XVIII

El móvil de Niebla sonó. Respondió a la primera, pero no pasó del «diga, diga». Desconcertado, miró la pantalla y balbuceó: «Es un mensaje». Todos nos acercamos. En la pequeña pantalla del teléfono surgieron las palabras: «Soi mm el Juan sin mobi llo si manda menzage». Si Juan no tenía móvil no podría escuchar las conversaciones que se entablaran desde el centro de mando con Malamadre. «Hay que aprovechar esta oportunidad antes de que Juan se dé cuenta. Ponle un mensaje, Almansa, y dile que busque un sitio desde donde pueda hablar en solitario sin que lo oiga Juan. Rápido». Unos minutos después llegaba la contestación: «Bale».

—No me fío de Malamadre, Apache, ponle vigilancia esta noche.

—Lo haré.

—Pero discreta, no quiero camorra entre los grupos.

—Silencioso lo hará bien, no te preocupes.

—¿Hiciste lo que te mandé antes?

—Sí, tal como me ordenaste.

—De acuerdo, ahora solo hay que esperar. Dormiré un par de horas, luego te relevo.

—Descansa, yo estoy acostumbrado a no dormir.

… Mu listo y la polla en vinagre, pero lo del móvil se me ocurrió a mí, a ver, si el Calzones está sin móvil y yo tengo móvil, pues na, que hablo con el Almansa a ver qué se pue hacer, que este joputa del Calzones la quiere joer, le tenía que preguntar que si iba todo a misa, tú me entiendes, Tachuela, que no era cosa de cambiar to por na, que me lo tenía que jurar el Almansa por sus hijos, que to era bueno pa tos, coño, y no la mierda esa de abolir o yo qué sé del Calzones, que de eso na seguro, que pedí la luna quedaba pa los poetas esos de mi profe, cantaba bien la tía las poesías, con la voz mu dulce, mu tierna, que daban ganas de irse al campo y traerle flores perfumás, joé, si hubiese sío otro le hubiera tirao los tejos, vale, corto el rollo, Tachuela, joé, que no me dejas ni recordar las cosas bonitas, pues eso, que le tenía que decir al Almansa que tú júrame por tus muertos lo que dijiste y él me iba a decir que sí, claro, y entonces yo le decía pues ¿cómo solucionamos esto?, y él, pues así y asao, pero to en secreto, que las parés le hablan al cabrón del Apache, que yo no sé cómo lo hacía el joío, ¿verdá, Tachuela?, pero lo sabía to, que el Costra decía que tenía que tener amigos ladrillos, el joputa, pues eso, y le mandé el mensaje, y yo, a ver, que te lo dije, me tengo que despistar, Tachuela, y tú, vale, y por motivo de seguridá, dijeron el Costra y el Pincho, nos vamos al 4, ¡eh!, Pringao, y el Pringao, el del Apache, pues se lo voy a decir al Apache, y delante de la puerta tos, pero yo no estaba dentro, que me escabullí pa el patio, allí, allí, bajo las gradas, me dijiste, aonde se pasan la mierda, y eso, me fui, joé, no se veía na, de vez en cuando un resplandor de los cristales esos de los gatos del tejao, cómo tenían que estar de hartos del tejao los gatos de la pasma, joé…

—Ya.

—¿Estás seguro de que no nos pueden oír?

—Que no, coño, que no oye nadie na.

—Vale. Tú sabes que ese tío se ha vuelto loco, Malamadre.

—Sí, el Calzones se ha vuelto majara.

—Por eso tú nos tienes que ayudar.

—Un momento, Almansa, antes que na una cosa: lo que tú prometiste va a misa, ¿no?

—Claro.

—Vamos, que to lo de la comida, el patio, los talleres, las visitas y las jais, to se cumple, ¿no?

—Sí, Malamadre, te doy mi palabra, ya lo ha aprobado el ministro.

—Del ministro no me fío na, que pa darle de hostias a ese hay que ser la quería, y de ti no mucho, pero si me la juegas, Almansa, ya sabes que tarde o temprano te quedas sin cojones.

