10

Doc estaba echado en su litera y deambulaba entre la vigilia y el sueño. Desde el desastre, la mayoría de sus sueños habían girado en torno a los no muertos. Las autoridades militares de la nación habían formado su equipo de operaciones especiales con miembros dispares después de que el propio Doc escapara de Afganistán con Billy. Cuando su nave llegó por fin a las aguas territoriales estadounidenses, un enjambre de no muertos se había congregado en la costa oriental para recibirles.

Antes de que se llegara a aquella situación tan mala, Doc había oído historias de personas que quemaban dinero para protegerse del frío y que empleaban deportivos de doscientos mil dólares para levantar barricadas en las calles. Hawse le había contado la historia de un vendedor callejero de Washington D. C. Que había intercambiado velas y antibióticos de un coche blindado por municiones y agua embotellada. Eso había ocurrido antes de que la población de no muertos creciera hasta el punto de que ya no era seguro ni siquiera mirar a la calle desde las ventanas entabladas.

Hawse se había unido a ellos tras escapar de Washington D. C. Disco apareció después de que perdieran a Hammer. Doc se durmió poco a poco mientras recordaba la última misión de Hammer.

Un helicóptero avanzaba con gran estruendo por la costa de Louisiana, muy adentro de la zona de peligro de Nueva Orleans. Doc conocía a Sam, su piloto, porque no era la primera vez que iban juntos.

—Quiero que esto sea rápido, Doc —le dijo Sam por los auriculares.

—Yo también. Tal como estamos ahora, tengo las mismas ganas de bajar a tierra que tú.

—La semana pasada perdimos a otro pajarito. Un amigo mío, Baham, iba de piloto. Ojalá esté bien.

Doc sabía que lo más probable era que no estuviese bien pero para reconfortarle le dijo:

—Me imagino que tratará de regresar a pie.

—Sí, si tú lo dices… —Sam no se lo creía—. Tengo a la vista esas jaulas de acero y sé lo que buscamos, pero te lo voy a decir ahora mismo, Doc, no me gusta esta mierda. Al primer indicio de peligro, lanzas las jaulas por la puerta y nos largamos, ¿estás de acuerdo?

—Sí, no hace falta que nos lo expliques. Hawse piensa lo mismo. Tampoco tiene ganas de tomar parte en esto —dijo Doc—. Además, nuestra misión consiste en sacarlos de ahí. No sabemos a dónde los vas a llevar. ¿Te importaría decírmelo?

Sam le miró con sonrisa de conspirador y le dijo:

—Lo vais a saber igualmente cuando lleguemos. Os garantizo una noche de lujo y comodidades como recompensa por transportar a esas bolsas de pus radiactivo. En cuanto los hayamos recogido, los llevaremos al portaaviones. Los investigadores quieren hurgar en ellos. Quieren descubrir qué es lo que los hace caminar.

Doc se enderezó en el asiento. Habían avistado la orilla del lago Pontchartrain.

—Sam, ni los muchachos ni yo querremos quedarnos en el portaaviones cuando esas criaturas estén a bordo. No me importa lo blandas que sean las camas, ni lo agradable que sea el aire acondicionado, ni lo caliente que esté el agua de las duchas.

—No podéis elegir. Tendremos que quedarnos para llenar el depósito de este pajarito y hacerle el mantenimiento, porque no quiero acabar perdido ahí abajo como le ocurrió a Baham… bueno, ya estamos cerca. Muchachos, comprobad que los trajes HAZMAT estén bien, y poneos los capuchones, joder. No os acerquéis demasiado a los coches ni camiones, ni a nada que esté hecho de metal. Desprenderán radiación. ¿Quién se quedará aquí para accionar el cabrestante y cuidar de la jaula?

—Hammer se acaba de presentar voluntario —Doc se volvió hacia Hammer a tiempo para ver cómo éste levantaba el pulgar en aprobación.

—Recibido. Mantendré la estabilidad mientras Hammer arroja el garfio. Las fotos que tomaron durante el reconocimiento muestran a varios de ellos atrapados en la carretera elevada. Vamos a llegar dentro de un par de minutos. Preparaos.

—Recibido. —Doc se desabrochó el cinturón de seguridad y se volvió para pasar a la parte de atrás. Sam lo agarró un momento por el brazo.

—No te metas en líos y que te vaya bien.

—Que te vaya bien a ti también —respondió Doc.

