XII

… El cabronazo del Apache se me había acercao, joputa, ¿tú sabes, Tachuela, que llevaba el tío ocho años, ocho, sin un pelao?, la cola como un caballo salvaje y se la cepillaba toas las noches el Castrao, con unas púas, y como para llamarlo marica, ¿te acuerdas de aquel que le dijo maricón y no se pudo sentar en tres meses?, cabrón el tío, pues se me acercó el Apache, Malamadre, que tengo que hablar contigo, y yo, ahora no, Apache, que estoy ocupao, que estaba toavía sonándole los mocos al Calzones, ¿sabes?, y el tío, que es mu importante, Malamadre, y miraba al Calzones, pero el Calzones pasaba de él, Tachuela, porque tenía en el coco lo de su jai y pasaba, y yo, ahora voy, cojones, Apache, y fui después de hablar con el Calzones, y va y me dice Malamadre, ya he averiguao lo de la foto de la Elena, y yo, a ver, dime, y entonces se oyó el grito, no, no, no, mu fuerte Tachuela, como alguien que le han metió un pincho en las tripas, y tos a correr y el Juan que decía no, no, no, y yo a ver qué ha pasao, y toa la gente ante la tele y el Costra que dice Malamadre, que dice la tele que ha muerto la Elena, la mujer de Juan, coño, que yo me quedé desnortao, Tachuela, que no lo podía creer, ¿cómo?, yo solo decía ¿cómo?, y el Calzones se dejó caer de rodillas y to el mundo a su lao sin respirar, pero nadie decía na, porque qué coño íbamos a decir, se tapó la cara y lloraba, y gritaba hijoputaaaa, hijoputaaaaa, con la a mu larga, hasta los vascos salieron a la galería, que Releches y tos se habían venío pa acá, y movían la cabeza los etarras, que se les veía tristes a los tíos, y entonces fue cuando el Comepollas trató de correr pa el fondo y fue Pincho el que dio la voz de alarma, que se escapa el cabrón, y se fueron tres a por él y le dieron una patá y estrelló el careto en el suelo, no echaba sangre ni na, la nariz, decía, mi nariz, un mojón se le había quedao por nariz, toa torcía, Tachuela, échale agua y dale un trapo, le dije al Costra, y se lo llevó, lloraba el tío, pero eso era otra cosa, ¿verdá?, que no era el mismo dolor el del Utrilla y el del Calzones, que ese dolor del Calzones parece que te lo hace un serrucho en las entrañas, ra, ra, ra, con los dientes to afilaos…

«Dígame que no es verdad». Y en los ojos de Almansa supe que sí lo era, ya lo supondrán. Tenía lágrimas en ellos, como si la voz de la locutora hubiese abierto una espita y no pudiese contenerlas. «Dime que no es verdad», murmuré mirando aquel busto de la tele que acaba de dar la noticia, a las ocho y media de la tarde, justo a esa hora. «Telecinco está en condiciones de afirmar que la persona muerta en los incidentes de la prisión de Sevilla 2 responde al nombre de Elena Vázquez Guardiola, natural de Laredo, y esposa de uno de los internos amotinados en la prisión. Elena Vázquez, según las imágenes que ofreció hace unas horas Sevilla Televisión, fue golpeada por el jefe de funcionarios de Sevilla 2, José Utrilla Castillo, cuando los familiares de los internos trataban de alcanzar la puerta de la prisión. La muerte de la joven, que se hallaba embarazada de tres meses, se ha producido por un fallo multiorgánico a consecuencia de la conmoción cerebral sufrida por los golpes que recibió; asimismo, fuentes hospitalarias confirmaron a Telecinco que la patada en el vientre le produjo el estallido del bazo. A pesar de ser requeridos por nuestra cadena, ningún responsable policial ni de Instituciones Penitenciarias ha querido comentar el hecho ni la situación en la que se encuentra el funcionario implicado en el grave incidente». Eso dijo. Lo de menos, ya comprenderán, es quién filtró la noticia, aunque era lo único que parecía importarle a Niebla. Elena había muerto y Juan a esas horas ya debía de saberlo. Sé lo que se siente cuando muere la esposa de uno, pero al menos yo me pude despedir de ella, ¿saben? Juan no. Y esperaba un crío, joder, fue terrible.

