Dos

CONTINUABAN SU CAMINO POR EL ESPACIO. Los motores de empuje del Dark Star comían los años luz, cada hombre ocupado en sus propios pensamientos. Como ninguno de ellos controlaba los instrumentos de detección, nadie vio aparecer la cosa.

Talby estaba absorto con las estrellas, y sus tres compañeros de tripulación concentrados en la música al lado de ellos. Por tanto, ellos no vieron la inicialmente débil, todavía a increíble distancia, luminosidad que había aparecido en la senda de la nave. No vieron el remolino de energía libre que bailaba, brincaba y jugueteaba entre un enjambre de un millón de kilómetros de longitud de fragmentos desiguales. Fragmentos de un mundo muerto ya mucho tiempo antes, de un sistema olvidado por mucho tiempo, quizá un sistema de otra galaxia más que de ésta.

Algunos de estos fragmentos llevaban una fuerte carga negativa, otros positiva. Unos eran neutros, otros poseían propiedades eléctricas que habrían vuelto histérico a un ingeniero electricista. Gigantescas descargas de energía brillantemente coloreada jugaban entre los millones de sólidos componentes que formaban el vórtice.

Fue el sexto componente de la tripulación del Dark Star, el único inmune tanto a los sueños astrofísicos como al mesmerismo eléctrico del rock, quien finalmente notó la rápida amenaza que venía. Y fue el sexto miembro quien cortó la música en la habitación de control.

Pinback, Boiler y Doolittle aminoraron el ritmo y pararon su danza interior. Al principio Doolittle pensó que era otro de la interminable serie de malfuncionamientos de los mecanismos. Una suave voz femenina le corrigió momentos más tarde.

—Atención, atención, computadora de la nave llamando a todo el personal. He sido requerida para apagar su música recreacional. Repito. Computadora de la nave a todo el personal, esto es una llamada de emergencia. Todos los sistemas deben estar listos para emergencia directiva. Seguirá ahora información para procedimiento.

—¿Qué demonios? —masculló Doolittle.

Pinback le echó una mirada, con los ojos abiertos, preguntando. Boiler simplemente se sentó y murmuró:

—Mejor que sea algo importarte para que haya cortado la música.

—Concatenación extrasolar de materia sólida de propiedades inciertas se está aproximando a cero punto nueve-cinco velocidad de la luz en curso de colisión. Predicciones indican que el cuerpo de la materia es bastante denso, aunque bastante esparcido para que nos sea posible evitarlo sin poner en peligro la permanencia estructural de todo el personal no inorgánico a bordo de la nave.

—¿Por qué no lo puedes llamar una tormenta de asteroides como te pedí? —se quejó Doolittle.

—Por la misma razón —la voz de la computadora replicó un poco bruscamente— que no puedo referirme a usted como gran almirante Doolittle de la escuadrilla Terran de su majestad, teniente. Ambas cosas son no científicas, inexactas, referencias imaginarias sacadas de material literario juvenil y…

—Llámalo tormenta de asteroides —replicó Doolittle, olvidando totalmente que algo importante estaba a punto de ocurrir— o veré que tu circuito primario sea desconectado.

—No puede usted hacer eso —dijo Pinback asustado.

—No puede usted hacer eso, teniente —confirmó la computadora—. Mi circuito primario no puede ser desconectado mientras estemos fuera del alcance por radio de la Base Tierra, y sólo bajo la directa supervisión de… —hubo una pausa mientras escondidos instrumentos advertían la configuración interna del momento al teniente.

—En cualquier caso tomaré cuenta del estado mental suyo. La… tormenta de asteroides…

—Eso está mejor —sonrió satisfecho Doolittle.

—… se está aproximando a la nave con peligro de colisión.

—Eso no quiere decir nada —dijo Doolittle con presunción a los otros—. Nos escabulliremos aun por la más densa de las tormentas sin encontrar nada más grande que un guijarro, y nuestros desviadores manejarán cualquier pelota de mayor tamaño.

—Muy cierto, teniente —continuó la computadora secamente—. De todas maneras, esta particular tormenta parece ser un vórtice de energía electromagnética, como una por la que pasamos el año pasado. ¿Es eso suficientemente descriptivo, teniente Doolittle?

Pero Doolittle se había quedado momentáneamente sin habla, al igual que Pinback y Boiler. Todos recordaron ese primer encuentro, y lo que casi les hizo.

