El problema entre los Stalin y los Tenebrae comenzó cuando descubrieron que habían comprado la misma parcela de terreno en el paradisíaco e idílico pueblo de Camino Desolación al señor E. P. Vencatatchalum, ex agente inmobiliario de la Oficina de Inmigración y Asentamiento de Vencatatchalum, que en ese momento estaba sentado en una sala blanca, sometido a un interrogatorio sobre complicidad en un fraude por parte del inspector Djien Xhao-Pin, de la Policía de Bleriot. A los Stalin y a los Tenebrae no sólo les habían vendido la misma parcela de tierra (venta para la que el señor E. P.
Vencatatchalum no estaba autorizado), sino que les habían reservado el mismo coche cama en el Servicio Nocturno de Desembarco en Solsticio de las 19:19, con paradas en Ben’stown Norte, Annency, Villa Murcheson, Nueva Empresa, Estación Wollamurra y Camino Desolación.
Ninguna de las dos familias quiso dar el brazo a torcer. El camarero del coche cama se encerró en su compartimento y subió el volumen de la radio. Que solucionaran ellos sus disputas. En el coche cama 36 del Servicio Nocturno de Desembarco en Solsticio, fueron pocos los que lograron conciliar el sueño. Cinco personas, con sus respectivos equipajes intentaron vivir en un compartimento para tres, con el equipaje de tres. La primera noche, únicamente el pequeño Johnny Stalin, de 3 años 3/4, tuvo cama para él solo. Y eso fue porque era un niño regordete como una bombilla, sumamente nervioso, que habría gritado hasta desgañitarse si no hubiera tenido una cama para él solo. Su madre cedió y le dio tres o cuatro dosis para adultos de pastillas para dormir para mantenerlo callado y dócil.
Johnny Stalin era un niño regordete como una bombilla, caprichoso, drogadicto y sumamente nervioso.
El día siguiente transcurrió en medio de un frágil silencio, hasta que a las catorce horas exactas, Gastón Tenebrae se aclaró la garganta y sugirió que sería una buena idea si dormían por turnos. El y su esposa Genevieve, se pasarían toda la noche sentados y dormirían durante el día si los Stalin aceptaban pasarse el día sentados y dormir por la noche.
Al principio, la sugerencia les pareció equitativa. Pero luego, la logística sencilla e ingrata del compartimento tomó las riendas. Era preciso bajar una cama para formar los asientos en los que se sentarían las dos personas, lo cual dejaba tres cuerpos para dos camas. Ello implicaba que cuando les tocara a los tres permanecer sentados, los otros dos dormirían cómodamente. El señor y la señora Stalin se removían y protestaban en la estrecha cama; entretanto, Johnny roncaba asmáticamente y Gastón y Genevieve Tenebrae mantenían conversaciones privadas y enamoradas entre furias susurrantes y gestos agresivos con las manos mientras el tren traqueteaba sonoramente, retrocedía y se partía para formar nuevos trenes y entre sacudones y sobresaltos se iba acercando cada vez más a Camino Desolación.
Durante el arrebatado cambio del asiento a las camas en la mañana del tercer día se produjo el inicio formal de hostilidades. Genevieve Tenebrae acusó al pequeño Johnny Stalin de intentar espiarla por debajo de la falda cuando ella subía los peldaños de la escalera para instalarse en la litera superior. El señor Stalin acusó a Gastón Tenebrae de desvalijarle el equipaje mientras él y su familia estaban supuestamente dormidos. Gastón Tenebrae acusó al señor Stalin de hacerle proposiciones deshonestas a su bonita esposa cuando se encontraban en la cola del lavabo de segunda clase. La señora Stalin acusó a la señora Tenebrae de hacerle trampas en el juego del besigue. Cayó una ventisca de disputas, como las ventiscas de nieve que preceden el largo invierno; era el cuarto día y la cuarta noche.
