TALBY ESTABA CONTANDO ESTRELLAS OTRA VEZ.
No recordaba exactamente cuándo había perdido la cuenta. Probablemente todas ellas estaban registradas en algún lugar ordenado y oficial en los archivos del astrónomo. ¿O había él desconectado el rastreador? Era difícil de recordar. Parecía haber algo que desconectara todos los instrumentos científicos un momento antes, desconectándolos porque parecía una blasfemia para tanto esplendor el ser reducido a una mera lista en un libro.
En cualquier caso, el número no importaba. Había muchas estrellas, y si los atontados allí en la Tierra querían registros de ellas, que viniesen ellos aquí para hacer su propio rastreo. Talby no entendía cómo uno podía apreciar una estrella usando meros diagramas matemáticos.
Pero él siguió contando. Era fácil. Era natural. Hacía a un hombre sentirse libre. Una estrella, dos estrellas, y con la pequeña hacen tres.
Sólo a simple vista, la mayoría de los navegantes podían distinguir solamente unos pocos grados y magnitudes, pero Talby tenía más práctica que la mayoría de los navegantes. Y él vivía su trabajo.
Para hacerse bueno de veras en ello tenías que pasar grandes períodos de práctica, agudizando tu percepción y sentidos hasta que los ojos y la mente operaban instintivamente. ¿Cómo podía un hombre tomar la medida a un sol si tenía que pararse a pensar en ello? Talby sonrió.
Se inclinó hacia atrás en el sillón neumático del astrónomo, una pálida judía en una vaina de suave color castaño, y miró a través de la cúpula. Había restregado el interior y el exterior tantas veces que la cúpula era casi imposible de ver. Toda imperfección había sido pulimentada de ella, hasta tal punto que ahora no parecía haber cúpula. Sólo Talby y su asiento, flotando en un agujero en la cima de la nave.
De vez en cuando el ligero toque de un dedo iniciaba un mudo zumbido de precisión de la maquinaria. La silla giraría 90, 180, 270 grados, y otra sección del cosmos caería bajo el examen de Talby.
Cinco, seis, recoge los palos.
Talby podía distinguir casi todos los órdenes de magnitud ahora. Naturalmente, cuando las estrellas eran tus mejores amigas, no tenías que trabajar duro para saber de ellas. No tenías que preguntar. Ellas te lo decían y eran felices de ello, te confesaban todos sus secretos sin ser aguijoneadas, sin coacción, sin ser violadas por máquinas torpes que aguijoneaban y agarraban.
Ése era el problema con las primeras exploraciones extendidas del hombre en el profundo espacio. Había ido como había ido a todas las cosas a través de su historia: cortando y tajando, un hacha en una mano y una guadaña en la otra. Nunca un momento para escuchar, para mirar, para tratar de ver y entender. Era triste.
Y era tan fácil no caer en los mismos errores otra vez. Si sólo lo hubieran tratado de esta manera, si solo él les pudiera hacer ver. Talby sacudió la cabeza, aunque no había nada para ver sino las estrellas. Inútil. Ellos no escucharían. Nunca escuchaban.
Era mejor hacerlo de esta manera. Al menos él no ofendía a nadie. Al menos un hombre había tenido éxito en mezclarse con el universo. Y el universo le pagaba con creces.
Los otros consideraban su especial relación bastante diferentemente, naturalmente. Pobres almas mediocres: su más grande pesar era que él no podía compartir su placer con ellos.
De todos ellos, Doolittle era el que estaba más cerca de entenderlo, y aun así él insistía en que el astrónomo pasaba demasiado tiempo aquí en la cúpula, demasiado tiempo solo, demasiado tiempo mirando el desnudo, vacío espacio.
Vacío espacio: pobre, triste teniente Doolittle. Era sólo vacío dentro de la nave. Nunca entenderían eso tampoco.
Habían pasado sólo unos días, sólo unos meses, unos pocos años. Sin duda, un día Doolittle insistiría en que habían sido demasiados siglos. No había ninguna diferencia para Talby. Él había conseguido el claro hecho de dividir el universo en tres partes: él mismo, el resto del cosmos, y sus compañeros de tripulación. Doolittle, Pinback, Boiler y el comandante Powell.
No, no; eso no sonaba bien. Había algo. ¡Oh, sí! El comandante Powell había muerto. Le ocurrió a él, como anteriormente había pasado, que él tendría que forzarse a sí mismo para hacer más de una contribución a la vida de la nave, para ser más que un amigo para los otros.
Tenía problemas para relacionarse con ellos. Cada día se hacía más difícil. Él trató de compararlos con sus amigos reales.
Veamos… Doolittle. Doolittle era un colérico gigante rojo, lleno de pasión, fuego y furia, que ardía sin control en momentos impredecibles y desprevenidos. Pero mantenía la nave adelante, lo había hecho desde que Powell había sido eclipsado.
Boiler era un enano blanco, sin referencias a su estatura. Era el más grande de todos, y el más pequeño; el más intenso y el menos demostrativo. Tan probable el derrumbarse como el ir a nova. Su nombre le caía bien.
Y estaba Pinback… Pinback, el término medio, ordinario, bombilla casera del tipo G. Alegremente patético Pinback, siempre de broma, nunca riéndose, apenas notado. Y como una estrella de tipo sol, él soportaba más vida que el resto juntos.
Su mente cambió a otra estrella de tipo G, meditando; una que él recordaba bastante bien, con un mundo inconsecuente chisporroteando alrededor de ella.
Recordó que una vez él había vivido en ese mundo, que él probablemente —aunque no podía ser verificado sin registros— había nacido en él.
Un dedo tocó y zumbó ligeramente, cuarenta grados más de infinito llenó su vista. Este viejo hacía el siete, hacía el siete y se había ido al cielo.
Allí, en lo más alto de las profundidades; eso parecía un binario. Naturalmente, a esa distancia y usando sólo el simple ojo era bastante imposible decir la diferencia entre una estrella doble de dos estrellas que parecían juntas pero que en realidad estaban a miles de años luz.
Talby sonrió ligeramente otra vez. Él lo sabía.
Por un momento consideró si notificarle a Doolittle y los otros su descubrimiento. A ellos les gustaban los binarios.
No, no le gustaría. El resto de la tripulación sólo estaba interesado en planetas. Al menos, Boiler y Doolittle lo estaban. Pinback estaba interesado en todo sin estar interesado en algo.
Pero los otros dos…, a ellos les gustaban los planetas bastante. Los habitables primero y luego los inestables, que podían hacer a los otros inhabitables, en un futuro imprevisible. Se dio cuenta que últimamente Doolittle en particular se estaba haciendo más y más aficionado a los inestables, y eso molestaba a Talby por razones que no podía fijar.
Insignificantes manchitas de polvo llenas de gérmenes…, planetas. Motas inconsecuentes, hongos en la piel de la galaxia. Inclinó la silla más elevadamente y miró al exterior con presunción.
Dejad a Doolittle, a Boiler, a Pinback, tener sus enmohecidos pequeños mundos. Él, Talby, existía en perfecta unicidad con las mismas estrellas.
¿Cómo podía él preocuparse de notar algo tan minúsculo como un planeta?
¡Oh, había otras cosas lo suficientemente grandes para interesarle! Nebulosas ocasionales: delicadas, bonitas, pero insustanciales. Las infrecuentes aberraciones, como los negros agujeros, eran antiestéticos.
Dejad a Doolittle pensar de él lo que quisiera; no le molestaba. Él se mantendría cortés, sin importarle qué oscuros pensamientos interpretaran ellos. Dejad que piensen lo que les guste siempre que mantengan a la nave funcionando eficientemente para él.
Porque eso era lo que la cabeza del astrónomo del Dark Star había llegado a pensar de ello. Él no era ya un componente de la nave; más bien la nave existía para sustentarle. Suspiró en perfecto contentamiento.
Siempre que los otros le dejaran solo para estar en comunión con sus amigas, las estrellas, él era feliz. Las miríadas de soles sin movimientos eran suficiente para él. Los soles, y quizá algún día, el Fénix.
Nueve, diez…; empezar otra vez.
El sargento Acero se agarró bien a sus tripas según miraba cómo se acercaba un Panzer Goëring. La anilla de la granada estaba sujeta amargamente a sus dientes. Él tenía una oportunidad para la sección. Levántate y mete ese huevo por la abierta escotilla del Panzer antes que sus 88 milímetros y sus ametralladoras gemelas escupan muerte entre los atrapados hombres. Él se levantó de un salto…
El comunicador hizo un zumbido llamando la atención. Pinback retiró la vista de mala gana del roto tebeo de Historias Reales de Guerra y Acción y miró al grupo de interruptores colocado en la pared. Por un momento pensó que el zumbido había parado. Volvió al ocupado sargento Acero, pero el desagradable instrumento le interrumpió otra vez.
Se vio forzado a prestar atención.
La voz de Doolittle parecía suavemente irritada.
—Pinback, si puedes arrancarte a ti mismo de mejorar tu mente, podríamos usarte más adelante. Nos estamos acercando.
—¡Ah!, estoy llegando a la parte buena. Doolittle.
—Has leído todos esos tebeos por lo menos treinta veces, Pinback —respondió el teniente cansadamente—. Mueve el trasero.
—¡Oh, de acuerdo! —Pinback apagó el intercomunicador y amorosamente marcó el sitio en el tebeo.
—De todas maneras, a la porra con Doolittle —comentó a sí mismo según andaba lentamente. Así es que tenían otro sol que volar. ¿Y qué? No les habría matado el dejarle acabar el libro. Algunas veces Doolittle le ponía nervioso.
