«Es más fácil creer que saber»
(JOSEP PLA)
¿Cómo pasar de un éxtasis espiritual colectivo, en el que Cataluña parecía renacer en su espiritualidad católica, originaria y descontaminada de «castellanismo», a una sociedad donde el odio se cebó en la religión? Las falsas espiritualidades son, en su inicio, muy difíciles de distinguir de la verdadera. Eso pasa en el origen de las herejías: lo que parecía un matiz poco importante, se acaba convirtiendo en motivo de persecuciones y genocidios. Así ocurrió con el catalanismo católico. Imperceptiblemente se fue desplazando el orden de una sana espiritualidad y un amor a lo propio. Poco a poco el amor a la Patria se exaltó tanto que sustituyó al de Dios y, así, nació una nueva religión. Las falsas religiones dejan espacio a nuevas religiones seculares y éstas a alucinaciones colectivas. Entonces los odios se desencadenan, especialmente contra los orígenes que dieron lugar a la nueva religión política; y también contra los más próximos que se acaban teniendo como peligrosos enemigos. Este fenómeno psico-social que ha ocurrido en infinidad de procesos revolucionarios se produjo ostensiblemente en Cataluña. El catolicismo catalanista derivó en montserratismo; éste, en nacionalismo secularizante que, a su vez, dejó paso a ideologías místicas y redentoras ateas, que luego acabaron fagocitándose a sí mismas. Esta es la historia del catalanismo, desde sus orígenes hasta la II República, en Cataluña.
No se podría entender el catalanismo sin comprender lo que es el montserratismo. Independientemente de lo que realmente sea un monasterio benedictino, en el imaginario catalán la montaña sagrada ocupa un lugar privilegiado. El camino del «renacimiento» literario al catalanismo político, tuvo que pasar por una «regeneración», o «catarsis», espiritual. Esta eclosión coincidió con el resurgir de «Montserrat». Muchos catalanes creen que, milenariamente los monjes catalanes ocuparon la montaña. Sin embargo, como expondremos enseguida su vida monástica no es tal y como la imaginamos, ni siquiera su tradición milenaria.
El montserratismo se inició con las celebraciones del «milenario» del descubrimiento de la imagen de la Virgen de Montserrat donde las masas católicas, especialmente las catalanistas, integristas y carlistas, se volcaron en su celebración. Mientras que el carlismo y el integrismo vivieron estos hechos con un sano regionalismo y un auténtico espíritu de piedad, los sectores católico-catalanistas, sin darse siquiera cuenta, fueron deslizándose hasta la secularización de la religión que daría lugar, como explicaremos, al catalanismo político. No es de extrañar pues que Montserrat se convirtiera en el lugar «iniciático» de la nueva religión catalanista. Allí, durante el franquismo, Raimon Galí y Herrera (militante nacionalista del sector católico que había luchado a favor de la República y, tras un corto exilio, regresado a Barcelona), dirigía a unos jóvenes, entre los que se encontraba un tal Jordi Pujol, para iniciarles en la religión catalanista. De esos jóvenes saldría el primer cuadro de dirigentes del Convergencia Democrática de Cataluña; o en Montserrat se reunieron, en 1970, casi 300 personas de renombre, acogidos por los monjes, para protestar contra el proceso de Burgos en el que se encausaba a militantes de ETA. Todo ello provocó un revuelo internacional.
Montserrat era paso obligado de los miles y miles de jóvenes que militaban en el movimiento escultista afincado en centenares de parroquias catalanas. Allí aprendían a cantar canciones revolucionarias, a «odiar» a Franco y a España y soñar una Cataluña libre, mientras caía algún «porrete» por la noche y una Misa «progre» por la mañana (era la época del famoso «kumbayá», que taró al más pintado). Igualmente, y con más devoción, durante el año, subían miles de autocares con peregrinos de todas las parroquias de Cataluña. Con el tiempo, esos autocares se fueron convirtiendo en una especie de inserso parroquial donde predominaban las canas, pues los jóvenes kumbayá huían de las parroquias para pasarse a la militancia separatista, en grupos de índole marxista. Estos autocares parroquiales eran, y son aún, el «semillero» de votos de CiU. Pero un semillero que se agota, pues sus hijos se hicieron de ERC y los nietos se apuntaron al grupo más radical del mercado separatista, pues ERC era un partido demasiado burgués para ellos. Todo ello ocurría en el incomparable marco de Montserrat que atraía como con una fuerza telúrica a todo aquél que quería sentirse catalán, «de los de verdad».
Pero el proceso de secularización no pasó sólo de la religión a la política, sino que tomó derroteros más extraños. La Abadía ya había recibido en octubre de 1940 al omnipotente Heinrich Himmler, convencido de poder encontrar allí el Santo Grial. Ciertas tradiciones francas medievales lo localizaban en los Pirineos. Además, Richard Wagner había adaptado la versión Parzival de Eschenbach y situó igualmente el maravilloso castillo del Grial en la cordillera pirenaica. Himmler no tardó en identificar el Montsalvat que se menciona en Parsifal con Montserrat. No hace falta decir que la búsqueda fue infructuosa. Pero lo del dirigente del Reich no fue nada en comparación con lo que todavía provoca Montserrat. Por ejemplo existe la Asociación montserratina Can Bros, cuyo fin social es reunirse en la montaña cada día 11 de mes para realizar avistamientos de ovnis. La montaña sagrada da para mucho, y son frecuentes las desapariciones de gente que se siente llamada por una fuerza, y sube de noche por las escarpadas laderas desapareciendo para siempre (posiblemente despeñados). De estos casos hemos conocido más de uno. Los más «alucinados» (los que más fuerte le dieron al porrete de jóvenes) afirman que en la montaña existen puertas interdimensionales que comunican Agharta (el reino subterráneo de los dioses) y Montserrat. Las leyendas cuentan (efecto de la marihuana) que cuando la Atlántida se hundió, un grupo de atlantes supervivientes creó esta «puerta». También, para los entusiastas de lo esotérico y del catarismo, muchos proponen que Montserrat en particular, y Cataluña en general, fue refugio de cátaros, tras la cruzada albigense. Por tanto, sería tierra de iniciados en los saberes ocultos. Con cierto atrevimiento e ignorancia etimológica, alguien ha propuesto que la palabra «Cataluña» proviene de «Cátar-allunyat» (Cátaro-alejado). En fin, que cuando se pierde la fe tradicional, la imaginación da para mucho; y más en Montserrat.
El arranque del catalanismo espiritual se hizo coincidir con el (discutido) milenario de Montserrat. Decimos discutido, pues las fechas quedan demasiado difusas como para tomar esa decisión. Según la tradición, Guifredo el Velloso arrebató la montaña a los musulmanes en el 880, y al poco apareció milagrosamente en una cueva la imagen de la Virgen. Aunque en el siglo IX sólo había unos ermitaños, sería en 1011 cuando llegara un monje desde el Monasterio de Santa María de Ripoll, enviado por el Abat Oliba para organizar un cenobio. En 1082 se constituyó una comunidad dependiente de Ripoll (con un abad regente, pues no eran monjes suficientes). A finales del siglo XII, el abad regente solicitó a Ripoll que se le permitiera ampliar la comunidad a 12 monjes, el mínimo requerido para que se considerara abadía: pero hubo de esperar. Entre los siglos XII y XIII se construyó la iglesia románica, y de esa época procede la talla de la Virgen que se venera actualmente. Los siguientes siglos fueron de lucha para conseguir su independencia del monasterio de Ripoll. Esta separación no llegó hasta el 10 de marzo de 1410 y fue concedida por el Papa Benedicto XIII.
Como ya vimos más arriba, la cosa no debió de ir muy bien con la «independencia» y llegó la relajación; y eso que llegaron unos monjes de Montecasino para poner orden. Por eso, como ya expusimos, en 1493, el rey Fernando el Católico envió al monasterio catorce monjes procedentes de Valladolid. Entonces Montserrat pasó a depender de la congregación castellana. Esta sujeción canónica duró algo más de cuatro siglos. A principios del siglo XIX toda la vida monástica en Europa fue sacudida por persecuciones y exclaustraciones forzosas. Montserrat no iba a ser menos. El monasterio fue incendiado y saqueado dos veces por las tropas napoleónicas, en 1811 y en 1812. En 1835, con la desamortización de Mendizábal, los monjes sufrieron la exclaustración. En 1844 se restableció la vida en el monasterio, pero ya habían desaparecido los monjes castellanos. Así, de facto, la nueva comunidad Montserrat se convirtió, por fin, en «independiente»; hasta que en 1862 el Papa desvinculó oficialmente Montserrat del Monasterio de san Benito de Valladolid, para pasar a depender del de Subiaco, en Italia, y hasta el momento sigue así. Aunque Montserrat es un símbolo para la «independencia» de Cataluña, en los «mil» años de historia de vida monástica casi siempre han dependido de alguien de fuera de Cataluña. Igualmente, hemos de pensar, que a pesar de que la devoción mariana a la Virgen de Montserrat estaba muy extendida, ésta no era oficialmente la Patrona del Principado de Cataluña. Sólo en 1881 Roma concedería ese privilegio.
Éste, junto a la celebración del milenario, sería el primer gran logro «no político» del catalanismo incipiente. El promotor de estos festejos sería Mn. Jaume Collell, desde La Veu de Montserrat. A él se unió con entusiasmo el sector integrista y carlista, que aún desconocían qué derroteros iba a tomar este catalanismo. De momento, en el catalanismo, salvo algunas diferencias políticas, veían la defensa de los mismos ideales de la fe. Sólo con el tiempo se empezaría a entender el profundo significado de ciertas declaraciones de Mosén Collell: «Quiso Dios hacer de Cataluña un gran pueblo, y púsolo para eso a la sombra del manto de María. Reina hízola del Principado a su gloriosa Madre, y dióle por palacio y silla real la prodigiosa montaña de Montserrat, ya que la oscura tradición primitiva tenía como señalada con cierto misterioso y profético respeto. No tiene María trono mejor sobre la tierra». Como estas declaraciones se dirigían contra el Diari Català de Valentí Almirall, radical y anticlerical, al integrismo y al carlismo, la posición de este primer catalanismo les parecía compatible con sus ideales. En el mes de mayo 1880, el episcopado catalán envió una petición a Roma para obtener la coronación pontificia de la Virgen de Montserrat. La Veu de Montserrat y la Revista Popular organizaron una campaña de apoyo. Verdaguer publicó el Cántico al Milenario de la invención de la Virgen de Montserrat y muchas manifestaciones colectivas de los católicos catalanes venían diariamente reflejadas en la prensa. Pese a la celebración de una romería organizada a Roma en el mes de mayo 1880 por el obispo de Barcelona, Urquinaona, no se hizo ninguna referencia oficial a la petición catalana del patrocinio, y el episcopado de Cataluña tuvo que esperar un año para que se aprobase la erección canónica del Patronazgo de la Virgen de Montserrat en el Principado. Algo no les cuadraba en Roma.
Digresión sobre otro milenario: Los entresijos de la celebración de la restauración del Monasterio de Ripoll nos los relata perfectamente Joan Bonet en su L’Esgésia catalana, de la II lustració a la Renaixença. Roma, especialmente León XIII, no quiso que el patronazgo fuera sobre «Cataluña», pues ello podía interpretarse como un reconocimiento de una entidad política autónoma. Al final, el patronazgo fue sobre el «Principado de Cataluña», por tratarse de un título tradicional que no podía traer lugar a confusión. De hecho en las cartas sobre la restauración del Monasterio Ripoll, que surgieron de Roma con la firma del Papa, ninguna menciona siquiera a Cataluña. En una visita de clérigos catalanistas, con Mn Collell a la cabeza, con motivo de la celebración de esta restauración del monasterio milenario, en audiencia, el Papa advirtió del peligro de radicalización y politización del catalanismo. Collell insistió en que el movimiento catalanista estaba controlado y en que no saldría de los cauces católicos. La intuición de León XIII, con muchas décadas de adelanto, fue de lo más certera; y el juicio de Collell falló de la forma más estrepitosa.
