—ATENCIÓN, ATENCIÓN TODO EL PERSONAL, finalmente he encontrado e identificado el fallo.
Esto habría sido de importancia para Talby, pero estaba dormido. No debería dormir, pero nadie podía dictarle a él esos períodos de sueño nunca más. Además, debería haber siempre alguien despierto por si él decidía dormirse en momentos imprevistos.
Ellos estaban despiertos, de acuerdo, pero no escuchaban.
—El láser de comunicaciones número diecisiete ha sido dañado —continuó la voz—. Este daño aparentemente sucedió durante el paso del vórtice de energía electromagnética que nos encontramos recientemente. Como pueden observar, este láser controla la carga primaria en el mecanismo de lanzamiento de bomba. El láser de comunicaciones número diecisiete está localizado en el cierre de aire de emergencia. Es crucial ocuparse de este fallo antes del ensamblaje primario de la próxima secuencia de lanzamiento. Gracias por observar todas las precauciones de seguridad.
Boiler seguía durmiendo inocentemente sobre su revista de chavalas. Pinback estaba dormido bajo sus pensamientos. Doolittle seguía tocando y tocando y Talby yacía dormido pensando en las estrellas de mañana…
Talby estaba meditando sobre su nuevo cielo. El despertar en la cúpula era la usual exhilarante experiencia. Una hermosa mañana.
Qué broma era eso. Él no había visto una mañana en veinte años, excepto por el falso matiz de un sol acercándose sobre un pronto-para-ser-destruido planeta inestable. Mañana, en verdad.
Y él tenía otra tarea que hacer, tan necesaria como desagradable: arreglar el láser de comunicaciones roto. Además, no debería ser demasiado difícil de arreglar.
Como era usual, estaba despierto antes que los otros. Después de un rápido chequeo para asegurarse de que todos los sistemas de la nave estaban operando más o menos normalmente, se dirigió al cierre de aire de emergencia. No había razón para despertar a Doolittle. Era más fácil decírselo desde la cúpula, sobre el feliz final del trabajo de reparación.
Los cuatro trajes espaciales estaban ordenadamente colocados en un armario abierto unos al lado de los otros. Cuanto antes acabase su trabajo, mejor.
Probablemente él no necesitaba el traje espacial, pero si por alguna razón el láser disparaba hacia atrás, el traje era lo suficiente reflexivo para desviar el rayo de luz No resistiría una ráfaga directa del láser durante unos segundos, pero no había razón para tomar más precauciones que las que estaba tomando.
Mientras se ocupaba de las preparaciones, Doolittle, Boiler y Pinback se habían levantado ya y se habían vestido. Fue Doolittle quien abortó el desayuno. Un rápido chequeo reveló que estaban casi llegando al punto de alcance de lanzamiento sobre el planeta que haría de blanco. Pinback se quejó por lo del desayuno, el planeta no iba a estar en ningún otro lugar, y tenían un par de miles de años luz antes de que se hiciera peligroso.
Pero no había nada que frenara a Doolittle. Éste era el último planeta, la última carrera, la última bomba. A Boiler no le importaba eso tanto, pues siempre estaba preparado para destruir. El comer podía esperar.
Se movieron hacia delante, se deslizaron en sus respectivos asientos y empezaron a comprobar la instrumentación. Súbitamente formaban un equipo otra vez, una tripartita y animada máquina; todas las personalidades olvidadas.
Boiler activó las pantallas sobre sus cabezas.
—Ahí está —el planeta, que ocupaba la mayor parte del visor del telescopio, era de profundo color rojo, mostrando una superficie hirviendo con volcanes titánicos más grandes que tres o cuatro Everest. Escupiendo, vomitando los interiores del globo hacia fuera, desplomándose en resplandecientes cañones de muchas millas de profundidad: un mundo inestable si alguna vez se habían encontrado con uno.
—Noventa-nueve-por-ciento-plus probabilidad —reportó Boiler chequeando sus instrumentos— de que este mundo se desvíe de su órbita normal dentro otras doce mil rotaciones. Girará hacia su sol y…
—Eventual nova —acabó Pinback.
—… y este sistema tiene un mundo tan perfecto como el tipo Tierra —hizo un gesto en dirección al monstruo rojizo brillante en sus pantallas—. Suena bien. Vamos a evaporarlo.
Operando en perfecto unísono, los tres hombres dispusieron los aparatos de medición, ajustaron los controles, prepararon al Dark Star para el próximo lanzamiento: una fuerza unificada para producir una momentánea orgía de destrucción.
Una orgía de la que ésta iba a ser el final, conclusivo orgasmo, y luego… a casa.
Pinback fue el primero, por una décima de segundo, en apoyarse sobre el respaldo de su asiento.
—Sistemas de compartimiento de bombas operacionales.
Hubo un sonido familiar desde el interior de la panza de la nave, y una vez más la blanca caja marcada «20» se deslizó suavemente fuera de la escotilla ventral. Doolittle se puso sus auriculares, se inclinó hacia adelante y trabajó en su consola.
—Metido el fallo-seguro.
Pinback enchufó en el dial para la requerida conexión, sonriendo según lo hacía. Doolittle, Boiler, Pinback: los nombres no significaban nada ahora. Qué significativo… pero él no tenía tiempo para pensar en ello.
Por eso le gustaban estas carreras climáticas. No le dejaban tiempo para pensar. Golpeó el doble mando.
—Fallo-segundo ensamblado.
—Tenemos —anunció Boiler— ocho minutos hasta el lanzamiento. Veinticuatro minutos hasta la detonación. Todos los sistemas están bien y funcionando.
Palabras y símbolos alternados en pantallas separadas en su confirmación.
—Tiempo sideral a velocidad de la luz —confirmó Pinback—. Estado de secuencia de destrucción iniciado.
Hubo un despejo de las pantallas y entonces los múltiples ceros en la base cambiaron a veinticuatro. Segundos después empezaron a pasar.
Suspiró, se arrellanó en su asiento, retorciéndose confortablemente por un momento, como siempre hacía. Seguro que Doolittle y Boiler se podrían reír, pero Powell había estado sentado a su lado cuando salieron de una hipervelocidad y su circuito de su asiento hubo saltado. Los ojos de Powell habían estado mirándole a él en la cara.
¿Por qué no entenderían allí en la Base Tierra, y enviaban un circuito de repuesto?
No hay tiempo para esto ahora. Pinback. Estás de servicio.
Dio un golpecito al fonocaptor que estaba colocado en sus auriculares y oyó el eco que significaba el estado operacional.
—Éste es el sargento Pinback llamando a bomba número veinte. Sargento Pinback llamando a bomba número veinte. ¿Me escuchas, bomba?
—Bomba número veinte a sargento Pinback. Le oigo, sargento.
—¿Qué tal te va, bomba?
—Todos los sistemas están funcionando perfectamente, sargento Pinback. Todo va bien.
Él había oído las mismas respuestas muchas veces anteriormente. ¿Por qué, se preguntó idiotamente, no podían dar a las bombas voces diferentes? Se le ocurrió la respuesta a esta pregunta tan pronto como acabó el pensamiento.
No valdría la pena dar a una máquina suicida una personalidad distintiva. No diferenciaría en nada a la bomba, que estaba escasamente consciente de sí misma como organismo individual; pero Pinback pudo imaginar que eso le podía empezar a pasar a la tripulación.
Si no tenías cuidado podías empezar a pensar de los aparatos disparadores termoestelares como personas, personas que eran enviadas a un inevitable destino, personas que no tenían ninguna probabilidad de desarrollar sus mentes, personas que…
Tranquilo, Pinback. Eso es un no-no. Mejor es que conserves los pensamientos adecuados o te quitarán la barba.
En algún lugar de la nave una computadora diferente con su voz estaba recitando información a un Talby metido en su traje espacial.