—¡Camino Desolación! —anunció el camarero del vagón que había salido de su escondite y daba golpecitos en la puerta con un lápiz plateado. Tac tac tac—. ¡Dentro de tres minutos Camino Desolación! —Tac tac tac.
Paradójicamente, durante dos minutos y treinta segundos reinó la anarquía mientras los Stalin y los Tenebrae se levantaron, se lavaron, se vistieron, recogieron bolsos, libros, objetos de valor, hijos regordetes como bombillas y, llenando los estrechos pasillos, salieron estruendosamente por la estrecha puerta para encontrarse bajo la amplia y tenue luz del sol de las siete de la mañana. Todo ello sin siquiera asomarse una vez a las ventanillas para comprobar dónde se encontraban, lo cual fue una verdadera lástima, porque de haberlo hecho, tal vez no se habrían bajado del tren. Pero cuando por fin miraron, vieron.
—Prados verdes… —dijo el señor Stalin.
—Ricas tierras de labor, listas para ser aradas —dijo Gastón Tenebrae.
—La brisa suave lleva el perfume de millones de flores —dijo la señora Stalin.
—Un paraíso en la tierra sereno y tranquilo —dijo Genevieve Tenebrae.
Johnny Stalin miró el adobe blanco brillante y la tierra roja calcinada, los relucientes destellos de los colectores solares y los rígidos esqueletos de los soportes de las bombas.
Frunció la cara como una esponja mojada a punto de ser estrujada y se preparó para uno de sus ataques de histeria.
—¡Ma! —chilló—. No me…
La señora Stalin le soltó una sonora bofetada en la oreja izquierda. El niño chilló con más furia, y fue aquel el pie que necesitaban los Stalin y los Tenebrae para descargar una andanada de mordaces invectivas que chamuscaron las paredes cercanas. Johnny Stalin se alejó contoneándose para estar a solas con su pena; nadie le prestaba atención, por lo tanto, nadie lo quería. Limaal y Taasmin Mándela se lo encontraron sentado de mal talante junto al digestor principal de metano mientras corrían en busca de algo nuevo con que jugar ese nuevo día.
—Hola —saludó Limaal—. Eres nuevo.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Taasmin, cuarenta y ocho segundos mayor que su hermano.
—Johnny Stalin —repuso Johnny Stalin.
—¿Vas a quedarte mucho tiempo?
—Eso creo.
—Entonces te enseñaremos dónde se puede jugar —dijo Taasmin.
Y los dos niños veloces y delgados cogieron de la mano al pálido y lloroso Johnny Stalin y le enseñaron un maravilloso revolcadero de cerdos, las bombas de agua, los canales de riego donde se podía hacer navegar barcos de juguete, los corrales donde Rael Mándela guardaba los animales pequeños nacidos de su equipo de gérmenes, y los arbustos de bayas, donde se podía comer hasta reventar sin que nadie se preocupara, ni siquiera un poquito. Le enseñaron la casa del doctor Alimantando, y éste, que era muy alto, muy viejo y muy amable, aunque de un modo que daba un poco de miedo, condujo al niño sucio de barro, mierda, agua y bayas junto a sus vociferantes padres y los hizo residentes permanentes de Camino Desolación. Las dos primeras noches las pasaron en el BAR/HOTEL mientras el doctor Alimantando pensaba qué hacer con ellos. Finalmente, reunió a sus amigos y consejeros más fiables: el señor Jericó, Rael Mándela y Rajandra Das, y juntos, auxiliados por los Antepasados Exaltados del señor Jericó, llegaron a una decisión de una sencillez aplastante.
Camino Desolación era demasiado pequeño como para permitirse lujos de gran ciudad como familias en guerra. Los Stalin y los Tenebrae debían aprender a vivir juntos. Por lo tanto, el doctor Alimantando les dio casas contiguas y parcelas con lindes comunes y una sola bomba eólica. Satisfecho con su sabiduría salomónica, el doctor Alimantando volvió a su sala meteorológica y a sus estudios del tiempo, el espacio y todo lo demás.