7

Tres fuertes golpes en el mamparo quebraron el silencio.

—Pase.

Un joven militar apartó la lona que aislaba el improvisado camarote de Kil y Saien y entró.

—Señor, el oficial de Inteligencia desearía verle en este mismo momento. Sígame, por favor.

—¿Y qué pasa con mi amigo? —dijo Kil, e hizo un gesto en dirección a Saien.

—Lo siento, señor, me han ordenado que lo acompañe a usted a la N-2, a usted y a nadie más.

—Si él no viene, yo tampoco voy.

El suboficial se puso nervioso y accedió a acompañarles a los dos para que sus superiores decidieran lo que había que hacer, y los tres anduvieron hasta una Sala de Reuniones de Carácter Reservado cuidadosamente aislada del resto del submarino.

Mientras caminaban por la embarcación, Kil se fijó en los detalles. Al pasar por un área de ejercicio con cintas ergométricas y otra maquinaria, vio que todo el equipamiento estaba montado sobre amortiguadores de goma. Lo mismo podía decirse de las tuberías que cubrían el techo. A bordo no se permitían chirridos, ni otros sonidos que pudieran delatar su posición acústica a los cordiales enemigos rusos y chinos de tiempos pasados.

Saien le dio unas palmadas en el hombro a Kil y le preguntó:

—¿Dónde están las bombas nucleares?

—Aquí no hay bombas nucleares, Saien; es una embarcación de ataque rápido. No tengo ni idea de dónde puede estar el submarino de misiles balísticos más cercano, ni siquiera sé si nos queda ninguno.

Pasaron un ensamblaje tras otro de camino a la popa. Después de pasar por corredores tortuosos y muy estrechos, llegaron a lo que el suboficial había llamado la puerta verde.

El joven descolgó el teléfono y aguardó unos segundos.

La señal en el auricular era audible también para los demás; al cabo de tres pitidos llegó la respuesta.

—Señor, los tengo a los dos frente a la puerta verde y…

Los gritos que surgían del escandaloso auricular se oyeron por todo el corredor.

—Sí, señor. Ha insistido en que vinieran los dos… Sí, señor.

En cuanto hubo colgado el auricular, el humillado suboficial dijo:

—Un agente de la Sala para Reuniones de Carácter Reservado los acompañará en breve, señor. Lamento verme obligado a dejarles en el pasillo, pero tengo guardia dentro de dos horas y no he dormido en veinticuatro.

—Descuida. Echa una cabezada en la litera y que tengas buena guardia —dijo Kil, más que nada para despedir al joven con una nota positiva.

—Roger, señor. Gracias.

En cuanto hubieron perdido de vista al joven, Saien preguntó:

—¿Qué quiere decir «roger»?

—Significa…

La puerta verde se abrió y salió un hombre mayor con unas gruesas gafas reglamentarias del ejército, zapatillas de tenis y un mono azul con los galones de comandante de la armada sobre el hombro. La etiqueta con el nombre decía «Monday».

«Odio los lunes», pensó Kil.

El hombre se acercó a Kil casi de puntillas y pareció que le observara con sus enormes gafas convexas.

—¿Qué es eso que he oído? ¿Insiste usted en que su amigo extranjero asista a la reunión en la sala reservada en la que se le va a informar de su misión?

—Señor, el almirante Goettleman me autorizó a elegir un compañero entre los tripulantes del George Washington. Escogí a Saien, y si puede darse la circunstancia de que le confíe mi vida, quiero que también esté bien informado de lo que vamos a hacer. Además, pienso contarle lo que me cuente usted, así que, ¿cuál es la diferencia?

Monday rumió por unos instantes lo que acababa de oír.

—Ya me esperaba que diría eso. El capitán Larsen me ordenó que les explicara a usted y a su hombre contra qué iban a luchar. Como sé muy bien a qué peligros se expondrá, quería ver si podía persuadirle a usted de algún modo para que viniera solo. No me parece correcto dejarlo entrar a él en la sala reservada. Estoy seguro de que lo entenderá usted.

—Saien, ¿te importaría quedarte al otro lado de la esquina durante un minuto?

—Por supuesto, Kil. No tardes mucho, luego tengo una cita para un masaje.

Kil se rió y luego recurrió a su franqueza más diplomática para hacerle entender su punto de vista a Monday.

—Sí, lo entiendo, pero usted también tiene que entenderlo. Yo respondo por él. Es extranjero, ciertamente, pero ha venido por mí y, en este momento, es el único de los pasajeros de este submarino en quien confío plenamente.

—Está bien, comandante. De acuerdo. Sólo quiero que comprenda usted lo delicada y seria que es la información que recibirá una vez pasemos por esa puerta. Los cuatro operativos con los que llegó también se encuentran dentro y les vamos a informar acerca de su misión. A nadie le gusta tener que revelar información de esta naturaleza.

Kil, escéptico, farfulló:

—¿Es que puede contarme algo todavía más delirante que lo que ya hemos visto? Este invierno pasado, los muertos se echaron a andar y ahora tratan de comerse todo lo que se mueve.

Monday le respondió con una pregunta retórica:

—¿Hasta dónde estaría dispuesto a llegar usted?

Saien regresó al pasillo y se quedó al lado de Kil.

Monday prosiguió con el sermón.

—Esta mierda es increíble. Esto es mucho más difícil que volar por ahí con el avioncito espía en tiempos de guerra, escuchar las llamadas eróticas del enemigo y escribir informes sobre inteligencia de señales. Antes de entrar, tengo que hacerles a ustedes una última pregunta.

Kil y Saien le preguntaron casi al mismo tiempo:

—¿Cuál?

Monday se lamió los labios, sus ojos bizquearon tras las gafas Hubble, y habló:

—Una vez hayamos pasado por esa puerta y les haya dicho lo que tengo que decirles, no podremos retirarlo. ¿Les ha quedado claro? No tenemos hombres de negro para borrarles la memoria. Lo que oigan les va a cambiar la vida.

—Estoy preparado —dijo Kil.

—Yo también —murmuró Saien, aunque su voz no sonara tan firme como la de su compañero.

—Pues muy bien, caballeros. Síganme.

Monday se volvió hacia la puerta verde por la que se entraba en la sala reservada y pulsó una contraseña en un panel de botones numerados. Se oyeron los clics de cinco botones. Al cabo de una breve pausa, el sonido de los cerrojos magnéticos le dio la señal a Monday para que abriese la puerta verde por la que entrarían en otro mundo de posibilidades. Los tres hombres entraron y, una vez dentro, la situación se volvió más y más curiosa.