—Está usted ahora en el cierre de aire de emergencia. Por favor, recuerde que en una situación de emergencia la puerta de superficie puede ser abierta instantáneamente sin necesidad de una previa despresurización. Así que asegúrese de llevar el traje espacial en todo momento. Gracias por observar todas las precauciones de seguridad.
Talby ignoró el mensaje. Sabía las reglas de memoria y no necesitaba que se las recordara una solícita máquina. Todo lo que él quería hacer era acabar esta tarea de reparación y volver a su cúpula y sus estrellas.
Estaba ya buscando la entrada de la habitación antes de que el mensaje concluyera. El cierre de aire de emergencia no era terriblemente grande, así que no le llevó mucho tiempo localizar la escotilla abierta sobre el láser de comunicaciones donde el panel de protección había caído.
Aun cuando no había ninguna razón para que los espejos en el láser fueran activados, tomó precauciones para mirar en el interior. Un láser era algo como un tornado; podías pasar a unos milímetros del área crucial sin ser herido, pero cruzabas la línea esencial y te quemabas.
En adición al panel chamuscado, vio que el mismo láser había sido sacado ligeramente de la alineación. La montura estaba floja. Bueno, eso debería ser bastante fácil de corregir. Sería un poquitín complicado con el láser operando, pero nada difícil ni que llevase mucho tiempo en la tarea.
Se sonrió de satisfacción. Esta labor no llevaría más que unos minutos de cuidadoso trabajo con el destornillador. Aun si la montura estaba rota podría fácilmente reajustar el ángulo del rayo para compensar.
Colocando la pequeña caja de herramientas que había traído, hurgó en el interior para encontrar el destornillador con la cabeza apropiada, y luego habló por el micrófono de su casco.
—Teniente Doolittle, señor… Aquí Talby.
Doolittle le oyó, pero estaba controlando la instrumentación de lanzamiento y no tenía tiempo para las tonterías filosóficas de Talby.
—Sssh, Talby —dijo como ausente en su propio receptor—. Estamos en medio de una complicada maniobra. No me molestes ahora.
—Creo que es importante, señor —insistió el astrónomo. Estaba inspeccionando el interior del alojamiento del láser otra vez—. Creo que he localizado el fallo que la computadora anunció. Usted recuerda, señor. Estoy en el cierre de aire de emergencia ahora, y…
—Ahora no, Talby —dijo Doolittle irritado—. ¡Maldito hombre! Pasa todo su tiempo en su pequeña cúpula, sin ni siquiera compartir una comida con sus compañeros… Demonios, ni siquiera dormir con ellos, y quiere que Doolittle lo abandone todo ahora para escuchar sus problemas personales.
—Bien, estoy ahora en el cierre de aire de emergencia —replicó Talby—, así que voy a seguir adelante y…
Completamente molesto. Doolittle apagó su canal. Talby no le escucharía cuando él, Doolittle, necesitara alguien con quien hablar, así es que, por Dios, él no iba a sentarse en medio del lanzamiento —el último lanzamiento— e intercambiar bromas con él.
Tenía un planeta que destruir. Era extraño cuan normal la ultramelodramática frase había venido a sonar. Era verdad que la gente se podía acostumbrar a cualquier cosa. Repetición hacía que el hacer el papel de Dios pareciese un tópico.
—Cuatro minutos para la caída, bomba —estaba diciendo Pinback conversacionalmente. Parecía llevarse bien con los cerebros de las bombas, mejor, de hecho, que lo hacía con Boiler o Doolittle. Quizá fuese porque tenía más en común con ellas. Por ejemplo, había ocasiones en que él anhelaba ser autodestructor también.
—¿Has comprobado tu escudo de platino-iridio de energía? Eso es importante, ya sabes. No debemos olvidar el chequeo de nuestro escudo de energía.
—Jesús —murmuró Boiler, aterrado ante la actitud de Pinback hacia una cosa metálica, como era usual. Y como era usual. Pinback le ignoró. Boiler no podía hablar con las bombas.
Aun Doolittle tenía problemas a veces. Era el área donde Pinback destacaba.
—Escudo de energía en función positiva —replicó la bomba agudamente.
Pinback bostezó.
—¿Recuerdas tu hora de detonación?
—Detonación en veinte minutos.
—De acuerdo —concluyó Pinback—. Eso dice aquí. Muy bien, bomba, ármate.
Bajo el Dark Star hubo un breve resplandor de luces en el revestimiento de la bomba, después de lo cual, dijo calmadamente:
—Armada.
—Hola, teniente Doolittle —repitió Talby al micrófono de su traje espacial.
—Hola, hola, ¿me escucha? Boiler, Pinback, ¿se me oye en el puente?
Maldición, ¿ahora qué? Otro fallo, o era simplemente que Doolittle no se daba cuenta de lo que él estaba haciendo aquí. ¿No entendía que Talby había encontrado el fallo y estaba preparándose para repararlo?
Bien, probablemente no importaba mucho. Obviamente estaban muy ocupados con algo. Al menos, no sería molestado con estúpidas sugerencias. Empezó a inclinarse sobre la abertura…
—Láser de comunicaciones número diecisiete —anunció fríamente la voz de la computadora—, controlado el mecanismo de caída de bomba, ha sido ahora activado y se conectará a modo de caída. Si mira cerca del panel de superficie verá la luz encendida, indicando, por tanto, que la célula de paralaje receptivo ha sido activada.
La luz indicadora del panel de superficie ha saltado. Talby sacó la cabeza del alojamiento rápidamente, gritándose a sí mismo ni la confusión.
¿Qué demonios pensaba Doolittle que él estaba haciendo? ¿Era ésa la «complicada maniobra»? No podían hacer la carrera de lanzamiento de bomba con un láser de comunicaciones roto. No, simplemente algo inimaginable podía ir mal con el lanzamiento, y el mismo Talby podía ser deshecho.
Estuvo allí de pie indecisamente, debatiendo si seguir adelante con la reparación o si correr y decírselo a los otros. Pero si sólo quedasen dos minutos para la caída —una corta carrera—, él podía no llegar a tiempo.
Mientras él permanecía paralizado, la voz de la computadora continuó:
—El láser dará ahora energía. Por favor, manténgase fuera de la senda del rayo en caso de que el panel de protección caiga.
—¿Qué panel? El panel estaba caído, estúpida…
Dio un apresurado paso hacia atrás.
—El láser de comunicaciones número diecisiete está ahora a prueba.
Hubo un sordo pero distintivo chasquido y dos rayos paralelos de pura luz roja cruzaron el cierre de aire de emergencia justo enfrente de Talby. Taladraron dos limpios agujeros en la pared del cierre de emergencia, pero aparentemente no cortaron nada serio. Eran rayos de alta intensidad y corto foco y no llegarían lo suficientemente lejos como para hacer un agujero en la nave, pero algo de daño había sido hecho ya.
Lo peor podía pasar si no lograba arreglar el fallo antes del lanzamiento de la bomba.
Había activado ya el oscurecedor del casco de su traje espacial, para que pudiera mirar al rayo sin sufrir daño en la retina.
—Bajo ninguna circunstancia —continuó la computadora— quiten el panel y entren en la senda del doble rayo. Gracias por observar todas las normas de seguridad.
—Están actualmente en una carrera de lanzamiento —murmuró Talby—. ¿Qué iba mal con Doolittle? ¿Se había vuelto loco el teniente, como Pinback y Boiler?
—Doolittle…, teniente Doolittle, responda. Soy Talby. Llamada de emergencia…, cualquiera en el puente, respondan…
Doolittle, Pinback y Boiler —los cualquieras—, relajados en sus asientos, cada uno sumergido en sus pensamientos prelanzamientos. Todos pasaban por los obstáculos de emociones anteriores a un lanzamiento.
Boiler pensaba en la destrucción de una escala sin precedentes que estaban a punto de llevar a cabo, y sonreía. Pinback ni siquiera consideraba que estaban a punto de borrar un planeta, quitar de en medio un mundo del esquema de las cosas; su interés era para la pobre e impensante bomba.
