Círculo Polar Ártico.
La producción del combustible fue un trabajo repulsivo y nauseabundo. Con la ayuda de Kung, Crusow troceó los cuerpos medio congelados y extrajo la preciosa grasa. Las pieles estaban quemadas por el frío y maltratadas por los vientos del Ártico. En un primer momento del proceso de despiece, Kung no tuvo claro lo que necesitaba Crusow; había demasiado músculo en los primeros tajos que le pasó.
Para hacerle entender lo que quería, Crusow se pellizcó la poca grasa que tenía en el abdomen y se lo enseñó a Kung.
—Esto de aquí, Kung, no esto —dijo Crusow, y señaló entonces a su propio bíceps.
Después de extraer unos noventa kilogramos de grasa de los cadáveres, empezó con el tedioso proceso químico de transformarlos en biocombustible. El olor era atroz y se necesitaba un cierto tiempo para acostumbrarse. A fin de procesar adecuadamente el combustible, había que calentar con cuidado la grasa. Se había puesto una máscara y anteojos para protegerse de la grasa hirviendo. Los primeros litros le salieron bien, y en las pruebas que hicieron dentro de la base pareció que el combustible funcionaba.
Crusow salió afuera con una pequeña cantidad, lejos del calor del laboratorio, para probarla en uno de los generadores que habían modificado para que aceptasen el combustible alternativo. Dejó el combustible en la sala de generadores durante media hora y luego, al regresar, se encontró con que se había solidificado dentro de su contenedor hasta adquirir una consistencia semejante a la de un gel.
Se lo llevó adentro de nuevo y lo dejó al lado de una salida de calefacción. Finalmente, el combustible recobró su estado líquido. La solución que se le ocurrió a Crusow para el problema de la solidificación consistía en emplear el depósito primario de diésel del Sno-Cat para arrancar el motor y consumir luego biocombustible mediante una cisterna secundaria. Instaló filamentos calefactores en el depósito secundario para mantener en estado líquido su contenido. No era una solución ideal, pero no disponía de acceso a una verdadera refinería, ni podía permitirse el lujo de quejarse por ello.
Crusow y Mark no le habían quitado el ojo de encima a Larry durante los últimos días. Estaba en cama, al borde de la muerte desde que Bret había perdido la vida al borde del barranco. Aunque los otros tres le dieran coraje, Larry empezaba a rendirse. Lo acomodaron cerca de la sala de radios, donde podrían estar más pendientes de él. A modo de precaución, habían colocado sillas y otros objetos contra la puerta. Así no les sorprendería si regresaba de la muerte. Por ello, las guardias se volvían interesantes cada vez que las improvisadas alarmas se caían al suelo.
Las guardias junto a la radio en horas intempestivas eran necesarias y tuvieron como resultado la retransmisión de varios mensajes del George Washington al Virginia, y viceversa. La Base Cuatro en el Ártico se había transformado en un nexo de información entre ambas embarcaciones militares.
Por medio de la radio de onda corta, Crusow se familiarizaba cada vez más con John, así como con su amigo Kil. Incluso empezó su propia partida de ajedrez con John al tener noticia de las empezadas. Era una buena manera de pasar el tiempo; Crusow estaba ansioso por contactar por radio cada vez que se le presentara una oportunidad. Como en la sala de juegos de la base había varios tableros, podía seguir el juego de John contra Kil, al tiempo que jugaba el suyo propio. Eran sorprendentes los extremos a los que se podía llegar con tal de combatir el aburrimiento.
Crusow había visto ya varias veces todas las películas que tenían en la base; las partidas de ajedrez, por lo menos, eran algo siempre nuevo. Si se incluía a los jugadores, aquellas partidas por radio habrían alcanzado el índice Arbitron de cuota de audiencia más alto de la historia.
El ajedrez y los mensajes militares no eran lo único que se retransmitía por onda corta. Siempre venía bien oír noticias de otros lugares, por malas que fuesen. Durante la última semana, Crusow había descubierto que Oahu se había transformado en un vertedero atómico, y que el Virginia había proseguido hacia el oeste en misión de rescate después de abandonar Hawaii. La concisión militar hacía que algunos de los mensajes no tuvieran un significado claro pero, por lo general, Crusow y Mark lograban comprenderlos, salvo cuando estaban cifrados.
Ahora que el Sno-Cat contaba con un segundo depósito, podrían hacer el viaje hasta las regiones de hielo delgado del sur, donde tal vez un rompehielos pudiera rescatarlos.
Crusow logró destilar un total de doscientos diez litros de biocombustible, una cantidad adecuada, pues el depósito con calefacción propia que habían instalado en el Cat estaba hecho con un bidón de doscientos diez litros que habían rescatado del vertedero de la base.