Antes de la celebración del milenario, con ocasión de un congreso sobre periodismo católico europeo celebrado en Roma, Jaume Collell presentó la revista La Veu de Montserrat al Papa León XIII. Durante la audiencia concedida, en febrero de 1879, el Pontífice no dejó de manifestar cierta insistencia con respecto al carácter supuestamente político de la revista. Algo sospechaba el Papa de lo que posiblemente ni Collell era todavía consciente, esto es, que este tipo de religiosidad podía desembocar en líos políticos. Un año después, y realizada la petición del patronazgo, el obispo Urquinaona realizó su visita ab limina acompañado de una romería diocesana. En la audiencia, León XIII no hizo ninguna referencia al patrocinio de la Virgen. Eso sí, alabó las «celebraciones del año anterior en Aragón y Cataluña, con las grandes fiestas de la Santísima Virgen bajo la advocación de Nuestra Señora del Pilar y de Montserrat». Y, en boca del catalanista Bonet Baltá, se despidió: «con la indiscriminada rancia salutación y bendición a los queridos hijos de la España católica». En el fondo del salón de la audiencia debió de oírse el rechinar de dientes de algún que otro catalanista.
Por fin, en 1881, y con motivo de la magnífica y masiva manifestación de catolicismo en la celebración del milenario, Roma decidió otorgar el privilegio del patronazgo de la Virgen sobre el Principado de Cataluña. Era por julio de 1881. El acto de coronación, cuenta Marcel Capdeferro, se efectuó el 11 de septiembre y fue presidido por el Delegado Pontificio, que no era otro que el Cardenal Benavides, Arzobispo de Zaragoza. El sermón, paradójicamente, fue pronunciado en lengua castellana, pues el obispo Urquinaona era andaluz. Lo que no se suele decir, o más bien ocultar, es que en el escrito de León XIII al obispo Urquinaona, en el que se concedía el patronazgo, se decía: «a la constante devoción que profesan los pueblos de las provincias catalanas a la Madre de Dios». Bonet Baltà se queja de que el Papa no hiciera alusión a Cataluña, sino a las provincias catalanas, y sí en cambio a la Provincia eclesiástica. León XIII ya era gato viejo e intuía demasiados peligros. Con motivo de una nueva visita de Collell a Roma, en 1886, para ponerle al día de la celebración de la restauración del Monasterio de Ripoll, el canónigo de Vic reconoce esta conversación: «e interesándose (el Papa) por nuestros proyectos vinieron a hablar del regionalismo catalán, y entonces el Papa, con su finura característica, me manifestó sus temores de que nuestra generosa idea fuera desvirtuada y nuestro movimiento desviado por el elemento radical que, tengo entendido, abunda en Cataluña. Me sorprendieron esas palabras, y le hice notar que precisamente la restauración del monasterio de Ripoll, promovida por el Obispo de Vic, habría de señalar la orientación decididamente católica del movimiento regionalista de los catalanes». ¡Cuánta razón tenía León XIII y qué equivocado resultó Mn. Collell!
En 1880, Jaume Collell escribió numerosos artículos para vincular el catalanismo con el catolicismo y la devoción montserratina. El más famoso de estos artículos se tituló Catalanismo. Lo que es y lo que debería ser. Para el entusiasta propagandista, el catalanismo era el movimiento que debería permitir la restauración de una iglesia autóctona y nacional que no sería contradictoria con «la unidad potente de la Iglesia». No se trataría de un «estado de independencia autonómica», ni de una mera «efervescencia literaria», sino que «ha de ser la protesta viva, constante y meditada del espíritu nacional contra los procedimientos sistemáticos de las ideologías unitaristas; la contraposición de la ley de la historia y del elemento tradicional a las ficciones del derecho moderno que deriva de fuentes impuras como son el racionalismo y el positivismo; en una palabra el Catalanismo sano y rectamente dirigido ha de ser un trabajo paciente […] de reconstitución social […] y de la peculiar fisionomía de una nacionalidad». Collell no dejará de recordar que por «nacionalidad» se entiende el idioma, la literatura, las ciencias, el arte, la industria y el comercio y, ante todo, «los inmutables dictados de las creencias salvadoras de la humanidad». Por ello, el «verdadero catalanismo» sólo podía inspirarse en el principio católico, única garantía, por otra parte, del principio de unidad de los pueblos de España. Por eso afirma que: «aquel catalanismo si puede suscitar la ira de cierta gente extraviada, no despertará recelos ni desconfianzas del poder central». Los equilibrios de Collell, para no enfadar a los católicos españolistas y a los catalanistas, no impidieron que se fuese decantando cada vez más por un discurso más radical.
Joan Bonet y Baltá, sacerdote y gran conocedor de la Historia de la Iglesia en Cataluña, al que ya hemos hecho referencia, sintetiza muy bien la cuestión eclesiástica en nuestra tierra, en las dos últimas décadas del siglo XIX y cuestión que iba a marcar el camino del catalanismo con el cambio de siglo. En ese momento el mundo católico estaba dividido en tres claras facciones. En primer lugar, la integrista y carlista (no hagamos distinciones ahora), liderada por Sardá y Salvany y que contaban con la extendidísima Revista Popular y el periódico carlista El Correo Catalán. En 1888 el obispo Català, de Barcelona, escribe una carta al nuncio diciéndole que el noventa por ciento de su clero es integrista o carlista (posiblemente exageraría). La oposición a la dinastía reinante, aunque no era explícita en la Revista Popular, sí que estaba implícita en este amplio grupo. Por otro lado, menos numeroso y más elitista, estaba un grupo de «católicos liberales» o «moderados» cuyos portavoces eran El Criterio católico y, sobre todo, el Diario de Barcelona. Aceptaban la restauración monárquico-liberal y se podrían definir entre regionalistas o moderadamente catalanistas. Por último, un grupo minoritario, pero que fue tomando cada vez más fuerza, era el de los catalanistas representados por La Veu de Montserrat. Era el grupo de los «vigatanos» (vicenses), del que saldrían los primeros grandes hombres de la Renaixença; pero ese movimiento literario, cultural incluso espiritual en principio nadie tenía motivaciones políticas. El liderazgo de esta tendencia residía en Torras y Bages (insistimos que la palabra «catalanista» aún no tenía las connotaciones que tuvo más tarde). Este grupo hizo abstracción de los problemas políticos y fueron promocionados eclesiásticamente hablando, para que los altos cargos eclesiales no fueran ocupados por carlistas e integristas. En cierta medida, querían posicionarse en el punto medio: en cuestiones religiosas muchas veces coincidían con los integristas; y, en cuestiones políticas, aceptaban las directrices de El Diario de Barcelona. Esta mezcla de posiciones integristas en lo religioso y liberales en lo político tendría consecuencias explosivas.
Las relaciones entre estos grupos eran, como mínimo, extrañas, a veces coincidían frente los ataques anticlericales, y a veces entre ellos se enzarzaban en polémicas interminables y agresivas. El Papa León XIII hubo de escribir en 1882 la encíclica Cum Multa para apaciguar los ánimos de los católicos enfrentados entre sí. La famosa obra de El liberalismo es pecado, de Sardá y Salvany, desató una terrible diatriba eclesial, en la que todos los bandos pretendían tener razón. En la medida en que iba finalizando el siglo, el sector integrista fue decayendo y el catalanista ocupando su «espacio», para iniciar este último el siglo XX con grandes triunfos políticos. Entonces la religión empezaría a pasar a segundo plano. Gracias al Gobierno de concentración del General Polavieja en 1899, durante unos meses fue ministro el jurista catalán Durán y Bas. Ese tiempo fue suficiente para que promocionara al Obispo Morgades a Barcelona y para que su sede en Vic fuera ocupada por Torras y Bages. Éste último fundó y promovió la Lliga espiritual de la Mare de Déu de Montserrat (1899) y La Veu de Montserrat (en La Veu empezó a colaborar a partir de 1880, coincidiendo con la celebración del «milenario» de Montserrat), que revitalizarán la espiritualidad cristiana; pero que también prepararán la base de una militancia catalanista política (lo cual, claramente no era intención del Obispo de Vic).
Por unas cuestiones que no vienen ahora al caso, el fundador de La Veu de Montserrat, Mn. Jaume Collell, dimitió, y al poco el periódico cambió de nombre y se tituló La Veu de Cataluña. El nuevo semanario, en principio se declaraba «no político» pero en 1898 pasó a diario, dirigido por Prat de la Riba y contando con las plumas de los que a la postre serían los prohombres de la Lliga: Francesc Cambó, Lluís Duran i Ventosa, Josep Puig i Cadafalch, Joaquim Rubió i Ors o Joan Sardà. En ese momento el semanario se convertiría en el promotor de la Lliga Regionalista. Cuando, en 1905, la redacción de La Veu de Cataluña fue asaltada por unos militares, se desencadenó la primera gran victoria catalanista: la Solidaritat catalana. Era una coalición formada por grupos de diferentes procedencias ideológicas: la Lliga Regionalista, carlistas y republicanos federales. En las elecciones de 1907 obtuvo 41 de los 44 escaños que se elegían en Cataluña.
¿Cuál fue la posición de los clérigos catalanistas ante la Solidaritat catalana? Esencialmente dos posiciones. Algunos como Mosén Alcover (que después abandonaría el catalanismo) proponían que los católicos debían entrar en el catalanismo «tal y como se presentaba» (daba igual si venía acompañado de anticlericales). Otros, como el sacerdote integrista Cayetano Soler (discípulo de Sardá y Salvany) abogaban por un catalanismo meramente católico. Afirmaba: «Constituyamos no la derecha de un partido indiferentista en religión, sino el partido o agrupación catalanista-católico». Con los años, maestro (Sardá y Salvany) y discípulo (Cayetano Soler) se intercambiaron una correspondencia (inédita aún) sobre 30 años de luchas religiosopolíticas. Sardá y Salvany emitía su juicio sobre el primer gran proyecto catalanista, la Solidaritat catalana: «inmoral, impía y revolucionaria […] siempre he creído que el encasillamiento catalanista traería disgustos».
Bonet i Baltà y Casimir Martí, en su obra L’Esgésia catalana, de la II Ilustració a la Renaixença, señalan el papel especial que asignaba Collell a su revista dentro del catalanismo finisecular: «En una palabra, Collel, con La Veu de Montserrat, se encontraba al servicio de un público católico y catalanista, al cual el mensaje de la fe cristiana no había podido llegar canalizado a través del grupo político carlista». O, con otras palabras, intentaba arrebatar de las masas carlistas a aquellos más descontentos y cansados de tantos fracasos bélicos y políticos. El carlismo, al igual que el integrismo, por coherencia de principios, se había mantenido fuera del juego electoral. La constitución de la Unión Católica por el católico moderado Alejandro Pidal y Mon, que se oponía a la postura abstencionista de carlistas e integristas, sólo tuvo acogimiento en Cataluña entre los lectores de La Veu de Montserrat, pero no entre los de la Revista Popular o El Correo catalán. A pesar de las continuas declaraciones de apoliticismo por parte de Collell, el catalanismo católico fue la vía para debilitar el carlismo y el integrismo y arrastrar a las masas católicas a la participación política. Collell era incapaz de ver que de por sí, la propuesta del catalanismo ya era política. Baste leer el artículo que escribió en el primer ejemplar de La Veu de Montserrat, titulado La nostra idea: «Venimos a fundar un periódico que será catalán por los cuatro costados, catalán en el espíritu y catalán en la forma, representante en una palabra de los verdaderos intereses y genuina expresión del ver y natural modo de ser de Cataluña». La historia es tremendamente paradójica y este movimiento que en casi nada se distinguía del integrismo y el carlismo, acabó siendo el agente más potente de secularización religiosa en Cataluña.