Como era usual, nadie le dijo una palabra cuando entró en la estrecha habitación donde estaba el puente de control. Deslizándose calladamente en su asiento entre Doolittle y Boiler, hizo un chequeo normal de los controles y asintió a sí mismo.
«¡Uh, uh!, bastante seguro». Tenían mucho tiempo antes de entrar en la distancia de tiro del astro en el que tenían que hacer blanco. Doolittle simplemente quería irritarle al traerle más temprano. Bueno, no iba a dejar que así pareciese.
Luego notó el comunicador centelleando ociosamente en la base de su rejilla. Era el receptor de profundo-espacio. Miró a la derecha a Boiler, luego, a la izquierda a Doolittle. Sus indicadores estaban encendidos también, aunque ninguno de los dos hombres parecía notarlo, o importarles. No podía decir cuánto tiempo habían estado encendidos.
Activó la rejilla y la voz del computador anunció prontamente: «Atención, atención. Comunicación que va a llegar de la Base Tierra. Misión Control. Sonido McMurdo, Antártida. A Nave Exploradora Dark Star».
Asombrado. Pinback echó otra mirada a sus compañeros. Ninguno parecía todavía ni un poco interesado. Bueno, nadie iba a hacer que él se enfadase. Así es que ignoró la computadora también, mientras el mensaje volvía a repetirse.
Un hombre era ya demasiado en el puente. Con los tres era intolerablemente apretado y altamente eficiente.
Pero había otras razones para que el puente fuera tan pequeño. Una era que las muchas secciones de la nave, ahora vacías, habían sido una vez llenadas con acres comprimidos de comida, partes de repuesto y material viviente, del cual la mayoría había desaparecido ahora.
Y había habido mucho sitio para las bombas. Molestaba a Pinback que Doolittle y Boiler persistieran en llamarlas bombas. Él siempre trataba de que se refiriesen a ellas por sus nombres: aparatos disparadores termoestelares.
Pero Doolittle persistía en llamarlos bombas. El término parecía inadecuado a Pinback para tan deforme y preponderante concatenación de la tecnología moderna. De vez en cuando Boiler les llamaría algo más, usualmente inmencionables, porque las bombas eran la principal razón de que ellos estuvieran en esta misión.
Talby no los llamaba bombas, ya que Talby no se refería a ellas en absoluto. Por supuesto, Talby estaba loco de alguna manera, por lo tanto no importaba gran cosa. Pero lo que también molestaba a Pinback era que Talby no parecía loco. La alternativa era que Talby estaba cuerdo y el resto estaban locos. Pinback encontró esta línea de pensamiento desagradable, y la apartó.
Ahora el comandante Powell; él siempre los había llamado aparatos disparadores termoestelares; pero el comandante Powell estaba…
—Atención, atención. Comunicación entrante de la Base Tierra. Misión Control. McMurd…
La tensión era demasiado para Pinback. A la porra Boiler.
—Eh, muchachos —dijo él finalmente. En su voz la usual combinación de mitad ruego, mitad gemido—. Es un mensaje desde la Tierra. Todo el camino desde la Tierra. ¿No va nadie a reconocer esto?
La reacción de Boiler era predecible. Simplemente se apoyó en la silla, apretando botones alternativamente. Los botones no hacían nada. Nadie podía decir nunca más para qué servían. Pero el apretarlos no afectaba a la nave, por lo tanto Boiler seguía haciéndolo. Apagando, encendiendo; apagando, encendiendo. Últimamente, estaba pulsando cosas, no siempre inanimadas. Pinback tenía simpatía por Boiler, aun cuando el caballero de pelo color arena odiara las tripas del sargento. A Pinback le gustaba todo el mundo. Realmente, era lo mejor de él.
Así es que siguió tratando de hacer amistad con Boiler. Cuando Boiler lo ponía particularmente difícil, Pinback lo razonaba diciendo que era su contribución para mantener la moral de la nave. La tarea era necesaria, entonces, para el bien de la nave al igual que para el bien de Pinback. Secretamente, en el fondo, lo que él realmente quería hacer era ver a Boiler reducido a sus átomos componentes. Y lo mantenía en el fondo, porque sentía miedo de Boiler. No tenía ninguna duda, ninguna duda en absoluto, de que Boiler podía hacerle papilla a golpes cuando quisiera.
Pinback centró su atención en Doolittle, trató de poner un poco más de firmeza en su voz, pero falló miserablemente.
—Teniente Doolittle, señor, ¿no vamos a aceptar el mensaje, señor?
Doolittle le miró con ese aire débilmente despreciativo que parecía reservar para Pinback solamente.
—¿Mensaje? ¿Por qué molestarse? No tendrían nada interesante que decir. Así es que, ¿por qué molestarse? Además, tenemos un mundo inestable que se nos acerca, Pinback. ¿O lo has olvidado ya? Podías haberlo olvidado, tú lo sabes. Eres particularmente bueno en olvidar cosas. Pinback.
¡Allí! ¿Por qué tenía él que ir y decir una cosa como ésa? Pinback trató de ignorarlo.
—Yo sé eso, señor. Ya sé que tenemos otro mundo inestable que volar. Y estoy preparado para ello, señor, preparado como siempre, ¡pero un mensaje de la Tierra! No hemos tenido un mensaje de la Tierra en… bien… en días, señor.
—Meses —masculló Boiler.
—Años —corrigió Doolittle.
Pinback estaba descorazonado. El malamente quería oír el mensaje. Pero ¿lo podría aceptar él mismo? ¿No sería ése un paso intrépido?
¿Por qué tendría que serlo? Él era superior en rango a todos los de la nave, a excepción de Doolittle. Eso era, él habría pasado a todos excepto a Doolittle. Sí, él era el sargento Elmer Pinback, de las Fuerzas de Exploración Espacial. Pero él no era el sargento Elmer Pinback. ¿O lo era?
Si él no era el sargento Elmer Pinback, ¿quién era él entonces? ¿Qué había dicho Doolittle de olvidar? ¡No, no!
Miró abajo a su uniforme y suspiró aliviado. Definitivamente, el nombre cosido a su jersey decía Pinback. Y ése era el único nombre que él podía pensar para él, aunque hubiera una pequeña ventana abierta en su mente, sólo una grieta, que…
La cerró de un portazo, había evitado la necesidad de tomar una decisión, lo que le agradaba grandemente. No le gustaba tomar decisiones. No era muy bueno en ello y nunca lo sería.
A Doolittle tampoco le gustaba tomar decisiones, pero parecía natural en él. Oh, el teniente no tenía ninguna aptitud para ello, y no lo hacía con mucha convicción; no como el comandante Powell. Pero a Pinback no le importaba, siempre y cuando él no tuviera que hacerlo.
Doolittle estiró una mano y tiró de la palanca de recepción.
La pantalla principal sobre sus cabezas empezó a aclararse. Pinback miró arriba ansiosamente, con esperanza. Quizá, quizá aún pudiera ser una orden de anulación. Se reprendió a sí mismo. Era una imbecilidad pensar eso. No habría ninguna orden de anulación o de volver a casa hasta que hubieran acabado su misión.
Pero el tener esperanza no hacía daño a nadie. Los ojos de Doolittle se inclinaron fácilmente hacia arriba, y después de un momento los de Boiler, a causa del aburrimiento, sin duda. Una pausa mientras el computador desenredaba, realineaba y realzaba el comunicado de alta emisión y de extremo largo alcance. Luego, la pantalla se aclaró y un extraño apareció en la mitad de ella.
El extraño tenía una ancha cara rosa con una piel de inaguantable color rosa pálido. El resto estaba investido en un apretado y fresco uniforme.
Tenía dos ojos azules, una nariz dividida, una boca con el normal complemento de dientes, ahora ensanchada en una amplia sonrisa, y no era más viejo que cualquiera a bordo del Dark Star. Esto le hacía parecer no más joven e inocente. Estaba afeitado cuidadosamente y con el pelo al rape en la cabeza, lo que hacía que su cara pareciese obscenamente desnuda. El extraño era un ser humano.
La tripulación del Dark Star habían sido seres humanos una vez. Seres humanos ejemplares. Un quinteto de los más conseguidos seres humanos jóvenes que existían. Pero todos habían cambiado en alguna manera desde que la última y ardiente evaluación había sido hecha.
Ellos fueron escogidos en parte a causa de su juventud. A causa de ella, ya que ellos podían estar fuera de la Tierra sólo durante cinco o diez años de tiempo de navegación. Un siglo aproximadamente pasaría en su mundo.
Se creía que jóvenes volviendo de tal prueba les sería más fácil poderse adaptar a cualquier nueva sociedad y civilización que encontrasen que hombres de mediana edad volviendo viejos. También, cuanto más jóvenes los hombres, más elásticas sus emociones, más rápidos sus reflejos, y menos lo que tendrían que recordar y por lo que estar tristes. Al menos, eso era lo que pensaban los psicometristas.
En parte tenían razón, y en parte no. Los hombres del Dark Star tenían menos de qué acordarse que los viejos. Pero lo recordaban mucho más fuertemente.
Así es que miraron al espejo que era la pantalla del comunicador y observaron, mientras el pálido organismo extraño chapurreaba algo sin sentido, y odiaron lo que éste representaba ahora.
Era más duro para Doolittle. Talby tenía sus estrellas, Pinback sus casi recuerdos y sus tebeos y Boiler su silenciosa angustia; pero Doolittle tenía sólo sus memorias, mantenidas más fuertes que la mayoría. Por tanto, él lo odiaba más que los demás.