No, no, no puede ser, mi vida, no puede ser, mierda de periodistas que no confirman las noticias, que lo dijo Almansa, «Están bien, solo algo magullados», Almansa no me mentiría, Armando tampoco, ¿o sí?, Dios, no puede ser cierto, debe haber habido un error, mi niña no, pero por qué iban a mentir los de la televisión, mejor poner otra cadena, a ver si lo confirman. Todos me miran, apenas puedo verlos. Estoy como en una nube. No puede ser verdad, no es justo, Dios, ella no había hecho nada, solo quería estar cerca de mí. Por eso vino. Mi amor, si te espantaban las multitudes, ¿por qué viniste, mi niña? Solo oigo mi llanto, todos callan, «Responde al nombre de Elena Vázquez Guardiola, natural de Laredo», eso ha dicho, pero no puede ser, no, lo van a desmentir después. Esto es una pesadilla de la que voy a despertar ahora y la abrazaré, «No es nada, mi amor, solo un mal sueño», la tranquilizaré.

—¿Y ahora, Almansa?

—Nada ha cambiado, Gerardo, todo está igual que antes, solo que Juan se ha enterado de que su mujer ha muerto. Llorará primero, racionalizará la cuestión después, acaso le pegue un par de hostias a Utrilla, pero ya está, no es un tipo violento y tiene formación. Podrá más su cerebro que su corazón.

—¿Y los vascos?

—Para ellos la situación es mejor. El odio se ha vuelto contra Utrilla. Me preocupa más él que los otros, cualquier loco de ahí dentro puede pincharlo. Para ellos el enemigo es el sistema, no lo olvides, los etarras son solo el instrumento para doblegar al sistema. Y Utrilla forma parte de él.

—¿Llamarás a Juan?

—No sé si es razonable que yo siga en la negociación. Les he mentido. No confiarán en mí, y menos Juan.

—¿Qué vas a hacer entonces?

—Decidirá el Ministerio.

Juan permanecía en el suelo de rodillas. Todos los internos lo rodeaban, vimos por los monitores cómo Utrilla trataba de huir desesperadamente y el modo en que lo cazaron apenas a veinte metros de la zona de seguridad. Su cara estaba bañada en sangre. Malamadre se acercó a Juan y le echó el brazo por encima. Tachuela preguntó algo y Malamadre asintió. Supimos cuál era la pregunta cuando un interno tapó con un trozo de sábana la rejilla del aire acondicionado y el monitor se convirtió en un telón blanco. «Todo está aún por escribirse, todo», recuerdo que susurré.

—Los geos van a tener que entrar —vaticinó Germán.

—No, no lo harán —respondió el director.

—¿Y eso?

—No puedo decir por qué.

Nos lo dijo después, cuando pasó todo. El Gobierno había llegado a un acuerdo con el Ejecutivo vasco por el cual solo en caso de que la vida de los etarras corriera inmediato peligro se daría orden de atacar a la unidad especial de intervención. Así se lo habían transmitido a Gerardo Niebla, que de cualquier forma mantuvo la alerta verde. En el módulo 5 no contestaban a las llamadas. Niebla, por indicación de Almansa, llamó tres veces, pero ni Malamadre ni Juan cogieron los teléfonos. Desde el Ministerio anunciaron que mandaban a otro negociador para sustituir a Almansa. «Está quemado», sentenció el director.

