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A bordo del George Washington —después de difundirse la plaga.

—Almirante, las criaturas controlan buena parte de los espacios destinados al alojamiento del personal, así como las áreas de almacenamiento de suministros. Siguiendo instrucciones del oficial de cubierta, la tripulación ha puesto todas las compuertas principales en Condición Cebra al inicio de la plaga, así que la mayor parte de ellos tendrían que haber quedado atrapados abajo en zonas separadas.

—¿Cuántos calcula que puede haber abajo?

—De acuerdo con mis estimaciones, deben de ser unos doscientos, y ese número sería mucho más alto si no fuese por la normativa que obliga a llevar armas de fuego. Creo que el número de no muertos que se encuentran bajo cubierta no se va a incrementar. A medida que los supervivientes que quedan abajo neutralicen a las criaturas, habrá otros que se infecten en el proceso. El único número que va a descender es el de los que permanecen con vida.

El almirante Goettleman se volvió para contemplar la cubierta de vuelo. Se había formado un gigantesco campo de refugiados que se extendía por los mil ochocientos metros cuadrados de acero y material antideslizante. Un plan para contingencias tomó forma en la cabeza del almirante y empezó a planear cómo sería el siguiente movimiento. Su primera prioridad consistiría en recobrar las salas de comunicaciones; a continuación, tendrían que encontrar un puerto apropiado. No podía arriesgarse a que los no muertos se adueñaran del reactor mientras el portaaviones se encontrase en alta mar. El portaaviones se habría transformado en mero cebo para los huracanes. Agarró el teléfono y marcó el número de la cabina del piloto.

—¿Oficial de cubierta? Ligero cambio de rumbo. Encamina el portaaviones específicamente hacia Cayo Hueso y ten cuidado con el calado.

—Muy bien, almirante —replicó el oficial de cubierta desde el otro extremo de la línea.

Al oír las órdenes que se daban en el puente, Joe preguntó:

—¿Le importaría informarme de lo que piensa hacer, señor? No entiendo a dónde quiere llegar.

—Mi intención es que nos encaminemos a Cayo Hueso y nos preparemos para la peor de las situaciones. Si perdemos a demasiado personal, este portaaviones no podrá navegar. Si se diera el caso, prefiero que nos encontremos en una isla, porque podremos despejarla y defenderla. Cayo Hueso tiene una base aérea naval. Podríamos destruir los puentes y aislarla. ¿Se sabe algo de Fénix y de la caja negra que recuperaron?

—Nuestros programadores trataban de compilar el software necesario para extraer las coordenadas GPS de la caja, pero entonces perdieron el control sobre nuestra red. Dicen que alguien trató de obtener acceso y alterar el software. La intrusión duró tan sólo cuatro minutos. Lo extraño es que el programa estaba ya completo cuando nuestra gente reinició los servidores del portaaviones y trató de compilarlo. No tuvieron tiempo de ir línea por línea para verificar el código, así que transmitieron el software al Hotel 23. La Fuerza Expedicionaria Fénix no regresará de su misión hasta dentro de unas pocas horas y no sabremos si han tenido éxito mientras no restablezcamos las comunicaciones.

—Esto es una prioridad, Joe. Quiero que los primeros equipos retomen las salas de radio. Ya nos preocuparemos luego por quién ha tratado de entrar en nuestros sistemas. Qué diablos, si hasta podría tratarse de la versión china de nuestro CYBERCOM. El Virginia tendría que llegar a Bohai dentro de poco… si no ahora mismo. Clepsidra no tardará en poner los pies en lo que hasta ahora había sido China. Seguramente, Larsen y sus muchachos van a estar muy interesados por lo que sucede aquí.

—Sí, señor, los marines tratarán de empezar por capturar la sala de comunicaciones. En cuanto tengamos control sobre ella, intentaremos restablecer las comunicaciones, primero con Fénix, y luego, si todo va bien, con Clepsidra.

—¿Y qué se sabe de la base del Ártico?

—Hace unos pocos ciclos que no responden a nuestros contactos rutinarios. Probablemente por culpa de la atmósfera.

—Probablemente. —Una vez más, Goettleman contempló el campamento que crecía sobre la cubierta—. Maldita sea. Tendremos que apostar francotiradores aquí arriba para vigilar los campamentos. Al más mínimo indicio de la presencia de no muertos, empezaremos a disparar.

—Sí, señor. —Joe hizo una pausa para asegurarse de que nadie le oyera—. Señor, no vamos a lograrlo.

—No, probablemente no. Pero yo no me he rendido jamás en mi vida. No voy a dejar de luchar hasta que me transforme en uno de ellos o me pudra tumbado en el suelo con una bala en la cabeza. Tú estudiaste en la CIA, así que lo sabes mejor que yo. Si es necesario, lucharemos a manos desnudas desde las lanchas salvavidas.