TALBY HABÍA ACABADO DE CATALOGAR SU NUEVA ESTRELLA. Parecía haber un gran grupo acercándose por el norte de su rumbo, pero no podía estar completamente seguro. Mejor esperar unos minutos.
Podía confirmarlo con el telescopio de la cúpula, pero eso era por placer, para mirarlas de cerca después de que el trabajo base estuviera hecho. Talby no gustaba de usar el telescopio, pues era otra forma de degradar su trabajo.
Bastarían unos minutos para que el probable grupo se asomara por el horizonte lo suficientemente cerca para la disección. Sus ojos se desviaron a la pantalla. Luego, el astrónomo se sentó un poco más erguido y fijó su mente de nuevo en los parsecs.
Lo que había aparecido ahora en la pantalla eran unas series de números, pero eran tanto su lengua como el inglés. De hecho, más.
—Doolittle, tengo una avería indicada en esta lectura, pero no dice dónde es.
—Deslizándose —murmuró Doolittle suavemente, con los vidriosos—, planeando sobre la larga y suave caída de la ola.
—¡Teniente Doolittle! —dijo Talby con firmeza.
Doolittle pestañeó.
—¡Hummm! ¿Avería? No te preocupes, Talby. Actualmente las estamos teniendo todo el tiempo. Encontraremos qué es lo que va mal cuando el fallo empeore lo suficiente como para que la nave se queje; o cuando pare.
«Eso es bastante cierto», pensó Talby. Además, no le importaba si otro fallo menor afligía a la nave. Usó un poco de sus conforts decrecientes de criatura.
Pero si era algo que pudiera interferir con la operación del Dark Star, podía ser también algo que pudiera interferir con su observación de las estrellas, y no se podía permitir que esto no fuera comprobado.
—Pienso realmente que deberíamos tratar de localizar la fuente del problema ahora mismo, teniente —sugirió—. Puede ser algo vital, algo que afecte la capacidad de la nave de funcionar perfectamente.
—Ya sabes —musitó Doolittle con un tono lejano—; ojalá tuviera mi tablero conmigo ahora mismo. No tuve el sentido común de incluirlo con mis cosas personales. Se habrían reído de mí, seguro; pero ¿y qué? Aun cuando no pueda usarlo, siempre podría darle cera de vez en cuando, y ponerme de pie sobre él, y deslizar mis dedos sobre él. Tú no sabes, Talby, la sensación que se tiene simplemente con sólo estar de pie sobre tu tablero y pensar en las olas gritando debajo de ti, gritando…
Pinback estaba gritando. El elevador subía de nuevo por el conducto. Justo cuando él pensaba que podía descender lo suficiente para que se dejara caer y librarse de él, cambió de ruido y empezó a subir.
Cualquiera que fuera el caprichoso circuito que controlaba sus acciones durante esta loca prueba parecía estar mandándole arriba y abajo por el conduelo sin ritmo ni razón. No había ningún ejemplo para los bruscos ascensos y descensos.
Allí estaba la única puerta normal en el nivel central, pero se hallaba cerrada, por supuesto, cuando el elevador estaba en funcionamiento. Cada vez que pasaban por ella. Pinback trataba de balancear sus piernas lo más lejos posible para tirarle una sólida patada. Contacto repetido podía al menos activar algún indicador de emergencia.
No le llevó mucho tiempo el vencer sus terribles apuros en caso de que le encontraran de esta manera. Era preferible a ser encontrado muerto en el fondo del conducto. Pensó que Boiler probablemente se reiría también de esto, lo que le dio más fuerzas para seguir colgado. Todavía estaba bien agarrado a la barra, pero no podía estar colgado así eternamente. De todas maneras, ¿qué estaban haciendo Boiler y Doolittle? Alguien debía haberle echado ya de menos.
No, eso era engañarse a sí mismo en extremo. Siendo la intimidad la más apreciada comodidad en el Dark Star, nadie molestaría a otro al menos que hubiera trabajo que hacer que requiriese su presencia. Boiler y Doolittle podrían estar preguntándose por su ausencia, pero no pensarían que algo fuera mal.
Eventualmente, tendría, al parecer, que hacer una estimación del punto más bajo de descenso del elevador y dejarse caer… y confiar que el impacto no fuera demasiado demoledor. Eso le dejaba todavía con el interesante problema de qué debía hacer si el elevador decidía descender del todo. Acaso pudiera sobrevivir a la caída, pero sólo para ser aplastado por la parte de abajo del elevador.
Aun así, no parecía muy probable. Hasta ahora el elevador no había dado señales de bajar a un nivel de unos veinte metros del fondo.
Pero todavía era una caída impresionante para Pinback para arriesgarse, excepto como último recurso. Miró hacia arriba y examinó la base del elevador. Fijó su mirada sobre una pequeña placa, justo en el centro del suelo del elevador, que parecía sobresalir ligeramente del resto del metal.
Cuatro simples tuercas era todo lo que había. Naturalmente: ¡era la escotilla de acceso de emergencia!