… ¿Aónde habéis metió al Comepollas?, en la 211, me dijo el Costra, to salpicao de sangre estaba el Costra, ¿te acuerdas, Tachuela?, que parecía que era él el que se había dao la hostia, y dice el Costra este tío está echando más sangre que un cerdo en la matanza, Malamadre, pues déjalo que se desangre, dijo el joputa del Pincho, y yo, pues nadie se ha muerto por echar un poco de sangre por la nariz, coño, que se joa el cabrón, que se pudo ahorrar la madre haberlo parió, pa sacar ese demonio mejor que le hubiesen cosío el chocho al nacer, Juan no lo oía, Juan no oía na, que tú lo dijiste, Tachuela, está pero no está, Malamadre, eso, estaba pero no estaba, la mirá perdía, una mirá de terror, ¿eh, Tachuela?, de esas que van más allá de donde los ojos ven, ¿verdá?, y yo me decía y ahora qué, qué coño le digo yo al Calzones, si a mí me pasa esto con la Patri, bueno a la Patri que le entre el sida, so puta, que se fue con el gitano portugués la malnacía, que se la folie un asno, pero si cuando estábamos bien me la mata, pues así me dieran garrote que el tío que la mata se come sus huevos cortaos a trocitos, pero Juan no, que ese tío piensa, y ¿cómo se quita la mala leche uno que piensa?, me preguntaba yo, y miraba al Calzones y no sabía qué decir, y entonces sonó el móvil y yo me dije a la mierda el móvil, además, tenía la música de salsa, vaya coña, y te dije cámbiala, Tachuela, y ponle el pitío normal, que aquí no hay fiesta, coño, y no lo cogimos, y la cosa venga a pitar, y yo me decía qué coño quieren estos joputas ahora con un fiambre a la espalda, no hay na que hablar, na, hay que dar tiempo a ver qué pasa, pero el minutero no corría, Tachuela, que el Calzones lo tenía él atrapao, ¿verdá?, mu atrapao, y la gente quieta, como diciendo ahora qué, igual que yo, igual que tú, tos paraos, me cago en mi madre, y ahora qué…

Ha sido culpa mía, Elena ha muerto por mi culpa. Voy el día antes y así conozco a los compañeros y le echo un vistazo a la cárcel, le dije, y ahora está muerta. Si llego a venir el día 20 no hubiese pasado nada, que lo ponía la carta, el día 20 a las ocho de la mañana, y yo vine el día 19, me cago en mis muertos, ¿por qué lo hice? Dios ¿por qué has dejado que pasara?, tenía a nuestro bebé en su vientre. «Si es niña se llamará Beatriz, y si es niño como tú, Juan», y yo le respondí que no, «Si es niño le ponemos el nombre de los abuelos, Luis Alberto, y si es niña, Elena, que quiero dos Elenas en mi vida», y ella sonríe y me replica que no, y yo le hago cosquillas y jadea, y en el jadeo me dice Juan, y yo le digo Elena, y se desliza por mi cuerpo y me mira a los ojos, «Será Juan», y siento cómo el placer me invade y arqueo el cuerpo, y le susurro que sí, «Sí, mi vida, se llamará Juan». No es real, Elena no ha muerto. Puede ser que hayan dado la noticia falsa, sin avisarme, eso, para conseguir que salga del módulo, sí, eso es, me lo dijo Almansa, «Sales conmigo y te consigo un pase para ir a ver a tu mujer», a lo mejor me guiñó un ojo y yo no lo vi, sí, era una trampa para Malamadre, debí decir que sí y haberme ido con él, qué tonto fui, y ahora estaría abrazado a Elena, «pero cómo te pudiste creer que había muerto, bobo», me dirá, seguro. Piensa, Juan.

—Malamadre, dile a Almansa que quiero verlo.

—Tranqui primero, Calzones.

—Que no, hostias, que estoy bien, dile que quiero verlo.

—No, no estás bien, coño, primero a respirar jondo un poco y después hablamos, ¿vale, Calzones?

… Pues fue el Calzones y me dijo que a lo mejor lo mejor era salir pa decirle adiós a su mujer y, claro, qué coño le iba a decir yo, pues que sí, que era lo mejor, que nosotros teníamos a los tres rehenes controlaos y que nos aviábamos sin él, tú ve y le dices el adiós y al entierro, con un nudo le dije eso del entierro, y después a estar tranqui, coño, que tienes que vivir, que esos joputas han destrozao tu vida, pero la vida da sorpresas, solo que hay que esperar, y seguro que a ti te las da, ahora no puedes pensar, Calzones, coño, pero seguro, y el Pincho decía que sí, anda, ven, te acompañamos hasta allí, y habían pasao varias horas, Tachuela, ¿te acuerdas?, y el Calzones estaba más tranqui, que lo dijo el Costra, este tío es de admirar, sí, y el Pincho dijo, venga, vámonos pa allá, y el Calzones, sí, será lo mejor, y yo le dije al Niebla el Calzones va pa allá, si lo tratáis mal hacemos ensaladilla con los etarras, joputa, y el tío, que no, que no, que lo cuidamos bien, y se iba el Calzones; fue entonces cuando salieron en la tele las imágenes de la cosa forense esa, y se quedó el Calzones mirándola y yo le dije venga, Juan, vete, y él, no, espera, Malamadre, y allí salía la madre de la Elena abrazá al padre, los dos en la puerta del anatómico ese, y se desmayó la madre, y yo miré a Juan y dijo sí, está muerta de verdá, como si no se lo hubiese creío, ¡hay que ver la mente!, y el Pincho, venga, y Calzones se dio media vuelta el joío, ¿te acuerdas, Tachuela?, y me abrazó el tío mu fuerte, está muerta, Malamadre, está muerta de verdá, coño, que me emocioné y no sabía qué hacer y solo pude darle palmás en la espalda, y él, está muerta mi Elena, y tos mirando como gilipollas, que eran tos unos gilipollas, coño, que aquello no era un circo, no te joe, pues tos mirando, y cuando el Pincho dijo eso de venga, Juan, que te acompañamos, él lo miró, así, de frente, como los hombres, y dijo aquello que tengo todo el día en el coco, joé, no, Pincho, no voy a salir, mi sitio está aquí, con vosotros, vosotros sois mi gente, y va la peña y se pone a darle palmás, y que sí, con dos cojones, Calzones, que estamos contigo, y el tío ya no lloraba ni na, firme como una roca, el mismo que antes me abrazaba hecho una piltrafa era ya de hormigón armao, y eso, pues que no se fue y se quedó allí, con su gente, dijo…

