XI

—Almansa, necesitamos verte. Hemos reconsiderado algunas cosas.

—Voy para allá, Juan.

—Que venga José Utrilla contigo.

—¿Utrilla? ¿Para qué?

—Queremos llegar a un pacto con él también.

—¿Tiene inmunidad igual que yo?

—Claro, igual.

—No sé si querrá venir y yo no lo puedo obligar.

—Cinco minutos, aquí la gente se ha puesto muy nerviosa y los pinchos se acercan a los cuellos de los vascos.

Fue demasiado tarde. Nadie había visto aquellas imágenes de Utrilla pegándole una paliza brutal a Elena. Cuando el jefe de los antidisturbios apareció por la zona de seguridad para detenerlo, él ya había franqueado con Almansa los límites de los amotinados. Lo había encontrado en la sala de descanso y, tras dudar un momento, le dijo que sí, que iba con él, «Con dos huevos», sentenció. El director no lo supo hasta que lo vio aparecer en los monitores.

—Pero qué coño, Calzones.

—Déjame, Malamadre.

—¿Pa qué has llamao al Comepollas?

—Para nada, tú déjame.

—No, pa na no, Calzones, no me joas, esto es un asunto de tos, no un asunto personal.

—Vete a la mierda, Malamadre, ese cabrón ha machacado a mi mujer, ¿y tú dices que no es un asunto de todos? ¿Con quién estás, conmigo o con esos hijos de puta?

—¿Qué vas a hacer?

—Nada.

Almansa les ofreció la mano y solo se la estrechó el Poeta. A José Utrilla también se la alargó Malamadre. Pareció que le recorría un escalofrío por la espina dorsal mientras se la mantenía cogida con fuerza durante unos segundos que parecieron eternos. Todos contuvimos la respiración allí, ante los monitores. El director despotricaba contra Almansa por no haberlo avisado y el geo ponía de nuevo a sus hombres en alerta verde. «Almansa se ha dado cuenta de que algo no va bien», afirmó Fermín señalando el monitor. Hizo incluso un ademán de volver sobre sus pasos, pero un muro de internos le hizo comprender que la puerta de salida se había cerrado detrás de ellos.

—¿Qué pasa, Juan?

—Mejor que nos lo explique este.

—¿Qué tiene que explicar?

—Por qué le ha dado una paliza a mi mujer.

… Coño con el Calzones, Tachuela, ¿te acuerdas?, decir eso de por qué le ha dao de hostias a mi mujer y el Almansa dejó de ser de hielo, vamos, que temí que el joputa se fuera por la rejilla del sumidero convertío en agua, y vaya con la cara del Comepollas, estaba medio mamao aún, que se le veía, ¿verdá?, pero se le quitó de pronto la curza, y le entró hipo al joío y hacía hip, hip, y tú dijiste Malamadre, ¿eso de la garganta del Comepollas son los huevos?, de corbata los tenía, tío, sí, y solo por preguntar por qué le había dao de hostias a su mujer…

Este cabrón de mierda se ha quedado sin pelotas. Se me queda mirando como quien ha visto una aparición y no sabe qué contestar. Sí, traga saliva, hijo de puta, más vas a tragar. Hice bien en llamar a Almansa nada más ver las imágenes en la tele. Cinco minutos le di y ya está aquí, con este malnacido que se ha cebado con Elena. «No sé de qué me hablas», afirma confundido Almansa. Pero mira a Utrilla y advierte que este sí sabe a lo que me refiero. Se le muda la cara. «A ver, Juan, tranquilos». Clavo la mirada en Utrilla y este la desvía, se encuentra con la de Malamadre y vuelve a desviarla, y allá donde va su vista se encuentra unos ojos como puñales que lo atraviesan.

—No sabía que era tu mujer, Juan.

—Lo era.

—Fue un accidente.

—¿Tres golpes con la porra y una patada en el vientre es un accidente?

—Se abalanzó sobre mí, ¿qué querías que hiciera?

—Eres un cobarde de mierda.

