PINBACK CAMBIÓ DE POSICIÓN torpemente en la silla de playa y se ajustó las gafas de sol. Hacía calor en la arena hoy. Miró de soslayo al sol brillante justo encima de su cabeza.
Juzgando por la posición del viejo Sol, era más o menos mediodía. Tendría que prepararse para el almuerzo, pero no todavía. El sol era agradable ahora mismo. Miró su reloj. Tenía que tener cuidado; otros diez minutos de este lado y luego se volvería para asarse la otra mitad.
Reclinándose, se retorció en una posición confortable sobre la tumbona, entreteniéndose ligeramente con su traje de baño y la parte superior de la cisterna. Justo otros diez minutos.
Se estaba sumergiendo en un confortable mundo medio de sueños cuando el sonido raspante le interrumpió. Trató de ignorarlo pero no dejaba de oírse. No sólo eso, sino que se estaba haciendo más estridente. Ahora, ¿qué?
Debía ser algún crío en las cercanías escarbando con una pala. Tendría que hablar con su madre. Pinback levantó sus gafas, se inclinó por fuera del resplandor de su lámpara de sol y miró atrás al pasillo.
La parte posterior de Boiler apareció a la vista.
Fuera de sitio y mal recibido, destruyendo totalmente la débil ilusión que Pinback había construido tan cuidadosamente. El cabo estaba arrastrando algo pesado en la gravedad artificial, una inmensa y cuadrada pieza de metal con bisagras en un lado.
Pinback pensó que reconocía esto. Observó cómo Boiler arrastraba la pesada plancha sobre el final del pasillo y lo volvía, lo apoyó en ángulo contra la pared, encarándola hacia ellos. Entonces lo reconoció.
—Eh, eso es la tapadera de la unidad calefactora. ¿Verdad?
Boiler le ignoró. Examinó la tapadera, luego se arrodilló y la reajustó de tal manera que descansaba contra la pared un ángulo más agudo. Luego se frotó las manos con evidente satisfacción y anduvo de vuelta hacia Pinback.
El sargento le vio retirarse. Estaba tan confuso como despierto, ahora las crípticas actividades de Boiler no parecían tener ningún significado. Pinback estaba aclarado momentos más tarde.
Boiler reapareció y ahora sostenía un enorme objeto de difícil manejo en ambos brazos. Aunque sólo habían usado este particular objeto sólo una vez anteriormente, hacía mucho tiempo, Pinback supo lo que era instantáneamente.
Era el láser portátil —más ligero y mortal a la vez de lo que parecía—. Su presencia en manos de Boiler sugería desagradables posibilidades.
Por un momento Pinback pensó en irse simplemente. Cuando Boiler tenía alguna idea loca fija en su cráneo Neanderthal nadie podía disuadirle sobre ello. Ni siquiera Doolittle. Y fuera lo que fuera a hacer ahora sería seguro una locura.
Dio un paso hacia la salida y luego paró. Esto no era algo que se pudiese consentir. Si Boiler trataba de mutilarse la mano con su colección de cuchillos, eso era una cosa. Pero el láser era algo más que un juguete.
—No…, no se supone que tú tengas eso, a excepción de una emergencia —tartamudeó finalmente. Su fantasía de la playa hacía tiempo que había sido destruida—. Esto no es una práctica de tiro al blanco.
Boiler apenas se molestó en mirarle. Al contrario, levantó el arma y alineó su ojo con la lente de apuntar. Mientras, Pinback observaba, e irritado, Boiler tiró del gatillo.
Hubo una corta explosión de intolerable luz roja y brillante. El rayo de luz contactó el centro de la tapadera. Un breve destello de llama saltó de la parte herida cuando el intenso calor encendió el propio metal. Murió rápidamente, enfriándose.
Un limpio agujero rodeado por metal derretido había sido hecho justo en medio de la tapadera. Boiler miró a Pinback y sonrió con gusto. Luego se chupó el pulgar y tocó con él el final del cañón del láser, un gesto de hombre de los bosques de siglos pasados.
—Eso es peligroso —insistió Pinback fútilmente según el cabo levantaba el láser otra vez—. Podrías cortar la tapadera y cruzarla, llegando a la pared de la nave. Podrías atravesar algo vital.
Boiler disparó otra vez Hubo una ráfaga de blanco de la tapadera esta vez, cuando de otro agujero al lado del otro brotaron pequeñas llamas. Boiler arrugó el ceño, bajó el arma y empezó a ajustar algunos mandos colocados a un lado de la misma.
