Capítulo VIII
DE LA ALUCINACIÓN COLECTIVA A LA NADA

«Un catalanismo contra España es el peor error político que podemos cometer. Si caemos en eso, estamos perdidos. O nos salvaremos con España y contribuyendo a salvar España, o naufragaremos»

(JOAN PUIG Y FERRETER)

No reconocer los errores de la Historia, no saber corregirlos, empeñarse en mantener mitos insostenibles, desapegarse de la realidad, puede abocar a un pueblo a su más plena desgracia. Cataluña, tras la Guerra Civil, y el aplastante fracaso del discurso catalanista (ya que no hubo ninguna política catalanista real, excepto la de las conspiraciones), tenía que reflexionar. Muchos lo hicieron y en sus autobiografías se encuentran juicios estremecedores por su sinceridad y humildad: reconociendo lo absurdo de las tesis catalanistas. Otros, por el contrario, siguiendo fantaseando en el exilio, imaginando una Cataluña que ya no existía, pues el franquismo pudo arraigarse sociológicamente en todas las capas sociales catalanas sin ninguna dificultad. Lo sorprendente es que, un sector de los que más sufrieron la República, la Iglesia catalana, se mantuviera en sus trece de salvar el catalanismo (para ella salvar Cataluña) a toda costa. Eso explica que la resistencia al franquismo, y la futura clase política que regiría la Transición y la Democracia, se hubiera formado en ambientes clericales y de la burguesía catalana. Escondidos tras sotanas y sacristías, la resistencia era cómoda. Nada que ver con los que arriesgaron sus vidas realmente como los maquis, que eran todo menos catalanistas; pues luchaban por el anarquismo o el comunismo. Esta tesitura es compleja y explica las contradicciones actuales del catalanismo: cómo una parte de la burguesía apoya un separatismo que, a ciencia cierta, se volvería contra sus intereses económicos. En este último capítulo mostraremos cómo no reconocer la realidad nos ha llevado a la esterilidad y, pronto, a la autoextinción como pueblo.

124. EL EXILIO CATALANISTA: FANTASEANDO Y DISFRUTANDO (ALGUNOS)

La Guerra Civil acabó. Barcelona no estaba para una epopeya como la del 11 de septiembre o para una defensa como la de Madrid. El triunfal recibimiento de las tropas nacionales y la huida a hurtadillas de los dirigentes republicanos eran la constatación de que la ilusión catalanista-republicana se había esfumado. Pero el nacionalismo sabía de mitos y fantasías. En sus genes originales llevaba el Romanticismo y su única posibilidad de supervivencia era mantener una ilusión (que a la postre funcionó, como se demostró tras la muerte de Franco). Tras el fusilamiento de Companys, le sucedió Josep Irla en la presidencia en el exilio. Sin pena ni gloria Josep Irla mantuvo en el exilio la idea falsa de una Generalitat viva políticamente hablando. Sin embargo, deseamos referirnos al sucesor de Irla, que es más conocido para el público: Josep Tarradellas. Ya en el nuevo gobierno de la Generalidad, del 26 de septiembre de 1936, se reservó la cartera de Finanzas. Fue el encargado de los dineros de la «Generalidad en París», y quien controlaba el oro y plata incautados: que se enviaban a Francia y que luego, se vendían en Londres (por una cantidad de dinero muy superior a su valor en Francia). Teóricamente con ese dinero se debía comprar material bélico de primera clase. Pero, según testimonia en sus memorias Puig y Ferreter, todo el material que el supervisaba eran prácticamente deshechos militares. Por ejemplo se compraron aviones que al llegar a Barcelona eran incapaces de volar de nuevo.

En 1938 ese cuantioso capital depositado en París fue repartido entre consejeros, exconsejeros de la Generalidad y personalidades de ERC. ¿Dónde fue a parar el dinero? De Tarradellas sabemos que compró una lujosa mansión en Saint Martin Le Blau, aparte de vivir cómodamente en París. En 1977 en la revista Interviu, Eliseo Bayo escribía un reportaje titulado Tarradellas no es tan «Honorable». Se cuenta en el artículo que Irla propuso a Tarradellas la cartera de Finanzas en la Generalidad en el exilio, pero él se negó, para extrañeza de muchos. La explicación era sencilla, así Tarradellas no tenía que rendir cuentas públicas de unos dineros (muchos) que aún controlaba. Mantuvo a Irla en un estrecho cerco económico y fue creando una lista de afectos y desafectos: por ello, todos los catalanistas le temían. Y es así como consiguió la presidencia de la Generalidad virtual. En la correspondencia entre José María Batista y Roca (historiador y etnólogo, que se inició en el catalanismo católico y acabó en el catalanismo terrorista) y Jaume Creus (un empresario catalán que desde la sombra tenía mucho peso en ERC), se percibe la desconfianza hacia Tarradellas. En carta del 19 de septiembre de 1944, escribe Batista y Roca desde Francia: «Debido a que aquí no hay nada organizado y que de vosotros no sabemos nada, hay una desorientación terrible que hace que sea aprovechada por ciertos elementos (en referencia a Tarradellas)». El 12 de febrero de 1945 reconoce que la oposición en el exilio catalanista no es gran cosa: «El elemento catalanista estamos en minoría grandiosa, todo es CNT y socialismo». Ese mismo año, Joan Alavedra le escribía a Jaume Creus: «Hay entre los exiliados una pequeña crisis de catalanismo, porque todos están metidos en el fango de los partidos».

Por fin, el 5 de agosto de 1954, Tarradellas consiguió la Presidencia de la «Generalitat». En esa época todavía quedaban vivos 65 parlamentarios de la época de la Guerra. Pero sólo se reunieron nueve en México, y le eligieron. Por eso Eliseo Bayo denominaba a Tarradellas el «Presidente de los nueve diputados». Al cabo de unos días, el anterior mandatario, Josep Irla, lanzaba un decreto más que sorprendente para una Generalitat republicana: afirmaba que el nombramiento debía tener un «carácter vitalicio». Ahí se acabó la democrática Generalitat. Para colmo Tarradellas decidió «no formar gobierno» ya que «el poder es para ejercerlo» y «todo menos hacer el ridículo». Llegó así hasta la Transición y pudo ser recibido como la ilación viva de la antigua Generalidad. Por cierto, su mujer, Antonia Macià, guardó durante el largo exilio las llaves del Palacio de la Generalidad en un fajín (no fuera que alguien entrara en su ausencia). Un historiador catalanista, miembro de la famosa Asamblea de Cataluña, reconocía en febrero de 1977, en la revista Nueva historia, que: «(Tarradellas) es simplemente un valor simbólico. No podemos caer en los mitos. La política catalana no puede encadenarse al pasado, sino proyectarse al futuro. Imponerle a un setenta por ciento de catalanes que no vivieron la guerra, una representatividad de entonces, sería un error». Podríamos contar muchas cosas, pero sólo relataremos un hecho más que debería sonrojar a todos los catalanistas de verdad. En 1949, Pompeyo Fabra, también exiliado, hito aún vivo del catalanismo, tuvo una hija que enfermó gravemente. Fue a visitar a Tarradellas para solicitarle ayuda económica con tal de poder pagar un médico. La respuesta, fue simplemente, negativa.

125. EL EXILIO: UNA DOSIS DE REALISMO (PARA OTROS)

Es profundamente interesante descubrir cómo vivieron su exilio muchos catalanistas, y con ello nos referimos a sus reflexiones, sus memorias, dietarios y escritos, atemperados por el tiempo y la experiencia vital. Claudi Ametlla en su obra Des de l’exili (Desde el exilio) comenta una idea alocada de un catalanista: «En el último número de Quaderns [Cuadernos en el exilio] era una revista de exiliados publicada en México en catalán], un lector asienta la teoría de que el catalanismo de los catalanes es más radical en la medida que se va alejando de Cataluña; es decir, que podría establecerse una ley según la cual a mayor número de kilómetros de distancia corresponde un mayor radicalismo de aquel sentimiento». Si hiciéramos caso de este curioso principio sociológico, entenderíamos por qué aquellos que se exiliaron a América, solían ser más radicales que los que estaban en Francia. Entre los que pudieron regresar pronto a España, pues no habían cometido delitos de sangre, muchos de ellos renegaron del catalanismo, al menos como vía política y fueron capaces de realizar autocríticas muy interesantes.

Un caso es Lluís Ferran de Pol, un discípulo de Rovira y Virgili, que luchó en el frente de Aragón. Se exilió pero pudo volver a España en 1948. Colaboró en las revistas eclesiales Serra d’Or (de Montserrat) y Cavall Fort y Tretzevents, revistas infantiles de los obispados de la Cataluña profunda. En su periodo de exilio, desde Quaderns de l’exili, exigió una renovación moderada del catalanismo, pues lo consideraba uno de los causantes de la dura experiencia de la Guerra Civil. Por cierto, tenía una hermana monja en Francia, sor Teresita de Jesús, que le ayudó todo lo que pudo en su exilio. Ferran de Pol, respecto a la figura de Companys avisaba: «Hay que vigilar la interpretación que en el futuro se dé a la muerte de Companys. Sospechamos que se querrá hacer servir para miserables intereses partidistas e incluso electorales y hay que, desde ahora, prevenir forzadas interpretaciones». Este juicio fue muy profético y señala el sentido común que demostró más adelante en su obra literaria. Hubo otros hombres, como Josep Dencàs, que habían tenido un máximo protagonismo en los años aciagos de la República y en el 36. Exiliados, acabaron sus días en el destierro, pero deseando regresar a España. Dencàs recaló en Tánger, desencantado de la política y del catalanismo: no dejó, ni siquiera, memorias escritas. Murió en 1965, poco después de que el gobierno español admitiera su regreso.

