Aguas territoriales de China.
—¡Contramaestre! Profundidad de periscopio —ordenó Larsen.
—Sí, mi capitán.
Después de que se transmitiera la orden al piloto, el submarino inició su viaje hacia un área bajo de la superficie de las aguas del Bohai. Habían desplegado el periscopio y éste surcaba las aguas verdiazules de la superficie. Los sensores avanzados del Virginia no habían hallado ningún indicio de fuerzas militares chinas que hubieran podido sobrevivir. Si quedaba algo de lo que había sido el ejército chino, debía de hallarse en una situación semejante a la del ejército estadounidense: disperso, carente de fuerzas y al borde de la desaparición. El Rojillo controlaba todo el espectro de frecuencias de radio; la única transmisión china que había detectado procedía del Servicio de Información Automatizado sobre Terminales del Aeropuerto Internacional de Beijing. El Rojillo llegó a la conclusión de que algunas partes del aeropuerto aún debían de recibir corriente eléctrica, y que por ello la señal de radio se mantenía en activo. Iba de una frecuencia a otra, de sarao por todo el espectro. Protegía el submarino y trataba de reunir todos los datos de los que pudieran beneficiarse en el curso de la misión.
El capitán recibía por circuito cerrado las imágenes que el periscopio captaba mediante su tecnología avanzada. Formuló una estimación de la situación en el continente.
—Parece que hay muchos chinos no muertos, contramaestre —dijo. Un cigarrillo sin encender le colgaba de una de las comisuras de los labios.
—Eso ya se lo podría haber dicho yo sin necesidad de mirar, señor.
—Sí, apuesto a que sí. Kil, ¿estás ahí?
—Sí, señor —dijo Kil, y emergió de las sombras al lado de un banco de equipamiento.
—Quizá querría usted preparar los equipos que controlan las aeronaves no tripuladas. Tendremos que realizar reconocimientos aéreos de la zona y del aeródromo chino.
—Ordenaré a los hombres que preparen los pajaritos para el lanzamiento. ¿Eso es todo?
—No, comandante, en realidad, no. Me preguntaba si habría usted meditado acerca de nuestras conversaciones anteriores.
—Sí, señor, sí lo he hecho, y lo siento, pero mi respuesta no ha cambiado.
Larsen acercó el rostro a Kil.
—Es una lástima que Rex y Rico vayan a tener que trabajar solos, sobre todo ahora que las muertes de Griff y de Huck son tan recientes. Esta misión va a ser muy difícil. ¿Les informo yo o prefiere hacerlo usted? Querría recordarle que nuestro arsenal está muy bien provisto y que Beijing no sufrió ningún ataque nuclear. El Virginia era un submarino de apoyo para misiones especiales antes de que el mundo se volviera loco y todavía lo es.
—Yo mismo se lo voy a decir, capitán.
—Muy bien. Ah, otra cosa… Clepsidra va a contar con más apoyo aéreo de lo que se había dicho previamente.
—¿Y cómo es eso?
—¿Vamos? —Larsen le hizo un gesto a Kil para que lo siguiese al área de información reservada.
Entraron por la puerta y así se aislaron del resto de la embarcación. El Rojillo estaba sentado en la terminal con el comandante Monday de pie a sus espaldas. Se había puesto a investigar la masa de información que habían conseguido durante la expedición a Kunia.
El Rojillo hizo desaparecer lo que tenía en pantalla cuando Kil y Larsen entraron en la sala.
—Vamos a tener apoyo desde lo alto. Un SR-71 con esteroides. Las lentes de ese pajarito son mucho más sensibles y cubren una superficie exponencialmente más elevada. El equipo se enterará con mucha antelación de todo lo que se vaya a encontrar —dijo Larsen.
—¿Dónde se encuentra la base aérea? —preguntó el escéptico Kil—. Estamos muy lejos de casa.
—No voy a decirlo, ante todo porque no lo sé.
—Pues entonces, ¿cuál es el recurso que vamos a emplear?
—El Aurora de Lockheed. En realidad no se llama así, pero ése ha sido el nombre en código de todos los programas hipersónicos de Lockheed desde los años sesenta. Es rápido, con amplios recursos en inteligencia de imágenes e indicador de objetivos móviles en tierra. Volará a una altura de treinta mil metros durante un período de seis horas.
—Si esa máquina ha venido volando desde Estados Unidos, habrá tenido que repostar en algún sitio. ¿Cuándo la tendremos encima? —preguntó Kil.
—El gobierno en funciones nos informó hace cinco días de que el Aurora llegaría mañana a las diez, horario de Greenwich. Nos lo dijeron antes de que perdiéramos contacto con el portaaviones, por supuesto, pero, no sé por qué, presiento que no vamos a tener problemas con eso. En cuanto a la necesidad de repostar, el Aurora no emplea JP-5. Cuando vaya usted a ver a Rex para decirle que no quiere formar parte del equipo, estaría bien que se lo contara.
—Gracias por la información, señor.
—De nada, Kil.
