual estarán a vuestra disposición, sin ningún compromiso, gracias a la generosidad del consejo de desarrollo regional de ROTECH.
Moveos, moveos, traed a vuestras familias, viejos y niños, hombres y mujeres, venid todos a ver cómo ROTECH puede ayudar vuestras cosechas, vuestros huertos, vuestros jardines, vuestros pastizales, vuestro ganado, vuestras aves y arbustos, todo esto lo veréis en el Gran Espectáculo de Biotecnología con Dibujos Indostánicos. Las puertas se abren a las veinte en punto. Los primeros diez en llegar recibirán gratuitamente distintivos, pegatinas y pósters de ROTECH. Habrá sombreritos para los niños y vino gratis para todo el mundo. —Y con un guiño, añadió—: Después os enseñaré cómo lo hago.
A las veinte horas, todos los hombres, mujeres y niños de Camino Desolación hacían cola ante el espectáculo ambulante de Corazón de Lothian. No se sabía cómo, se había desplegado de un tractor y dos remolques para florecer en lonas de dibujos indostánicos y brillantes luces de neón. Un globo de helio, atado de un cordel, flotaba a cientos de metros del suelo; arrastraba tras él un largo estandarte que proclamaba las glorias del Espectáculo Ambulante de Educación Genética de Corazón de Lothian. De los altavoces salía una música ligera que hacía cosquillas en los pies. Todo el mundo estaba muy entusiasmado, pero no por los beneficios que podrían sacarle a sus pequeñas propiedades (aunque Rael Mándela estaba cada vez más preocupado por las mermas de su banco de gérmenes y la consiguiente procreación en consanguinidad del ganado del pueblo), sino porque en un lugar con diez casas, donde incluso la llegada del tren semanal era todo un acontecimiento, la aparición de un espectáculo ambulante era algo un poco menos impresionante que si Panarcos y todas las huestes de los Cinco Cielos hubieran marchado sobre Camino Desolación al son de flautas y tambores.
A las veinte menos veinte, Corazón de Lothian abrió las puertas de par en par y la gente entró empujándose y a codazos. Cada uno recibió una bolsa con un surtido de golosinas de ROTECH: en vista de la escasa población de Camino Desolación, habría sido una injusticia limitar las dádivas a los diez primeros. Con las copas de vino en la mano, los habitantes del pueblo contemplaron las maravillas de la ciencia genética de ROTECH. Quedaron asombrados por las hormonas de la fertilidad que permitían que una cabra pariera ocho crías de una sola vez; les maravillaron los equipos de clonación que permitían obtener gallinas vivas a partir de cáscaras de huevo y plumas; soltaron «oohs» y «aahs» ante los aceleradores del crecimiento que podían hacer que cualquier cosa viva, vegetal o animal (incluso humana, dijo Corazón de Lothian) alcanzara la madurez completa en un par de días; no tuvieron palabras para explicar el asombro que sintieron al ver las bacterias obtenidas por ingeniería genética, capaces de comer piedras, hacer plástico, curar enfermedades de plantas, generar gas metano y producir hierro a partir de arena; se quedaron con los ojos como platos cuando vieron el fermentador de Corazón de Lothian, una bolsa enorme de carne artificial de color azul que digería todo tipo de desecho doméstico y lo expulsaba por sus pezones en forma de vino tinto, blanco o rosado, a gusto del consumidor; temerosos, entraron con sigilo en la sala tenebrosa en la que se anunciaba Monstruos Varios, y se fingieron ofendidos por las combinaciones genéticas que acechaban, rugían o se arrastraban en el interior de sus ambientes protectores. Ataviados con sombreros de papel anaranjados, en los que aparecían impresas la palabra ROTECH y el símbolo de la rueda catalina de nueve dientes en color negro, Limaal, Taasmin y Johnny Stalin se pasaron horas allí dentro hostigando a los agapantos para que abrieran sus fauces de un metro de ancho y a los dragones para que soltaran bolitas de fuego embrujado. Al final, Corazón de Lothian en persona tuvo que echarlos cuando descubrió a Limaal y a Taasmin tratando de empujar a Johnny Stalin a través de la cerradura de gas para meterlo en la jaula de baja temperatura de los murciélagos piraña.