Volviendo a Claudi Ametlla, en su obra arriba citada recoge un artículo clandestino del Front Universitari de Catalunya, en el que se habla de las desgracias de Cataluña desde la “Rabassada” [carretera que sube al Tibidabo, donde fueron asesinadas miles de personas en la represión de la retaguardia republicana en Barcelona] al “Camp de la Bóta” [lugar del cementerio de Montjuich donde fueron enterrados los fusilados por el franquismo, tras ser juzgados por crímenes de guerra]. El político republicano se sincera: «Anatemizamos con vosotros la “Rabassada” y el “Camp de la Bóta”, y propugnamos una Cataluña donde las iniquidades que en aquellos lugares se cometieron no vuelvan a repetirse».

Joan Puig y Ferreter es de los que demuestra más sentido común tras su experiencia en el exilio: «Nunca lo diremos suficientemente a nuestros hermanos catalanes que no adopten la posición separatista respecto al resto de España. Creo que es deber de todos los catalanes responsables, sea por su talento, su calidad de hombres representativos, su significación política, etc., que hagan comprender a los exaltados, a los irresponsables, al pueblo catalán en general, que Cataluña es una parte de España… Cataluña es España, lo queramos o no». Josep Maria López i Picó, literato, católico, conservador y catalanista, con los años se quejaba del desastre de la política de Companys y de la desgracia de la Guerra Civil. En su Dietari 1929-1959, escribe: «¿Por qué ha hecho falta que tan amarga realidad descubriese a los más tozudos el engaño que querían disfrazarnos con el nombre de Cataluña?».

El famoso exiliado en México, el Doctor Josep Trueta, que fuera miembro del Consell Nacional Català (1940) [este órgano del catalanismo en el exilio fue desarticulado por la proia Generalitat en el exilio], en su libro Esperit de Catalunya (Espíritu de Cataluña), escrito en 1946, resume el ánimo de muchos catalanes en el exilio: «Lo que hace falta, me parece, es despojarnos de resentimientos y retomar la labor que tantos antepasados nuestros, desde Luis Vives hasta Balmes, Prim y, más que ninguno otro, Prat de la Riba, no ha estado nunca abandonada en Cataluña: hacer de la Península un espacio viable donde nuestros hombres y mujeres puedan vivir en hermandad e igualdad con los otros españoles, entendiendo que los portugueses, según su gran Camoes, también lo son». En la mencionada correspondencia entre José María Batista y Roca y Jaume Creus, en carta del 16 de marzo de 1945, el primero reconoce: «La gente en Cataluña tiene aún un recuerdo vivísimo, y de gran horror, de todo lo que pasó durante la Guerra Civil, sobre todo en los primeros tiempos —asesinatos, saqueos de casas, incendios, incautaciones, colectivizaciones, etc,…—. Quien quiera gobernar ha de dar a nuestro pueblo una firme garantía de que eso no se repetirá más». Estos son los textos que deberían leerse en las clases de Historia. Esta es la verdadera reconciliación de las dos Españas.

126. TARRADELLAS (MAL) VISTO POR LOS CATALANISTAS

La afabilidad de un anciano recién regresado del exilio y aclamado por una de las concentraciones más importantes que viera la actual Cataluña democrática, no quita que la figura de Tarradellas fuera discutida y temida en sus tiempos mozos por su activismo político. Los testimonios son innumerables. Veamos algunos. Uno de ellos es el de Jaume Miratvilles, militante de ERC que fuera secretario general del temible Comité de Milicias Antifascistas de Cataluña (responsable de muchísimos asesinatos). Ello no impidió que en 1963 se reintegrara en la España franquista. En sus memorias, tituladas Gent que he conegut (Gente que he conocido), define al Tarradellas con el que convivió: «Esta época [ya iniciada la Guerra y estando su figura en ascenso] representa mi ruptura moral con Tarradellas. Este amigo, que tiene cualidades de acción indiscutibles, no es un hombre político propiamente dicho. Falto de genio, de pluma, de palabra, no se fía de colaboradores que le puedan hacer sombra».

El historiador —declaradamente separatista— Joan B. Culla, en su reciente obra Esquerra Republicana de Catalunya, 1931-2012. Una història política (La Campana, 2013), acusa a Tarradellas de sus métodos estalinistas para eliminar la resistencia del POUM. Jaume Creus de ERC, escribe a Batista Roca, el 25 de mayo de 1945, sobre la urgencia de crear un gobierno en el exilio, pero en el que no esté Tarradellas: «Creo que es el momento de ponerle un ultimátum a Irla y… aceptará— Conviene que haya un gobierno fuerte de Cataluña y sobre todo que delegue sus atribuciones». El 17 de julio del mismo año, volvía a insistir: «(en referencia al posible nuevo gobierno en el exilio) sobre todo que no ponga cacatúas, y mucho menos a Tarradellas; no os podéis imaginar la antipatía que le tienen, sólo tiene a su lado los estómagos agradecidos. Ha sido listo y en todos los grandes núcleos tienen unos cuantos (fieles)».

El más duro en sus juicios es el republicano Puig y Ferreter. De él dice: «Lo de Tarradellas es mucho más grave [en comparación con el juicio sobre Companys]. Frío, duro, cruel, sin entrañas ante el sufrimiento moral, incapaz de presenciar el sufrimiento físico… es un ser humano deshumanizado por su monstruosa ambición para ascender y de dinero. Además de celoso, envidioso, desconfiado, menosprecia a todo el mundo y no quiere realmente a nadie. No mueve un dedo que no sea por su interés personal. Fuerte de temperamento, y a pesar de las crisis de sus desequilibrios nerviosos,… tiene manera de dictador, con algo de esa enajenación enferma que suelen tener los dictadores. La política para él es un negocio, un negocio de dineros». Un último testimonio nos lo proporciona el radical separatista Joan Solé y Pla, en su escrito República: «[Tarradellas era] completamente ignorante en todo, y sin fundamento, ni bagaje científico, ni literario… no se ha distinguido durante la dictadura [de Primo de Rivera] en nada, no ha hecho nada ni escrito ni de obra, en nada ayudaba a los presos, ni a los emigrados, pero… es un pelota, sabe saludar y adular y ha sabido pescar. Creo que es catalanista… No sabe nada para tener discusiones… Además, su cuello, su cara, su mirada falsa, su orgullo… todo ello no me gusta nada y me hace temer por Cataluña».

No siendo querido por la mayoría de catalanistas se mantuvo en su papel, un nuevo Don Tancredo en el exilio, esperando regresar a España como único representante del «legitimismo nacionalista». Cierto es que en el poco tiempo que estuvo en España, tuvo un cierto sentido común e intuyó enseguida que Pujol sería una desgracia para Cataluña. En 1980, por ejemplo, en una entrevista a Diario16, confesaba: «Si no hay unidad en España, en Cataluña, en el País Vasco, en todo el país, no nos salvamos». Este republicano, que no tuvo reparos en aceptar el Marquesado de Tarradellas, de manos de Juan Carlos de Borbón, murió el 10 de junio de 1988. La prensa catalana le incensó, así como la Iglesia catalanista, que ofició una Misa laudatoria en la Plaza de la Catedral, a aquél que había sido responsable de tantos martirios. Lo más increíble, es que la prensa madrileña se sumó a la orgía de alabanzas. El Abc publicaba en portada la noticia con un gran titular: «En la muerte de un gran español» y Julián Marías le loaba en su columna. Simplemente sorprendente.

127. LLUÍS LLACH: OTRA ANALOGÍA DE LOS ORÍGENES Y EVOLUCIÓN DEL NACIONALISMO

Hubo un tiempo, en los orígenes de la Transición, en que los cantautores catalanes causaban furor en toda España. Entre 1977 y 1978 Lluís Llach, icono de la Nova cançó, realizó tres conciertos en Madrid, cantando en catalán y llenando (cosa inimaginable hoy en día). Bueno, mentimos, en 2000 apareció de nuevo en Madrid, en el teatro Real, pero de la mano de la «bailaora» Cristina Hoyos, a lo flamenco (esperemos que los puristas catalanistas no se enteraran de ello). Tampoco creo que les guste la historia que vamos a relatar. Sin querer personalizar podemos encontrar en los iconos del nacionalismo, unos orígenes absolutamente contrarios a lo que luego fueron y representaron. Lluís Llach es nuestro ejemplo escogido. Según su propia página web: «el padre era médico, hijo de terratenientes y la madre una maestra de Porrera (Tarragona)». El hombre que compuso en 1968 L’Estaca que se convirtió en un popular himno antifranquista, que se autoexilió a Francia y regresó a España en olor de multitudes, tiene una historia familiar algo comprometedora con esta imagen tan progresista y catalanista. En el fondo, la historia de su saga familiar es la historia de buena parte de catalanes (aunque quieran ocultarla).