Doolittle siempre volvía a un libro que ya había leído, un viejo libro sobre los lanzamientos de los primeros aparatos disparadores termoestelares sobre una ciudad en… Japón, ¿verdad? Volvía a los pensamientos del piloto después de ver lo que había forjado.
Por supuesto, esto era considerablemente diferente, ya que ninguna vida estaba involucrada. Y los mundos que ellos habían destruido eran inestables, una amenaza para la vida de futuros colonizadores. Pero él no podía escapar al molesto pensamiento de si en alguno de los planetas que ellos habían destruido, a pesar de cuidadosa preinvestigación, podía haber habido una raza inteligente e indetectable para los que ese mundo era su hogar.
Una raza cuyo asesinato colectivo él llevaba en su conciencia.
Ridículo, absurdo, ya que los instrumentos chequeaban cuidadosamente cada candidato para destrucción antes de que hicieran el lanzamiento. Pero el pensamiento persistía, mezclado con aquellos del ya muerto piloto del bombardero, y le perturbaba…
Pinback miró el cronómetro y habló por su micrófono en los auriculares.
—Todo parece bien, bomba. Lanzándote en unos setenta y cinco segundos. Buena suerte.
—Gracias —fue la suave réplica de la bomba número veinte.
Boiler estaba comprobando sus lecturas.
—Tengo una lectura cuántica de treinta y cinco sobre treinta y cinco.
—Aquí dice lo mismo —asintió Doolittle.
Si ellos no abortaban la caída —y no parecía haber ninguna razón para que así fuera—, él tendría que ajustar el láser. Talby cerró la caja de herramientas y habló por el fonocaptor al mismo tiempo.
—Doolittle… Doolittle. No sé si puedes oírme, pero voy a tratar de ajustar la montura bajo el láser para alinear los rayos adecuadamente. Si puedes oírme, interrumpe el lanzamiento hasta que yo acabe. No llevará mucho tiempo.
Permaneciendo tan a la izquierda de la abertura como podía, balanceó el destornillador en su mano derecha y controló el mango con la izquierda.
De esta manera balanceó cuidadosamente parte dentro, parte fuera de la alcoba, y deslizó el destornillador hacia la montura.
Dio en el tornillo adecuado al primer intento y sonrió. Estaría todo acabado en un minuto.
Haciendo girar el destornillador lentamente, oyó el click-click del mecanismo del tornillo según la montura se iba apretando, y vio cómo el alojamiento del láser empezaba a deslizarse a su base. Otro par de vueltas y habría acabado.
Según la montura se deslizaba, hizo contacto con un pequeño circuito impreso que también se había salido de su sitio ligeramente. El circuito se cortó y la corriente alimentó algo que no debería haber alimentado, y algo explotó.
El láser se movió loco sobre su montura, los rayos se desviaron y la placa oscurecida de la cara del astrónomo cogió la entera brillantez de los dos rayos.
Talby se tambaleó hacia atrás, dejando caer su destornillador y echando las manos a sus ojos, agarrando solamente el suave cristal de su casco.
—¡Dios mío, no puedo ver!
Algo estaba llamando insistentemente detrás del dolor.
—Atención, atención. El láser ha fallado. Bajo ninguna circunstancia…
—Oh, mis ojos…, no puedo ver, no puedo… entrar en la senda de los rayos. El hacer esto haría que la instrumentación inmediatamente…
Tambaleándose ciegamente por el cierre de aire de emergencia, Talby cayó dentro de las dos líneas de rojo azulado. Una violenta sacudida agitó el cierre de aire de emergencia. La voraz corriente hizo retroceder neutrones electrónicos hasta la misma computadora central.
Cortos circuitos en los cientos de controles hidráulicos destruidos. Pequeños juegos rompieron en el computador central y fueron inmediatamente absorbidos por los automáticos fallos-seguros aislando las secciones dañadas, amputando las porciones maltratadas de la malherida red.
Las luces indicadoras en la bomba número veinte se encendieron una segunda vez. Se encendieron normalmente, e inesperadamente, porque la secuencia primaria de caída había sido ya activada. No había ninguna razón para que se encendieran otra vez.
El simple resplandor de luz en el agarrador magnético no fue normal.
En el puente, de todas maneras, todo estaba tranquilo, todo estaba como debería estar.
—Empezar secuencia final de caída —dijo Pinback. Los tres hombres trabajaron suavemente en sus consolas. Luego Pinback, después de hacer un chequeo con sus compañeros, se empinó y agarró los dos mandos que harían la operación.
—Marcando… Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno… Caída —y giró ambos mandos simultáneamente para dejar caer la bomba.
Finalmente. Boiler localizó dos indicadores rojos, indicadores que él nunca había tenido ocasión de observar en operaciones anteriores. Pinback, mientras tanto, había perdido completamente su aura de mando y relajación, y la cambió por una de más normal hipernerviosismo.
Miró a su alrededor desesperadamente, asumiendo que el final de su privado universo estaba a mano. Pero ni Doolittle ni Boiler, aunque obviamente preocupados, estaban aterrados todavía. Se controló un poco y se sentó más derecho en su asiento. Ellos estaban muy ocupados para darse cuenta de su embarazo.
Esperó que alguien le dijera lo que tenía que hacer.
—Caída negativa —dijo finalmente Doolittle, confirmando todo lo que los instrumentos habían dicho. Pequeños lazos le estaban apretando más y más dentro de él.
—Prueba otra vez. Pinback. La bomba está tan tranquila en la rampa todavía.
Los tres se instalaron otra vez en sus controles, reajustando todos los mandos para repetir las previas operaciones.
Pinback contó otra vez, desde diez, a cinco, cuatro, tres, dos, uno… caída. Giró los dos mandos sólo para oír el violento graznido.
—Caída negativa —dijo Doolittle otra vez, ya sin calma en su voz.
La actividad en el puente se hizo frenética. Los circuitos fueron comprobados y recomprobados. Se pidió a los monitores que dieran una explicación, aunque insistían en que nada estaba mal. Los indicadores fueron estudiados por razones pasadas por alto: pero ellos miraban con desnudas caras de cristal y no dijeron nada. En opinión de los instrumentos, la bomba había sido lanzada y la tripulación del Dark Star había pasado el punto de locura.
—Confirmación visual —sugirió Boiler—. Quizá es el indicador de no-caída el que falla.
Doolittle subió al nivel necesario. El cronómetro, todavía pasando los segundos, desapareció de la pantalla y fue reemplazado por una vista de la parte baja del Dark Star.
Una larga caja blanca ocupaba la mayor parte de la pantalla, descansando tranquilamente bajo las puertas abiertas del compartimiento.
Una mirada fue más que suficiente para Doolittle. Conectó otra vez, el cronómetro, que ahora asumía una relevante importancia. Una importancia excesiva.
—Está allí; de acuerdo —pensó rápidamente—. No importa el agarrador magnético. Ésta es la última carrera. Vamos a volar las conexiones. —Boiler y Pinback asintieron con la cabeza: Boiler una vez, secamente, Pinback lo suficientemente fuerte como para que el pelo le temblara.
—Reactivad todos los servomotores —dijo el cabo—. Abrid los cierres cuánticos.
—Abrid circuitos de fallo-seguro —dijo Pinback.
—Cancelad los fallos-seguro de empuje —añadió Doolittle.
—¿Se abren las válvulas automáticas? —preguntó Pinback.
—Chequear abertura de válvulas…; todas las conexiones separadas… todos los cierres fallos-seguros quitados —dijo Boiler.
—Preparaos para caída manual —añadió Doolittle seriamente— y remarcar.
—Repuesta a punto —dijo Pinback tranquilamente, mientras ambos, Boiler y Doolittle, le observaban—. Marcando… Cinco, cuatro, tres, dos, uno… Caída —volvió los mandos, mirando a la pantalla encima de él, tratando de dar la carcajada.
