… Hay veces que to se joe, parece que está to controlao, que va la cosa como polla con vaselina, y na, to se joe, tú no la joíste, Tachuela, que tenías más razón que un santo, pero, a ver, en aquel momento, pues me metiste el bicho de la duda en los huevos, ¿te acuerdas?, oye, Malamadre, ¿de qué conoce el Canas a la mujer del Juan si no le ha dao tiempo ni a un visavís?, me dijiste, y yo, a ver, Tachuela, ¿de qué estás hablando?, y me puse a pensar, claro, porque yo le decía al Canas encuentra a la mujer del Juan, coño, pero pa hablar por teléfono, y el Juan le decía, ¿la ves?, ¿la ves?, está ahí, ahí, ¿no la ves por televisión?, y el otro, ¿aónde, Juan?, y claro, una de dos, o no la ve porque no la conoce o no la ve porque no la ve, pero el Canas daba la impresión, Tachuela, de que no la veía porque no la veía, sí, y ¿de qué conoce a la mujer de Juan, Malamadre?, joé con la pregunta, es que me dejó la duda y me hizo dudar del Juan, a ver, Calzones, una duda del Tachuela y mía, le dije, y tú delante, ¿de qué conoce el Canas a tu mujer?, y él, pues, ¿de qué la va a conocer, coño, Malamadre?, eso digo yo, le respondiste, si no ha dao tiempo ni a una visita, coño, y él dices tú que se puso colorao, yo no lo vi, pero dijo lo de la foto, ese malnacío me quitó hasta la foto, el mu joputa, cuando entré aquí, to me lo quitó, y la foto de la Elena también, ¿de qué la va a conocer si no, Malamadre?, mu raro esto, dijiste, Tachuela, y él, a ver aónde quiere llegar el cabrón este, y yo pensaba no sé, no sé, ¿de una foto, coño?, las fotos las dejan, que las de mis niños están en mi jaula, se lo dije al Apache, a ver, Apache, entérate de si en la cosa de los objetos personales está una foto de la jai del Calzones, está difícil eso, Malamadre, llegar no puedo llegar y sin teléfono…, toma el móvil y consíguelo, joputa, que necesito saber si la foto está o no está, coño, que es importante, y se llevó el móvil, no te preocupes, Malamadre, que si está me lo dicen, que me deben favores los cabrones esos, ya verás como sí, y a esperar, te dije, Tachuela, claro que después, con lo que pasó, pues no hubo dudas, ¿verdá?…
Almansa se ha ido. Malamadre está malhumorado. No comprende que a todo lo que le pedimos, a todo, Almansa nos conteste que sí para, inmediatamente, soltar los peros que ponen sus síes en cuarentena, aunque nunca traspasen la frontera del no. «Este cabrón con pinta de nena nos quiere liar, Calzones», grita. Es hábil Almansa. Un torero con buena mano izquierda. «Hay cosas que ustedes quieren que no son ni siquiera competencia del Gobierno, sino del poder legislativo, pero se puede abrir al menos el debate, así que no está de más que se planteen». El Poeta le ha dicho que domina el arte de la palabra pero que esta hay que llenarla de contenido, «Si no, se queda en poesía abstracta, amigo». Almansa sonríe. Ha quedado en contestar lo más rápidamente posible. «Tengo que consultar con los superiores algunas cuestiones». Al despedirse, le dice a Malamadre que en estos casos y por experiencia, no estaría de más que hubiera un gesto de buena voluntad por parte de los amotinados. Malamadre lo mira de arriba abajo, deja escapar una risa sardónica y le contesta: «Ya lo hemos hecho, cabrón, no te he dado una patada en los cojones, ¿te parece poca buena voluntad?».
—La próxima vez, Calzones, pongo a los dos rehenes detrás con dos pinchos en el cuello, este tío no se mea encima mía.
—Está en su papel y nosotros en el nuestro, Malamadre, eso es la negociación.
—Sí, pero, sí, pero, qué coño, Calzones, o sí o no, o nos da la cosa o afeitamos a los etarras y que les den por culo a los de arriba, ¿vale?
—Mira, Malamadre, escucha, lo mismo no lo podemos conseguir todo, pero lo que se consiga será una importante mejora para todos los internos. Si les pasa algo a los vascos, ¿cómo crees que será la vida de la gente cuando todo vuelva a la normalidad? Piénsalo.