Profundizando: Un libro imprescindible para entender la complejidad del mundo católico catalanista, integrista y carlista, que daría lugar finalmente al catalanismo actual, es L’integrisme a Catalunya de Joan Bonet y Casimir Martí. Resumimos la tesis: el catolicismo catalán se dividió por un lado entre integristas y carlistas, cuyas diferencias eran especialmente de estrategia siendo el carlismo más adaptativo a las circunstancias y evitando en lo posible choques de trenes con la jerarquía, como hacía el integrismo. Sin embargo, ambos sectores estaban de acuerdo en las maldades del sistema liberal y debían mantenerse al margen. En el sector moderado liberal, profundamente anticarlista, veían el régimen liberal como aceptable y por tanto podían participar políticamente dentro de él. El sector catalanista, por el contrario, renegaba externamente del liberalismo, aunque aceptaba la estrategia del liberalismo conservador. Por eso quería presentarse en el punto medio (en la virtud, diría Aristóteles) entre el liberalismo y la intransigencia. Pero ello no les libraría de acabar siendo títeres en manos de los futuros políticos catalanistas. La evolución del carlismo al catalanismo, a través del integrismo, la describe muy bien en persona el famoso lexicólogo Mn. Antoni María Alcover. En una carta a Prat de la Riba, con fecha 8 de junio de 1904, escribe: Mi familia de siempre era carlista, como carlista comencé. En la división entre «leales» (partidarios de Don Carlos) y siglofuturistas [en referencia a la escisión de El Siglo Futuro que se posicionó con Nocedal en la escisión integrista], me quedé con éstos dirigiendo algunos periódicos de esta tendencia aquí en Mallorca, y combatiendo todo tipo de liberalismo… las contradicciones y conflictos que eso me produjo… me hicieron ver la realidad de las cosas, lo infructuoso de la lucha y me retiré. Procurando aprovechar las lecciones de la historia e inspirarme en la realidad actual, he visto en la causa regionalista un punto fuerte y de salvación, y por eso me he afiliado a tal causa». Más claro, agua. Luego de esta decisión, fundada en la nueva «realidad», Alcover sería traicionado por Prat de la Riba sustituyéndolo por el masón Pompeyo Fabra; y acabaría renegando del catalanismo. C’est la vie.
Cuando una religión se debilita o desaparece, su espacio es ocupado por otras espiritistas y cultos o por realidades materiales sacralizadas. Si san Ignacio de Loyola subió al Monasterio de Montserrat a realizar una confesión general que duró varios días y a entregar su espada, ahora suben personajes alucinados a visionar ovnis. Por eso no es de extrañar que aquella Cataluña del «paso de los santos» que describíamos, a pesar de la eclosión espiritual del primer catalanismo, también se fuese convirtiendo en el centro mundial del espiritismo, lo cual, además, no era incompatible con el ateísmo o la militancia masónica. Curiosamente el último auto sacramental que se celebró en España, en 1861, fue en Barcelona, en el patio del baluarte de la Ciudadela donde se quemaron públicamente centenares de publicaciones espiritistas. El «nortismo» wagneriano, también había traído a Barcelona la primera logia masónica de España (el Gran Oriente Español se fundaba en 1889), el mesmerismo, el espiritismo y todas las extravagancias que pudieran sustituir al cristianismo. Coincidiendo en el tiempo con los inicios de la restauración del Monasterio de Ripoll, se celebraba en Barcelona el I Congreso Espiritista Internacional, corriendo el año 1888 (haciéndolo coincidir con la Exposición Internacional de Barcelona). Esto fue posible por la proliferación en 1870 de multitud de centros espiritistas en España, coincidiendo con Amadeo de Saboya (monarca anticatólico) o con la fundación del Partido Socialista Obrero Español. El espiritismo arraigó con fuerza en Cataluña. En 1882, se funda la Federación Espiritista del Vallés (Cataluña) convirtiéndose más tarde, en la Federación Espiritista Catalana. Luego llegará el I Congreso Internacional espiritista de Barcelona. En 1901 se celebrarán los Juegos Florales Espiritistas en Sabadell y Barcelona. Nuevamente Barcelona acogerá el V Congreso Espiritista Internacional, en 1934, en plena república laica, y con la participación de más de 120 asociaciones espiritistas. Los asistentes fueron recibidos por el alcalde, Don Carlos Pi y Sunyer, y el Presidente de la Generalitat, Lluís Companys, cedió para el Congreso el Palacio de Proyecciones.
Son muchos los personajes que aparecieron en Cataluña como promotores de este submundo espiritual. Pongamos algunos ejemplos: José Ma Fernández Colavida, que fue traductor de las obras de la Codificación Espiritista, magnetizador y psicólogo; conocido por sus trabajos de regresión de la memoria y por sus experiencias en telegrafía psíquica. Fundó en 1869 la Revista de Estudios Psíquicos y el Centro Barcelonés de Estudios Psicológicos. Presidió el I Congreso Internacional de Espiritismo. Miguel Vives y Vives fundó en Tarrasa, en 1872, el Centro Espiritista Fraternidad Humana. Fue también presidente del Centro Barcelonés de Estudios Psicológicos. El vizconde Torres-Solanotla, cuyo padre fuera ministro del masón Espartero, fundó Fabian Palasí Martín las primeras escuelas Laicas en 1885. Éste último dirigió en 1887 la primera escuela laica graduada en Sabadell. En Lérida, en 1873, D. José Amigó Pellicer fundó el Centro Espiritista llamado El Círculo Cristiano-Espiritista. Preocupado, en 1875, el sacerdote Niceto Alonso Perujo fundó la revista El Sentido Común, con el significativo subtítulo de: Revista mensual dedicada a combatir el espiritismo.
En Barcelona van floreciendo centros y publicaciones como el Centro Espiritista barcelonés La Buena Nueva, siendo su presidente Don Luis Llach (no el famoso cantautor, que también acabará saliendo en este libro) quien mantenía contacto permanente con la célebre médium Amalia Domingo Soler (de la que luego hablaremos). Incluso, en las Cortes republicanas, en 1874, un grupo de diputados espiritistas (y posiblemente masones, pues no era extraño encontrar masones espiritistas y viceversa) propuso en la Cámara que la Doctrina Espiritista fuese incluida en el sistema educativo. El Golpe de Estado del General Pavía no permitió que el proyecto se discutiese. Esta sorprendente —aunque desconocida— extensión del espiritismo, que tenía su centro más singular en Barcelona, no tendría más importancia, si no fuera por las relaciones que se establecieron con el anarquismo revolucionario.
El espiritismo fue un fenómeno particular, porque aunó, por un lado, a gentes pertenecientes a altas clases sociales y, por otro, a gentes de extracción social baja, predominantemente de proletarios, comerciantes y artesanos. Poco a poco, imperceptiblemente, se irán creando relaciones entre masones (de clase alta), médiums (que podían porvenir de clases bajas), anarquistas ateos (que se emocionaban con la hipnosis) y humanistas filántropos que picoteaban de todo un poco. Los estudios más completos al respecto, actualmente, son los de Gerard Horta (consúltese, para ello, su obra De la mística a les barricades. Introducció a l’espiritisme català del XIX dins el context ocultista europeu). Ya los carbonarios (una especie de masonería) se acabaron integrando en la Internacional anarquista bakuniana. Frente al culto católico, muchos anarquistas no se quedaron aparcados en el ateísmo sino que se volcaron en el espiritismo. Una de las primeras y más famosas anarquistas, feminista y espiritista fue la catalana Teresa Claramunt. Nacida en 1862 en Sabadell, impulsó en 1892 la primera sociedad feminista española: la Sociedad Autónoma de Mujeres de Barcelona. Fue una revolucionaria nata, participando en la Semana Trágica. Exiliada en Zaragoza, promovió la sindicación en la CNT. Su biografía suele ocultar su pasión por el ocultismo y el espiritismo. En la penosa película española Libertarias se la define como «Anarquista, espiritista y coja». Será una de las colaboradoras de la más famosa de las espiritistas, Amalia Domingo, en el Círculo espiritista La buena vida, del barrio de Gracia de Barcelona. Aparte de su devoción espiritista fue activa colaboradora en numerosas publicaciones anarquistas y obreristas (escribió para numerosas revistas y periódicos anarquistas de la época: La Alarma, Buena Semilla, El Combate, Cultura Libertaria, Fraternidad, Generación Consciente, El Porvenir del Obrero, El Productor, El Productor Literario, El Proletario, El Rebelde, La Tramontana, Tribuna Libre, etc.).
En estos ámbitos coinciden decenas de movimientos y novedades que convierten el ambiente barcelonés en un polvorín místico-revolucionario: anarquismo, librepensamiento, higienismo, inmanentismo, krausismo, masonería, feminismo, naturismo, vegetarianismo, esperantismo, antimilitarismo, teosofía, anticlericalismo, espiritismo… La influencia francesa es notable ya que ahí también florecen los centros obreros espiritistas y se publican obras como la de Bouvery, titulada La anarquía y el espiritismo en torno a la ciencia y la filosofía (1896). En la Occitania se fundan semanarios como El Cristo anarquista, en el que se hacen confluir mística y revolución. En Cataluña le siguen El criterio espiritista, Luz y unión o Luz del porvenir. En Lérida el espiritismo queda asociado a la democracia, con la revista El Buen Sentido, subtitulada Revista de Ciencias, Cristianismo, Democracia. Órgano del Libre-pensamiento cristiano. Como decíamos más arriba, hay que centrarse en la figura de Amalia Domingo, pues en ella se ve claramente cómo confluyen espiritismo y anarquismo. Nacida en Sevilla, practicó el espiritismo en Madrid, pero ahí no se ganaba demasiado bien la vida y aceptó una invitación de una familia del barrio de Gracia de Barcelona. Se traslada a Barcelona y participa en las reuniones del grupo La Buena Nueva. En Gracia comenzó a transcribir «los relatos de los espíritus» que allí se comunicaban. Su fama fue tal que incluso mantuvo un combate dialéctico con uno de los mejores teólogos de la diócesis de Barcelona, el canónigo don Vicente Manterola. También se hizo famosa por el periódico La Luz del porvenir, que tuvo una notabilísima importancia en la difusión del espiritismo entre la clase obrera. Hoy, en cualquier historia sobre el anarquismo y el feminismo español, siempre aparece esta espiritista como una abanderada de la Modernidad. Según Gerard Horta: «La participación de las espiritistas catalanas en el desarrollo del feminismo es central, a pesar de la profunda invisibilización de que ha sido objeto».
Entre los anarquistas idealistas, y también espiritistas, tenemos a Miguel Vives y Vives, barcelonés residente en el Sabadell decimonónico. Ante la muerte de su esposa, su hermano, para animarlo (menuda idea) le regaló El libro de los espíritus, de Allan Kardec (uno de los que más habían quemado en el auto de fe de 1861) y, así, se convirtió en un famoso espiritista. Inauguró el centro Fraternidad Humana. Fue el portavoz del congreso republicano que pretendía introducir la asignatura de doctrina espiritista en las escuelas. Su predicamento entre los obreros era tal que, a su muerte en 1906, hubieron de cerrarse fábricas para que acudieran los trabajadores. Un último caso, de los cientos que podríamos aportar, es el de Manuel Sanz Benito; aunque madrileño, tuvo sus experiencias espiritistas principalmente en Barcelona. Además como muchos otros espiritistas era krausita (defensores de la libertad de cátedra). Entre 1877 y 1889 mantuvo su labor de divulgación en la revista El Criterio Espiritista, de la Sociedad Espiritista Española. En 1893 ganó la Cátedra de Metafísica de la Universidad literaria de Barcelona. El primer día de clase se congregaron un grupo de estudiantes «retrógrados» (léase carlistas) a boicotear su primera conferencia. Ello provocó un revuelo que duró varias semanas. Los estudiantes liberales se concentraban a las puertas del claustro, gritando «¡Viva la libertad de cátedra!», «¡Viva la libertad de pensamiento!», «¡Viva el catedrático Sanz Benito!» y «¡Abajo el oscurantismo!». Enfrente, según relata la prensa de la época: «unos valientes con boina y garrotes, que apoyaban a los carlistas y daban vivas a Carlos VII, a la religión y al Papa». Ante la imposibilidad de dar clases en Barcelona, permutó su cátedra por otra en Valladolid, y su puesto fue ocupado por el neoescolástico José Daurella Rull.