Por parte paterna, los Llach procedían de Sant Martí el Vell (Gerona) y de una familia acomodada. Su tatarabuelo Joaquín Llach y Coll, fue el jefe carlista de la provincia de Gerona. En 1874 había estado aún pegando trabucazos contra los liberales. Su bisabuelo fue dirigente de la Junta Tradicionalista de la provincia de Gerona, su abuelo, Joaquím Llach i Coll, siguiendo la tradición, fue nombrado en 1921, presidente de la Junta Provincial Tradicionalista de Gerona. En 1926 se homenajeó al primer Llach de la saga donde: «se hizo el acto de juramento de la bandera española que portaba la máxima carlista: Dios, Patria y Rey». El padre de Lluís Llach fue Josep Maria Llach i Llach, médico y «requeté catalán». En el inicio de la Guerra Civil fue perseguido por los hombres de ERC y huyó a la España nacional, luchando en un Tercio de Requetés. Al acabar la Guerra fue el alcalde «franquista» de Verges de 1950 a 1963. En el libro «Lluís Llach. Siempre más lejos» (de Omar Jurado y Juan Miguel Morales), define a su padre: «Mi padre era alcalde, y había luchado junto a los nacionales de una manera bastante `heroica’, porque había pasado la frontera dentro de una bota de vino, con peligros, arriesgando la vida e incluso habían matado a un primo suyo, de su mismo bando, durante la guerra. Por lo tanto, él era un franquista convencido».

Respecto a la rama materna, tenemos los siguientes datos: el apellido de su abuelo era Grande, conocido como «el abuelo Grande», era inspector de policía en Barcelona (más aún de la «policía secreta» que combatía a los anarquistas). Su abuela, María Vall y Figuerola, era una entusiasta franquista y su nieto la describe así: «Yo creo que mi abuela tenía una especie de maldad siniestra… mi abuela era un personaje terrible». Respecto a su madre, se cuenta que: «Su madre no quería que se dedicara a cantar porque pensaba que no sería nunca nada, ella quería que estudiase. Además, era muy del régimen de Franco, como el padre, y cuando Lluís empezó a hacer canciones políticas y a tener problemas con el franquismo la familia se preocupó muchísimo. Y es que el niño les salió… ¡madre mía!…». La hermana de la abuela, Pilar Vall y Figuerola, no se quedaba corta. Fue la fundadora de «Falange Española» en la provincia de Tarragona, detenida en 1936 y torturada en el barco «Uruguay». Luís Llach la recordaba así: «Mi tía Pilar, fundadora de Falange en Tarragona, una señora familiarmente acogedora, pero muy difícil de aguantar, por su fanatismo tanto religioso, como político y personal, pero lleno de buenas intenciones». Durante su juventud fue vicepresidente de la organización ‘Los Cruzados de Cristo Rey’ en Figueras y militante falangista. El mismo se definió así: «Sí, fui lo que podríamos decir un chico fascista… Palabras como Imperio, bandera, patria, nación, deber, orden, me exaltaban apasionadamente». Esto nos recuerda una conversación que tuvimos con el cantautor Paco Ibáñez. Quería mucho a su abuelo y se alegró cuando le recordamos que fue un gran carlista. «Sí», reconocía el cantautor, «era un gran hombre pero lo tenían engañado». El tema es que a lo mejor era el nieto el engañado por no haber sido fiel a los ideales que encarnaba su abuelo.

128. LOS MÁRTIRES DE MONTSERRAT Y…

Mientras que el catalanismo, especialmente izquierdista, deambulaba por el exilio, en Cataluña se fue granando una nueva hornada de catalanistas. Montserrat fue su cuna nuevamente, aunque esta vez el agravio era mayor, pues la comunidad había dado 23 mártires en la persecución religiosa de 1936. Hasta entonces, en la milenaria historia de Montserrat, no se había elevado a los altares a un solo padre benedictino (exceptuando un hermano portero, si mal no recordamos). Recientemente, el padre Santiago Cantera Montenegro, benedictino de la Abadía de la Santa Cruz de El Valle de los Caídos, publicaba un artículo titulado La fecundidad de la vida monástica: monjes y ermitaños mártires en España (1936-1937). En él da cuenta del martirio de los 23 benedictinos montserratinos (uno de ellos estaba en El Pueyo, en Aragón). El 19 de julio de 1936 los monjes escondieron la talla de la «Moreneta», retiraron el Santísimo y se dispersaron. El peligro era inminente pues en Barcelona la prensa revolucionaria llamaba a la destrucción de Montserrat (cosa que ahora se silencia, como la quema de la Sagrada Familia y la profanación de la tumba de Gaudí). Sólo una rápida actuación de la Generalitat impidió que los anarquistas quemaran el templo.

A pesar de contar con salvoconductos, muchos monjes fueron detenidos y asesinados. La edad de los mártires iba desde los 18 años de Hildebrando Casanovas, hasta los 82 del Padre José Ma Fontseré. Éste último, al ser detenido con sus compañeros por un grupo de milicianos, fue empujado cruelmente por las escaleras de la vivienda donde se habían refugiado, porque las bajaba con dificultad. Luego fueron fusilados en un cruce de calles de Barcelona. Otros monjes desaparecieron en la estación de ferrocarril de la plaza de Cataluña y aparecieron muertos en el depósito del Hospital Clínico, el 29 de julio, siendo arrojados a una fosa común del cementerio sudoeste de Barcelona. De muchos de ellos nos ha llegado su ofrecimiento martirial. Recogemos el del Padre Fulgencio Albareda que, al ser detenido en Tarrasa, pidió: «Ofrecer su vida a Dios por la salvación de España». Hoy, milagrosamente, se ha iniciado el proceso de beatificación de estos monjes cuya memoria, al igual que la del obispo Irurita, estuvo tanto tiempo olvidada.

El Abad de Montserrat, el Padre Marcet, junto con tres de sus monjes, conseguía huir de Barcelona en el barco Princessa María. Desde Francia, dio orden a sus monjes en edad militar de que se alistaran al Ejército nacional. Cuando pudo entrar en España, a mediados de julio de 1937, acompañado del Cardenal Gomá, visitó a Franco en Salamanca. Acabada la Guerra, los monjes supervivientes y el Abad Marcet tuvieron muy presente a sus mártires. En el mismo año 1939, la antigua aula capitular fue totalmente renovada y dedicada a los monjes mártires. Tres de los bajorrelieves de los capiteles de las gruesas columnas que sostienen la bóveda representan escenas relacionadas con su martirio: su sacrificio, el retorno de sus restos y su glorificación. En la sala, hallamos dos significativas leyendas: «la nueva era de los mártires» y «año 1939 de la salvación recobrada». En 1951, en una nueva cripta de la Basílica, dedicada a los mártires, fueron inhumados los restos del Abad Antonio Ma Marcet y de once de los monjes mártires, pues así lo había manifestado como última voluntad. El biógrafo del abad Marcet, Josep Tarín-Iglesias (L’abat Marcet. Mig segle de vida montserratina) recoge el dolor de Marcet en los primeros momentos de la Guerra, cuando fue asesinado uno de sus hermanos, junto con sus tres hijos y su yerno: «Fue durante aquellos tres años —escribía el Abad Marcet— los más terribles y gloriosos de la Historia de España, en los cuales toda una civilización milenaria estuvo en peligro de hundirse en la barbarie más desenfrenada». A Dom Marcet le sucedió en 1946 como nuevo Abad Dom Aurelio M. Escarré. El caso del Abad Escarré merece un epígrafe aparte pues representa una analogía de la transformación de una Iglesia, de agradecida a Franco por su salvación a la lucha antifranquista por antonomasia.

129. …EL «MÁRTIR» DE MONTSERRAT: ESCARRÉ, EL ABAD QUE NO ERA ABAD

El Abad Escarré es una figura trágica donde las haya. Albert Alay, diputado de ERC durante la Transición, en un artículo, afirmaba que: «No veía claro que el Abad Escarré podía ser un héroe olvidando que había tardado veinte años en dejar modestamente de ser franquista». Ciertamente Escarré es un caso digno de análisis. El hombre que había acompañado y recibido a Franco bajo palio durante tantos años, de golpe, con motivo de la celebración de «25 años de paz» tras la Guerra Civil, se «convertía» al catalanismo. El 14 de noviembre de 1963, realizó a Le Monde, unas declaraciones pidiendo la reconciliación de los españoles, realizando acusaciones contra el franquismo y asumiendo que Montserrat debía ser el centro de la protección de la cultura catalana, pues «Catalunya és una nació entre les nacionalitats», dentro del Estado Español. El Gobierno reaccionó secuestrando todos los números de Le Monde que llegaron a España. Pero un «inteligente» Fraga, mandó que el artículo fuera publicado en los medios del Movimiento con un comentario condenatorio. Así todo el mundo se enteró de las declaraciones. Hubo un aluvión de adhesiones, especialmente de ateos comunistas o republicanos y así se convirtió en el epicentro de una tormenta que ha llegado hasta nuestros días. En 1965 se veía obligado a dejar su cargo en la Abadía y a exiliarse. La versión «oficial» del catalanismo es que el Régimen no aceptó la disidencia y presionó para que Roma lo apartara de su cargo. De ahí la fama de «mártir del franquismo».

Pero hay otra versión de los hechos, menos conocida, incluso enterrada en lo más profundo de algunas conciencias. El periodista Eliseo Bayo, en la revista Interviu, en marzo de 1979, explicaba la otra versión sobre el asunto Escarré. El artículo se titulaba Montserrat, símbolo antifranquista. La otra historia del abad Escarré. Tras muchos años de silencio, por fin, un viejo monje, Don Narcís Xifrà, y otros compañeros benedictinos, decidieron enfrentarse al dominante ambiente montserratino. El mencionado monje editó Montserrat. Julio de 1936 (Balmes, 1977), que levantó ampollas en todos los sectores españolistas y franquistas. Por tanto, nuestro monje no era sospechoso de carca ni de anticatalanista, más bien lo contrario: había luchado en la clandestinidad, desde 1942 contra los alemanes hasta la liberación de Francia. En 1937 había escrito en Francia artículos contra Franco. Por su carácter antifranquista, el mismo Escarré —cuando era franquista— le tenía amenazado y lo mantuvo exiliado un buen tiempo. Narcís Xifra y otros monjes tuvieron acceso a las memorias inéditas del General de la Orden el Padre Celesti Gusi (amigo de Escarré, aunque luego fue el que lo «defenestró»), en las que aparece la verdad de los hechos y explican la «conversión» de Escarré al catalanismo.