Odiaba el baño de agua caliente que el hombre había claramente disfrutado no haría mucho tiempo. Odiaba su agradable sonrisa y su honesta buena naturaleza. Odiaba sus limpios vestidos y brillantes charreteras y el fresco aire, y más especialmente odiaba a la chica que el hombre iría a encontrar esa noche después de que acabase de preparar su comunicación. Odiaba las cosas suaves, el fino y suave estómago, geométricamente lascivo…
Odiaba las computadoras que veía dando vueltas desprovistas de inteligencia detrás del hombre, y las computadoras que regían a esos hombres y sus esposas, y los amigos de sus esposas, y los amigos de los amigos de las esposas, y los tipos que jugaban al golf los domingos, y los críos de los tipos que jugaban al golf los domingos, y las excursiones que hacían todos a la playa…
A la playa, la almenara del mundo, la luz verde oliva que quemaba la parte de atrás de sus cráneos.
Los odiaba a todos ellos: a los pagadores de impuestos, que habían tentado las fatuas exhortaciones de los científicos y políticos para hacer los habitables mundos de la galaxia seguros para la colonización humana. Hacerlos seguros al fundar el proyecto Dark Star.
El hacerlos seguros quitando todos los cuerpos planetarios inestables y mundos extraños que coexistían en la galaxia entre ellos. Una excentricidad de órbita, un interno estruendo de indigestión en fusión, era suficiente para mandar la mensajera dentro del Dark Star sobre un planeta para plantar un disparador termoestelar dentro de su intestino bajo, implantando una reacción en cadena, y apartar de él toda posibilidad de interferir con las futuras colonias humanas. Era a éstos a los que Doolittle odiaba más, ya que ellos eran esencialmente los responsables de que estuviera él aquí. Y porque no le dejarían volver a casa hasta que esta carrera hubiera acabildo.
No es que la tripulación del Dark Star no fuera de confianza, o que no estuvieran entre los más estables de la raza, no; pero había siempre la posibilidad —sólo una sugestión, decían los psicometristas— de que aun los mejores hombres se podían volver locos en un viaje de tanta duración. Así, para más seguridad, la misma Dark Star había construido dentro de su estructura material un explosivo que se podía hacer inerte solamente cuando el último disparador termoestelar fuera arrojado satisfactoriamente, según estaba grabado en la computadora. Entonces se les permitiría volver a casa llenos de honores y aclamados.
Así es que no podían dejar que uno de esos bastardos planetas quedara en el patio del Viejo Sol.
Además, casi habían acabado. Lo que empezó como un viaje ocioso, se había convertido en una búsqueda frenética por otro planeta inestable, y otro. Dieciocho planetas inestables destruidos en tres años, tiempo de nave. Tres años, veinte años allí en la Tierra.
Estaban más allá de los mejores cálculos, pero ciertas cosas que los psicometristas no habían imaginado podían conducir al hombre a un esfuerzo sobrehumano.
Y ahora sólo quedaban dos bombas, números diecinueve y veinte; y una vez que fueran lanzadas en su suicida carrera, el Dark Star podría irse a casa. A casa…, de vuelta y entre los extraños que él odiaba.
Doolittle no recordaba cuándo empezó a odiar a los extraños de piel rosada. Pero entonces le sorprendió que no recordaba muchas cosas últimamente —desde que el comandante Powell había muerto—. Activó el interruptor de comienzo.
El extraño tosió ligeramente, aclaró su garganta, y empezó suavemente, con sólo un ligero matiz de inseguridad.
—Hola, muchachos —dijo alegremente—. Me alegro de que recibáis el mensaje finalmente. Os interesará oír que fue emitido en directo en toda la Tierra, en el mejor tiempo de emisión. Deberíais haber visto las clasificaciones, muchachos. Quiero decir que fue fenomenal. Desbancasteis a los más altos…
El extraño dudó, como si estuviera escuchando a alguien en el estudio; asintió con la cabeza imperceptiblemente y habló otra vez, más solemnemente ahora.
—Sobre la primera nave colonizadora. Todo el mundo en las Naciones Unidas ha estado discutiendo durante meses acerca de ello, pero vuestro mensaje ha hecho que esto quede para las fuerzas precolonizadoras. Nada como una honesta emoción para dominar a los recalcitrantes políticos. Los jefes, aquí en Misión Control, están realmente orgullosos de la manera que vosotros, muchachos, expresáis verdadera angustia y lágrimas, y todo. Deben de estar a punto de empezar la construcción actual de las naves cualquier día. Sólo quedan unos pequeños detalles que limar. Como los soviéticos claman que ellos fueron los inventores del impulsor de profundo espacio, dicen que ellos deberían tener un mayor número de colonos; mientras, los chinos piensan que deberían ser cargadas de acuerdo al porcentaje de población. Los israelíes están tratando de conseguir una súperporción por haber diseñado ellos la computadora; y nosotros, naturalmente, creemos que, ya que hemos pagado la mayoría de los materiales y suministrado la tripulación, debemos tener mayor cupo que los italianos y los…
Otra vez el extraño parecía confundido, escuchando algo fuera del alcance del micrófono. Su sonrisa reapareció fácilmente un momento más tarde.
—Pero todo eso es política interna y no necesita preocuparos a vosotros, muchachos, del buen trabajo que estáis haciendo —dudó y pareció ligeramente preocupado—. El retraso en estos mensajes se está volviendo más grande, más grande aún de lo que los muchachos aquí en computación de relatividad habían esperado. Suponemos bajo la base de los diez años de retraso que estáis aproximadamente a unos diez parsecs. Nosotros anticipamos originalmente, como recordaréis, que estaríais en una órbita circular más próxima a la Tierra. Pero supongo que los sistemas con mundos habitables y los inestables en combinación estaban más lejos de lo que los muchachos aquí suponían, ¿verdad? La conclusión de lo que estoy tratando de decir es que aquí algunos se ponen nerviosos cuando no reciben noticias vuestras con la frecuencia programada. Ya sabemos, muchachos, que tenéis muchas cosas que hacer, pero —Boiler hizo un sonido de gruñido— tratad de mandarnos unas líneas con más frecuencia, ¿vale? Sólo para decir hola —su sonrisa se ensanchó débilmente y miró hacia abajo a un papel indicativo fuera de la visión de la cámara—. En cuanto a lo específico de vuestros mensajes, sentimos el oír los escapes de radiación en la nave, pero contentos igualmente de oír que sólo afectan a menores mecanismos y no han tocado nada básico de vuestra misión. De veras, sentimos lo de la muerte del comandante Powell. Personalmente, yo estuve abatido. Como es natural, nunca tuve el honor de conocerle, pero recuerdo cómo solíamos leer de él y vosotros, muchachos, en la escuela. Hubo una semana de duelo aquí en la Tierra. Las banderas estuvieron a media asta, y una investigación a nivel de Congreso fue hecha para investigar la firma que hizo el asiento defectuoso. Aun así, estamos informados de que el corto circuito en el asiento suele pasar una vez entre un millón, así es que el resto de vosotros no tengáis escrúpulos por sentaros. ¡Ja, ja! —sonrió otra vez—. Estamos con vosotros totalmente, muchachos. La tarea que estáis haciendo ahora será recordada por los billones de colonos durante miles de años en el futuro, cuando todos esos sistemas que habéis limpiado estén llenos de florecientes nuevas poblaciones; todos operando bajo principios democráticos, esperamos —parpadeó—. Ahora, sobre vuestras dos peticiones… —sus ojos se dirigieron al escondido papel otra vez.
—Le odio —murmuró Doolittle bajo su respiración.
—Jo, qué tío más agradable —sonrió Pinback variamente.
Boiler gruñó y apretó botones.
—Primero —continuó—, sobre vuestra petición de un escudo contra radiación y mecanismo de soldadura para reponer la aparentemente plancha defectuosa —sacudió la cabeza—. Siento tener que deciros que ha sido denegada. Odio daros malas noticias cuando vosotros, muchachos, estáis haciendo tan maravilloso trabajo, pero creo que lo tomaréis con buen espíritu —echó una mirada teatral—. Ya sabéis cómo son los políticos cuando se menciona el dinero. Ha habido algunas reducciones en la recaudación de las Naciones Unidas, y luego, con el dinero para las naves colonizadoras, y todo teniendo que pasar por el comité, no podemos permitirnos mandaros un rápido cargamento a hipervelocidad. Tengo que confesar que no nos ayudó mucho el tener que admitir que no sabíamos dónde os encontrabais; pero ¿habéis tratado de explicar a un ministro de Malasia cómo de grande es un pársec? Pero yo sé que vosotros lo entenderéis. Habéis estado haciendo cosas maravillosas hasta ahora. Lourdes —él es ahora nuestro jefe del proyecto, y el más agradable y dulce tipo que podáis encontrar en cualquier sitio— dice que no sabe cómo tú y Boiler conseguisteis el protector redistribuido cerca de la transmisión sin haber conseguido una dosis letal de radiación. El no cree que eso os haga estériles, ya que, en primer lugar, habríais de estar muertos; pero vosotros, muchachos, no os preocupéis por eso. En cuanto a la otra petición —se inclinó hacia adelante y miró hacia derecha e izquierda de una manera conspiratoria—; francamente, si ello dependiera de mí, y de los de aquí de Misión de Control del Profundo Espacio, nosotros os crioestasiariamos seis muchachas y las dispararíamos a vosotros. El único problema es que algún idiota le sopló a la prensa la petición, y ellos lo amplificaron fuera de proporciones. Pero no os preocupéis —se sentó y volvió a pestañear—; nosotros mentiremos por vosotros, muchachos… Diremos que fue simplemente una broma de vuestra parte para mostrar lo bien que lo estáis haciendo, ¿vale?
