Capítulo V
DE LA RESISTENCIA A LA MÍSTICA CATALANISTA

«Cuando se desplegue ante mí, que soy castellano y madrileño, la bandera catalana, la saludaré rendidamente, porque yo, castellano y madrileño, no quiero renunciar a que Cataluña siga tan española como Castilla, y su bandera tanto suya como mía»

(RAMÓN NOCEDAL, dirigente del Partido integrista)

El siglo XIX fue el de la eclosión españolista de Cataluña, a la par que se larvaba el nacionalismo. Durante buena parte del siglo, el Principado fue el foco vital de España: tanto por su actividad económica, como política, como espiritual o revolucionaria. Por mucho que se quiera explicar la aparición del nacionalismo, el historiador siempre encontrará dificultad a la hora de exponer esta transformación. La más española de las regiones españolas pasó una parte de ella a ser catalanista. Ello no puede explicarse sin mencionar el fracaso de la casta política española o la deslealtad de una burguesía sólo interesada en sus beneficios. Pero no todo puede ser explicado por causas materiales. Para que surgiera el nacionalismo tenía que producirse una transformación en el alma de un pueblo; y ello sólo pudo hacerse desde el espíritu. Sin el romanticismo, verdadero veneno de las almas de los pueblos, nunca hubiera aparecido el catalanismo.

72. LOS «GOZOS»: EL ALMA DE UN PUEBLO

El famoso catalanista Pau Casals, del que ya hemos dicho alguna cosa, escribió una vez: «Recoger y publicar los gozos tradicionales es un nuevo paso hacia el reencuentro del alma de un pueblo». Como también señalamos supra los «goigs» o gozos eran oraciones populares a santos, la Virgen o a la misma divinidad, que se cantaban en las fiestas patronales y gozaban de enorme popularidad. Aunque arrancan en la Edad Media, entre finales del XIX y principios del XX los mejores poetas de la Renaixença compusieron «goigs»: Josep Carner, Joan Maragall, Joaquim Ruyra, Mn. Jacinto Verdaguer, Mn. Pere Ribot, entre otros. Dominique de Courcelles, especialista francés en literatura catalana, decía que estas plegarias toman su nombre de «gozos», de la primera palabra del Angel a María en la Anunciación: «Alégrate». Si, como decía el catalanista Pau Casals, los gozos representan el alma de un pueblo, veamos unos cuantos, para comprobar cómo estas devociones populares asumían con toda naturalidad que Cataluña era parte de España. Sin realizar un gran esfuerzo, en una escueta revisión de una pequeña colección de gozos, hemos encontrado más de cincuenta donde sale espontáneamente la palabra «Espanya». Extractaremos algunos, para acercarnos al «alma del pueblo catalán». Por motivos, como siempre, de restricción de espacio sólo entresacaremos las estrofas más significativas y las traduciremos al castellano.

En el Himne de la peregrinació a la Mare en Mont-roig del Camp (Tarragona), editado en 1900, una estrofa apunta: «Oh Vós, que a la muntanya / sortiu com un estel: / salveu la pobra Espanya, / salveu, Reina del cel» (Oh Vos que en la montaña, surgís como una estrella / salvad la pobre España / salvadla Reina del cielo». Como enseguida veremos, a la palabra «montaña» rima con «España», y esto se lo ponía fácil a los compositores. Es curioso encontrar antiquísimos «gozos» populares, en lo más profundo de Cataluña (ahora feudo del nacionalismo más antiespañolista) dedicados a santos andaluces. Por ejemplo, encontramos los Goigs a los mártires sant Aciscle i santa Victòria, (Gerona). Una estrofa canta: «D’Espanya sou naturals / i en Còrdova us criàreu, / la fe de Crist professàreu / que és font de ben immortals…» (De España sois naturales / y en Córdoba os criasteis / la fe de Cristo profesasteis / que es fuente de bienes inmortales). Incluso encontramos unos gozos dedicados al beato «Dídac de Cadis»: «Puix Jesús vos acompaña / com al seu conquistador: / Fervent Apòstol d’Espanya, / inflamau lo nostre cor» (Puesto que Jesús os acompaña / como a su conquistador / Ferviente Apóstol de España / inflamad nuestro corazón).

Los Goigs a la Mare de Déu de Montsant (Tarragona), riman: «Vostra imatge col.locada / està sobre la muntanya, / entre les altes d’Espanya / és amb raó anomenada; / de lluny terra és avistada / i, del mar, pel navegant…» («Vuestra imagen colocada / está sobre la Montaña / entre las altas de España / es con razón llamada; / de lejos tierra es avistada / y del mar por el navegante»). Aunque es muy excepcional, se pueden encontrar algunos gozos en castellano. Uno curioso es el dedicado a la Virgen de Montserrat, editado por los vecinos del barrio de Vallcarca de Barcelona. En éste se hace hincapié en cómo la devoción montserratina se escampó por las tierras americanas: «De Montserrat bajo el nombre / os invocan á millares, / y os alzó templos y altares / España, y aunque asombre, / Nápoles, Roma y Viena, / Francia, Bohemia y Portugal. / Como vuestra protección / es del fiel firme atalaya, / á la Americana playa / llegó vuestra invocación; / á Chile y Perú enagena / y á Mejico nombre tal».

Uno de los santuarios marianos más tradicionales de Cataluña, que compite con Montserrat, es el de Nuestra Señora de Nuria. Hoy es un lugar mítico para el nacionalismo, entre otras cosas por el «secuestro» de la Virgen por parte de algunos clérigos catalanistas, para que durante el franquismo la Virgen no fuera coronada por el Arzobispo de Tarragona. Según la tradición, san Gil vino de Grecia, arribando al angosto, y a la vez hermosísimo valle, para acabar sus días como penitente ermitaño. Aunque los nacionalistas afirman que Gerona no es España, el caso es queeste antiquísimo gozo, fruto del alma catalana, dice lo contrario: «Per fugir del mon la furia / desde Atenas en Espanya, / jove vinguereu à Nuria, / per fer penitencia estranya, / elegint esta Montanya / per burlarvos del mon vil» (Para huir de la furia del mundo / desde Atenas a España, llegasteis joven a Nuria / para hacer penitencia estraña / eligiendo esta montaña / para burlarlos del vil mundo).