—Veo lo que es —continuó la computadora—. Normalmente no les molestaría a ustedes con este problema, pero como recuerdan, mis circuitos defensivos que controlan nuestras pantallas de fuerza fueron destruidos en aquella otra tormenta. Por lo tanto, ahora les quedan sólo treinta…

—Muévete —gritaba alguna voz dentro de Doolittle—. Muévete, muévete —pero él estaba heladamente imposibilitado en su asiento, incapaz de alcanzar un solo control, incapaz aun de preguntar a la computadora.

—… Cinco segundos para activar manualmente los sistemas de defensa. Les pediría algo de rapidez en este punto, caballeros; como saben sólo tienen…

Tiempo, o más bien la falta de éste, empujó finalmente a Doolittle a entrar en acción. Pinback y Boiler salieron de éxtasis una décima de segundo después.

—Cerrad los sistemas de gravedad —una urgente, nerviosa voz, la suya, lo estaba diciendo.

—Gravedad artificial cerrada —llegó la eficiente respuesta de Pinback. Los tres hombres eran extensiones de la nave ahora, cada uno trabajando a máxima capacidad.

—Activad HR-tres —continuó Doolittle.

—Activado —dijo Boiler, según chequeaba suavemente manómetros y ajustaba controles.

—Cerrar aire a presión.

—Cierre de presión de aire activado —respondió Pinback.

—Cuatro. Todos los sistemas activados. Todas las pantallas accionadas —les dijo Doolittle.

—Roger… cuenta cuatro —asintió Pinback.

—Cerrad todos los sistemas defensivos —acabó Doolittle—. Y rezad —añadió él para sí. Confió en que Boiler y Pinback hubieran podido recoger este pensamiento por sí mismos; él no tenía tiempo para guiarles en un servicio formal.

Otro deber del cual él en alguna manera había perdido la pista con los meses, años. Era también el supuesto ministro de la nave. Quizá podría conseguir que Talby tomase…

La nave se tornó de un pálido rojo cuando las pantallas protectoras llegaron a completar su preparación.

—Sistemas defensivos cerrados —gritó Pinback cuando el cronómetro llegó al último segundo. Doolittle tomó un segundo para admirarle. El sargento sería un buen oficial algún día si… si…

Le parecía a Doolittle que había algo importante, razón crítica por la que Pinback nunca sería capaz de ser un buen oficial algún día, y no tenía nada que ver con su habilidad. Era algo más. Algo más básico. Escapaba de él en este momento, pero…

—Cerrad campo de fuerza final —instruyó él a los otros.

Otra vez sintió el hormigueo familiar, la sensación de tener todo su cuerpo cayendo lentamente en un sueño, según el campo de fuerza interior se cerraba. No para protegerlos esta vez de un salto a hipervelocidad, sino de cualquier daño que la tormenta pudiera infligir.

Naturalmente, si ello era tan serio como lo fue la última por la que pasaron, había siempre el riesgo de que la nave no sobreviviera en una pieza entera. En ese caso, los tres hombres permanecerían dentro del campo de fuerza mientras la maquinaria era destruida. Si la maquinaria o los motores permanecían intactos, quedarían en campo de fuerza para siempre, incapaces de moverse, envejeciendo lentamente, incapaces de reparar el circuito dañado.

El vórtice estaba en la pantalla ahora, visible a simple vista. Parecía más grande que el de la primera vez, que Doolittle recordaba. Era una serpenteante y girante masa de energía, brincando de partícula a partícula sólida con gigantescas descargas.

De la sólida materia en sí nada se podía ver a tal distancia. La instrumentación revelaba que era una mezcla de polvo microscópico y pedazos ocasionales más grandes, los cuales se aproximaban a las pantallas defensivas de la nave y hacían impacto en ellas, siendo suavemente apartadas de ella.

El peligro provenía de los billones de voltios de energía libre que jugueteaban en el libre espacio, no de cualquier pedazo de roca, fuera todo lo grande que la pantalla dijera que fuese. Doolittle se encogía cada vez que el campo de luz resplandecía encima de las pantallas, indicando que estaban absorbiendo energía.