Pinback le observaba nerviosamente, deseando que Powell o Doolittle estuvieran allí. Realmente debería ir y traer a Doolittle, pero ¿qué haría Boiler si estuviera solo?
—Supón que atraviesas la tapadera y luego el casco de la nave. ¿Qué pasaría? ¡Uf!
—Oh, por todos los santos, está calibrada para distancia, estúpido —gruñó Boiler.
—Bueno, ¿y qué? Aun así podrías tener un error. No sería difícil. Se lo diré a Doolittle.
La cabeza de Boiler se movió bruscamente y miró peligrosamente al sargento. Boiler tenía razón, y algo podía haber pasado, excepto…
Fueron interrumpidos por una suave, débil, erótica voz que fue totalmente inesperada para ellos.
—Siento romper vuestro tiempo de recreo, muchachos —anunció la computadora contritamente—, pero es hora de que el sargento Pinback dé de comer al extraterrestre.
—¡Awwww! —gruñó Pinback, arrastrando un pie y mirando al suelo—; no quiero hacer eso ahora.
—Me limito a recordarle, sargento Pinback —continuó la computadora inexorablemente—, que fue su idea en primer lugar, y de nadie más, traer al extraño a bordo. Si puedo citar una frase suya, usted dijo: «la nave necesita una mascota».
—Sí, pero… —Pinback trató de protestar. La computadora pasó por encima de cualquier clase de objeción.
—Fue su idea, así que cuidarlo es su responsabilidad, sargento Pinback.
Boiler le dio el siniestro ha-ha.
—Ratas —refunfuñó Pinback—. Aquí yo tengo que hacerlo todo. Es la mascota de todos, ¿por qué no pueden ellos ayudar?
—Es tu animalito, macho. A mí ni siquiera me gusta mirarlo. Me da temblores galopantes. Aun Doolittle piensa que deberías tirarlo por la ventanilla.
—Ninguno de vosotros tenéis sentimientos. Que no es el animal doméstico, perfecto; bueno, ¿y qué? Todos tenemos defectos.
Boiler recibió eso con otro ha-ha y se volvió a ajustar el láser.
Pinback paseó hacia abajo el pasillo mascullando para sí: «Perezosos, que nada les importa, insensibles. Buena cosa que al menos una persona en esta nave esté interesado en algo además de la destrucción. Esperad que volvamos a la Tierra y todos echen una mirada al extraterrestre. No habrá duda de quién va a ser el que se lleve las medallas entonces». Había tratado de compartir la gloria con los otros, pero si a ellos no les importaba demasiado ayudar a cuidarlo, entonces se podían ir a buscar sus propias mascotas.
Hablaba entre dientes consigo mismo de esta manera todo el camino de vuelta a los compartimentos que ellos habían dispuesto para las especies extraterrestres vivas. En su camino paró y agarró un cogedor y una escoba. Una aspiradora portátil sanitaria hubiera sido mucho más práctica y más eficiente, pero algunos locos psicometristas allí en la Tierra decidieron que un cogedor y una escoba eran una mejor elección, pues se sentirían menos solos con unos pocos instrumentos familiares a su alrededor, ya que el ejercicio extra sería de desear. Pinback deseó que el equipo psiquiatra estuviera aquí ahora, para que él pudiera romper el cogedor y la escoba en sus cráneos.
Sobre la puerta había una cruda señal que decía: ¡Cuidado! La advertencia tenía firme fundamento en anteriores acontecimientos, y abrió la puerta cuidadosamente.
Su particular animalito doméstico extraterrestre había crecido más, y era más aventurero según se fue aclimatando a la nave. La última vez que había ido a atenderle le esperó detrás de la puerta para lanzarse sobre él.
En una ocasión los luminantes se perdieron. Formas geométricas brillantemente matizadas de luz pura, la más extraña forma de vida que habían encontrado, los luminantes se habían dejado llevar a bordo dócilmente dentro de una jaula de lucita. Una vez en el espacio libre, se habían limitado a vagar fuera de sus jaulas como si éstas no hubieran estado allí —lo que para ellos era bastante verdad—. Luego siguió una agitada semana de persecución detrás de ellos por toda la nave, con paneles oscuros, linternas y cualquier cosa que ellos pensaban podían inducir a los luminantes a volver a sus jaulas.
Fue todo frenético e imposible. ¿Cómo se puede capturar algo que está hecho de luz pura? Fue Powell quien finalmente encontró la idea de usar espejos. Un complejo arreglo de espejos escondidos hacía su nueva jaula algo más decente. Aún podían escaparse siempre que quisieran —pero el arreglo interno de espejos hacía lo contrario—. Así se quedaban en su sitio dentro de la prisión de cristal.
