Instalaciones de la cueva en Oahu.
—Ya estamos. Fuerza la trampilla, Rico —susurró Huck desde la escalerilla—. Ya huelo el océano.
Rico trepó por los travesaños. Tenía la nariz sintonizada con algo que se pudría.
—Tú hueles el océano, yo huelo muerte. Voy a tomarme mi tiempo. Mejor que por ahora te quedes sentado; no pienso darme prisas para que puedas ver el sol.
—A mí me parece bien —dijo Huck mientras masticaba una barra de chicle que por el camino había sacado de una de las máquinas expendedoras.
—Ahhh, ya lo veo —dijo Rico, con la intención de que Huck le preguntara.
Huck picó en el anzuelo.
—¿Qué es lo que has visto, tío? ¿Qué?
—¡Esto! —respondió Rico, y al mismo tiempo le arrojó encima un cadáver de gato en estado de descomposición avanzada.
—¡Hijo de la gran puta! —gritó Huck—. ¡Latino de mierda! No creas que te voy a perdonar esto. ¡Te voy a destrozar la tarjeta de residencia antes de que regresemos, de eso puedes estar seguro!
—Cálmate, mariconazo. Ha sido divertido —dijo Rico, y soltó unas risillas con acento cubano exagerado, en un estilo muy parecido al de Tony Montana. Huck hizo una mueca—. ¿Por qué te enfadas así? Yo ya te había dicho que trabajé en la brigada de limpieza.
Huck se rió y levantó la mano, tratando de agarrar a Rico por la pierna para arrastrarlo un par de escalones más abajo, y quizá también rebajarle un par de grados de chulería. Huck le preguntó:
—¿Estás preocupado por Griff?
—Sí, Griff es amigo mío, pero me esfuerzo por mantener el optimismo. Puede que aún esté vivo. No voy a permitir que esto me mate. Quiero regresar y poner fin a lo que empezamos.
—Cuentas con mi aprobación. Estoy preparado para ir hasta allí y dar de patadas a unos cuantos chinos —gritó Huck, y su voz resonó por la escalerilla y llegó hasta el túnel.
Se oyó un sonido metálico a lo lejos, en la negrura del túnel.
—¿Has soltado algo? —preguntó Rico mientras trabajaba en la trampilla por la que se salía al exterior.
—No, ha sido en el túnel. Apostaría a que es una de las criaturas.
—Espera un segundo. Esta cuña me las está haciendo pasar canutas —dijo Rico, y dobló una vez más el instrumento para que encajase en el mecanismo de cierre del gran candado de latón producido por el Estado.
—Esto es lo que ocurre cuando te haces la cuña con una lata de aluminio, idiota mexicano.
—Y tú eres paleto de nacimiento, Huck. Yo seré idiota, pero por lo menos sé que no tengo que ponerle las manos encima a mis primas, no como tú, que pareces un paleto desdentado del Sur.
—No te pases, tío. Aún te debo lo del gato. No te creas que lo voy a olvidar a base de cachondeo.
—Ponte el capuchón, sube aquí y cállate, paleto. He logrado hacer saltar el cerrojo. Voy a meter esta palanca y abriré la puerta. ¿Estás a punto?
—Sí, hazlo. Estoy a punto.
Huck apuntó hacia arriba con el cañón del arma y se preparó para disparar. Cuando los primeros rayos de luz solar entraron por la trampilla, la humedad se condensó bajo los capuchones que los protegían de la radiación. El paisaje era desolador. Lo que un año antes todavía era un paraíso de verdor se había transformado en un paraje siniestro. Toda la vegetación había muerto, y la explosión que sacudió Honolulu había arrastrado los árboles hacia el norte. Ninguno de ellos se había imaginado hasta qué punto había llegado la destrucción de la isla cuando avanzaron hacia su interior protegidos por la penumbra de la noche pasada.
Estaban en lo alto de una colina que se elevaba sobre la cueva y el túnel y, desde aquella posición privilegiada, columbraban el océano en lontananza. Huck distinguió, a cierta distancia, las antenas en forma de pelota de golf, visiblemente dañadas, así como las antenas más pequeñas frente a la puerta.