Lo que la mayoría de la gente ignora, cuenta Xifrà, es que Escarré, cuando realizó las famosas declaraciones a Le Monde, ya había sido «defenestrado» de su cargo dos años antes. La causa era que tenía dificultades graves con la comunidad por sus excesos, y abusos de poder, y que le había hecho acreedor de una sanción del Vaticano. En 1961 (las declaraciones a Le Monde fueron realidad en 1963), los monjes más influyentes obligaron a Escarré a escribir una carta de renuncia al General de los Benedictinos. Alegó motivos de salud (no era verdad) y solicitaba un coadjutor que gobernase la Abadía, siendo entonces nombrado el Padre Brassó. Aun así, reclamó honores suplementarios y mantener el título de Abad. Ningún catalanista se quejó de esta renuncia, pues había motivos al parecer más que oscuros. Además, fuera del Monasterio nadie sabía de la dimisión de Escarré, pues seguía manteniendo prerrogativas de Abad que ejercía externamente.

¿Cuáles fueron las causas de que la comunidad pidiera que Escacrré fuera apartado? La respuesta es autoritarismo, mal gobierno que dividió a la Comunidad, gastos más que suntuosos y un misterioso caso que, confiesa Xifrà, según el Código de Derecho Canónico, incurría en delito de excomunión. Este caso —y aquí debemos andar con precaución— parece que se refiere al «secuestro» del Padre Maiol Baraut. Este monje fue encerrado en «Can Castells», una residencia del Monasterio, enfermo, vigilado, espiado y golpeado. Fue rescatado «in extremis» gracias a las gestiones de un hermano suyo, provincial de otra Orden, ante la Sagrada Congregación de Religiosos en Roma. Nuestro monje afirmaba que todo había quedado documentado por escrito, aunque de momento las autoridades eclesiásticas mantienen un hermético silencio sobre el asunto.

Con toda la Comunidad en contra, a punto de ser encausado en Roma, con una «defenestración» disimulada, Escarré estaba al borde del precipicio. Entonces fue cuando aquel Abad franquista realizó las famosas declaraciones contra el franquismo. Sabía que con ellas pasaría de «villano» a «héroe» (y no se equivocó). Cuando Escarré fue finalmente apartado de Montserrat, según Xifrà: «Las razones eran fundamentalmente monásticas. Fuera de unas contadísimas excepciones (se podrían contar con los dedos de una sola mano) toda la Comunidad era, y es, catalanista y democrática: más que Escarré y más sinceramente que él. En todo caso, lo que les desagradaba no era lo que Escarré decía, sino el hecho de que lo dijera él, atendidos sus antecedentes franquistas, el despotismo de su abaciado y el lugar que ocupaba. Hay que recalcar que sus declaraciones fueron hechas cuando era Abad dimisionario». Escarré intentó maniobrar en Roma, pero un visitador constató que la mayoría de monjes, el ochenta por ciento, querían que Escarré dejara el cenobio y así se lo exigían.

El Abad Gusi ofreció a Escarré la posibilidad de salvar su buen nombre, de forma que en lugar de ser expulsado del Monasterio se ausentara por su propia voluntad. Así lo aceptó y prometió mantener esta actitud. Pidió únicamente volver a Montserrat para recoger sus cosas y operarse en Barcelona. Pero a su regreso, desde la clínica y el Monasterio, inició una actividad frenética enviando centenares de cartas y rodeándose de gentes para dar a entender, o diciéndolo claramente, que había sido expulsado por razones políticas. Los sectores catalanistas populares se sensibilizaron con la noticia. Las mentiras de Escarré fueron aumentando hasta rozar lo inmoral. Él mismo se estaba forjando como un mártir del franquismo. Traicionó al Abad Bressó, pues habían pactado una explicación para la prensa, y a última hora entregó otra que él había redactado; en fin, bochornoso. Todo ello escandalizó a los monjes de Montserrat: Casiano Just, entonces Prior, según explicó él mismo, le escribió una carta muy dura, reprochándole el embuste y la calumnia en que había incurrido. Hay constancia de esta carta, por más que ambos se reconciliaran después en el Monasterio de Cuixá, y por más que el futuro Abad siguiera los pasos catalanistas y antifranquistas del primero. Escarré continuó con su demencia particular y pidió audiencia al Papa Pablo VI, pero éste jamás se la concedió. La razón fue que la nota de prensa que entregó a los periodistas daba a entender que Pablo VI se había posicionado con el franquismo y le había dejado tirado (cuando Pablo VI, no le tenía, precisamente muchas simpatías a Franco). El Papa concluyó que se trataba de una persona enferma y que obligarle a un desmentido promovería más el escándalo. Y esta es la historia del Abad Escarré, «mártir» por Cataluña.

130. EL OLVIDO DE IRURITA Y LA COMPLEJIDAD DEL CATALANISMO ECLESIÁSTICO

En 1930, el obispo Manuel Irurita fue nombrado Metropolitano de Barcelona. El ímpetu apostólico de este navarro de ascendencia carlista, tuvo que lidiar con una Diócesis donde el ambiente anticlerical era más que evidente, donde se viviría con especial intensidad la llegada de la II República y, lo peor, donde los católicos estaban divididos, especialmente entre los catalanistas y los tradicionalistas, sin contar con los moderados o liberales. Ante la llegada de la República el idilio original entre el catalanismo-católico y el carlismo de principios de siglo, se había disuelto. El catalanismo católico, como otras asociaciones católicas en España (que preferimos no mencionar), creyó que la República se podía cristianizar y que la legalidad republicana estaba fuera de toda duda. Por otra parte, los católicos más intransigentes preveían (como luego ocurriría) que la República sería profundamente laicista y anticatólica y que acabaría en un baño de sangre.

Llegando Irurita a la Diócesis de Barcelona, coincidió con la fundación de la Federació de Joves Cristians de Catalunya — Federación de Jóvenes Cristianos de Cataluña (FJCC), que fueron conocidos, y a partir de ahora así los denominaremos, como fejocistas. Su fundador fue un buen sacerdote Albert Bonet, inspirado en un retiro en Montserrat en septiembre de 1930. Sin lugar a dudas, las intenciones de este santo sacerdote eran apostólicas, pero él mismo reconocía las influencias juveniles que había tenido del ambiente literario y cultural católico de la Renaixença. Por eso, en el ambiente fejocista se vivía una mezcla de catolicismo y catalanismo, aparentemente ingenuo. En el segundo párrafo del ideario de los fejocistas se puede leer: «Si sueñas con una Patria [en referencia a Cataluña] noble, rica y fuerte, una Patria ejemplar y envidia de otros pueblos… ven a la FJC de Cataluña».

La FJCC tuvo un arranque espectacular y en 1936 contaba ya con 14.000 jóvenes y 8.000 adolescentes, encuadrados en la organización. Ello fue debido al apoyo de los sectores cristianos más catalanistas como la Lliga Espiritual de Nostra Senyora de Montserrat, el periódico El Matí (católico-catalanista), el centro cultural Blanquerna y otras fuerzas católico-catalanistas. En principio, hasta el Cardenal Gomà no manifestó ninguna desconfianza hacia la FJCC; sí en cambio el obispo de Gerona, Mn. Cartañá, que sospechaba —y con razón— que el fejocismo escondía una estrategia contra la Acción Católica española. Prueba de ello fue el entusiasmo del cardenal Vidal y Barraquer (Obispo de Tarragona y catalanista, que a diferencia de Irurita se salvó en 1936 gracias a las gestiones de la Generalitat), aprobando la FJCC el 7 de agosto de 1931 en la Conferencia Episcopal tarraconense. La Acción Católica española había sido reorganizada por el cardenal Enrique Reig y Casanova, con el documento Principios y base de reorganización de la Acción Católica española (1926) y dependía del Primado de Toledo. Por tanto, veladamente, los fejocistas eran una alternativa catalanista a la organización eclesial española de la Acción Católica.

Por otro lado la Lliga, que aglutinaba políticamente a los católicos catalanistas conservadores, y más tarde la Unión Democrática de Cataluña, partido de cristianos más liberales, y no confesionales, no se atrevieron a apoyar a Irurita ante la infinidad de ataques que recibía. La Lliga, como se sabe, no se casaba con nadie, y fue tanto monárquica, como primoriverista y luego republicana. Irurita, finalmente, se sentía sólo pero clarividente. Los únicos apoyos incondicionales que tuvo fueron los de los elementos tradicionalistas agrupados en torno a La Hormiga de oro y El Correo catalán; además de multitud de fieles que convivían en torno a asociaciones piadosas y parroquias, a las que no había llegado el catalanismo.