Maldiciéndose a sí mismo por ser un completo idiota, se dio ánimos para la gran distancia. Luego, colgando sobre un solo brazo, se balanceó libremente y agitó torpemente la primera tuerca. Unos pocos giros y salió. Repiqueteó huecamente abajo en el conducto.
No podía estar colgado en esta postura mucho tiempo. Descansó un momento sujeto por ambos brazos hasta que se sintió lo suficientemente fuerte para intentarlo otra vez.
Juntando sus brazos, se balanceó y empezó con la segunda tuerca, que saltó con gratificadora velocidad.
El ascensor subía de nuevo. Su brazo izquierdo estaba como una vieja sección de una rueda. De ninguna manera podía estar colgado mucho más tiempo. Probó la tercera tuerca. La movió hasta la mitad del recorrido del tornillo, y paró. Tenía que volver a la barra otra vez.
No iba a ser capaz de hacerlo; pero la cuarta tuerca voló con un ligero toque de su mano. La placa colgaba ahora de una sola tuerca. Aflojó decididamente el apretado último obstáculo y le dio vueltas con una mano una vez, dos veces…; luego la tuerca se soltó, seguida inmediatamente por la placa, que le golpeó la cabeza y los hombros y casi le hizo caer.
Una profunda inhalación —tenía sólo la fuerza suficiente para probar esto sólo una vez— y se soltó del brazo derecho. Con el otro llegó al interior, agarrándose al piso del elevador. Un minuto más tarde tenía ambos brazos dentro, dentro del cálido, confortante, familiar elevador.
Estaba salvado.
Empujando contra el suelo, metió dentro la parte superior del cuerpo. Descansó en esa posición durante varios segundos, respirando sin miedo a caer. Entonces pulsó otra vez… pero sin resultados.
Sus ojos se ensancharon ligeramente.
Estaba atascado.
Se retorció y apretó, apretó y se agitó, pero sus brazos estaban ahora tan débiles que no podían hacerle pasar o, más probablemente, sus caderas eran tan anchas que por mucho empuje y gruñidos que empleara no iba a ser posible que quedase suelto.
No, estaba atrapado, al menos, por supuesto, que quisiera entrometer sus dedos entre su barriga y el boquete y empujarse hacia abajo, y empezar de nuevo.
No había muchas posibilidades de ello. Era mejor tener medio cuerpo atascado que todo el cuerpo caído. Al menos, estaba seguro. Podía relajarse y pensar en una salida. Mucho tiempo, ahora.
Al menos, pensó, que el ascensor decidiera súbitamente descender todo su recorrido. No se caería, pero tendría ambas piernas limpiamente pulverizadas. También podría liberarle, pero las ventajas no invitaban a ello. Pensó cómo las piernas eran apretadas bajo él, rompiéndoselas como chuletas, y miró a su alrededor salvajemente.
Allí debía estar; sí, allí estaba, un teléfono rojo en la pared interior, sobre la puerta de salida. El receptor se hallaba colocado a este lado de un panel de control, y más bajo de lo que parecía razonable. Por una vez, parecía que las cosas habían sido planeadas considerando estos problemas.
Inclinándose hasta que sintió que el suelo metálico le iba a cortar por la mitad, se estiró para alcanzarlo. Se estiraba y gruñía, luchando por cada milímetro.
El teléfono no se encontraba a su alcance.
Mientras tanto, el ascensor continuaba sus excursiones carolinas arriba y abajo del conducto. Fue terrorífico haber estado colgado de sus manos, esperando ser aplastado en el fondo en cualquier segundo. Ahora su cuerpo estaba a salvo y sólo su mente vacilaba. Como ya no podía mirar hacia abajo, no había manera de saber si estaba a metros o milímetros de ser aplastado contra el suelo del conducto.
Respirando profundamente y tratando de poner sus órganos internos en una línea vertical, consiguió de alguna manera otro centímetro o así fuera de la trampa: justo lo suficiente para tentar y hacer caer el receptor de la horquilla. Respirar resultaba difícil ahora.
Pero tenía el teléfono. Según lo traía hacia él, pensó una vez más en Doolittle y Boiler y en sus reacciones si lograba conectar con ellos.
Podía inventarse alguna disculpa. No sería necesario revelar que había dejado escapar al extraño. Podía no resultar muy lógico, pero, por Dios, ¡haría que funcionase! Sí, estaría sereno y razonable y convenientemente reservado, y ellos aceptarían su explicación.
Eso vendría más tarde. Ahora mismo se hallaba todavía temblando con abyecto terror. Hubo el familiar click: pudo sentir el elevador descendiendo, y tuvo una visión de sus piernas como una masa de complejas fracturas. El grito de «¡socorro!» fue estrepitoso.
Inesperadamente, llegó una inmediata respuesta, pero no fue la que Pinback esperaba.