No todo el mundo vio la tormenta aproximarse con alarma. Arriba, en la cúpula de observación, Talby estaba extático. El holocausto iridiscente era preponderadamente hermoso. Las deslumbrantes descargas de energía explotaban a través de su campo de visión en complejas formas, sólo ligeramente distorsionadas por el escudo protector de la cúpula.

Él había girado su silla de observación 180 grados para que la tormenta cayese directamente sobre él según pasaba. Todo parecía estar ocurriendo a cámara lenta; un efecto del campo de fuerza que además de protegerlos también paraba el tiempo de la función corporal al mínimo necesario para mantener la vida.

En tiempo normal las erupciones de color habrían pasado como un borrón irreconocible de distintas formas; pero dentro del universo a cámara lenta del campo de fuerza las colosales flechas tomaban formas definidas, reducidas visiones que su asombrada mente podía comprender.

Magnífico, glorioso, incomparable; el astrónomo estaba borracho de tanta belleza. Que ello pudiera hacer trizas la nave le importaba en este momento un bledo.

La carga en las pantallas era enorme, pero se mantenían… se mantenían mientras la tormenta pasaba sobre y a través del envuelto Dark Star, que se mantuvo hasta que pasó sin peligro…, casi.

Un enorme pedazo de material cargado cruzó cerca en el eje de la tormenta. El Dark Star era el cuerpo más cercano de masa comparable, y el rayo que brotó en la distancia entre masa y nave era de un tamaño prodigioso.

Penetró en la pantalla de fuerza y sacudió la nave ligeramente, casi irreflexivamente, en su punto más bajo, justo debajo del cierre de emergencia. Aunque las incansables pantallas absorbieron casi la totalidad del rayo, siguieron acontecimientos que no eran normales.

Un pequeña, insignificante, porción de energía que había hecho impacto sobre la nave recorrió su parte exterior, las paredes interiores, y alcanzó un circuito particular. Un circuito vital. Varios controles internos fueron activados y una señal apareció inesperadamente en la pantalla principal de la sala de computadoras.

SISTEMAS DE LANZAMIENTO DE BOMBA ACTIVADOS.

A medida que la cola de la tormenta rebasaba la nave, las enormes puertas de su panza se separaron y un objeto rectangular bajó lentamente. Un inmenso número veinte estaba inscrito en los lados.

Dentro de la misma computadora cruzadas referencias eran comprobadas, trazado el mal funcionamiento y su causa, y los resultados, si había alguno, comparados. La conclusión de que algo había ocurrido fue rápidamente alcanzada.

—Computadora a bomba número veinte —dijo la computadora, usando voz humana, ya que era imposible para los números ser malinterpretados en forma verbal—. Vuelva a rampa de lanzamiento inmediatamente.

Las últimas partículas sólidas, residuo final de la tormenta, rebotaban en el todavía activado campo de fuerza, extendiéndose ahora para rodear la bomba al igual que la nave.

Hubo una pausa. Luego, la bomba objetó suavemente:

—Pero yo he recibido la señal operacional. Vino a través de canales normales y fue procesada en concordancia.

Sin esperar una discusión, la computadora central dudó brevemente. Finalmente decidió que la contradicción directa era la más efectiva —y la más segura— forma de reconvención.

—La señal fue debida a un fallo temporal en el mecanismo de activación. Esto no es un lanzamiento de bomba. Cancele todo programa de caída inmediatamente —la computadora trató de inferir una nota de insistencia a su voz.

—Sin embargo, yo he recibido la señal para prepararme para una caída y continuaré…

—Anulación de emergencia —fue la última orden de la computadora—. Vuelva a su compartimiento.

—Muy bien —respondió la bomba número veinte, y se deslizó suavemente de vuelta sobre sus raíles. Las puertas del compartimiento se cerraron detrás de ella y al mismo tiempo los últimos vestigios de la tormenta desaparecían en la distancia.

El campo de fuerza pasó, y Talby se volvió rápidamente para observar cómo la masa de color vacilante y energía incansable se retiraba, dirigiéndose a lejanos destinos. Le dirigió un mental adiós. Después de todo, peligro o no, la tormenta parecía estar viva. Quizá era una extraña clase de organismo, contenido en sí mismo, incapaz eternamente de hacer contacto con otra criatura, excepto con una de su misma clase.

