Hotel 23 —Sureste de Texas.
—Han vuelto —le dijo Hawse a Disco mientras agarraba la M-4.
Aunque estuviera prácticamente seguro de que se trataba de Doc y de Billy, Hawse no quería correr riesgos. Mientras escapaba de Washington D. C., había visto a los no muertos abrir puertas y subir escaleras.
Hawse era el único operativo especial que había logrado escapar vivo del Césped Norte de la Casa Blanca. Conservaba un vívido recuerdo del día en el que escapó.
Se había visto obligado a ir sobre ruedas a toda marcha hasta el recinto de la Casa Blanca, había pugnado con masas de criaturas, había despejado el camino para que el Vicepresidente y la Primera Dama pudieran escapar en helicóptero. Había disparado toda la munición que tenía desde la portezuela de Marine Two, justo antes de que los muertos echaran abajo las verjas de hierro negro y se adueñaran de la Casa Blanca. Mientras sobrevolaban el Distrito de Columbia con los últimos miembros del gobierno que aún vivían, había contemplado por última vez la capital de la nación.
Las criaturas parecían gusanos que se arrastraran sobre los coches y por las casas, sobre el cadáver del Distrito de Columbia. Unas semanas antes de que las criaturas tomaran el Césped Norte, FEMA había izado el puente levadizo Woodrow Wilson y había derribado el resto de las vías que pasaban sobre el río Potomac, con lo que Virginia había quedado aislada del Distrito de Columbia y de Maryland. A pesar de estas iniciativas extremas, la anomalía acabó por cruzar el Potomac. Desde las opulentas mansiones de Virginia del Norte hasta los guetos de Suitland (Maryland), reinaban los no muertos. No más republicanos, ni demócratas, ni otras facciones ineficaces. Ahora, América se regía por la política de la muerte. Los virginianos estaban mejor que los de Maryland; las draconianas restricciones a la tenencia de armas que se habían impuesto en Maryland antes de la anomalía tuvieron como consecuencia el rápido exterminio de sus habitantes. Las llamadas zonas libres de armas fueron una bendición para los no muertos, igual que lo habían sido para los locos asesinos y matones antes de que los no muertos tomaran las calles.
Doc y Billy llegaron a la puerta y devolvieron a Hawse a la realidad.
Hawse sostuvo la carabina a poca altura, a punto para disparar, mientras las bisagras giraban hacia dentro y la puerta se abría.
—¿Cuál es la contraseña?
—Que te den por culo, Hawse —dijo Doc, y entró por la puerta que daba al centro de control.
—Correcta, puedes pasar —pronunció Hawse, haciendo una imitación terriblemente mala del acento británico.
Tanto Hawse como Disco se dieron cuenta de que los dos hombres habían vuelto con material extra.
—¿Y bien? ¿Qué ha sucedido allí fuera? El sol va a salir dentro de una hora… Empezábamos a ponernos nerviosos porque pensábamos que tendríamos que salir a rescataros, so gilipollas.
—Nosotros también te echábamos de menos a ti, viejo amigo —respondió Hawse con su pésima imitación de acento.
Doc y Billy pusieron al corriente a los otros dos acerca de todo lo que les había sucedido durante el camino, incluido el río de no muertos de kilómetro y medio que había fluido por debajo de ellos al cruzar el paso elevado.
—Anda, tíos, seguro que después habéis tenido que cambiaros los pañales —dijo Disco.
Billy no solía hablar mucho. Cuando tenía algo que decir, el resto de miembros del equipo lo escuchaba.
—Jamás había visto a tantos en un solo lugar. Esto ha sido peor que lo de Nueva Orleans. Tú no estuviste allí, Disco. Tú no conocías a Hammer. Lo perdimos allí. Era un buen operativo. Si no hubiéramos mantenido disciplinadamente el silencio, Doc y yo mismo nos habríamos unido a ese río y vendríamos por vosotros. —Como de costumbre, la voz de Billy no delataba ninguna emoción, pero sus palabras tuvieron el efecto deseado.
—¿Qué es todo ese equipamiento? —preguntó Disco para cambiar de tema.
Doc sacó la documentación que se había guardado en el bolsillo de los pantalones y se la pasó a Disco al tiempo que hablaba.
—Es algo parecido a esa espuma para el control de multitudes que tenían que darnos en Afganistán antes de que empezara esta mierda. La única diferencia es que esta sustancia se pone dura como el cemento en un par de segundos, en vez de simplemente volverse pegajosa. Hay otro compuesto que «desendurece» la espuma, y es éste. —Doc sostuvo en alto la botella de líquido para que todo el mundo pudiera verla.