Doc pasó revista al equipo y les probó los arneses.

—Tú ya estás bien, Billy. Hawse, ajústate esa mierda.

Hawse se ajustó el arnés con las manos. Doc miró a Hammer. No llevaba arnés. No iba a bajar a tierra.

—¡Poneos los capuchones! —gritó Doc—. Sam nos va a bajar. El polvo no será respirable. Dentro de treinta años, cuando hayamos vuelto a la vida normal, acabaréis como esos veteranos que ponen demandas cuando sufren cáncer.

—Ja, ja y una puta mierda de ja —decía Hawse mientras se colocaba la máscara.

Billy y Hammer hicieron lo propio.

—Probad las radios —ordenó Doc.

Les funcionó bien a todos. Las voces quedaban amortiguadas por los capuchones del HAZMAT. El helicóptero estaba suspendido sobre el lago Pontchartrain y sobre la carretera elevada que pasaba por encima del gran estuario de Louisiana. El aparato sufrió una leve sacudida. Sam siguió pilotándolo con las rodillas mientras se colocaba el capuchón. El helicóptero inició su descenso. La carretera elevada pareció agrandarse a medida que Sam reducía altitud. Al fin, el helicóptero quedó suspendido a poca altura. Doc miró por la puerta y vio que Sam había encontrado una buena posición. Había tres criaturas en un trecho de cien metros de longitud, atrapadas entre dos montañas de chatarra que habían formado los coches al chocar. El helicóptero estaba quieto entre las dos barreras metálicas. Detrás de estas había cientos de nerviosas criaturas que contemplaban el helicóptero suspendido en el aire, atraídas por el estruendo, y levantaban las manos al cielo.

Las criaturas empezaron a trepar por los coches para llegar al trecho de carretera que se encontraba bajo el helicóptero. Riadas de no muertos convergían desde ambas direcciones. Los cadáveres se movían con rapidez.

El equipo no iba a tener mucho tiempo.

Los tres hombres se sujetaron con los garfios a la cubierta del helicóptero y empezaron a descender con el instrumental. Mientras bajaban, las tres criaturas atrapadas entre las dos montañas de chatarra empezaron a acercarse al punto donde tenían que llegar a tierra. El rotor empujaba partículas de polvo radiactivo en todas las direcciones. Sin los trajes, los operativos habrían muerto al cabo de pocas horas a causa de la exposición y habrían vuelto a levantarse poco más tarde. Las órdenes eran sorprendentemente sencillas: extraer dos especímenes no muertos de dos áreas radiactivas distintas: uno que hubiera estado expuesto a radiación de nivel medio y otro en la zona cero de una de las explosiones nucleares.

En el mismo segundo en el que las suelas de sus botas tocaron tierra, soltaron los garfios de los cables. Hammer se hallaba quince metros más arriba y manejaba los controles del cabrestante; éste bajó poco a poco su propio cable hasta que el garfio tocó tierra.

Las tres criaturas se acercaron más.

Hawse disparó a la más pequeña, y Billy a la siguiente más pequeña. Querían el mejor espécimen. No tenían las más mínimas ganas de repetir la misión por haber llevado un espécimen defectuoso.

El alfa que seguía en pie no pareció darse cuenta de que los otros dos ya no formaban parte de la manada. Lo más probable era que los tres hubieran estado atrapados en aquel trecho de carretera en ruinas desde hacía casi un año, desde que la bomba nuclear había destruido Nueva Orleans. Doc apuntó con su arma a la última de las criaturas y tiró del gatillo.

La red de kevlar salió disparada del fusil de aire comprimido, a una velocidad de más de treinta metros por segundo. Cayó sobre la criatura y, visiblemente, la derribó sobre el hormigón. La criatura se debatió en un furioso esfuerzo por desgarrar la red de kevlar. Hawse corrió hacia ella en busca de un punto donde no pudieran llegar los dientes y las manos de la criatura. Lo encontró y entonces arrastró rápidamente al monstruo hasta el garfio que colgaba del cable del cabrestante. El rotor seguía azotándolos con la corriente de aire que provocaba. Los sonidos de la arena y las partículas de polvo radiactivas se hacían oír en los visores de sus capuchones, pese al estruendo del helicóptero. Tras asegurarse de que el garfio estaba bien sujeto al cable, Doc lo enganchó a la red de kevlar y retrocedió, y levantó el pulgar para que Hammer lo viese desde arriba. Hammer le respondió con la misma señal y el cabrestante empezó a izar hacia el pajarito a la furiosa criatura prisionera en la red.