Primero fue Boiler riéndose de él y pellizcándole en el brazo cuando nadie miraba, y Doolittle había sido conciso y abrupto con él durante todo el viaje, y Talby, allí arriba en la cúpula, cuando no estaba mirando a su idiota universo, estaba probablemente riéndose de él también, y ahora, ahora la misma nave se estaba riendo de él, del pobre, estúpido Bill Frug Pinback Frug Bill…
—¡Caída! —gritó él a la resplandeciente luz roja de aviso—. ¡Caída, caída, caída!
—Tranquilo, Pinback —dijo Doolittle suavemente—. Tómatelo con calma, hombre.
Pinback le miró salvajemente, palpitando con fuerza. Luego miró de vuelta a los dos mandos que él había casi sacado del tablero.
—Estará bien, creo —dijo Doolittle en respuesta a la mirada de Boiler—. ¿Qué pasa con la bomba?
—Está sentada allí —dijo el cabo, volviendo su atención a las lecturas de instrumentos—. La maldita cosa está allí sentada. ¿Qué demonios es lo que va mal?
Y mientras ellos se preguntaban y se encolerizaban, sobre cada hombre apareció una serie de números insertados en la base de las pantallas; se leía así:
HORA BASE SIDERAL 0014:40.6 SECUENCIA DE DESTRUCCIÓN EN PROGRESO.
El número cambió cuando él lo miró; cambió mientras el graznido sonaba por todo el puente. Resonó en el compartimiento de bombas y en la dañada sala de computadoras, y en el cierre de aire de emergencia, donde un inconsciente Talby yacía caído bajo gemelas líneas de rojo, las manos crispadas sobre la placa de cristal de su casco en un vano intento de llegar a sus ojos.
—Boiler —dijo Doolittle finalmente, señalando en dirección al resplandeciente altavoz— mata esa cosa.
Boiler se empinó y activó un mando sobre el pequeño panel marcado «audio». El graznido se apagó. La luz roja de aviso paró con ello, pero el cronómetro insertado en la pantalla no lo hizo, ni lo hizo el oficial insertado en la consola principal. Todos continuaban, pasando los segundos, dividiendo el apretado período de tiempo en pequeños, manejables pedazos y piezas.
—Oh, vamos, Doolittle —le reprendió una voz en el interior—. No te quedes sentado sobre tu trasero. Haz algo, hombre, o la bomba lo hará por ti. La bomba está pegada al compartimiento y se halla preparada para estallar en unos catorce minutos, y si lo hace, la sacudida en que te verás no será como esa ola que se rompe debajo de ti.
Buscó a tientas en sus auriculares y habló vacilantemente:
—El teniente Doolittle llamando a bomba número veinte. Responda, bomba número veinte.
—Estoy aquí, teniente.
—Suena con bastante sentido —observó Boiler.
—Computadora, soy Doolittle. Habla a la bomba y ordénale que se vuelva al compartimiento, por favor.
Silencio.
—Computadora, responde. Es el teniente Doolittle quien habla.
Nada.
—Háblale tú —observó Boiler.
Doolittle asintió. Se aclaró la garganta.
—Ha habido un fallo otra vez, bomba. Tienes que desarmarte y volver al compartimiento inmediatamente. ¿Entiendes?
—Sí —la voz de la bomba era calmada, compuesta—. Estoy programada para detonar en catorce minutos treinta segundos. La detonación ocurrirá a la hora programada.
Frenéticos pensamientos corrieron por la mente de Doolittle. Estaban libres de soluciones, y además, de la bomba. Ahora tenía otro problema por el cual preocuparse.
¿Qué demonios pasaba con la computadora principal?
—Bomba —finalmente se las apañó para decir unas palabras por el fonocaptor—, soy Doolittle. No tienes que detonar. Repito, no debes detonar en el compartimiento de bombas. Desármate. Esto es una orden. ¿Me entiendes, bomba?
—Le oigo, teniente Doolittle —replicó la bomba tranquilamente—. La localización de la detonación no es de mi incumbencia. Eso está siempre predeterminado…, y detonaré en catorce minutos. La detonación ocurrirá a la hora programada.
—Ya has dicho eso —dijo Doolittle tensamente. La bomba no se aventuró a replicar.
—Catorce minutos para la detonación —informó Pinback con un toque de desesperación—. ¿Qué demonios está pasando, teniente? ¿Qué pasa?
—No sé —extendió las manos desesperadamente—. No puedo entender qué es…
—Atención, atención —dijo una voz femenina familiar, una voz que Doolittle no había esperado oír otra vez. Se paró a la mitad de la frase.
—Yo he sufrido daños serios —les dijo la computadora—. Todos los fuegos en la región de la sala principal de computadoras están ahora bajo control.
—¿Fuegos? —exclamó Pinback, retorciéndose en su asiento—. ¿Qué fuegos?
—Cállate —musitó Boiler avisándole. Pinback se calló.
—Por favor, presten mucha atención. La bomba número veinte no ha tenido ningún fallo. Repito. La bomba número veinte no ha tenido ningún fallo. El no obedecer la orden proviene de un fallo del láser de comunicaciones número diecisiete, que pasa todas las órdenes de lanzamiento vía mecanismo de soldadura en el conducto de agarradera. Todo contacto con la agarradera, y por tanto con la bomba misma, está ahora cortado. Yo he subsecuentemente activado los amortiguadores automáticos a bordo de la nave. Sin ningún material planetario con el cual reaccionar, ésta amortiguará la reacción del aparato disparador termoestelar a un área de aniquilamiento de aproximadamente un kilómetro de diámetro. Eso es todo lo que puedo hacer esta vez. Estoy tratando de rodear los circuitos dañados para restablecer contacto con el conducto de agarre y la bomba. Debo informarles que el pronóstico de éxito no es favorable. Repito, no es favorable. El daño podría ser eventualmente reparado, con asistencia manual humana, en veinticuatro horas.
»Todas las estimaciones indican que aun con asistencia humana, operando bajo eficiencia estimulada por drogas, estas reparaciones no pueden ser duplicadas en catorce minutos. Todo depende de vosotros, muchachos.
Hubo un momento de silencio mientras los tres tripulantes digirieron esta información. La voz de Boiler parecía calmada.
—¿Oíste eso, Pinback?
—Sí. Doolittle —añadió Pinback anhelantemente—. ¿Qué vamos a hacer? Quiero decir, es fenómeno que los amortiguadores automáticos confinaran la explosión a un área de sólo un kilómetro de distancia, pero si nosotros y la nave estamos incluidos en ese kilómetro, no va a ser muy grande la diferencia.
—No se quede sentado y mirándonos, teniente —dijo Boiler ansiosamente—. Denos algunas órdenes. ¿Qué hacemos?
¿Por qué él? ¿Por qué tuvo que ser él el único oficial que quedó a bordo cuando Powell murió? ¿Por qué no pudo ser él un hombre de menos clase, como Boiler, o un indiferente solitario como Talby, o aun Pinback, que se hacía el impostor? Pobre, bienintencionado Pinback. Pobre, ulceroso Boiler. Pobre, distante Talby.
Pobre Doolittle.
—No sé —dijo finalmente, honradamente—. No sé qué es lo que vamos a hacer.
Y Pinback dijo, casi proféticamente:
—El comandante Powell habría sabido lo que debía hacer.
—Pinback —dijo Doolittle tranquilamente—, si dices eso una vez más, si aun lo dices como un susurro y lo llego a oír, te mataré.
Pinback se reclinó sobre su asiento y cruzó las manos indiferentemente.
—No importará mucho. De cualquier forma todos vamos a estar muertos en —miró hacia arriba— trece minutos y veinticinco segundos y medio —gimoteó—. El comandante Powell habría ya…
—¡Eso es! —gritó Doolittle.