… Lo tuve que sujetar, bueno, tú también le echaste el brazo, Tachuela, porque se lo comía allí mismo, tranquiiii, Calzones, tranquiiii, le dije, que este joputa lo va a pagar por lo legal, pero no vamos a joer la cosa, que si la joemos viene la pasma y al carajo tos, con los etarras por delante, y no, Calzones, vamos a hablar, ¿vale?, a ver, Almansa, dile al Juan que la jai está bien y recuperá ya, ¿te acuerdas?, y el Almansa decía que sí, que no había pasao na, que él no sabía na de la paliza, pero que en el hospital decían que tos estaban bien, magullaos y esas cosas, pero bien, y yo, ¿lo ves, Juan?, coño, to tiene solución, y acuérdate, Tachuela, cómo me miró el tío, y le dijo al Almansa, toma, y le dio el móvil, ponme con mi mujer y que me diga ella que está bien, y el Almansa se puso como la fachá de cal de un cortijo y dijo no sé qué de la comunicación y de que mejor que el Calzones lo acompañase a la zona de seguridá, que le conseguía un pase pa ver a la mujer, y ¿sabes, Tachuela?, la cosa se había puesto tan joía que pensé pues a lo mejor es lo mejor, Calzones va a ver a su mujer y nosotros tenemos aquí a los etarras pa prepararlos como pinchos morunos si se da el caso y ya está, y va, y me miró Calzones, y dijo que nanay, que él no salía, entonces el Almansa pues dijo eso de que regresamos, hacemos las gestiones y volvemos, y Calzones dijo que sí, que vale, pero que Utrilla se quedaba como muestra de buena voluntá, no te joe, pensaba el Calzones, y le devolvió eso de la buena voluntá al Almansa, que dijo no se qué de la inmunidá, y va el Calzones y se cogió los cojones, ¿verdá, Tachuela?, y yo me eché a reír, no debí, pero me entró la cosa floja, y le decía al Almansa, toma inmunidá, joputa, claro que no debí reírme, ahora no lo hubiese hecho, pero me hizo gracia el joío del Calzones pesándose los huevos…

El director miró a Niebla y le espetó a quemarropa: «¿Hay algo que yo deba saber?». Niebla chasqueó la lengua y se paseó por la estancia. «No estoy autorizado a dar determinadas informaciones». Lo mismo que me soltaron en el hospital cuando, tras identificarme y lograr que me devolvieran la llamada para comprobar la veracidad de mi identidad, se escabulleron para no darme detalles sobre el estado de Elena: «Lo sentimos, hable con la policía». En el monitor se veía a Almansa dialogar con Juan y Malamadre. Lo que hablaban era apenas audible, pero aunque hacía gestos negativos una y otra vez con la cabeza, resistiéndose a irse, dos internos lo habían cogido por el brazo y se lo llevaban hacia fuera. Como hacían cuando entraba o salía alguien del módulo 5, un grupo de presos lacró la entrada de la celda en la que se encontraban los vascos. Y allí estaba Utrilla, en medio de la galería, como una estatua, rodeado de internos que tampoco se movían, ¿se lo imaginan?, como en una de esas películas de ciencia ficción, se me vino a la cabeza, en la que el humano se ve rodeado por extraterrestres de extrañas apariencias que lo observan como si escrutaran su interior con el poder de sus mentes. Juan lo miraba con la fiereza de una leona a su presa. Tachuela, Malamadre, Pincho y Costra lo flanqueaban. Y allí estaban, sí, sin moverse, como si el tiempo se hubiese detenido y tuvieran miedo, mucho miedo, de que volviese a transcurrir. «Lo tiene feo el jefe, muy feo», dijo Fermín.

—Dime, Juan.

—¿Sabías todo esto, Armando?

—No, no lo sabía, te lo juro.

—¿Cómo está Elena?

—No lo sé, no me dan la información.

—¿Por qué?

—No lo sé.

—Quiero hablar con ella, tenéis media hora.

—No hagas locuras, Juan.

—Media hora.