Al cabo de poco, Hammer se comunicó por radio con Doc:

—Ya lo tenemos bien encerrado.

—Recibido. Baja el cable del cabrestante. No desciendas. Se metería más polvo en el helicóptero.

Hammer bajó el cable y subió a los tres operativos hasta el helicóptero. Dentro del pajarito, el monstruo se debatía en su jaula e hincaba los dientes en el metal. Sus ojos blancos y carentes de expresión siguieron a los hombres mientras estos preparaban la extracción del siguiente espécimen.

El helicóptero voló dando bandazos hacia las ruinas de Nueva Orleans, en dirección al sur, hacia la zona cero. Ningún edificio ni antena de más de ocho metros se mantenía en pie. La explosión nuclear que ordenó el gobierno a modo de último recurso lo había destruido todo, incluso las presas. Nueva Orleans se había transformado en una marisma putrefacta y radiactiva. Mientras avanzaban hacia el sur por la costa, Sam y el equipo trataron de avistar un sitio de donde pudieran extraer el siguiente y último espécimen.

—La Interestatal 610 está ahí abajo. No querría descender tanto como en la carretera elevada. Aquí la cosa está mucho más fea —le dijo Sam a Doc.

—No te lo voy a criticar, Sam. Mira esa rampa de acceso —dijo Doc, y señaló desde detrás del cristal de la cabina.

Sam hizo bajar el helicóptero hasta que estuvo cerca de la rampa de acceso I-610.

—Sí, seguramente nos irá bien. Primero tendrás que encargarte del problema de ahí abajo.

—Hawse ya trabaja en ello —dijo Doc, y señaló al área de carga, donde Hawse se había tumbado boca abajo frente a una portezuela lateral abierta, con un rifle de francotirador LaRue Tactical 7.62 pegado a la mejilla. La mira amplificaba por diez y debía de darle a Hawse vistas excelentes de la situación sobre el terreno. Sam empezó a girar en torno a la zona de aterrizaje como si hubiera sido un cañonero AC-130 Spectre. Hawse se puso manos a la obra. Billy llevaba un macuto con veinte cargadores de 7.62 listos para proveer al arma.

Billy miraba por los prismáticos. Empezó a indicar objetivos y estimaciones de distancia.

—Al norte del Subaru Forester de color negro, cerca de la capota, dos-cien.

Hawse hizo estallar el cuello y el rostro de la criatura, y la cabeza salió volando en una trayectoria de servicio de voleibol. Blancos fragmentos de hueso saltaron sobre la capota del Subaru. Quedaron como una de esas obras de arte que años antes se subastaban por millares de dólares. Hawse soltó aire poco a poco antes del siguiente disparo. Billy seguía localizándolos y Hawse seguía volándoles la cabeza, y se le escapaban algunos cuando el helicóptero cabeceaba y daba vueltas. No era fácil disparar de ese modo.

El estruendo del helicóptero atraía ahora a los no muertos, y la mayoría se habían alejado del área objetivo.

El equipo tenía que actuar con rapidez, porque el sonido del motor atraería rápidamente a las criaturas al punto de extracción. Hawse apartó el arma 7.62 y descolgó la carabina M-4 sobre la que había pintado una franja de color anaranjado. Cuando todo el mundo lleva carabina, es fácil perderla en la confusión. Sam avanzó en línea recta con el pajarito y los hombres se prepararon una vez más para descender en rápel hasta el infierno. Se ajustaron las máscaras para el descenso cuando se hallaban a poco más de treinta metros del desastre radiactivo.

—¡Vale, engánchalo y acabemos con esto! —gritó Doc a la radio, con fuerza para hacerse oír pese al estruendo del rotor.

—Sí, qué diablos. Hagámoslo de una vez. ¡Ducha caliente, voy a tu encuentro! —gritó Hawse al cerrar el garfio y saltar al viento desde el helicóptero.

Los otros dos le siguieron y dejaron atrás a Hammer. En esta ocasión, el descenso fue doblemente largo: una precaución adecuada, debida a los niveles de radiación en los que se sumergían. Una vez en el suelo, las corrientes de aire causadas por el rotor no fueron tan fuertes como lo habían sido antes, pero las mortíferas partículas todavía daban vueltas cual letales diablos de polvo en torno a sus rostros.