El 30 de enero de 1932 el obispo Irurita, ante los acontecimientos que se precipitaban, hacía un llamamiento a los católicos de la Diócesis de Barcelona en su pastoral Ante la Cruz de Cristo. En ella, de paso, ponía contra las cuerdas a las autoridades republicanas: «Advirtiendo y amonestando a todas las Autoridades y pidiéndoles por las entrañas de Jesucristo y por el juicio terrible que les aguarda, que repriman esos atentados [en referencia a costumbres licenciosas, modas desenfrenadas, prensa impía y blasfema] modas y otros más contra la moralidad pública y la Iglesia de Dios. Denunciamos finalmente, la indiferencia y cobardía de tantos católicos, entre los fragores de una lucha que no se puede eludir, así como aplaudimos y bendecimos a los valientes defensores de la causa católica». Estas eran las palabras de un Pastor con verdadera autoridad. A buen entendedor… La labor pastoral de Irurita fue dura a la vez que fructífera y fue recompensada con el martirio.

Una pequeña-gran crisis eclesiástica: Para comprobar las diferencias entre los sectores catalanistas y los que no lo eran, baste este relato. Cuando Macià fue elegido presidente de la Generalitat, uno de los primeros que se presentó a rendir pleitesía fue el Cardenal Vidal y Barraquer, para sorpresa e incomodidad de muchos republicanos anticlericales y de muchos católicos temerosos de la República. Ello agradó a Macià. Cuando éste, años después agonizaba en el Palacio de la Generalidad, el obispo Irurita no envió ningún sacerdote, debido al carácter laicista de este hombre público. No se le conocía práctica religiosa ni interés por la religión ni había solicitado un sacerdote. Parece ser que la familia de Macià, ofendida, llamó a Vidal y Barraquer y éste, a su vez, a Irurita. Como Primado le ordenaba que enviara un presbítero para atender al Presidente. Irurita accedió, pero dispuso que fueran varios clérigos con el viático para que entraran por la puerta principal del Palau, y que la gente fuera consciente del «arrepentimiento» de Macià. Pero los funcionarios prefirieron que entraran discretamente por una puerta lateral. No sabemos si Macià confesó o no, pero este hecho nos muestra cómo estaban las cosas por entonces. Tampoco hay que creer que entre el fejocismo e Irurita había desencadenada una lucha a muerte. El obispo Irurita había conferido sueldo de rector al Doctor Albert Bonet, consiliario de la Federación de Jóvenes Cristianos de Cataluña, para que se dedicara en exclusiva a la tarea de apostolado la juventud.

131. LOS FEJOCISTAS: MÉRITOS Y MISERIA

Los fejocistas (mal nombre escogieron pues, muchos incultos de la FAI creían que se llamaban a sí mismos fascistas —confundían fejocistas por fascistas— y ya sólo por eso les detenían) eran realmente fervientes católicos, entregados a sus ideales, y deseosos de una regeneración cristiana de la sociedad catalana. El catalanismo lo iban inoculando con «naturalidad» pero sin la más mínima conciencia de ello ni de sus consecuencias. De ahí que vieran natural aceptar una República que se había impuesto con un golpe de mano y con la connivencia de una monarquía raquítica. Al estallar la Guerra muchos militantes fejocistas y sacerdotes consiliarios fueron perseguidos y asesinados. Sus ejemplos martiriales son impresionantes: como el de una familia numerosa de fejocistas a las que la FAI asesinó al padre y tres hijos varones. Algunos de ellos ya han sido beatificados y se ha promovido la beatificación de 300 más.

El fundador de los fecocistas, Albert Bonet, pudo huir en barco de Barcelona con otro clérigo, Carles Cardó (también catalanista) y el Padre Joan Bonet i Baltà (sobrino de Albert, y uno de los principales historiadores —catalanista— de la Iglesia en Cataluña). En el mismo barco les reconoció su error de haber confiado en la República y haber sido tan ingenuo, y, una vez en Italia decidió pasar al bando nacional junto a Félix Millet (de la saga de los Millet del Palacio de la música que ha acabado en una mafia familiar). Escribieron una carta de adhesión a Franco, a la que el General les contestó amablemente. Visitó al capellán de Franco, José María Bulart y al mismísimo General. Posteriormente fue por toda Europa defendiendo la causa del bando nacional.

Digresión curiosa: En nuestro libro anterior sobre el nacionalismo catalán ya hicimos referencia a la curiosidad de que el confesor de Franco fuera catalán. No teníamos datos de cuánto duró esa relación de capellanía, pero resulta que fue toda la vida. Falleció el sacerdote en 1981. Había sido capellán de Franco desde el 4 de octubre de 1936. Franco había pedido a su amigo el obispo catalán Pla y Deniel un capellán, y éste le propuso a José María Bulart, un joven sacerdote catalán licenciado en Sagradas Escrituras. Tras la Guerra, el capellán, que también era Rector de la iglesia del Buen Suceso, formaba parte del paisaje familiar de El Pardo. Acompañaba a Franco ante el televisor, sobre todo cuando se emitían partidos de fútbol: «Antes del furor de la televisión hablábamos mucho, pero en cuanto apareció ésta se quedaba embebido en el aparato y claro, ya no podíamos hablar tanto». A pesar de ser un privilegiado conocedor del franquismo y sus intríngulis, no dejó papeles ni memorias, rechazando repetidas veces propuestas editoriales para publicar sus memorias.

Acabada la Guerra Albert Bonet, como muchos catalanistas, quedó descolocado. Planteó en 1943 la necesidad de una universidad católica en España, convencido de que la acción social y evangelizadora eficaz pasaba por hermanar pensamiento y acción. Incluso ponía como ejemplos a Lenin, Mussolini o Hitler. Llegaba a afirmar que: «la fuerza no debe descartarse totalmente de las luchas ideológicas normales de los pueblos». Pla i Deniel le nombró Secretario General de la Dirección Central de la Junta Nacional de Acción Católica española. En 1963, aquél entusiasta de la evangelización ya estaba «quemado» y dimitió, volviendo a Barcelona. Sus escritos finales, en castellano, tienen ese resabio de la ilusión perdida: «Digámoslo sin rodeos ni eufemismos. El alma española no vivía conscientemente ni la liturgia, ni la dogmática, ni la moral, ni la sociología católicas. Estos grandes valores no habían llegado a la gran masa popular, ni a la mayoría de la clase media, ni a las clases aristocráticas, a pesar de que éstas se habían formado casi íntegramente en colegios dirigidos por religiosos»; o también «de la incultura sacerdotal procede la ignorancia del pueblo y todos los gravísimos males que son su trágica secuela». Había abandonado la militancia catalanista, pero ya no supo encontrar su lugar en el mundo.

Sin embargo, los restos del fejocismo catalanista, cada vez más radicalizado, sobrevivieron infiltrándose en la Acción Católica. Un sacerdote clave para explicar la supervivencia del catalanismo político será Mn. Joan Batlles y Alerm. En 1948 se adhirió a una sociedad «secreta» de sacerdotes en Barcelona, la Unión sacerdotal que pretendía relanzar el catalanismo y enfrentarse a la explosión de catolicismo españolista. Con los años esta asociación saldrá del armario y acabará ocupando prácticamente todos los cargos de la estructura de la Diócesis de Barcelona, hasta dejarla en el estado lamentable en que se encuentra actualmente. Esta sociedad «secreta», a base de mover astutamente hilos, consiguió colarle un gol al Dr. Gregorio Modrego, quien nombró como consiliario de las Juventudes de Acción Católica a Joan Batlles. Éste, como veremos enseguida, aprovechará el cargo para resucitar el catalanismo y de paso infiltrar el progresismo. Uno de los muchos cargos que consiguió fue, sin ningún tipo de preparación, dar clases en el Seminario. Ahí se dedicó a enseñar la nueva teología francesa, pensando que europeizar la teología era catalanizarla (había que alejarla del rancio tomismo y de la escolástica castellana).

Digresión: De forma obstinada, como si se tratase de un dogma de fe, los catalanistas en general y el clero catalanista en particular, se obsesionaron (y siguen estándolo) con que la religiosidad en el resto de España era meramente fachada y poco profunda. Claudi Ametlla, en su obra Desde el exilio, señala compulsivamente esta idea: «Estos días de Semana Santa (1945), España ha estado de una punta a otra en una inmensa procesión interminable […] (en realidad es) una espectacularidad profana […] Las famosas procesiones han degenerado: son menos cristianas… Pero el fenómeno de la aparente religiosidad española, si ha tenido estos días una paradójica exacerbación, dura todo el año. Todo el año es Semana Santa». Estas afirmaciones no son aisladas sino que fueron siempre frecuentes en el catalanismo eclesial. Para ellos la religiosidad en España era parte del «flamenquismo» y no una verdadera espiritualidad. De ahí el afán por encontrar una vía espiritual alejada del resto de España. Un historiador moderno, catalanista y progresista, José María Soler Sabaté, en una obra de colaboración, Els catalans y Cuba, afirma que, ante la derrota en la Guerra de Cuba contra los norteamericanos: «La respuesta de la Castilla eterna [fue] el retorno a su espiritualidad». En cambio, sostiene, la actitud catalana fue volcarse en la política y la productividad.