Pinback entró en la habitación y miró rápidamente a su alrededor. Ninguna señal de la Pelota de Playa.
La habitación estaba vacía, a excepción de la gran jaula de cristal de los luminantes. Cuatro de los luminantes respondieron inmediatamente a su presencia. Lástima que no fueran inteligentes. Eran pacíficos, amistosos y extremadamente estúpidos.
Ahora, según cazaba la Pelota de Playa, las cuatro criaturas luminosas flotaban cerca de la pared de cristal de su jaula. Podían hacer unos buenos animalitos domésticos…, pero ¿cómo podía, algo que no se sabía de qué estaba hecho, ser un animal doméstico? Habría sido como tratar de ser afectuoso al rayo de luz de una linterna.
A Pinback no le gustaban.
—De acuerdo, ¿dónde estás? —se inclinó y buscó bajo las volcadas canastas y los vacíos estantes—. Vamos, pelota, deja de jugar. —Pelota de Playa era una descripción exacta, si no un nombre digno para aquel extraño ser. Boiler, típicamente, le había puesto el nombre, y a pesar de los mejores esfuerzos de Pinback en contra, la etiqueta estaba pegada.
Era mejor que llamarlo detrás de Pinback, que había sido la primera iniciativa del cabo. Al principio Pinback estuvo halagado. Luego, según la naturaleza del extraterrestre se hacía más obvia, él estaba considerablemente menos encantado.
—Vamos, deja de esconderte —los luminantes pululaban sobre el lado de la jaula más cercano a él, y movió sus brazos irritadamente hacia ellos.
—Adelante, golpearlo.
Se dispersaron a la parte de atrás de la jaula. Su propia extrañeza podía ser incluso tolerada si al menos hicieran un sonido, algo que indicase un ligero indicio de conciencia de que probablemente estaban allí.
—Vamos, vamos —dijo, y puso el cogedor y la escoba sobre un gigantesco cajón y empezó a chascar los dedos—. No tengo tiempo para esto. Vamos.
Hubo un repentino fulgor de rojo sucio enfrente de él, seguido de un golpe fuerte. Sorprendido. Pinback saltó hacia atrás. Luego reconoció la fuente del sonido. Se puso las manos en las caderas y miró abajo al extraterrestre airadamente, disimulando su nerviosismo.
—Y pensar que cuando te traje a bordo pensaba que eras bonito.
El extraño, como respuesta, tembló enigmáticamente.
Bien, a un hombre que había estado lejos de casa de toda otra compañía, salvo sus compañeros de tripulación, durante tantos años como Pinback había estado, el extraterrestre podía haber parecido bonito en su tiempo.
Era como la tercera parte del tamaño del cuerpo de un hombre adulto, perfectamente circular, y de color ligeramente rojizo. Grandes manchas amarillas, negras y verdes concéntricas moteaban el pulsante cuerpo. También ostentaba un juego de pies ligeramente palmípedos y con uñas. Eso era todo. No poseía nada que se pareciese a las manos, brazos, torso de múltiples partes, ni siquiera una cara.
Podía distinguir sonidos y la visión, aunque los órganos de estas funciones estaban bien escondidos bajo el bulboso cuerpo. Ocasionalmente hacía sonidos como un canario plañidero, y éstos estaban emparejados por profundos gemidos que sonaban sospechosamente como cuando Pinback tenía dolor de estómago.
El sargento se movió a un gabinete cercano a él y estaba revolviendo en su interior. Después de un rato salió con una inmensa col, algo parecido a una cabeza desgastada del mundo extraterrestre. Se les habían acabado los suministros de comida del mundo del extraño que se habían traído cuando le cogieron; su apetito demostró que era más grande de lo que Pinback había imaginado.
—De acuerdo, la sopa está en la mesa —le dio la col rebozada de mantequilla—. Vamos, no es hora de ponerse tan meticuloso. No tenemos más de lo otro. El extraño no hizo ningún movimiento.
—Aquí, cómelo —gritó Pinback, y golpeó el vegetal hacia el extraño. Estaba bastante harto de este animalito.
La col rebotó un par de veces y vino a parar enfrente de Pelota de Playa.
—Cómelo, maldito. Lo tomas o lo dejas. Es todo lo que tenemos.
El extraño pareció hacer una pausa, luego se inclinó hacia delante sobre la comida como si la estuviera inspeccionando con ojos invisibles. Las uñas golpearon el suelo, una imitación de un gesto que él había observado en Pinback. Si el extraño tenía o no inteligencia era cuestionable, aunque a veces realizaba acciones aparentemente inexplicables en cualquier otra forma. Pero que era imitativo, como un loro, era innegable. Ciertamente, no había desplegado nada que pudiera ser interpretado como un esfuerzo hacia una comunicación.