El Doctor Francisco Canals insistía en que, para conocer bien el catalanismo, había que comprender el Romanticismo en todos sus sentidos. En el sentido filosófico y teológico el Romanticismo engendró a un personaje como Felicité de Lammenais, que había pasado de ser uno de los sacerdotes más ultramontanos de la Francia postrevolucionaria, a —poco a poco— renegar del Papado; luego de la Iglesia; para, por fin, convertirse en un devoto propagador de la democracia; luego del socialismo y finalmente de la revolución. De sacerdote intransigente a socialista ateo es una evolución lo suficientemente significativa como para ser ignorada. En cierta medida, esta evolución personal, correspondió posteriormente a la evolución de muchos cristianos, incluyendo sacerdotes. En Cataluña hubo un caso semejante que nos puede servir de analogía para explicar la evolución del catalanismo. Aunque no es muy conocido actualmente, en su época dio mucho que hablar. Se trata del eclesiástico catalán Segismundo Pey-Ordeix. Fue un sacerdote que, al igual que Sardá y Salvany, recogió el liderazgo del integrismo catalán. Se convirtió en el azote del obispo Morgades, por considerarlo demasiado liberal y «separatista». Pey-Ordeix, marchando de Vic, su tierra natal, se había vinculado a la revista integrista El Urbión en Soria. Regresó a Barcelona donde se radicalizó aún más, atacando a los obispos y sus normas sobre todo en lo concerniente a la predicación en catalán. Los obispos catalanes pidieron a Roma un correctivo que finalmente llegó en forma de condena. Todavía siendo eclesiástico usó de escritos panfletarios para no dejar títere con cabeza.
La confrontación con la jerarquía fue tal que acabó secularizándose. Ello no impidió que iniciara contactos con los «modernistas» que tan duramente había criticado cuanto había sido sacerdote «integrista». A partir de entonces empezó a escribir dramas anticlericales de cierto éxito y acabó colaborando periódicamente con El Diluvio, uno de los periódicos más laicistas de Cataluña. Éste no fue el único caso, pues hubo un fenómeno que se denominó el «peysme» llamado así por los numerosos seguidores que tuvo este personaje. Incluso se ha estudiado como fenómeno psico-social el caso de varios exsacerdotes que acabaron escribiendo en El Diluvio. Y es que, como casi siempre, los peores enemigos de la Iglesia venían desde dentro. Hemos contado esta historia porque, en el fondo, corresponde no sólo a un proceso personal, sino que coincide con la evolución del catalanismo y la actitud de varias generaciones de clásicas familias católicas catalanas, que siguieron esas mismas fases hasta legar, en nuestros días, una generación de agnósticos.
De modo intuitivo vamos a explicar la evolución «natural» del catalanismo. El primer movimiento «catalanista» era un movimiento apolítico, que pretendía la recuperación folclórica catalana, la profundización en el conocimiento de los orígenes de la lengua catalana, el excursionismo y el reencuentro con viejas tradiciones que podían perderse. Todo este movimiento estuvo sostenido por católicos conservadores, muchos de ellos clérigos. El segundo movimiento catalanista, iniciado por Prat de la Riba, y que teorizó sobre el nacionalismo, ya estaba contaminado por la historiografía romántica. Este catalanismo consiguió arrastrar al campo de la política a muchos buenos catalanes, que se habían entusiasmado con la revitalización de la fe «montserratina» encabezada por los sucesivos obispos de Vic. Las frustraciones ante tantas derrotas, en el campo carlista, hicieron que muchos católicos tradicionales vieran en el catalanismo la forma «moderna» y «eficiente» de actuar en política pero defendiendo los mismos principios de catolicidad y regionalismo que el Carlismo había defendido siempre. La única diferencia es que había que sacrificar la devoción de la dinastía legítima por la «liberal».
La burguesía catalanista, tras el colapso del bipartidismo español, tras la pérdida de Cuba y Filipinas, necesitó de un instrumento político y aprovechó la «nueva» ideología de Prat de la Riba para fundar la Lliga Regionalista. El catalanismo político, dirigido por la Lliga consiguió buenos triunfos electorales y posicionarse como una fuerza política estratégica gracias al apoyo de los monárquicos conservadores, que le fueron dando cargos y espacios de poder político. Además, el «españolismo» exacerbado del lerrouxismo anticlerical consiguió que hasta los carlistas se unieran a la Lliga en el combate electoral. Así, la Lliga consiguió su preeminencia, aunque acabaría siendo víctima de sus contradicciones. Llegó el golpe de Primo de Rivera: los catalanistas de la Lliga aplaudieron la medida, aunque luego les costó su propia desmovilización. Preferían orden sin democracia ni catalanismo (pues así salvaban las fábricas).
Las juventudes de la Lliga, decepcionados por el conformismo de sus dirigentes, formaron la Acció Catalana (llamado la «Lligueta»; diminutivo de Lliga). Se presentaron como un partido progresista y catalanista, aunque eran los hijos de la burguesía catalana que disfrutaba de la «pax primoriverista». Tras la caída del Directorio, y al llegar las elecciones, la Lliga quiso parecer más catalanista que antes y pasó a denominarse la Lliga catalana; la Acció Catalana pensaba en un gran éxito electoral y preparó una campaña municipalista «sensata, técnica y moderada», pero fracasó. No supieron leer los tiempos, y los discursos radicales e incendiarios de la recién creada ERC arrasaron sobre el catalanismo moderado. Su discurso supo combinar el obrerismo, el catalanismo y el republicanismo. Para ellos las elecciones no eran meramente municipales sino plebiscitarias. ERC que fue votada mayoritariamente por inmigrantes anarquistas, se encontró con todo el poder sin quererlo. Por eso, hombres como Companys, que nunca habían sido catalanistas convencidos, tuvieron que aprender a hacer discursos catalanistas y cada vez más radicales. Uno de los grupos integrantes de ERC, el Estat Català, verdaderamente el único separatista, fue tomando como modelo el partido fascista de Mussolini.
En posteriores elecciones, Acció catalana (los hijos de la burguesía catalana) se juntó con un partido más de izquierdas aún, Acció Republicana de Catalunya, formando la Acció Catalana Republicana, que llegó a participar en gobiernos de ERC. Ello les obligaba también a radicalizar su discurso. Otros desengañados de la Lliga, unos social-cristianos, formaron un partido que entonaba más con el centro-izquierda que con el centro-derecha: era la Unió Democrática de Cataluña (UDC). En ella recalaron viejos militantes de la Lliga. Siendo cristianos, pero no confesionales, acabaron apoyando la República —incluso durante la Guerra— cuando asesinaba sacerdotes y quemaba iglesias. En esta evolución colectiva hacia el radicalismo, en 1935, el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), resultado de la unificación de la Izquierda Comunista de España (ICE) con el Bloque Obrero y Campesino (BOC), se embebió de un discurso nacionalista (y eso que para él el nacionalismo era una ideología burguesa); igualmente le pasó al Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC), que siendo estalinista y antiburgués, acabó disimulando y realizando discursos catalanistas que podían competir con cualquiera de los de ERC. En pocas líneas hemos descrito cómo una ideología de derechas evolucionó hacia la izquierda más radical y revolucionaria.
Digresión: Este paralelismo se puede aplicar a la Transición española. Durante el franquismo fueron sectores eclesiales los que salvaron al catalanismo de su extinción definitiva. Al llegar las elecciones, Convergencia y Unión consiguió monopolizar el voto conservador de Cataluña, especialmente al quedar disuelta la Unión de Centro Democrático (UCD). ¡Cuántos alcaldes convergentes de primera hornada no habían sido alcaldes franquistas, o parientes de ellos! Con el tiempo, CiU, para «liderar» el catalanismo, sostuvo, mantuvo, y financió una escuálida ERC, siempre a punto de desaparecer electoralmente. Con el tiempo la política de subvenciones y apoyo de CiU permitió la reaparición y el fortalecimiento de ERC (en la que entró de golpe el nacionalismo radical proviniente de los movimientos terroristas). Y cuando ERC creía que podía monopolizar el separatismo, le fueron surgiendo partidos cada vez más radicales a su izquierda. En fin, que el río nacionalista siempre ha tenido una dirección y evolución: del conservadurismo a la izquierda extrema, curiosamente, nunca ha evolucionado al revés.
Francesc Macià llegó a ser el primer Presidente de la Generalitat republicana gracias a su inmensa popularidad. Su notoriedad se fraguó tras la campaña mediática, orquestada por la masonería francesa durante el juicio al que se le sometió por intentar invadir España (desde Prats de Molló) y «liberar» Cataluña (durante el Directorio de Primo de Rivera). Este intento de invasión fue considerado factible porque se suponía que Macià tenía en Francia un ejército «secreto» a su disposición. Pocas veces ha salido a la luz en qué consistió exactamente este ejército ya que el mutismo durante la II República, respecto a este asunto, fue general. Sólo uno de los protagonistas, Xavier Sanahuja, uno de esos soldados catalanes del «ejército» de Macià, se atrevió a escribir un libro contando la verdad de los acontecimientos que se tituló De Prats de Motlló a la Generalitat. El libro fue editado en 1932 y la Generalitat hizo lo posible e imposible para que desapareciera, ya que la figura de Macià no salía muy bien parada. De hecho hoy es una obra muy difícil de encontrar.
Resumamos lo más significativo. En primer lugar Macià vivía en París, en una residencia de lujo, mientras que los supuestos soldados tenían que malvivir con trabajos eventuales. Macià había conseguido muy buenos dineros gracias a unos empréstitos que se había sacado de la manga que para colmo llamó Empréstitos Pau Claris. Los nacionalistas, sobre todo de América, compraron entusiasmados bonos a 500 y 1000 pesetas de la época. Este dinero, teóricamente, debía dedicarse a comprar armamento y municiones, y a preparar el ejército libertador. Macià tardó unos dos años en preparar el «asunto», mientras vivía en su palacete que había bautizado como su «Estado Mayor». El protagonista en primera persona de estos hechos, se asombraba al comprobar que el «ejército» esencialmente lo componían 50 hombres (entre los que estaba él) que formarían la «oficialidad» de los que vendrían después. Durante los primeros meses la formación consistía en alguna salida al monte y, de vez en cuando, el cavar alguna trinchera (¿?). Otras veces recibían visita de algún revolucionario o algún anarquista, pero siempre eran «castellanos». Y les pasaban «revista», para gran humillación de los soldados catalanistas.
Macià, en estas «revistas», les animaba con discursos del estilo: «Vosotros sois los soldados del primer ejército catalán que declarará la guerra a España… al primer soldado que caiga muerto por Cataluña se le harán los honores de ser enterrado bajo el Arco de Triunfo de Barcelona». Ante este tipo de declaraciones, los acompañantes de Macià le miraban como quien ve a un loco. El bravo ejército también hacía de vez en cuando alguna marcha. Sanahuja cuenta una en la que salieron 30 «soldados» de París, de los cuales una docena no llegaron a meta, o bien porque se destrozaron los pies, o bien porque recordaron que tenían algún asunto urgente que resolver en la capital. En el punto de llegada les esperaba el «General en Jefe», con unos pastelitos de regalo. Como un tercio se había perdido por el camino, les tocaron más pastelitos por cabeza y todos contentos. Por cierto, Sanahuja se preguntaba constantemente quién, o qué autoridad, había nombrado General a Macià, a no ser que hubiera sido él mismo, claro.