—Todo se va a cumplir.

—Oye, que he pensao, Almansa, que lo mismo podemos maniatar al Calzones y entonces entráis, dos bombitas de esas, tos quietos y se acabó.

—¿Sabes dónde están los etarras?

—No, se los llevó el joputa del Apache.

—Entonces no podemos arriesgarnos. Otra cosa sería que pudieras garantizar su seguridad; entonces sí podríamos entrar.

—Ya, pero pa hacer eso primero iba a haber guerra civil aquí, y yo no cambio la vía de uno de los míos por la de un cabrón de esos.

—Nosotros habíamos pensado en otra cosa.

—Venga, desembucha.

—Tienes que matar a Juan.

—Vete a la mierda.

—Si no lo matas tú, él te va a matar a ti, pero ¿no lo entiendes?

—El Calzones no me va a matar y yo no lo voy a matar a él, olvídate, yo no soy un canalla, Almansa.

—Estarías defendiendo a los tuyos, joder, contra un tío que os la jugó. Además, Malamadre, si lo haces y todo sale bien, que saldrá, estamos dispuestos a agradecértelo mucho, vamos, que en un par de meses ibas a estar en la calle con la condicional.

—Que yo no soy un mierda de esos, Almansa, cabrón, que yo no me vendo a la pasma, que sois unos joputas, métete esa libertá mía por el culo.

—No hay otra salida, Malamadre.

—Que no, tío, eso es una cabroná y la ley de la cárcel dice que quien haga eso merece que lo rajen de arriba abajo y le echen sal en las entrañas, ¿sabes?, o encontráis otra forma o rezar pa que la gente esté con Malamadre.

—Piénsatelo…

—Na, no hay na que pensar, te has equivocao de animal, yo no doy puñalás por la espalda, eso vosotros, con vuestra ley de mierda, pero Malamadre, escucha, se muere legal con los suyos, joputa.

—Espera.

—¿Qué?

—Juan no es vuestro colega, no es de los tuyos, es un funcionario de prisiones.

—La misma mierda que el Utrilla, Almansa, ven y díselo tú al Calzones.

—Utrilla dijo la verdad.

—¿Juan es de la pasma?

—Sí, te lo juro.

—¿Sabes, Almansa?, a lo mejor lo es, que yo me lo creo ya to, pero da igual.

—No, no da igual y tú lo sabes, Malamadre.

—Sí, da igual porque el Juan es ya un asesino, ¿vale?, y de la trena no lo libra ni Dios.

—Si puede te matará, Malamadre, que nos lo dijo, está jugando con dos barajas.

—No me vengáis con rollos, que el Calzones no ha dicho na.

—¿Creerías al Canas?

—A ver, dile que se ponga…

—Ponte, Armando. Y tú, Malamadre, piénsatelo, ¿vale?

—Canas, Canas, ¿me oyes, Canas? Joé, se ha cortao.

«No, Almansa, no paso por esta mierda», le repliqué. El director me afeó la conducta. «Colabora, Armando», ordenó. Yo no podía participar en esa farsa y traicionar de aquella manera a Juan ni ayudar a Almansa a que Malamadre nos hiciera el trabajo sucio. Allí los que tenían que actuar eran los geos, hacer un buen trabajo, limpio, con el menor número de víctimas posible, y que después el juez dictase sentencia. Pero hacerle el juego al ministro a costa de un pobre muchacho al que las circunstancias habían destrozado la vida, ni hablar. No sé si están de acuerdo conmigo; bueno, importa poco si lo están o no.

—No paso por esta mierda, Almansa, no cuentes conmigo.

—Debes colaborar, Armando.

—No, director, te equivocas, esto no es colaboración, esto es inducción al asesinato, ¿vale?

—Le recuerdo que todo lo que oiga aquí es materia reservada y que si cuenta algo le puede costar muy caro.

—Váyase al infierno, Niebla, nadie me va a obligar a meterme hasta las cejas en la cloaca.

—Tratamos de salvar vidas, Armando.