Para estertor nacionalista tenemos otro gozo, uno de los más largos, dedicado a san Isidro Labrador. En nuestro libro anterior ya reseñamos cómo la devoción al santo madrileño caló en Cataluña mucho antes de la llegada de los Borbones. Este gozo se canta(ba) en el Monasterio de Bañolas, antaño tierra de carlistas, hoy tierra de separatistas. Extractamos algunas estrofas que pueden hacer gracia a cualquier madrileño, leyendo estas alabanzas en catalán a su santo más famoso: «Madrid, vila coronada, / us donava un humil bres; /… Honor de la pagesia, / mirall excels de casats, / quin pagès no lloaria / vostres gestes i bondats… / De Banyoles i sa contrada, / sigueu sempre nort i escut; / feu-nos lluny la pedregada / i deu-nos feina i salut…. Vos que amb gloria poderosa / Sou de Madrit Sant Patró, / Mirau l’Espanya plorosa, / Aixugueu ja lo seu plor» (Madrid, villa coronada / os daba humilde cuna /… Honor del campesinado / espejo excelso de casados / qué campesino no alabaría / vuestras gestas y bondad /… / De Bañolas y alrededores / sed siempre norte y escudo / alejadnos el granizo / y dadnos trabajo y salud /… / Vos que con gloria poderosa / Sois de Madrid patrón / Mirad la España que llora / secad ya su lloro».

Encontramos en 1829 unas coplas dedicadas al Corazón de Jesús, devoción que tanto arraigo tuvo en Cataluña. Esta lo alaba así: «Que en Espanya regnaria / devoció tan cordial / digué la veu celestial, / y s’ cumpleix la profecia; / puix mes y mes cada dia / aumentau lo nostre amor» (Que en España reinaría / devoción tan cordial / dijo la voz celestial / y se cumple la profecía / pues más y más cada día / aumentáis nuestro amor). Como la relación sería interminable, recogemos un último gozo, también dedicado al Sagrado Corazón que se rezaba en el templo del Tibidabo. En concreto, dice así una estrofa: «A dalt d’aquesta muntanya / un gran temple aixecaré, / puix que regnaria a Espanya, / el Sagrat Cor prometé. / Barcelona amb gran fervor / expandirà el seu regnat» (Sobre esta montaña / un gran templo levantaré / puesto que reinaría en España / Sagrado Corazón lo prometió / Barcelona con gran fervor / expandirá su reinado). Si los gozos son el alma de un pueblo, empezamos a dudar que Cataluña tenga ya alma.

El baile de san Isidro en Cataluña: El folclore es fundamental para acercarse al ser de los pueblos. Antiguamente, en la población de Gracia (ahora un barrio de Barcelona), celebraban dos fiestas mayores. Una era la de san Isidro Labrador, patrono de los payeses de la llanura de Barcelona (que ahora ocupa el ensanche). La fiesta se celebraba el 15 de mayo. Como la otra fiesta, la Encarnación, solía caer en cuaresma, la fiesta de San Isidro era la más celebrada e importante. Se acercaban gentes de muchas poblaciones cercanas y la fiesta seguía esta rutina: Santa Misa con panegírico al Santo madrileño; canto de sus «gozos». Le seguía un solemne baile de ramos. A diferencia de otros bailes, en la danza de san Isidro estaba prohibido intercambiarse de pareja y el hombre estaba obligado a regalarle un ramo de flores a la mujer. La fiesta era muy antigua, pero tenemos noticia de principios del siglo XIX de la cofradía de san Isidro en Gracia. Por la tarde se hacía una procesión, donde dos jóvenes hacían de san Isidro y de su mujer santa María de la Cabeza. Esta era una fiesta popularísima y nadie se traumatizaba por celebrar un santo madrileño. Hoy el barrio de Gracia es uno de los más independentistas de Barcelona.

73. MOSSÈN «CINTO» VERDAGUER: BARDO DE MONTSERRAT Y DE LA HISPANIDAD

Insistimos en que es a través de la poesía como llegamos a las entrañas de un pueblo y de una cultura. Hasta la llegada del catalanismo político, el catalanismo lírico nunca tuvo reparo en mostrar su amor a España, sin avergonzarse de ella. Una poesía de Antonio Bori y Fontestà, publicada en El Trobador Català, dedica unos versos a Cataluña, la más rica y querida región española: «De les regions espanyoles, / la més rica i estimada / és la de tots coneguda / per la terra catalana» (de las regiones españolas / la más rica y querida / es la de todos conocida / como la tierra catalana). Mn. Joan Colom retomaba la figura de Verdaguer para cantar la aportación de la tierras de Vich a la Hispanidad: «Vic o reina de Muntanya, / No et diran estèril, no; / Tres homes has dat a Espanya / Que no tenen parió: / Balmes en saviduria, / I Claret en sandetat; / Mossèn Cinto, en poesia. / Quina excelsa trinitat» («Vic o reina de Montaña / No te dirán esteril, no / tres hombres has dado a España / que no tienen parangón / Balmes en sabiduría / Y Claret en santidad / Mosén Cinto, en poesía / ¡Qué excelsa Trinidad!»).

Mn. «Cinto» Verdaguer, icono del catalanismo y, a la vez, incómodo personaje para el nacionalismo, supo entrelazar los nombres de Montserrat y España, de tal forma que en su obra forman casi una unidad indestructible. Por eso, muchos de los poemas del que fuera el genio de la Renaixença nunca se recitan o retoman. Recojamos sólo algunos ejemplo: Gozos a La Reina de Catalunya, la Mare de Déu de Montserrat: «Des d’eixes altes cimes, / que gran és l’estrellada, / Verge de Montserrat! / És lo mantell esplèndid de Reina coronada / de nostre Principat…. Donau abric a Espanya, la malmenada Espanya / que ahir abrigava el món» (Desde esas altas cimas, / qué grande es el firmamento / Virgen de Montserrat / Es el manto espléndido de una Reina coronada / de nuestro Principado… Dad abrigo a España, la deshecha España / que ayer abrigaba al mundo). En el famoso Virolai a la Virgen, muchos hacen piruetas para no cantar estas estrofas: «Dels Catalans sempre sereu Princesa, / dels Espanyols Estrella de l’Orient».

