53

—Saien, tenemos que hablar —dijo Kil, y entró en el camarote donde Saien estaba con una pequeña tableta de pantalla táctil, enfrascado en un juego febril—. ¿De dónde has sacado eso? —preguntó Kil, confuso al ver que Saien jugaba a algo.

—Uno de los marineros me ha permitido que la tomara prestada a cambio de lecciones de tiro a larga distancia. Ahora mismo estoy empleando unas plantas para matar a… bueno, qué más da. Si tienes ganas de jugar, estoy seguro de que podemos llegar a un acuerdo —dijo Saien sonriente.

—Me tomas el pelo. Deja el juego. Tengo que hablar contigo.

—¿De qué se trata? —dijo Saien apagando la tableta.

—Estamos en aguas territoriales chinas, aproximadamente a un kilómetro de la costa. He mirado por el periscopio; la costa está abarrotada de criaturas. Por lo menos, la costa de Bohai. De todas maneras, Clepsidra va a desembarcar mañana, después de que las aeronaves no tripuladas realicen unas pocas salidas de reconocimiento.

—Sigue —dijo Saien.

Kil exclamó:

—El equipo perdió a dos hombres en Hawaii y creo que voy a cometer la locura de ir con ellos.

—Bueno, eso se puede llamar cambio de opinión, ¿verdad que sí? No te considero un hombre aficionado a buscar riesgos, y esto va a ser muy, muy arriesgado. Estarías muerto si hubieras buscado peligros de ese tipo durante aquellos días tan alegres y animados que vivimos en América.

—Sí, hay alguna posibilidad de que no regrese. Es por eso por lo que quiero que me guardes una cosa.

—¿Y de qué se trata?

—De mi diario. Quiero que llegue a manos de Tara, y no se lo voy a confiar a nadie más. Dentro del diario hay algunas anotaciones sobre ti, pero no tengo nada que esconder. Ni nada que no pudiera decirte a la cara.

—Voy a tener que negarme. No puedo hacerlo —dijo Saien, sumamente serio.

—Pero pienso que es lo mínimo que podrías…

—Te he dicho que no. Voy a ver la China contigo y con los demás, y terminaremos este capítulo tan espinoso de tu diario. Juntos.

Kil meditó lo que acababa de oír.

—Saien, no puedo ni darte las gracias, tío. Sé muy bien que Rex y Rico son buena gente, pero no han ido conmigo conduciendo tanques sobre un puente, ni han combatido contra hordas de criaturas, ni han dormido sobre camiones para el transporte de carbón. ¿Entiendes lo que te quiero decir?

—Sí. Lo entiendo. ¿Cuándo vamos a trazar los planes? —preguntó Saien.

—Nos veremos en el área reservada dentro de noventa minutos. Voy a explicarte todo lo que sé para ver si los dos disponemos de la misma información.

Kil procedió a recordarle a Saien los mensajes en código de John y a informarle del apoyo desde el aire que iban a recibir en el curso de la operación.

—Así que, ya lo ves, vamos a tener ayuda. No estaremos totalmente solos, ni asustados —dijo Kil—. Bueno, al menos no estaremos solos.

—Y ya está bien. Vuestro país os ha ocultado muchas cosas. ¿Cuántos secretos deben de yacer ocultos en el subsuelo?

—Sólo Dios lo sabe.

Tras esbozar un plano con la ubicación de las instalaciones río arriba, Kil lo dibujó en su diario.

Mientras planeaban la misión, Kil se detuvo un momento en la sala de radio para consultar a los encargados.

—¿Ha habido suerte? —preguntó al técnico.

—No, señor, no hemos recibido nada. Nada salvo el mensaje pregrabado en alta frecuencia procedente de Keflavik, el automático de la BBC y las grabaciones del aeropuerto de Beijing. Todo el espectro está en silencio. Aunque hoy mismo el sónar ha detectado algo.

—¿El sónar? ¿Ha detectado a otra embarcación? —preguntó Kil.

—Dicen que han detectado algo, pero no han querido asegurar que fuese una embarcación. Tendrá que hablar con ellos para enterarse, señor. Yo no estaba allí.

—No te preocupes, y no cejes en tus intentos de contactar con el portaaviones. Mañana bajaré a tierra y lo más probable es que tarde unas horas en regresar, si no más.

—¿Va a ir usted? Señor, no sé si querría escuchar lo que…

—No, no quiero escucharlo. No me lo cuentes —dijo Kil—. Procura estar pendiente de las comunicaciones y ya está. Te veré cuando regrese.