Kung era un valioso embajador en los tratos de Crusow con Larry. Crusow se sentía mal por Kung, porque entendía que el chino no había tenido suerte. Aunque su inglés mejorara, todavía era un segundo idioma, difícil para él, y le costaba comunicar sus pensamientos y sentimientos a los demás. Era, a todos los efectos, un forastero en una tierra extraña e implacable.
El estrés que les inducía el frío estaba provocando una crisis psicológica en todo el grupo. Había un reloj que marcaba la cuenta atrás hasta el momento en el que se quedarían sin combustible y se congelarían. Era una fecha que no podían aplazar, retrasar ni reconsiderar, más allá del momento en el que se acabara el combustible de los generadores. Crusow tenía la sensación de que los ánimos se estaban perdiendo.
Desde el horrible pero necesario viaje al fondo del barranco, las pesadillas de Crusow habían regresado con toda su fuerza. La larga oscuridad de los inviernos septentrionales no había hecho más que alimentar los sentimientos de miedo y desesperanza que lo empujaban hacia paisajes tortuosos e inmisericordes. Tardaría en olvidar la pelea cuerpo a cuerpo con Bret y con la otra criatura de rostro familiar aunque olvidado, borrado del recuerdo por los horrores que había experimentado desde que quedó encarcelado en los hielos.
A bordo del Virginia, en aguas hawaianas.
Ahora mismo estoy de permiso. La unidad de la Fuerza Expedicionaria Clepsidra que desembarcó se encuentra todavía dentro de la cueva. He dado instrucciones a los hombres que están de guardia para que me despierten si oyen o ven algo en las imágenes de la Scan Eagle. Hay otro lanzamiento de aeronave no tripulada programado dentro de poco para que ese pajarito pueda descansar. No hemos tenido noticias del equipo durante las seis horas que han pasado desde que Griff…
Bueno…, desde que ha luchado hasta la muerte; supongo que ésa es la mejor manera de decirlo. Saien y yo hemos discutido la situación que se da en tierra y hemos pensado en todos los posibles desenlaces.
Una posibilidad: que no volvamos a saber nada del equipo y retomemos el rumbo hacia China sin equipo de operaciones especiales y sin intérprete de chino. Saien y yo sabemos cuáles serían los efectos secundarios y terciarios de esa circunstancia; a ninguno de los dos le gusta ese desenlace.
Otra posibilidad, mejor para nosotros, sería que lograran salir de la cueva e informaran de que es segura, está bien abastecida y puede funcionar. Saien y yo hemos dado ya la orden para que nos tengan a punto una lancha.
Antes, cuando el sol estaba bien alto en el cielo, hemos salido al aire libre con los prismáticos para observar la playa.
He visto a las criaturas dentro y alrededor de la lancha semirrígida, como si esperaran su regreso. Un gran porcentaje de la masa de tierra ha sufrido la explosión nuclear. Probablemente no hay nadie que comprenda los efectos de la radiactividad a gran escala en las criaturas, o, por lo menos, nadie que yo conozca.
Hoy he recibido otro cable de John. Nuevos movimientos de ajedrez. El primer par de números se entendía, pero la segunda serie era como la otra que recibí hace unos días…, extraña.
Aparte de los números misteriosos, venía con una pregunta: «¿Has leído Túnel en el espacio?».
Sí, lo he leído. Le he mandado una respuesta a Crusow (el hombre que se encarga de rebotar los mensajes en el Ártico) y hemos hablado durante un rato. Crusow es mi contacto habitual cuando pasamos los mensajes.
Una noche, cuando ya era tarde, Crusow y yo cambiamos a una frecuencia alternativa, más alta y más clara, y tuvimos una conversación sobre nuestro pasado, y sobre los acontecimientos que nos han llevado a la situación actual. Me ha contado una historia escalofriante de unas peripecias que pasó en el fondo de un barranco cercano a la base. Perdieron a otro hombre, víctima de un cadáver que se descongeló. El relato era angustiante, pero también nos ha proporcionado información valiosa acerca de los no muertos. Crusow empezaba a preocuparse seriamente por las posibilidades de sobrevivir allá arriba. Se le acababa el combustible, pero había tomado medidas para producir más. Tan sólo quedaban cuatro almas en la Base Cuatro, y una de ellas estaba muy enferma, según contaba Crusow.
Parece que John está de buen humor, por lo que me informa Crusow. Me ha dicho que le explica que Tara también se encuentra bien. Aunque la gran distancia no permite comunicaciones de voz salvo en condiciones atmosféricas óptimas, siempre es mejor que nada, y me anima a seguir.
Voy a dormir un rato, Saien ya está roncando en la cama de abajo.