Pinback dio un pequeño salto y se cubrió en su asiento, pero Doolittle no se dirigía a él. En su lugar, él pareció casi liberado.
—Eso es lo único que queda por hacer. Tendré que preguntar al comandante Powell. Tendré que preguntarle lo que debo hacer. —Doolittle se estaba desatando de la silla.
—No quiero ser un cenizo, teniente —intervino Boiler—, pero el comandante Powell está muerto. Ha estado muerto por mucho tiempo. Le pusimos…
—Su cuerpo está muerto, sí —admitió Doolittle—, pero le conservamos en hielo y con alambres. Le pusimos así justo después del accidente. Ya sabes que he estado con él un par de veces.
Boiler sacudía la cabeza despreciativamente.
—Caprichosa… posibilidad. Ha habido multitud de veces que he tratado de hablar con él y sólo conseguí estática… ruidos de fondo de una mente medio muerta.
—Te digo que no está muerto del todo —insistió Doolittle—. Sólo su cuerpo está muerto. Si podemos llevarlo a la Tierra antes de que las células se degeneren mucho…
—Si ni siquiera nosotros podemos llegar a la Tierra —comentó Pinback.
—De todas maneras lo voy a intentar… —les dijo. Dejó el puente y se apresuró por los pasillos del Dark Star.
Powell… Powell sabría lo que se debía hacer. Powell había sabido siempre qué hacer. Powell no era mucho más viejo que el resto. No físicamente. Pero él siempre había parecido saber exactamente lo que hacer, siempre había sabido tomar la decisión justa.
Le parecía a Doolittle que él confiaba más en Powell cuando estaba muerto que cuando el comandante había estado vivo.
Si ese maldito cortocircuito no les hubiera ocurrido. Pero podía haber todavía una oportunidad. Él había hablado con el comandante después del accidente —con lo que quedaba de él—. Podía haber todavía una oportunidad. Con el computador central inútil, tendría que haber una posibilidad.
Abrió una escotilla secundaria y descendió por una escalera a una sección poco visitada de la nave. Recordó las dificultades en que se vieron para poner las conexiones al cerebro de Powell. Recordó la presión en ese primer intento de contacto.
Que vagamente, de forma casi imperceptible, Powell había respondido a sus primeras dudosas pruebas. Le había dado a Doolittle algo más que hacer después de haber acabado el órgano. Powell había llegado a ser algo así como un entretenimiento.
Pero ¿no había estado aquí abajo hacía mucho tiempo, mucho tiempo? ¿Cuándo se habrían desintegrado los conductores? ¿Cuándo el superfrío habría afectado las conexiones?
Evitando cuidadosamente la gruesa cubierta de la escotilla en el centro de la pequeña cámara, cuya parte de arriba daba continuas corrientes de aire helado, cogió los guantes especiales de aislamiento de su lugar en la pared.
Luego ando rodeando por detrás de la escotilla y la levantó cuidadosamente, lentamente. La cubierta del compartimiento frigorífico criogénico se levantó fácilmente. Podía sentir el frío aun a través del espeso aislamiento de la escotilla, aun a través de los especiales guantes de aislamiento.
Fácilmente, Doolittle dejó caer la tapa de la escotilla y cogió la caja de conexión de su nicho en la pared. La enchufó al lado de la tapa de la escotilla y sacó el micro de contacto. Ajustando diales en la caja cuidadosamente, observó una aguja moverse adelante y atrás en el indicador.
Ocasionalmente, un sonido como el océano, oído dentro de una concha, salía para ser escuchado; luego moría, se retiraba, desaparecía. Finalmente llegó a un punto donde pudo oírlo claramente, donde la aguja se ajustaba a la ranura adecuada. Activó otro mando y la aguja se quedó quieta en la posición adecuada. Si no podía llegar a Powell ahora, no lo haría nunca.
Una cosa era cierta. No tendría otra posibilidad. Bajo él, encerrado en gas helado y hielo de increíble baja temperatura, estaba el comandante Powell. El cuerpo del quizá muerto comandante estaba desnudo, su cabeza encarada contra la escotilla, sus pies en el punto más lejano.
La parte superior de su cráneo era un nido entrelazado de un mirlo de largos cabellos, y alambres, y receptores, y masa electrónica. Ambos, Boiler y Pinback, se habían reído de él por no haber esquilado a Powell. Habría sido mucho más fácil para conectar la miríada de cables. Pero Doolittle insistió en que había que dejar al comandante con una apariencia lo más natural posible. En la actualidad él se sorprendió tanto como los otros cuando el primer contacto con éxito fue hecho. Pero Powell tenía realmente muy poco que decir, y conversar le cansaba, pues apuraba lo poco que le quedaba de vida.
Así es que Doolittle bajaba a la cámara criogénica cada vez menos. Y muchas veces, tras paciente inquisitorio, no salió más que un confuso murmullo del helado cerebro del comandante. Pero ahora, ahora tenía que contactar con él. Sopló dentro de sus guantes y habló esperanzadamente por el micrófono.
—Comandante Powell, comandante Powell, soy Doolittle. ¿Me puede oír, señor?
Sonó un barboteo, haciéndose ligeramente más alto, pero todavía ininteligible. No era capaz de pasar. Deseando tener controles más delicados, trabajó en el dial de la caja.
—Comandante Powell, soy Doolittle. Algo serio pasa, señor. Siento molestarlo, pero tengo que hacerle una pregunta. Es vital, señor. Me doy cuenta lo cansado que está usted, pero no sé qué otra cosa hacer.
Un ligero giro en el dial…; ahora empezaron a formarse palabras, y el barboteo empezó a tomar una forma reconocible. Las palabras eran incomparablemente distantes, débiles… y frías. Heladas con un frío nacido de la vasta distancia y no del material refrigerante en el que el comandante estaba encerrado.
Hubo debilidad en las palabras que Doolittle trató de ignorar, y otra vez se encontró a sí mismo especulando sobre lo que la helada mente de Powell pensara allí en el frío y en la oscuridad. Tiritó un poco. Quizá sus desesperados intentos de preservar la vida del comandante no habían sido una buena cosa.
Pero podía salvarlos ahora, a todos.
Esta vez. Powell parecía feliz por la compañía.
—Doolittle… estoy tan contento de que hayas venido a hablar conmigo. Doolittle. Parece que hace tanto tiempo que nadie ha bajado a hablar conmigo…
—Sí, señor comandante —respondió apresuradamente. No era hora de grandes pausas y tenía que retener la atención de Powell, pues podía desvanecerse en cualquier momento—. Señor, tenemos un gran problema, y todo lo que he intentado ha fallado. La computadora está dañada y parece que no puede hacer nada tampoco. Es la última bomba, señor, bomba número veinte. Está aprisionada. No se suelta de la rampa de lanzamiento y se niega a obedecer la contraorden. Dice que va a detonar en… —miró su cronómetro de muñeca— en menos de once minutos… ¿Me entiende, señor? —su voz se hizo más nerviosa. ¿Había perdido ya al comandante?
La voz de Powell resonó en el altavoz de la caja, tranquilizadoramente fuerte:
—Sí. Doolittle… te oigo. Doolittle, tienes que decirme una cosa.
—¿Qué es ello, señor? Cualquier cosa…
—Dime, Doolittle —llegó el distante y helado murmullo—. ¿Cómo están los Dodgers?
Por un momento. Doolittle se quedó helado, tratando de reajustar su mente:
—¿Los… Dodgers?
—Sí. Doolittle, los Dodgers. ¿Tienen alguna oportunidad para el campeonato este año?
Cuidado ahora. Su mente está errando. Mantenlo feliz, pero mantenlo.
—Se acabaron, señor, creo yo. Se desbandaron hace unos quince años. Los descendientes de los originales propietarios ganaron finalmente el caso e hicieron derruir el estadio. Creo que tienen viñedos plantados ahora.