También compuso una Salve para los monjes de Montserrat, en la que cantaban: «Lo cel vos dóna / real corona / d’estrelles mil, / i eixa muntanya / vos dóna Espanya / per camaril» (El cielo os dona / real corona / de estrellas mil / y esa montaña / os da España / por camerino). O en el himno que compuso con el motivo del milenario de Montserrat, se lee: «Espanya us vol per Nord / preneu-la Vós per filla» (España os quiere por Norte / tomadla vos como vuestra hija).

Respecto al Sagrado Corazón, las poesías de Verdaguer son fuente de piedad y españolidad, a la vez que de catalanidad. Unas Coplas al Sagrado Corazón, rezan: «Oh Cor, Espanya us crida / sortiu, si us plau, / encès astre de vida / brillau, brillau» (Oh Corazón, España os llama / salid, por favor / enciende astro de vida / brillad, brillad). De su pluma fluían sin cesar elegías piadosas que siempre mentaban a España. Una dedicada al Espíritu Santo, toma tintes épicos: «¡Oh!, feu, diví oracle, / del temple un Cenacle, / d’Espanya un Tabor, / dels cors un sagrari / on puga habitar-hi / Déu Nostre Senyor» (Oh! Haced divino oráculo / del templo un Cenáculo / de España un Tabor / de los corazones un sagrario / donde pueda habitar / Dios Nuestro Señor). Este libro se ha iniciado con una de las poesías más bellas de Verdaguer dedicada a la Inmaculada, patrona de España, repitamos unos deliciosos versos: «Oh Verge immaculada, / per vostra Concepció, / d’Espanya Reina amada, / salvau vostra nació». Todo ello explica por qué Verdaguer, el gran poeta de Cataluña, no es estudiado en la escuela catalanista.

74. EL PI DE LES TRES BRANQUES (EL PINO DE LAS TRES RAMAS)

Para entender lo que es el nacionalismo catalán no se nos ocurre otra figura que la del Pi de les tres branques (Pino de las tres ramas). En uno de los parajes más hermosos de la Cataluña profunda, cerca de Berga, adentrándose en el término de Castellar del Riu, y en un llano conocido como Campllong, se erige una maravilla de la naturaleza: el pi de les tres branques. Este gigantesco pino, de la clase «pinasa» o semiabeto, y de 25 metros de altura, se caracteriza porque su enorme tronco se divide en tres perfectas ramificaciones. Tenemos registros del siglo XVIII que ya dan cuenta de la devoción que levantaba esa formidable obra de la naturaleza, pues los campesinos vieron en él una manifestación de la Santísima Trinidad. En 1746 el Obispo de Solsona, Fray José Mesquia, concedió 40 días de indulgencia por el rezo de tres Credos delante del pino, por ser «vestigio y figura de la Santísima Trinidad». Durante el último tercio del siglo XIX el pino cobijó aplechs (encuentros) de carlistas catalanes, ya que aquella zona siempre fue uno de los reductos impenetrables del tradicionalismo.

La devoción popular se cobijó durante decenios bajo su sombra. Pero un día llegó el bueno de Mn. «Cinto» Verdaguer a los pies del pino. El insigne poeta dijo de él: «Es verdaderamente notable este árbol que puede decirse único en todo el mundo, y a todos los que lo visitan les causa honda y devota impresión». Tanto le asombró este descubrimiento que en 1888, en un librito de poemas, introdujo uno dedicado a la centenaria conífera. El argumento de la poesía es tan sencillo como imaginativo: siendo niño el Rey Jaime I, viajaba hacia Monzón desde Narbona, y descansó cerca de Berga. Ahí soñó que se le daban tres ramas, que significaban tres reinos unificados por su corona. Y —en la poesía, claro— el acompañante de Jaime I, sentencia: «Roguemos para que este pino sea el árbol sagrado de la Patria».

Este inocente relato causó tal impacto en algunos catalanistas que tomaron el regalo de la naturaleza como un símbolo de los tres «países catalanes». Así, poco a poco, el árbol pasó de ser una analogía religiosa a transformarse en un icono político. El ocote español murió a principios del siglo XX, justo cuando arrancaba el catalanismo político (¿una señal del cielo?), y actualmente una de sus ramas está bastante maltrecha. Ello ocurría justo cuando se convirtió en lugar de encuentro de las juventudes de la Unión Catalanista y de los centros excursionistas (bien es cierto que a poca distancia está creciendo uno parecido). Tras la Transición, y a partir de 1980, se convirtió en lugar obligado de peregrinación nacionalista, llegando a juntar algún año a varios miles de catalanistas de todo el abanico político: desde los «moderados» de Convergencia y Unión a los terroristas de Terra Lliure.

En 1986, los «moderados» de CiU fueron acosados y expulsados por los radicales separatistas. Querían que el acto no fuera un mero encuentro catalanista, sino una reivindicación separatista controlada por formaciones radicales. En 1988, los asistentes, principalmente del Moviment de Defensa de la Terra —MDT— (el brazo político del grupo terrorista Terra Lliure), se agredieron entre sí, fruto de peleas intestinas y planteamientos políticos enconados de los que luego hablaremos. Unos querían centrar la lucha en Cataluña, y otros no renegaban de una acción en todos los «países catalanes». En 1991, los agredidos fueron miembros de ERC, que eran considerados también demasiado moderados por los radicales. En 1996, La Plataforma per la Unitat d’Acció (PUA) atacó a otros colegas independentistas del Estat Català, por considerarlos una versión burguesa del catalanismo. El «fraternal» encuentro acabó con 10 heridos. Los que más se arrogan la representatividad de la voluntad de Cataluña están todos divididos, y enfrentados, hasta el hartazgo entre ellos.

