15

Faltaba poco para diciembre. Había pasado casi un año desde que las criaturas empezaron a aparecer en los Estados Unidos continentales. De noche, el aire era frío y los sonidos no se parecían a nada que Doc y Billy Boy hubieran oído en las montañas de Afganistán durante lo que ahora les parecía una vida anterior.

Los talibanes no delataban su posición con gimoteos. No se quedaban ociosos, ni dormidos hasta que alguien pasaba por la noche frente a una ventanilla de automóvil abierta y tentaba a sus garras. Aunque en Afganistán hubiera muchos que llamaban «píldora de veneno» al cartucho de rifle ruso de calibre 5.45, éste no era venenoso como el mordisco de un no muerto. No había nada que pudiera salvar a los infectados. Los mejores médicos del planeta estaban desconcertados. Ni siquiera los cirujanos dispuestos a amputar un brazo o una pierna infectados podían cortar la fiebre, ni impedir la muerte ni la consiguiente reanimación.

Los muertos no se escondían en cuevas, ni ponían bombas al borde de las carreteras. Doc lo pensó por un breve instante: «Los no muertos, al menos, jugaban limpio». Jamás engañaban a propósito. Como en la fábula del Escorpión y la Rana, todo se reducía a su naturaleza, que se había transformado; eran asesinos, destructores de almas.

Doc recordó los días vividos después de tomar junto con Billy la decisión de escapar de Afganistán. El viaje desde las provincias afganas del sur hasta el mar por las inmensidades de Pakistán había estado plagado de peligros. Habría podido ser mucho peor. Pero la densidad de población de aquella zona, escasa en comparación con la del Primer Mundo, les había dado una pequeña ventaja. No tuvieron que enfrentarse a cien mil criaturas… Por lo menos, aún no.

Eso no les impidió matar a un número de no muertos que tal vez superara a las cifras de víctimas de algunas de las actuaciones que tuvieron lugar al inicio de la Operación Libertad Duradera. Masacraron a los talibanes no muertos mientras andaban hacia el sur y a medio camino se quedaron sin municiones para las M-4. Liberaron tres AK-47 mientras huían y lucharon durante semanas contra contingentes de no muertos cada vez más numerosos.

El terreno y en algunos casos el aire enrarecido no les dieron cuartel. No se atrevían a reposar más que unas pocas horas entre marcha y marcha; si se detenían un poco más, los no muertos saldrían de detrás de un peñasco o de una elevación del terreno para perseguirlos. No habían experimentado tal fatiga desde que habían seguido el programa de entrenamiento BUD/S. En todas y cada una de las etapas anduvieron a marchas forzadas durante horas por lo que parecía un paisaje lunar.

Doc recordaba que, en un determinado momento, se había dormido mientras corría. Tuvo que caerse de cara sobre las rocas para reanimarse y volver a luchar. Él y Billy masacraban contingentes cada vez más grandes, y se detenían para robar cargadores a criaturas que habían muerto días o semanas antes con el AK colgado a la espalda. Los no muertos se presentaban ya por docenas, y a veces se les acercaban grupos de un centenar o más.

Cuanto más se acercaban a la costa, más densas se volvían las hordas. La anomalía era tan reciente que las criaturas todavía no se habían alejado de las costas; la mayor parte de la población mundial vivía en los litorales y los no muertos se habían impuesto en esas regiones.

Espoleados por los rumores de que la flota había anclado frente a las costas de Pakistán en el mar de Omán, Doc y Billy lucharon con denuedo por llegar hasta el sur. No fue hasta el día antes de que llegaran a la costa cuando la radio dejó de sonar en sus auriculares. Finalmente contactaron con el Pecos, su billete de vuelta al hogar.

Doc corrigió el rumbo que seguían, de acuerdo con las indicaciones que les habían dado por radio desde el navío, y siguieron ametrallando a no muertos a lo largo de los últimos kilómetros que les quedaban hasta llegar al mar. El sol se ponía y sus rifles requemados se habían quedado ya sin munición en el momento en el que las botas de ambos se llenaron de agua marina. Se apartaron de los millares de criaturas que agitaban las espumas con sus pisadas de no muertos.

El Pecos era el último navío que seguía anclado en la costa para acoger a refugiados. Billy y Doc se dieron cuenta en seguida de que el oficial al mando del Pecos estaba más que satisfecho con la seguridad adicional de contar con otros dos operativos especiales a bordo. Después de llegar, comer y ducharse, Doc y Billy fueron informados de la situación.