Eventualmente, los golpecitos pararon. Las uñas salieron, cogieron la col y la empujó de vuelta a Pinback. Tembló ruidosamente.
—¡Oh, sí! ¿Que se supone que tengo que hacer ahora? ¡Uf! ¿Prepararte una cena de gourmet de doce platos? No tengo ni idea de la clase de comida que te gusta. Estos viejos especímenes vegetales son los únicos no concentrados que tenemos a bordo, y no creo que te gustasen los concentrados: nosotros mismos no nos volvemos locos por ellos.
Pelota de Playa tiritó, tembló neciamente.
—¡Ah, venga! —dijo Pinback finalmente, disgustado, volviendo su espalda al extraño y recogiendo la escoba y el cogedor—. Muérete de hambre, a mí no me importa —y empezó a hablar consigo mismo otra vez—. Hacer todo el trabajo maldito extraterrestre no apreciado…
Moviendo poco a poco las poderosas y pequeñas patas, el extraño dio un salto y brincó sobre el gabinete a la derecha de Pinback, como si estuviera tratando de llamar la atención de éste. Si así era, falló. Pinback continuó barriendo, recogiendo los excrementos del extraño en el cogedor.
—Hago lo mejor que puedo para prepararte tus comidas, te limpio las cosas, y ¿lo aprecias? —rió con desprecio, limpió otra área sucia y la barrió.
El extraño hizo una pausa sobre su puesto sobre el gabinete y pareció considerar la situación. O bien tenía un plan definido en mente, o bien la forma doblada de Pinback era simplemente demasiado tentativa. Saltó.
Temblando violentamente, aterrizó, las uñas primero, de lleno sobre la espalda de Pinback. Pinback gritó y se enderezó, pero Pelota de Playa estaba colgado, arañándole y atacándole ferozmente.
—¡Eh, vamos! —gritó Pinback, dejando caer el cogedor y la escoba y tratando de golpear detrás de él—. Bájate, bájate de mi espalda, maldita sea —pero aunque el extraño era grande y de poco peso, era también de superficie suave y difícil de agarrar. Pinback no pudo.
—De acuerdo… de acuerdo, ahora —gritó—, ya está bien. Bájate. Ya está, ¿eh?
El extraño había cambiado su posición ligeramente sobre su espalda y ahora estaba en posición de agarrar los hombros de Pinback junto con su melena.
—Mi melena, deja de tirarme… ¡Ay! Vaciló, conocedor por primera vez, de que Pelota de Playa podía no estar jugando ahora. Aún con la cosa clavada a sus espaldas por las uñas, tropezó con una pared, se volvió y se tambaleó. El extraño se dio la vuelta y empezó a arañarle la cara.
Ahora frenético. Pinback se las apañó finalmente para poner una mano entre él y el extraño y deshacerse de él. Inmediatamente el ser cayó, rebotó en el suelo y huyó fuera por la puerta mientras temblaba neciamente en lo que podía haber sido interpretado como una demostración de placer.
—Maldito hijo de perra, desagradecido, estúpido tomate —finalmente, Pinback se quitó el pelo de la cara, luego se dirigió hacia la puerta y miró al pasillo.
Estaba sentado en mitad del pasillo, jadeando como una feliz marioneta, y a pesar de la ausencia de ojos obvios, sin duda le estaba mirando atentamente. Pinback suspiró.
—Bien, después de todo, la cosa sólo quería jugar. De acuerdo, la diversión es la diversión. Vuelve aquí —salió al pasillo y miró hacia él, haciendo chasquear los dedos—. Vamos, vamos.
Pero el extraño no se movió.
—Vamos, ahora… Buen muchacho… Buena Pelota de Playa… Así está bien —se le estaba acercando. Ahora se inclinó hacia él para darle un golpe de confianza, pero hizo una violenta arremetida contra él. A pesar de no tener una boca a la vista Pinback retiró las manos.
Sabía lo suficiente sobre extraterrestres para darse cuenta que podía tener otras, menos visibles pero no menos potentes, formas de defensa.
Esas poco atractivas manchas negras y amarillas, por ejemplo, ocasionalmente mostraban sospechosas señales de humedad en los bordes. Quizá el extraño podría segregar algo desagradable cuando se enfadaba. Podía hasta ser tóxico; y he aquí que lo habían estado albergando en todas estas semanas.