Digresión política: La evolución de esta referencia del Pino de las Tres Ramas, es una clara analogía de lo que ha sucedido y sucederá en Cataluña. El catalanismo surgió fagocitando un espíritu religioso católico del que estaba penetrado la mayor parte del pueblo catalán, especialmente el rural. El nacionalismo se transformó, así, en una religión secular. Pero las religiones seculares son más radicales que las religiones trascendentes. Por eso el catalanismo ha «creado» sus herejías y persecuciones internas. En la medida en que más se defiende la independencia de Cataluña, más se atomiza y enfrenta entre sí el nacionalismo; dificultando así la posibilidad de alcanzar sus objetivos.

El proceso de «secularización» religiosa y emergencia de un catalanismo «sacralizado» exigía la construcción de símbolos nacionales. Paradójicamente, esta emergencia del imaginario catalanista hubo de convivir aún durante mucho tiempo con las muestras espontáneas de españolidad del pueblo catalán. Revisemos la construcción de algunos de estos símbolos y su «convivencia» con la Cataluña hispana.

75. «ELS CASTELLERS» NO ERAN CATALANES, SINO VALENCIANOS

Al igual que la sardana no era, propiamente hablando, un baile catalán (sino que procedía de un pequeño rincón de Cataluña y fue «exportada» y «nacionalizada» por el catalanismo, hace un siglo), algo parecido sucede con los famosos «castells» o castillos humanos. Esta tradición, en su forma actual, llegó a nosotros a principios del XIX, y se extendió en el Campo de Tarragona, especialmente en la ciudad de Valls, y posteriormente en la comarca del Penedés. Gracias a la labor del nacionalismo durante las tres últimas décadas, hoy otras muchas ciudades y comarcas cuentan con castellers ahí donde nunca los hubo. Como en toda tradición, siempre podemos remontarnos a algún sustrato pagano. Las torres humanas que coronan algunas danzas son comunes a diferentes pueblos, y parecen incluir un origen mágico. Formaban parte de antiguas ceremonias agrarias y trataban de provocar el crecimiento de los vegetales, imitando el crecimiento y la elevación. Muchas de estas fiestas paganas con el tiempo serían cristianizadas.

Es en Valencia donde encontramos el primer registro de este tipo de construcciones humanas. Las más antiguas crónicas escritas que las vinculan a Algemesí datan del primer tercio del siglo XVIII, pero de su constante y firme presencia muy bien puede pensarse en un origen mucho más antiguo. En este caso algunos estudiosos la remontan a la Valencia del siglo XV. Estos bailes tomaron el nombre de «Moixiganga» y «Muixeranga», que eran un conjunto de bailes y castillos humanos provenientes de la localidad valenciana de Algemesi. Más que una danza propiamente dicha, es un conjunto de cuadros plásticos con intencionalidad representativa, que participa en las procesiones de Nuestra Señora de la Salud.

La tesis del origen valenciano de los castellers no es valencianista, pues la defiende también el artista catalán Josep Bestit que ha llegado a ser conocido como el «pintor dels castellers». Casualmente pudo contemplar una muixeranga de Algemesí. Para él fue impactante: «Encontré en los libros de historia que el origen de los castellers está en Valencia. Los valencianos que, entre el siglo XVII y el XVIII, viajaban al norte de España a llevar sus mercancías, productos únicos y de gran calidad, cruzaban Tarragona y Valls, y allí cayeron muy bien sus costumbres, entre las que estaban los “balls dels valencians”, una danza con antorchas que reproducía el movimiento de una serpiente y que acababa con una torreta, un Castell».

En la zona de Tarragona, Reus y Valls empezaron a imitar a los valencianos a finales del siglo XVII. Está registrado que en 1687 actuó en la ciudad de Tarragona el «Ball dels valencians» (Baile de los Valencianos). En esta tradición valenciana tres de los bailarines subían encima de las espaldas de los compañeros, agrupados y formando piña. Los tarraconenses obviaron poco a poco los bailes e imitaron los castillos humanos, aportando la audacia de construirlos cada vez más altos y originales, con el fin de manifestar y exteriorizar mejor su agradecimiento a la Virgen. El primer «castell» propiamente catalán está fechado en Tarragona en el 1770. En Valls, el primer registro es de 1791, durante las primeras Fiestas Decenales de la Candela, según el Costumari català de Joan Amades.

El período de mayor esplendor de los castellers fue el comprendido entre 1850 y 1870. Luego tuvo sus más y sus menos, aunque siempre se conservó esporádicamente en algún punto de Cataluña, como en El Vendrell. Será a partir del franquismo cuando renacerán las «colles» (grupos), como la veterana de Villafranca del Penedés, en 1948. Tras la Transición, la Generalidad potenció, financió y creó «colles» allí donde nunca habían existido (en los años 80 del siglo XX llegaban al Rosellón o a Baleares). Revestidos de «tradición», ahora los castillos son «diseñados» en ordenadores, para estudiar las posibilidades y la «anxeneta» (el niño o la niña que corona el castillo humano) se ha sometido a corrección política, pues debe llevar un casco homologado que cumpla las normas de la Generalidad. ¡Viva la burocracia de la que quería huir el catalanismo! Por otra parte, siendo tradicionalmente una actividad de hombres, ahora se mezclan varones y féminas. Algún sociólogo ha constatado que, hoy en día, las «colles» de castellers se han convertido en un foco de nacionalismo, que ha permitido «integrar» a la población «xarnega» de muchas poblaciones catalanas convirtiéndolos en los conversos más apasionados.