132. LAS DOS «BLANQUERNA»: SUS ORÍGENES Y SUS FINALES

Siguiendo la preocupación de formación de Albert Bonet, y tras la Guerra Civil, la necesidad de formar maestros cristianos llevó a que un canónigo de Barcelona fundara en 1948 la Escuela Femenina de Magisterio Sagrado Corazón. El Dr. Modrego, nuevo obispo de Barcelona, así lo había dispuesto para adecuarse a la Ley de Educación Primaria de 1945, que otorgaba a la Iglesia el derecho a la creación de escuelas. La intención era que, sobre todo, las religiosas pudieran obtener una formación pedagógica, a la vez que una titulación apropiada. El Dr. Urpí, igual que Albert Bonet tenía la ilusión de poder crear un día una universidad católica en la diócesis de Barcelona. Así lo manifestó en una intervención con motivo de la bendición de los nuevos locales de la Balmesiana (Biblioteca Balmes) el 4 de octubre de 1940, afirmando la necesidad de universidades católicas para formar «seglares ilustrados llamados a ser dirigentes en la sociedad». Su modelo era la universidad del Sacro Cuore de Milán. Con los años, la Escuela del Sagrado Corazón quedó dominada por el nacionalismo y Blanquerna se constituyó en una de las fuentes de la secularización de los colegios religiosos. Abandonó la advocación al Sagrado Corazón y se quedó simplemente como «Blanquerna» (en alusión a la novela de Raimundo Lulio). Muchas décadas después, varias instituciones eclesiales con tradición educativa se unieron en torno a Blanquerna y fundaron la «católica» Universitat Ramon Llull. En ella resisten los últimos vestigios del progresismo catalanista, y sus prolongaciones políticas, y en sus clases se defiende todo menos la doctrina cristiana que añoraba el fundador.

Antes de la Guerra existió un centro cultural catalanista denominado también Escola Blanquerna. Esta escuela, de eminente carácter catalanista, no tenía en principio nada que ver con la historia que hemos relatado. Fue fundada por Alexandre Galí, un afamado pedagogo colaborador de Prat de la Riba (fundador del nacionalismo catalán). La escuela fue prohibida en 1939, pero el hijo del pedagogo, Raimon Galí y Herrera la reconvirtió en la Escola Virtèlia. Analizar la historia de este centro educativo es fundamental, pues en él estudió gran parte de futura clase dirigente política catalana, como Jordi Pujol o Pascual Maragall (entre otros muchos que luego veremos). Hemos de destacar, en esta síntesis casi imposible, que Raimon Galí fue uno de los profesores de los cursos de formación de dirigentes de la Juventud de Acción Católica de Mn. Juan Batlles (del que hemos hablado antes, y que pertenecía a la Sociedad «secreta» Sacerdotal). Raimon Galí será el padre espiritual, en lo político, de Jordi Pujol. En esta elitista escuela de la burguesía catalanista barcelonesa se fundará la Cofradía —cómo no— de Nostra Senyora de Montserrat de Virtèlia. De ella serán miembros Jordi Pujol o José María Bricall (que sería destacado miembro PSC-PSOE y Rector de la Universidad de Barcelona) o Antonio María Badia y Margarit, cófrade mayor, que a la postre también acabaría siendo Rector de la Universidad de Barcelona; o Eduard Barnadas y Gassó (futuro Presidente del Patronato de la Fundación Relleu) o Antoni Bascompte, futuro presidente de Enciclopedia Catalana, y futuro responsable de la delegación diocesana de Economía, en tiempos del Cardenal Jubany, además de colaborador de Jordi Pujol y de Banca Catalana en la toma del control de El Correo Catalán. La lista es interminable.

El Padre Joan Batlles consiguió a través de la Escuela Virtèlia (de las que saldrían los cuadros del catalanismo político) y de las Congregaciones Marianas de los Jesuitas (semillero de intelectuales progresistas que recalarían en revista El Ciervo), aunar la futura elite «democrática» catalana. Sin embargo, por definición, una elite es reducida, y ante el obispado tenía que representar que la Juventud de Acción Católica, movía multitudes (más en una época en la que en Barcelona florecían los Cursillos de Cristiandad). Elitista por naturaleza y falto de tropa, Batlles incorporó en la Juventud de Acción Católica cualquier iniciativa que moviera jóvenes, como el movimiento escultista de Mn. Antoni Batlle. Este sacerdote catalanista, que se había salvado de la quema del 36, volvió a Cataluña y semiclandestinamente reinició el escultismo catalanista. En 1948 ya tenía organizados 21 grupos excursionistas; también incorporó la Juventud Obrera Católica de la que saldrían tantos comunistas y antifranquistas. En fin, que se hizo con un «proletariado» que sus dirigidos, los futuros dirigentes de Cataluña, podrían utilizar para sus fines.

Orígenes del terrorismo catalán contemporáneo: Se conservan fotos de Mn. Antonio Batlle con sotana y José María Batista Roca (aquél que durante la República ya preparaba bajo tapaderas excursionistas grupos paramilitares). En 1977, y aquí hay versiones para todos los gustos, Batista y Roca habría organizado y asesorado al Ejército Popular de Cataluña (EPOCA), que asesinaría a dos prohombres catalanes: Bultó y Viola. En el juicio, todos le echaron la culpa a Batista y Roca que ya acababa de fallecer. De ahí que no pudo juzgarse al responsable último de los asesinatos. Más abajo relatamos el asunto con más detalle.

133. CURAS COMUNISTAS «CON SOTANA» Y CONTRA FRANCO

La «Unió Sacerdotal», esa organización «secreta» y catalanista, fundada por Manuel Bonet Muixi, en los años 60 contaba con unos 230 sacerdotes en la Diócesis de Barcelona. Uno de sus lemas era «prediquem la catalanitat» (prediquemos la catalanidad). Pretendían presionar para que Roma nombrara como obispo a Bonet y fueron los promotores, entre otros, de la campaña ¡Volem bisbes catalans!, que consiguió apartar a Don Marcelo González de la Diócesis. En esa campaña estuvieron implicados miembros de CDC como Jordi Pujol, Albert Manent o Josep Benet y fue financiada por Fèlix Millet i Maristany, el padre del corrupto director del Palacio de la Música, con el dinero del Banco Popular Español).

La vida eclesial catalana se iba agitando. En las parroquias se realizaban reuniones antifranquistas, como reconocía Alay, diputado de ERC: «nos reuníamos en conventos de monjas o en la Iglesia de san Felipe Neri». Con excusa del «diálogo» en algunas parroquias se fundaban y reunían las secciones de Comisiones Obreras, invitadas por las Juventudes Obreras Católica y los Obreros de la Acción Católica. Mientras los sacerdotes de la «U» (así se conocía a la secreta Unión Sacerdotal) iban calentando el ambiente. El 24 de abril de 1965 con excusa de la proximidad de la festividad de la Virgen de Montserrat, varios sacerdotes con sotana se manifestaron ante el obispado de Barcelona gritando: «¡Libertad Cataluña, Juan XXIII, Muera España, Abajo Modregro!». Estos sacerdotes no tenían reparo para manifestarse luego, sin sotana, con los comunistas, el 1 de mayo de 1965. En 1966 los PP. Capuchinos de Sarrià acogían una asamblea universitaria compuesta de intelectuales especialmente de izquierdas marxistas y nacionalistas. Ese mismo año, el 11 de mayo, 60 sacerdotes con sotana (luego se la quitaron para no ponérsela nunca más), bajaron por la Vía Layetana para manifestarse ante la comisaría de policía por la detención de unos universitarios. La excusa, falsa, es que había muerto un estudiante en un encontronazo con la policía. En mayo-junio del 66 se realiza la campaña ¡Volem Bisbes catalans! En los años 66 y 67, el Seminario de Barcelona ensaya una nueva forma de educar seminaristas. Los reúne en pisos en grupos de cuatro o cinco. Una gran parte de ellos abandona el seminario, o se ordena y seculariza inmediatamente y —misteriosamente— acto seguido se convierten en revolucionarios y contestatarios.

No todo eran desgracias. También hubo muchos, buenos y santos sacerdotes que intentaron reaccionar ante el dislate. Uno de ellos, Mn. Piulachs fundó la Asociación Sacerdotal de San Antonio María Claret, con el fin de contrarrestar los efectos nefastos de la «U». Ésta última no paraba en sus agitaciones. El 9 de julio de 1967, organizaron el secuestro de la «Virgen de Nuria» cuando iba a ser canónicamente coronada. En 1969, el propio clero progresista empieza una campaña contra la paga estatal del clero. El Partido Comunista, a través de sus órganos de prensa clandestinos (a veces instalados en parroquias como la de san Pablo del campo) hacen eco de todas las protestas eclesiales de la «U». El nuevo Abad de Montserrat, Casiano Just, se suma a la movida progre-montserratina. La revista del Monasterio, Serra d’Or, al igual que otras revistas cristianas, invita a participar a comunistas. Gracias al Concordato que protegía las publicaciones eclesiásticas de la censura, estos intelectuales campaban a sus anchas. Los colegios religiosos empezaban a perder el norte, las vocaciones decaían en picado, la asistencia a los servicios religiosos acompañaba esa debacle… y hasta ahora, donde la soñada Cataluña cristiana de Torras y Bages es un erial. La religión católica ha sido sustituida por la religión catalanista.

134. CUANDO EL FIN DEL INDEPENDENTISMO ERA EL COMUNISMO Y LA MUERTE DE LAS NACIONES: BREVE HISTORIA DEL CATALANISMO RADICAL (EL SIGLO DE LAS SIGLAS)

La historia del catalanismo radical del tardofranquismo e inicios de la Transición es poco conocida para el gran público, pero fundamental para entender las actuales derivas y contradicciones del nacionalismo catalán. Pasemos como siempre a una sumaria exposición. La resistencia interior del catalanismo de izquierdas (proveniente de la ERC de la República), había envejecido más rápido que Franco. La ideología del momento era el socialismo y los movimientos de Liberación Nacional Marxistas (los Che Guevara y los Gadafis, se llevaban más que los Macià y los Prat de la Riba). En 1969 se funda el Partit Socialista d’Alliberament Nacional (PSAN), para impulsar una revolución socialista en Cataluña. La mayoría de movimientos marxistas eran claramente españolistas y, por tanto, deseaban crear una vía marxista propiamente catalana. Pronto (siguiendo la tradición de atomización del catalanismo) el PSAN se escindió en dos: los más «moderados» y los que querían plantear una lucha estilo ETA, que pasaron a llamarse PSANp (provisional). El PSAN, a su vez, se dividió y se organizó el MUM (Movimiento de Unificación Marxista) que impulsó las CUPS (Candidaturas de Unidad Popular hacia el Socialismo). Hoy uno de los grupos más radicales, heredero directo de las organizaciones terroristas catalanistas, se denomina CUP; lo del socialismo lo han retirado para no asustar demasiado al personal. Luego el PSANp se convirtió, en 1979, en IPC (Independentistes dels Països Catalans). No en vano alguien dijo que el siglo XX era el siglo de las siglas.