* * *

Doc se enteró de los mortíferos actos de piratería que se producían en alta mar. Los piratas sacaban partido de la falta de seguridad marítima y atacaban sin misericordia a todas las embarcaciones que encontraban. Chinos, estadounidenses, británicos…, todos ellos eran víctima de los caciques somalíes y demás escoria marina. Los piratas actuaban con sangre fría en sus ataques y empleaban equipamiento militar robado para hundir las embarcaciones que no obedecían sus órdenes al pie de la letra.

Mientras viajaban con rumbo al sur y destino final en Estados Unidos, adentrándose en el mar de Omán, confirmaron la veracidad de los más desagradables informes. La red de navegación GPS fallaba. Esta circunstancia, aparejada a la falta de cartas navales, obligó al oficial del Pecos a virar hacia el oeste y a guiarse visualmente por la costa africana. Los piratas habían creado problemas en la región del Cuerno de África desde mucho antes de que apareciesen los no muertos, y en esos momentos se habían transformado en una fuerza que rivalizaba con estos.

El Pecos sufrió un ataque mucho antes de que avistaran África.

La embarcación pirata era más veloz y se les acercó rápidamente por las agitadas aguas azules. En cuanto estuvo a distancia de tiro, empezó a disparar contra el Pecos con ametralladoras que sus tripulantes manejaban en equipo. Apuntaban contra la popa, justo por encima de la línea de agua. Por fortuna para el Pecos y para su tripulación, los piratas no eran buenos tiradores.

Doc, Billy y el capitán de armas del Pecos acabaron con el navío pirata mediante una serie de disparos de alta precisión. Cada vez que asomaba una cabeza por una pasarela para hacerse cargo de una de las ametralladoras, o atisbaba por una portilla, Billy la dejaba fuera de juego. El barco pirata no tardó en entregarse y la tripulación del Pecos lo despojó de su armamento.

Hacía meses que Doc había abordado la embarcación junto a Billy, y lo recordaba muy bien. Era una de esas vivencias que le resultaría difícil, si no imposible de olvidar.

—Doc, mira eso —había dicho Billy, y le había señalado un montón de zapatos de dos metros de altura que se encontraba cerca de la proa del bajel.

—Vamos a echar una ojeada en la bodega —dijo Doc, con la esperanza de que su primera suposición fuese errónea.

—Capitán de armas, abra esa escotilla; Billy y yo estaremos a punto para disparar contra lo que salga.

—Sí, señor.

El capitán de armas abrió la escotilla de un tirón y dejó al descubierto bajo el sol del este de África una fosa putrefacta e infernal. El hedor era tan intenso que el capitán dejó caer la portezuela entre maldiciones y arcadas. Se echó agua de cantimplora por la cara y se cubrió la boca con un pañuelo antes de hacer un segundo intento.

Doc se acercó al borde de la escotilla.

La bodega estaba abarrotada de criaturas descalzas y semidesnudas. Todas ellas levantaban una mano, una sola mano, en dirección a la luz, como para pedir ayuda. Doc se dio cuenta de que el calor que se sentía al abrir la escotilla irradiaba de los cuerpos recalentados e hinchados. Los hombres examinaron el juego de poleas instalado sobre la escotilla; apestaba, porque estaba cubierto de restos humanos que se habían quemado al sol. Su propósito era evidente.

Los piratas bajaban las víctimas a la fosa después de robárselo todo, desde los dientes de oro hasta los zapatos que llevaban. Probablemente, los bandidos se valían de la fosa como medio de intimidación para que las víctimas les dijesen dónde ocultaban sus objetos de valor. Doc, Billy y el capitán de armas juzgaron y ejecutaron a los piratas que habían quedado con vida. Los sepultaron en el mar y, a continuación, abrieron las válvulas principales del casco y mandaron a pique la embarcación pirata.

Habían pasado varios meses pero el tiempo no borraría jamás el horror de aquella oscura bodega.

Doc y Billy salieron a las tierras devastadas de Texas en una noche sin luna. Mientras actuaban al otro lado de la alambrada, Disco y Hawse se quedaron atrás para encargarse de la seguridad y estar pendientes de la radio. Durante la sesión de información previa al vuelo con el C-130, la Fuerza Expedicionaria Fénix había recibido mapas en los que se indicaba la posición de las cajas de equipamiento lanzadas desde el aire y destinadas originalmente al anterior comandante del Hotel 23.