Almansa había puesto al corriente de la situación a su sustituto. Fernando Peñuela se llama, lo pueden comprobar en el informe. Un tipo algo más joven, con pinta desaliñada y una perilla que le da aire de chivo silvestre. El director nos comentó que el tal Peñuela le pidió a Almansa que no se fuese, que sus conocimientos en motines eran solo teóricos. «Ya lo sé, Fernando, tu especialidad son los suicidas sin ánimo alguno de suicidarse», le contestó irónico. Desde el Ministerio metían presión a los negociadores para que intentasen forzar el acuerdo y ya no eran tan reacios a alcanzar compromisos reales. «A mí me da que al final estos hijos de puta logran que un cocinero de la nueva ola les prepare la comida», auguró con sarcasmo el director. A la sala de control solo llegaban, y sin demasiada nitidez, las voces de los internos. Las pantallas de los monitores seguían en blanco. En la televisión habíamos visto las imágenes de los familiares de Elena y de Juan acudiendo al anatómico forense. Créanme si les digo que sentí un calambre por todo mi cuerpo cuando vi a aquellos padres abrazados, llorando, completamente desconsolados, y después el impresionante desmayo de la madre de Elena. Pero estaba convencido de que él se sobrepondría. Era un sentimiento vago, ¿entienden?, sin sustentar en nada objetivo. Ahora que lo pienso, solo rezaba porque así fuera.

—Costra, trae aquí a Utrilla.

—¿Al Utrilla, Calzones?

—Sí, al Utrilla.

—¿Lo sabe Malamadre?

—¿Y a ti qué coño te importa Malamadre, Costra? Te he dicho que lo traigas.

—Mira, Calzones, el Malamadre es el jefe y ha dicho que no se acerque nadie al Comepollas.

—Iré yo por él entonces.

—Haz lo que te salga de los cojones, Calzones, pero conmigo no cuentes.

… Joé, na más que me di media vuelta a ver si los vascos de la leche estaban bien y a cambiarlos de sitio pa desorientar a la pasma, que me lo aconsejaste tú, Tachuela, y va el Calzones, ¿te acuerdas?, y se pone a andar pa la 211, y dice Pincho Malamadre, que el Calzones va directo pa el Comepollas, ojú, digo yo, y salí pitando pa allá, ya estaba en la puerta y decía dejadme pasar, y el Tomate y el Boludo que no, que no pue ser, que órdenes del Malamadre, y el Juan, que no lo voy a repetir dos veces, que me dejéis entrar, y ellos, que no, que el Malamadre ha dicho que nadie y pues nadie y que sentimos mucho, oye, lo de tu mujer, pero no pues entrar, y entonces llegué yo, a ver, Calzones, ¿qué haces aquí?, el Comepollas se merece una soba de hostias, pero no pue ser, y tú lo sabes, así que no pues entrar, ¿vale?, y va y me dice el tío que no le va a poner la mano encima, que solo ha pensao una cosa pa la negociación, Malamadre, a este hijoputa ya le ajustaré cuentas cuando to acabe, ahora hay que pensar en tos, ¿verdá, Malamadre?, y le miré a los ojos, ¿sabes, Tachuela?, y me lo creí, que el Juan era legal y le dije a ver qué vas a hacer, na, Malamadre, lo ponemos al tío con los vascos en medio, quitamos las sábanas de las rejillas y les decimos a esos joputas que a ver, que los tres rehenes están bien y que pa seguir bien los de arriba tienen que decir vale a las cosas y que, si no, pues a leches con ellos, y yo, ¿de verdá que solo eso, Calzones?, y él, de verdá, Malamadre, que tengo ganas de que to esto acabe ya, ¿tú no?, pues yo también, pensé, y le dije al Boludo, anda, trae al Comepollas, y al Releches, trae a los etarras, que el Calzones ha tenío una idea, mu rara la idea, me dijiste tú, Tachuela, y yo, vale, Tachuela, vale, pero no les va a pasar na a los rehenes, que tos vamos a estar vigilando, tú dile al Releches que él y cuatro más con los etarras al lao, y tú y yo con el Comepollas, y así seguro que no pasa na, ¿vale, Tachuela?, y tú decías no sé, no sé, y yo, na, solo hablar, ya verás, que el Calzones está tranqui y piensa el tío…

