Hotel 23 —Sureste de Texas.
—Bienvenidos, mamones —dijo Hawse a modo de saludo cuando Doc, Billy y Disco regresaron del punto de colisión del C-130.
Doc llevaba un objeto grande y anaranjado sujeto con correas a la mochila.
—¿Te han dicho lo que hemos encontrado, Hawse?
—Sí, el mensaje acabó por llegarme. Los tíos de los A-10 se están quedando sin nadie, pero me pasan vuestros mensajes. El portaaviones ha mandado a nuestro portátil un archivo que puede extraer las coordenadas GPS de esa caja. Me han dicho que tendría que haber un puerto USB debajo del armazón.
—Bueno, pues pongámonos manos a la obra. Quiero saber dónde se esconden esos hijos de la gran puta —dijo Doc.
—Hay algo que todavía no te he contado, jefe. He perdido la comunicación con el portaaviones.
—¿Qué? Pensaba que me habías dicho que te mandaron el programa de la caja negra.
—Sí, pero no he podido contactar con ellos desde entonces. No responden a los canales primarios, alternativos ni terciarios.
—Pues arréglalo, Hawse. No sé qué es lo que sucede, pero sí sé que dentro de muy poco se nos va a venir algo encima. Antes de que nos metiéramos en la mierda esta, nos informaron de que teníamos que estar atentos hacia Nochevieja.
—Voy a hacer lo que pueda, tío. Nuestro equipo funciona bien, de eso estoy seguro. Todos los indicadores están verdes, tenemos una conexión sólida con el pajarito. El problema lo tienen ellos, tío —dijo Hawse.
—Dios mío, espero que no. Quienes tienen que sacarnos de aquí son ellos —dijo Disco, y vio a Billy empeñado en afilar el tomahawk—. ¿A ti qué te parece todo esto, Billy Boy?
—Creo que tendríamos que concentrarnos en los aspectos en los que nuestra actuación cuente para algo.
—Sí —dijo Doc—. Sigue atento a las comunicaciones, Hawse. Voy a ponerme a trabajar en esa caja con una palanca y un martillo.
Capas de fibra de carbono, acero, aluminio y compuestos varios protegían las entrañas de la caja contra los impactos y el fuego. Doc empezó a separar cuidadosamente la cáscara de lo que había en su interior.
El sonido del roce del tomahawk de Billy Boy contra la cara lisa de una piedra arenisca marcaba el tiempo. Doc miró mientras Billy se afeitaba una parte de los pelos de la cara con la tosca arma, para demostrar que estaba afilada como una navaja.
—Billy, Hammer no tenía esa herramienta tan afilada como tú. ¿Durante cuánto tiempo vas a llevarla?
—Hasta que la haya empleado para matar a cien.
Al cabo de una hora de maldiciones y de nudillos ensangrentados, el puerto USB, por fin, quedó a la vista.
—Hawse, ve por un cable.
—Ah…, de acuerdo. Vuelvo dentro de unas semanas. Ahora mismo me marcho a una concesionaria de Best Buy. Espera, creo que antes voy a llamar para preguntarles si abren las veinticuatro horas.
—No estoy ahora para que me tomes el pelo, joder. ¿Me vas a decir que no hay ni un solo cable USB en todas estas instalaciones, con todos estos ordenadores?
—La mayoría de lo que tienen aquí es tecnología sencilla. Es de los años noventa. Incluso de principios de los noventa… Si hasta hay puertos paralelos de esos tan cutres. Yo creo que… No, mejor que no.
—¿El qué?
—No, es que no nos saldría bien. Tendríamos que parar un sistema clave.
—¡Que le den por culo al sistema clave! Tan sólo necesitamos un cable USB para descubrir quiénes pueden ser los malos. ¿Qué ibas a decir? —insistió Doc.
—Bueno, que arriba hay un cable USB conectado a la antena preparada para ráfagas de datos. Tendríamos que subir allí, desenchufar el cable y prescindir de las ráfagas de datos mientras lo utilizáramos. Tú decides, tío, pero, ¿y si nos pasa por alto algún mensaje del portaaviones tan sólo porque se nos ha ocurrido ponernos a jugar con esa caja naranja?
—Merece la pena. Billy, tú y Hawse vais a subir a la antena. Daos prisa, falta poco para que salga el sol.
—Estamos en ello —dijo Hawse.
Los hombres estaban arriba. Faltaba poco para que el sol se dejara ver en el este. El cielo era de un color azul oscuro y las estrellas se desvanecían. Demasiado tenue para el ojo desnudo, pero demasiado brillante para los anteojos de visión nocturna.
—Tío, me voy a sacar los anteojos —había dicho Hawse.
Billy le miró a través de sus ojos verdes y electrónicos.
—Yo no —dijo.