El lugar de encuentro de los soldados en París era un local, La Rotonde, conocida porque en su sótano se situaba la logia francmasónica del barrio. Por ahí, nuestro soldado, vio desfilar a Unamuno, Ortega y Gasset y Macià entre otros. Sanhuja, un verdadero separatista, no entendía como Macià se podía entrevistar con Unamuno, viendo así juntos al «más grande separatista de España con el más grande centralista del mundo». Pero esta no era la única incógnita a resolver. El empréstito había aportado 8.750.000 pesetas de la época. Sanahuja nunca había visto más de 50 soldados catalanes juntos, y salvo una pala para hacer trincheras, y los pastelitos, no habían visto todavía una sola arma. ¿Dónde había ido a parar semejante fortuna? No debió de ser el único en sospechar y pronto fueron abandonando muchos de los involucrados en la conspiración. Cuando la huida iba a ser general, de repente, llegó el aviso del «General en Jefe» de que la invasión iba a iniciarse inmediatamente. Este comunicado consiguió levantar los ánimos y se iniciaron por fin los preparativos de la «gran gesta» que a la larga, indirectamente, llevaría a Macià a la presidencia de la Generalitat.
En La Rotonde fueron convocados los «heroicos soldados» y la emoción se respiraba en el ambiente. Algunos hablaban de tomar Figueras y de presentarse victoriosos al día siguiente en Barcelona. Otros, rozando la subnormalidad, redactaron un reglamento para el «General en Jefe» exigiendo que: «en caso de que la guerra se prolongara mucho, se proponía que los combates tuvieron únicamente lugar por las tardes, y se respetara la semana inglesa (esto es, el fin de semana de descanso)». Pero las órdenes serían otras: debían desplazarse en grupos pequeños a Prats de Motlló, una de las entradas pirenaicas a España. Antes, sin embargo, se les pasó una dirección para que fueran a recoger la munición que deberían usar, pero no las armas que se les repartirían en el punto de encuentro de la invasión. La gran sorpresa es que al llegar a la casa donde se encontraba la munición se descubrieron un montón de restos de munición que debía haber salido de la I Guerra mundial. Los calibres eran diferentes, muchas de las balas estaban oxidadas y debían ser limpiadas. Cada uno debía coger balas de distintos calibres sin tener ni idea de qué armamento recibiría. Finalmente cada uno se llevó un saco con unas doscientas balas casi todas diferentes (una gran cantidad de munición para invadir España).
Sanahuja, con unos pocos compañeros, cogió el tren para la frontera, extrañados de ser tan pocos. Allí se enteraron que se contaría con unos voluntarios italianos (los famosos italianos del falso pariente de Garibaldi, que a la postre resultaría ser un espía de Mussolini). Entre los conspiradores que iban en el tren, pronto empezaron a atar cabos y a darse cuenta que todo esto era una chirigota. Uno de ellos dijo «Hem estat venuts» (Hemos sido vendidos). Respecto a los italianos se planteó la duda: «O son revolucionarios de opereta o confidentes de la policía». Otros de los «soldados» ya reconocieron saber que en cuanto llegaran a Perpiñán serían detenidos por gendarmes e iban sin la más mínima preocupación, como si ya estuviese todo pactado. Nuestro protagonista y confidente de estos hechos, decidió lanzar por la ventana el saco de la inútil munición, se bajó en una estación y cogió otro tren de vuelta a París. El mismo Sanahuja se preguntaba atormentado en su libro: «No llegaba a entender aquella tenacidad (de Macià) por un sacrificio tan ridículo como estéril, si realmente habían existido serias intenciones de pasar la frontera».
La conclusión la sacaba el propio protagonista: Macià había engañado a todo el mundo, nunca había tenido la intención de entrar en España. Los casi trescientos que se reunieron en la frontera (incluyendo los italianos) fueron finamente detenidos por la Gendarmería. El juicio en París a Maciá le sirvió de trampolín a la fama, y sólo tuvo que esperar la caída de Primo de Rivera para cosechar el éxito de su «timo». Durante el juicio a Macià, Sanahuja habló con un francés que parecía ser el único con un poco de sentido común. El susodicho galo realizó la siguiente interpretación: se extrañaba de que, en el juicio, Macià usara el cargo de Coronel, que era su rango en el ejército español; y, por otra parte, de que no se hubiera dado cuenta hasta casi los 50 años de edad que él no era español, ni monárquico, y de que hacía 30 años que pertenecía a un ejército que esclavizaba su verdadera patria. Más sentido común por parte del francés, imposible. Las reflexiones de Sanahuja concluían con una lapidaria frase sobre Prats de Motlló: fue «un hecho vergonzoso para Cataluña, que nos causó decepción, que nos humilló a todos los que lo vivimos y que precisamente ha servido de soporte a los venerables que han sabido explotarlo». Así hablaba un separatista que conoció de primera mano a Macià.
La famosa y humillante frase, que se atribuye a Freud sobre las mujeres: «La gran pregunta que nunca ha sido contestada y a la cual todavía no he podido responder, a pesar de mis treinta años de investigación del alma femenina, es: ¿en qué piensa una mujer?», bien podría aplicarse a Macià. ¿en qué pensaba Macià? Difícil de contestar si es que hubiera tenido pensamiento político alguno, excepto el de la independencia de Cataluña. Tras el fracaso (militar) éxito (propagandístico) de Prats de Motlló, Macià viajó a América en 1927, acompañado de un joven Ventura Gassol, en busca de más dinero. Uno de los muchos que le recibieron fue un catalán de Montevideo, Alba Rossell, que el 31 de enero de 1928 escribía a un amigo de París con sus inpresiones: «Macià es ingenuo, es un chico de 70 años acompañado de otro de 30, que es Ventura Gassol […] Macià es voluble, indeciso, cándido socialmente hablando […] cayó mal por su comportamiento indeciso y estrambótico durante 15 días». El citado Sanahuja, al principio de su delator libro, expresa cuál era el único pensamiento político de Macià: «ha llegado a creerse que él es Cataluña». Misteriosamente, todo el mundo le veía como un «nuevo redentor», aunque nadie podía descifrar qué escondía tras su majestuosa faz de «l’Avi» (el abuelo, como era conocido).
Joan Puig y Ferrater afirmaba en sus Memòries Polítiques: «Nunca creí en Macià. No podía». En otra parte de sus memorias, se extiende sobre su carácter: «¿Quién era Macià? Conservaba el sentido del honor militar. Una cierta rigidez del militar. Un caballero. En el fondo no era un demócrata, no lo podía ser. Hacía esfuerzos por sentir interés por el pueblo… (pero sentía un) gran miedo por verse superado por alguien». En el fondo, Macià era una imagen que representaba algo, pero algo exterior a él. Por dentro había demasiadas flaquezas. Sigue el republicano: «Ninguno veía mejor las debilidades de Macià que Ventura Gassol… Tanto, que se ha llegado a decir, y con cierta razón que Macià era una creación de este poeta de la política». Macià era un hombre «de capacidades muy limitadas». En los discursos en los pueblos que visitaba repetía indefectiblemente su programa político: «Cataluña será rica y plena cuando los catalanes se gobiernen ellos mismos. En las casas de nuestros campesinos reinará la abundancia. Nunca faltarán burros, ni vino rancio (sic) para obsequiar al forastero…». Este era su gran programa de «izquierdas».
¿Cómo explicar entonces la devoción que despertaba la imagen de Macià? Pues precisamente por eso: porque era una imagen; un holograma de la proyección de un pueblo. Puig y Ferreter lo analiza desde la perspectiva de la involución de los pueblos. Para él, cuando las democracias decaen y desciende el nivel de civilización, aparece la necesidad de la idolatría. Afirma en sus memorias: «llamo idolatría a la tendencia de un pueblo a inventar hombres-símbolos, héroes populares, profetas, patriarcas, santos laicos,… en una palabra: salvadores de la Patria». Por eso, este exdiputado de ERC, resume los cinco años de gobierno en la Generalitat, del 31 al 36 con estas contundentes palabras: «Vivimos cinco años en un mito grosero».
Otras Memòries polítiques interesantes son las de Claudi Ametlla, político y escritor que ocupó cargos importantes durante la República. Era miembro de Acció Catalana y llegó a ser Gobernador Civil de Gerona y Barcelona. Su conocimiento de los protagonistas de la época y sus juicios atemperados le convierten en un testigo imprescindible. Respecto a Macià reconoce que en sus inicios políticos, era un «regionalista tibio»; pero, tras la caída de Primo de Rivera, La Publicitat, el periódico de su partido, le hacía la campaña a Macià. Reconoce el montaje periodístico que se realizó con su figura gracias a la repercusión internacional del juicio en París: «(éste) fue motivo de una desorbitante explotación periodística. La Publicitat, especialmente, glorificó a Macià […] El hombre de la calle quería este tipo de comida excitante. Así Macià acabó siendo consagrado héroe y mártir».
Especialmente es agudo el juicio que realiza del recibimiento popular de Macià cuando logra la presidencia de la Generalitat. Las masas de Barcelona habían salido gritando a la calle ¡Viva Macià, Muera Cambó! (siempre creímos que aquellos gritos que estremecieron Barcelona se había pronunciado en catalán, pero Ametlla reconoce que fueron en castellano). Sí, en lengua castellana era recibido el ahora independentista Macià. Nuestro autor de estas memorias utiliza una fina ironía: «El separatista Macià es aclamado por todo el obrerismo inmigrante, el exmilitar y gran hacendado Macià es aclamado por todo el obrerismo, el indígena y el extranjero: dos milagros. Sólo el mito Macià puede explicar la antinomia». En Macià todo fue fachada, incluso el espíritu revolucionario que pretendía imprimir a su imagen. Claudi Ametlla recuerda que en una recepción que realizó Macià, coincidió con Nin, recién llegado de la Rusia comunista. Con una clarividencia innata le dijo a Ametlla: «Esta es vuestra revolución: la de los partidos burgueses. Cuando llegue la nuestra no será tan alegre». Y vive Dios que tuvo razón. De hecho, Macià tuvo la suerte de morir pronto, pues se hubiera desvelado su total incapacidad para gobernar: sólo era una imagen que el pueblo catalán deseaba retener en su retina. Ametlla, es más suave, pero de igual parecer. En referencia a su capacidad de organizar la Generalitat, sentencia: «Macià no era de ninguna manera el hombre para eso». Otro catalanista, Joan Solé y Pla, del grupo radical separatista Nosaltres Sols! (¡Nosotros solos!) coincide en el juicio. En su escrito, titulado República, definía a nuestro personaje así: «El bueno de Macià, santo-civil, ungido de bondad […] está rodeado de gentes cortas de entendimiento».
Para echar una sonrisa: Si se nos permite la expresión, Macià fue la concreción política de un «Don Tancredo». El Don Tancredo era una figura que se puso de moda en los festejos taurinos en el siglo XIX. Un pobre desgraciado que necesitaba ganarse unas pesetas, se ponía frente a la salida al coso de los toros. Iba vestido de blanco, como si fuera una columna, y debía estar absolutamente inmóvil. La teoría decía que si no hacía nada el toro no le embestiría. Así, Macià se dedicó a eso, a no hacer nada, a representar el catalanismo y a dejarse aclamar por las multitudes deseosas de un símbolo; y a «dejar pasar los toros»… La misma metáfora utilizaba Albert Boadella para describir a Franco.
Si entre las autobiografías y memorias de los protagonistas de la II República planea un cierto respeto sobre la figura de Macià, aunque se le reconozca como eso, una figura hueca, sobre Companys ya es otro cantar. La inmensa mayoría de coetáneos que escribieron sobre él, lo ponen a caer de un burro. Sólo hay un consenso claro: su muerte épica ocultó una vida desastrosa (en lo político y en lo personal). Como otros catalanistas republicanos su vida no deja de ser una incoherencia constante. Al igual que Valentín Almirall era un republicano con título de nobleza (por parte de madre le tocaba la Baronía de Jover); y como Macià, era un entusiasta obrerista que provenía de una familia de hacendados muy bien situados económicamente. Ni incluso los cercanos le dejaban bien parado. Por ejemplo Ángel Ossorio Gallardo, en su Vida y sacrificio de Companys (publicada en Argentina en 1943), se pregunta: «¿De qué vive Companys? Companys vive de arruinarse… día tras día va vendiendo las fincas que heredó de su padre». Ciertamente para el dinero simplemente era un desastre, incluso cuando cobraba como Ministro de Marina. Ese mal estudiante, mal abogado y astuto político, era impensable, como así reconocen muchos, que llegara a Presidente de la Generalitat. No queremos relatar su vida, sino que simplemente recogeremos algunos juicios que realizaron en su momento catalanistas de pro.