Pensándolo bien, nadie le había hecho ninguna prueba al extraño. Había parecido manso y tan amistoso al principio que no se les había ocurrido examinarlo. En cierta manera se arrepentía de ese pequeño descuido, porque ahora no sabía si Pelota de Playa estaba intimidándole o no.
Sus uñas eran otra proposición enteramente, naturalmente, aunque su piel estaba más irritada que rota.
Bien, no iba a dejar nada al azar. Sus temblores cuando se había abalanzado sobre él habían crecido como un sonido que se parecía más a un gruñido que a otra cosa.
Si sólo quería jugar, tendría que tratarlo algo más para poder tener control sobre la criatura. Quizá una sutil aproximación.
Pero debía hacerlo dentro de su traje de lanzamiento… Ah, ahí estaba el quid. Esto siempre había funcionado con el extraño ser anteriormente. Se inclinó cuidadosamente, empujó el objeto hacia Pelota de Playa y lo estrujó.
Era un pequeño ratón gris con orejas de color rosa y una gran nariz del mismo color. Hacía satisfactorios sonidos rechinantes. Éstos no le parecían a Pinback especialmente eruditos, pero quizá eran bastante cercanos a la forma de hablar de Pelota de Playa. Lo estrujó otra vez.
—Aquí, muchacho… ¿Quieres el ratón? Bonito ratoncito, precioso ratoncito… Ésta es una grandiosa tarea para un técnico. ¿Quieres tu ratón? Aquí, muchacho.
Pelota de Playa no parecía inclinado a moverse, pero el violento pulsar parecía decrecer. Pinback arrojó el juguete de goma justo enfrente del extraño. Otra vez las uñas golpearon el suelo en imitación —¿era imitación?— de Pinback.
Tomando una decisión pelotaniana de playa, el extraño dio un pequeño brinco hacia delante y cubrió el ratón. Ningún sonido de golpeteo apareció —sonidos de masticar y tragar—. Pinback los interpretó correctamente. El extraño se estaba comiendo el ratón.
—¡Idiota! —gritó, y se agachó para recoger los restos del ratón.
Pelota de Playa arremetió hacia delante de nuevo y esta vez hizo contacto con la desnuda mano de Pinback. Hubo una sensación de chamusqueo, como si hubiera pasado la mano por una llama baja, y el extraño casi le silbó. Pinback se estremeció, manteniendo la mano y chupando el miembro herido tratando de quitarse el dolor —una acción puramente reflexiva, no demasiado brillante de su parte—. Afortunadamente, la sustancia ya había penetrado en la piel y por tanto no pasó a la lengua.
Eso en cuanto a sutileza y psicología. Ahora era el momento de abandonar esas incursiones freudianas.
Desapareció dentro de la habitación del extraño y salió momentos más tarde levantando en alto la escoba en una mano. Hubiera sido mucho más fácil con la ayuda de alguien meter a Pelota de Playa en el redil, pero Boiler se hubiera reído y dudaba que el oh-superior Doolittle se hubiera siquiera molestado.
No importaba. Él podía manejar al extraño por sí mismo. Demostraría a los otros que sí podía hacerlo. Volviéndose hacia el pasillo, se preparó para darle un justo aviso…, y paró.
El extraño había desaparecido.
¿Quería todavía jugar? ¡De acuerdo! Empezó a subir por el pasillo, mirando hacia atrás a cada segundo. Tenía que estar alerta, pues el extraño era un tramposo. No inteligente, pero sí tramposo. Había una definida astucia animal en Pelota de Playa. Le recordaba a Boiler.
Disminuyó el paso cuando se acercaba a la esquina del pasillo, se aproximó cuidadosamente a él y miró rápidamente al torcer la esquina. No…, algo le cogió por los tobillos y gritó. Pero esta vez, el extraño cometió un error. Mientras estaba bien cogido con ambos pies por las uñas, su sistema muscular era débil y no podía hacer mucha fuerza sobre sus patas. Desde luego no demasiado para hacer caer a Pinback.
El sargento se dobló por la cintura y golpeó fuertemente con la escoba, cogiendo al extraño de lleno, que tembló y se soltó, corriendo por el pasillo, atrás, atrás. Pinback siguió, continuó golpeando al extraño. Le había hecho retroceder hasta la mitad de camino de la habitación del extraño cuando éste, aparentemente, decidió que ya había recibido bastante.
Escogiendo dar el brinco a mitad del balanceo, agarró el mango de la escoba justo por la base de la paja de plástico y dio un tirón, quitándoselo a Pinback. Ahora, usando sus medio habilidades de volar, mostró sus imaginativas tendencias una vez más al pegar violentamente a Pinback, forzándole a bajar por el pasillo.