Se hallaban sobre un empinado pináculo desde el que se podía ver la infestada boca de la cueva, que se hallaba más al sur, y un precipicio escarpado en el norte que debía de elevarse unos treinta metros sobre los restos de una jungla. Rico agarró el bloc de notas a prueba de agua y se puso a dibujar un croquis de la situación, con el objetivo de informar a Rex cuando regresaran. Huck tenía los binoculares y observaba la entrada de la cueva. Se tendió de bruces sobre el suelo y se arrastró hasta el borde. Rico le agarró instintivamente el pie.
—¿Qué tal se ve?
—Se ve una cuadrilla de putos muertos andantes —respondió Huck.
Rico levantó el pie de Huck a unos pocos centímetros del suelo y el otro se llevó un susto.
—Deja de hacer el gilipollas —exclamó Huck. Siguió con la observación del área de abajo, en busca de cualquier cosa que pudiera resultarles útil para salir de allí. Huck enfocó por un instante los binoculares en un punto fijo y tensó los hombros por la concentración.
—Hum… Rico… Oye, tío, lo siento.
—¿Qué…, Griff?
—Sí, hermano. Tira de mí hacia atrás. Lo siento, tío.
Rico agarró a Huck por las botas, tiró de él hacia atrás hasta alejarlo del borde y se sentó en el suelo, abrumado momentáneamente por la derrota, y recostó la espalda contra la herrumbrosa puerta del cobertizo de acceso.
—¿Qué es lo que has visto, Huck? —Rico hablaba con el tono de voz propio de un hombre que no quiere saber la respuesta.
—He visto lo que quedaba de un cabrón valiente que resistió hasta el final. Parece que arrojó una granada de fragmentación y se llevó a unos cuantos consigo.
Los dos hombres estaban de pie sobre la colina y absorbían el calor del sol hawaiano a través de los uniformes antirradiación, un pequeño lujo, si tenemos en cuenta las condiciones de vida a las que se veían obligados en el interior del submarino.
Huck le echó una mirada a su reloj digital y bizqueó por culpa de los números apenas visibles, porque la batería estaba a punto descargarse y no podría reemplazarla jamás.
—Hace una hora que estamos aquí, Rico. Tendríamos que regresar.
Rico se puso en pie y en un instante descolgó la M-4 que llevaba al hombro. Huck se sorprendió. Quitó el seguro con el pulgar derecho y empezó a disparar contra las criaturas que estaban abajo. Derribó a docenas de no muertos, sin provocar ninguna reacción visible entre los aproximadamente quinientos que caminaban de un lado para otro y se freían bajo el sol del trópico. Rico volvió a colgarse la carabina al hombro y entró por la puerta del cobertizo que ocultaba la trampilla y la escalerilla por las que volverían a bajar.
Al ver la caja de la escalerilla, Huck se acordaba del pozo de donde su abuela sacaba el agua, y de cómo ésta le había advertido siempre, en su niñez, de que no se acercara al brocal. «Abajo el agua está fría, niño, y llena de ardillas muertas», le decía bromeando. Huck bebía casi siempre agua del arroyo.
—Rico, creo que tendríamos que contactar por radio con el submarino antes de bajar. Para ponerles al día.
Rico asintió.
—Clepsidra enviando informe de situación —retransmitió Huck.
—Clepsidra, me alegro de oíros, joder. Adelante con el informe. —La voz de Kil se oyó en el pequeño auricular.
—Las instalaciones están bien, no podemos contactar con los pajaritos. Rojillo dice que otra entidad ha entrado en los pajaritos y los controla. Seguimos adelante con los objetivos secundarios. ¿Me recibes?
—Sí, la transmisión es buena. Escucha, a propósito de Griff…
—Ya lo sabemos —respondió Huck—. Ahora estamos arriba y vamos a bajar. Queremos volver esta noche. Nos vemos en el submarino, Clepsidra corta y cierra.
—Recibido, Clepsidra. Nos vemos.
Huck fue el primero en bajar por la escalerilla. Se acordaba de los sonidos que habían oído antes. Apuntaba hacia abajo con la carabina mientras descendía. Al llegar al túnel, se quitaron las máscaras e iniciaron el camino de vuelta hacia el lugar donde se encontraban Rex y el Rojillo. Había unos pocos cientos de metros hasta las puertas interiores, y así tuvieron tiempo para acostumbrar la vista: de la contemplación directa de la luz del sol a los dispositivos de visión nocturna. Al llegar a la puerta de metal, Rico tiró del pomo. No cedió.