—Lo siento —confesó una voz mecánica que era ligeramente diferente de hi de la computadora central—. Este teléfono no funciona. Por favor, use un teléfono alternativo de la nave hasta que el fallo sea reparado. Los teléfonos alternativos de la nave están localizados en…
Las emociones de Pinback corrieron rápidamente la gama desde el shock a la ira pasando por la desesperación. Aquí estaba él tratando de ser el mejor miembro de la tripulación, y se encontró a sí mismo frustrado a cada intento por la pura ineficiencia de la nave. Había una conspiración en esta nave para obstaculizar su eficiencia.
Ahora mismo estaba tratando de hacerle no sólo ineficiente, sino inoperativo.
Arrojó el receptor contra la pared, lo observó balanceándose como un péndulo adelante y atrás.
—Por favor, reporte el fallo inmediatamente —concluyó el teléfono.
«Seguro —pensó él salvajemente—. Informaré por el teléfono más cercano».
¡El tablero de mandos! Cincuenta botones apretadamente espaciados que harían que el elevador hiciera todo excepto volver a la Tierra independientemente, estaban dentro de la pared cerca del inmencionable receptor, pero ligeramente más allá. Ésa era una razón por la que él no los hubiera probado primero; la otra era que no se podía acordar para qué era cada botón. Número uno era para poner en marcha y parar el ascensor. Y bajo la tensión a que estaba sujeto, no había manera de que fuera capaz de alcanzar ese lejano pedazo de plástico.
Ahora deseó haber aprovechado el tiempo para aprenderse la función de los otros cuarenta y nueve. ¿Lo había aprendido? Si así era, ahora no lo recordaba.
Inclinándose hacia el tablero, luchando contra el metal que le constreñía en su cintura, conocedor de que podía estar sólo a centímetros de ser aplastado en el fondo del conducto, luchó para alcanzar el panel.
Sus dedos tocaron los botones y pulsó uno al azar. Número cuarenta y cinco. Sintió cómo se hundía bajo su dedo.
Hubo una pausa, luego otra voz habló suavemente:
—Para su entretenimiento, ahora presentamos extractos de El barbero de Sevilla, de Rossini.
Y una potente garganta de barítono salió prontamente del altavoz de la parte de arriba del ascensor según éste seguía descendiendo. Al menos estaba descendiendo, pensó Pinback. Todo movimiento le parecía que era descendente ahora.
Esforzándose otra vez, pulsó otro botón. Sin resultado alguno. Otro, y otro. Siguió pulsando botones hasta que consiguió un segundo resultado concreto.
El barítono cayó.
Más botones, y otra grabación.
—¡Muy bien por usted! —dijo la alegre voz en tono no muy diferente, como el de una madre—. Ha decidido usted limpiar el elevador. Para limpiar los carretes electromagnéticos en la base es necesario echar la placa de acceso en el suelo. Esto puede ser hecho en secuencia rápida o lenta, dependiendo de la velocidad requerida para hacer la limpieza.
Maldiciendo silenciosamente. Pinback estaba empezando a preguntarse por qué él alguna vez deseó enrolarse en el cuerpo expedicionario avanzado. Algo en el fondo de su mente trataba de responderle, pero no tenía ningún sentido, ninguno en absoluto. Lo apartó. No era el momento más oportuno para llenarse la cabeza de ideas confusas.
—Para quitar la placa del suelo en secuencia lenta de limpieza —continuó la voz de la computadora— siga los procedimientos indicados en el Manual de Servicio de la Nave SS-cuarenta y seis, secciones E-trece hasta E-cincuenta y seis.
—¡Fantástico! Sacaré mi viejo manual ahora mismo, aquí —murmuró Pinback sarcásticamente.
—Para quitar la placa del suelo en secuencia rápida de limpieza, apretar el botón número cuarenta.
Bien, eso está mejor. Probablemente eso soltaría los escondidos pestillos y podría así meterse dentro del todo.
Se empinó, su mano pegando a unos milímetros del botón indicado. Gruñó y se retorció ligeramente. Vamos. Pinback, sólo otro par de milímetros, muchacho, y estarás a salvo de este…
Finalmente, apretó el botón, dejó salir un suspiro de alivio y se desplomó sobre el agujero que le tenía preso. Pero el alivio no duró mucho.
Algo le estaba importunando. Era algo que recordaba a medias del reestudio por encima del manual de mantenimiento. Los pestillos electromagnéticos en el panel del suelo (¿pestillos electromagnéticos? ¿Qué era de los simples pestillos de los que él había estado pensando?). Eran normalmente soltados sólo una vez al año, lentamente. No podía recordar algo de la secuencia rápida de limpieza.
Únicamente que había alguna razón por lo que esto se hacía muy raramente, si alguna vez era hecho. Ah, sí, eso era…
Sus ojos se abultaron.
—¡Atención, peligro! —dijo la voz de la computadora severamente—. ¡Atención, peligro! Cargas automáticas activarán ahora los pequeños explosivos en los pestillos en la placa unidad para secuencia rápida de limpieza, ya que secuencia lenta de limpieza no ha sido iniciada de acuerdo a los procedimientos directivos del manual. La placa será librada para limpieza rápida dentro de cinco segundos.