Boiler estaba apretando botones ahora más de prisa.
—¡Vaya, qué muchacho más simpático! —repitió Pinback, su sonrisa un poco menos ancha ahora.
«Quisiera que él estuviera aquí arriba y yo allí abajo sonriéndole idiotamente a él» —pensó Doolittle desesperadamente.
—Así es que me temo de verdad que la petición ha sido declarada inoperativa. Pero al menos vosotros sabéis que aquí abajo nosotros simpatizamos con vosotros. Son los de más arriba quienes están haciendo las cosas difíciles.
—Apuesto que es tan marica como un billete de dos dólares —dijo Boiler repentinamente—. Reina brillante —gruñó.
—Parece marica. Mira sus uñas.
—Esa puede ser la moda en la Tierra —contradijo Pinback—. De todas maneras no se le ven las uñas; están bajo la pantalla de visión.
—Bueno, yo las veo —insistió Boiler, alzando la voz peligrosamente. Miró ferozmente al sargento—. ¿Ya empiezas?
—Bien, caramba, no —admitió Pinback—. Quiero decir que no me parecía que significase tanto para ti… Quiero decir…
—Malditos maricones —rugió Boiler.
—Tranquilo, Boiler —dijo Doolittle suavemente. Tenía el dedo en el botón de mantener—. Hemos empezado… Podemos también oírlo todo —al tiempo que levantaba el dedo del control. Boiler prodigó una última mirada llena de fiereza sobre el sumiso Pinback y volvió a apretar botones. No parecía tan divertido ahora. El maldito marica había roto su concentración. ¿Quién necesitaba su maldito mensaje de todas maneras?
—Así es que… Es así como están las cosas en la Tierra. Quisiera que hubiera algo más que decir —y por un momento un ligero temblor de humanidad apareció en la cara del extraño. Otra vez pareció que escuchaba las palabras que le decían desde fuera de la cámara, y el temblor desapareció—. Bien; como sabéis, estas llamadas al espacio cuestan mucho dinero, así es que todo lo que puedo decir de parte de los de aquí en McMurdo es que sigáis haciéndolo tan bien y que nos deis noticias vuestras más frecuentemente, ¿vale?
Chisporroteo… pop… las palabras FIN DE LA COMUNICACIÓN aparecieron en la pantalla. Doolittle lo apagó.
—Me sorprende que no nos haya mandado un beso de despedida —murmuró Boiler. Los otros dos le ignoraron.
—Es agradable que piensen tan afectuosamente de nosotros allí abajo, ¿verdad muchachos? —aventuró Pinback cuidadosamente, mirando a Doolittle, luego a Boiler, y otra vez, de vuelta a Doolittle—. ¿Verdad?
—En cierta manera. Pinback —dijo Doolittle, trabajando en los controles—. Estamos casi allí. Tenemos un planeta que volar.
—¡Ah, caramba; vosotros, muchachos, nunca queréis hablar más! —Pinback dobló sus brazos y se sentó, malhumorado—. Vuélalo, vuélalo; eso es todo lo que pensáis. Eso es lo que hacemos todo el tiempo. ¿Cuándo fue la última vez, que nos hemos sentado alrededor de una mesa y hablado? ¡Huh! ¿De nada en particular?
—Tú haces eso todo el tiempo —comentó Doolittle.
—Sí; pero es bastante aburrido el hablar con vosotros si nunca respondéis. Es lo mismo que hablar con una pared.
—Tú siempre haces eso.
—Oh, te crees muy listo, Doolittle —murmuró Pinback en silencio—. Siempre preparado con una contestación rápida, ¿verdad? Bien, bien, ya veremos quién sale de esta misión con la salud limpia. Espera que los muchachos de psicología te echen una mirada dentro de tu cabeza. Entonces te pesará no haber hablado cuando tuviste oportunidad. Traté de ayudarte. Doolittle, pero tú no quisiste ser ayudado; así es que no me eches la culpa cuando te encierren en solitario para observación, con doctores picando y escuchando y pinchando en tu cerebro, cavando, cavando…
Pinback se alegró cuando Doolittle cambió de la pantalla de comunicaciones encima de sus cabezas al fonocaptor visual anterior. Estaba empezando a ahogarse en el sudor de sus propios pensamientos. Un mundo se fue enfocando. Era estéril, vacío, desierto. Ningún animal se movía en su superficie, ningún pez nadaba en sus mares. Nada crecía ni nada se movía. No era diferente del millar de otros mundos que ellos se habían encontrado, pero tenía una cosa en común con otros dieciocho, los otros dieciocho que habían encontrado y destruido.
Habían encontrado dos mundos habitables en este sistema. Un planeta era bastante parecido a la Tierra, el otro, al margen, lo mismo. Algún día cada uno podría mantener una población tan grande como la de la Tierra hoy en día.
Pero tal como estaban las cosas allí, no era plan poner una incipiente civilización en ninguno de ellos, porque este mundo, de acuerdo a las predicciones de la computadora, estaba en una órbita inestable. En no más de dos mil años ni menos de cinco mil entraría en espiral para caer o interceptar a su propio sol.
Existía la posibilidad de que nada pasase; el mundo podía hacerse cenizas instantáneamente. De todas maneras, si las condiciones eran las apropiadas, podía ser suficiente, justo lo suficiente, para alterar la posición de la estrella con relación a sus planetas habitables. O aún peor, ponerlo en senda a nova.
Asolarlo, y no querer, pensó Doolittle, es el lema de los científicos que habían propuesto y organizado el Dark Star y sus objetivos.
Así, ahora ellos comenzarían las operaciones para eliminar tranquilamente un mundo en silencio, en una preponderante y sin sonido, gigantesca explosión, más grande que cualquiera vista en la Tierra, asegurando de tal manera, el sistema para Mama, el Pastel de Mañana, y otros cuatro o cinco billones de insectos sociales llamados hombres. Una voz sonó en sus auriculares.
—¿Qué dices, Pinback? —musitó en respuesta.
—Goggle, freep, tweep.
Habló por el micrófono otra vez.
—¿Qué fue eso? Todavía no te puedo entender —se podía ser amable con el pobre Pinback. Después de todo, trataba de hacer la tarea de sargento con la mejor voluntad.
Pinback siempre estaba tratando. Ése era uno de sus problemas. A veces, le recordaba a Doolittle al joven oficial que había mandado el mensaje desde la base en la Tierra.
Uno de estos días el cabo Boiler iba a…
Pinback echó el micrófono a un lado y se inclinó.
—He dicho que estoy tratando de llegar a Talby. Algo está mal con el maldito intercomunicador. Si no vas a hablar conmigo, entonces me voy a trabajar. Necesito un diámetro de aproximación de último minuto. ¿Esperas que me lo imagine yo?
—Cálmate, Pinback. Hay algo que no funciona en toda esta nave —dio un golpecito con el dedo en su micrófono—. Talby, Talby, éste es Doolittle. ¿Me lees? Respóndeme, Talby… Despierta, hombre.
—Once, doce, trece. Me pregunto qué es eso que he visto…
Tres soles blanquiazules, justo encima del plano de la eclíptica. Escribió de prisa estos planetas en su catálogo mental. Extrañó ver tres de la misma magnitud agrupados tan juntos. Otra interesante sorpresa.
Él no sabía exactamente cuántas estrellas estaban anotadas en su colección privada. Había por lo menos varios miles. Lo sabría mejor si las metiera oficialmente en los archivos de la nave; algo que él se negaba a hacer.
Doolittle le había reñido cuando se enteró de lo que el astrónomo estaba haciendo; o mejor lo que no estaba haciendo. Pero la sonrisa de Talby le había derrotado. No se podía reducir una estrella a un número abstracto, le había tratado Talby de explicar pacientemente. Era degradante para ambos, el hombre y la estrella. Doolittle renunció al cabo de un rato.
Talby tocó los controles y la silla de observación giró noventa grados, inclinada hacia adelante. Quizá pudiera convencer a Doolittle para que girase la nave y así poder ver la otra mitad del cielo durante un momento. Doolittle nunca entendía estas peticiones. Él insistía en que después de un rato todas las estrellas parecían lo mismo: uniformes, pequeñas moscas volando alrededor del fuego brillando en la noche espacial. Talby no podía hacerle entender. Pobre Doolittle.
Pobre Talby.
Algo zumbaba en su cabeza. Al principio pensó que sería uno de sus dolores de cabeza. En cierta manera, así era.
—Talby, Talby, éste es Doolittle. ¿Me puedes leer? Responde, Talby.
El cabo pestañeó, se forzó a sí mismo fuera del real universo y de vuelta al irritante mundo de pesadillas de la realidad… el triangular mundo de sueños del Dark Star.
—¡Oh, sí. Doolittle! Sí, te leo. ¿Qué pasa?
Doolittle continuó manipulando los instrumentos enfrente de él según hablaba a Talby. El astrónomo le estaba empezando a preocupar. No, no… eso no era bastante acertado. Talby hacía tiempo que le preocupaba. Siempre quiso hacer algo sobre esto, pero había tantas cosas de las que preocuparse, tantas otras tareas de las que él era ahora responsable…
No era que Talby hiciera algo que amenazase la seguridad de la nave; todo lo contrario. Era eficiente en sus deberes hasta el punto de la anormalidad. Pero a Doolittle le molestaba que el astrónomo pasase tanto tiempo en la cúpula de observación. Doolittle se sentía molesto con Talby; no comía con el resto de ellos. Le molestaba que Talby no se reuniera con ellos para los períodos de recreo en grupos terriblemente aburridos.