—No. no… Tú, idiota… ¡Ou!, ¡ouch!
Algo le cogió por el pie y le hizo caer, y la escoba cayó violentamente sobre su cuello.
—¡No, no! —Pinback continuó pegando a ciegas durante un par de segundos hasta que repentinamente se dio cuenta de que la escoba ya no estaba en moción beligerante. La agarró, miró arriba y vio al extraño desaparecer por el final del pasillo.
Se estaba moviendo de vuelta hacia el área de servicio de motores, la parte superior.
No era que él estuviera preocupado por algo tan teatral como un extraño repentinamente sapiente tomando el mando de la nave, pero si el travieso monstruo se enredaba en cualquier delicada maquinaria…
Naturalmente, cualquier cosa que pudiera ser fácilmente dañada debería estar bien protegida. Pero considerando el lapso de mantenimiento en la nave en estos últimos meses, no se podía decir que paneles de protección o cubiertas no estuvieran fuera de lugar. No se podía decir lo que Boiler podía haber hecho además de la plancha de la unidad calefactora. Cuanto antes el extraño estuviera en su lugar, mejor.
Dejó la escoba y empezó a bajar por el pasillo detrás del bullicioso extraño. Un compartimiento abierto después de otro, sin resultado. Estaba a punto de volver atrás cuando oyó un golpeteo desde uno de los compartimentos de servicio. Entró lentamente.
El temblor parecía venir justo de detrás de la puerta que conducía a la cámara interior de servicio. Puso una mano sobre el picaporte, preguntándose al mismo tiempo si la criatura habría tenido suficiente sentido o curiosidad para cerrar la puerta detrás de él y abrirla de par en par.
Nada se veía en el interior, a excepción de un embrollo de vieja maquinaria, ligeramente iluminada por las luces de servicio. Cazando por la habitación, escoba en mano, siguió el ligero graznido. El sonido se sentía lejos de él otra vez y la oscuridad aumentaba. No había ninguna razón para visitar esta parte de la nave.
La sección a la que él se dirigía era totalmente automática y no encontraría mucho iluminándola. Tenía que traer su linterna.
Hubo un poderoso destello en una de las cajas de servicio. Produjo un satisfactorio rayo de luz. Apuntándolo hacia delante y barriendo por todos los más recónditos rincones, se movió más adentro en la poco visitada sección de servicio de la nave.
Absolutamente, esto era una locura. Nunca había supuesto que hubiese más de dos hombres a la vez, en esta sección del Dark Star. Había demasiadas cosas que necesitaban más de un par de manos para ser reparadas, y un número de cosas que saltarían en el momento menos esperado. Pero Pinback había olvidado la mayor parte de esas cosas. «Con los años —pensó— sólo te acuerdas de las partes de la nave con las que has tenido problemas».
También, un número de raíles de elevadores y de la ventilación corrían ahora con un extraño ángulo de inclinación. Pero no había peligro alguno de tropezar con uno de ésos, no con la luz. En la actualidad, no había ninguna razón de ser para que él estuviera tan dentro del compartimiento de servicio a solas. Estaba estrictamente prohibido. Pero no podía decirle a Doolittle lo que había pasado, ahora no. Y tampoco se atrevía a decírselo a Boiler.
No, Doolittle le habría dado otra de sus súperdespreciativas sonrisas. Y Boiler se reiría, o peor aún, se carcajearía. Pero se lo podía decir a Talby, y así alguien sabría dónde se encontraba.
Dudó, Talby podía entender, pero seguramente no haría nada para ayudarle. Así que, ¿para qué molestarse? Pinback siguió moviéndose. El loco de Talby. Al menos él era inofensivo. No como Boiler, quien…
Hubo un sonido de temblor a su derecha y deslizó el rayo de luz rápidamente en esa dirección. La brillante y ligeramente rojiza epidermis de Pelota de Playa brilló.
Estaba sentado en un pequeño y cuadrado vano de la puerta. Pinback no lo reconoció al instante, pero cuando lo hizo casi se le cortó la respiración. El extraño estaba sentado en la entrada de emergencia de este nivel al conducto principal del elevador de servicio.
Quizá le fuera posible forzarle a entrar en la habitación. Lo pinchó con la escoba, pero era imposible hacer llegar el final de la estaca detrás del extraño. De repente se movió hacia atrás dentro del conducto. Pinback se puso a gatas y se arrastró hacia adelante rápidamente. Había una oportunidad de que pudiera alcanzarle con la estaca antes de que se cayese aún más lejos.