A juzgar por los paquetes anteriores, Doc pensaba que el equipamiento que encontraran podía resultarle útil a su equipo, y que tal vez arrojaría alguna luz sobre las cuestiones que los informes de Inteligencia no explicaban: la identidad de la organización responsable de las entregas y también de provocar una catástrofe contra los anteriores habitantes del Hotel 23.

De acuerdo con la información que tenían, el equipamiento recuperado en ocasiones anteriores consistía en maquinaria notablemente avanzada. Se había descrito en los informes como «diez años más avanzada que la tecnología actual» y «herramientas que se podrían encontrar en el inventario secreto del mando de operaciones de una agencia gubernamental».

Las órdenes de la Fuerza Expedicionaria Fénix eran claras:

«Objetivos primarios de la misión: restablecer el control sobre el Hotel 23, comprobar que sus sistemas sean funcionales, verificar la viabilidad de las cabezas nucleares que quedan allí para su eventual empleo como apoyo a la Fuerza Expedicionaria Clepsidra.

»Evitar la detección.

»Objetivos secundarios de la misión: recuperar equipamiento abandonado con miras a su empleo ulterior, formular hipótesis acerca de los orígenes de Remoto Seis, obtener suministros que puedan emplearse en la actividad de puesta en marcha del Hotel 23.»

Apenas si había posibilidad de equívocos. Habían llevado a cabo la tarea primaria. Habían recobrado el control sobre el Hotel 23, habían establecido comunicaciones seguras, todas las redes funcionaban, y el armamento nuclear había superado con éxito todas las revisiones.

Aunque no tuviese claro cuáles iban a ser los objetivos de la Fuerza Expedicionaria Clepsidra, sabía que se trataba de algo importante, y que estaba por encima de su sueldo de porquería. No importaba cuál fuera la misión de Clepsidra, Doc tenía que cumplir el resto de los objetivos de su equipo. Nunca le faltaba el trabajo.

Su objetivo para aquella noche: una carga arrojada desde el aire, catorce kilómetros al este del Hotel 23. Era la más cercana entre las ubicaciones indicadas en los mapas. Anduvieron en dirección al este, siempre codo con codo. Ni delantero, ni rezagado. Sabían muy bien que no contaban con operativos suficientes para que aquella expedición fuese segura, así que inventaron tácticas para mitigar la amenaza extrema.

Sus ciclos de sueño y ritmos circadianos se habían ajustado ya a las operaciones nocturnas. Había sido necesario que normalizaran sus cuerpos en sus nuevas condiciones de vida antes de salir afuera. Un reconocimiento nocturno como ése les iba a exigir la máxima consciencia y atención. Los anteojos de visión nocturna estaban literalmente en luz verde. Los habían cargado con pilas de litio nuevas y llevaban repuestos en la mochila. Ni Doc ni Billy veían en el cielo nocturno nada que se saliera de lo ordinario. De vez en cuando miraban hacia arriba, siempre pendientes de la posibilidad de que ingenios voladores vigilasen desde lo alto.

No habían traído agua suficiente, porque no habían querido cargar con ella a lo largo de los veinticinco kilómetros que iban a recorrer entre ida y vuelta. Las tabletas de yodo que llevaban matarían a todos los bichos que pudiera haber en el agua de río que encontrasen por el camino.

Se habían alejado a tan sólo cuatrocientos cincuenta metros del Hotel 23 cuando tuvo lugar el primer encuentro.

Billy le dio unas palmadas en el hombro a Doc y le susurró:

—Tres tangos atrapados en la valla a unos noventa metros de aquí.

El campo tenía tal forma que a los hombres no les quedaba otro remedio que pasar cerca de las criaturas para no tener que apartarse de su camino. La otra opción consistía en marcharse por un sendero adyacente que pasaba por el bosque. No podían permitírselo, pues ambos sabían que habría sido mucho más peligroso que enfrentarse con los no muertos inmóviles. Si los dejaban debatiéndose en la cerca, llamarían demasiado la atención. La única alternativa era acabar rápidamente con ellos.

Se acercaron con precaución por el oeste, activaron los láseres y acabaron con sus respectivas víctimas. Billy Boy eliminó a los dos de la izquierda y Doc abatió al de la derecha. No tenían ninguna necesidad de contar atrás y sincronizar los disparos, pero lo hicieron por pura costumbre.

Doc susurró:

—Tres, dos…

«Toc, toc».