Pinback sacudió la cabeza, gritó un silencioso ¡no!, de sobra sabiendo que el verbalizarlo no tendría ningún efecto sobre la máquina. Empujó desesperadamente la placa, pero no podía moverla. Y era ya un poco tarde para desear haber pasado más tiempo en la sala de ejercicios.
Cuatro brillantes flechas habían aparecido en el fondo del elevador, identificando convenientemente la localización de los pestillos explosivos. Naturalmente, la placa tenía que ser usada otra vez, así que la explosión no podía ser muy poderosa… ¿verdad?
Deseó poder recordar, pero no le hizo muy bien a su estado mental el ver las cuatro flechas apuntando hacia dentro, hacia él. Parecía de todos modos significativo.
—Por favor, abandonen el ascensor inmediatamente —pidió la voz.
—¡Lo estoy intentando, lo estoy intentando!
—Cinco, cuatro, tres… —se le ocurrió a Pinback, entonces, que el… «dos»… elevador estaba también lejos de… «uno» sujetarle…
Fuera, en el pasillo principal del Dark Star, una luz se encendió para indicar que el elevador estaba ahora enfrente de la puerta. Un poco de humo, que, a diferencia de la luz no era reglamentario, empezó a aparecer por los rincones. Luego, la doble puerta se abrió.
Pinback salió tambaleándose. Estaba vivo, aunque no se sintiese así. Su pelo estaba un poco más descompuesto de lo usual y sus vestiduras un poquitín más desaliñadas. En general, era el mismo, si se descontaban los oscuros regueros en sus mejillas y el cuello y la ligera apariencia chamuscada de su túnica alrededor de su cintura.
Un torrente de acre humo salía del elevador detrás de él. Tejidos carbonizados, la mayoría con un ligero aroma de Pinback. Tenía una limpia línea bajo su camisa donde el fuerte golpe de la explosión había arrojado el metal aún más apretado contra su estómago.
Oh, y justo encima estaba un cuadrado de metal —la placa del suelo— todavía atrapada alrededor de él.
Trató de dejarse caer en un rincón, pero no lo consiguió. La placa no le permitía dejarse caer limpiamente. Ni aun sentarse. Después tuvo un pensamiento descorazonador. Se le ocurrió que a pesar de todas sus precauciones para preservar su dignidad —y casi matarse en el intento— su dilema podía haber sido revelado a Doolittle y Boiler, si la explosión había activado cualquier indicador en la sala de control o en la zona de vivienda. Observó el pasillo durante unos minutos, pero nadie bajó a reírse de él, y empezó a relajarse un poco. Si los pestillos explosivos eran parte estándar de una secuencia de mantenimiento, y estaba empezando a parecerlo así, entonces no debería activar ninguna alarma especial en ningún lugar de a bordo. Talby, Doolittle y Boiler deberían aún ignorar las indignidades que había sufrido.
Quedaba todavía el pequeño asunto de quitarse la placa. Otro viaje a la sala de oficios diversos resolvería eso rápidamente. Tenían un pequeño equipo de cortar y soldar allí —los psicometristas habían pensado en todo—. Hizo un buen trabajo con la placa, aunque una parte de él se rebelaba a la idea de hacer trizas el fondo del elevador. De todas formas, en ese momento su deseo de librarse de la maldita cosa sobrepasaba cualquier consideración de preservar y proteger la integridad física de la nave.
Además, si Boiler podía hacer agujeros en la cubierta de la unidad de calefacción como ejercicio de tiro al blanco, él podía también enredar con algo que era menos importante para la operación del Dark Star. Él siempre podría arreglar la placa más tarde, y por ahora había bastante sitio en el elevador para mantenerse de pie.
Pero más tarde, no ahora. Ahora tenía algo más que hacer. Sonrió. Algo mucho más importante.
Una vez que se soltó de la placa hizo uso del pequeño botiquín provisto con previsión para artesanos chapuceros. Se curó su estómago.
Luego, volvió sobre sus pasos a propósito a la habitación donde tenían al extraño, mirando hacia el pasillo de vez en cuando para asegurarse que Pelota de Playa no le estaba esperando para hacerle una emboscada, y también para evitar a Doolittle y Boiler.
Como era usual, los luminantes se apresuraron instantáneamente a cerrar la jaula, pero esta vez no le pusieron nervioso. Ni siquiera se molestó en ahuyentarlos.
No tenían ojos, ni oídos, ni ningún rasgo reconocible en absoluto. Sólo formas geométricas perfectas y regulares. Aun así, ellos siempre respondían a su presencia. Se preguntó momentáneamente lo que éstos pensaban, si pensaban; lo que sentían, si sentían.
Él sabía que él sentía.
La caja roja estaba marcada así: PISTOLA ANESTÉSICA. Empezó a romper el precinto, luego se quedó y levantó toda la caja de su horquilla en la pared.