—¡Sí, señor!

Kil y Saien siguieron de camino hacia el área reservada por los claustrofóbicos pasillos. Kil le dijo en broma a Saien:

—Bueno, creo que ya está. Radio Macuto ha empezado a retransmitir. Dentro de muy poco, el submarino entero sabrá que vamos a bajar a tierra. Será mejor que escondamos nuestras cosas antes de marcharnos. No creo que nadie cuente con que vamos a volver. Tal vez haya por aquí amigos de lo ajeno que actúen mientras no estamos.

—¿Qué es Radio Macuto? —preguntó Saien.

—Jerga de origen militar para referirse a los rumores, ya sabes, a los chismorreos. Ese tipo de cosas.

—Ah, como los rumores que oigo acerca del portaaviones. Dicen que lo hundió un misil cubano.

—Sí, claro. Para empezar, lo más probable es que Cuba esté plagada de no muertos hasta la frontera con Guantánamo y, en segundo lugar, aunque el régimen aún conservara misiles soviéticos con autonomía y precisión suficientes para alcanzar el portaaviones, habrían superado desde hace tiempo su período de operatividad y serían ya inútiles. De todas maneras, ése es un buen ejemplo, Saien. Es de risa. Quizá los Castro todavía puedan disparar un par de puros explosivos que hayan interceptado —dijo Kil, aunque pensó que, probablemente, Saien no pillaría el chiste.

Tres golpes fuertes a la puerta anunciaron su presencia en el área reservada. Al cabo de un instante de observación a través del cristal, la puerta se abrió y entraron. La pantalla de seguridad no tenía como objetivo primordial impedir que personas no autorizadas accedieran al centro nervioso del submarino, sino privar de ello, más bien, a las personas infectadas. En todas las áreas sujetas a control de seguridad se hacía un examen visual en busca de signos de infección antes de que se autorizara la entrada.

Monday se aclaró la garganta y les hizo un gesto a Kil y a Saien para que se acercaran a la mesa.

—Por aquí.

En torno a la mesa se hallaban el capitán Larsen, el capellán del submarino, Rex, Rico, el Rojillo y el comandante Monday. Habían desplegado un mapa grande sobre el mueble.

Monday empezó de inmediato a exponer la situación.

—Nos quedan aproximadamente dieciséis horas de viaje, con la obligación de llegar mañana a las diez, horario de Greenwich. Aurora sobrevolará la zona durante seis horas para controlar el ingreso y el egreso, y también contaremos con aeronaves no tripuladas portátiles, pero el capitán no autorizará a que les sigan hasta las instalaciones. Se lo va a explicar un poco. Por supuesto, iremos con el tiempo justo, tendréis que ser rápidos una vez estéis dentro.

—Además de traer a Cero, ¿hay algo más que tengamos que saber o buscar? —preguntó Rex.

Monday tuvo un momento de vacilación antes de volverse hacia Larsen.

—Señor, ¿estamos autorizados a abrir el sello de los ficheros de la misión?

—Sí, estamos autorizados desde el mismo instante en el que entramos en aguas territoriales chinas. Adelante —respondió Larsen.

Monday giró la rueda alfa de la caja fuerte; después de que se oyera un clic, se apartó para que Larsen girara la bravo. No había una sola persona que conociera todos los códigos de acceso a la caja en la que se guardaban ciertos códigos de lanzamiento y otros ficheros de crucial importancia.

Larsen le dio la vuelta al pomo, tiró del cajón y dejó a la luz algunos objetos que raramente la veían.

—Bueno, tomemos asiento.

Como tan sólo había lugar para seis en torno a la mesa de guerra, el Rojillo se quedó detrás de Larsen. El capitán abrió el sello de la bolsa de documentos y sacó un montón de papeles que habían estado allí desde antes de que el Virginia abandonara las aguas del Panamá.

—Está bien, la mayoría de vosotros tenéis una idea general de la ubicación de esas instalaciones. Al mismo tiempo que lo digo, haré pasar por toda la sala esta fotografía tomada desde un satélite. En estos momentos, el Virginia está aquí. —Larsen señaló a la desembocadura de un río en la zona más occidental del Bohai—. Estas instalaciones se encuentran en la región de Tianjin, justo al sureste de la región de Beijing. Pido disculpas por el engaño, pero no podía arriesgarme a que la verdad se difundiera si un enemigo capturaba el submarino. No hay nadie a bordo, aparte de los que nos hallamos en esta sala, que conozca la localización verdadera y exacta de esas instalaciones. Es por eso por lo que las aeronaves no tripuladas no pueden acompañaros hasta la puerta. No nos quedará otra opción que permanecer en la superficie durante la operación, porque así podremos mantenernos en contacto con vosotros y conservar el enlace de transmisión de datos con los pajaritos Scan Eagle. Estos últimos van a proteger el submarino y estarán al acecho de amenazas mientras vosotros ingresáis. ¿Tenéis alguna duda? —preguntó Larsen, al tiempo que escrutaba con la mirada a los presentes en la mesa.