—Malamadre no va a vivir más de rodillas, Calzones, te lo dije, que se meta en tu puta cabeza eso, no más de rodillas.
Tachuela se lo lleva. No ha recorrido ni diez pasos y se queda parado en medio de la galería. Me está mirando. Le mantengo la mirada. «Si no la desvías, Juan, te creen». Cuando Malamadre se lleva el índice al lóbulo de la oreja es que medita. Tachuela ya lo hizo y le ha transmitido lo que piensa. Hace un gesto de seguir y se vuelve a parar. El siguiente paso, lo presiento, será venir de nuevo hacia mí. Ahí llega. «Pues de la foto, Malamadre, coño, ¿de qué la va a conocer?». No parece convencido. Tachuela desde luego no lo está. Busca en la lejanía y encuentra lo que busca en un grupo al fondo de la galería. Le cuchichea algo al oído a Malamadre y se encaminan hacia allí. Apache habla con otros internos. O hay un milagro o estoy perdido.
«La calma siempre sucede a la tempestad», una frase hecha sirvió a Germán, que se había ido detrás del director en busca de Utrilla, para comunicarnos que la batalla campal que tuvo lugar fuera de la prisión había acabado. Le pregunté por Elena. «¿Has tenido ocasión de verla?». Me respondió que no. «Es que había tal follón, Armando, que no hubo manera de localizar a nadie. Nosotros cogimos a Utrilla y el director se lo llevó a su despacho y yo me vine para acá. Cuando lo hacía llegaban Méndez y el enfermero para auxiliar a unos cuantos heridos, alguno de ellos bastantes fastidiados», aseguró. Elena seguía sin aparecer. La vi fugazmente en el monitor después de que Juan me llamara pidiéndome que la sacara de allí, pero ¿cómo hacerlo si aquello ya estaba por completo desmadrado? Le pregunté a Niebla si sabía algo de ella y me volvió a contestar que «negativo», que los agentes infiltrados entre los familiares no lograron localizarla antes de que comenzara el tumulto y que una vez iniciado este habían tomado precauciones: «Como iban sin protección, se metieron dentro del segundo cordón policial, Armando». Sabía que Juan estaba angustiado y que esa angustia le podía llevar a dar algún paso en falso. Me preocupaba mucho eso, porque, ya saben, si estás rodeado de compañeros las equivocaciones pueden tener arreglo, pero entre enemigos no te da siquiera tiempo de santiguarte. Del hospital tampoco llegaban buenas noticias. El etarra había sufrido un nuevo infarto y a su llegada a urgencias su estado era desesperado, y aún no se había hecho público el alcance de las lesiones que habían sufrido los tres familiares de los reclusos trasladados al centro hospitalario. Mejores eran las noticias que nos servían de las prisiones del norte. En Nanclares estaba todo ya controlado y en Maturtene, según nos contó el director, los amotinados habían liberado a dos funcionarios que permanecían retenidos y todo hacía pensar que se llegaría pronto a una solución. Pero aquí no teníamos soluciones, ¿entienden?, sino todo cada vez más embrollado. Ni siquiera Almansa, frío como un témpano, a su salida de la negociación en el módulo 5, se permitió una de esas sonrisas con las que limaba cualquier arista. Saludó con un gesto, se quitó las gafas y se marchó camino de los teléfonos para hablar con el Ministerio.
—No lleva muy buena cara, Armando.
—Ni buena ni mala, Fermín, la que tiene. Lo mismo le sirve para una fiesta flamenca que para un velatorio.
—Mejor que sea de fiesta flamenca.
—Mejor que no se nos ponga a nosotros de velatorio.