Era mejor no cargarla hasta el último momento, pues si se encontraba con cualquiera de los otros no podría disculparse diciendo que iba a hacer tiro al blanco como Boiler. No con esta pistolita. Ni quería andar por toda la nave con una pistola cargada en la mano, considerando la predilección de Pelota de Playa por saltar sobre la gente sin avisar.
La manera en que la suerte le había acompañado últimamente acabaría probablemente tranquilizándole sus propios pies.
Pero su suerte, se dijo a sí mismo ceñudamente, estaba a punto de tomar un forzado cambio. Quizá tendría que cazar al extraño otra vez, pero había grandes probabilidades de que estuviera rondando por la escotilla abierta, esperando quizá que el elevador descendiera otra vez. Confió en que así fuera. Había demasiados escondites en la parte de atrás de la nave para que pudiera buscar sin llamar la atención de Doolittle y Boiler; pero no se encontró a ninguno de sus compañeros de tripulación en su camino de vuelta a la cámara, que había abandonado hacía tiempo. Había andado unos pasos cuando le llamó la atención un familiar, y ahora odioso, sonido de tembleteo.
Paró y miró a su alrededor lentamente. Finalmente, su mirada fue hacia la derecha y hacia arriba, y vio al extraño. Estaba descansando allí, pegado a la pared, la horrible forma amarilla y roja haciendo ruidos con la garganta y gimiendo suavemente como si nada hubiera pasado.
Probablemente quería jugar un poco más. Bien, Pinback había acabado de jugar. Manteniendo una cautelosa mirada sobre el tembloroso ser, abrió la caja y sacó la pistola. Abrió la cámara y alcanzó uno de los dardos… Hizo una pausa.
Después de todo, el traer al extraño a bordo había sido su idea. Él había tenido que luchar con las objeciones de los otros, que habían insistido en que recoger al extraño no era misión del Dark Star. Pero él había insistido.
Así es que, en alguna forma, el extraño era su responsabilidad. Casi dejó el dardo de nuevo en la caja. Casi. Luego se decidió y lo colocó en la cámara.
Cualquier sentimiento de afecto que le quedara para con el extraño había desaparecido por sus intentos de matarle, sus deliberados —sí, deliberados— intentos de matarle.
Pero Pinback no pensó en que el extraño podía haber carecido de cualquier clase de mente, porque no había suficiente lugar en la suya para algo como la premeditación. Él iba a ser vengado, vengado por todo lo que la inmencionable gota de repugnante protoplasma le había hecho. Esta vez, iba a volver a su habitación dentro de una jaula, y para siempre.
Naturalmente, había un inconveniente menor en el uso del tranquilizador de emergencia. No sabía ni siquiera si iba a funcionar en este particular ejemplar de otra vida. A lo mejor sólo le hacía enfadarse.
Pinback comprobó que el dardo estaba colocado en la cámara de la pistola de aire comprimido y que la carga estaba puesta. La dosis podía ser fatal, pero sólo había una forma de averiguarlo.
La alternativa era simplemente hacerlo polvo con el láser; aunque la furia de Pinback no había llegado a tanto. Mejor darle una oportunidad.
Además, él tenía miedo del láser.
Cerrando de un golpe la cámara y levantando su brazo cuidadosamente, apuntó al oscilante esferoide.
—Ahora es hora de irse a dormir, despreciable pedazo de basura.
Tiró del gatillo. Un corto resoplido de la pistola y el dardo pegó en el centro del extraño.
Hubo un inesperado silbido y el extraño salió disparado violentamente hacia él. Pinback se agachó rápidamente, levantando sus brazos para resguardarse de la aparente carga. Luego se estiró, sabedor de que el extraño había errado por varios metros.
Siguió alborotando por la habitación, acompañado por el sonido silbante de gas al escaparse, oscilando al azar por las paredes y el techo. Su velocidad estaba empezando a decrecer rápidamente, y el sonido silbante decreció a un vago y obsceno relincho. Llegó a un exhausto final en un rincón.
Pinback le miró de soslayo y luego se acercó. Se inclinó y lo tocó. No hubo repetición de la sensación de quemadura que tuvo cuando trató de coger el ratón de goma.
Tentó el fláccido objeto. Había una masa compacta alrededor de la parte inferior: eran los pies de uñas y los órganos internos contraídos. Pero cuando lo cogió colgaba arrugado y curvado. Indudablemente, estaba muerto.
Jesús, se dijo a sí mismo. Su enfado estaba ahora tan aplanado como el extraño. Realmente él no quería matarlo, sino simplemente ponerle fuera de combate y devolverlo a la jaula.
Ahora daba pena mirarlo, aplastado sobre sí mismo, como una medusa sobre la playa. Jesús, musitó otra vez. La peor parte era que ahora nunca sabrían cómo era de inteligente, porque los especialistas en la Tierra ya no tendrían ocasión de hacer las pruebas, y Pinback nunca conseguiría su medalla. Ni parecería muy bien el informe oficial. No era que a Talby, Doolittle o Boiler les importase, pues no era parte de su misión, como Doolittle había insistido. Boiler, probablemente, encontraría el triste estado de la muerta Pelota de Playa gracioso, como era usual.