—A costa de otras. Y ¿quién decide qué vida merece continuar y cuál hay que eliminar? ¿También habla por teléfono con Dios? Si es así, pregúntele por la mujer de Juan, pregúntele.

… ¿Matar al Calzones?, ni hablar, eso le dije, na más salir de aquel agujero, os lo dije, ¿pues no quiere el Almansa que me cargue al Juan?, joputa, tiene arte la pasma, nos mete aquí por malos y luego, cuando le conviene, hala, a ver si sois buenos y nos hacéis un favor de na de matar a un tío, no te joe, que lo dijo el Costra, sí, Malamadre, pa que luego la sociedá se crea eso de rehabilitar y el coño de su madre, y yo dije que na, pero que había que averiguar aónde leches habían ocultao a los rehenes por si teníamos que poner el pie en la paré al Calzones pa darle el fin a to, y nadie sabía na, el Pincho tampoco, aunque mandó al Cabezón a ver si averiguaba algo entre la gente del Apache, entonces va y viene el tío y dice que na, que le han puesto por ahí y que lo único que se ha enterao es que a uno del 4 le dio un derrame cerebral y se ha muerto, y lo tienen allí al final, y te digo anda, Tachuela, ve, y tú lo conocías, que era el Lerele, buena gente el Lerele, Malamadre, aunque mu fiel al Apache, buena gente, lo tenían tapao con una sábana pero la mano estaba fuera, con su sello to de oro estrangulando el deo, y los deos vellúos, y les he preguntao por qué no lo sacaban pa fuera, y me han dicho que después, que el Apache lo quiere velar, y vale y lo siento, eso dijiste, y yo, pues los muertos al hoyo y nosotros al bollo, que hay que averiguar aónde coño han metió a los vascos, que si se lía somos los guardaespaldas de los tíos, Pincho, que si el Callones la caga y les toca más, ni comía ni patio ni pollas en vinagre, y él, que voy a dar una vuelta, y yo, eso, date una vuelta y que vaya el Releches contigo, anda, Releches, sacarle punta a los pinchos por si acaso y veis si averiguáis algo…

Otras personas les serán más útiles que yo llegados a este punto, ¿saben?, porque incomodaba ya en el centro de mando y el director me invitó a que me echara en el sofá de su despacho. «Mejor voy a la zona de seguridad», comenté, y el director contestó que no, que Niebla no lo autorizaba, que había ordenado que fuera a su despacho y esperase allí. Después me dieron muchos detalles de las cosas que pasaron, pero la verdad es que no las viví, y por eso no parece razonable que suelte lo que me contaron terceros. Sí les puedo decir que aquellas horas fueron, junto a las de la vigilia la noche en que murió mi mujer, las peores que he pasado en mi vida. Recordaba eso que suelen decir los jugadores de fútbol, que cuando uno está en el campo se concentra enjugar y no tiene tiempo para nervios, pero el que está en la grada se come las uñas porque no puede participar, ve los errores que se cometen y no tiene manera alguna de descargar la tensión. Pues así me sentía yo en el despacho del director. Intenté dormir y no pude, me puse a leer pero era en vano, tenía que volver una y otra vez sobre cada frase porque era incapaz de concentrarme. Hasta que encontré una radio, puse jazz, ¿saben?, me gusta el jazz, y eso debió de relajarme porque empecé a dar cabezadas y desperté con el fin del fregado. Pensaba en Juan, en cómo una vida puede cambiar en un segundo por una fatalidad, en cómo estamos expuestos al albur del destino, que yo no creía en él, nunca creí, pero después de aquello pues qué quieren que les diga, que estoy seguro de que nuestra vida está escrita y bien escrita en algún sitio desde el nacimiento a la muerte. Si tienen algo que preguntarme, háganlo. Yo, la verdad, no confío en estas comisiones de investigación, que cuando los políticos crean una comisión es precisamente para marear la perdiz y que no quede claro nada de nada, pero bueno, ustedes me han mandado llamar, y yo he venido y les he contado hasta donde sé. Otros, a buen seguro, podrán arrojar más luz sobre lo sucedido.