Kil levantó la mano.

—¿Y la parte del plan que consistía en entrar en un aeródromo cercano y robar un helicóptero chino?

—Una mentira necesaria para engañar a todos los que no sabían que usted proyectaba asaltar unas instalaciones que no se encuentran en Beijing. La región de Tianjin está menos poblada y, como usted mismo puede ver, esas instalaciones se encuentran a tan sólo ocho kilómetros del río —respondió Larsen.

Rico le dio un codazo a Rex, porque no quería hacer la pregunta él mismo.

—De acuerdo, lo voy a preguntar. Señor, ¿cómo iremos río arriba? Parece muy tortuoso, y sería fácil perderse en la oscuridad. En esa imagen por satélite aparece un montón de muelles en el río y otros obstáculos. La lancha es ruidosa y llamará la atención en ambas orillas. Podríamos tener problemas. El GPS ya no funciona, y no será fácil encontrar el punto de desembarque.

—Sí, y es por eso por lo que remontaremos el río con el Virginia. Estaremos tan cerca de la orilla que podrán remar con la lancha si lo desean e incluso ir a nado, aunque no se lo aconsejo. La observación aérea nos informa de un gran número de cadáveres en el agua. Hay muchos, y algunos todavía se mueven. Nuestros inerciales se guían únicamente por los giroscopios láser internos y no dependen de señales GPS provenientes del exterior. Nos quedaremos a un centímetro del lugar óptimo de desembarque. Además, nuestro mejor operador de sónar estará en su puesto para guiar al Virginia por entre los bajíos.

—¿Qué es lo que vamos a buscar en realidad? —dijo Kil.

Larsen pasó varias páginas de documentos relacionados con la misión y se detuvo en una fotografía que se había tomado fuera de ángulo y, aparentemente, en secreto.

—Ése es Cero, el mismo que los chinos denominaban con el nombre código CHANG. Hágala circular para que la vea todo el mundo.

En la foto aparecía una criatura encerrada hasta el cuello en un bloque de hielo glacial. Llevaba puesta una armadura fabricada con algún tipo de aleación. El visor del casco impedía verle el rostro. El único indicio de que aún pudiera moverse era la posición retorcida de sus manos, que sobresalían en parte del bloque de hielo.

—Aún lleva puesto el casco. ¿No se lo sacaron? —preguntó Kil.

Larsen respondió al instante.

—No, no se lo sacaron, o, por lo menos, no lo hicieron mientras el presidente chino no se lo ordenó. Creemos que la orden fue emitida a principios de diciembre del año pasado, de acuerdo con las intercepciones de la Agencia de Seguridad Nacional que logramos recobrar. Por supuesto que la cronología encaja. Aunque no podamos demostrarlo, el gobierno en funciones cree que la anomalía empezó cuando los chinos violaron la integridad de la armadura de CHANG. Creo que ya habéis visto el resto de la película. En 3D.

—Entonces, tenemos que ir hasta esas instalaciones, entrar y encontrar a esa criatura. ¿Y luego qué? —dijo Rex.

—La inmovilizaréis y la traeréis al submarino. Nosotros la congelaremos en el tubo de lanzamiento de torpedos modificado que ya tenemos a punto y se la llevaremos a los científicos del gobierno en funciones —respondió Larsen.

—Con todo el respeto, señor, ¡y una puta mierda! —dijo Kil—. ¿Pretende usted que traigamos a esa criatura al submarino, aún con vida, y que nos la quedemos como compañero de camarote hasta que hayamos vuelto a casa? No tengo nada claro lo que pueda ser en realidad esa criatura que usted llama CHANG, pero le voy a decir una cosa: en mis tiempos de comandante militar en el Hotel 23, tuve que asaltar un guardacostas plagado de no muertos. Tres no muertos irradiados habían sido suficientes para contagiar a la tripulación entera. Y en el guardacostas, los supervivientes aún tenían la posibilidad de saltar por la borda. Si la anomalía empezara a contagiarse por este submarino, no tendríamos dónde huir. ¿Cómo puede pensar usted que esto es una buena idea?