Pero definitivamente, no parecería muy bien el informe. Podía verlo ya:
«El sargento Pinback, al intentar recapturar uno de los ejemplares de los extraterrestres —al cual inadvertidamente dejó escapar— le dio una sobredosis de tranquilizante».
¡Ah!… La dosis no tenía nada que ver. Fue la aguja hipodérmica quien hizo el daño. ¿Cómo podía saber él que el extraño tenía la piel tan fina? Él no era xenelogista.
Además, podía perdonar muchas cosas, pero no cuando el extraño hubo cogido la escoba de sus manos y le golpeó hasta tirarlo al suelo. Eso fue lo que agotó su paciencia.
Sacó el dardo tranquilizador de la arrugada piel y la examinó con nuevo respeto. Fue una buena cosa que el primer dardo diera en el blanco. Podía imaginarse al extraño con su acción imitativa, agarrando el fallido dardo y arrojándoselo a Pinback. Sonrió ligeramente. Eso sí que hubiera parecido aún peor en los informes oficiales:
«El sargento Pinback, al intentar recapturar uno de los ejemplares de las criaturas extrañas, fue tranquilizado por el susodicho ejemplar y puesto en una jaula».
¿Por qué entonces se estaba regañando a sí mismo? El extraño se lo había buscado. ¿No le había casi matado en el conducto del elevador? ¿Por qué siempre se ponía a sí mismo por los suelos?
Acababa de hacer una buena, no, una acción valerosa, volviendo detrás de un semiinteligente ser extraño que casi lo mató. Sí, Doolittle estaría orgulloso de él, y aun Boiler podría tratarle con un poco más de respeto.
Se dirigió a la cámara donde habían tenido al extraño con Pelota de Playa a remolque. Aun así, él no pensaba en mencionar este pequeño episodio a sus compañeros en seguida. No había ninguna razón para atemorizarlos con su excesivo coraje demasiado pronto. Les iría dando la información a pequeñas dosis.
En cuanto al extraño, la sala de artes y oficios estaba equipada para casi todos los entretenimientos, y él nunca había probado suerte.
Taxidermia, por ejemplo…
Boiler estaba comprobando algunas reparaciones que hiciera en la cabeza electrónica. Quedó dañada cuando los originales compartimentos residenciales habían volado, y ahora había ligeras indicaciones de que no estaba reciclando sus productos de desechos apropiadamente.
Ya que todo sobre el Dark Star era reciclado y revisado, incluyendo todos sus alimentos y bebidas, era vital que esta pieza particular del equipo funcionase convenientemente.
Deslizando su mano dentro del panel abierto de la pared, tentó por los alrededores hasta que localizó la abertura entre los dos reconstituidores activados por presión. Suavemente, trató de encontrar cualquier indicio de una conexión floja.
No todos los «especiales» cuadros de la tripulación decoraban toda una pared en su temporal sección residencial. Había un número de los mejores cuadros sobre la pared. Proveían un agradable telón de fondo a sus corrientes actividades.
Se encontró a sí mismo pensando más y más sobre mujeres últimamente, a pesar del precondicionamiento que los psicometristas habían puesto en él, a pesar de todos los aparatos avanzados autoerogenizadores incluidos en el Dark Star. Se encontraba viendo formas y curvas donde debería haber rincones agudos y lados lisos. Se encontró a sí mismo en la actualidad, sintiendo ardor y sangre donde sólo había plástico y corriente indiferente.
Se encontró pensando sobre la fiesta…, esa increíble fiesta después de ganar el campeonato. Se encontró pensando en la última semana que pasó en la Tierra, la semana antes de que entrase a formar parte de la solitaria preparación de la misión, y de Diane…, especialmente de Diane.
Alta, tranquila, dócil, insegura, afectiva, indiferente Diane.
Dondequiera que estuviese ahora, le deseó lo mejor.
Ninguna de las conexiones estaba floja. Quizá el monitor en la junta de los tubos…
Todo había ido tan bien, tan agradable, tan natural, hasta el punto de que llegó a pensar en abandonarla misión. Le podrían reemplazar fácilmente.
Esa preciosa, de pelo castaño…, y luego ella se había marchado con aquel «tipo más viejo», aquel con quien ella no tenía ninguna relación seria. De esa manera desapareció de su vida.
Eso le facilitó el conseguir una alta calificación en los exámenes, le facilitó el empeñarse en formar parte del Dark Star. Él no había pensado nada sino fríos, tecnológicos pensamientos por mucho tiempo. Ocasionalmente una parte de él temblaría con un violento temor interno y gritaría: ¡Diane. Diane!
—Tranquilo —una mano se apoyó sobre él, gentil, firme sobre sus hombros, y su cabeza se levantó de un golpe y miró—. Tranquilo, Boiler —le dijo Doolittle suavemente.