Billy contemplaba Nueva Orleans, o, más bien, lo que había quedado de ella. Estaba cubierta en su mayor parte de agua y fango radiactivo. Veía millares de criaturas que caminaban trabajosamente hacia ellos por la delgada capa de mugre, oleadas de criaturas, que convergían todas ellas en el epicentro del sonido de las palas del rotor y de los motores del helicóptero. Las criaturas dejaban un rastro en uve a sus espaldas al caminar por las aguas cenagosas, plagadas de infecciones y radiactivas. Los vértices de todos aquellos rastros apuntaban en una misma dirección.

—Putas tierras devastadas —dijo Billy en voz alta mientras preparaba el AK-47.

Las criaturas irradiadas se acercaban velozmente.

Hawse empuñó la carabina y apuntó con la mira ACOG. La mira estaba calculada para la trayectoria de municiones del 5.56, y el punto de mira estaba graduado para dicha trayectoria. No se precisaban más cálculos. Sólo había que ajustar la anchura del retículo ACOG a la criatura, apuntar a la cabeza, tirar del gatillo, y entonces la criatura se desplomaba… en teoría. Hawse neutralizó a cuatro. Billy puso manos a la obra con el AK-47 que se había traído como trofeo de Afganistán y derribó a otros tres.

No habían traído silenciadores para la misión… no hacían falta. El estruendo del helicóptero hacía que fueran inútiles. Doc tumbó a otros cuatro con la carabina y quedaron tan sólo dos. Se colgó la M-4 al hombro y agarró el fusil de aire comprimido, se aseguró de que la red de captura estuviese en su sitio y apuntó con el arma. Doc y Billy dispararon al mismo tiempo. Billy acabó con la criatura que se acercaba a Doc, y Doc arrojó la red sobre el espécimen elegido. Misión cumplida…, casi.

Estaban agachados, de espaldas a la criatura atrapada en la red, y contemplaban el enjambre de no muertos que avanzaba desde todas las direcciones cual plaga de la langosta. Una racha de viento empujó el garfio contra el prisionero y provocó en éste una violenta reacción. Abrió los ojos como platos y bramó y trató de arañar, presa de la ira. La estática del helicóptero que se acumulaba en el garfio habría podido derribar a un hombre si no lo descargaban en tierra antes de tocarlo. Pero se había descargado ya, y entonces Hawse sujetó la red con el garfio y contempló a la criatura presa mientras esta giraba sobre sí misma y ascendía hasta la portezuela del helicóptero, treinta metros más arriba. El enjambre de Nueva Orleans crecía y se acercaba, los gemidos ocultaban ya el sonido de las palas del rotor. El agua que llegaba a las rodillas parecía hervir de movimiento hasta doscientos metros más allá.

Billy empezó a disparar con el AK-47. Los cartuchos de 7,62x39 golpeaban un poco más fuerte que los de las carabinas M-4 de Doc y Hawse, pero el AK tenía menos precisión. Aunque, como era Billy quien lo empuñaba, no se notaba mucho… Los derribaba a más de doscientos metros con mira metálica.

Las criaturas se acercaban velozmente, a centenares, quizá a millares ya.

Billy vio algo de reojo y saltó lejos del resto del grupo. Hawse y Doc se cayeron al suelo, el aire se les escapó de los pulmones… La criatura que habían capturado momentos antes e izado al helicóptero había saltado los treinta metros que la separaban del suelo, libre de las redes, y tenía en sus garras a Hammer.

Visiblemente, Hammer se había roto el brazo izquierdo: el hueso astillado le sobresalía del antebrazo. Doc no sabía si la fractura se debía a la caída o si se la había infligido la criatura. El monstruo le había abierto serias heridas con sus mordiscos. Le manaba sangre del cuello, al ritmo de su corazón acelerado.

Hammer se llevó la mano a la cintura para tratar de empuñar la única arma que llevaba encima durante la caída…, su tomahawk.

La criatura irradiada forcejeaba con Hammer.

El enjambre de Nueva Orleans se hallaba a unos noventa metros.