—Esa cosa está ahí arriba —dijo Hawse—. Hagámoslo de prisa y volvamos a bajar. Estoy cagado, como si nos tuvieran rodeados o algo así. Como en los dibujos animados: la luz se ha apagado pero hay ojos que brillan por todas partes.
—¿Qué hay? ¿Ves algo?
—No…, acabemos con esto.
Llegaron a la unidad de transmisión de ráfagas de datos y empezaron a desmantelar el escudo a prueba de agua que cubría la conexión por cable. El sol se asomó por el horizonte oriental.
Sin aviso previo, dos criaturas emergieron de entre las malezas altas de Texas, como dos velociraptores, y se acercaron a Hawse y Billy mientras estos manoseaban los aparatos. Los ansiosos gruñidos hambrientos de carne advirtieron del ataque de los no muertos.
—¿Pero qué…? ¡Contacto! —gritó Hawse, y se volvió y disparó con el arma en la cadera.
Billy soltó el equipamiento de comunicaciones y desenfundó la pistola. Se había colgado el rifle a la espalda para trabajar con los ingenios electrónicos y habría sido difícil empuñarlo a tiempo. Los disparos de carabina de Hawse pasaron rozando el hombro de la criatura y la frenaron provisionalmente.
Billy disparó la Glock contra el que se movía rápido y derribó a la criatura con dos disparos, uno en el cuello, el segundo en la cabeza. La criatura que iba delante, y que prácticamente no había resultado afectada por la herida en el hombro, chilló mientras avanzaba contra el cañón de la carabina de Hawse y golpeó a éste en la cara. Billy trató de ayudar, pero no podía emplear el arma porque corría el riesgo de matar a Hawse en el proceso. Hawse disparó diez cartuchos. Todos ellos se hundieron en el estómago de la criatura, sin ningún efecto. Los órganos internos de la criatura, inertes y putrefactos, se derramaron sobre las botas de Hawse.
A medida que la criatura avanzaba, el rifle de Hawse empezó a introducirse en el estómago abierto. No tenía ninguna posibilidad de maniobrar con el rifle para apuntar contra la cabeza del cadáver. Éste agitaba los miembros y chillaba mientras seguía avanzando, y Hawse se veía obligado a emplear todas sus fuerzas para mantenerlo a distancia.
Ninguno de los dos hombres vio ninguna traza de humanidad en lo que se erguía frente a ellos. La criatura estaba abotargada, no tenía pelo y le faltaba la mayor parte de los dientes; llevaba los pantalones desgarrados de los muslos para abajo y los zapatos se habían desgastado hasta no cubrirle por completo los pies despellejados, casi de esqueleto.
Billy pasó la Glock a su mano más débil y empuñó el tomahawk. Logró situarse detrás de la criatura y levantó el arma, y la hundió con todas sus fuerzas en el cráneo del monstruo. La cabeza de la criatura quedó partida por la mitad hasta los hombros, y el cráneo, el cerebro y la médula espinal quedaron al descubierto. Se cayó al suelo, y durante la caída su piel se deslizó sobre el cañón del arma de Hawse. Éste todavía la empuñaba, y apuntaba directamente, aunque sin quererlo, al torso de Billy Boy.
—Aparta la cosa esa —dijo Billy.
—Sí. Lo… lo siento. Se han acercado rápido. ¡Por poco nos vamos al otro barrio, tío! Nos estaban dando caza. Yo había sentido como una mirada entre los arbustos. ¿Y tú?
Billy limpió el tomahawk contra la hierba parduzca y dijo:
—Sí. Yo también he tenido como una sensación.
Volvió con los aparatos electrónicos y se quitó los anteojos de visión nocturna.
A esa hora, el sol se encontraba ya sobre el horizonte, y les exigía velocidad y eficacia.
—Concéntrate en la tarea, Hawse —dijo Billy—. Desenchufa el cable y regresemos abajo.
Al cabo de un minuto de seguir el cable por entre un laberinto de otros cables, Hawse lo separó cuidadosamente del codificador de CPU conectado a otra de las pequeñas cajas de comunicaciones. Se valió de un Sharpie de plata que llevaba en el arnés y marcó la ubicación del cable, para que pudieran devolverlo rápidamente a su lugar después de extraer los datos de la grabación de vuelo.
Volvieron corriendo a la puerta. Mataron a otros dos acosadores por el camino. Los campos circundantes se cerraban sobre ellos. Las criaturas los acechaban. Tanto Hawse como Billy alcanzaban a ver siluetas entre los árboles. Ya no les quedaba otro remedio que creer en los informes del oficial que anteriormente había estado a cargo de las instalaciones. El miedo no diluiría la realidad; Billy y Hawse informaron luego que habían sentido un millar de ojos no muertos sobre ellos mientras corrían de vuelta al subsuelo con el cable, barato, pero ahora de un valor inapreciable.