… Vamos a hablar, le dije, venga, Calzones, tranqui, que seguro que no le ha pasao na a tu niña, a ver, Costra, el Comepollas que se vaya contigo, lo metes en una celda y te pones en la puerta con dos más, ¿vale?, y no dejéis entrar a nadie, el Tirita no, que está con mala leche, ni el Trágala, y tú, Calzones, vente conmigo, vamos a hablar de hombre a hombre, y hablamos, ¿te acuerdas, Tachuela?, primero los tres, después él y yo, no te lo conté, pero se echó a llorar el tío, después de decir que se vaya este, por ti, se me echó a llorar, y mira que era grande, pues a moco tendió, que me dio pena, ¿sabes?, a mí no me ha dao pena nadie cuando llora, que a más de uno lo he cogío por los huevos con las lágrimas saltás, pero me dio pena el Juan, tan grande el tío, y llorando, ¿qué le han hecho, Malamadre, qué le han hecho?, repetía una y otra vez, y yo, serenidá, Calzones, que la niña es fuerte y seguro que na, un poco joía, pero vas a hablar con ella y ya está, y vamos a decirle al Almansa que queremos al Utrilla ante el juez, si es con el felpúo ese joputa que me condenó a mí mejor, mucho mejor, y que vaya a la trena, pero tú tranqui, le decía, y él movía la cabeza como loco, que se había vuelto loco, Tachuela, y decía que la quería, que te quiero, mi amor, y eso no era por la jodienda, que se le veía, eso era porque la jai era mu dulce, mu tierna, como mi profe, Tachuela, pero la gente lo veía ahí fuera seguro, no como yo allí, llorando, la gente lo miraba, pero yo pensaba y el Juan solo quiere poner bonito al Comepollas, y si le damos de leches, aquí entra la pasma dando más hostias que en la misa del gallo esa, y ¿sabes?, ahora teníamos otra vez tres rehenes, pero no me gustaba la cosa, porque los vascos parecían ahora los rehenes buenos y el Utrilla el malo y lo que joía arriba eran los del norte, que al Utrilla que lo zurzan, seguro que decían los encorbataos, seguro, así que piensa, Calzones, le dije, no ha cambiao na, seguimos igual, ya tendrás tiempo de darle cuatro buenas patás al Comepollas en los cojones y ya está…

«Media hora tenemos, así que ustedes dirán». Les conté a Niebla y a Almansa mi conversación con Juan. «Media hora nos da». Yo escrutaba sus ojos. Hablaban más los de Niebla, que Almansa ya había recuperado la frialdad.

—Me gustaría saber qué está pasando por la cabeza de Juan —dijo al fin Almansa.

—¿Tú qué crees? —preguntó Niebla.

—Nada, en estos casos es mejor no dejarse llevar por las apariencias.

—¿Entonces?

—Hay que actuar como los médicos cuando no tienen el diagnóstico claro y el asunto es grave. Trataremos los síntomas.

—¿Por qué no aceptó Juan salir a la zona de seguridad para ir a ver a su mujer?

—Armando comentó que le pareció un tipo muy responsable cuando estuvo con él, lo mismo piensa que es más necesario dentro que fuera y que puede forzar la situación para que todo esto termine.

—¿Eso es una apariencia o un síntoma?

—Eso es un deseo, mierda, Gerardo.

No los contradije. ¿Para qué? Lo que pasaba por la cabeza de Juan era un misterio que solo él podía descifrar.

Almansa me preguntó cómo era la voz de Elena. «Dulce, algo queda, muy castellana en su entonación», respondí. Encendió uno de sus puritos y permaneció pensativo mientras las volutas de humo hacían desaparecer su rostro. «Una voz aturdida por la conmoción y los sedantes puede ser la de cualquiera», reflexionó en voz alta.

—Pero por qué no le pasamos al teléfono con ella, Almansa.

—Armando, Elena no está en condiciones de hablar.