Los dos primeros disparos fueron simultáneos; Billy disparó entonces a la criatura que seguía en pie. Un trabajo redondo. Los tres seguían enganchados en la alambrada y seguirían allí hasta que el proceso de descomposición se completara. Por alguna extraña razón, los animales salvajes no solían comerse a los muertos.

Doc bajó el alambre de abajo con la bota y tiró del de arriba con la mano, que llevaba cubierta con un guante de protección industrial. No quería arriesgarse a sufrir un tétanos, o una simple infección. Billy pasó agachado entre los dos alambres y luego, a su vez, los mantuvo separados para que pasara Doc. Ambos siguieron adelante.

—¿Cuántos pasos llevas, Billy?

—Unos seiscientos, ¿y tú?

—Sí, más o menos los mismos.

Mientras caminaban hacia el este, buscaron posibles refugios y rutas de escape, por si algún enemigo, muerto o no, los seguía o los abrumaba con el mero peso del número. Doc pensó en las instrucciones que les habían dado y recordó: «No vayáis por las carreteras. Podéis guiaros por ellas, pero manteneos por lo menos a veinticinco metros del borde. Las carreteras no son seguras. Los muertos se amontonan en ellas».

El informe del anterior comandante del Hotel 23 les resultaba utilísimo. Una parte de lo que decía eran obviedades, pero a Doc ya le valían. Contenían información valiosa que podía aprovechar en bien de su equipo, como la detallada narración por escrito del accidente con el helicóptero que había sufrido el comandante y del viaje de regreso subsiguiente hasta el complejo. Al leerse los informes, Doc no pudo dejar de reconocer interesantes estructuras de pensamiento latentes en aquel hombre y en sus métodos de supervivencia.

Ya casi era medianoche. No se apartaban de la ruta prevista. Doc no quería arriesgarse a que los autores del ataque al Hotel 23 los detectaran; por ello, las radios estaban apagadas y habían prescindido de las comunicaciones por radio omnidireccionales. La unidad transmisora de ráfagas de datos que habían instalado en el Hotel 23 evitaría la detección si se mantenía la disciplina adecuada en su empleo, pero sí habría sido fácil interceptar y localizar sus unidades Motorola, porque los sistemas de inteligencia de señales más rudimentarios habrían sido capaces de determinar su dirección.

Éste era el razonamiento con el que Doc justificaba que se atuvieran religiosamente a la ruta planeada. Si Doc y Billy no regresaban al alba, a la noche siguiente Disco y Hawse echarían el cerrojo y saldrían a buscarlos por el mismo camino.

Doc no sentía ningún entusiasmo por tener que ir en busca de aquel cargamento, así como del resto de los cargamentos marcados en el mapa, sin tener ni la menor idea sobre su contenido. Pero órdenes son órdenes.

—¡Chssst! —dijo Billy.

Billy hizo señales con las manos para indicarle a Doc que se ocultara detrás de un cúmulo de rocas arrastradas por las tormentas. Doc lo hizo sin vacilar y Billy lo siguió, caminando hacia atrás en cuclillas. En el mismo instante en el que se hubieron escondido, empezaron los aullidos y gimoteos. Vociferaban cual coro nocturno de demonios de la noche de Halloween.

Billy le susurró a Doc:

—Por lo menos son cien.

—Te equivocas, Billy, yo creo que deben de ser unos ciento cuatro.

Sin pensar en lo que hacía, Billy le arreó un golpe en el brazo a Doc, y éste tuvo que morderse la lengua para reprimir un gañido.

—Gracias, gilipollas.

—No hay de qué, capullo.

—Estamos a un kilómetro y medio del punto donde la carga se posó en tierra —dijo Doc.

Billy sonrió y le respondió:

—No, yo creo que estamos a un kilómetro ochocientos.

Se quedaron a cubierto hasta que el mini enjambre de criaturas hubo pasado de largo. Cuando estuvieron lo bastante lejos, Doc abandonó el refugio y cruzó la carretera por donde acababan de pasar. El viento les traía ecos cada vez más débiles de su hambre.

A bordo del Virginia El único a bordo que sabe que llevo un diario es Saien. Con todo, siento aprensión al explicar según qué cosas, porque podría ocurrir que perdiese el diario, o que me lo robaran. Hace poco, nos han contado a Saien y a mí ciertos acontecimientos históricos y actuales que si fueran ciertos lo cambiarían todo, al menos para mí. Me han dicho que Estados Unidos tienen en su poder gran parte de un vehículo espacial que se encontró en los años cuarenta, así como los cadáveres de cuatro criaturas extraterrestres. Primer pensamiento: gilipolleces y nada más que gilipolleces. Segundo pensamiento: tuvieron la excelente idea de poner los restos del globo meteorológico cuando la colisión de Roswell, para ocultar la verdadera colisión que tuvo lugar en Utah.