76. GRACIAS A UNOS «CASTELLERS» SE TOMÓ TETÚAN

Ya hemos relatado en obra anterior que en 1859 fue creado el Cuerpo de Voluntarios Catalanes que, a las órdenes del General Juan Prim y Prats, tuvo una gloriosa participación en la Primera Guerra de África (1859-1860). Su uniforme, «al estilo catalán», con barretina, dio a conocer la preciada prenda a toda España. En esa guerra los catalanes lucieron por su bravura y entusiasmo, especialmente cuando eran arengados en su lengua materna por el General Prim. La conquista de Tetuán la realizaron a gritos de ¡España, España! Una anécdota de esa guerra, poco conocida, nos la cuenta el historiador Alfredo Redondo, autor del libro Voluntarios Catalanes en la Guerra de África (1859-1860). Sitiada la ciudad de Tetuán, los catalanes se encontraron con que no tenían una escalera a mano para entrar en la Alcazaba de la ciudad. La empresa parecía imposible. Entonces el General Prim recordó que muchos de sus voluntarios pertenecían a su comarca natal, Reus y el Campo de Tarragona. Él mismo había sido testigo de las sorprendentes torres humanas que se recreaban en las fiestas populares. Se le encendió una luz y gritó a sus voluntarios: «Ala, minyons, feu la torre, i a dalt!» (¡Adelante chicos, haced la torre y arriba!). Los brazos de los voluntarios se fueron entrelazando y sobre ellos se fue levantando un castell en medio del combate. El historiador relata con emoción los acontecimientos: «La base de la columna humana que se alza esforzadamente al pie del minarete, y va subiendo, subiendo, hasta que, al final, el más ágil de todos trepa sobre sus compañeros, y, ya en la cima, iza la bandera española en la torre más alta de la ciudad de Tetuán». El voluntario que puso la bandera española en los muros de Tetuán fue Luis Baró y Roig, sargento primero.

El Cuerpo de Voluntarios Catalanes contó con 466 hombres, de los que la mitad fallecieron en África. Sólo volvieron 237. Sus uniformes, con barretina y alpargata, fueron costeados por la Diputación de Barcelona y constaban «cada uno de un gorro del país, tres camisas de algodón, dos pares de calzoncillos, dos camisetas de algodón, una túnica y pantalón de pana, un par de botines de cuero, dos pares de alpargatas con peales, un morralmochila, una manta y una bolsa de aseo». Los representantes de la Diputación, en el acto de despedida, pronunciaron estas palabras tan incorrectamente políticas para los oídos contemporáneos: «los Voluntarios de Cataluña sabrán acreditar en los campos de África, que son dignos descendientes de aquellos indómitos almogávares que tantas veces hicieron morder el polvo a la insolente morisma». En su despedida, «Barcelona organizó un desfile militar en su honor y el Abad de Montserrat los bendijo antes de marchar hacia el frente». A la vuelta, «los festejos duraron varios días y fueron muchos los actos de cariño de la población hacia estos voluntarios: comidas, recepciones oficiales…». La ciudad de Barcelona se engalanó con banderas españolas y catalanas y monumentos conmemorativos.

Todavía en 1894 se celebraba en Sant Martín de Provençals (actualmente pertenecientes a Barcelona) un homenaje a los excombatientes de Tetuán con comida, cantos patrióticos y lectura de poesías. En ellas se recordaban su asalto a las murallas y su espíritu patrio: «Ells son los que romperen las murallas / de ferro y carn que l’barbaro oposà,… Amb fills tan braus que feren tal hassanya / vencent mars, feras, terras y elements, / qui contra tu s’atrevia ja, Espanya?» (Ellos son los que rompieron las murallas / de hierro y carne que el bárbaro opuso… Con hijos tan bravos que hicieron tal hazaña / venciendo mares, fieras, tierras y elementos / ¿quién se atrevería contra ti España?). A modo de curiosidad, hay que decir que 75 años más tarde, otros catalanes en plena Guerra Civil nos dejaron un recuerdo de sus «castells». En el libro del Padre Nonell sobre El Laureado Tercio de Requetés de Nuestra Señora de Montserrat se muestran fotos de los requetés catalanes levantando castillos humanos a modo de entretenimiento en los momentos de descanso entre combate y combate.

77. DE LOS ÚLTIMOS DE FILIPINAS A LOS PRIMEROS DE LA LEGIÓN

Las Islas Filipinas cayeron en 1898, junto a Cuba. La España imperial sufría ya prácticamente su último desmorone. Pero cuatro siglos de gestas no podían acabar sin, al menos, una última heroicidad que ya ha quedado grabada en la conciencia colectiva de los españoles: «los últimos de Filipinas». Nos referimos al sitio de Baler. Un grupo de soldados españoles, desconocedores de la rendición del gobierno español, mantuvieron su posición hasta el 2 de junio de 1899. Sitiados por el ejército tagalo hubieron de pasar mil calamidades y sacrificios para sobrevivir. Su resistencia fue tan heroica que hasta el ejército enemigo les rindió honores al dejar las armas y el puesto que defendían. Estos héroes pertenecían al Batallón Expedicionario de Cazadores no 2. La mayoría de sus miembros eran valencianos, pero entre ellos se encontraban cuatro catalanes: José Pineda Turán, natural de Sant Feliu de Codines, Barcelona; Pedro Vila Garganté, natural de Taltaüll, Lérida; Pedro Planas Basagañas, natural de Sant Joan de les Abadesses, Gerona y Ramón Mir Brills, natural de Guissona, Lérida. Aún se conserva la bandera española que esos catalanes defendieron en Baler. Entre los que acudieron a Cuba y Filipinas muchos eran viejos combatientes carlistas que así «expiaban su culpa» y podían volver a legalizar su situación en España. Ello explica su espíritu heroico y patrio. Los catalanes, protagonistas ineludibles en las últimas batallas imperiales, fueron los primeros también en apuntarse con entusiasmo, a principios del siglo XX, a las empresas bélicas que continuaban en África.

Una noticia escandalosa para el catalanismo: Año 2012: nuevamente los nacionalistas se rasgan las vestiduras. La causa es que en el Barrio de la Cirera, de la costera ciudad de Mataró, desfiló la Hermandad de Antiguos Caballeros Legionarios, portando un Cristo de la Buena Muerte, al son de cornetas y con armamento debidamente inutilizado. Sin previo aviso al Ayuntamiento, gobernado por los convergentes, unos veteranos legionarios, algo panzudos, recrearon el ambiente malagueño de la Semana Santa. Los grupos independentistas más radicales aullaron por twitter diciendo que no volverían a permitir «ninguna manifestación de españolismo y militarismo».