Lágrimas de miedo y rabia brillaban en los ojos de Hammer. Agarró el tomahawk por el mango forrado con placas de Micarta y lo blandió, lo hundió en el cráneo de la criatura y soltó el arma. La criatura había desgarrado la máscara de Hammer antes de la caída. Hammer estaba herido de muerte, expuesto a las letales dosis de radiación presentes en Nueva Orleans.

Mientras Doc y Hawse se recobraban y se levantaban del suelo, Billy sacó agente coagulante del botiquín y se lo aplicó rápidamente en el cuello a Hammer. Le puso un vendaje para que ejerciera presión sobre la herida. Por lo menos le permitiría ganar algún tiempo.

Antes de que nadie se lo pidiera, Hammer se sujetó con gran esfuerzo la herida del cuello y dijo:

—Son rápidos y veloces. Ha… desgarrado la red.

Mientras hablaba, le salía sangre por la boca.

Hammer miró a Billy.

—Hagamos un intercambio. —Le entregó a Billy el tomahawk ensangrentado y Hammer se quedó el AK de Billy—. La misión sigue en pie. No voy a vivir mucho tiempo. Dejaré pasar sólo a uno para que podáis llevároslo. Volved a cargar la red en el fusil y vamos allá.

Doc se quedó consternado ante el aspecto de fantasma que tenía Hammer. No entendía cómo era posible que se mantuviera consciente. Doc compartimentó el horror de ver cómo la fuerza vital de su camarada se extinguía ante sus ojos. De algún modo, logró guardarse las emociones para más tarde.

Los tres abrazaron a Hammer y le estrecharon la mano antes de decirle adiós. No les quedaba tiempo para más. Hammer les asintió con la cabeza a cada uno de ellos como única respuesta y se volvió para ir a la lucha. Logró acercarse al frente de no muertos más cercano y empezó a disparar.

Doc volvió a cargar la red y le dijo por radio a Sam:

—¡Baja o moriremos todos!

Sam no se lo discutió. Al cabo de treinta segundos, el helicóptero estaba suspendido a treinta metros sobre el grupo, agitando el polvo, los escombros y los muertos andantes en todas las direcciones.

Hammer peleó con todas las fuerzas que le quedaban, vació el cargador, y dejó pasar a una de las criaturas para que atacase a los demás cerca del helicóptero suspendido en el aire. Doc capturó a la criatura con la red y los tres hombres se apresuraron a cargarla en la máquina voladora. Hammer tenía razón: aquellas abominaciones irradiadas eran más fuertes que cualquier otra que hubieran encontrado. Estuvo a punto de desgarrar la red nueva en el tiempo que necesitaron los tres hombres para meterla en la jaula de acero. No se preguntaban ya cómo era posible que el segundo espécimen hubiera logrado escapar de la red; había contado con treinta metros de ascenso al extremo del cable durante los cuales pudo romper y arañar cuanto quiso antes de encararse con Hammer. Doc estimó que la fuerza del segundo espécimen debía de equivaler a muchas veces a la del que había quedado atrapado en la carretera elevada.

El resto quedaba desdibujado. Los dos robustos especímenes rugían en las sólidas jaulas de acero, separados y sin posibilidad de escapar. El helicóptero ganó altitud. Doc le pidió a Sam que se mantuviera a sesenta metros. El equipo contempló la escena que tenía lugar en tierra: Hammer luchaba hasta el final con los no muertos, armado ya tan sólo con un machete. Apuñaló y rajó y mató a otros tres antes de que lo doblegaran. Doc fue al estante, agarró el LaRue 7.62 con mira telescópica y se echó de vientre a tierra. La mira le confirmó que Hammer había muerto y que las criaturas devoraban con avidez sus restos cálidos y radiactivos. La cólera se adueñó de todo el cuerpo de Doc, y maldijo a todas las criaturas, y le presentó los últimos respetos a Hammer con una bala de francotirador en el cráneo. Así Hammer no se transformaría en un monstruo más. Pensaba que Hammer habría tenido el mismo detalle con él. Doc contempló la devastada y ruinosa ciudad de Nueva Orleans.

Doc se sentó en la litera y, por puro hábito, miró el reloj. Eran las 14.00. Tuvo un instante de confusión. «¿Hammer sigue vivo? ¿Dónde estoy?», se preguntó a sí mismo, hasta que el recuerdo volvió a ocultarse en los rincones más recónditos de su cerebro. Doc había regresado a la litera del Hotel 23, Hammer estaba muerto y los no muertos todavía reinaban.