Pero lo que más molestaba a Doolittle era que Talby parecía totalmente feliz…
—¡Uf!, ¿teniente Doolittle? —pestañeó y miró irritadamente a Pinback.
—Estoy bien, Pinback. Hola. ¿Talby? Necesitamos un diámetro de aproximación aquí.
—Roger, Doolittle —respondió Talby presto, eficiente—. Lo tendré en un minuto.
—Talby. ¿Estabas contando otra vez?
—Yo siempre estoy contando, teniente. Usted ya sabe eso. —Una pausa. Luego—: Punto cero nueve cinco; ningún montaje especial requerido.
—Gracias, Talby —dijo Doolittle brevemente.
A Doolittle no le hubiera gustado odiar a Talby. Por su felicidad, por su fácil eficiencia, por la manera en que llevaba la agonía del viaje. Pero no podía. Talby era uno de ellos. Talby era humano de una manera que el mensajero de cara de rana de la Tierra no lo era.
—Necesito —intervino Pinback otra vez— una lectura GHF en la corrección de la gravedad.
—Lo comprobaré —replicó Doolittle.
—Tendré una BySA más uno, Boiler.
Doolittle casi sonrió. Estaban operando sueltos, fácil ahora. La tripulación superadiestrada del Dark Star estaba haciendo el cometido para el que fueron enseñados. Cada hombre llegaba a ser parte integrante de la unidad, cada uno subordinando sus opiniones particulares, deseos, sentimientos a las más importantes demandas de la misión.
Era casi como hacer el amor. Podían aun pensar en eso ahora sin romperse, cuando se funcionaba como un equipo; y aun pensar en el sexo. No, no; ése era un pensamiento que él tenía aun que suprimir. Los psicometristas habían previsto que ellos estarían compensados adecuadamente para eso, pero desde que el autoerogenizador se había roto…
Comprobó un indicador y dijo:
—¿Pinback?
—Sí. Doolittle.
—Tu lectura GHF es menos quince.
—Vale. —Pinback hizo cosas con los controles en su estación, arrugando el ceño ligeramente.
—¿Doolittle?
—Sí.
—Necesito una… —dudó, comprobó la lectura— una indicación del computador en la marca error seguro.
—Roger, Pinback.
—Boiler, ¿me lo puedes poner en números de supercarrera?
—Noventa y siete millones menos ocho corregido para la hora esperada masa crítica.
—Eso dice aquí —asintió el sargento—. Tengo una lectura de carrera de siete mil.
—Ningún conflicto. Sistematización asegurada y preparada —respondió Boiler con facilidad.
Extrañado, Doolittle reflexionó cuan armonioso podían operar juntos Pinback y Boiler para el bien de la misión. Quizá si toda la especie humana pudiera estar envuelta en algo similar, en algún simple proyecto, donde cada uno necesitara la ayuda del vecino, podrían funcionar juntos como el sargento y el cabo.
Era sólo en los momentos malos —lo que significaba todo el tiempo que ellos no estaban activamente ocupados en llevar la nave— en los que la animosidad florecía entre los dos.
Y él mismo se vio forzado a añadirse. Pinback podía picar su amor propio en el momento que abriese la boca. No era que el sargento estuviera tratando de ser odioso; simplemente, no podía aguantarlo.
Era extraño cómo los chicos del psico pudieron poner a Pinback al lado de él, de Boiler y del comandante Powell. Eso produjo un click en su mente y le trajo de vuelta desagradables pensamientos, que apartó rápidamente. Le molestó otra vez que él se olvidase de nuevo.
Tanta más razón para hacerlos dejar la última bomba y empezar su camino de vuelta a casa.
—Leo ese incremento cuántico de siete —estaba diciendo Pinback.
—Pinback, tengo la lectura del computador. Es noventa-siete-siete.
—Tiempo de empezar a hablar —observó Boiler. Los tres hombres se reclinaron en sus sillones. Se escuchó un murmullo en la sala de control—. Sistema de operación de salida de bombas confirmado.
Dos paneles se deslizaron al abrirse la panza de la blanca punta de flecha que era el Dark Star. Un largo tubo descendió de ella. Sujeto al final de éste había un disco grueso que mantenía algo largo en forma de caja. Esta forma de caja tenía pintado el número 19 en sus lados.
Había salido afuera por medio de un servomotor computado del cerebro del Dark Star y moriría pronto en una conflagración funeral desconocida en esta parte de la galaxia hasta ahora. La caja rectangular con el número 19 pintado en sus lados era, como Pinback insistía, un disparador termoestelar o —como Boiler y Doolittle persistían— una bomba.
El sargento se levantó y tocó un mando encima de sus cabezas. Las palabras BLOCAJE FALLO-SEGURO aparecieron sobre la pantalla enfrente de él.
—Fallo-seguro metido —golpeó ligeramente el final de su micrófono y sopló una vez—. Sargento Pinback llamando a bomba.
Doolittle le echó una mirada, pero Pinback la ignoró. No podía ver ningún mal en ser jovial, aun con una bomba.
—Bomba número diecinueve; ¿me lees, bomba?
La voz que respondió era sorda, relajada, y no en absoluto preocupada con su inminente suicidio.
—Bomba número diecinueve a sargento Pinback. Le leo, sargento, ¿qué pasa?
—Bien, bomba —Pinback continuó contemplativamente, examinando sus uñas—; no mucho.
Allí eso resultaba bastante agradable. Él trataba de ser de esta manera con cada bomba antes de que fuera lanzada. Después de todo, no vivirían mucho tiempo. Y no importaba lo que Boiler y Doolittle pensasen, eran buena gente; para ser máquinas destructoras de planetas, eso era.
Para ser perfectamente honesto sobre ello, él prefería hablar con una de estas bombas antes que con Boiler cualquier día.
—Bien, bomba, como unos sesenta segundos antes del lanzamiento. Simplemente preguntando si todo va bien —ajustó otra sección de los controles—. ¿Cómo te sientes?
—Tan bien como es de esperar. Espero llevar a cabo la misión para la que he sido diseñada.
—Buen chico, bomba. ¿Has comprobado tu rejilla de energía de platino-iridio? ¿Y tu escudo?
—Rejilla y escudo positiva función —replicó la bomba con buenas maneras.
—Bien —dijo Pinback—. Te diré algo, bomba, vamos a seguir adelante y sincronizar la hora de detonación. ¡Ah!, por casualidad, no sabrás a qué hora tienes que estallar, ¿verdad?
—Detonación en seis minutos y veinte segundos.
—Bueno, bueno. Déjame comprobar eso.
—Muy bien, sargento Pinback.
—Todo a punto aquí, bomba. Estamos iguales. Ármate a ti misma.
Unas pocas luces rojas brillaron brevemente en la parte de atrás del aparato disparador termoestelar. Eso era todo lo que servía para indicar que la inerte construcción de metal y plástico era el objeto más peligroso en muchos parsecs a la redonda.
—Armada —dijo fríamente.
—Bien, entonces… —Pinback suspiró, miró alrededor en busca de algo más que hacer—. Todo parece bien, bomba. Te lanzaremos en unos treinta segundos. Buena suerte.
—Gracias —dijo la bomba. Su computador diagramático del blanco se había ensamblado en el mundo que serviría de blanco.
El interior de la habitación de control se hizo ahora una conmoción de actividad controlada cuando las preparaciones finales eran hechas. Luego Boiler y Doolittle se sentaron cuando Pinback agarró dos empuñaduras y miró al pequeño cronómetro situado en el panel encima de su sección.
—Empezando secuencia primaria.
Doolittle tocó un último mando y observó una luz roja pestañear enfrente de él.
—Secuencia activada. Comenzar cuenta atrás.
—Roger, márcalo: diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno —ambos mandos fueron vueltos simultáneamente—. Lanzar.
Hubo un brillante destello de luz del punto donde la bomba estaba en contacto con el disco de descarga. El disparador termoestelar cayó de la nave. El disco y el tubo fueron introducidos en la panza de la nave.
—Secuencia de hiperimpulso empezada —dijo Doolittle—. Dale, Pinback.
El sargento golpeó un par de botones en rápida sucesión.
—Campo de fuerza activado… secuencia metida.
Se sentó en su silla. Un ligero cosquilleo empezó a recorrer su cuerpo, como si sus piernas y todo lo demás se hubieran dormido repentinamente. Luego, el campo se cerró, y pudo verlo todo a través de una niebla de rojo celofán. Este campo los haría sobrevivir a hiperimpulso.
Hubo una pausa de un segundo, y entonces el Dark Star se esfumó de la región del mundo inestable, arrojada a increíble velocidad a un rumbo precalculado en el libre espacio, un punto fuera del alcance de los restos de un planeta despedazado.
Detrás de ellos, la bomba, tranquila y sola ahora, continuaba bajando hacia la superficie del planeta.
Aunque el campo de fuerza nublaba su visión, Talby podía ver todavía las estrellas. Sólo que ahora se apresuraban a saludarle —todos los tamaños y grados de magnitud apresurándose hacia él—. Pero la borrosa visión distorsionada del hiperimpulso sólo le permitía devolver el saludo a unas pocas. Caían hacia él como lluvia horizontal, inundándole de color según pasaban y desaparecían.