—Son órdenes que emanan de la autoridad más alta. Provienen directamente de lo más alto en la jerarquía, y vamos a cumplirlas —afirmó Larsen, sin perder la calma pero con firmeza.

—He oído hablar muchísimo del gobierno en funciones. ¿Quiénes son exactamente y dónde se encuentran? —dijo Kil.

—El programa del gobierno en funciones, tal como funciona hoy en día, se estableció mucho antes de que usted y yo naciéramos. Residen en unas instalaciones conocidas coloquialmente como Pentágono II y han dado las órdenes estratégicas desde que el presidente murió y se arrojaron las bombas nucleares. Ejercen de manera colectiva todo el poder y la autoridad del Ejecutivo y, por lo tanto, tienen autoridad legal sobre el ejército y, consiguientemente, sobre usted, comandante.

—Supongamos por un instante que le sigo la corriente y que encontramos a ese tal CHANG, o a lo que quiera que sea. ¿Cómo diablos vamos a inmovilizarlo? ¿Lo envolveremos con cinta aislante a cien kilómetros por hora? ¿Le diremos palabrotas? Hasta ahora, lo único que ha funcionado contra las criaturas ha sido una bala en el cerebro. No se les puede domesticar; no se puede razonar con ellos. Son virus andantes que no tienen otra finalidad que infectar y seguir infectando —se exclamaba Kil, aunque sabía que no iba a causar ningún efecto en Larsen.

—El gobierno en funciones nos hizo entrega de unos pocos recursos antes de que ustedes vinieran del portaaviones. Monday, vaya por el arma.

Al cabo de unos momentos, el comandante Monday regresó con un aparato grande que más bien parecía un lanzallamas.

—Esto es un cañón de espuma para control de enjambres. Tiene dos bocas que disparan dos productos químicos distintos. Interactúan en el momento de salir al aire libre y mezclarse. En cuestión de momentos, la mezcla se endurece y adquiere la consistencia del hormigón. Dispararéis a CHANG con esto y así lo dejaréis inmovilizado. Después cincelaremos la espuma solidificada para encajarlo en el tubo. Si tuviéramos algún problema, lo dispararíamos al océano, como si fuera una gigantesca mierda extraterrestre. No habrá que darle más vueltas. Dejaremos que se lo coman los tiburones —dijo Monday, y dejó las instrucciones sobre la mesa.

Kil se fijó al instante en el tipo de letra y en la presentación sobre papel a prueba de agua.

—¿De dónde han sacado esta arma? —preguntó con suspicacia.

—No lo preguntamos. ¿Por qué? —preguntó Larsen.

—No, por nada. Tan sólo curiosidad, señor.

—Ah, ¿y ahora me llama «señor», después de pegarme gritos e insubordinarse?

—¿Cómo actuaría usted si se encontrara en mi situación, señor?

—Precisamente por eso, haré como que no me he enterado y no lo haré encerrar en el frigorífico ni en el tubo de lanzamiento de torpedos, ni lo mandaré ante un consejo de guerra.

Kil se daba cuenta de que Larsen no hablaba en serio pero, con todo, actuó como si las palabras hubieran tenido el efecto deseado.

—CHANG no es el único objetivo —añadió Larsen—. También tendréis que ir por esto. —Señaló a una fotografía de unos objetos cúbicos transparentes—. Podríamos decir que se trata de discos duros. El Rojillo sabe más que yo. Adelante, habla.

—Sí, señor. Se trata de unos dispositivos de almacenamiento. Los datos se graban con láser en tres dimensiones subnano dentro de los cubos. En uno de esos cubos se puede almacenar más información que toda la que se haya generado a lo largo de la historia de la humanidad. Y parece que hay más de uno. Probablemente, los chinos no llegaron a darse cuenta de lo que eran y tampoco contaron con el lujo de varias décadas para investigar y desarrollar un primitivo instrumento de lectura.

—No voy a quejarme porque parecen muy fáciles de llevar, al menos más ligeros y menos peligrosos que el tal CHANG, pero ¿para qué los queremos? —preguntó Rex.

—Puede que encontremos información sobre la anomalía en el cubo —respondió el Rojillo—. Lo más probable es que no consigamos leerla toda, pero, aun así, tal vez logremos descifrar un número de cuadrantes suficiente para empezar a elaborar una vacuna o algo parecido.

Kil reorientó el plano del área que tenía frente a los ojos para emplearlo en su siguiente explicación.