Kil sintió que la mirada de Larsen lo seguía al abandonar el área reservada. El viejo quería manipularle y, maldita sea, lo estaba consiguiendo.
Kil fue de un extremo al otro del submarino hasta llegar a la popa y mientras tanto pensó en lo que le había dicho Larsen. Iba a hacerles una breve visita a Rex y a Rico. Kil llamó a la puerta; no le gustaba entrometerse en los espacios privados si no era absolutamente necesario.
—¿Quién es? —Kil reconoció la voz de Rex al otro lado de la puerta.
—Kil.
—¿Quiere decir el comandante Kil?
—Sí, como más os guste llamarme.
—Lo siento, en nuestro club no hay oficiales.
Kil se decidió a entrar igualmente.
—Escuchadme, el capitán dice que vais a partir mañana. Tendremos apoyo desde el aire a partir de las diez, horario de Greenwich —dijo Kil.
Rex se puso en pie y así aligeró el grueso colchón de la litera.
—¿Y tú?
—¿Qué quieres decir?
Rico apartó la cortina azul de su litera y entró en la conversación.
—Esta mañana, Larsen nos ha dicho que te habías decidido a venir con nosotros. ¿Es verdad? —preguntó.
—Pero qué hijo de puta —dijo Kil, al mismo tiempo que meneaba la cabeza y apretaba los puños.
—No te preocupes, ya lo sabemos. Larsen está jugando con todos nosotros —dijo Rex—. De todos modos, nos iría muy bien poder contar con tu ayuda. Aquí tenemos una buena armería, puedes echarle una ojeada. —Rex apartó la cortina de una litera vacía y señaló un montón de rifles de combate—. Al empezar esta mierda, unidades de recuperación de material asaltaron los diversos arsenales militares de Estados Unidos. La mayoría de las armas del ejército eran una mierda. Unos amigos nuestros nos ayudaron durante una de las últimas expediciones al continente. Salieron con un par de helicópteros y saquearon una fábrica civil en el centro de Texas, y trajeron este material. —Rex señaló el montón de rifles negros, agarró uno y se lo pasó a Kil—. Es un LaRue 7.62 con un cañón de cuarenta y cinco centímetros. Si el tirador sabe manejarlo, puede reventar cabezas a novecientos metros de distancia.
Al tener el rifle de combate en las manos, Kil volvió a sentir algo que parecía haber hibernado bajo la superficie desde hacía años, desde su exilio en las tierras yermas de Texas dominadas por los no muertos. El peso del arma en sus manos le hizo revivir sus sentimientos de exacerbado individualismo. Se lo devolvió de mala gana a Rex.
—Kil, veo muy bien lo que te ocurre. Vete a hablar con tu amigo. Tu hombre tiene mucha habilidad con las armas largas. No creas que Rico y yo no lo notamos en Hawaii.
—¡Joder, sí! Ese tío es como un asesino de los barrios bajos —gritó Rico desde su camastro. Llevaba un auricular puesto en uno de los oídos y chascaba los dedos al ritmo de una melodía—. Además, sabemos que lograste sobrevivir durante varios meses en esa mierda. Lo hemos leído todo, así que ahora no vengas a contarnos que no estás preparado para esto. En la escuela de la armada no nos enseñaron a luchar como en Zombies 101 ni ninguna mierda de ese tipo, así que me parece que estamos en un mismo nivel.
Kil se quedó inmóvil cual estatua durante un rato antes de hablar, y luego eligió con cuidado sus palabras.
—Tenemos que empezar a planear la misión esta misma noche.
—¡Sí, de puta madre! ¡Ya te había dicho que vendría, Rex! —exclamó Rico.
Rex arrojó el rifle de combate al otro extremo de la habitación; Kil lo agarró sin pestañear.
—¿Cómo lo vas a llamar, Kil?
—Os lo contaré cuando regresemos —respondió Kil sin expresión alguna. Estaba sorprendido de su propia decisión, pero tenía claro que hacía ya muchos días que la había tomado.
—¿Estás seguro de que quieres éste? Sólo acepta veinte cargadores y es pesado.
—Te lo voy a explicar de la siguiente manera… Aproximadamente una de cada seis de las criaturas contra las que disparé en el cráneo con mi M-4 siguieron viniendo hacia mí. Si hacéis cuentas, veréis que el .308 tan sólo tiene cinco tiros menos, y os garantizo que con esto no vuelven a levantarse. He visto a Saien ponerlos a dormir a una distancia de ochocientos metros. Si queréis saber mi opinión, la falta de municiones y el mayor peso quedan ampliamente compensados.
—Sí, Rico y yo lo vimos cuando escapábamos de Kunia. Algunas de nuestras balas les rozaban el cráneo; las criaturas se tambaleaban y se caían, pero luego volvían a levantarse y seguían acercándose. Mal rollo.
Kil se volvió hacia la puerta.
—Voy a hablar con Saien. Nos veremos en el área reservada a las veinte horas. Así podremos poner nuestros planes sobre papel y ver qué tal quedan.
—La cosa pinta bien. Que tengas un buen día —dijo Rex mientras Kil se marchaba por la puerta.