Sujetando la linterna enfrente de él, echó una rápida mirada a Pelota de Playa según se perdía de vista por la escotilla abierta al otro lado del conducto.
Se sentó, suspiró. Ahora sí tenía problemas de verdad.
El extraño ser estaba perdido en una de las partes más sensibles y menos visitada de la nave. Podía vagar por allí, enredando quién sabe qué, al menos que fuese capturado inmediatamente.
Pero Pinback no podía en modo alguno atravesar por el conducto. Si al menos pudiera traer el elevador abajo sería más fácil cruzar sobre la parte superior y deslizarse por la escotilla de emergencia que el extraño acababa de abandonar.
Pero el elevador estaba cerrado y sólo podía ser activado si se les notificaba a aquellos que estaban en el puente de que estaba en uso. Si se deslizaba allí y él mismo lo accionaba. Doolittle o Boiler estarían quizá de servicio, y si veían el elevador conectado querrían saber lo que Pinback estaba haciendo en una sección en la que él se suponía no debía estar visitando.
Si recordaba correctamente, el uso del elevador aún accionaría una luz señal en las secciones vivienda. Sólo cuando trabajaba automáticamente la señal era silenciosa, pero ningún sonido salía del conducto ahora.
No pensó en que podía inventarse una excusa que engañara a Doolittle. Tendría que acabar confesando que había dejado escapar al extraño, y entonces los problemas serían terribles. Doolittle no confiaría en él en absoluto y Boiler no pararía nunca de reírse burlonamente.
De acuerdo, no usaría el elevador. Conseguiría traer al extraño de vuelta sin que nadie lo supiera, y sin la ayuda de nadie. Metió la cabeza dentro del conducto y miró a través de él, luego abajo. Sería más fácil si no tuviera miedo de las alturas, pues podía flotar en un traje espacial, pero se mareaba en lo alto de una escalera de mano.
No era que estuviese muy lejos del fondo del conducto, pues el Dark Star no era tan grande. Si resbalaba y caía mientras trataba de cruzar él solo, se podría romper un brazo o ambas piernas. Además de ser doloroso, podría ser peor que pedir ayuda a Doolittle o Boiler; pero iba a cruzar.
¿Con qué? No había nada como una escalera de emergencia para bajar por el conducto. El elevador estaba equipado con muchos error-seguro; no había necesidad de una escalera, y no tenía otra forma de llegar a la parte posterior de la nave, a excepción de este conducto.
Había sido diseñado de esta manera, por la rara posibilidad de que cualquier miembro de la tripulación se volviese loco y tratase de pegarse una patada a sí mismo fuera del cierre de emergencia, o enredarse con la vital instrumentación de comunicaciones y apoyo de vida; tendría que usar el elevador, por tanto, activando estos indicadores en el puente y secciones vivienda que ahora enloquecían a Pinback.
Nadie podía usar el elevador sin que otro miembro de la tripulación lo supiera, pero Pinback, de alguna manera los engañaría.
Retrocediendo en la cámara de servicio, rebuscó con la linterna. Eventualmente encontró un bote pesado de metal, que seguro que el nervudo pero ligero extraño no sería capaz de mover. Lo dejó rodar hasta que cerró la escotilla. Se apresuró a regresar al salón de artes manuales; estaba vacío. El órgano de madera y jarras de Doolittle estaba solo, silencioso, detrás de una ligera partición. El torno de cerámica, los trabajos de cristal, las secciones de grado y macramé, los visores educacionales de películas; todos estaban desiertos. Eso quería decir que Doolittle y Boiler estaban en la sala de control o, más probablemente, relajándose en los departamentos viviendas. Bueno, a Pinback no le importaba si estaban tomando tratamiento de lámpara solar o un baño, siempre que estuvieran fuera de su camino.
Una corta inspección y encontró lo que estaba buscando, un buen tablero sólido y largo, diseñado para escultura y terapéuticos trabajos en madera, ahora para ser puesto en un práctico uso. Se apresuró con él pasillo abajo.
El bote estaba todavía en su sitio, sin señal de que el extraño ser se hubiera cansado de forzarlo, esto significaba que estaba aún al otro lado.
Sudando, Pinback puso el bote a un lado y miró a través del conducto del elevador. No había aún señal del extraño, tampoco en el oscuro y no iluminado fondo, ni en las alturas.
Cuidadosamente, trabajando con tan poco ruido como era posible, puso el tablero por la abertura ya abierta. Su única preocupación era que no fuera lo suficientemente largo, pero salvaba el golfo suficientemente.