Un año antes, en 1978 se había fundado Terra Lliure (Tierra Libre) un grupo que quería emular a ETA, aunque con resultados bastante penosos. Este grupo era el heredero del Ejército Popular de Cataluña (EPOCA), que había asesinado a Joaquín Viola (último alcalde franquista de Barcelona y gran amante de la cultura catalana) y a José María Bultó. Terra Lliure empezó a conocerse en España cuando secuestró y pegó un tiro en la pierna al ahora famoso periodista Jiménez Losantos. El discurso político de Terra Lliure, aparte de la consabida independencia, hoy suena algo caduco. En su primer manifiesto, La Crida de Terra Lliure (La llamada de Terra Lliure), alerta de la destrucción ecológica a causa de los incendios, defenderse de los ataques de los «lerrouxistas» y otros españolistas, ataques a las fuerzas de ocupación y a Televisión Española y alguna «boutade» más. En 1984 surge el primer número de Alerta, su órgano oficial. Y ahí la doctrina ya está más elaborada, aunque leída con los años nos retrotrae a la época de la Unión Soviética. Se habla por ejemplo, y esto es muy importante, de que la independencia es simplemente un medio para conseguir la revolución socialista. Con palabras literales, los objetivos políticos se describen así: «realizar la Revolución Socialista en los Países catalanes y conseguir la independencia y la reunificación. Es decir, luchamos por conseguir el futuro Estado socialista e independiente de los Países catalanes». Evidentemente cuando se habla de socialismo se está haciendo en sentido plenamente «marxista». Sigue el discurso: «Conseguir la independencia es la única forma que tenemos los trabajadores y trabajadoras de los Países catalanes de garantizar la destrucción total del poder capitalista que nos explota y, por tanto, la única vía para construir el socialismo». Lo dicho, la independencia era simplemente el «medio», pues el fin era la revolución comunista. Esto lo deberían leer los empresarios y magnates catalanistas que con ciertas veleidades guiñan a los independentistas radicales.

La historia se repite: Cuando en 1937 el PSUC vence a los anarquistas en Barcelona y obliga a Companys a formar gobierno con ellos, la Generalitat y el catalanismo caen en manos del estalinismo. Para los comunistas ortodoxos, las democracias burguesas eran meros instrumentos para la llegada de la verdadera revolución. En un texto del Comité Central del PSUC, La línea nacional del PSU de Catalunya, de 1939, se lee: «La República catalana puede ser un sueño de una separación pequeño burguesa, sin perspectiva histórica, si el PSUC no se convierte en el dirigente máximo del movimiento nacional catalán».

En 1982 se gesta el Moviment de Defensa de la Terra (MDT), que vendría a ser el brazo político de Terra Lliure (una especie de Herri Batasuna con barretina). El discurso era más rancio si cabe. Había que luchar contra «las agresiones que recibe Cataluña: políticas, ecológicas, urbanísticas, económicas y sociales, culturales y lingüísticas». Para ello había que destruir la vieja estructura social: «capitalista, policial, patriarcal y machista, consumista y alienadora» (como en aquella época aún no se hablaba de los derechos gais o transexuales,… no salen, pero ahora los meterían con calzador. La independencia lo abarca todo). Por supuesto, el catalanismo radical fue incapaz de mantener «unido» un frente político que defendiera la «unidad» de la voluntad catalana. En el seno del MDT se reprodujeron las divisiones y se escindió. Por aquella época, como ya relatamos más arriba, en los encuentros del Pi de les tres branques (el Pino de las tres ramas) se atizaban y atomizaban entre ellos. Las diferencias fueron del estilo que unos querían que se hablara de «Cataluña» y otros de los «Países catalanes»; o el posicionamiento en el referéndum sobre la OTAN o sobre las Olimpiadas de Barcelona y su boicoteo. Por fin, llegaría el 92 y las olimpiadas. Ni el Estado, ni Pujol, estaban dispuestos a que Cataluña diera una imagen al estilo Vascongadas. Se desarticuló Terra Lliure. Por entonces un joven (algo talludito) Ángel Colom, se había adueñado, con un pufo electoral, de ERC, el viejo y arcaico partido burgués catalanista. Acogió a la militancia radical que provenía del MDT y así radicalizó ERC convirtiéndola en independentista. Sin embargo, en el seno de la coalición estaban latentes las divisiones del nacionalismo radical y acabaron surgiendo escisiones que han convertido el mapa electoral del catalanismo en una sopa de letras indescifrable que mantiene al independentismo atomizado y enfrentado.

En resumen, y es lo más importante a destacar, tras la caída del muro de Berlín, la desaparición en todo el mundo de la casi totalidad de Frentes de Liberación Nacional (el monopolio del terrorismo ha quedado en manos de los radicales islamistas) y el hundimiento del discurso marxista, el separatismo se quedó sin objetivo ni discurso ideológico. Ahora la independencia ha dejado de ser el medio para convertirse en el fin. Lenin tiene un famoso discurso titulado «¿Libertad, para qué?»; nosotros podríamos preguntarles a los separatistas «¿Independencia, para qué?»: ¿Para lograr un paraíso socialista, cuando la Generalitat no hace más que pedir a las multinacionales que inviertan en Cataluña? ¿Para construir un Estado burgués y del bienestar tan odiado por los marxistas y considerado como pura alienación? ¿Para montar una macrocomuna hippy nudista pansexual de catalanes en estado puro donde todos nos liberemos de lo que nos oprime, desde el vestido y la corbata hasta el cuerpo que nos «encierra» en lo que no queremos ser? Repetimos, ¿independencia, para qué? ¿para seguir igual de mal o peor? Sólo de pensar en manos de quién caería Cataluña con la independencia, a uno le entra una «depre»; lo mejor que nos puede pasar es «independizarnos de los independentistas».

135. EL SEPARATISMO DE LOS MARTÍNEZ

Los apellidos no dejan de ser apellidos, y a pesar de que muchos separatistas eran catalanes de apellidos, hay otros casos que nos muestran el «charneguismo» que quiere hacerse perdonar siendo más papistas que el Papa. El líder «militar» de EPOCA (Ejército Popular Catalán), fue Jaime Martínez. Uno de los primeros muertos de Terra Lliure fue Felix Goñi (por defecto de la bomba que llevaba). Otro, que falleció por lo mismo, en Valencia, fue José Antonio Villaescusa Martín. Uno de los fundadores del MDT murió en una cabina telefónica cuando le estalló el artefacto explosivo que llevaba, se llamaba Joaquín Sánchez Núñez. Entre los líderes aún vivos de Terra Lliure tenemos Jaime Fernández, Carlos Sastre, Carlos Benítez, David Martínez, entre otros ilustres apellidos catalanes. Uno de los miembros más sanguinarios de Terra Lliure que pasó a colaborar con ETA, y participó en la matanza de la Casa Cuartel de la Guardia Civil de Vic, fue Juan Carlos Monteagudo. Uno de los más activistas fundadores del PSAN y radicalísimo independentista fue Carlos Castellanos. La realidad es la que es y ya estamos hartos de maquillajes. La famosa independentista Pilar Rahola siempre oculta su segundo apellido: Martínez; el que fuera durante muchos años flamante dirigente de las juventudes (independentistas) del partido de Jordi Pujol, y luego diputado, fue Carlos Campuzano. El portavoz de las Juventudes Republicanas en Barcelona, en 2008, se llamaba Gerard Gómez del Moral y se dedicaba a homenajear independentistas de Terra Lliure. Tras la sorpresa de que las radicalísimas Candidaturas de Unidad Popular (CUP) consiguieran representación en el Parlamento de Cataluña, también tuvimos la sorpresa de conocer a su portavoz: David Fernández Ramos. ¿Seguimos?

136. «CATALUÑA SERÁ, CRISTIANA O NO SERÁ»: BREVE RELATO DEL ORIGEN ECLESIÁSTICO DE LA CLASE DIRIGENTE CATALANISTA

Ya hemos adelantado algo de lo que desarrollaremos en este epígrafe. La oposición efectiva contra el franquismo se fraguó en ambientes clericales. Los maquis, anarquistas y comunistas, eran derrotados en las montañas y las barriadas. Pero el franquismo no estaba preparado para luchar en las parroquias. Un breve repaso por la clase política actual: Artur Mas (CiU); Oriol Junqueras o Carod-Rovira (ERC), y un larguísimo etcétera… provienen de ambientes eclesiales o seminarios. El catalanismo actual no proviene de la vieja ERC que como logotipo exhibía el triángulo masónico. Sino que se arraigó en las cofradías de La Mare de Déu de Montserrat.