La gente se quedó hasta tarde; hasta muy tarde tratándose de granjeros que se levantaban y se acostaban con el sol. Formularon preguntas, hicieron pedidos, se llevaron brazadas de la abundante literatura gratuita y bebieron copa tras copa del excelente vino tinto, blanco o rosado de Corazón de Lothian. Rael Mándela adquirió un lote de trabajo de plasma de gérmenes («con una fortaleza y una salud garantizadas», dijo Corazón de Lothian) para reforzar sus mermadas reservas. Los hermanos Gallacelli, hartos de tinto, blanco y rosado, le preguntaron a Corazón de Lothian si con los recursos de la ingeniería genética sería capaz de conseguirles a cada uno esposas idénticas, perfectas hasta el último detalle físico. Corazón de Lothian se echó a reír a carcajadas y los sacó de su despacho, pero les pidió que regresaran cuando el espectáculo hubiera acabado para probar la perfección de sus anchas carnes. El señor Jericó y sus Antepasados Exaltados la entretuvieron durante más de una hora con su conversación estimulante y elevada; Meredith Monteazul compró un tratamiento bacteriano para sus patatas; los Tenebrae y los Stalin adquirieron varias cepas de babosas enormes y repugnantes para destrozarse mutuamente los huertos; Persis Jirones cursó un pedido por un lagar comebasuras casero (a pesar de que el Gran Espectáculo de Biotecnología con Dibujos Indostánicos le había traído el triste recuerdo del Asombroso Bazar Aéreo de Jirones); y en último lugar, llegó Babooshka.
Las luces de neón se habían apagado, los toldos y las carpas de dibujos indostánicos se volvieron a plegar en el interior de los remolques, los hermanos Gallacelli merodeaban innecesariamente debajo de la bomba eólica y las estrellas brillaban con fuerza cuando Babooshka fue a ver a Corazón de Lothian.
—Señora, he visto sus maravillas y sus portentos y sí, son en verdad maravillosas y portentosas las cosas que se pueden hacer hoy en día, pero me pregunto, señora, si es posible que toda esta ciencia y toda esta tecnología me den lo que más deseo en el mundo: un hijo.
Corazón de Lothian, mujer grande como la madre tierra, estudió a Babooshka, pequeña y dura como un gorrión desértico.
—Señora, no hay modo alguno de que usted pueda concebir un hijo. En absoluto. Pero eso no significa que no pueda usted tener uno. Habría que gestarlo fuera del cuerpo, y podría hacérselo adaptando una de las placentas que tengo en mis reservas, una de vaca, quizá; ¿sabía usted que los vientres de las vacas se utilizaban antes para desarrollar en ellos seres humanos? Podría fertilizar el óvulo in vitro, una operación elemental, incluso usted misma podría hacerlo; supongo que algún óvulo podré encontrarle en el cuerpo; pero si eso fallara, podría unir unas cuantas muestras de células… en cuanto a su marido, ¿sigue siendo potente?
—¿Cómo?
—¿Podría sacarle una muestra de esperma, señora?
—Eso es algo que él mismo debe contestar. Pero dígame, ¿es posible que yo consiga un hijo?
—Sin ninguna duda. Genéticamente será suyo, aunque será imposible que lo lleve usted en sus entrañas. Si quiere usted seguir adelante con el plan, venga a verme mañana, a las diecinueve, y traiga a su marido.
—Señora, es usted un tesoro.
—Me limito a hacer mi trabajo.
Babooshka se alejó internándose en la noche y los hermanos Gallacelli aparecieron, salidos de la noche. Nadie vio ni lo uno ni lo otro.
Tres días más tarde, tampoco nadie vio a Babooshka cuando se llevó a casa el placentario en un bote de Belden.
—¡Esposo Harán, tenemos un hijo! —exclamó lanzando un suspiro, y quitó el discreto paño con que cubría el bote de cristal para dejar al descubierto su contenido rojo, gelatinoso y palpitante.
—¿Y ese… ese aborto es nuestro hijo? —rugió Harán Mándela tendiendo la mano para aferrar un voluminoso bastón y destrozar aquel engendro.
Babooshka se interpuso entre su esposo enfurecido y el artificial vientre húmedo.
—Harán Mándela, esposo mío, ése es mi hijo, lo que más quiero en este mundo, y si llegas a ponerle un solo dedo encima a este bote sin mi permiso, me marcharé y no volveré nunca más.
La resolución del abuelo Harán vaciló. Le tembló el bastón que aferraba en la mano.
Babooshka estaba ante él, pequeña y desafiante como un mirlo. Poco a poco lo fue convenciendo.