Boiler dejó que sus emociones se tranquilizaran, se evaporaran. Luego sacó su mano cuidadosamente del agujero y empezó a apretar los cierres del panel.
—No puedo encontrar nada extraño en los reconstituidores, teniente, y las juntas de los tubos parecen firmes.
—Está bien, Boiler. Está bien. Quizá se aclare. Debe haber algo que bloquea el sistema. Vamos a comer algo corrosivo y veremos si después podemos aclararnos.
Boiler le miró y luego sonrió, aunque suavemente, tanto como siempre sonreía. Ambos, Talby y Pinback, estaban ciertamente locos, pero ¿y Doolittle? No podía entender al teniente. ¿Qué era lo que Doolittle pensaba detrás de esa barba asiria y su facha egipcia? ¿Qué estaba pensando ahora, mirando a Boiler, pero sin verle?
¿Estaban ellos en el último lanzamiento de una bomba, el último antes de que pudieran empezar el largo y solitario viaje de vuelta a la Tierra? ¿O en un viaje menos profundo y más interno, como el propio de Boiler?
Sacudió la cabeza y apretó el último cierre.
Dejando el destornillador cuidadosamente sobre el sucio, siguió a Doolittle por la escalera.
Sus pensamientos se encogieron como una pequeña pelota y emociones normales reemplazaron a las personales cuando Pinback se les juntó.
—¡Eh, muchachos, muchachos! —dijo Pinback brillantemente—. ¿Conocéis al extraño? ¿A Pelota de Playa? Bueno, me atacó. ¡Muchachos! Dos veces, y traté de tranquilizarle, pero acabé matándole. Pero no a causa del tranquilizador. Eso es lo interesante del caso, ¿sabéis?
Doolittle los guiaba por la puerta a la combinación de cocina y comedor.
—Eh, sí, es buena idea, teniente —dijo—. Yo también tengo un poco de hambre. Bueno, como iba diciendo, le disparé con la pistola y sólo vomitó gas como un loco y se movió por toda la habitación como un globo pinchado. Supongo que su interior era simplemente eso, simple gas. Estaba sólo lleno de gas.
La información no fue recibida con una barrera de preguntas por parte de Doolittle y Boiler.
—Eh, muchachos, ¿cómo se puede vivir sólo lleno de gas?
—Me pregunto qué tenemos hoy de comer —dijo Boiler.
—Pensé que iba a morir. Estuve colgado del fondo del ascensor durante veinte minutos.
—Probablemente pollo otra vez —teorizó Doolittle. Hacía tiempo que él sospechaba que el menú del Dark Star había sido planeado por más de un coronel.
—Probablemente salvé la nave —continuó Pinback excitadamente—: porque esa cosa podía haber…
La cocina no era muy grande. Se requirió a los hombres a que comieran allí: fue meramente sugerido, ya que el área estaba equipada con poderosos aparatos de succión y limpiadores que recogían cada miga de comida que cayera para reconstituirla.
Había un par de asientos, tres paredes desnudas, y una cuarta que contenía maquinaria tan complicada como cualquiera en el puente o en la cúpula del astrónomo. Comida concentrada era preparada aquí, productos de deshecho reciclados finalmente en nueva comida y bebida.
—… hecho algo realmente dañino —acabó diciendo Pinback.
Boiler estaba decaído ahora, verdaderamente decaído, después de su explosión interna hacía unos momentos.
—Dios, estoy de verdad hasta las narices de pollo.
Estaba empezando a asomar en Pinback que su relación de una aplastante victoria sobre las alborotadoras fuerzas del extraño estaba generando poco menos que una extática respuesta por parte de su audiencia. Cruzó los brazos y se retiró en un inevitable mohín.
—Bueno, si ésa es la manera como os sentís, entonces no os hablaré más sobre ello.
—Eh, eso sí es una buena idea. Pinback —observó Doolittle. Se dirigió al horno en servicio y pulsó el botón de petición de comida tres veces en una ordenada sucesión. Hubo un sonido, un sordo zumbido que duró varios segundos, y luego las puertas se abrieron.
Doolittle miró hacia dentro, arrugando la nariz según olía los líquidos en el interior.
—Pollo —murmuró. Pulsó otro botón y la puerta se cerró. Una vez más activó el botón de llamada tres veces. Otro zumbido, otro olor diferente—. ¡Ah, jamón! —o la máquina había aprendido finalmente a leer su descontento o bien habían tenido suerte. El porqué de que hubiera tanto pollo programado era algo que se escapaba a la imaginación de Doolittle.
En la actualidad, la única diferencia entre el «pollo» y el «jamón» —o filete, pescado, o buñuelos de carne que eran las ofertas— consistía en el aromatizante artificial, ya que ellos estaban constantemente consumiendo las mismas básicas series de proteínas e hidratos de carbono y azúcar. Y desde que todos los líquidos concentrados parecían iguales, los muchachos del psico no dudaron en llegar a la conclusión de que la variedad del sabor era importante.