Mosén Batlles «ocupó» con sus jóvenes el local de la Acción Católica, en la calle Lauria 7 de Barcelona, para su formación y dirección. De ahí saldrían, además de los susodichos Raimon Galí y Jordi Pujol, por poner unos cuantos ejemplos, Antoni Plasencia (luego Decano del Colegio de Abogados), Antoni Bascompte (dirigente de CiU), Ferran Ariño (candidato contra Núñez en el Barça), Joan Antoni Benach (crítico teatral de La Vanguardia), Francesc Vila Abadal (de familia terrateniente que derivó hacia el socialismo de Joan Reventós), futuros diputados de CiU o del PSC-PSOE como Manel Royes quien sería alcalde de Tarrasa o escritores del PSUC como Manuel Vázquez Montalbán. Encontraremos también al futuro Padre Marc Taxonera, monje montserratino y verdadero cerebro político que promovió la fundación en Montserrat de CDC, el partido de Jordi Pujol, en 1974. Al grupo de CC (Cataluña y Crist) se sumó el Grup Torras i Bages, fundado por Mosén Lluís Carreras, que durante la Guerra se había hecho franquista pero que luego volvería a los cauces del nacionalismo. Por su filas pasaron Hilari Raguer (historiador e influyente monje de Montserrat), Joan Raventós (dirigente del PSC), Anton Cañellas (dirigente catalanista, primero centrista y luego amigo de Pujol), Jordi Bonet (arquitecto de la Sagrada Familia) o Jaume Carner (presidente de Banca Catalana). En los aledaños de estos círculos los nombres son interminables: Félix Martí, presidente honorario del Centro Unesco de Catalunya; Oriol Badia, exconseller de Trabajo; Alex Masllorens, diputado del PSC-Ciutadans pel Canvi o Josep Verde Aldea (PSOE), expresidente del Parlamento Europeo.

Otro de los ilustres de estos grupos fue Ferran Llopis, uno de los hombres claves en la fundación del partido convergente. En este ambiente Raimon Galí fundó el famoso CC. No todos venían de Lauria, estaban también los de las Congregaciones de los jesuitas de Balmes (Espar Ticó y Jaume Casajoana), pero todos estaban contactados por su pertenencia a la burguesía catalana. La situación estaba bien disimulada ya que incluso engañaron al pobre Dr. Modrego, cuando en 1960 Pujol fue detenido. Ferran Llopis, Jordi Maragall y otros pidieron socorro al obispo Modrego. Éste fue a ver a Franco y el encuentro, relatado por el protagonista, fue así: «Vi a Franco. Le expliqué lo de Pujol, un joven piadoso que quizás peca de catalanista, pero de muy buena familia. Me cortó y me dijo: es muy propio de un obispo pedir clemencia. Se levantó y buenas tardes, excelencia». Con el tiempo estos grupos «apostólicos» se fueron disolviendo y sus miembros fueron aterrizando en los partidos políticos que controlarían la futura Transición. Unos acabaron en Unió Democràtica de Catalunya, muchos en la CDC de Pujol; Otros, como Quico Vila Abadal, Xavier Muñoz o Pascual Maragall, derivaron al PSC y algunos como Alfonso Comín fueron a Cristianos por el Socialismo. Recientemente Ferran Llopis, renegando de sus ardores espirituales de juventud, afirmó: «Lo de que Catalunya será cristiana o no será, inscrito en la fachada de Montserrat. Afirma que Catalunya será, cristiana o no, será». Pero se olvida de que nada hay eterno en la Historia y que los pueblos también desaparecen.

137. CATALUÑA SERÁ CRISTIANA… O SERÁ MUSULMANA

Uno de los independentistas más paradigmáticos para nuestra generación fue Ángel Colom y Colom. Como tantos otros, sus ancestros no transmitieron bien los genes. El padre de Ángel Colom fue el alcalde franquista del pueblo de Pruit-Rupit. El hijo marchó piadoso al seminario de Vic, pues deseaba ser sacerdote. Ahí descubrió que Dios en realidad se llamaba Cataluña y por las noches se escapaba a hacer pintadas antifranquistas (así nos lo contaron). De joven, ya liberado (incluso en lo sexual), se benefició de las grandes subvenciones que los gobiernos de Pujol donaban para «crear» sociedad civil. Así, sin costarle un duro, montó La Crida para la solidaritat, una plataforma de reivindicaciones nacionalistas radicales. Luego supo maniobrar para apoderarse, tras un «pusch», de ERC. Cuando el partido reaccionó y lo expulsó, montó el Partit per la Independència (PI), con la famosa Pilar Rahola, pero fracasó estrepitosamente en las urnas. Entonces nuestro personaje desapareció, hasta que le descubrimos en Marruecos en una misteriosa oficina de la Generalidad como su representante en esas tierras. Fue uno de los responsables de la llegada a Cataluña de miles de inmigrantes de origen magrebí (así lo deseaba la Generalitat pues pensaba que sería más fácil «catalanizarlos» que a los sudamericanos. De hecho ya se les organizaba ahí cursos de catalán). Lo que en principio era un «cadáver político» ha ido resucitando y vuelve a ser causa de noticias. En CiU, como no, le dieron el cargo de secretario de Inmigración de Convergència. De por medio, como buen militante, apareció implicado en el caso Palau, reconociendo haber recibido de Millet 72.000 euros, para liquidar las deudas del PI (aunque posiblemente recibió el doble).

Desde hace poco tiempo, y con las correspondientes subvenciones, dirige la Fundación Nous catalans (Nuevos catalanes), cuyo objetivo no es otro que la conversión de los inmigrantes musulmanes en activistas de la causa separatista. Por eso, el otrora piadoso hijo del alcalde franquista de un pueblecito de la Cataluña profunda ahora se prodiga en los medios, inaugurando mezquitas y manteniendo relaciones con las comunidades islámicas. La labor de Colom ha sido fructífera. Del millar aproximado de mezquitas que hay en España, 232 están situadas en Cataluña, un número desproporcionado si las comparamos con las 98 de Madrid. Más preocupantes son unas declaraciones que realizó hace relativamente poco: «Si Barcelona quiere convertirse en la capital del Mediterráneo debe tener en cuenta que la religión mayoritaria en la región es el Islam. Tarde o temprano habrá que construir una gran mezquita emblemática y bonita de la que todos nos podamos sentir orgullosos». Para no perder su carácter de personajillo polémico, últimamente Ángel Colom se ha enzarzado en polémicas con catalanistas que el llama «identitarios». Les acusa de utilizar el Ave Fénix (símbolo del Renacimiento y por tanto del catalanismo) y la Cruz de sant Jordi. Acusa a los viejos compañeros de camino, los catalanistas de utilizar símbolos «fascistas». En fin, vivir para ver, ver para creer.

138. CATALUÑA SERÁ HISPANA O NO SERÁ… NADA

«Espanya ens Roba» (España nos roba). Se acabó el discurso soviético anti-imperialista, se acabó financiar el baile de sardanas, se acabó integrar lingüísticamente a los ecuatorianos (por cierto, la Generalitat financia hasta webs en castellano de independentistas que son inmigrantes latinoamericanos). El nacionalismo ha encontrado su frase mágica: «Espanya ens roba». Sin embargo, el subterfugio argumentativo es viejo y corresponde a un tópico más. En 1985, gracias a la aportación de un libro de Ramón Trias Fargas sobre la asfixia económica premeditada de España contra Cataluña, titulada Narració d’una asfixia premeditada. Se argumentaba «científicamente» que había una premeditación de acabar con Cataluña (como si a España le interesara que su motor económico se parase). La obra no podía ser muy científica porque el autor no es economista sino abogado; y, en el fondo, era una copia de la obra titulada Tratado de la Hacienda Pública (1959) del experto en fiscalidad y federalismo Richard Abel Musgrave. Una vez creado el tópico sólo hay que repetirlo hasta la saciedad.

El problema de Cataluña no es «España». El problema de Cataluña es el desvarío de sus élites políticas y económicas; es el desierto espiritual que ha dejado la religión nacionalista; es el materialismo consumista y la idolatría icónica que produce el Barça; es el complejo constante del recién llegado que necesita proclamarse más catalanista que nadie; es la incapacidad siquiera para prever un futuro inmediato fácil de dibujar: pérdida absoluta de la identidad real, al desconocer profundamente la esencia y la historia de Cataluña; una sociedad fracturada con amplios sectores islamizados; una traición de las elites abandonando a su suerte a amplias capas de la población, pues no se podrá mantener el Estado de Bienestar; una muerte vegetativa de la población, debida a las bajísimas tasas de natalidad, que serán sustituidas por masas de inmigrantes «catalanizados» y «normalizados» bajo cuatro consignas inoculadas en una escuela pública decadente e ineficaz. La Cataluña moderna o posmoderna existirá, no sé si independiente de España o integrada en ella, pero existirá sin catalanes; existirá con ciudadanos globalizados, profundamente apátridas aunque barnizados en un tinte identitario del que ignorarán hasta su procedencia. La imagen que nos viene a la mente de los futuros catalanes es la de los turistas trashumantes (que hablábamos al principio de este libro) que se pasean por nuestras tierras con una camiseta del Barça.

No sabemos si este escenario le parecerá al lector exagerado, pero tenemos el profundo convencimiento de que la Cataluña de verdad, esto es, la que puede hilarse coherentemente con su pasado, siendo fiel a generaciones y generaciones de catalanes, sólo puede ser la Cataluña hispana. La que descubra que su ser consiste en concretar y transmitir el espíritu de Las Españas. Este es el camino de la vida; lo demás será disimulo o muerte.