Cataluña tiene mucho que ver con los primeros pasos en la fundación de la Legión española. Ello es relatado por el propio Millán Astral, en su librito La legión (1922), en el que explica su origen y espíritu. Cuando el militar español funda en 1920 este cuerpo, a imitación de la Legión extrajera francesa, desconfiaba del éxito que podía despertar el llamamiento. Se abrieron banderines de enganche en Ceuta, Madrid y Barcelona. Contra todo pronóstico en tres días se apuntaron 400 voluntarios y de ellos, 200 de Barcelona. Esto impresionó tanto a Millán Astray que en su obrita relata: «Vino el alud de Barcelona, los doscientos catalanes, la primera esencia de la Legión, que bajaron arrasándolo todo y sembrando el pánico en el camino. Era la espuma, la flor y nata de los aventureros. Era el agua pura que brotaba del manantial legionario. ¡Bienvenidos, catalanes legionarios; vosotros seréis la base sobre la que se construirá la Legión!». A ellos y a los otros doscientos les arengó afirmando que su destino «es padecer hambre, sed, cansancio, trabajos y fatigas y al fin la muerte, como más seguro destino». Los catalanes debieron dejar su impronta en los orígenes de la Legión. En el libro mencionado se puede leer: «En el legionario es característica la alegría y el buen humor y de ello son su manifestación los cánticos. ¡Cantan a la mañana como los pájaros; cantan al salir a la marcha y al combate; cantan al volver, cantan, siempre cantan! Improvisan orfeones en las tiendas de campaña, en donde lucen sus galas tenores y barítonos. Coros catalanes, que con los gallegos se llevan la palma; óyense sardanas, caramellas…». Y acabando la obra aparece otra referencia: «En la Legión hubo hombres de todas las ideas y de todas las tendencias: sindicalista y antisindicalistas, catalanes y de otras regiones; anarquistas, nacionalistas y bolcheviques extranjeros».

78. CATALANES PASEANDO POR MELILLA Y EL PATRIOTISMO DE LA VANGUARDIA

La fundación de la Legión se produjo por necesidad lógica de disponer de cuerpos de elite que lucharan en el Norte de África. Desde la Guerra de Tetuán (1860) se hacía imprescindible para España defender sus posesiones en Marruecos. En plena debacle ultramarina se abrió otro frente, que constituyó la Guerra de Melilla (1893-1894), también conocida como la Guerra de Margallo o Primera Guerra del Rif. Cataluña se volcó una vez más en el envite africano. Un ejemplo del entusiasmo patrio que despertó esta breve contienda es la portada del semanario satírico, republicano y anticlerical La Campana de Gracia. En el Almanaque de 1894 la portada representa a una mujer que en sus faldas porta las cuatro barras catalanas; en una mano la bandera española y en la otra un fusil. La Vanguardia del 1 de noviembre de 1893 da cuenta de los acuerdos del Ayuntamiento respecto a la Guerra: «El Ayuntamiento, en su sesión de esta tarde, en proposición unánime ha acordado suscribirse por 50.000 pesetas mensuales para contribuir a los gastos de la campaña. También acordó iniciar una suscripción popular, encabezada con 10.000 pesetas, para ofrecerlas al Gobierno con destino de fusiles Mausser. Acordó también conceder pensiones a las viudas y huérfanos de los soldados de Barcelona que mueran en la campaña de Melilla. Por último, se acordó que organice un batallón de voluntarios de Barcelona, por Barcelona mantenidos y equipados. Estos acuerdos fueron acogidos con vivas entusiastas a España y al ejército».

El propio diario inició una suscripción popular para ayudar en la Guerra. En el diario del 3 de noviembre de 1893 se lee: «No venimos a pedir una limosna, ni un socorro: venimos a exigir, pero a exigir en condiciones tales que aun más placer van a sentir en dar aquellos a quienes venimos a pedir, que en el pedir y en el recibir lo hemos de experimentar nosotros. Tenemos en África a nuestros soldados: España les ha mandado allí a sostener el honor de nuestra bandera; allí pelean, allí mueren, allí vencen. Pero mientras pelean y vencen también sufren: sufren por la patria, sufren por nosotros. La patria socorre y premia sus sufrimientos. Nosotros debemos por nuestra parte ayudar a ese socorro […] En la guerra tanto montan y tanto importan los fusiles, las balas y los cañones como los víveres. Mandemos víveres a Melilla. Que el pobre soldado no tenga que contentarse con saber que no se morirá de hambre si le faltara su alimento reglamentario. Que se goce también con esos extraordinarios que en las amarguras de la vida de campaña significan una compensación y un regalo. Mandemos vino, aguardiente, tabacos, harinas, todos los artículos de comer y beber que puedan servir para acrecentar el bienestar del soldado en campaña… En cuanto el importe de la suscripción lo vaya consintiendo, se fletará un buque que directamente transporte a Melilla los víveres recogidos y los que compren con el producto metálico, o bien se encargará el transporte a algunos de los buques que hagan el viaje a aquellas aguas».

La respuesta del pueblo catalán fue impresionante. Listas de particulares que daban sus donativos quedaron reflejadas en las distintas ediciones de La Vanguardia. A ellas se sumaron organismos públicos como el Ayuntamiento de San Andrés de Palomar, o privados, como la Asociación de Fabricantes de Manlleu y su comarca, o la Escuela Normal de Maestras de Barcelona. El Real Club de Regatas de Barcelona regalaba una cura antiséptica por cada uno de los soldados; la Unión Liberal y el Casino de Granollers aportaban su dinero y así un sinfín de organizaciones, que representaban la verdadera «sociedad civil» catalana.