… Hay un fiambre, hay un fiambre, coño con el Costra, Tachuela, no se pudo callar el cabrón, allí a voz en grito, que hay un fiambre, que lo ha dicho la radio, y yo, calla, rata de alcantarilla, qué coño dices, y deja de dar chillíos, ven pa acá, y él, que la radio lo ha dicho, Malamadre, que se ha muerto uno, pero qué uno, le preguntaste, ¿te acuerdas, Tachuela?, y el Costra, que no sé, que lo oí en la radio pero no ha dao ni el nombre ni na, que de fuentes solventes, decía, pero que no sé qué del hermetismo o lo que sea de las autoridades, pero que lo podía asegurar la tía de la radio, Malamadre, que solo le ha faltao jurar, y yo, a ver, aónde está el Calzones, me cago en el fantasma de mi padre, que digo yo que de arriba nos tienen que decir lo del fiambre, y la gente toa arremoliná, coño, con mu malita cara tos, ¿verdá, Tachuela?, y el finolis que decía que no sabía na, que se iba a enterar y veía la gente mirar pa la celda de los vascos, Calzones, si ha sío uno de los nuestros a estos no los para ni Dios, y él decía que tranqui, que a ver la radio, que muchas veces dicen cosas sin ton ni son, y quién lo ha dicho, y grita uno que no sé qué de la Cope y Calzones pone mala cara, coño, la de los curas, dice, los curas también mienten, dijo el Pincho, borrico el tío, pero, coño, que no hay curas en los micrófonos, joé, que lo ha dicho una tía, una periodista, no un cura, y el Calzones, a ver, Almansa, aquí la gente está crispá, queremos el nombre del muerto ya, pero ya, y Almansa, que sí, que estaba haciendo el contacto, fue cuando al Tiritas le dio el telele, ¿verdá, Tachuela?, y allí estaba el tío, con el sudor frío, tirao en el suelo, y lo abanicábamos pero no le subía el color, qué coño, y el Costra va y dice que ya está la tele, el informativo, y tos pa las teles y se veía a la pasma dando hostias a los familiares, muchas hostias, joé, y algunos en el suelo, pisoteaos, no hay derecho, cabrones, asesinos, gritaba la peña, y la pasma dando hostias, crac, crac, Calzones estaba desencajao, no veía a su jai, a ver, a ver, necesito ver, decía, pero otros sí vieron, el Trágala a su hermano con la cabeza abierta, me lo han matao, me lo han matao, gritaba, y yo, que no, Trágala, joputa, que solo es un poco de ketchu, que no le ha pasao na, algunos gritaban a por ellos; hiciste bien, Tachuela, yéndote a la puerta de los vascos con el Apache, aquí no va a entrar ni Dios, que lo sepáis, gritaste, y se iban algunos pa la zona de seguridá, pero estáis locos, allí os dan mil hostias más, coño, que no tenemos na y ellos con los gases y las porras, tranquis, y se veían en la tele las ambulancias, joé, pero solo al hermano del Trágala, Tachuela, solo a él, y decía mi hermano es el fiambre, seguro, maldita sea, Malamadre, que yo no sé qué de conmoción cerebral, y yo, que no te inventes cosas, joputa, a ver, dime, Almansa de los cojones, y el tío, falsa alarma, Malamadre, el hospital nos comunica que no hay muertos, que murió uno de muerte natural pero que no era de los de la cárcel, sino un tío normal, de la calle, no me lo creo, dijo el Pincho, y Calzones, ¿seguro, Almansa?, y el otro, seguro, tranquilos tos, que no ha pasao na, que lo va a desmentir la radio, huele a mierda, dijiste, Tachuela, pero la tele no decía na de lo de la Cope esa, sino que esas son las imágenes de lo que ha ocurrío esta tarde en las inmediaciones de Sevilla 2 y bla, bla, bla, que solo decía bla, bla, y allí no había muerto, un poquito de ketchu y ya está…
El director me mandó llamar a su despacho. Allí estaba Utrilla en un sillón, con una risa desbocada, tocándose los huevos, perdonen ustedes la expresión. No sé si me dio asco o pena, no lo sé. Un funcionario del Estado no puede dar la imagen que estaba dando José Utrilla, y menos cuando se es jefe.
—¿Cómo se te ha ocurrido beber estando de servicio? —le preguntó el director.
—¿De servicio? Yo no estaba de servicio, no se puede estar de servicio setenta y dos horas, ¿vale? Además, no estoy borracho.
—Sí lo estás.
—No lo estoy. He tomado, sí, un par de güisquis. Además, no he hecho nada malo, solo ayudar a los antidisturbios. Un par de golpes con la porra y ya está.
—Esa no era tu competencia.