—Será preciosa, bailará, cantará, iluminará el mundo con su belleza; la hija de Harán y Anastasia Tyurischeva Mándela.
El abuelo Harán guardó el bastón en el paragüero y se fue a la cama. Junto a la ventana, donde podía alimentarse con la luz del amanecer, el placentario hipaba y palpitaba.
Las idas y venidas nocturnas de Babooshka no pasaron del todo inadvertidas. En cuanto se enteraron de que Corazón de Lothian les serviría a los Stalin un pedido de babosas enormes y repulsivas, los Tenebrae habían permanecido en guardia constante ante la posible incursión de babosas de sus enemigos. La noche en que Babooshka tomó posesión del blastocito, Genevieve estaba de guardia contra las babosas. Había visto a la anciana y el bulto que llevaba en brazos, y con una perspicacia certera había adivinado la naturaleza exacta de su acuerdo con Corazón de Lothian. Y el corazón se le desbocó de rabia y envidia.
Genevieve Tenebrae no se fiaba de su marido. No se fiaba de él porque se negaba a darle un hijo, el hijo que habría atado a su familia con el apretado nudo gordiano de la comodidad, el hijo que la habría equiparado a esos desgraciados y esnobs de los Stalin, y de qué diablos se enorgullecían, los muy esnobs, cuando el único hijo que tenían era una masa de sebo, un crío precoz, malhumorado y caprichoso hasta más no poder. Un hijo le proporcionaría a Genevieve Tenebrae todo lo que deseaba, pero Gastón Tenebrae jamás se lo daría.
«Un hijo, lo único que quiero es tener un hijo, ¿por qué no quieres darme uno?», se pasaba el día importunando a Gastón Tenebrae, y él le ofrecía siempre la misma y débil excusa, una serie de inventos, frágiles como la piel, que se reducían a una sola cosa: egoísmo, sí, puro egoísmo, y ahí tenía a esa vieja decrépita de vientre marchito, apellidada Mándela por matrimonio, con un hijo que era físicamente incapaz de llevar dentro y ahí estaba ella, con un vientre tan fértil como Humus de Oxo, pero sin semilla que germinara en él; no era justo; no, no y no; entonces, mientras se ocultaba tras unas matas enanas de matoke, montando guardia contra las babosas, se le ocurrió la idea, la idea terrible y maravillosa.
A la mañana siguiente, mientras el asentamiento entero despedía a Corazón de Lothian, que regresaba a Montechina, a pedir la bendición oficial de ROTECH para el pueblo, Genevieve se escabulló hasta el anexo de la casa de los Mándela donde vivían Babooshka y el abuelo Harán. El placentorio temblaba y palpitaba en el alféizar de la ventana. Se acercó a él con asco, pero decidida. Del bolso sacó un bote de soporte biológico que Rael Mándela le había dado a su marido. Después de unos minutos de maniobras apresuradas y con olor a pescado, había vuelto a marchar envuelta en una nube de polvo y culpa, con el bote apretado fuertemente al corazón, mientras el pequeño y pálido blastocito daba volteretas a ciegas en su interior. Para que no se notara la ausencia del feto, había introducido en el vientre artificial un mango verde.
En cuanto la polvareda producida por la partida de Corazón de Lothian se hubo disipado, Genevieve Tenebrae llamó a la puerta de Marya Quinsana.
—Buenos días, señora Tenebrae —la saludó Marya Quinsana, vestida con un mono de plástico verde de aspecto profesional—. ¿Es una visita de negocios o de placer?
—De negocios —repuso Genevieve Tenebrae, y colocó el bote de soporte sobre la mesa de operaciones—. Éste es el hijo que Corazón de Lothian me ha hecho. No tuvo tiempo de implantármelo, pero me dijo que tú podrías hacerlo.
La operación estuvo hecha en diez minutos. Cuando terminaron de tomar el té y los caramelos, Genevieve Tenebrae volvió junto al mezquino y vano de su marido. La culpa había desaparecido gracias a los inteligentes instrumentos de Marya Quinsana. En el bolsillo de su falda se sacudía un frasco de inmunodepresores, que impedirían que su cuerpo rechazara el feto; imaginó que notaba como el hijo robado pateaba y se movía en su vientre. Esperaba que fuera una niña. ¿Cómo iba a decírselo a su marido? Sería interesante ver la cara que pondría.