¿Por qué, entonces, esta preponderancia innatural de ave preparada? Doolittle sospechó que, como todo lo demás en el Dark Star, había alguna chifladura en la computadora de la cocina también. Pero ésa era una pieza de la instrumentación con la que no quería correr el riesgo de tontear. No siempre que siguiera alimentándoles.
Intentar reprogramar el sabor de su comida podía resultar peor que lo que tenían ahora mismo. Podían conseguir que tuvieran «estofado de ostras» durante un mes, como había sucedido hacía varios años. Doolittle casi se murió de hambre. No le gustaba el sabor del estofado de ostras, o la apariencia del estofado de ostras, o el olor del estofado de ostras.
Sin duda alguna, Doolittle estaba afligido con un prejuicio antiostras nacido de neurosis de su infancia.
De cualquier forma, eso no aumentaba su afición por el pollo.
«Treinta años de enseñanza para esto», pensó. Un técnico soberbiamente enseñado y aquí estaba él, su mente reducida a debatir los deméritos de pollos y ostras. ¡Dios, los resultados de una sociedad tecnológica!
Talby era el único que no se molestaba por esto. Para Talby, los alimentos eran como combustible, algo que le distraía de su tarea principal de observar el universo, algo que había que quitarse de encima tan rápido como fuera posible. Una irritante necesidad como ir al retrete o ir a dormir.
Cambiando de manos los tres paquetes a causa del calor, los sacó del horno y les dio a Boiler y Pinback los suyos.
—La cena, muchachos.
—¿Pollo otra vez? —preguntó Pinback, mirando fijamente y con duda a su paquete.
—Casi, pero no; jamón, para variar.
—Oh…, bien.
Ésa fue toda la conversación anterior a la cena.
Empezaron a quitar el papel de las tapas de los contenedores de metal. Cada bandeja tenía cuatro paquetes de plástico de líquido concentrado.
Doolittle trató de abrir el suyo sin mirar el contenido. Un hombre podía perder todos sus dientes en el espacio —a causa de la falta de calcio, decían— y aun sobrevivir con excelente salud gracias a esta dieta. Pero uno quisiera poder hincar el diente a algo de vez en cuando. Ellos no habían experimentado ninguna pérdida de calcio y tenían gravedad artificial perfecta. Por tanto, Doolittle pensaba que él tenía una queja razonable. No había ninguna razón para que no les hubieran puesto algo de comida verdadera.
Pero los astronautas habían pedido eso antes, y la respuesta era siempre la misma: era un despilfarro… migas que siempre se perdían huesos que ocupaban espacio, así como la piel y gordura y ternilla —excepto en líquidas proporciones—. Por otro lado, los líquidos concentrados eran limpios, no había virtualmente ningún desperdicio, excepto algunas gotas ocasionales —y aun éstas eran recuperables—. Y podían ser fácil y prontamente recicladas. Además, eran excesivamente simples de preparar.
Todo lo que Doolittle reconocía, pero no estaba de acuerdo con nada. ¿Había habido alguna vez que él pensase que los preparados le habían sabido bien? ¿O había sido también eso otra mentira para que le incluyeran en la misión?
Ahora más que nunca lamentaba la explosión que les había costado los suministros de comida verdadera de Boiler. «Mantequilla de cacahuetes, queso suizo y knoskwurst», había dicho Boiler, y más, Doolittle, repentinamente, sorprendentemente, encontró su boca llena de saliva.
Eso era, pensar en la canasta perdida de Boiler mientras estaban aquí relamiendo esa aceitosa suciedad. Pensar en pan de centeno y anillos de cebolla, carne en conserva con mostaza.
Rompió el rincón de uno de los tubos de plástico, lo tiró en el adecuado receptáculo reciclador (inorgánico) y empezó a chupar al vegetal licuado en el interior.
Los pensamientos parecían ayudar un poco… sopa de quimbombó con guisantes y salsa de pavo, aunque hubiera cambiado su ración de la próxima semana por unas rodajas de salami.
—¡Hey, Doolittle! —Pinback estaba chupando en un tubo de color azul.
—¿Si?
—¿Piensas que encontraremos vida inteligente de verdad allí fuera? Quiero decir que Pelota de Playa tenía algo, pero no era inteligencia verdadera. Al menos, yo no creo que fuera… «Espero que no fuera», pensó en silencio.
—Fuera, ¿dónde? —Doolittle no miró hacia arriba.
—Oh, ya sabes… donde nos dirigimos ahora. La región de la nebulosa Veil.
La frustración, el aburrimiento y la realidad de veinte años reales en el espacio vacío encontraron expresión en la tersa respuesta de Doolittle. Si alguien allí en la Tierra le hubiera dicho que él se sentiría así, siendo capaz de decir en voz alta tales palabras durante la misión, Doolittle se habría reído de él.
Pero la frase vino fácilmente ahora, con una amargura casual que él apenas notó:
—¿A quién le importa…?