A bordo del George Washington.
—¿Cuánto tiempo llevo? —le preguntó Tara a Jan.
—Pues mira, cariño, parece que has pasado el primer trimestre y que todo tiene muy buena pinta —dijo Jan con el tono de voz más positivo que tenía, al tiempo que examinaba la imagen que habían tomado con ultrasonidos. En la pantalla, el niño aparecía engañosamente grande. En realidad, no medía más que un grano de uva.
—Voy a decírselo.
—¿Estás segura? Lo más probable es que ahora mismo esté pasando por muchas cosas. No se espera que regrese antes de febrero. Mira lo que te propongo: esta noche consúltalo con la almohada, y si mañana por la mañana todavía piensas que tienes que decírselo, pídele a John que le mande el mensaje. ¿Qué te parece?
—Creo que consultar los problemas con la almohada siempre es una buena idea. Pero es que estoy tan emocionada… Es que, sabes, es lo mejor que me habrá ocurrido desde que… desde que… bueno, tú ya me entiendes.
—Sí, cielo, te entiendo. No hace falta que me lo digas. Ya sé de qué me hablas. Yo también estoy emocionada por ti. ¿Te puedo hacer una pregunta personal?
—Adelante… Quiero decir, sí, claro que puedes —dijo Tara, casi molesta de que Jan tuviera que preguntárselo.
—¿Por qué no se lo dijiste antes de que se marchara? Tú ya lo sabías. Aún no era oficial, pero lo sabías. ¿Por qué no se lo dijiste entonces?
—No lo sé; no sé por qué, me parecía que aún no podía decírselo. Después de haber perdido tanto de haber perdido a tantos… tuve el presentimiento de que, si se lo decía, perderíamos al niño. No me preguntes por qué. Sé que acabo de decir algo terrible, pero lo único que nos queda es la vida, la poca vida que nos queda. Creo que tenía miedo a ser gafe. —Tara frunció el ceño y se puso a llorar.
—No pasa nada. Suelta lo que llevas dentro. Estás embarazada, así que tienes permiso para hacerlo. Cuando él regrese, estarás en tu segundo trimestre. Te voy a dar unas vitaminas prenatales y este libro para que lo leas entre tanto. Ponte contenta, vas a ser madre. Tanto si te lo crees como si no, eres la única mujer embarazada a bordo. Por lo menos, la única de la que tengo noticia.
—Jan, no sé cómo podría darte las gracias.
—No me las des, no es necesario. Hemos pasado por muchas cosas. Estaré contigo siempre que me necesites. Te lo digo de verdad.
—Gracias, de todos modos.
—Quiero verte cada semana para poder seguir tu evolución y estar segura de que te encuentras bien, ¿de acuerdo?
—Sí, está bien —respondió Tara, sonriente como la Mona Lisa.