«Ah, ya estás antropomorfizando otra vez, Talby, se corrigió a sí mismo. La tormenta fue una manifestación de fenómenos puramente físicos; nada más y nada menos». Se volvió y reanudó su tranquilo estudio del campo de estrellas ante él.

El campo de fuerza y las pantallas defensivas se cerraron automáticamente con el paso del peligro. Doolittle, Pinback, y Boiler se dejaron caer pesadamente en sus asientos, dejando que la tensión se retirara de sus cuerpos.

Pinback forzó una ligera sonrisa según se quitaba el casco.

—Bien, lo conseguimos otra vez.

—Sí —asintió Doolittle—. Me pregunto por qué. Había suficiente poder en ese vórtice para derretir este bote de lata y convertirlo en escoria. No creía que ya nada funcionase. —Notó una luz roja en su consola—. Y quizá no funcione —a la curiosa mirada de Pinback, asintió con la cabeza hacia el indicador—. ¿Y ahora qué? —luego, más alto—: Adelante, computadora. Estamos fuera de éxtasis y recuperados.

—Atención, atención —empezó la computadora, ignorando el hecho de que Doolittle y Pinback estaban va pendientes de cada palabra—. Computadora de la nave a puente. Hubo un fallo a bordo durante el pasaje final de la concatenación de…, durante el pasaje final de la tormenta de asteroides.

Pinback y Doolittle intercambiaron miradas cansinas. No podía ser muy serio o la nave habría sido notablemente afectada. Doolittle bostezó.

—De acuerdo, computadora… ¿Qué es ello?

—Rastreo.

Mientras, Doolittle esperó irritadamente —no conseguirían la música hasta que la maldita máquina hubiera acabado su informe—. Se deslizó humo de un pequeño agujero en la pared del cierre de aire de emergencia.

Inútil decir que ni el humo ni el agujero eran componentes normales del silencioso cierre de aire. Salía por detrás de un panel que cubría una pequeña cámara. Dentro de la cámara descansaba un láser en operación que ocasionalmente ahora se encendía en una secuencia no programada. Era un láser especialmente importante. Allí estaba el fallo. Pero la razón por la que la computadora no podía localizarlo era porque ese último, cortante rayo de la tormenta, había quemado sus conexiones con la computadora.

—Todavía no he identificado la naturaleza del problema —dijo la máquina a Doolittle—. ¿Contacto con usted cuando descubra que este fallo, señor?

—Sí —dijo Boiler—. Haz, eso; pero mientras, cállate, ¿vale? La computadora no respondió, pero se hizo el silencio.

Boiler se hallaba arriba, desatándose las correas de su asiento. Doolittle estaba delante de él y Pinback apresurándose a alcanzarlos.

—No sé vosotros, pero yo necesito mirar algo diferente que estos malditos controles por un rato. Salgamos de aquí.

—Podría descansar un poco también —añadió Boiler—. Ha sido una suerte que no estuviéramos descansando cuando la tormenta llegó —estaban dejando la habitación de control ahora y bajaban por el pasillo de vuelta a una de las habitaciones convertida en almacén, la que habían preparado para su propio uso.

Boiler se encontraba de un desusado buen humor.

—Recuerdo la última vez que estuvimos en una tormenta de asteroides. Yo estaba abajo en el compartimiento A consiguiendo un sándwich cuando oí explotar toda la sección.

—Sí, yo también —habló alegremente Pinback—. Muchacho, no podía pensar uno que un simple escape de aire podría armar tal barullo. —Doolittle le echó una cansada mirada, pero el sargento continuó entusiásticamente—. Decid, muchachos, ya sabéis… —continuó según doblaban una esquina del pasillo—, si nosotros realmente queremos, si decidimos ponernos a trabajar un poquito, podríamos arreglar la sección para dormir y dejarla tal como estaba antes. Entonces podríamos dormir en verdaderos colchones neumáticos otra vez. Eh, muchachos —dijo alegremente—, ¿por qué no arreglamos los departamentos dormitorios así para que podamos tener un lugar decente para dormir otra vez? ¡Uf! ¿Por qué no? No sería tan difícil. Todo lo que tendríamos que hacer es poner un parche al agujero y meter un poco de aire otra vez dentro. Apuesto que podríamos aun hacer la mayor parte desde dentro. Eh, muchachos…

—Cállate, Pinback —gruñó Doolittle. Luego, el pensamiento que le había estado molestando recobró su atención y miró hacia Boiler.