Supuestamente no era seguro para un hombre permanecer en la cúpula de observación, mientras la nave estaba en hiperimpulso. El escudo provisto por el transparente hemisferio era mínimo, y en teoría, una persona en el hiperimpulso podía estar expuesta a una peligrosa explosión concentrada de radiación.
Talby, en cualquier caso, había desaprobado esta particular teoría, al igual que desaprobara tantas otras. Había sobrevivido a dieciocho de estos vuelos hasta ahora, y su cuerpo estaba tan saludable como nunca. Más sano que cualquiera de los otros a bordo, y considerando que él no pasaba nada de tiempo en la habitación de ejercicios. Doolittle no lo podía explicar.
Talby le dijo que era la paz de mente, pero Doolittle insistía en que tenía que haber algo más que eso. Quizá los teorizadores tenían razón, pero estaban equivocados. Quizá quien permanecía en la cúpula de observación recibía una dosis concentrada de radiación; radiación que no era peligrosa, sino benigna; radiación que suministraba algo especial a un hombre. Porque no se podía negar que Talby desafió un gran número de normas aceptadas para viajes interestelares y salió de ellas en una peculiar buena forma.
Nadie vio la bomba llegar a su punto predeterminado de detonación justo sobre la superficie del planeta, pues estaban demasiado lejos ya de éste. Pero detrás de ellos un cegador balón de luz blanca apareció donde el mundo inestable había estado anteriormente. Se volvió rosa, luego rojo azulado; un capullo monstruoso del color de la sangre estallando en la noche.
Luego desapareció rápidamente. Un mundo se había desvanecido de la galaxia. Su convulsiva muerte había dado vida a varios nuevos grupos de asteroides y meteoros. Estos tornarían ahora su sitio entre los otros escombros vagando por las sendas estelares.
El universo hizo un alto. El Dark Star paró, y su secuencia de hiperimpulso concluyó.
La roja niebla del campo desapareció de sus ojos, cayendo de vuelta en su jaula electrónica. Talby pestañeó.
Hizo un rápido chequeo de sus instrumentos. Estaban en perfectas condiciones después del hiperimpulso. Todo el equipo de navegación funcionaba perfectamente y estaban en camino de nuevo.
Su mano se movió hacia el intercomunicador. Trataba de dar esta información a Doolittle, pero como frecuentemente ocurría, algo más importante capturó su atención y le desvió de los intereses humanos.
Justo a la derecha de su presente rumbo yacía una nebulosa de un hermoso rojo y púrpura. Pasarían bastante cerca de ella si continuaban en la presente senda. Tendría tiempo suficiente para disfrutar y estudiar el nuevo milagro.
Su mano seguía vacilando entre el activador del intercomunicador y el brazo de su silla. Luego se relajó en su asiento. Como astrónomo, era todavía su trabajo el hacer verificación manual del recorrido de la bomba. Pero supón que él no lo hiciera. Supón que no lo hiciera, y la bomba hubiera funcionado mal. El escenario era simple de imaginar. El mundo en el sistema que acababan de dejar sería explorado y colonizado.
Eventualmente, podía mantener una población mayor que la de la Tierra.
Luego, un día distante, un planeta que se pensaba que era seguro empezaría a girar fuera de su órbita hacia el sol, quizá volviéndolo en pocos días en un revuelto nova que chamuscaría el colonizado mundo con sus billones de vidas. Y nadie podría hacer más que decir monsergas y maldecir al mucho tiempo bajo tierra Talby. Él habría devuelto un golpe por un universo natural y sin ser manipulado. Pero él no podía hacerlo.
Después de todo, culparían a toda la tripulación del Dark Star, y Talby no podía arrastrar a los otros a un ignominioso futuro, no importaba qué fuese lo que más le beneficiaba a él.
Se volvió en su silla, tocó varios botones y se preparó para hacer su deber, por Doolittle, Pinback, Boiler y Powell, y no por alguna lejana y abstracta humanidad.
El ocular del telescopio de ancho espacio bajó limpiamente enfrente de él. Se aproximó y echó una mirada. Un rápido disminuyente punto brillante era todo lo que se observaba ahora a gran distancia. Un rápido chequeo en los mapas reveló que realmente era algo en la vecindad de la estrella que habían dejado. Se dirigió al intercomunicador.
—Teniente Doolittle, acaba de estallar. ¡Ah!, el planeta acaba de estallar, señor. ¿Teniente?
Bien, si Doolittle no se interesaba ya… Talby sacudió el intercomunicador, apagándolo. De mal humor, observó el firmamento.
Pero no era culpa de Doolittle. El intercomunicador, como tantas otras cosas sobre el Dark Star últimamente, estaba funcionando mal.
Abajo, en la sala de control, con la carrera de la bomba sin duda con éxito y la secuencia de destrucción completada, Pinback, Doolittle y Boiler estaban relajando sus músculos, desparramados sobre sus sillas como gatos viejos.
—El computador tarda otra vez —observó Boiler—. Ese computador me está empezando a preocupar, Doolittle. Algunas veces, creo que le oigo cantarse a sí mismo.
—Ya sé que tarda, Boiler —replicó el teniente—. No dejes que eso te moleste. Es casi el único instrumento en la nave que todavía funciona correctamente —hubo una pausa en el sordo sonido que salía siempre de los altavoces, y Doolittle sonrió ligeramente—. Ves, aquí está ahora.
—¡Atención, atención! —la mecánica, suave voz femenina de la máquina, dijo—: Computador de la nave a todo el personal. El hiperimpulso está terminado ahora, y estoy feliz de comunicarles que el planeta se halla destruido.
—¡Yupiii! —gritó Boiler, haciendo un pequeño círculo en el aire con un dedo.
—Pueden ahora relajarse y estirar los músculos si así lo desean, caballeros.
—Desblocar fallo-seguro —ordenó Doolittle, ignorando la voz. No era bueno oír demasiado tiempo esos suaves y eróticos tonos. Pinback estaba haciendo algo en el panel encima de él.
—Fallo-seguro desblocado. El sector acabado de visitar —continuó el computador— está ahora listo para la colonización. Ha eliminado con éxito el único mundo inestable en este sistema. Enhorabuena en otra carrera de bomba, muchachos.
—Muchas gracias; gracias, computadora —dijo Doolittle sardónicamente—. Dime, cariño, ¿qué vas a hacer después del cataclismo de esta noche?
—Operar la nave, como es mi costumbre, teniente Doolittle —hubo una pausa, luego la voz continuó con un ligero tono de reprimenda—. Debo recordarle otra vez, teniente, que estas conceptualizaciones mentales que usted tiene de mí como una humanoide femenina de piel suave, complaciente y de respiración entrecortada, no son saludables ni conducen a la suave operación de la nave. Debo pedirle que no continúe.
—¡Oh!, deja de hacerlo tú —escupió Doolittle—. Para de pintar, Pinback. Estás manchando todos los instrumentos. —Pinback miró avergonzado y empezó a hacer gestos otra vez.
El computador no respondió al consejo de Doolittle, reconociendo, bien la frustración en la voz del teniente, bien la imposibilidad de lo sugerido por él, o ambas a la vez.
El pensamiento dejó un agrio gusto en la mente de Doolittle. Siempre se ponía así cuando acababa el lanzamiento de una bomba y tenían que hacer frente a muchos días sin nada que hacer. «Decaimiento poscoito», pensó él con disgusto.
Irritado, nervioso, sentía que tenían que apresurarse y encontrar otro sistema con mundos habitables y compañeros inestables. La cosa se estaba poniendo peor. El resplandor de satisfacción, la suave aura del deber cumplido que usualmente venía sobre él después de un lanzamiento con éxito, se había hecho más pequeño cada vez con los sucesivos lanzamientos. Ahora era prácticamente inexistente. Él podía recordar cuando el placer de ver un mundo inestable disuelto en sus elementos componentes le hacía sentirse bien durante semanas.
Ahora estaba vacío otra vez.
—¿Ahora qué, Boiler? —se preguntó a sí mismo—. ¿Qué tienes para nosotros ahora?
—¿Tan pronto, teniente? —preguntó Pinback—. Acabamos de finalizar un lanzamiento. —Doolittle ignoró al sargento.
Boiler, tranquilo y respondiendo a las manías de Doolittle, estaba ya trabajando duro en los vaticinadores.
—No mucho aquí, teniente. No veo ninguna posibilidad en este sector.
«Obediente, sí, pero insensitivo. Maldita la insensibilidad del hombre. Maldita su falta de comunicación y su inhabilidad de disfrutar de una conversación inteligente y prolongada», se decía Doolittle a sí mismo. Nunca se explicaría por qué prefería hablar con Boiler que con Pinback. Quizá era porque el cabo no le exigía nada de vuelta. Doolittle nunca había sido una persona que diera mucho de sí mismo. Esperaba mucho de Boiler, y consiguió mucho de Pinback. Si al menos Talby estuviera más dispuesto a charlar. Si al menos Powell estuviera aún por aquí, para dar órdenes.
—Bueno, encuéntrame algo —ordenó nerviosamente—. No me importa dónde. Algo interesante, cualquier cosa… Tenemos sólo una bomba, y entonces… podremos irnos a casa… creo.
—Algo interesante —repitió Boiler—. Muy bien —y se inclinó sobre los instrumentos, consultando los diagramas por debajo de su panel—. Bien, estamos cerca del sector de la nebulosa Cabeza de Caballo. Tenemos informes de antes de salir de la base de que hay al menos como un noventa y cinco por ciento de probabilidades de vida inteligente en el cuadrante sur de la nebulosa. Localizadores de larga distancia encontraron al menos dos estrellas de tipo sol allí, mostrando perturbaciones en sus sendas, muestra de planetas a distancias que los colocarían en las así llamadas zonas vivas.
