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Kil estaba sentado en su camarote y leía un libro, Túnel en el espacio, de Robert Heinlein. John le había pasado un ejemplar antes de que subiera al helicóptero y le había dicho que no lo perdiese. Kil recordaba que John tenía otro ejemplar, con la misma cubierta y todo igual. Había estado inmerso en la novela desde que había tenido noticia del destino de Oahu, porque lo ayudaba a evadirse de los peligros que seguramente encontrarían en el curso de la misión. Era la historia de un grupo de jóvenes estudiantes que iban a parar a una tierra extraña y luchaban por sobrevivir. La ambientación del libro era mala, no se encontraba ni de lejos a la altura de lo que Kil había visto al quedarse solo después del accidente con el helicóptero. Hubo un momento en el que se palpó la cicatriz de la cabeza mientras pensaba en todo esto, entre párrafo y párrafo.

Saien estaba en la cama de abajo de la litera y jugaba al solitario sobre las sábanas con una vieja baraja de cartas afgana de los Más Buscados. Saien se había esforzado por asimilar todo lo que había ocurrido en el submarino desde su llegada. Le había dicho a Kil que jamás se había imaginado que llegaría a encontrarse entre los tripulantes de un submarino nuclear de ataque rápido, e incluso se había prestado a trabajar durante el viaje, haciendo guardias junto a las máquinas. No tenía muchas responsabilidades, tan sólo la de controlar las válvulas para estar seguro de que funcionaran dentro de los parámetros establecidos. Así, algunos de los ingenieros, ya sobrecargados de trabajo, pudieron permitirse las horas de sueño que tanto necesitaban, y de paso se había ganado varios amigos. Ya no lo veían como a un extranjero incómodo y fuera de lugar.

Kil quiso pasar página para empezar el capítulo siguiente pero el libro se le escapó de la mano y se le cayó. Cuando empezaba a bajar una pierna para saltar al suelo, oyó a Saien.

—Ya te lo recojo yo, Kil.

—Gracias.

Saien agarró la novela y echó una ojeada al resumen argumental de la contracubierta antes de devolvérsela a Kil.

—¿Por qué lees estas cosas, tío? ¿Te has vuelto loco? ¿No tienes suficiente con lo que has vivido?

—Entiendo que llevamos mucho tiempo de viaje, pero, ¿ya te estás poniendo de mal humor, Saien? Aún falta mucho para que nos den un día de cerveza.

—¿Qué es un día de cerveza?

—Es una expresión que se emplea en el ejército estadounidense. A veces, cuando una expedición dura mucho, el ejército autoriza a la tropa a tomarse un par de cervezas.

—Yo no bebo, así que no me importa. ¿Y si nos dieran un día de aire fresco y luz del sol?

—Lo siento, Saien, en los submarinos no hay ningún día de esos. Pero, si tú quieres, le presentaré una petición al capitán —dijo Kil, riéndose.

—Gracias. Te deseo que esta noche sueñes con las criaturas ésas.

Kil hizo como que no se enteraba de los malos deseos de Saien y retomó la lectura del libro. Al cabo de cinco páginas, Saien le interrumpió.

—Perdona, no hagas caso de lo que te he dicho. No quiero que esta noche sueñes con las criaturas. No tendría que habértelo dicho. Es que me cuesta adaptarme a estas condiciones de vida.

—No te preocupes, tío. Todos nosotros acabamos con fobia al camarote. Así es la vida en los submarinos.

—¿Fobia al camarote? No te hablo de eso. Lo que pensaba ahora era lo que tú me habías dicho, lo que te dijo el capitán acerca de nuestro próximo destino —respondió Saien.

—Sí, ¿qué ocurre con eso?

—Bueno, pues que una bomba atómica lo ha hecho pedazos. Tú y yo sabemos muy bien lo que eso significa. Puede que haya cientos de miles de criaturas corriendo por allí. Sí, Kil, lo he dicho en serio, corriendo.

—A mí no me gusta más que a ti. Tú y yo somos asesores, y hasta este momento no hemos cumplido otra función. Le he explicado mis puntos de vista al capitán, pero es él quien manda en este submarino. Yo, personalmente, pienso que tiene que estar loco para que se le ocurra siquiera atracar en Hawaii. Si la decisión estuviera en mis manos, elegiría una de las islas más pequeñas y no irradiadas, y ordenaría a todos los barcos de guerra supervivientes que se dirigieran hacia allí. Podríamos apoderarnos de ella y volver a empezar. Los mandatarios supervivientes no están de acuerdo, y es por eso por lo que nos encontramos aquí, a bordo de un reactor nuclear flotante, y salimos al encuentro de ejércitos de cadáveres radiactivos.

Saien miró a Kil con una sombra de desdén en el rostro.

—Ahora eres tú quien me va a inspirar las pesadillas con las que te había maldecido. Cretino comecerdos.

Kil se rió de Saien y se echó de nuevo para seguir leyendo el libro.

—Pero no se te ocurra pedir auxilio mientras duermas…, yo quiero leer.

Un fuerte puñetazo debajo del colchón le confirmó que Saien había captado el mensaje.