—Oh —se quejó la fantasmal voz—. Lástima, lástima. Ya ves. Doolittle, todo es transitorio, pero el estar muerto tiene sus ventajas.
—Sí, señor; pero no parece usted entender —tenía el pequeño micrófono casi estrangulado—. Es la bomba. No podemos hacer caer la bomba número veinte. Está pegada al compartimiento de bombas, al parecer no podemos hacer abortar la última secuencia, e insiste en detonar.
—Sí, Doolittle. Pero debes recordar una cosa.
—¿Qué, señor?
—No es una bomba. Es un aparato disparador termoestelar. Hay una diferencia, ¿sabes?
«Si no empieza a hablar sobre la bomba —pensó severamente Doolittle—, lo voy a matar».
—Lo llame como lo llame, señor, aun así estallará. Nos matará a todos.
—Eso no es realmente de mi incumbencia, Doolittle.
Un vasto suspiro rodó por el micrófono.
—Pero puedo entender que puede molestaros —otro suspiro—. Tantos fallos. Algunas veces me pregunto si…
La voz paró, luego continuó aún con más fuerza:
—¿Por qué nunca tienes nada agradable que decirme cuando vienes a hablarme?
—Lo siento, señor —dijo Doolittle en un tono cuidadosamente controlado—. Es difícil pensar en cosas agradables para decir… Pero ya sabe, señor, tantos fallos, y yo con la responsabilidad de llevar la nave… Boiler es una bomba andante, y Pinback está cayendo en infantilismo en adición a su especial problema, y Talby se aleja cada día más de nosotros. Ha sido muy duro para mí, señor —comprobó el cronómetro—; pero vamos tirando, señor. Pero la bomba…
—Oh, sí. Ah, bien… ¿Habéis tratado el mecanismo estémico?
—Sí, señor —respondió generosamente. Al fin, Powell parecía entender el problema.
—¿Qué pasó?
—Efecto negativo, señor.
—¿No funcionó? —musitó Powell.
—Eso es lo que quise decir con efecto negativo, señor.
—No te hagas el listo, Doolittle —se oyó un viento lejano—. ¿Habéis probado los cierres explosivos?
—Sin suerte, señor —dijo Doolittle a la caja.
—Bien. Entonces, ¿qué me dices del mecanismo estémico?
Doolittle quería gritar:
—Ya me ha preguntado eso, señor, y le dije que no funcionó tampoco.
Sonidos de agua corriente de una distante y solitaria ría.
—Lo siento, Doolittle. He olvidado tantas cosas desde que estoy aquí. Tantas… que parece que no soy capaz de recordar cosas en ningún orden. Aunque puedo recordar algunas cosas complicadas, Doolittle, pero olvido las simples, y recuerdo las simples y olvido las complicadas, y olvido las simples…
—¡Señor! ¿Qué deberíamos hacer, señor? ¡El tiempo pasa, La bomba va a explotar dentro de unos minutos!
—Bien, lo que puedes intentar si todo lo demás ha fallado es un rugido de estática tomó posesión del micrófono y Doolittle trabajó frenéticamente para restablecer los controles.
—¿Comandante? —agitó la caja con desesperación—. ¡Por favor, dejadle acabar —pidió a inconocibles deidades—, por favor! Hola…, entre, ¡comandante Powell! —Hola. Doolittle.
—Lo siento, señor —volvió a suspirar Doolittle—. Se desvaneció usted durante un par de minutos.
—Lo siento, Doolittle. Es difícil mantenerse en contacto. Es agotador. Te hace tener sueño. Tanto… sueño…
—¡La bomba, señor! ¿Qué iba a decir sobre la bomba, sobre lo que podíamos intentar?
—Oh, sí, ya recuerdo. Doolittle. ¿Pensabas que mi mente se iba? Me parece a mí…; siento haber tenido una laguna. Me parece no poder recordar…
Doolittle iba a gritar.
—Espera, espera. Lo tendré en un minuto. Me olvido de tantas cosas… Espera un segundo…, déjame pensar. Oh, sí, ahora recuerdo…
—¡Dígame, dígame! Sí, señor; ¿qué es?
—Puedes tratar de llegar a la estación KAAY en Los Ángeles con un rayo superpotente, usando toda la amplificación en el transmisor de comunicaciones. Ellos deberían saber qué tal les va a los Dodgers.
Cubrió el fonocaptor con una mano y se permitió dar un grito.
Tendría que empezar de nuevo.
—Pero tú no puedes explotar en el compartimiento de la bomba —explicó Pinback por centésima vez. Dirigió una rápida mirada al cronómetro insertado en la pantalla superior. Ahora mostraba 0009:08.1. Parecía que los números estaban cambiando ahora más deprisa, pero por supuesto, era sólo su imaginación la que trabajaba a mucha más velocidad.
—¿Por qué no? —preguntó inocentemente la bomba.
—¿Qué quieres decir con que por qué no? —estaba casi harto de esta bomba. Decididamente, no cooperaba. Estaba jugando con él. Probablemente riéndose de él también.
Si al menos no tuviera la última carcajada.
—Porque… porque nos matarías a todos. Y eso es estúpido. No hay ninguna razón para ello. Es diferente para ti, bomba. Tú esperas con placer una vida corta y luego sales con verdadero estilo. Nosotros esperamos una larga vida y acabamos con un gemido. ¡Maldita sea, bomba, atiende a razones!
—Yo siempre atiendo a razones —replicó la bomba fácilmente—. Y ahora mismo la razón me dice que estoy programada para detonar en aproximadamente nueve minutos, y esa detonación ocurrirá a su hora programada.
¡Oh! ¿Para qué servía? No importaba el modo en que él discutiera, no importaba qué curso de acción sugiriese o qué lógico tratara de ser, la bomba siempre respondía inexorablemente: «Estoy programada para detonar en…, detonación ocurrirá a la hora programada».
¿Cómo se podía discutir con una máquina cabezota con mente de vía? Habría algún modo, seguramente debía haber sido equipada con mecanismos mentales además de los fallos-seguros. ¡Seguramente sus constructores pasaron por alto esta posibilidad!
—Mira —dijo él confiadamente por el micrófono—, ¿no aceptarías un curso cambio en la acción? Yo no digo que no tengas que detonar…, por supuesto que tienes que detonar. Quiero que detones. Boiler quiere que detones…, ¿verdad, Boiler? —Boiler asintió con la cabeza vigorosamente—. Aun Talby quiere que detones. Pero no tiene que ser ahora mismo, ¿verdad? Piensa en las ventajas de esperar…, o simplemente en sentarte un rato mientras nosotros podemos desarmarte. Todo ese tiempo que tú puedes pasar contemplando tu eventual y magnífico fallecimiento. Ya sabes, dicen que el planear un viaje es la mitad de la diversión. Sólo por un par de horas, bomba, hasta que podamos arreglarte y ponerte en posición apropiada, desligada de la nave. Luego te arreglaremos otra vez tan bien como si fueras nueva. ¿Qué me dices a eso, bomba? ¡Uf! Venga, ¿qué me dices?
—No —sonó la bomba petulantemente.
—Jesús, suena como tú —se rió burlonamente Boiler.
Pinback aventuró una mirada, prometiendo al cabo repentina muerte —que bajo esas circunstancias no era improbable— y luego volvió su atención al micro.
—Mira, bomba, sé razonable. Tú realmente no quieres morir, ¿verdad? Quiero decir que ya sé para lo que estás programada, pero la supervivencia es el instinto más fuerte de todos, y, muy en el fondo, tú has pensado en ello, ¿verdad? Podemos hacer que nunca mueras. Así podríamos tener charlas como ésta todo el tiempo.
—La muerte no tiene ningún significado para mí, excepto como un final en sí misma —entonó la bomba intencionadamente—. La muerte es mi razón para la existencia. Yo he nacido para la destrucción. Yo soy Vishnú. Destructor de Mundos… No es que yo deje que esto influencie mi agradable disposición de mente.