—¿Qué vamos a hacer con todo eso? —preguntó Hawse—. Quiero decir, ¿para qué nos sirve? ¿Hará algo que no pueda hacer mi M-4?
—¿Tu M-4 puede detener a un centenar de mierdas de esos en menos de diez segundos y crear de paso una pared de cuerpos atrapados en cemento? —dijo Doc.
—Bueno, eso será si funciona. No quiero ser yo el que se coloque enfrente de un enjambre y sea el primero en probar esa máquina —añadió Hawse.
Billy bajó la mirada y comprobó que la acción de su M-4 estuviera bien, y dijo:
—Yo espero que no tengamos que utilizarla en absoluto. Dudo que pudiera detener el río que hemos visto antes. Tal vez retrasaría su avance.
Hawse tuvo tiempo para pensar en estas últimas palabras antes de que nadie más hablara.
—¿Y ahora qué plan tenemos, Doc? Por lo que parece, habéis necesitado una noche entera y habéis estado a punto de morir para traernos un aparato que tal vez no vayamos a utilizar nunca —dijo Disco.
—Tal vez estés en lo cierto, pero Billy y yo hemos conseguido información que se encontraba en el paquete y vamos a tener que analizarla. En las cajas de equipamiento había documentación, y otro mapa con la ubicación de entregas de material diversas. Podemos cotejarlo con el que ya tenemos. Lo que quiero decir es que no hemos vuelto tan sólo con un aparato.
Doc sacó los documentos de un bolsillo exterior de su chaqueta cerrado con cremallera.
—Tan sólo he tenido un segundo para mirar todo este material, pero echadle una ojeada vosotros también.
Doc les mostró un mapa cubierto por una lámina transparente en la que figuraban todos los lanzamientos anteriores.
—Al comparar este mapa con el nuestro, descubrimos algunas diferencias notables. Este nuevo mapa registra muchos más lanzamientos que el que nosotros fuimos a recoger. Parece que hay un par de cargamentos en un radio de veinte kilómetros al norte del Hotel 23. Disco, tú y Billy os encargaréis del informe para el portaaviones. Tan sólo nos quedan unos minutos hasta que salga el sol. Manos a la obra.
—Lo que tú digas, jefe —respondió Hawse.
Hawse y Billy abandonaron la conversación y se dirigieron a la terminal de transmisión de ráfagas de datos por satélite para enviar un breve informe de la misión de la última noche.
Doc prosiguió:
—Y si miramos las fechas marcadas en los dos mapas, vemos que la carga que fuimos a recoger la pasada noche llegó a tierra poco antes de que lanzaran el artefacto sónico contra el Hotel 23. Así que la pregunta sigue en pie: ¿Cómo es posible que la misma organización que lanzó un enjambre contra el Hotel 23 arrojara también un prototipo de arma que, al menos a corto plazo, podría resultar efectiva contra ese mismo enjambre?
—No estoy seguro de que lo vayamos a descubrir jamás, ni de que tenga mucha importancia a estas alturas —dijo Hawse, y volvió a dejar el mapa sobre el escritorio.
—Quizá no importe, pero estos mapas sí podrían revelarnos algo. Parece que sueltan las cargas siempre a la misma hora del día. Si la aeronave que lanza el equipamiento despega siempre del mismo aeródromo a la misma hora, no sería imposible descubrir su origen, o por lo menos determinar un área de unos pocos cientos de kilómetros, tan sólo con unos conocimientos básicos de matemáticas, un mapa de Estados Unidos y una escuadra.
—Informe transmitido, jefe —dijo Disco.
—Habéis ido rápido.
—Bueno, es que tan sólo les he dicho lo que había que decir. No importa lo que les envíe, me van a venir igualmente con una docena de dudas. Así que les mando un informe muy sencillo y aguardo el torrente de preguntas. Pero de todos modos voy a cerrar el circuito. No quiero que nos delate una tormenta de ondas de radio.
—Buen trabajo —dijo Doc—. Hasta ahora hemos tenido suerte, pero no contéis con que dure. La tarea que viene a continuación consiste en poner a punto la bomba nuclear, someterla al programa de diagnóstico y asegurarnos de que estamos listos para las nuevas coordenadas. No me preguntéis nada, porque ni siquiera sé a qué lugar se referirán.
—¿Y si las coordenadas se encuentran dentro de Estados Unidos? —preguntó Hawse con expresión seria.
—Dependerá del objetivo. Espero que no sea así pero, si se diera el caso, haremos lo que tengamos que hacer.
Hawse pensó por unos momentos en la Constitución, que se exhibía tras un cristal a prueba de balas en Washington D. C., y que estaba rodeada por los no muertos.