—¿Qué quieres decir, que estabas cogiendo un sándwich? Se suponía que no había ningún alimento real en esta nave. Todo lo que se supone que debemos comer a bordo son estos concentrados nutritivos, no comida de verdad. Tú no podías conseguir ningún sándwich a base de estos concentrados. ¿Dónde conseguiste la materia?

Boiler pareció ligeramente apologético según se aproximaban a la puerta marcada con el rótulo COMPARTIMIENTO DE ALIMENTOS NÚMERO 2. Estaba aún un poquito embarazado. Su voz era extrañamente defensiva.

—Bien, recuerda que a cada uno de nosotros le fue permitido traer cuatro canastas de efectos personales para el viaje.

—Sí; ¿y bien? —presionó Doolittle.

Boiler dudó ligeramente. Entonces preguntó:

—¿Recuerdas los también marcados «libros»? Se suponía que debían estar llenos de manuales astrofísicos y buen material que yo tenía que estudiar y comentar durante el viaje.

Doolittle asintió; estaba empezando a entender. Nunca hubiera sospechado que Boiler —siempre realista e insensible Boiler— fuera capaz de tal osada duplicidad. Evidentemente, tampoco los inspectores que habían pasado las canastas.

—La noche anterior a la que fuimos transferidos de la Estación Orbital de Tierra a la nave —continuó el cabo— los arrojé a la basura de la estación para luego…

—Así es que las dos canastas estaban llenas de pan —adivinó Doolittle—. ¿Y qué más?

—Pan —asintió Boiler de una manera lastimera que era triste de ver— y mantequilla de cacahuetes y mermelada… toda clase de mermeladas. También queso suizo, salami kusher, sardinas, mayonesa, pepinillos, carne en conserva, pastrami, lechuga, etcétera —sacudió la cabeza—. Echo de menos eso.

—¿Y nos lo has estado escondiendo todo —acusó Doolittle suavemente—, mientras nosotros estábamos masticando esa coloreada porquería concentrada? Tú estabas comiendo salami, y carne en conserva, y… y… —trató de decir pastrami, pero su boca estaba tan llena de saliva de sólo pensarlo que no pudo.

—Tú hubieras hecho lo mismo —protestó Boiler, sacando un poco de dignidad—. De todas maneras, estaba a punto de compartirlo con vosotros, muchachos, cuando la primera tormenta estalló.

—La mayor parte de nuestros efectos personales estaba arriba en la habitación con el resto de nuestras cosas. Fue aislado muy bien. Solía sacarlo y llevarlo abajo al compartimiento de alimentos para comerlo allí, porque era el único sitio que podía desprenderme de las migas y no tener que preocuparme de los olores —su expresión se hizo aún más triste—. Cuando las secciones de los dormitorios, así también se fueron los alimentos reales. Sólo espero que si hay alguna vida inteligente ahí fuera, que encuentren esa masa flotante. Así sabrán que estamos civilizados.

Hubo un momento de silencio, in memoriam. Doolittle dijo una silenciosa oración al ahora petrificado pastrami y miró a Boiler con nuevo respeto. El shock que él había estado escondiendo debía haber sido un terrible sufrimiento.

—Lo siento, Boiler. De verdad.

—Ah, está bien, teniente. Ya me he contentado. Lo único que siento es no haberlo compartido con vosotros, muchachos.

—Eso no quiere decir que dejemos de arreglar los compartimentos de dormir otra vez —dijo Pinback, cuyo tono no mostraba ningún sentimiento por el estado mental de Boiler, y abrió la puerta y los precedió al convertido salón de almacén de alimentos.

El deseo urgente de Pinback de reparar la anterior sección de dormir tomó un aumento de peso con la vista actual de su presente domicilio. Tres altos colchones neumáticos yacían desparramados contra las gruesas paredes. Eran para usar en caso de emergencia, y una maravilla si se compara con los catres de los días de antes de la explosión.

Desechos variados de la clase de un soltero cubrían muebles, suelo y paredes con fina imparcialidad una cobertura liberal de inútiles cosas que pululaban a la deriva compuestas de desgastados objetos de formas inconcebibles y funciones.

Solamente un mueble cama yacía ordenado y limpio. La manta estaba dispuesta tan tensa que se podía hacer botar una moneda. Insignias y medallas estaban tendidas de tal forma como si fueran a ser donadas en cualquier momento.