Empecemos, quizá, por el juicio más fuerte. Se trata de unas confesiones, aún no publicadas, de Joan Solé Pla, el que fuera diputado de ERC en la II República. Fiel a Macià, no podía soportar a Companys del que decía: «Companys en el fondo es un enfermo mental, un anormal excitable y con depresiones cíclicas; tiene fobias violentas de envidia y de grandeza violenta, arrebatada, seguidas de fobias de miedo, de persecución, de agobio extraordinario y a veces ridículas. ¡Cuántas veces el Sr. Macià, con energía, regañándolo, excitándole el amor propio le había tenido que arrancar de ese aplanamiento en que lloraba y gemía como una mujer engañada!» (La cita la entresacamos de una reciente obra titulada Contra Companys, 1936, dirigida por Ucelay-Da Cal, y en la que se revisa la controvertida figura del personaje). Esta actitud histriónica la confirma el juicio de Miguel Serra Pamiés, comunista del PSUC. Lo retrata como una especie de exaltado, como un desenfrenado que rozaba la locura: «Le daban ataques, se tiraba de los pelos, arrojaba cosas, se quitaba la chaqueta, rasgaba la corbata, se abría la camisa. Este comportamiento era típico».
La opinión de otro compañero de partido, el ya citado Puig y Ferreter, lo define así: «Companys era pequeño, voluble, caprichoso, inseguro y fluctuante, sin ningún pensamiento político, intrigante y sobornador, con pequeños egoísmos de vanidoso y sin escrúpulos para ascender […] Su ignorancia enciclopédica y la poca profundidad del hombre no daban para más». Por eso tantos catalanistas se quedaron perplejos al ver que Companys era capaz —gracias a sus intrigas e instinto de supervivencia—, de llegar a sustituir a Macià. Aún recordaban cuando Companys, a finales de 1917, fue elegido concejal en Barcelona por el Partido Radical y tuvo que compartir consistorio con el catalanista Carrasco y Formiguera (que sería posteriormente fundador de UDC), al que no dejó ocupar su escaño hasta que no gritara de modo bien audible un «¡Viva España!». Cuántos silencios sobrevuelan el catalanismo de aquellos años.
Claudi Ametlla, de Acció catalana, igualmente respetando la figura de Macià, en sus memorias no soporta la figura de Companys, al que siempre vio como un demagogo: «bajo esta bandera [la de los rabassaires, o campesinos no propietarios] que Companys y sus amigos agitaron frenéticamente, surgió un poderoso movimiento de campesinos que, de golpe, se descubrieron oprimidos y explotados». Más adelante, sigue recordando en sus memorias sus primeros encuentros con Companys: «En aquellos tiempos, el hombre que había de morir por Cataluña no era catalanista y nosotros lo éramos todos… también era redactor de La Publicidad[antes de ser catalanizado]… (publicación) Republicana y centralista, y hasta hace no poco anticatalanista». Y continúa: «Pues bien: el juicio es que Lluís Companys no reunía el mínimo de condiciones requeridas para ser Presidente de la Generalitat. Los que le elegimos cometimos un error inmenso». Desde el catalanismo católico también se le acusaba de su falta de catalanismo y de las trágicas consecuencias de su inoperancia política. Así lo describe Carles Cardó en su Història Espiritual de les Espanyes: «la tibieza patriótica y sobre todo la intriga eligieron a Lluís Companys, abogado de la CNT, no excesivamente fervoroso en catalanismo»; «Companys ponía en marcha la Generalitat en una aventura revolucionaria que tenía que suscitar la antipatía de toda Europa contra Cataluña […] Aquella noche trágica del 6 al 7 de Octubre de 1934, Esquerra trajo la causa de Cataluña al terreno de la violencia, único en que podía y debía perder, comprometiéndose en una revuelta de tipo comunista». Podríamos sumar juicios en el mismo sentido sin parar, por parte de coetáneos de todo el abanico político. Sólo su muerte, trágica, le salvó de un juicio político bochornoso. Hoy es un mártir y héroe para todos los catalanistas de la condición que sean. El único momento de «gallardía» de su vida, fue ante el pelotón de fusilamiento, en los fosos del Castillo de Montjuich, cuando pidió descalzarse para tocar con sus pies desnudos la tierra catalana que tanto le había hecho sufrir. Sin embargo, en aquellos mismos fosos más de mil doscientas personas habían sido fusiladas por el Frente Popular sin que Companys hiciera nada por impedirlo.
Joan Casanovas (expresidente del parlamento de Cataluña) en carta a Jaume Creus del 20 de septiembre de 1939, y en referencia a Lluís Companys, acusa: «Siempre hay quien no solamente no ha hecho nada en horas decisivas, sino que no las deja hacer en las más importantes para el futuro». Otro de los implicados en el «asunto Rebertés y Casanova», en la conspiración contra Companys fue el miembro de Estat Català, José María Xammar. Desde el exilio, escribió unas cuartillas analizando el asunto. Entre las perlas que le dedica, extraemos dos: «Visité a Companys […] le eché en cara la vileza de la dejación de poder (ante los anarquistas) […] para someterse al vilipendio de unas fuerzas incontroladas, enemigas de Cataluña e incompatibles con todo sentido de responsabilidad». Más adelante añade: «Me alejé de Companys con el convencimiento de que Cataluña no tenía un presidente sino un granuja dispuesto a mantenerse en su cargo aún a costa de la propia y ajena dignidad y sobre todo a costa de la dignidad de su Patria. Dignidad que no recuperó a mi entender hasta que se halló años después ante la picota de Franco». Podríamos seguir hasta hartarnos, pero este elenco de declaraciones ya nos da una idea de lo que la mayoría de catalanistas de renombre pensaban sobre Companys.
Hasta la muerte de Macià todo parecía funcionar bien en el catalanismo aunque, la verdad sea dicha, se iba larvando la tragedia interna. Como hemos visto, Companys logró la presidencia de la Generalitat gracias a su astucia y audacia, aunque pocos catalanistas lo estimaban de verdad. El nuevo Presidente, el 6 de octubre de 1934, contra el parecer de muchos de ellos, y sólo azuzado por los sectores más extremistas del Estat Català, más concretamente por Dencàs, proclamó la República catalana. Tras el fracaso, siempre se excusó y echó la culpa a Dencàs y a los hermanos Badia y sus adláteres del Estat Català. Por su parte, los nacionalistas separatistas más radicales, acusaron a Companys de traidor y nunca le perdonaron que se desentendiera de aquella proclamación.
En marzo de 1935, la agrupación ultranacionalista Nosaltres Sols, en un manifiesto acusaba a Companys: «Esta gente que intenta glorificar a los verdaderos traidores [en referencia a Companys y su gente] del movimiento del 6 de octubre y se lanza sobre los ausentes (Badia y Dencàs…) ¿es que ahora no les conviene recordar aquellos discursos demagógicos y sus artículos prerevolucionarios?». En una obra de descargo de Josep Dencàs, culpaba a Companys de haber realizado afirmaciones como «Abans perdrem la vida (antes perderemos la vida)» o «Hi ha en peu un poble, i al davant d’aquest poble, un home que sap complir la seva paraula (Hay en pie un pueblo y delante de este pueblo un hombre que sabe cumplir su palabra [en referencia a sí mismo])» (La Humanitat, 26 de junio de 1934), que nunca cumplió. El Presidente de la Generalitat estuvo tres meses calentando a la opinión pública para preparar la declaración de independencia. Pero, cuando llegó el fracaso del 6 de octubre se desentendió totalmente de su responsabilidad.
Dos años, más tarde, y nuevamente en el poder, Lluís Companys consiguió que el Parlamento catalán culpara oficialmente de la derrota a Dencàs. Este hecho causó una fuerte división entre las Juventudes de Esquerra Republicana-Estat Català (JEREC). Los sectores más nacionalistas, sobre todo a raíz de 19 de julio del 36 intentaron reagruparse en un refundado Estat Català. Frente a la aplastante superioridad anarquista, empezaron a temer por la causa catalanista. Son más que conocidas las palabras de Companys ante el encuentro con representantes armados de la CNT-FAI: «Hoy sois los dueños de la ciudad y de Cataluña porque sólo vosotros habéis vencido a los militares fascistas, y espero que no os sabrá mal que en este momento os recuerde que no os ha faltado la ayuda de los pocos o muchos hombres leales de mi partido y de los guardias y mozos de escuadra […] Habéis vencido y todo está en vuestro poder; si no me necesitáis o no me queréis como presidente de Cataluña, decídmelo ahora, que yo pasaré a ser un soldado más en la lucha contra el fascismo. Si, por el contrario, creéis que en este puesto… puedo, con los hombres de mi partido, mi nombre y mi prestigio, ser útil en esta lucha, que si bien termina hoy en la ciudad, no sabemos cuándo y cómo terminará en el resto de España, podéis contar conmigo y con mi lealtad de hombre y de político…» (Luís Companys a la delegación anarquista llegada al Palacio de la Generalidad el 20 de julio de 1936, citado por Juan García Oliver en De julio a julio).
Las tensiones y odios entre los «escamots» (patrullas) de ERC, en los que estaba integrados los del Estat Català, y los anarquistas venían de los tiempos de la República, y alcanzaron su cenit cuando los del FAI asesinaron a los hermanos Badia (héroes de ERC). Como estamos obligados a ser escuetos, resumiremos muy brevemente los hechos que se sucedieron. Los catalanistas más radicales, provenientes de muchos grupúsculos, se fueron reagrupando en el Estat Català. Llegaron a formar las Milícies Pirinenques (Milicias pirenaicas). Un buena parte de sus componentes pertenecían a Estat Català o eran miembros activos de Nosaltres Sols!, o del Club Català, refugio de la Organizació Militar Nosaltres Sols (OMNS), o gentes procedentes de Palestra y de su grupo paramilitar Organització Militar Catalana (ORMICA). Estas escasas fuerzas, pensaron que podían dar un vuelco a la situación que se estaba produciendo en Cataluña. El poder estaba en manos de los «murcianos de la CNT», y eso era «imperdonable». En el órgano oficial del Estat català, el incautado y catalanizado Diari de Barcelona, el 4 de septiembre de 1936, se podía leer: «Hay que catalanizar la revolución y ordenarla. El pueblo de Cataluña siente un gran horror por el vacío, y existe un gran vacío irresponsable en las comarcas catalanas. Hay comarcas donde la revolución está en manos francamente irresponsables». Y concluía pidiendo: «¿Nadie no siente el deber de ponerse al frente?».
