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Habían pasado cuatro días desde que el Virginia abandonó las aguas de Hawaii, cuatro días desde que habían honrado a Huck con un sepelio en el mar. Con la proa apuntando todavía hacia China, Larsen caminaba nerviosamente de un extremo al otro del centro de control.

Larsen marcó el número de la sala de radio y habló por el sistema de interfono.

—Kil, ¿hay alguna novedad en comunicaciones?

—Negativo, capitán. Todavía no hemos contactado con el portaaviones. Tenemos comunicación sólida con Crusow, pero dice que perdió contacto con ellos en el mismo día que nosotros. Ahora mismo trabajo en solucionar el problema. Lo más parecido a una familia que pueda tener se encuentra a bordo de esa embarcación y, por lo tanto, albergo intereses ocultos en recobrar el contacto con ellos —respondió Kil. Su voz tenía el sonido metálico del sistema de interfono.

—Venga a verme.

—Ahora mismo voy, capitán.

Kil abandonó la sala de radio y practicó el deslizamiento por escalerilla, de camino hasta el centro de control. Su teoría era que el motivo por el que no recibían las señales estaba en la atmósfera. Dejándose llevar por el optimismo, había invocado a la navaja de Occam que moraba en sus pensamientos para buscar la razón más probable: interferencias locales o un problema con los aparatos de comunicaciones. Nada que tuviera que preocuparles demasiado. Con todo, permanecía el hecho de que Crusow también era incapaz de establecer contacto desde el océano Ártico con el transmisor-receptor de onda corta.

Kil pasó un momento por el servicio antes de ir con Larsen. Mientras se lavaba las manos, echó una mirada a su propio reflejo. Le había crecido una barba respetable. No podía compararse con el encanto de un jefe tribal afgano, pero de todos modos era respetable. El capitán había dicho que a los hombres les levantaría la moral llevar barba; quería marineros con pinta de Grizzly Adams. Se la afeitaría antes de volver a casa. «Tara me mataría si regresara con esto», pensó al salir de los baños, mientras doblaba la última esquina antes de llegar al centro de control.

—A sus órdenes, capitán —dijo Kil, en un intento por arrancarle una sonrisa al viejo.

—Kil, sírvase una taza de la porquería esa y venga aquí —masculló Larsen.

Se acercó a la máquina de café marca Bunn y se sirvió una taza. Seleccionó «café solo» y se sintió muy feliz con poder bebérselo. A Kil no le importaba que le quemara en la boca, con tal de poder tomarse un largo trago del agua de fregar platos característica de la armada.

—A sus órdenes, capitán, ¿en qué puedo servirle, señor? —dijo Kil, y añadió el «señor» al final para que lo oyeran los soldados que estaban cerca.

—Explíqueme qué puede haber ocurrido en el peor de los casos. —Larsen no quería perder tiempo.

—Verá, señor, estaba disfrutando de este café antes de que usted me hiciera la pregunta, y ahora quiere estropearme la experiencia.

—Joder, Kil, estoy hablando en serio.

Kil irguió un poco más la espalda en respuesta a la pequeña explosión del capitán.

—Entiendo que quiere usted saber qué es lo peor que podría haber ocurrido a bordo del portaaviones. El peor de los casos sería que los no muertos se hubiesen apoderado de la embarcación. Ahora que ya le he dado esa respuesta, me imagino que querrá saber usted qué puede haber ocurrido en el mejor de los casos. —Larsen asintió—. Que las condiciones atmosféricas bloqueen las comunicaciones o, quizá, que hayan tenido problemas con su propio equipamiento. Nuestras máquinas están en buenas condiciones, de eso no nos cabe ninguna duda. Cada vez que hemos emergido a la superficie, he establecido comunicación con Crusow y siempre me ha oído bien.

—Prosiga.

—Eso es todo lo que sabemos. No podemos comunicarnos con el portaaviones y, por ahora, no lo hemos logrado con ninguna de nuestras bandas de alta frecuencia terciarias. Tenemos claro que nuestros equipos de comunicaciones están en buenas condiciones. —Larsen asintió para expresar su acuerdo—. Sabemos que el equipo de comunicaciones de Crusow funciona. También sabemos otra cosa que tal vez no se le haya ocurrido a usted: la Fuerza Expedicionaria Fénix del Hotel 23 colabora de algún modo con esta misión. Sus sistemas de comunicaciones a larga distancia pueden conectarse tan sólo con el portaaviones. Si los no muertos se han adueñado del portaaviones, o sus sistemas de comunicaciones han dejado de funcionar, la misión Fénix puede darse por liquidada. Lo que no conocemos es la situación actual del portaaviones. A mí me parece que la explicación más sencilla para esta interrupción de las comunicaciones —esto es, las condiciones atmosféricas— será también la más plausible. Lo más probable es que se trate de interferencias producidas por el ciclo de manchas solares.

Larsen se arrellanó en su silla y procesó mentalmente lo que acababa de oír.

—¿Qué sabe usted acerca de Fénix? —preguntó de mala gana.

—Lo que sé es que el almirante me ordenó que proporcionara información de apoyo antes de iniciar esta salida y que dejé a lo que quedaba de mi familia y a mi novia, una mujer que lleva en el vientre a mi hijo, a bordo de un portaaviones del que no hemos sabido nada durante las últimas cuarenta y ocho horas. También sé que tuve que entregar mi tarjeta de identidad, la única tarjeta capaz de lanzar la última arma nuclear del Hotel 23 que sigue alojada en el silo de lanzamiento vertical.