—Tres muertos, tres, joder, en el norte, tres de los nuestros, ¿y tú me hablas de competencias?
Yo callaba y miraba al director. Junto a su despacho, a través de la puerta, se oía hablar a Almansa. «Una falsa alarma, Malamadre, una confusión, en el hospital nos dicen que la persona muerta lo ha sido por causas naturales y que no es ninguno de los heridos que trasladamos de la cárcel, así que todos tranquilos», se le oyó decir, y después un «sí, seguro» con el que acabó la conversación. El director había sacado un expediente del archivador. «No es la primera vez que bebes estando de servicio, Pepe», pero Utrilla estaba borracho y le daba igual, solo acertaba a mascullar: «¡Y dale!», pero el director se mostraba muy enfadado, más por su pose chulesca, ¿saben?, que por otra cosa.
—Quedas relevado del servicio hasta nueva orden.
—No es justo.
—Sí lo es. Armando te acompañará ahora a la sala de descanso y tienes prohibido salir de ella sin mi permiso. Armando, asegúrate de que se cumple mi orden.
Asentí. «A todos los efectos y mientras se aclare todo este maldito embrollo, asumes la jefatura del servicio», afirmó y yo volví a asentir. Camino de la sala de descanso Utrilla me miró con muy mala leche y escupió un «Ya tienes lo que querías, ¿eh?, ya has pasado por encima, pero será por poco tiempo, me echarán una mano desde arriba, eres un don nadie, un trepa, Nieto». Sonreí. Iba como una cuba y nunca me gustó cruzar una sola palabra con los borrachos. «Descansa, que es lo que tienes que hacer», le recomendé tratando de no caer en sus provocaciones, pero él estaba chulo y contestó que me fuese a tomar por el culo, literalmente, lo pueden comprobar en la declaración que hice en su día. Pero bueno, tampoco voy a cargar las tintas contra él. No me parece decente hacerlo.
Almansa nos miente. Ha usado por teléfono la misma entonación que cuando nos dijo cara a cara que no sabía el nombre de los heridos trasladados al hospital. Es casi imperceptible su cambio de voz, pero yo se lo noto. Debe de tener razones para hacerlo. No se acerca gratuitamente una cerilla a un barril de pólvora. Espero que sepan lo que hacen porque Malamadre está perdiendo la paciencia. Allí lo veo, paseándose con Tachuela. Teme que las cosas se le puedan ir de las manos en cualquier momento. Trágala ha estado a punto de formarla. Cuando empezó a decir que habían matado a su hermano, más de uno se encaminó hacia la celda en la que están los vascos. No saber nada de Elena me descompone. Al menos no estará herida, si no me lo hubiesen dicho. Soy de los suyos. A Elena le da pavor la sangre. Quería estudiar enfermería pero no pudo por la sangre. «Es que fue ver aquel corte en el brazo de aquel hombre, Juan, y sentir cómo se me iba la vida, ¿entiendes?». Le dio trabajo a sus compañeros de la Cruz Roja en la playa aquella mañana. Unos con el herido y los otros tratando de que se recuperara de su desmayo. «No voy a estudiar enfermería», recuerdo que dijo esa tarde. Ya tenia echados los papeles. Me gustaría despertar, como si esto fuera solo un sueño, y pasarme un día entero abrazado a ella, oliendo su cuerpo. Huele a jazmín Elena, como olía mi abuela en primavera cuando la iba a besar y llevaba el moño de jazmines en el pelo. Todos los días, al atardecer, se acercaba a la mata y se hacía su ramito. Así huele Elena. Malamadre no se ha quedado tranquilo con las palabras de Almansa. Yo tampoco. Nadie lo está. Les hacen más caso a los informativos de la radio o de la televisión que al negociador. Él dice lo que le conviene al Gobierno que diga. Las televisiones, no. Buscan vender y les da igual ocho que ochenta. Morbo, mucho morbo, cuanto más morbo más sube la audiencia. Apache, junto a la puerta de los vascos, sonríe. Este hijo de puta es peligroso. «Hay quienes juegan a dos bandas», me advirtió Armando. Se sabe poderoso porque tiene la información. Puede jugar la baza que quiera.
—¿Qué hay, Apache?