Niebla, Almansa y Peñuela se abalanzaron sobre el monitor. Almansa me había mandado llamar para que le diera ciertos detalles al nuevo negociador sobre Juan. Pero todo se interrumpió cuando uno de los ayudantes de Niebla avisó: «Han quitado la sábana de la cámara». Habían formado los internos un semicírculo en medio de la galería con dos pasillos. Por uno, el que partía de la 211, caminaba ya José Utrilla, con las manos a la espalda y la cara tumefacta. Su andar era vacilante. Me recordó, ¿saben?, a Juan cuando Releches lo llevaba ante Malamadre tras descubrirlo en la celda. Lo empujaban y él daba pasitos cortos y rápidos mientras miraba a los lados y veía las caras adustas de los internos. Por el otro pasillo aparecieron los vascos. Releches iba delante de ellos, como los preparadores de los boxeadores, no sé si saben cómo es, es que yo soy aficionado al boxeo, desde hace muchos años. Pues así, como el preparador del púgil antes de que este llegue al ring y suba al cuadrilátero. Niebla miró a Almansa. «¿Tú qué crees?», preguntó. Almansa balanceó la cabeza. «Este teatro es por algo. Van a dar un ultimátum, seguro», pronosticó. «Asalto a la primera línea, rápido. Al cero, dentro», ordenó el geo. Juan esperaba al final de los pasillos. Con él, Malamadre y Tachuela. Observé la cara de Juan. Era una lasca de hielo. Impenetrable.

—Ponedlos aquí.

La voz de Juan sonaba firme. Firme y dura. Colocó a los vascos a la derecha, juntos, flanqueados por Releches y su camarilla, y a Utrilla a su espalda, escoltado por Malamadre, Tachuela y Costra. Hizo un gesto con la mano para que se acallaran los murmullos y cuando se hizo el silencio me pareció oír un grito desgarrador. Pero no, si una mosca hubiera atravesado la galería habría pensado que estaba volando en un recipiente al vacío, que hasta el aire se antojaba inmóvil en aquella atmósfera espesa, irrespirable.

—Esto va para los de ahí arriba. Aquí tenemos a los tres rehenes. Han pasado muchas cosas desde que se inició el motín. Y ya es hora de que se escuche de una vez por todas nuestra voz. Si el Gobierno no está dispuesto a aceptar las justas reivindicaciones de los fíes, que no espere nuestra rendición. No vamos a negociar más. Tienen una hora de plazo para bajar, aceptadas y firmadas, nuestras peticiones.

Juan se calló. Miró a derecha e izquierda y después se enfrentó de nuevo a las cámaras. Levantó el brazo derecho con el puño cerrado.

—¿Estamos en la lucha, colegas? —gritó.

Y un sí atronador llegó hasta el puesto de mando. Juan, en un ademán que a todos se nos antojó teatral, comenzó a pasear, primero de izquierda a derecha, después en círculo, rodeando a los rehenes. Fue entonces cuando se oyó la voz de Utrilla.

—Es un impostor, Malamadre, Juan Oliver es un funcionario, no un interno, un funcionario de prisiones como yo, y lo puedo demostrar.