28

A bordo del George Washington.

Se acercaban con rapidez. Danny trató de escapar por debajo del circulador de aire y entrar en una gran sala de ventilación; no sabía muy bien por dónde tenía que ir, porque apenas lograba atisbar a las criaturas y éstas parecían moverse a un ritmo extraño. Eran implacables y le perseguían con obstinación. Danny tenía las rodillas en carne viva y sanguinolentas; se sentía como si se hubiera arrastrado a lo largo de varios kilómetros.

Sentía la fría zarpa de la muerte en los talones. La garra descarnada de la criatura se cerró en torno a uno de sus pies y lo sujetó como una tenaza. Danny no podía ya avanzar; la criatura lo arrastraba hacia atrás para matarlo. Una rata de aspecto peculiar le observaba con ojos rojos y brillantes desde un rincón oscuro.

Danny pateó, chilló con fuerza, se salvó a sí mismo del escenario de las pesadillas…, de las garras del hombre del saco.

Alguien lo zarandeó, le arrastró a lo largo del último trecho de camino que lo separaba de la realidad y lo depositó sano y salvo en los brazos de su abuela.

—Danny, despierta, cariño. Era un sueño, nada más que un sueño. Despierta.

Danny se debatió bajo la sábana hasta que estuvo seguro de que era su abuela quien lo sujetaba.

—¡Están en el barco, abuela! —exclamó Danny, visiblemente agitado todavía por la pesadilla.

—No, cariño, no están a bordo. Se encuentran muy lejos de aquí, en tierra. Estamos a salvo… Trata de calmarte y respirar.

—Los oí antes, abuela. Estaba escondido en la parte de atrás del barco. Los he oído —dijo Danny entre sollozos.

—No, cariño, no están aquí. Ahora cálmate y ponte a dormir —dijo Dean, al mismo que le acariciaba el cabello a Danny.

—Sí, sí están, yo sé el sonido que hacen. Me acuerdo. Me acuerdo de la torre de agua. Recuerdo a mamá, a papá…

Alguien llamó a la puerta antes de que Danny pudiera adentrarse por aquel oscuro sendero de su memoria. Dean volvió a arroparlo en la cama, le dio un beso en la frente y fue a la puerta. Abrió tan sólo un resquicio para ver quién podía presentarse a una hora tan tardía. Tara estaba afuera, de pie, en camisa de dormir.

—¿Todo está bien, Dean? He oído a Danny.

—Sí, ha tenido otra pesadilla. Hace una semana que tiene pesadillas cada noche y yo ya no sé qué hacer.

—¿Puedo ayudarte en algo?

—No, tranquila. Gracias, de todos modos. Tendrá que ser él mismo quien lo supere. Se cree que viajan a bordo.

—¿Las criaturas?

—Sí, lo cree a pies juntillas. Se imagina que ha oído a una de ellas.

—¿Dónde? ¿Cuándo? —preguntó Tara, mientras una sombra de miedo le afloraba al rostro.

—Hace más de una semana, en este mismo nivel, en el área restringida de popa. No fue él quien me contó que había estado allí; lo descubrí durante la primera de sus pesadillas.

—¿Tú qué piensas?

—¿Sobre Danny?

—No, sobre eso que cuenta de que ellos están aquí.

Dean torció la cabeza por un instante y eligió con cuidado las palabras:

—Creo que Danny ha sufrido mucho… Dejémoslo ahí.

—Por lo que he visto, eres una mujer muy fuerte.

—Gracias. Puede que a veces parezca una dama de hierro, pero de vez en cuando me viene bien oír cosas como ésa.

—Te lo he dicho de corazón. Buenas noches, Dean.

—Buenas noches, cariño. Si tú y Laura necesitarais algo, no dudéis en acudir a mí. Sé que la madre de Laura está ocupada trabajando con el médico.

—Gracias —dijo Tara, y se marchó al camarote de al lado.

Dean cerró la puerta en cuanto Tara hubo salido y se volvió para ver cómo estaba Danny. La sábana subía y bajaba lentamente, al ritmo de la respiración del muchacho. La voz de Tara debía de haberlo tranquilizado lo suficiente como para que volviera a dormirse. Dean encendió la lámpara que empleaba para leer y miró por la estantería. Eligió al azar un libro en rústica que pudiera ayudarla a dormirse. Empezó por una página de Freakanomics en la que se explicaba por qué los traficantes de drogas solían vivir con sus madres…; por lo menos en un tiempo no muy lejano en el que aún había traficantes de drogas y estos tenían madres. Dean terminó por cansarse y se sumergió en el mundo de los sueños. Su último pensamiento, antes de que el libro se le cayera en el regazo…: «Tienes que vivir por él». Hasta ese momento, las criaturas no le habían arrebatado su único motivo para seguir en el mundo… Dean había jurado que no sobreviviría a Danny. Era el último de su estirpe.