Los anarquistas se olieron el asunto y prepararon el asalto del Comité Central del Estat Català y de otras sedes. Dencàs, aterrorizado, huyó una vez más de Cataluña y dejó a todo el mundo tirado. Jacinto Toryho, miembro de CNT y de la FAI y director de Solidaridad Obrera de 1937 a 1939, denunció explícitamente en su libro Del triunfo a la derrota (Argós Vergara, 1977) las intrigas del separatismo catalán y no duda en acusar a Dencàs de fascista, y de relatar el perfil psicológico de este personaje: «Simultáneamente a la tragedia asturiana se produjo la tragicomedia de Cataluña. Aquélla fue un conato de auténtica revolución, mientras que ésta no pasó de mísera caricatura, bufonada que anegó en ridiculez a sus promotores… Los inspiradores, organizadores y directores de la “epopeya” fueron dos alienados que se adueñaron de los resortes del Poder con la complacencia y la colaboración de varios cultores de la hipocresía en sus innumerables matices… Al aludir a los inspiradores, organizadores y directores me refiero a José Dencás Puigdollers, consejero de Gobernación, jefe de los servicios de Orden Público, también separatista y jefe de los “escamots”, grupos armados a los que imprimieron una tónica mussolinesca. Dencás era un separatista que odiaba a España con fervor satánico. Poseía todos los rasgos que el psiquiatra halla en el paranoico. Con anterioridad a la República había militado en la Lliga [Regionalista, de fuerte tendencia derechista]. Luego se pasó a la Esquerra y Estat Catalá. Siendo diputado de las Cortes Constituyentes, su pueril fervor antihispánico le llevó a desgarrar con una hoja de afeitar los escudos de la República Española que había grabado en los pupitres de los escaños correspondiente a Esquerra Catalana. Antes de la “proeza” de octubre, los “escamots”, capitaneados por Badia, practicaban el deporte de apalear obreros a los que previamente secuestraban para someterlos a torturas diversas, por la más férrea negativa de éstos al menor contacto con ellos. Porque los trabajadores de Cataluña, originarios de tierra catalana o de otros puntos de la Península, jamás tuvieron nada en común con los catalanistas de la derecha (la Lliga), ni con los de la izquierda (la Esquerra), quienes en lo social no eran fracciones diferentes, sino dos expresiones reaccionarias a las que solamente separaba un matiz partidista electorero. […] Acerca del “generalísimo” de la insurrección separatista [Dencás] y de la Esquerra que la impulsó, escribió, en 1935, Joaquín Maurín [ex-secretario general de la CNT que se pasó a la facción antiestalinista del marxismo], líder del Bloque Obrero y Campesino: […] “Dencás, jefe de la fracción de ‘Estat Catalá’, turbio en sus propósitos, no podía ocultar sus intenciones deliberadamente fascistas. Todo su trabajo de organización y toda su actividad política tendían hacia un objetivo final: un fascismo catalán. Su declaración de guerra a los anarcosindicalistas, sus “escamots” de camisas verdes regimentadas, todo eso tenía un denominador común: el nacional socialismo catalán». Hasta aquí esta completa descripción.
Para el catalanismo era evidente que había que tomar medidas contra los «compañeros» anarquistas. Companys, con el apoyo de Tarradellas, creía que la solución del problema vendría enfrentando a la CNT-FAI contra el Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC). Por su parte, Casanovas —presidente del gobierno de Cataluña y enfrentado a Companys— opinaba que la solución residía en realizar un golpe de fuerza nacionalista para desarmar y reducir a la hegemónica CNT. La situación entre Companys y Casanovas se hizo tan tensa que el primero llegó a amenazarle de muerte y lo sustituyó por Tarradellas. El 20 de octubre, Andreu Rebertés, antiguo miembro de Estat Català y militante en aquel momento de la ERC, pasó a desempeñar el cargo de jefe de la Comisaría de Orden público. A pesar de las protestas anarquistas, Companys mantuvo el nombramiento alegando tener «un compromiso personal» con Rebertés. En efecto, Carmen Ballester, segunda esposa del presidente, era íntima amiga de la amante del último. Pero Rebertés traicionó a Companys y junto a Casanova prepararon un «pusch» para destituirle y apartar del poder a los anarquistas. Se sospecha, y esto ha hecho correr ríos de tinta, que los militantes más destacados de Estat Català intentaron negociar con Francia, Italia, incluso hasta con Franco, para conseguir una Cataluña independiente, a cambio de acabar con los revolucionarios anarquistas. Pero el complot quedó desvelado antes de hora. Solidaridad Obrera, órgano de la CNT, publicó el día 27 de octubre un editorial que amenazaba: «Mientras en los frentes de lucha los proletarios dan su sangre y su vida por la Revolución, en la retaguardia, una colección de traidores y de insensatos, dotados de instintos verdaderamente criminales, se dedican a conspirar y a preparar golpes de Estado favorables a la causa fascista, contra la que venimos luchando ardorosamente». El 24 de noviembre fue detenido Andreu Rebertés y posteriormente asesinado. Ello provocó una huida masiva de nacionalistas separatistas, incluso de significativos militantes de ERC, que vieron sus vidas en peligro. Companys se quedó prácticamente sólo frente a los anarquistas y tuvo que aliarse con los estalinistas.
En julio de 1936 Aleksandr Orlov fue enviado a España como enlace del servicio de inteligencia soviético con el Ministerio de Interior de la II República española. Al poco tiempo de llegar fue nombrado responsable en el traslado del «Oro de Moscú». Refiriéndose a la llegada del oro a la URSS, atribuyó a Stalin la frase «Los españoles no verán más el oro, del mismo modo que nadie puede ver sus propias orejas». Sin embargo, la tarea principal de Orlov era purgar a los disidentes trotskistas, muchos de los cuales estaban en España como voluntarios de las Brigadas Internacionales. Por aquel entonces el Partido Comunista de España (PCE) era un pequeño partido pero muy activo y fanático. Acaudillado por el sevillano José Díaz, recibió la orden de «luchar enérgicamente contra la secta trotskista». El único lugar de España donde había una concentración relativamente grande de trotskistas era en Cataluña. El Partido Obrero Unificado Marxista (POUM) era el único partido marxista, que a la par de trotskista, tenía aires catalanistas; y pronto se demostró su incompatibilidad con el recién fundado PSUC. El POUM estaba más cerca de anarquistas y catalanistas, que de estalinistas. Ello significó su sentencia de muerte, decretada desde Moscú. El dirigente del POUM era el tarraconense Andreu Nin Pérez que hubo de sufrir una campaña difamatoria atroz (cató de su propia medicina pues él había utilizado la misma estrategia). Se llegó a acusar a Nin y los poumistas de trabajar secretamente para Franco (parece mentira que en aquella época estas falsedades fueran creídas). Nin había sido nombrado Consejero de Justicia de la Generalidad de Cataluña, cargo que perdió en diciembre a instancias del PCE. El Gobierno tenía que escoger: o Nin o el suministro de armas de la Unión Soviética y evidentemente el líder trotskista fue sacrificado.
El 3 de mayo de 1937 un batallón de guardias de asalto tomó el edificio de la Telefónica en Barcelona, que se encontraba bajo control de milicias de la CNT. Tres días después, la ofensiva contra los disidentes se recrudeció. Todo el que no mostraba su adhesión al PCE era fusilado en el acto o trasladado a una checa. El 15 de mayo Largo Caballero fue obligado a dimitir, pues los comunistas le echaron la culpa de los disturbios que ellos mismos habían provocado en Barcelona. El POUM se quedó sin su único apoyo. El PCE empezaba a tener la hegemonía política en el gobierno decadente de una República burguesa no preparada para estos retos de altos vuelos. Los estalinistas buscaron a un hombre de paja en el PSOE, vencedor de las elecciones de febrero, para que gobernara. Se trataba de Juan Negrín, médico canario, el perfecto tonto útil en manos de Stalin. Negrín ilegalizó el POUM y desató una caza de brujas, que se cobró centenares de víctimas. Al conocido anarquista italiano Camillo Bernieri le enviaron un pelotón de doce hombres que le acribilló a balazos sin mediar palabra. Lo mismo le sucedió al austriaco Kurt Landau, y a los alemanes Hans Freund y Erwin Wolf, este último exsecretario personal de Trotsky. Ser militante simpatizante del POUM significaba tener una condena a muerte escrita en la frente. George Orwell, a la sazón voluntario en una columna del POUM, lo retrató todo y a todos en su libro Homenaje a Cataluña. Todo este canibalismo político, fue debilitando profundamente a la República. Sus posibilidades materiales de vencer sobre los alzados eran muy altas, pero las discordias internas y las luchas cainitas autoliquidaron la República.
La Guerra Civil española, en Cataluña tuvo un color diferente; no sólo por lo que hemos escrito antes, sino por la ferocidad con que se produjo la persecución religiosa. Mucho se ha escrito sobre ello, pero nos parece conveniente insistir. Nuevamente agradecemos a nuestro amigo Fernández de la Cigoña, los datos que ha recopilado con tanta pulcritud sobre una de las matanzas de cristianos más intensas en la historia de la Cristiandad. El primer mártir de la persecución religiosa del 36, fue catalán y era hermano de las Escuelas Cristianas, Jaime Hilario Barbal y Cosat, nacido en Enviny, Pallars Sobirà (Lérida). Fue asesinado cuando aún no había cumplido los cuarenta años.
Tras él vendrán innumerables mártires. Entre ellos, hay que mencionar, primero, al obispo de Barcelona, Monseñor Irurita, por dos motivos: porque es a quien se dedica este libro, y por el escarnio de su memoria durante tantos años tras su martirio. Con él cayeron asesinados 279 sacerdotes de su clero diocesano (los eclesiásticos mártires en la Diócesis de Barcelona llegan casi a mil). En Gerona fueron 194 los sacerdotes caídos. Otro pastor, el obispo de Lérida, monseñor Huix, se fue al cielo con 270 de sus sacerdotes. Tras la Diócesis de Barbastro, la de Lérida fue proporcionalmente la más castigada de España: de cada cien sacerdotes, asesinaron a sesenta y seis. Y Tortosa, con 316 eclesiásticos asesinados fue la tercera: de cada cien sacerdotes asesinaron a sesenta y dos. En la católica Vic, cayeron 177, y 131 en Tarragona, encabezados por su obispo auxiliar, monseñor Borrás; 109 sacerdotes en la diócesis de Urgel y en la pequeña diócesis de Solsona se calcularon 60 presbíteros asesinados. En total, fueron asesinados en Cataluña más de 1.500 sacerdotes diocesanos, sin contar religiosos y religiosas.
La literatura sobre la persecución religiosa en Cataluña es extensa y cualquier interesado puede encontrarla. Quizá, en memoria de aquellos trágicos tiempos en los que los catalanes se enzarzaron a muerte, sólo recodaremos algún dato y alguna trágica muerte. Barcelona se convirtió en la ciudad de las checas, con casi una veintena, donde se encerraba, torturaba y asesinaba sin reparos. La de más terrible fama fue la de san Elías. El que pasaba por ahí con casi toda seguridad sería asesinado. Ahí apareció un horno crematorio y a los asesinados se les arrancaba los dientes de oro. En Cataluña fueron represaliadas y asesinadas 8.352 personas. Muchas de ellas pasaron antes por las checas, donde se les infligían castigos inimaginables, como la aplicación de hierros candentes, descargas eléctricas en genitales, levantamientos de uñas, palizas, ahogamientos con agua o mutilaciones. Las checas fueron diseñadas para que sólo por estar encerrado en ellas, uno enloqueciera. Eran celdas de 2 por 1,5 metros de planta y 2 metros de alto, con un camastro de obra inclinado hacia el suelo. Si uno se dormía caía irremediablemente al suelo. Tampoco se podía dormir en el suelo pues unos ladrillos sobresalían de tal manera que era imposible recostarse. Las paredes se recubrían de alquitrán por fuera para provocar un bochorno insoportable. En una de las paredes se pintaban tableros de ajedrez, espirales, líneas y círculos con el fin de marear al preso. El caso más terrible de contar es el de Eusebio Cortés Puigdengolas: fue descuartizado en la checa de san Elías y sus despojos fueron arrojados los cerdos para alimentarlos. No fue el único caso.