No puedo reprimir el llanto. Tachuela se ha ido. No me gusta que Malamadre me vea así, pero no quiero tampoco estar solo. Almansa ha dicho que en el hospital les comunicaron que todos están bien. Elena está bien. Pero no se puede poner al teléfono, es así, no se puede poner y menos ahora. Ella misma no querrá porque sabe que le traicionarán los nervios. Pero qué me importa ya que este hijo de puta conozca que soy un funcionario, otro rehén más. Lo único que quiero es cerciorarme de que está bien y darle puñetazos, muchos puñetazos a ese cabrón de Utrilla, hasta verlo humillado, pidiendo que pare de golpearlo. Malamadre con esto recupera la confianza en mí. Tengo que estar sereno. Qué difícil es, mi amor, sin saber cómo estás. Le digo que sí a Malamadre, que en cuanto hable con Elena llamamos al negociador y le ponemos un ultimátum. Pero no voy a hablar con ella, no, me pondrán cualquier excusa y haré como si les creyera, sí, es lo mejor, y les daré más tiempo. Malamadre me pasa el brazo por encima. Las dudas que le entraron con lo de la foto se han disipado al retener a Utrilla. Mientras Apache no averigüe nada estoy a salvo. Dentro de poco estaremos de nuevo juntos, mi amor.

… Joé, Tachuela, qué mal rato pasé, coño, pero el tío dijo ea, ya está, y no veas, parecía que no le había pasao na, tan campante, y yo me dije pues los tiene bien puestos, que yo ya le habría puesto la barriga como un colador al Comepollas, pero es que no podía ser, que era peor, y él decía que sí, que no pasa na, Malamadre, tranqui, que ya ha pasao to, hablo con mi Elena y le damos un ultimátum de esos al Almansa de los cojones, y yo le digo eso, Calzones, eso, positivo, como dice el gilón del sicólogo, entonces entró el Pincho, que dice la gente, compréndelo, Malamadre, que sí, que lo de la jai del Calzones vale, pero que hay otros heríos y no preguntamos na, y dice el Calzones que es verdá, que no es solo su mujer, a ver, Malamadre, dile al Almansa que los demás también tienen que hablar con sus heríos, y yo digo que vale y se lo digo al Almansa y me dice que hecho, pero que va a tardar un rato porque están haciéndoles pruebas en el hospital y que se lo diga al Juan, y se lo digo, me dice que sí, que vale, pero, cabrón de mierda, le dije al Almansa, deja ya de decir que sí pero, que la cosa está chunga y no nos chupamos los deos, coño, y que tenemos tres rehenes, tres, que no se te olvide, señoritinga, y el Almansa dice que cómo se le va a olvidar, en toa la vida se le olvida, así que vale, más te vale, le dije yo…

Almansa ganó algo de tiempo. Pidió que saliéramos de la estancia, pero el director nos contó luego lo que había pasado, lo mismo ustedes ya lo saben, pero, bueno, quieren mi versión, ¿no? Hablaron con el Ministerio. «Podemos confiar en Juan, es nuestra llave ahí dentro», le oyó afirmar el director a Almansa. «No, a Utrilla estoy convencido de que no le pasará nada, si acaso algo de teatro, algún puñetazo de Juan, para ganarse a la gente y descargar un poco de tension, pero solo eso. Si hubiera querido ya le habría dado». Más o menos eso dijo. «Sí, lo venció el primer impulso, pero es un tipo inteligente, le está sacando partido a su error, seguro», le oiría comentar después. Decidieron que era necesario ganar algo de tiempo para encontrar a una persona que pudiera pasarse por Elena. «Sí, una actriz o una especialista en doblaje que diga que no puede hablar bien, Juan no sospechará», remachó.

—¿Cree que hubiese funcionado? —le pregunté después al director.

—No lo sé, no lo sabremos nunca, Armando.

No tuvimos ocasión de saberlo. Lo oyeron ellos y lo oímos nosotros, lo escucharon en el módulo y lo supo todo el país. Fue a las ocho y media de la tarde, justo a las ocho y media, que miré instintivamente el reloj, por eso estoy tan seguro, ¿saben? Justo a esa hora dieron la noticia.