Desde Barcelona partieron las siguientes tropas: Cazadores de Cataluña (396 soldados); Cazadores de Barcelona (396 soldados); Cazadores de Figueras (396 soldados); el barco de trasporte «Gerona», con 200 hombres y 10 cañones. Las autoridades militares, al llegar a Melilla, enviaron el siguiente telegrama al director de La Vanguardia: «Ruégole manifieste en La Vanguardia lo agradecidos que estamos todos por la entusiasta despedida de Barcelona. Su recuerdo durara tanto como nuestra vida. El día del combate recordaremos con orgullo las glorias de Cataluña, y procuraremos cumplir en el campo de batalla, como la patria tiene derecho a esperar de nosotros». ¡Qué tiempos los de aquella Vanguardia, tan irreconocible hoy en día! Unas décadas antes, con motivo de las manifestaciones en Cataluña contra la invasión alemana de las Islas Carolinas, en el periódico catalán se leía en primera plana esta filípica: «¡Aún hay Patria, aún hay Patria! Nuestro entusiasmo justifica la exclamación con que damos comienzo a esta reseña; porque creíamos que el acto de ayer sería brillante, sería imponente, pero jamás hubiéramos imaginado tanta majestuosidad, tanta grandeza. Sí, aún tenemos Patria; aún España puede ser una gran nación. Aún no hay país alguno que nos aventaje en patriotismo. Verdaderamente estamos poseídos de legítimo orgullo por la imponente manifestación de ayer» (La Vanguardia, 28 de agosto de 1885).

79. Y UN CATALÁN COMPUSO LA LETRA OFICIAL DEL HIMNO DE ESPAÑA

Tras unas décadas prodigiosas del deporte español, culminadas con una etapa dorada en el deporte rey, nos hartamos de oír sonar el «mudo» himno español, al lado de otros himnos cuyos compatriotas parecían cantar emocionados. Una especie de reacción colectiva, algo chapucera a nuestro entender, llevó a que un tarareo onomatopéyico quisiera sustituir una letra en principio inexistente pero anhelada. Ello llevó a plantearse si el himno español, o más propiamente la «Marcha Real», o también «Marcha Granadera», hubiera de tener letra. Incluso se organizaron concursos, y sin la más mínima aceptación social (nos entristece el alma pensar que lo único que parece unir a los españoles son los triunfos deportivos, el que confíe que una nación se puede apuntalar en eso, va muy equivocado).

Contra lo que la mayoría piensa, aparte de la famosa letra que compuso Pemán (que empezaba con el famoso: «Viva España, alzad los brazos / hijos del pueblo español, / que vuelve a resurgir»), sí que hubo letra oficial del himno. O, mejor dicho, hubo varias letras. Una de las primeras, aún no oficial, fue la de Ventura de la Vega, en 1843: «Venid españoles / Al grito acudid. / Dios salve a la Reina, / Dios salve al país.» Tras la Revolución de 1868, el General Prim convocó un concurso nacional para crear un himno oficial, pero se declaró desierto, aconsejando el jurado que continuara considerándose como tal la Marcha de Granaderos. Sin embargo, la promoción verdaderamente oficial de la letra del himno fue coincidiendo en 1909 con la boda de Alfonso XIII. Un catalán, el insigne poeta Eduardo Marquina, fue el encargado de componer la letra para la Marcha Real. Según contó el propio autor, Don Alfonso XIII quería que las estrofas recogieran un, «grito de afirmación y fe, no sólo no se enturbiasen con la menor tendencia política, sino que estuviesen limpias de esa forma agresiva del orgullo patriótico que, al acentuarse con caracteres de exclusividad y animosamente contra otros pueblos, privara al himno de la dulce prerrogativa de entonarse y sonar bajo un cielo que no fuera español».

Marquina escribió hasta doce variaciones (en algunas fuentes se señala que escribió hasta 30 versiones), para que Alfonso XIII eligiese las que mejor le parecieran. El monarca constitucional finalmente escogió tres. Una de ellas dice así: «Gloria, gloria, corona de la Patria, / soberana luz / que es oro en tu Pendón. / Vida, vida, futuro de la Patria, / que en tus ojos es / abierto corazón. / Púrpura y oro: bandera inmortal; / en tus colores, juntas, carne y alma están […]».

Contra este tono pacificador y de un patriotismo no muy exaltado, el carlismo catalán propuso otra letra algo más combativa: «Viva España, / gloria de tradiciones, / con la sola ley / que puede prosperar. / Viva España, / que es madre de Naciones, / con Dios, Patria, Rey / con que supo imperar. / Guerra al perjuro / traidor y masón, / que con su aliento impuro / hunde la nación…». La versión alfonsina cayó con la llegada de la República. Pero 60 años después, Barcelona tendría el honor nuevamente de promocionar otra letra. Esta vez con la excusa de las Olimpiadas del 92. El Comité Olímpico propuso una horrenda letra que terminaba así: «Gloria a los hijos / que a la Historia dan / justicia y grandeza / democracia y paz». Evidentemente cayó en el olvido más absoluto. Y es que con el tiempo se acaba descubriendo que la democracia no es de las cosas más populares entre el pueblo. Por tanto, continuará el tarareo del himno si algún poeta no lo remedia.

80. Y OTRO CATALÁN MUSICÓ EL HIMNO A LA BANDERA ESPAÑOLA Y EL HIMNO DEL PILAR

Sin ánimo de confundir al lector, hay otro himno oficial titulado Canto Oficial a la Bandera de España, compuesto por el palentino Sinesio Delgado García. En un concurso convocado por el gobierno respectivo, fue elegida esta composición como canto a la bandera española. Y así se publicó por Real Orden de 30 de abril de 1906. Meses después, el 2 de julio de 1906, se publicó como pieza musical, con el nombre de Himno a la Bandera. Sobre la música de la Marcha Real Española y con música del catalán Juan Bautista Lambert. La letra, evidentemente, era patriótica, con estrofas del estilo: «Tu eres, España, en las desdichas, grande, / y en ti palpita con latido eterno / el aliento inmortal de los soldados / que a tu sombra, adorándote, murieron… Por eso eres sagrada. En torno tuyo, / a través del espacio y de los tiempos, / el eco de las glorias españolas / vibra y retumba con marcial estruendo». Juan Bautista Lambert había nacido en Barcelona, en 1884; zarzuelista famoso, también había escrito piezas sinfónicas, sardanas y obras religiosas, como el Himno a la Virgen del Pilar, que con letra de Florencio Jardiel, compuso en 1908. No deja de sorprender, tras las constantes campañas nacionalistas, cómo aún podemos descubrir catalanes capaces de componer sardanas, zarzuelas e himnos patrióticos y religiosos, sin que ello les provocara ningún trauma interno.