El Tercio de Requetés de Nuestra Señora de Montserrat fue una pequeña unidad de voluntarios catalanes huidos de zona republicana. Se considera la única unidad propiamente catalana de la zona nacional. Estaba compuesta principalmente por carlistas y católicos catalanes que se fueron sumando en la medida en que conseguían traspasar los Pirineos y regresar a España por San Sebastián. La primera gran gesta de este Tercio se produjo en Codo (Zaragoza), cuando aún era una unidad de 182 hombres. Codo estaba en la línea del frente y debía ser tomada para que las fuerzas republicanas pudieran conquistar Belchite. Así llegarían a Zaragoza y separarían Navarra de Castilla, poniendo en peligro todo el frente nacional. Por tanto, la acción de guerra era crucial para los republicanos. El reducido grupo de carlistas se encontró frente a las Brigadas Internacionales del General Cléber, con una fuerza de entre unos 10.000 o 15.000 soldados, 13 carros de combate, varios escuadrones de caballería senegalesa, dos baterías de artillería, gran número de morteros e infinidad de ametralladoras. Calculaban tomar el pueblo en dos horas y tardaron 48. Los requetés catalanes plantaron cara calle por calle y casa por casa. Los gritos republicanos de «rendíos, requetés» eran respondidos con cargas de fusilería. Con la oscuridad de la noche pudieron escapar sus defensores supervivientes en grupos de cinco. Ya sin municiones lucharon a la carrera y a bayoneta calada. A los que no abatieron los republicanos los cazó la caballería senegalesa y los asesinó a sablazos. Las bajas del Tercio fueron altísimas: de los 182 hombres murieron 146. Pero su sorprendente resistencia a lo largo de dos días permitió estabilizar el frente y salvar Belchite y Zaragoza. Ahí el Tercio de Requetés de Nuestra Señora de Montserrat ganó la Cruz Laureada de San Fernando.
El Tercio pudo recomponerse con más voluntarios. En total pasaron por esa unidad 1.985 efectivos de los cuales 319 murieron en combate y 633 fueron heridos (los porcentajes superan a los de casi todas las unidades militares de la Guerra Civil). Tras el desastre de Codo, el Tercio volvió a contar con 850 requetés, 22 oficiales y 33 sargentos que participarían en la crucial batalla del Ebro. Su lugar de destino fue Villalba de los Arcos, al que llegan atravesando pueblos cantando el Virolai, siendo aplaudidos y vitoreados. Tras cinco días de contención de las fuerzas republicanas, hasta la extenuación, el Tercio tuvo las siguientes bajas: 8 oficiales, 18 sargentos y 250 requetés. Tras unos pocos días de descanso se les ordena tomar una de las posiciones más difíciles de la línea: punta Targa. El heroísmo de los requetés quedó una vez más patente en esta acción, como en todas las otras anteriores, y dio por resultado un balance de 58 muertos y 170 heridos. De los 40 hombres que formaban la sección de choque, murieron 23, entre éstos su comandante y 14 quedaron heridos. Sólo tres resultaron ilesos. Poco antes, el Alférez Regás manda arrancar a sus muchachos de la sección de choque el emblema propio, diciéndoles: «Hoy este emblema no nos corresponde solo a nosotros. Todo el Tercio de Montserrat es la sección de Choque». Poco después le mataban. El Tercio de Nuestra Señora de Montserrat propiamente dicho ha sido aniquilado. En el campo yacen, muertos o heridos, las tres cuartas partes de sus miembros.
Las fuerzas puramente catalanistas en la zona republicana (las del Estat Catalá) fueron aproximadamente de 2.000 hombres. Las mismas que las del Tercio de Montserrat, teniendo en cuenta que muchos de los que se hubieron alistado en el Tercio fueron asesinados en zona republicana. La historia del Tercio es una prueba inequívoca de que aún existía una Cataluña genuina acorde con la tradición catalana, y estaba en la zona nacional no en la republicana. Ahí se podía cantar el Virolai, se moría gritando ¡Visca España!, como así lo hizo Raimon Camps i Nogués, rudo y noble payes de montaña que no sabía hablar castellano. Y cuando años después se organizó la Hermandad del Tercio, siempre se recordó a los muertos de ambos bandos y se rezó por el alma de todos ellos, sin rencor alguno. La bandera del Tercio reposa a los pies de la Moreneta, como así juraron los defensores de Codo, si se ganaba la guerra. ¿Quién puede negarles a estos catalanes su catalanidad? Mientras, en el otro lado de las trincheras se oía sólo el ¡Viva Rusia y Viva Stalin! El catalanismo de la zona republicana acabó siendo una mera pose en la que nadie creía. Lo que realmente se estaba gestando era una dictadura estalinista que, de triunfar, hubiera liquidado cualquier resto de catalanismo.
Los defensores de los Països Catalans lo tienen mal, muy mal. Imaginemos que se lograra la independencia de la Gran Cataluña, que comprendiera la vieja Corona de Aragón. Haciendo un simple cálculo, comprobaríamos que el partido más votado sería el Partido Popular, empatado con los socialistas, y en posición muy minoritaria quedarían los partidos nacionalistas. Nunca más gobernarían los nacionalistas sobre estas tierras. Para colmo si atendiéramos a la «Cataluña norte», la cosa sería peor pues el porcentaje de votos al Frente Nacional supera incluso a los socialistas. El nacionalismo catalán se ha empeñado en que el Rosellón aún es catalán, sea como sea. De los presupuestos de la Generalitat se han dado partidas para que los ayuntamientos cambien las placas de los nombres de las calles del francés al catalán; o bien se subvencionan asociaciones culturales; o bien se ha intentado impulsar el día de sant Jordi para que la gente compre una rosa y un libro (con notable fracaso). Incluso, hasta la crisis económica, se veía bien que la televisión autonómica tuviera una corresponsalía permanente en el sur de Francia. De vez en cuando se inventaban una excusa de noticia y salía un corresponsal hablando en un horrendo catalán con acento francés y relataba una noticia traída por los pelos. Ahora la crisis obliga a cerrar esa delegación. Qué pena. El sueño era bonito. Lo que nunca ofrecerá la televisión catalanista serán reportajes sobre intelectuales de esas tierras que se sienten catalanes; incluso de «catalanistas» en el mejor sentido de la palabra, y que luchan contra una Francia centralista y jacobina. Su gran pecado, para no ser reconocidos por el catalanismo actual, es su trasfondo ideológico. Agradecemos la información que tomamos prestada del valiente historiador catalán Josep Ramon Bosch, uno de los pocos historiadores que no se somete a la corrección política en Cataluña. Reseñemos las biografías de tres de estos «catalanes del norte». Tienen en común que dos de ellos fueron asesinados al acabar la II Guerra mundial y otro tuvo que huir a España para no ser asesinado por los partisanos.
El primero es Robert Brasillach, nacido en Perpiñán en 1909 y fusilado en 1945, en el Fort de Montrouge. Fue escritor, periodista y crítico de cine. Colaboró en los años 30 en L’Action française y en L’Étudiant français. En la Francia de entreguerras escribió decenas de libros y poemas de gran valor literario. Al estallar la Guerra Civil española se posicionó con la España nacional y escribió sobre el asedio del Alcázar de Toledo. Tras la invasión alemana de Francia, colaboró con el gobierno de Pétain. Tras el desembarco de los aliados por Normandía, no huyó y decidió permanecer oculto en Francia. Al no dar con él, la policía secuestró a su madre obligándole así a entregarse. Fue juzgado y condenado a muerte. De Gaulle, por hacer un brindis a los comunistas, se negó a conmutar la pena. La represión aliada en la «Cataluña norte» fue brutal, siendo ejecutadas más de 4.000 personas. TV3 nunca ha mencionado siquiera la tragedia de estos «catalanes del norte». Tras la II Guerra Mundial se establecieron en Francia «comités de depuración», el de los intelectuales, controlado por los comunistas, se denominaba «Comitè National des Escrivants» (entre los que estaba Picasso, por cierto). Elaboraron una lista de 165 intelectuales que se debían purgar. El primero de la lista era Robert Brasillach.
Otro que sufrió la persecución fue Alfons Miàs i Dejaule (Els Banys d’Arles i Palaldà, 1903, Barcelona, 1950) Político, escritor, ideólogo y apóstol del catalanismo sano en Francia. Fue siempre defensor de la unificación de Cataluña. Militó en formaciones como l’Association Catholique de la Jeneusse Française y la Ligue d’Action Française, de Charles Maurras. Fue, mal que les pese a los separatistas, el inventor del término «Catalunya del Nord». Se convirtió al catalanismo en 1930, al casarse con una chica de Barcelona. Mias defendió desde la prensa la catalanidad del Rosellón e impartió infinidad de cursos gratuitos de lengua catalana. Escribió obras como Histoire résumée de la Catalogne Française y Roussillonais sauve ta langue, il est encore temps. Fue también fundador del primer movimiento catalanista en la Catalunya del nord: la Joventut Catalanista de Rosselló, Conflent, Vallespir, Cerdanya i Capcir. Fundó la revista catalanista Nostra Terra, que agrupó a jóvenes intelectuales del Rosellón. ¿Cuál fue su pecado para que ningún catalanista le recuerde ahora?… Su colaboración con el Régimen de Vichy y sus simpatías con el nazismo. En 1944 huyó a España, siendo acogido por unos familiares catalanes falangistas.
Por último, reseñamos brevemente la biografía de otro de los muchos «olvidados»: Arístides Maillol. Escultor, pintor y grabador. Estudió en París y pudo conocer a Paul Gauguin. Llegó a realizar exposiciones en París, Nueva York, Berlín o Chicago. Su «error» fue ser un protegido del Conde franco-alemán Harry Kessler. De nada sirvió que hubiera salvado de los alemanes, gracias a sus contactos, a su musa, la judía rusa, Dina Vierny. Nuestro hombre: «hablaba catalán, iba con ‘espardenyes’, llevaba faja, bailaba sardanas» y afirmaba «Yo considero Cataluña mi verdadera Patria». Simpatizante del gobierno de Vichy y amigo íntimo del escultor alemán pro-nazi Arno Breker, fue suficiente para que fuera asesinado por los comunistas, aunque oficialmente se le declaró muerto por «accidente de tráfico».
La mayoría de los asesinados por la represión democrática en el sur de Francia, tras la II Guerra mundial, eran hombres que se habían formado en las tesis regionalistas de Maurras (al igual que tantos otros catalanistas como Cambó). Defendían la catalanidad del Rosellón y rechazaban el jacobinismo de París. Eran catalanistas en el sentido más pleno de la palabra. Pero el catalanismo actual no se reconoce en los suyos, porque eran de «derechas» o «fachas». Para corroborar este ambiente, recogemos una carta de un catalanista, Joan Alavedra, que escribe a Jaume Creus, en 1941. En la carta se describe el primer concierto en el que Pau Casals tocó el famoso Cant dels Ocells (Canto de los pájaros). Alavedra describe: «Llorábamos todos la patria momentáneamente perdida». La sala, describe, estaba llena de catalanes, españoles y franceses del Rosellón: «fue un acto magistral de pura afirmación catalana»… y sigue diciendo que fue una afirmación más catalana que catalanista y que ese acto, presidido por una bandera catalana, se celebraba con permiso de las autoridades, en la Francia de Vichy. Alavedra aprovecha su carta para criticar el sectarismo de muchos catalanistas y la imposibilidad de hacer un frente común por las constantes disputas internas.
Curiosidad: En aquella época los hombres y sus relaciones eran bastante más profundas, complejas e intensas que ahora. La banalidad de la vida política actual se ha extendido hasta alcanzar una superficialidad y mediocridad insufrible. A modo de ejemplo, y a colación de que hemos hablado de Pau Casals, relatamos el siguiente hecho: siendo republicano convencido, tuvo una simpatía especial por Alfonso XIII, por eso, ante su fallecimiento, fue a tocar en los funerales que se celebraron en su honor en Perpiñán.
Ninguna sociedad puede sobrevivir a sus contradicciones. Y Cataluña no es ningún Olimpo de dioses capaz de librarse de esta férrea ley histórica. La falsedad del catalanismo, desde su construcción imaginaria, su reinterpretación de la Historia y sus miserias personales, sólo puede llevarnos a un lugar: el abismo. En el último capítulo señalaremos los pasos que ha seguido nuestra amada tierra, y que nos señalan un destino bastante probable para las futuras generaciones.