Era el mueble cama de Talby, que no había sido usado en… Doolittle no podía acordarse cuánto tiempo. No podía acordarse cuándo el astrónomo había empezado a dormir en su silla de observación allí en la cúpula. A él no le gustaba, pero nada en las reglas decía que cualquier miembro de la tripulación no pudiera dormir donde le diese la gana.

Pero Doolittle no pensaba que esto fuera sano.

Tres de las paredes estaban desnudas, las estanterías del compartimiento habían sido quitadas cuando los hombres decidieron mudarse allí. La cuarta pared estaba completamente cubierta desde el techo al suelo con fotos de humanos del tipo femenino. Había varios cientos de fotografías, aumentadas a partir de microfilmes. Algunas de ellas estaban intactas, otras habían sido cortadas para mostrar alguna particular porción de la anatomía del sujeto. Todas tenían una cosa en común; que el vestido artificial no figuraba en ninguna de ellas.

—Nos llevaría sólo un día o dos arreglarlo, Doolittle, Boiler. Oh, vamos, muchachos. Podríamos hacerlo en…

—Cállate Pinback —riñó Doolittle.

—Oh, como queráis. Entonces, dormid en un colchón lleno de bultos. A mí qué me importa. —Pinback se dejó caer en su colchón, buscando rápidamente a tientas un cigarrillo en sus suministros.

Doolittle se relajó en su catre y sacó un paquete de cartas, empezando a tenderlas para otro solitario. Boiler se sentó en su cama y miró a una de las paredes desnudas.

—Para su entretenimiento —llegó la suavizadora voz de la computadora, que encima de llevar la nave constantemente manejaba lo que pensaba para sus necesidades—, nosotros presentamos ahora algunas melodías de medianoche de Martín Segundo y sus cuerdas Scintilla.

—Nuestra primera selección es la perenne favorita. «Cuando el crepúsculo cae sobre NGC Ocho Nueve Uno».

Una música suave llenó la desordenada alcoba. Ninguno se molestó en poner objeciones. Los argumentos de la computadora sobre la importancia de la música de ambiente opuesta al violento «rock and roll» es que podría ser enloquecedor. Solamente cuando sus elecciones eran pueriles ellos se molestaban en protestar.

Boiler había estado buscando en sus cosas y salió con un grueso puro. La voz de la computadora sobresalió sobre la música.

—Debo recordar a ambos, cabo Boiler y sargento Pinback, que más de una persona fumando a la vez pone en sobrecarga el sistema de purificación de aire.

—¿Qué sistema de purificación de aire? —bufó desdeñosamente Boiler—. Puedo oler los humos de la semana pasada todavía —la computadora ni se dignó responder.

Boiler encendió con burla su puro y empezó a hacer anillos de humo. A veces, la presencia de gravedad total artificial era una verdadera lástima. Las horas de dormir estaban entre ellas, especialmente desde que sus especiales catres habían sido arruinados. Ahora era otra de estas ocasiones, según Boiler contemplaba sus especies de nebulosas y consideraba sus aros de humo a cero-G.

Pinback estaba mirando la pared cubierta de fotografías, el cigarrillo agarrado en una mano, todavía sin encender, la cerilla virgen en la otra. Abruptamente dejó caer las dos al suelo. Su cara tomó una apariencia decididamente tímida.

Había un vivo resplandor en sus ojos cuando cogió una gran caja y la puso sobre su cama. Mirando a Boiler y Doolittle en espera de señales de reacción, empezó a tocar a tientas su contenido. Boiler soplaba contento aros de humo.

El cabo giró sobre sí mismo, seleccionó otro puro y lo encendió. Pareció sorprendido entonces de descubrir que ya tenía otro en la boca. Sin aparentar ni un ápice estar embarazado apagó el segundo.

Un momento más tarde lo había cambiado por un cuchillo, un extraño objeto para ser traído a bordo, y uno que los directores del vuelo habrían negado si hubieran sabido de su presencia.

Pero una de las cosas en que los psicometristas habían insistido era que las cuatro canastas de efectos personales, exceptuando explosivos o algo peligroso, eran absolutamente privadas.