—Nos hemos quedado encerrados afuera… Tendremos que hacerla saltar —dijo Rico.
—Vale, yo me pongo manos a la obra y tú prueba con la radio. Quizá Rex tenga encendida la suya; no puede estar muy lejos de aquí. Tal vez la señal logre atravesar unas pocas paredes.
Rico abrió el micrófono, retrocedió hasta las máquinas expendedoras y volvió de nuevo a la puerta. Probó suerte en distintos lugares para ver si desde algún sitio lograba conectar.
Algo se movía en la oscuridad.
—¿Huck? ¿Lo has oído? —dijo Rico, y volvió corriendo a la puerta.
—¿El qué?
—Hay algo aquí dentro. No sé a qué distancia estará, pero no me cabe duda de que debe de ser algo jodido y de que viene hacia nosotros. ¡Date prisa! —susurró Rico, en un intento por evitar sonido innecesario. Las ondas sónicas se propagaban por el túnel en direcciones impredecibles.
El cerrojo se abrió de improviso y Huck se cayó hacia dentro.
—Ya estamos dentro, Rico…, corre.
Rico contempló la negrura del túnel. Sus anteojos de visión nocturna le permitían ver tan sólo a unos pocos metros de distancia en la total oscuridad. Algo se había movido allí fuera, Rico estaba seguro de ello. Caminó hacia atrás con el arma en alto, pasó por la puerta y la cerró en cuanto estuvo al otro lado. Anduvieron codo a codo por el pasadizo para volver con Rex y con el Rojillo.
—Cuando tengamos que volver a salir, será un problema, tío —advirtió Rico.
—No veo por qué. Afuera está muy oscuro, y las criaturas esas no ven en la oscuridad.
—Sí, pero no sabemos qué les ha hecho a estos la mierda de radiactividad, tío. Puede que sean más jodidos.
—¡Ah, cállate de una vez, coño! Sí que lograremos salir. Las puertas de la cueva estaban separadas tan sólo por un resquicio de unos centímetros de grosor. Esas cosas no podían entrar. Si ha quedado alguno aquí dentro, serán tan sólo uno o dos. Griff no nos habría jodido de ese modo, tío.
Las palabras de Huck tuvieron el efecto deseado: la actitud de Rico cambió visiblemente. Abrieron la portezuela y entraron en la sala donde Rex y el Rojillo les aguardaban.
—Eh, tíos, habéis tardado mucho rato. ¿Qué es lo que habéis visto? —preguntó el Rojillo. Tenía la mochila cerrada con todo el equipo dentro y estaba a punto para ponerse en marcha.
—Hemos encontrado la salida. Ésas son las buenas noticias, supongo —dijo Huck en tono solemne.
—Escúpelo de una vez, Huck. ¿Cuáles son las malas? —preguntó Rex.
—Bueno… Griff… no lo consiguió; arrojó una granada de fragmentación y se llevó a media docena por delante. No quedaba mucho, pero estaba claro que era él.
—¿No se ha…? —preguntó Rex.
—No, está muerto del todo, de eso no cabe duda. Si no, no lo habría dejado allí —dijo Huck, y miró al suelo, demasiado cansado de ver el dolor en los ojos de sus compañeros.
Rico se sacó el bloc de notas del bolsillo y le enseñó a Rex un bosquejo de lo que habían encontrado arriba.
—Al norte hay un barranco, unos veinte metros y pico, quizá treinta. La cara sur queda sobre las puertas del túnel donde se encuentra… donde se encontraba Griff. —Mientras hablaba, Rico pasó de la tristeza a la ira—. No me importa lo que quieras hacer tú, jefe. Si quieres bajar por la cara sur y matar a tiros a todas esas criaturas, yo te acompaño.
Rex se sorprendió por el súbito cambio de humor de Rico.
—No, iremos por el norte y saldremos de aquí ilesos. Nuestro punto débil son las municiones. ¿Habéis contactado por radio?
—Sí —confirmó Huck, y se puso a masticar una nueva barra de chicle—. Saben lo de Griff, lo vieron ellos mismos a través de la cámara que tienen volando por el cielo. Les he dicho que esta próxima noche trataríamos de regresar al submarino. ¿Cómo os ha ido a vosotros?