—Entendido —dijo Larsen—. Sígame.

Kil siguió a Larsen hasta el camarote de este último. En cuanto hubieron entrado, el capitán cerró la puerta.

—Vayamos al grano. El objetivo de la misión Fénix era facilitar la liquidación de Clepsidra en caso de necesidad. Si las cosas nos salieran terriblemente mal en las instalaciones chinas, el Hotel 23 lanzaría una bomba atómica contra ellas y así destruiría todo tipo de materiales o formas de vida peligrosas.

—¡¿Qué?! ¡¿Es que nuestros líderes no aprendieron nada la primera vez, capitán?! —gritó Kil—. ¡Usted mismo ha visto en Oahu lo que hace la radiación con ellos y con nosotros!

—Tranquilícese, comandante. Si Fénix recibe la orden de lanzamiento, no será con el objetivo de exterminar a los no muertos. Todos nosotros sabemos que eso no funcionaría. La directiva Fénix consistiría en destruir por completo las instalaciones chinas y neutralizarlas en el caso de que nosotros no tuviéramos éxito.

—De acuerdo. Dígame, en primer lugar, por qué no nos lo han contado antes y, en segundo lugar, qué es lo que ustedes definen como «éxito» —dijo Kil.

—No se lo conté porque tenía órdenes de no hacerlo. En segundo lugar, le definiré éxito como la localización y extracción efectiva del Paciente Cero, también conocido como CHANG.

—¿Pero por qué? No entiendo cuál es la importancia de capturar a ese… ese lo que sea, contando con que la puta mierda esa exista de verdad. Hasta ahora, lo único que he visto ha sido un puñado de antiguas fotos en blanco y negro con imágenes de la colisión, y unos pocos centenares de documentos en formato PowerPoint considerados de alto secreto, y otros documentos clasificados que habían pasado ya por una seria censura.

—Es una buena pregunta, comandante, pero los mensajes del gobierno en funciones, aparejados con las conversaciones informales que habíamos mantenido previamente por radio con los líderes militares, han tenido como efecto que me lo crea. Algunos de los científicos que trabajan para el gobierno en funciones dicen que, si consiguiéramos ese espécimen, tal vez podríamos inventar algo, una vacuna. No resolveríamos los problemas inmediatos, pero estaría bien saber que un rasguño o una pequeña mordedura ya no serían una sentencia de muerte.

Kil estaba frustrado con Larsen; evitó preguntarle por CHANG. No quería saber. Al pensar en el último y críptico mensaje de John, casi cambió de opinión, pero se contuvo y se tomó su tiempo. Esperaba a que Larsen terminase para volver a la radio y seguir trabajando en el problema.

—¿Sabe usted que perdimos a dos agentes de operaciones especiales en Hawaii? —dijo Larsen.

—Sí, por supuesto que lo sé. Vi como uno de ellos se hacía pedazos a sí mismo, y como arrojaban al otro al océano envuelto en una sábana. ¿Por qué saca usted ese tema a colación?

—Sólo quería decir que el equipo tiene dos hombres menos y que dentro de poco estaremos en el Bohai y navegaremos río arriba —declaró Larsen de mala gana. Parecía que no quisiera entrar directamente en la cuestión, como si hubiera tenido miedo de escaldarse con una bañera llena de agua demasiado caliente.

—¡No! —dijo Kil con brusquedad.

—Escúcheme…

—Que no, joder. No soy agente de operaciones especiales y ya tuve muchos problemas para sobrevivir el año pasado, dando vueltas como un idiota por el continente. Si lo que quiere pedirme es que desembarque en tierra con Rex y Rico, me pide usted demasiado. ¿No acabo de decirle que hay una mujer a la que amo y un niño que está a punto de nacer varios miles de kilómetros más al este?

—Sí, me lo ha dicho.

—¡¿No se le ha pasado por el cerebro que quizá quiera regresar con vida para verlos?! —gritó Kil.

—Baje la voz, comandante. Piénselo durante un minuto. ¿Quiere que su niño crezca en esta mierda de planeta? Pregúnteselo a usted mismo: ¿No le parece que el niño crecería mejor si no tuviera que tener miedo de los no muertos durante toda su vida? No quiero decir que ahora vayamos a arreglarlo todo, pero sí que tal vez haya una posibilidad. Piénselo…, una posibilidad.

—¿Eso es…?

—Sí, eso es todo. Puede usted marcharse.

Kil salió del camarote de Larsen. No dejaba de preguntarse a sí mismo: «¿Hasta dónde puede llegar mi estupidez?». Sabía que el almirante había previsto que Clepsidra iba a perder hombres y había sospechado que Larsen le saldría con esa mierda durante el último trecho del viaje. Pronto llegarían a lo que habían sido las aguas territoriales chinas; el Virginia avanzaba a gran velocidad. Kil consultó el reloj de pulsera y se dio cuenta de que emergerían pronto para tratar de establecer comunicaciones. La antena retráctil VLF del submarino era inútil bajo el agua, y por ello tan sólo podían comunicarse cuando salían al aire libre. Kil sintió que la proa se levantaba y anduvo pasillo arriba en dirección a la sala de radios para llevar a cabo un nuevo intento de contacto.

No lograría comunicarse con el George Washington en ese día.