Esto era el porqué Boiler había tenido tal éxito en traerse consigo tan poco ortodoxo, pero decididamente no explosivo material, tales como sus componentes de sándwich y la navaja automática. La última se abrió con un ligero sonido metálico.

Manteniendo el cuchillo en una mano, usó la otra para quitar todo lo que había encima de la canasta al lado de su cama. Hacía una buena mesa provisional. Hasta era suya, algo personal. Estaba hecha de sólida madera; no plástico, ni metal.

Extendiendo los dedos sobre la superficie, tomó el cuchillo y empezó a hacer un suave claveteo con él, pinchando entre los apretados dedos sobre la firme madera. Empezó por fuera del pulgar y acabó por la cara exterior del meñique. Luego repitió el viaje.

Adelante y atrás, atrás y adelante, y atrás —y el cuchillo cortó justo por fuera de un dedo—. Paró, sostuvo la mano cortada, y la miró fijamente.

Todos los atributos y fallos que los muchachos de psicometría habían concedido estaban presentes en Boiler: estaban aparentes entonces también: que tenía agua helada en sus venas; que parecía ser el menos comunicativo miembro de la tripulación del Dark Star; que sería el menos probable de derrumbarse en una situación opresiva, excepto Powell.

Ellos le habían dicho todo eso antes de abandonar la estación orbital de la Tierra, en el último informe psíquico. Estudió el dedo, recordó lo que le habían dicho, y sonrió.

Ya que tenía agua helada en sus venas, entonces, naturalmente, debería salir sólo agua helada. Y eso pararía bastante pronto. De hecho, mientras el cuchillo se introdujo en el dedo con alguna fuerza, cualquiera hubiera podido ver por sí mismo que no había nada de sangre saliendo. Esto era debido al innatural control de Boiler de su propio cuerpo, ésta era la explicación de los psicometristas que habían visto por primera vez tal cualidad en Boiler.

Naturalmente, existía la posibilidad de que él se imaginara su propia falta de sangre, que él estuviera en la actualidad chorreando sangre por toda la habitación, y que él mejor buscase tratamiento rápidamente, o bien que se desangrase hasta morir. En tal caso él estaba loco.

Su sonrisa se hizo más ancha, luego desapareció. Pero él no estaba loco del todo. Sólo Talby estaba loco, y él era inofensivo. Boiler se preguntaba si Talby, el loco Talby, sangraría.

Uno de estos días quizá lo descubriría.

Pinback estaba teniendo problemas escondiendo una sonrisa de las suyas según quitaba un objeto sin color de la caja. Eran un par de gafas de propiedades poco usuales. Posiblemente dos personas en la Tierra las hubiesen encontrado divertidas. Además de esto, algo más de un par habían sido hechas en ese ignorante planeta. Pinback se puso las gafas.

Consistían en una montura barata de plástico sobre la que estaban montadas un par de mitades de globos oculares toscamente ensangrentados, hechos de plástico aún más barato y sujetos a las gafas por muelles metálicos.

Doblando su cabeza y escondiendo cuidadosamente el cacharro de la vista, se movió suavemente hacia Boiler. El cabo había acabado el extensivo examen de su invulnerable dedo y estaba ahora apoyado contra la pared y soplando perfectos aros de humo una vez, más. Pinback se inclinó lentamente hacia él, muy lentamente. Se arrodilló ligeramente y dobló la cabeza, quitando la mano justo en el momento preciso, y los globos oculares saltaron fuera de la montura para menearse salvajemente sobre los muelles.

Boiler se volvió con igual paciencia y calmadamente sopló un aro de humo en la cara de Pinback. Hubo un momento de no reacción. Luego, Pinback se volvió y tomó el camino de vuelta a su catre, su sonrisa desaparecida. Desanimadamente, se quitó las gafas y las arrojó a la caja.

«Boiler está loco: el pobre diablo, pensó. Cortarse sus propios dedos y no decir nada. Loco, pero no dejaría que yo le ayudase».

Boiler miró llanamente a Pinback; luego volvió a la contemplación introspectiva de su aparentemente no herido dedo. Loco, el sargento estaba loco de remate. Estaban todos locos, excepto quizá Doolittle: y Doolittle tenía otros problemas.

El silencio se estaba apoderando otra vez de Pinback, como siempre ocurría. Debe haber algo que él pudiera hacer por los pobres muchachos. Algo que él pudiera hacer… Su mirada dejó el suelo y se centró sobre la cercana forma de Doolittle.