—El Rojillo ha hecho un nuevo intento de poner a los satélites bajo control. Nada de nada. Hay algún otro que tiene las riendas. —Rex echó una mirada y vio que el Rojillo tenía la mochila a punto y estaba listo para ponerse en marcha—. ¿Vamos a algún sitio?
—Sí, salgamos de aquí ahora mismo. He hecho todo lo que se nos pedía. La información está copiada en dos DVD que llevo en la mochila. Antes de salir, os daré uno a vosotros, por si acaso. Lo he duplicado todo.
—Buena idea. Aunque, si tú no lograras regresar, sería mejor que yo también me quedase aquí. Si perdiéramos a un recurso humano de gran valor como tú, el viejo Larsen me ataría a la torreta y me daría en los huevos con una antena de coche.
Al oírlo, Huck se echó a reír con tal fuerza que escupió el chicle sin querer. Se imaginó al capitán vestido como el general Patton, con una antena de coche en lugar de la fusta. Se rió con más fuerza todavía y tuvo que doblar el cuerpo, con la cara enrojecida.
—A mí no me parece tan divertido, Huck. —Rex se acercó a la mesa, arrancó un trozo del chicle pasado de Huck y se volvió hacia el Rojillo—. Pero ¿qué ha pasado con el rastreo?
El Rojillo le respondió con palabras rápidas, casi como si hubiera leído un guión.
—El rastreo ha terminado en Alaska. He encontrado un cortafuegos y no he podido ir más allá. —Se ajustó con fuerza las correas de la mochila y se acercó de nuevo a la terminal—. Voy a cerrar el computador. No creo que nadie más vaya a venir, pero siempre cabe la posibilidad de que más adelante necesitemos estos sistemas.
—Por mí, como si te bajas pelis porno y luego le pegas fuego a todo. Aquí ya no tenemos nada más que hacer. —Rex se plantó en el centro de la sala y empezó a explicar el plan—. Vamos a salir cuando se ponga el sol. Aquí dentro no tendríamos que encontrarnos con ningún problema, y el Rojillo conoce este lugar. Así pues, Rico…, tú y el Rojillo iréis por cuerda. Cuatro cuerdas, si podéis. Y si no podéis, ya nos apañaremos. Huck y yo la sujetaremos.
—Recibido. Vamos, Rojillo.
Ambos dejaron sus pesadas mochilas y se llevaron tan sólo las armas. Ninguno de ellos tenía ni las más mínimas ganas de pensar en las próximas doce horas…, en el viaje que tendrían que hacer a través del cinturón de no muertos de la isla.
A bordo del Virginia.
Diciembre.
¡Voy a ser padre! ¡¿Yo?! Aunque el equipo esté en tierra, a dieciséis kilómetros en el interior de un territorio que ha quedado como Hiroshima, no puedo dejar de sonreír. Noticias buenas…, noticias estupendas. Las mejores noticias desde las Navidades pasadas. Ha pasado casi un año desde que el mundo murió, y me encuentro con que he engendrado vida nueva.
El mensaje de Tara era sencillo, pero me ha cambiado para siempre: «Estamos embarazados».
He andado de un lado para otro durante un rato que me ha parecido una hora entera, sonriente y feliz. He olvidado lo que sucedía a mi alrededor. ¡Ya no estaba en un submarino frente a las costas de Hawaii, estaba en las nubes!
Y ahora hablemos de asuntos más urgentes.
El sol se pondrá dentro de un par de horas y sucederán dos cosas. Tendré otra oportunidad de mandarle un mensaje a Crusow y colaboraré en la extracción del equipo que está en Kunia. Crusow se notaba tan alegre y orgulloso de mí cuando me ha pasado las noticias de Tara… Es curioso: no lo he visto jamás y, sin embargo, se ha enterado de lo del niño antes que yo, porque ha sido él quien me ha mandado el mensaje. Cuesta creer que esté tan lejos, en un lugar tan opuesto a éste. Entre él y yo hay una diferencia de temperatura de ochenta grados pero aun así logramos encontrar motivos de alegría en nuestras respectivas situaciones. ¡Hoy lo he encontrado yo más que él!
Nombres para el mensaje de respuesta: si es niño, un nombre potente, como Alexander. Si es niña, un nombre como Lilian, o… No, tendré que pensar otro. Maldita sea… Tendré que casarme cuando regrese. Mi madre me mataría si supiera que voy a ser padre sin haberme casado. Mi madre…