—Aquí, haciendo un poco de guardia.
—¿Encontraste ya la foto de mi mujer?
—Y ¿para qué iba yo a querer una foto de tu mujer, para cascármela mirándola?
—Porque te pidió Malamadre que la encontrases.
—Malamadre me pide muchas cosas. Por cierto, ¿debo buscarla o me lo ahorro?
—Mejor decídelo tú. No le hago el trabajo a nadie.
Malamadre me mira desde el fondo. Tachuela y Pincho también. Acercarse a Apache no trae cuenta. Todos saben cuál es su negocio. Lo evitaré. Pero si de verdad tiene acceso a los objetos personales de los presos, estoy perdido. A no ser que quienes pensaron en lo de los calzoncillos y en hacerme la ficha de entrada me abrieran un sobre. Pero la foto de Elena no está. Se la hizo en Santurce. Estaba hermosa. Me la regaló aquel día bajo el chopo. «Para que me lleves siempre contigo», dijo antes de besarme. Se fue por el desagüe. No se iba, pero metí la mano en el váter y empujé la cartera hasta el hueco. Al menos no la encontraron, pero en el sobre no estará su foto.
… De piedra nos quedamos tos, ¿te acuerdas, Tachuela?, pero quién se iba a imaginar eso, pues nadie, vamos, ni el Pajarito, sí, el que el Pincho decía que estaba to el día volando y que juraba que se follaba toas las noches a las tías de la tele pero de verdá, yo no sé qué del viaje astral del coño de su madre, que lo llevaba a la cama de toas las jais y decía lo del lunar de la Verdú al lao del chocho y esas cosas, pues ni el Pajarito se hubiese imaginao lo que pasó, pero es que tenía que pasar, que lo dijo Releches, una vez que piensa, me dije, que no se pue tener en la calle a uno que tenía que estar aquí, al laíto nuestra, y yo, pues es verdá, que el cagón del Comepollas debía de estar aquí, que es una bicha el mu joputa, pero de piedra nos quedamos, oye, y to de casualidá, que lo vimos de casualidá y porque nos llamó el Releches, que se lo dijo un vasco, anda, dile a Malamadre que venga a to carajo, y yo, allá voy, y Calzones que nos vio y venía el tío a carajo sacao también, vaya la mala hostia del Comepollas, que lo dijo el Apache cuando lo vio la otra vez, que va mamao, to borracho, con la porra en una mano y los gases en la otra, que se creía el Eliotnés, mala hostia tiene, venga a escribir partes y quitárnoslo to, las visitas, los visavís, los paquetes, debió pincharlo el Bailarín y no al Anselmo, que el Anselmo era una mierda, ¿recuerdas, Tachuela?, ni una corbata negra al día siguiente aquí, al Comepollas debió pincharlo hasta hacerlo albóndigas, coño, y no hubiese estao ahí, no hubiese pasao na, y la que se armó después, fue una exclusiva, que lo dijo la tía, imágenes exclusivas del follón de la cárcel de Sevilla 2, decía toa estira, y dijimos a ver qué sale, y pusieron los joputas diez anuncios, diez, que los contó el Costra, a continuación de los anuncios, dijo y diez, y las imágenes, Tachuela, mu fuerte, mucho, de un videoaficionao que lo ha traío a nuestra redacción, decía la tía, la cosa se movía mucho y se veía regular, ¿verdá?, que es que no era profesional el tío, pero lo del Comepollas se vio divinamente, allí el tío con toa la mala leche, hay que ver cómo le dio, Tachuela, con qué uva podría, una, dos, tres veces, y la patá después, de tener el coco renegrío, ni a mí me ha dao así la pasma cuando me ha trincao, pero el Comepollas es un bicho de esos que parece que no rompen un plato y se han comío antes en el plato la asaúra de un tío, pues el Comepollas igual, uno, dos, tres y la patá, y aquello se veía que no se curaba con agua oxigená y de eso colorao, y tú me diste así en el costao, cuando repetía la tele lo del Comepollas, a cámara lenta, y me dijiste mira, y lo miré, no decía na, pero na, pero sus ojos echaban fuego, ¿verdá?, como un dragón de esos de los cuentos de los niños, fuego, sus ojos eran dos lanzallamas…