—No me vengas con ésas —se quejó Doolittle—. Vida inteligente, mi trasero. Deberías saber por ahora. Boiler, que no hay vida inteligente en este universo. Nada en absoluto.
—Incluyéndonos a nosotros, naturalmente —añadió él para sí. Pero esto no era una revelación, ellos sabían esto hacía muchos años, cuando predicción tras predicción habían fallado. Visitaron y trazaron mapas de docenas de mundos donde la vida debería haber brotado independientemente, y no habían encontrado nada más que formas bajas de plantas y animales: el ser mayor era el animal amorfo de Pinback, al cual llamaban «Pelota de Playa». Toda y pobre respuesta a sus desesperados anhelos de encontrar vida inteligente.
No; estaban solos; solos en un balón infinito. Sólo Talby no parecía estar solo.
—Ya sé que es una tirada larga, pero… —observó al teniente tranquilamente. Su guardado optimismo no tuvo efecto sobre Doolittle.
—Una maldita caza de gansos salvajes es lo que es esto —comentó el teniente finalmente. Sonrió un poco—. ¿Recordáis cuándo el comandante Powell encontró esa «más de noventa y cinco» probabilidad de encontrar vida inteligente en un pequeño sistema en la línea de Nube Magallánica y durante un par de minutos todos pensamos que lo que él quería decir es que íbamos a ir allí?
El cabo sacudió la cabeza. Él no se acordaba. Una mano señaló una de las lecturas de los controles.
—Pero hay una posibilidad esta vez, de acuerdo con… —Doolittle le ignoró, aun haciendo memoria.
—¡Qué vergüenza! ¡Qué mala memoria! ¡Y qué colosal desengaño! Casi rompió el corazón de Powell.
»¿Recuerdas lo que encontramos cuando llegamos a ese mundo, Boiler? ¿Recuerdas? ¿Era una raza de gigantes humanoides esperando para darnos la bienvenida como miembros de una civilización que se extendía por toda la galaxia? ¿O un planeta de tranquilos pensadores esperando una nueva, vigorosa gente como nosotros sobre los que descargar todos los secretos del universo? ¿O aun una raza de insectos inteligentes? ¿O gigantes y repugnantes babosas?
»No nada para amar, nada de lo que ser amigos, nada ni siquiera para despertar a nivel de conciencia. Nada para odiar decentemente. Una broma, un maldito vegetal sin mente; eso fue lo que encontramos. Un límpido balón —su voz se alzó, y ambos, Boiler y Pinback, le observaron ansiosamente.
—Catorce malditos años luz para un vegetal que se queja a gritos y deja mal olor si es tocado. ¿Recuerdas eso?
—Está bien, me acuerdo, me acuerdo —confesó Boiler, tratando de calmar a su compañero.
Doolittle era sabedor de que una vez más se había acercado peligrosamente al límite. Bajó la voz, y se hubiera metido las manos en los bolsillos si no estuviera sentado. Retiró la mirada de los otros.
—Así es que no me hables de vida inteligente. Encuéntrame algo que yo pueda hacer volar.
Una vez más una difícil tranquilidad reinó en la sala de control del Dark Star. Cada hombre volvió a su puesto, los cuales tenían la virtud de no reñir, de no gritar, de no arañar, y de no devolver lucha con lucha.
Disparados, se movían más rápido de lo que cualquier hombre se había movido hasta ahora, porque el Dark Star era el primero en su género. No había habido ningún predecesor experimental. El Dark Star era, en sí, una nave experimental. Una nave espacial experimental habría sido prohibitivamente cara, así es que combinaba su primera misión vital y la construcción a partir de pruebas al espacio no tripuladas.
Y había salido bien. Sólo pequeñas, menores e irritantes cosas continuaban rompiéndose. La nave seguía operando sin defecto, como su tripulación.
Una repentina serie de ruidos sonaron en el puesto de Pinback. Él pestañeó y se inclinó hacia adelante. Un mando apagó el ruido.
—¡Eh! —dijo él después de estudiar los instrumentos, iluminándose su expresión—, una nueva estrella.
Ninguno reaccionó. Miró a Boiler, luego a Doolittle. Quizá no le oyeron.
—Eh, sabéis que… —repitió más alto— que he encontrado otra estrella. —Doolittle había sacado ya un paquete desgastado de cartas. Estaba jugando solitarios. Doolittle era muy bueno haciendo solitarios. No perdía frecuentemente, porque hacía trampas.
—¿Qué clase? —preguntó, sin mirar hacia arriba.
Pinback chequeó otra vez los instrumentos.
—Enano rojo. Es un completo desconocido, señor, ni siquiera está en la lista de los posibles, por lo que yo puedo ver.
Doolittle puso una reina negra sobre un rey rojo, luego una sota negra sobre la reina.
—¿Planetas?
—¿Alrededor de un enano rojo, señor? Aun si hubiera alguno las oportunidades de ser inhabitado…
—Te pregunté si hay algún planeta, sargento.
—Oh, de acuerdo. —Pinback chequeó la lectura de los instrumentos otra vez. Su expresión se infló—. ¡Uf!, sí. Dice aquí que probablemente unos ocho.
—¿Alguno de ellos bueno?
—Bien —supuso Pinback—. Es bastante difícil decidir a esta distancia, pero podría haber. Muchacho, ¿no sería eso algo? ¿Alrededor de un enano rojo?
—Quiero decir si alguno de ellos es malo —corrigió Doolittle, sacando un as.
—¡Oh! —exclamó Pinback deprimido, y de mala gana revisó las lecturas otra vez—. No, todos estables.
—Supongo que eso quiere decir que no vamos a hacer mapas de ellos —gruñó Doolittle. Ninguna respuesta.
—Jesús, teniente; un enano rojo con ocho posibles planetas. Quiero decir que al menos tendríamos que hacer una medición ecuatorial.
—No es nuestra tarea —dijo Doolittle tranquilamente.
—Pero ¿no podríamos hacer en este caso una pequeñísima excepción?
—No —diez rojo sobre sota negra.
Hubo paz en la sala de control por un momento, a excepción del suave click de cartas al ser puestas sobre la mesa. Pinback miró a Doolittle hasta que estuvo completamente seguro de que el teniente no tenía nada más que decir sobre el asunto del extraño sistema.
—¡Ah! —exclamó finalmente—. ¿Cómo lo va a llamar?
Doolittle dudó, y habló sin mirar arriba otra vez.
—¿Qué?
—¡Ah, ya sabe!, la estrella. —Pinback continuó ansiosamente—: ¿Cómo lo va a llamar?
—¿A quién le importa? —respondió Doolittle irritadamente—. Estoy ocupado, Pinback… No me molestes, ¿eh?
—Pero es una estrella nueva, teniente. Con planetas. Ocho. Sólo un puñado de seres humanos pudieron dar nombre a pequeñas e insignificantes cosas como una montaña, o un río, o un océano. Unos pocos con más suerte pudieron dar nombre a formas en la superficie de la Luna o Marte y los otros planetas. Usted puede dar nombre a todo un sistema, teniente.
Doolittle le dirigió una rápida mirada.
—Mira, no me molestes, Pinback, por favor. Casi he sacado este juego. Déjame solo. ¡Humm!
—El comandante Powell le daría un nombre —acabó Pinback con el argumento final, y cruzó sus brazos firmemente.
—El comandante Powell está muerto —recordó Doolittle por milésima vez, poniendo un dos encima de un as.
—Bien, entonces… —Pinback sonrió de repente—. Eso es: «No me molestes». Ese nombre le daremos. «No me molestes» —buscó apresuradamente bajo su sillón el diario de vuelo que él había tenido a su cargo desde que Doolittle había perdido interés en hacer informes regulares en éste. El lápiz que estaba atado a éste estaba desgastado hasta el punto de ser una cosa íntima. Tuvo que esforzarse para escribir claramente.
—Ya está —dijo, después de una hora de dedicada escritura—. Todo ordenado y oficialmente, con coordenadas y todo. «No me molestes»… Ocho planetas —acabó con adorno—. Enhorabuena, teniente.
Doolittle empezó a gritar otra vez, luego volvió la última carta que necesitaba jugar y se sintió instantáneamente generoso. Después de todo, ¿por qué meterse con Pinback simplemente por ser un entusiasta cumplidor de su trabajo?
—Gracias, sargento. Si algún ser inteligente vive allí, algún día se lo agradecerán. Yo sé que no me gustaría ser visitado por alguien como yo.
—¡Uf!, teniente —replicó Pinback y su cara se torció inciertamente—: no estoy seguro de haber entendido lo que ha dicho.
Los profundos tonos de Boiler cayeron sobre él.
—Eh, Doolittle, tengo uno bueno. Definitivamente inestable. Probabilidad de ochenta y cinco por ciento de planeta inestable en sistema de estrella P-uno-treinta-ocho. Indicación de planetas habitables en el mismo sistema: noventa y seis por ciento. Probabilidades de que salga de su órbita en el período crítico y pegar a su estrella —miró arriba desde sus lecturas—. ¿Quiere volarlo?
Él rió.
Pinback le miró con inquietud. Boiler no reía con mucha frecuencia, y Pinback podría haber pasado sin tales despliegues dé humor por parte del cabo. Pero la información pareció agradar a Doolittle. Él sonrió ampliamente.