—¿Cree usted que hubo una actitud delictiva o negligente por parte de algunos de los responsables gubernativos?

—Lo que yo opine es para mí. A la luz de los acontecimientos, juzguen ustedes. Cada palo que aguante su vela. Yo arrié la mía cuando me invitaron a irme del centro de mando, ¿entienden?

—Dime, Apache.

—Perdona, Juan, pero estoy preocupado.

—¿Qué ocurre?

—Me dice Silencioso que Malamadre salió al patio y se escondió debajo de la grada.

—¿Solo?

—Silencioso afirma que él al menos no vio a nadie más.

—Es raro.

—Por eso te he despertado.

—Has hecho bien.

—Si no había nadie con él…

—¡Coño, el móvil!

—¿Cómo?

—Que él tiene el móvil y el mío se rompió. Ahora puede comunicar con la pasma sin que yo oiga lo que dicen. ¿Sigue en el patio?

—No, Silencioso asegura que volvió al 4 y se metió en una celda con Tachuela, Costra y Pincho. Después Pincho y Releches han estado por aquí haciendo preguntas, quieren saber dónde están los vascos.

—¿Alguien se ha ido de la lengua?

—Solo lo saben cinco y son de confianza. No tienen ni puta idea de dónde están.

—Bien, está claro que Malamadre está tramando algo.

—Tienes que tener cuidado, Juan, que aunque le hayamos quitado la sorpresa, Malamadre es un tío con mucha cárcel a cuestas.

—Falta poco para el amanecer. Dile a nuestra gente que se arme y colócalos en sitios estratégicos, que si ellos vienen con ganas de guerra podamos envolverlos.

—Guerra de guerrillas.

—Mejor emboscada de apaches.

… ¿Sabes, Tachuela?, los de la Junta de Tratamiento me volvieron a llamar hace tres meses, la tía estirá seguía allí, pero la mu guarra no tenía ya faldas, que se había puesto pantalones y además estaba colocá de lao, y va el presidente y me dice que vamos a ver, don Vicente, coño, que pegué un respingo con el don ese, no te joe, Tachuela, don Vicente, que queremos que nos cuente to, aunque esto no es oficial, y era to morbo, Tachuela, to morbo, que la junta esa no tenía na que ver ni con el juzgao ni con los políticos ni na de na, que me tenían a mano los joputas y como les habían dao órdenes de que si patatín y patatán, pues dijeron los joputas ahora vamos a pasar una tarde de cine gratis, y allí don Vicente, que era yo don Vicente, no te joe, Tachuela, pues como si fuera un señor de esos catedráticos, y los tíos y la tía con morbo en la cara, y la gachí pa qué contar, que primero no miraba, Tachuela, pero después venga a quincarme el paquete y me acordaba de la jueza y me notaba cachondo, oye, y le guiñaba el ojo y el presidente que va y que dice don Vicente, otra vez no, que ya ve cómo se lo llevaron la otra vez, y yo descojonao y la tía descojoná y tos descojonaos allí, total que les conté toa la cosa como te la he contao a ti, con los detallitos, y me daban agua, y yo les dije pues mejor una copita, ¿no, señor presidente?, y él, no, don Vicente, que no pue ser, se parecía el tío al director del banco, así era, sí, medio alto, con dos entrás en el coco como espigones, el mu maricón tenía las gafas celestes, pero bueno, que pa qué me iba a poner farruco si to el pescao estaba vendió, pues na, les digo lo que quieran, eso sí, la verdá de Malamadre, señores, sin quitar una coma, que yo no sé pa qué sirven las comas, la verdá, la profe decía que pa separar las frases, que me acuerdo aún de la cosa, pero como no sabía lo que era eso de frase, pues pa qué voy a saber lo de la coma, la tía estaba buena, más buena que la tía de la junta esa, Tachuela, que era una borde y me miraba el paquete, coño, seis horas mirándome el paquete y yo sin poder quitarle el celofán, pues, total, que to contao, pero to, Tachuela, con pelos y señales, sobre to lo que pasó al amanecer…