—Oh, Cristo —masculló Boiler—, una bomba hindú.
—Escucha, bomba —rogó Pinback—. Bomba bonita, bomba lógica, maravillosamente razonable aparato disparador termoestelar…
—La adulación no le llevará a ningún lado —insistió la bomba.
—Si no lo haces porque es lo más correcto que debes hacer, si no lo haces porque es lo más razonable que debes hacer, si no lo haces para salvar la nave y la misión —preguntó él intensamente—. ¿Lo harías como un favor a mí? ¿Un favor personal…, de mente a mente?
—Pues-s-s… —durante un segundo, la bomba pareció dudar—, podría… si supiera quién es usted.
—¿Quién soy yo? ¿Quién soy yo?
Un Niágara de emociones inundó el cerebro de Pinback, una cascada de cuestiones conflictivas que él había llegado a cansarse de suprimir, de mantener bajo control, especialmente cuando estaba con los otros.
Y ahora esta… cosa, esta máquina, este insolente siervo mecánico del hombre, se atrevía a proferir el último insulto.
—Yo soy el sargento Pinback, ése soy yo, y te paso en rango, bomba. Haz lo que se te ha ordenado, vuelve al compartimiento de bombas y desármate o…, o haré que se te someta a una corte marcial cuando lleguemos de regreso a la Tierra.
—Bien, si te vas a enfadar, olvida todo el asunto —dijo la bomba completamente enojada.
—Oh, Jesús —dijo Boiler, mirando hacia arriba. Pinback se sentó en su asiento, tiritando, temblando, meciendo el micrófono en sus temblorosos dedos. Por detrás de él, Boiler seguía cuchicheando, bajito y peligrosamente ahora.
—Será mejor que la bomba detone, Pinback, porque si no te mataré, lo haré.
—Bien; entonces, háblale tú, bocazas —gritó Pinback, girando sobre el gran hombre—. Veamos si tú puedes hacerle entender.
Boiler dio un rápido meneo de cabeza.
—No se puede razonar con una estúpida máquina. No se puede hablar con sentido más de lo que puedas hacerlo con Talby.
—Eso es una idea —dijo Pinback—. ¿Qué tal si Talby le hablase?
Boiler sacudió la cabeza otra vez.
—Mal asunto. Le hablaría de las estrellas hasta que la bomba estallase. Probablemente consideraría la aniquilación una interesante sensación que experimentar, digna de cuidadoso estudio… aun cuando pudiese hacerlo solo una vez… No, mejor es que esperemos a que Doolittle saque algo de lo que queda de Powell.
—Comandante… señor —decía Doolittle cansadamente en aquel preciso momento—. ¿Está usted todavía ahí?
—Oh, sí. Doolittle —la voz de Powell volvió—. Yo…, yo estaba pensando.
—Se nos está acabando el tiempo, señor —miró su reloj otra vez—. Se lo digo de verdad, señor. No quiero interrumpirle en su contemplación, pero…
—Oh, sí —murmuró Powell pensativamente—. Bien, si no puedes hacerla caer normalmente, y el mecanismo estémico no funciona, y los cierres explosivos han fallado, y todavía insiste en detonar, entonces lo que tienes que hacer es hablar con ella.
—¿Señor? —dijo Doolittle confuso.
—Tendrás que hablar con la bomba.
—Traté de hablarle, señor. He estado hablando con ella. Pinback le está hablando ahora mismo.
—No, no, Doolittle. Pinback no —dijo Powell—. Tú tienes que hablar con ella. Enséñale… fenomenología, Doolittle.
—¿Perdón, señor?
—Fenomenología.
—Pero ¿para qué servirá, señor? No estoy ni siquiera seguro de lo que usted quiere decir con… ¿Señor? ¿Señor?
Dio vuelta a los mandos, aumentó la potencia, giró 180 grados el dial, pero Powell —durante un momento, al menos— se hundió de vuelta en los inimaginables dominios donde vivía, y Doolittle era incapaz de hacerle volver.
Girando todos los controles de la caja a cero, cuidadosamente lo desenganchó del enchufe que iba al laberinto de electrodos y receptores de Powell y lo colocó ordenadamente en su compartimiento en la pared.
Luego cerró la escotilla del compartimiento criogénico, puso los guantes de vuelta en su sitio, se sopló las manos y se sentó a pensar.
Después de un rato, una semihistérica voz sonó por los altavoces cuando él se dirigía al cierre de aire principal: era la voz de Pinback:
—Doolittle… ¿Qué estás haciendo ahí, Doolittle? ¡Seis minutos para la detonación! ¡Doolittle!
Doolittle le oyó, pero no le prestó atención. Nunca le había gustado oír a Pinback y estaba demasiado atareado para hacerlo ahora. Estaba construyendo un plan mental de acción y necesitaba todo su poder cerebral para ello.
Sonrió. Había tenido toda la razón. Simplemente ponerse en contacto con Powell, y el comandante encontraría una solución. Aun muerto, él era el hombre más valioso de la nave.
Podía aun no funcionar —no había garantías en este método—, pero era el único que quedaba. Powell había reconocido eso, e hizo que Doolittle lo viera así. Seis minutos. Tenía que darse prisa.
El cierre de aire principal estaba localizado cerca de la parte superior de la nave, justo detrás de la estación del astrónomo. Talby podría verle. Un molesto pensamiento creció en su plan de batalla… ¿No había tratado de llamarle Talby sobre algo justo antes de que la caída frustrada hubiera empezado?
No podía ser importante o Talby se lo habría dicho personalmente. No tenía tiempo para especular ahora.
El cierre tenía cinco trajes espaciales en un armario —duplicados de aquéllos en el cierre de emergencia—. Había duplicados de todas las cosas vitales sobre el Dark Star, excepto departamentos de viviendas y papel higiénico.
No es que fuera de importancia, una vez que arreglasen esta loca bomba. Luego, se irían a casa, y sus informes harían estallar los oídos de algunos de los diseñadores de la nave.
Naturalmente, todos tendrían treinta años más, ahora…
El traje no iba mal, ningún fallo en éste, al menos. E hizo su entrada en la cámara de despresurización en la parte superior del cierre. Un rápido toque sobre los mandos y sus receptores aurales recogieron un suave y silbante sonido.
La ligera despresurización se completó, una luz de aviso pestañeó y la puerta del techo de la cámara se abrió. Tocó un botón amarillo sobre el cinturón de su traje espacial. Células especiales en la mochila cancelaron toda gravedad artificial en la cámara.
Sin peso ahora, activó los reactores del traje y flotó fácilmente saliendo por la escotilla. Según salía de la nave miró hacia la cúpula, pero todo lo que vio fue la parte trasera del asiento. Talby podía haber estado allí, pero no lo podía decir.
—¡Doolittle, Doolittle! —gritaba Pinback por el micro.
¿Ahora qué? ¿Se había pasado Doolittle del punto crítico por la tensión de los acontecimientos? ¿Se habría reunido con el comandante Powell en el frigorífico, libre de problemas y helado aislamiento?
Si así fuera, eso significaría que él, el de más rango en la nave, tendría que tomar el mando. Y eso era tan medroso pensamiento como la bomba estallando dentro del compartimiento de bombas.
—Doolittle —gruñó por el micro otra vez—, ¿qué demonios estás haciendo?
Boiler le interrumpió, mirando una luz indicadora que se encendió de repente en su consola.
—El cierre dorsal ha sido activado —dijo severamente—. Debe ser el teniente. Está fuera.
—Pero ¿para qué? —se preguntó Pinback, mirando perplejo al cabo—. ¿Y por qué no responde?
—Quizá pudo llegar a Powell, quizá. Y Powell le dijo lo que hacer con la bomba. O eso o que se está saliendo del área de detonación.