—Realmente bueno, Boiler. Muy buen trabajo. Eso es lo que estoy buscando. Traza un rumbo tan pronto como puedas —su mente estaba cantando, un planeta más, una bomba más, y entonces podrían volver a casa, volver a casa, volver a casa; de vuelta a la calidez, confort, sintiendo la Tierra, de vuelta a césped de verdad, y bebidas alcohólicas de verdad, y miembros del sexo opuesto. De vuelta a los otros extraños, de vuelta adonde pertenecían.
Boiler estaba trabajando fervientemente en su consola.
—Eh, lánzame ese libro de diagramas, Pinback.
—Dar un nombre y volarlo. Nombrarlo y volarlo; eso es lo único en lo que vosotros pensáis y lo único que queréis hacer —gruñó Pinback. Pero se agachó bajo su asiento, sacó un grueso volumen de mapas de estrellas y lo echó encima de las piernas de Boiler.
Boiler le miró ceñudamente y sostuvo el libro por un segundo. Consciente de la ya sobrecargada atmósfera de la pequeña habitación de control. Doolittle observó a los dos hombres. Aún Pinback podía ser sacado de límite, y él se dio cuenta.
Boiler mantuvo su mirada por más tiempo, luego abrió el libro y empezó a pasar páginas con el dedo. Doolittle se relajó. Lo que Pinback pudiera hacer una vez pasado tal punto crítico nadie lo sabía. Seguramente irse a un rincón y romper a llorar. Pero nunca se sabe. Doolittle pasaba tanto tiempo manteniéndolos separados como llevando la nave.
Nunca hubo tantos problemas entre los dos cuando el comandante Powell estaba vivo. Pero todo eso estaba en el pasado. Tantas cosas estaban en el pasado, tantas se habían perdido con la muerte de Powell. Quita una esquina del pentagrama y el místico símbolo parece perder todo su poder.
—Vamos a poner un poco de música aquí, Boiler —dijo él cuidadosamente.
—Seguro. —Boiler, sin mostrar signos de reciente agravación, extendió el brazo a un panel lejano. Notas de la canción «Benson, Arizona» flotaron inmediatamente por el salón de control.
Doolittle se relajó. Le encantaba esta canción en particular tanto como la odiaba. Le encantaba por los recuerdos que le traía, y la odiaba por recordarle lo que ya no tenía.
Pinback rompió a hablar un momento más tarde, igual de odioso y alegre. No le costaba mucho a Pinback olvidar sus berrinches. Era incapaz, le parecía a Doolittle, de enfadarse realmente con algo.
—Eh, teniente, ¿no cree usted que ya es hora de escribir algo en el diario de vuelo? Ya sabe, poner los informes al día e informar sobre el nuevo sistema descubierto en forma oficial y de los pequeños problemas que hemos tenido a bordo, y todo eso.
Doolittle volvió tres cartas, se encontró así atascado con la última sota enterrada en el fondo. Desvió la sota con la otra carta, la puso sobre la reina y jugó las dos otras cartas y el resto del juego. Eso hacía el juego 342 que él había jugado sin parar, una impresionante cuerda que no tenía intención de romper.
—¿Qué Pinback?
—Dije, ¿no cree que ya es hora de informar?
Cuando Doolittle no se ponía en pie de un salto. Pinback seguía rogando:
—Oh, venga, teniente. No ha hecho un informe hace ya mucho tiempo. Uno de estos días los informes serán historia. Pequeños chavales los estudiarán, y sus abuelos dirán: «Recuerdo cuando el Dark Star hizo esto y lo otro». Las gentes en sus casas dirán…
—Las gentes en sus casas —empezó a decir enfadado Doolittle— no dan ni un ble… —No continuó. Era imposible enfadarse con Pinback. El sargento era una audiencia terrible. El no, haría lo decente y no chillaría de vuelta. No; Pinback, o bien se retiraba a uno de sus berrinches, o bien trataba de hacer una broma de sus más acaloradas furias.
Podía descargar su genio en Boiler, pero Boiler se sentaría allí y le ignoraría completamente. Al menos Pinback reaccionaba. Y Talby, él podía hablar y chillar y quejarse a Talby, pero algo en él siempre arrojaba el pensamiento de molestar los períodos de contemplación sin fin del astrónomo.
Él siempre podía hablar al comandante Powell. Aun cuando Powell estaba técnicamente muerto, su mente funcionaba ocasionalmente lo suficiente para fortuitas conversaciones. Algunas veces Doolittle se encontraba a sí mismo más cerca en sentimientos a Powell que cualquier otro. Ambos hombres tenían sus mentes en una animación suspendida.
Bien, podía a la vez hacer feliz a Pinback, y además era su obligación. Y se prometió a sí mismo, érase una vez, que llevaría a cabo sus funciones de comandante activo con su mejor habilidad, etc., etc., bla, bla.
Además, si él no lo hacía. Pinback sí podía, y sería desastroso si alguna vez volvían.
Se levantó y alcanzó el panel superior. Cuando la señal LISTO se hubo encendido, habló hacia el micrófono direccional.
—Libro de vuelo de la nave, entrada número mil novecientos cuarenta y tres. Teniente Doolittle, comandante activo del Dark Star, informando. La nave está en el presente momento cruzando el sector Theta nueve noventa en la velocidad de la luz múltiple en ruta al área Nebulosa Veil para la destrucción de un planeta inestable. Nuestra ETA es diecisiete horas. Nuestra habilidad para localizar planetas inestables en sistemas con mundos habitantes parece haberse incrementado con la práctica, como si se presentaran a nosotros al ser llamados. Puedo sólo asumirlo a nuestra incrementada eficiencia y a nuestra familiaridad con la instrumentación necesaria. En tal caso parece que estaremos volviendo a casa antes de lo esperado; ah, y nosotros… —dudó. Había algo más, pensó, pero no podía saber lo que era— ¡Oh, sí! Los sistemas internos de la nave parecen deteriorarse continuamente. Los estamos compensando, pero como el número de fallos se multiplica, encontramos altamente difícil improvisar a partir de nuestros decrecientes almacenes de la nave.
Pinback se inclinó hacia él y le susurró algo.
Él asintió con la cabeza y habló hacia la pantalla.
—¡Oh, sí!… el corto circuito en el asiento que mató al comandante Powell está todavía defectuoso. Después de muchas deliberaciones y examinando la situación, yo he dado instrucciones explícitas de que nadie use este asiento o será severamente castigado.
Pinback se inclinó y le susurró otra vez, un poco más urgentemente esta vez.
—El almacenamiento… ¿Qué pasa ahora, Pinback?
Hizo una pausa, escuchó el susurro.
—¡Oh! Y debido a que él está sentado al lado del asiento del comandante Powell. Pinback es continuamente molestado por el circuito defectuoso. Está poseído de un miedo irrazonable de que su asiento será el próximo en tener un corto circuito. He señalado al sargento Pinback que esta actitud es a la vez, irracional y asnal, y él…
—No es —musitó Pinback en voz baja.
—… Persiste en recordármelo —luego tuvo la sensación de haber estado de caza y se dio cuenta de haber acabado en él—: ¡Oh, sí!, almacenamiento Zona Nueve. Subsección B autodestruida la pasada semana a causa de un cortocircuito, de tal forma que destruyó todo el avituallamiento de la nave de papel higiénico. Yo pediría a los muchachos allí abajo en McMurdo que fuéramos inmediatamente suministrados con tan conveniente comodidad. Pero me temo, logística, siendo lo que parece ser en estos días en Base Tierra, que nos mandarían el papel higiénico en vez de nuestro desesperadamente necesario escudo de radiación. Como los dos materiales no son intercambiables en funciones, estoy por lo tanto retardando la petición de que seamos abastecidos con la anterior comodidad, aunque —y miró hacia Pinback— hay entre nosotros quien cree, sin ninguna clase de dudas, que el papel higiénico es lo más vitalmente necesario de los dos —volvió la mirada de vuelta a la pantalla—. Y si alguien alguna vez, oye esta comunicación y encuentra la presente situación divertida, yo sólo puedo esperar que algún día se encuentre en la situación en que tenga que optar entre protección de radioactividad y papel higiénico. Creo que eso es todo.
Se levantó y apagó la pantalla grabadora, sintiéndose satisfecho de su entrada en la cabina. Fue una buena entrada en la cabina, una entrada sustancial. No haría nunca que fuera promovido, naturalmente, pero era tranquilizador el pensar que algún día lo que él acababa de grabar sería difundido a los reverentes billones de personas allá en la Tierra.
La música estaba empezando a molestar su familiaridad, entre el sonido y la imagen conjurados. Giró y echó una mirada al tranquilo cabo.
—Pon otra cosa, Boiler. Algo menos descriptivo. Algo más abstracto.
Boiler refunfuñó algo ininteligible y giró el dial una fracción. Inmediatamente guitarras eléctricas, tambores, trompetas llenaron la pequeña habitación de control, inundándola con una orgía de ritmo amplificado.
Pinback y Boiler empezaron a moverse en sus asientos, movidos juntos por sus simples y comunes puntos de interés; saltando, retorciéndose, chascando los dedos, sacudiéndose con la música.
Doolittle trató de unirse a ellos, para complementar el triunvirato. Trató de forzarse a sí mismo, pero por todo deseo de incluirse a sí dentro de la música, todo lo que se movía era su cabeza, ligeramente. Interiormente se preguntaba qué era lo que él echaba en falta.
La música llegó a Talby por el intercomunicador. Bostezó ligeramente hasta que identificó la fuente de la interrupción y lo bajó de volumen. No habría sido profesional y potencialmente peligroso el apagarlo del todo. Él apenas lo oía.
Esa música…