Habría estado bien que el tablero hubiera tenido más de una docena de centímetros, pues éste no era un puente muy seguro; pero tenía que servir. Y era mucho mejor que un cable, que por un momento pensó tendría que usar.
Bien, no quedaba más que trepar y arrastrarse. Nada más. Su pulso era galopante.
Vamos: ahora, Pinback, sólo es un par de metros. Habrás cruzado antes de que te des cuenta.
Cambiando la linterna a su mano izquierda puso ambas manos fuera del tablero, sobre la oscuridad, y presionó hacia abajo ligeramente un par de veces. El tablero cedió ligeramente. Parecía bastante sólido.
Moviéndose lentamente, muy lentamente, se arrastró un centímetro cada vez hasta que todo su peso estaba sobre el tablero. Paró, se movió de un lugar u otro mientras descansaba sobre la madera. Otra vez cedió ligeramente; pero no había sonidos amenazantes y el tablero no se curvaba bajo él.
Iba a ir todo bien.
Poniendo ambas manos enfrente de él, puso sus rodillas bajo su cintura. Manos, rodillas, manos, rodillas —y entonces se fue aproximando más al lejano borde—. Estaba más aliviado ahora de lo que le importaba saber dónde estaba finalmente a través de la escotilla del lado opuesto.
De pie en el pasillo, vio luces a lo lejos. Las únicas que estarían brillando aquí serían las de la región del cierre aéreo de emergencia, y luego solamente si el cierre aéreo interior había sido activado.
Probablemente el loco Pelota de Playa había saltado sobre el contacto que activaba el mecanismo de la puerta. Otro par de pasos lo confirmaron. La puerta estaba abierta de par en par y el interior del compartimiento iluminado por la luz.
Un súbito pensamiento le hizo pararse un instante. No había ninguna duda de que el extraño estaba atrapado en el interior. Se había retirado al absoluto final de la nave. Pero Pinback olvidó la escoba. Bien, no iba a cruzar otra vez ese abismo por un bastón de madera. La linterna serviría como pincho. Considerando su estado presente de mente, sospechó que sus desnudas manos serían de igual valor para la tarea.
Disminuyó la velocidad según se acercaba a la puerta abierta, se movió directamente a la abertura y saltó dentro, sosteniendo la linterna enfrente de él y tratando de escudriñar todas las direcciones a la vez. Un temblor y gruñido familiar le saludaron. El extraño estaba allí, bastante seguro, aferrándose con esas en apariencia uñas adhesivas a la pared más lejana. La mirada de Pinback se fijó en otro contacto más cercano, el que haría volar los pernos de los explosivos en la cubierta de emergencia y mandaría a todos los que estuvieran dentro de la cerradura volante al espacio libre.
Hasta ahora Pelota de Playa no había hecho ningún movimiento hacia allí, pero si repentinamente se le metía en la cabeza —o donde quiera que su mecanismo pensante estuviera localizado— volar sobre el mando, aun su ligero peso podría ser suficiente para hacer estallar el aparato. Trató entonces de acercarse a él.
—Vamos, sal de aquí —murmuró amenazadoramente, dividiendo su mirada entre el extraño y el mecanismo de cierre. Hizo movimientos hacia el extraño con el borde romo de la linterna. Poco impresionada, la criatura no se movió.
—¡Fuera! —gritó Pinback. A su alarido, el extraño saltó, no al preocupante contacto, sino contra Pinback, que debería haber estado preparado, pero no lo estuvo.
Esta vez no trató de hundir las uñas en él. En su lugar, hizo una especie de medio golpe al pasar. Eso fue más que suficiente para distraer a Pinback. Luego voló fuera de la puerta, de vuelta al mismo camino que los dos habían recorrido.
Quizá ahora fuese el momento de pedir ayuda. Después de todo, el monstruo había hecho dos reconocidos movimientos antagónicos hacia él. Ahora podía ser clasificado definitivamente hostil, a pesar de su temprano y extremoso informe «¡No! ¿Qué clase de cobarde eres, Pinback? ¿De qué tienes miedo…, de un poco de saliva corrosiva de ser extraño?» —pensó.
—¡Vuelve aquí, tú! —gritó decididamente, apresurándolo a propósito.
En ese instante estaba algo distanciado, pero no lo suficiente. Al llegar a la escotilla que conducía al conducto, se dobló rápidamente, miró al interior y vio el tablero desaparecer por el negro abismo, entre un par de pies atareados y llenos de uñas.
—¡No!… ¡Oh, no!…
Pelota de Playa estaba imitándole otra vez.