Según me han contado, científicos del gobierno se quedaron con la nave y la estuvieron estudiando hasta que alcanzaron una barrera de carácter tecnológico en los años cincuenta. No fueron capaces de hacer funcionar su tecnología, aparte de circuitos básicos, rayos láser y características de bajo potencial de observación. Como sabían que habían descifrado tan sólo un pequeño porcentaje de lo que podían llegar a ser las verdaderas posibilidades de aquel equipamiento, lo entregaron al complejo militar-industrial.

De acuerdo con lo que he descubierto hoy, Lockheed Martin había tenido en su poder los restos del vehículo durante más de sesenta años y había realizado progresos sustanciales en su tecnología y, como resultado, se llegó a construir una nave voladora norteamericana de alto secreto conocida como Aurora. Recuerdo que leí algo sobre triángulos voladores en los periódicos y en las redes para compartir vídeos antes de que todo esto sucediera. No sucedía a menudo, pero de vez en cuando había alguien que detectaba un triángulo que volaba en silencio por el cielo estrellado, lo filmaba con una cámara de visión nocturna y lo colgaba en Internet.

Aun cuando nadie pudiera demostrar que se trataba del Aurora, la existencia de la citada nave era un secreto a voces en los pasillos del Pentágono. Aunque me hayan revelado hoy el secreto del Aurora, nadie tenía que saber ni nadie habría creído que aquel proyecto de Skunkworks fuera un producto de la imitación de tecnología alienígena por parte de Lockheed Martin.

La información obtenida por el Aurora fue lo que condujo a la formación de la Fuerza Expedicionaria Clepsidra (la operación en la que ahora mismo participamos Saien y yo). Desde antes de que se presentara la anomalía en enero, el Aurora había sobrevolado China cuarenta y siete veces llevando a cabo misiones de reconocimiento de alto secreto. Había sacado millares de fotografías de alta resolución del escenario de colisión de un cuerpo procedente del espacio exterior, descubierto por el ejército chino tan sólo una semana antes de que la anomalía se cobrara su primera víctima entre los chinos comunistas.

Durante los primeros días en que los servicios de espionaje estadounidenses llevaron a cabo sus reconocimientos, la propulsión hipersónica y la altitud extrema a la que volaba el Aurora salvaron a éste de que lo derribaran los batallones de misiles tierra-aire SA-20 Gárgola chinos aún operativos.

Los informes procedentes de los espías que teníamos en la República Popular China, así como las imágenes captadas por el Aurora y sus capacidades para la inteligencia de señales, permitieron que el aparato de Inteligencia estadounidense pudiera trazarse un esquema bastante bueno de la situación en tierra, en torno al glaciar de Mingyong.

Los chinos habían descubierto su propio escenario de colisión «Roswell», y ya en diciembre del año anterior sus excavaciones estaban muy avanzadas. No disponemos de información completa (o no quieren dárnosla) por lo que respecta a la relación entre la «anomalía» (todo el mundo insiste en llamarla así) y el punto de colisión en Mingyong. El comandante Monday nos ha informado de que nos dirigimos a China para estudiar el origen de la anomalía y ver si eso nos ayuda a encontrar un medio para detenerla. Mentiría si dijese que confío en él, y sigo sin creerme la mitad de las explicaciones que nos ha dado hoy.

El gobierno y sus representantes elegidos han incurrido en un buen número de fiascos diplomáticos como resultado directo de que los sorprendieran en sus mentiras. El golfo de Tonkín, la Operación Northwoods, el Watergate, las armas de destrucción masiva en Iraq y el incumplimiento manifiesto de la Constitución al aprobarse la Ley Patriótica son unos pocos ejemplos que recuerdo ahora. Eh, y ahora ya no puedo hacer una búsqueda con el Google para encontrar otros cientos, quizá millares de casos. Sabes una cosa, las mentiras fueron las mismas después de que sufriéramos esta mierda.

«Quédense en sus hogares, la situación se halla bajo control».

La misma historia, con una mentira distinta.

Si este antiguo secreto chino resulta ser verdad (y ya sería mucho), no tendría ninguna duda en añadirlo a la larga lista de indicios que delatan la existencia de una conspiración.

Un oficial escéptico de la armada.