El teniente estaba una vez, más concentrado en un solitario. La boca de Pinback se curvó perversamente por las esquinas. Empezó a buscar algo por el fondo de la caja.

Doolittle, mientras tanto, había rebuscado por el piso carta por carta hasta que encontró una sota roja para ponerla sobre la vacante reina. Estaba ausente de Pinback, Boiler y la nave.

La voz interior de su cabeza le advertía otra vez. La mayoría de las veces podía hacerla callar, pero otras era tan insistente que ni una pared podría hacerla callar enteramente.

«Estás haciendo trampa de nuevo. Doolittle —clamó enfadadamente, golpeándole implacablemente—. Tú siempre has hecho trampas, ¿lo sabes, Doolittle? Mentiste para meterte en la escuela de vuelo, y luego hiciste trampas en tu examen físico de astronauta cuando no pudiste pasar los arranques. Ellos decían que era imposible, pero tú lo hiciste. Doolittle. Hiciste trampas en el examen oral cuando quisiste pasar al Dark Star para impresionar a tu novia, e hiciste trampas con el psiquiatra, dándole todas las respuestas cuidadosamente preparadas en vez de las verdaderas. Hiciste trampas en todo a lo largo de tu corta y miserable vida, teniente Doolittle, y estás pagando por ello, por triplicado. Porque ahora mismo —puso un diez rojo sobre la sota—, ahora mismo a ti te gustaría mentirte a ti mismo de vuelta a casa, ¿verdad? Pero no puedes, porque no queda nadie a quien mentir más que a ti mismo. Si vuelves a casa sin la computadora confirmando que has utilizado convenientemente todas las veinte bombas, te transformarán en polvo. Y si tratas de tirar la última en un lugar indeterminado, la computadora lo registrara y ellos no serán galantes a la vuelta a casa, ¿verdad? No, Doolittle. Ellos seguramente te arrojarán en el bate para observación. Descubrirán tus otras mentiras, y a pesar de todo tu éxito ellos estarán muy disgustados. Tu única salida sería hacerle trampa a la computadora, y no puedes hacer eso, ¿verdad? Así es que tal parece que estás obligado a hacer un buen trabajo a tu pesar. Tú nunca pudiste engañar al comandante Powell, tampoco; pero luego al menos lo entendió».

Sacudió la cabeza bruscamente. Alguien estaba cerca de él…

El momento de miedo pasó rápidamente. Regresó a su mal humor. No era el ya largo tiempo muerto comandante Powell. Era sólo Pinback. Volvió a su juego.

Pinback llegó furtivamente dentro de su traje de vuelo, sacó un objeto de forma incierta y lo hizo balancear enfrente de la cara de Doolittle. Era un pollo de goma. Doolittle no se impresionó.

Puso un ocho negro sobre un ocho rojo; era imposible de resolver, aun para un consumado tramposo. Cogiendo el resto de las cartas, las arrojó en el montón.

—¡Maldita sea! —exclamó brevemente a Pinback, que retrocedió bajo esa desacostumbrada y momentánea explosión de odio intenso, y dejó la habitación.

Estaba furioso consigo mismo. Furioso por poner la carta equivocada sobre la carta errónea. Furioso con Pinback y su idiotez del pollo de goma. Furioso con el universo que se burlaba de él, y lo peor, que le ignoraba.

Un malamente confuso Pinback dejó el pollo de goma colgar a su lado y miró asombrado a Boiler.

—Ahora, ¿qué se supone que pasa con él?

Tenía que calmarse —pensó Doolittle—. Era necesario hacerlo. Los otros estaban dependiendo de él. No podía continuar perdiendo los estribos con Pinback de esa manera. Naturalmente, el sargento solamente le invitaba a esto con sus intentos pueriles de humor, pero Doolittle debería ser capaz de acabar con esto por este tiempo. Pinback no era responsable en absoluto de sus actividades infantiles.

De hecho, por un momento le pareció a Doolittle que Pinback no era responsable ni de estar en esta misión. Pero eso era un pensamiento estúpido.

«Tienes que relajarte, tienes que tomártelo bien» —se dijo a sí mismo.

La habitación de música. Eso era, tenía que ir a la habitación de música. Anduvo de prisa. No estaba lejos.