—Recapitulemos, ¿de acuerdo? Vamos a remontar con este submarino dieciséis kilómetros de ese río poco profundo; remaremos con la lancha hasta esta orilla y caminaremos ocho kilómetros tierra adentro. Luego buscaremos una manera de entrar en esas instalaciones, encontraremos a la criatura, la neutralizaremos con la porquería esa de espuma y regresaremos al submarino con un alienígena de veinte mil años sobre las espaldas sin que unos pocos miles de millones de chinos no muertos que merodean por allí nos devoren. ¿Me he olvidado de algo?

—De los cubos con los datos —le recordó tímidamente el Rojillo a una distancia segura de Kil.

Larsen aguardó unos segundos a que se acabaran las risillas y bajara la tensión y entonces replicó:

—Bueno, si nos lo plantea usted de ese modo, es verdad que el asunto no promete. Pero se olvida de unos pocos detalles clave. En primer lugar, nos hallamos a una distancia considerable de Beijing, en un área que estaba menos poblada antes de que estallara la plaga y que no sufrió ningún ataque nuclear. En segundo lugar, el Aurora les brindará su apoyo desde el aire y les describirá las posiciones en el tablero de ajedrez. En tercer lugar, tan sólo tendrán que recorrer dieciséis kilómetros a pie. Y solamente en caso de que no encuentren ningún medio de transporte por el camino. Digamos de paso que sería aconsejable que lo encontraran. En cuarto lugar, irán bien provistos de C4 y detonadores que les ayudarán a reventar los sistemas de seguridad de las instalaciones. Qué diablos, si hasta podrían haberse dejado las puertas abiertas.

—Gracias por estas explicaciones tan claras, capitán. Rex, pienso que nosotros cuatro tendríamos que estudiar los documentos de la misión y decidir quién será el que haga cada cosa y cuándo. Luego tendremos que preparar el equipo y echar una cabezada antes de que lleguemos mañana a la playa. Pero el jefe del equipo eres tú; Saien y yo no somos más que asesores —dijo Kil.

—Sí, de acuerdo. Todo lo que has dicho me parece bien, pero conservaba la esperanza de que impondrías tu calidad de oficial superior y te harías con el mando del equipo, porque así no tendría que verme en la tesitura de hacerte pasar vergüenza con mis conocimientos y experiencia —dijo Rex.

—Las cosas no nos salen siempre como querríamos, Rex. El protagonista de esta película eres tú. —Kil no bromeaba.

Los cuatro hombres discutieron tácticas y se pasaron la velada en detalles como quién pilotaría la lancha, quien sería el primero en desembarcar, etc. Discutieron el ritmo de marcha y el rumbo de brújula iniciales con los que se pondrían en camino hacia las instalaciones. Establecieron frecuencias tácticas de radio en términos de primaria, secundaria y terciaria por si en algún momento se quedaban sin comunicaciones. Al sortear quién cargaría con el cañón de espuma, Rico sacó la pajita más corta, pero pareció que se alegraba por la oportunidad de ser él quien lo empleara contra CHANG. Larsen, el Rojillo y Monday se retiraron cuando el equipo llevaba ya una hora trazando planes y le dieron a Kil la oportunidad que buscaba.

—Bueno, quizá no tarden en regresar. Tengo un amigo en el portaaviones que me mandó unos pocos mensajes codificados antes de que se interrumpieran las comunicaciones. No llegó a decirme mucho, pero me explicó que los científicos del gobierno en funciones hacían experimentos con los otros especímenes de los que nos habían informado. Me dijo que eran fuertes y resistentes a las armas de poco calibre. Ya sé que voy a llevar ese LaRue 7.62, y que con eso tendría que bastarme para derribar a cualquier criatura que nos encontremos, pero tal vez necesitemos algún extra. ¿Has conseguido algo, Saien?

—Estoy en ello. He trabado varias amistades en el submarino. Estarán con nosotros cuando salgamos —aseguró Saien.

—¿Alguna pregunta? —Kil señaló a Rex y a Rico con un gesto—. Muy bien, perfecto. Rico, vamos a la armería con el cañoncito ese de juguete que dispara espuma y así podrás leerte las instrucciones mientras nosotros preparamos las armas de verdad. Me imagino que lo siguiente será cargar los rifles y lubricarlos. El mío tiene que estar bien lubricado…, no quiero que mañana me falle.

—Amén —respondió Rex.

Los cuatro se dirigieron a la armería para elegir espadas antes de meterse en las fauces del dragón.