Pinback pestañeó.
—Eso es una locura. ¿Dónde podría ir? No, tienes razón, ¡va a desarmar la bomba! ¡Va a salvar la nave!
—Sí —murmuró Boiler dubitativamente.
Como el resto del traje espacial, el paquete de reactores funcionaba perfectamente. Quizá fuera una señal de que las cosas estaban finalmente saliendo bien. Un par de chorros le trajeron bajo la nave. Luego se aproximó a la bomba.
Se paró a un par de metros de la parte posterior de ésta, donde estaban los pequeños dispositivos de empuje. Había comprobado los circuitos de antemano y su aparato de emisión del traje debería estar funcionando por un canal abierto, lo que significaba que la bomba lo recogería. No había garantía ni de que siquiera le escuchase, pero si hablaba con Pinback… Le extrañó cuan inofensiva parecía. Una larga y blanca caja rectangular, que se parecía más a una canasta para transporte que a cualquier otra cosa. Le pareció que él podía pincharla con una barra de hierro y no encontrar nada en el interior. Ciertamente nada capaz de establecer una reacción en cadena en el corazón de un planeta. Ciertamente nada que los potentes amortiguadores no pudieran reducir a un kilómetro de área de acción.
—Hola, bomba —se aventuró a decir por el micro—. ¿Estás conmigo?
—Por supuesto —replicó la bomba brillantemente, como si ambos hubieran estado conversando durante horas. Interiormente, Doolittle se sintió un poco más liberado. Al menos, estaba llegando a la bomba.
—¡Uh!… ¿Estás dispuesto a discutir unos cuantos conceptos filosóficos especulativos, bomba?
—¿Bajo qué concepto?
—Oh, nada terriblemente profundo…, las razones para ser o no ser, el significado de existencia, el porqué de todo.
—Siempre estoy dispuesta a recibir sugerencias —dijo la bomba—, siempre y cuando no sean particularmente difusas. Especialmente ahora.
Gracias a Dios que todavía era capaz de razonar. Doolittle había tenido miedo de que la bomba se hubiera vuelto paranoica por Pinback y no escuchara a nadie. Pero su cerebro aparentemente estaba mucho mejor de lo que él había pensado.
Deseó que hubiera hecho un estudio más profundo del cerebro de la bomba y sus circuitos, pero era un poquitín tarde para eso ahora. Tendría que confiar en los supuestos inherentes a la suposición de Powell de que la bomba podría pensar lo suficientemente claro para ser afectada.
—Bien. Entonces, piensa en esto. ¿Cómo sabes que tú existes?
Arriba, en el puente, Boiler y Pinback cambiaron miradas. Podían oír la conversación claramente, ya que Doolittle estaba hablando por un canal abierto, y las respuestas de la bomba eran llevadas automáticamente a este canal. El tiempo que quedaba para la secuencia de destrucción, como mostraba el cronómetro, era 0004:33.4.
—¿Qué es lo que está haciendo ahora? —preguntó Boiler.
—Creo que le está hablando —replicó Pinback.
—Bien, eso es lo que tú estabas haciendo, ¿verdad? ¿Qué le hace pensar que él lo hará mejor?
—Yo le estaba hablando, sí, pero no así —dijo Pinback al cabo.
Doolittle estaba hablando de nuevo y él no quería perderse nada de la conversación.
Habría sido una conversación fascinante en condiciones normales, si sus vidas no dependieran del resultado.
—Bien, por supuesto que existo —replicó la bomba, después de pensar un momento.
—¡Ah!, pero ¿cómo sabes que existes? —insistió Doolittle. Pero si él estaba molestando a la bomba, no lo parecía en la respuesta.
—Es intuitivamente obvio.
—Intuición es un concepto mental abstracto y ninguna prueba real —contraatacó Doolittle—. ¿Qué concreta evidencia tienes de que existes? Algo incontrovertible. Algo no fundado en la especulación.
—Hmmm —dudó la bomba—. Veamos… Bien, pienso, luego existo.
—Eso está bien —admitió Doolittle; una pequeña risa histérica se estaba construyendo dentro de él. No ahora, gritó para sí; ahora no…, cálmate. Componte, sé tan razonable como esta loca máquina.
—Eso está muy bien. Pero ¿cómo sabes que los demás existen?
—Mi aparato sensorial me lo revela —respondió la bomba confiadamente.
—Ah, sí, de acuerdo —concedió Doolittle, balanceando un brazo para circundar la galaxia y casi arrojándose a sí mismo en un giro incontrolable. Un rápido chorro de los reactores de su traje lo alinearon con la bomba otra vez.
—Esto es divertido —dijo la bomba con obvio placer. Aparentemente estaba disfrutando enormemente.
—Ahora escucha. Escucha cuidadosamente —dijo Doolittle, su voz cayendo como si estuviera a punto de impartir algún informe de vasta significación—: Aquí está la gran pregunta: ¿Cómo sabes que la evidencia que tu aparato sensorial te revela es correcta?
Boiler echó otra mirada al panel del estado de la secuencia de destrucción. Leía 0003:01.1. Trescientos uno punto uno. Trescientos metros. Cualquier cosa entre 250 y 350 metros, él podría dar a cualquier cosa dentro de este alcance, simplemente darle una decente…
Hubo una explosión en su cráneo y casi se cayó de su asiento.
—¡El fusil! —gritó violentamente.
—¿Qué fusil… Qué? —Pinback miraba a su alrededor frenéticamente sin saber lo que estaba buscando.
Boiler puso a Pinback erecto, sacudiéndole por los hombros según miraba a los paralizados ojos del sargento.
—Los pernos de apoyo de la bomba, los cierres que le sujetaban a la agarradera fallan al encenderse. Los puedo disparar. Al dispararlos, la bomba se quedará ahí, pero nosotros podemos mover la nave.
—Boiler —dijo Pinback mirándole—, estás loco. El láser no es uno de tus favoritos rifles para tiro al blanco… No es certero. —Boiler le empujó y empezó a correr por el pasillo.
—Podemos parar la bomba. Quítate de mi camino.
Pinback se movió apresuradamente para bloquearle el camino al cabo.
—No, no lo intentes, Boiler. No seas idiota. Tú…
Boiler empezó a golpear a Pinback.
—¿No te das cuenta? Puedo disparar a las pinzas de apoyo y podemos salvar la nave.
—Boiler…; no puedes. Boiler. No lo hagas —el cabo comenzó a subir la escalera hacia el almacén donde estaba el láser, donde Pinback colgaba de sus piernas.
—Quítate de mi camino o te daré una patada en los dientes —le dijo Boiler, dando un golpe en la cara de Pinback con sus botas. Pinback le hizo unos sonidos de pavo y Boiler le gritó:
—¡Quítate de mi camino… déjame! ¡Tengo que salvar la maldita nave! ¡Tengo que salvarte a ti, por la salud de Cristo!
Pinback cayó; rápidamente se puso sobre sus pies y siguió a Boiler por la escalera. En el pasillo superior dio un salto y le agarró por las piernas. Los dos hombres rodaron, Boiler luchando por tener los brazos sueltos, Pinback colgando y gritándole avisos.
—¡No lo hagas, Boiler! No puedes usar el láser como una pistola de juguete. Y eres un mal tirador. Darás a la bomba, o darás a Doolittle. Él nos salvará si tú no le matas. ¡Idiota! ¡Estás loco!
—Yo no estoy loco… Tú sí lo estás, maldito imbécil. Disparar a la bomba no le hará daño, aun si fallo. ¿Piensas acaso que la maldita bomba está llena de dinamita? Y no le daré a Doolittle. Además, ¿qué importaría? Todavía salvaría la nave. Podríamos salvarnos.
—Pero Doolittle nos salvará de todas maneras —dijo Pinback—. No puedes hacerlo. Boiler. Eres un…
Boiler le golpeó con un limpio derechazo y Pinback le soltó.