81. Y EL PATRIOTISMO MODERNO ESPAÑOL NACIÓ EN CATALUÑA: LOS «HIJOS DE MALASAÑA» Y LA LIGA PATRIÓTICA ESPAÑOLA

Por extraño que les parezca a muchos, el «patriotismo» moderno no nació con la Falange (1933), ni provenía de Castilla. Mucho antes, en Barcelona, ya se engendraron los primeros movimientos patrióticos como resistencia al catalanismo, cada vez más radicalizado. El 11 de enero de 1919 se anunciaba en Barcelona la fundación de la Liga Patriótica Española para combatir el separatismo. Según cuenta el diario Abc del día siguiente: «Barcelona 12, una de la madrugada. Se ha repartido con profusión en las Ramblas una hoja que firma el Directorio de la Liga Patriótica Española. Dice que su objeto es combatir en la Prensa, en la tribuna y en todas sus relaciones diarias con el ciudadano las ideas separatistas que, con el equívoco de la autonomía integral para Cataluña, está haciendo tanto daño en todos los aspectos de la vida así interior como de relación con las demás regiones. Anuncia que se constituye en Barcelona una Liga Patriótica, un Círculo Español y, a ser posible, un periódico diario que será el portavoz de esta Liga, bajo el lema todo por España y para España. Añade que anunciada la formación de la Liga Patriótica Española, se están recibiendo numerosas adhesiones, que, según nuestras noticias, pasan ya de 7.000. La Liga Patriótica contribuirá, según anuncia la hoja, a estrechar más los lazos que unen a Cataluña con las demás regiones españolas. Termina aconsejando a todos los catalanes que desechen la indiferencia de que son víctimas, ya que, si no lo hacen ahora, luego no será tiempo de arrepentirse, pues con el equívoco de la autonomía integral se va camino de la desmembración del territorio patrio, y Cataluña ha de ser la región que más de cerca toque las consecuencias de tal error».

El especialista en la historia de la ultraderecha española, Xavier Casals, de probada seriedad investigadora, comenta la aparición de este movimiento: «Ésta configuró un ente ultraespañol de combate que surgió ante la campaña de demanda de autonomía promovida por la Lliga desde noviembre de 1918, secundada por republicanos y la mayoría del carlismo y radicalizada por los nacionalistas que lideraba Francesc Macià». Las agitaciones nacionalistas pretendían «hacerse con la calle» produciéndose una temporada caliente entre noviembre de 1918 y febrero de 1919, sobre todo en las Ramblas, arteria de la ciudad y testigos de muchos enfrentamientos y garrotazos. En uno de ellos un oficial fue herido grave de bala y un sargento acabó con la cabeza abierta por un garrotazo. El diario El Imparcial recogía el ambiente barcelonés: «Para dar un ¡Viva a España! hay que empuñar la browning, o hallarse dispuesto a ir a la casa de socorro». La Liga Patriótica Española, sin reunir grandes masas y compuesta, según Ucelay-Da Cal, por oficiales de paisano, funcionarios de bajo rango, policías fuera de servicio, e «hinchas» del Real Club de Fútbol Español (y creemos que otros elementos como el incipiente Requeté), acabó «limpiando», al menos temporalmente, las Ramblas de separatistas. Los catalanistas acusan a este «movimiento» de fascismo, pero nunca han querido reconocer las influencias fascistas sobre los militantes del Estat Català de Macià. Las tácticas de violencia callejera y amedrentamiento en el grupo separatista, eran exactamente iguales y tomadas, gracias a Dencàs, del fascismo italiano que tanto admiraba.

La Liga Patriótica tuvo su propio manifiesto fundacional, titulado, como no, «¡Viva España!» y dirigido «A todos los buenos españoles». Se denunciaba que en «este trozo de España que se llama Cataluña» unos malvados catalanes «pretenden intervenir en la conferencia de paz [de París] para que le sea concedida a Cataluña la independencia que los villanos sueñan les llegue impuesta por el mandato de Europa». El texto exhortaba «un día y otro día a clamar (el ¡Viva España!) para ahogar con él las vociferaciones de esos perros separatistas». El grupo, como era costumbre en la época, tuvo su sede sobre el teatro Petit Pelayo, en las Ramblas, y su «grito de guerra» era la canción La hija de Malasaña que cantaba en el teatro Goya la cupletista Mary Focela y que concluía así: «¡Lucho como una leona / al grito de viva España! / Y es que por mis venas corre / la sangre de Malasaña».

82. LOS SINDICATOS LIBRES SE FUNDAN EN BARCELONA

Para los patriotas españoles catalanes se abrían dos frentes contrarios y complementarios. Por un lado el nacionalismo catalán, que despreciaba la Patria española, para sustituirla por la nación catalana; y, por otro lado, el anarquismo apátrida, que renegaba del patriotismo español y catalán. Como reacción a la violencia sindical, desatada en Cataluña especialmente, se fundó en Barcelona el Sindicato Libre, que luego se fue extendiendo a otras regiones de España, con el nombre de Confederación Nacional de Sindicatos Libres (CNSL), llegando a igualar en afiliados a la socialista Unión General de Trabajadores (UGT). Sobre los Sindicatos Libres se han propuesto muchas tesis: su pistolerismo salvaje, su carácter «mafioso», «amarillista», etcétera; en fin se les ha dicho de todo, menos guapos. Sin embargo, creemos que aún hace falta un estudio serio que dé razón de su aparición.

Su fundador y promotor, en 1919, fue un carlista leridano muy activista: Ramón Sales Amenós. El acto fundacional se realizó ante militantes carlistas en el Ateneo Obrero Legitimista de Barcelona. Encontramos entre sus primeros afiliados a jóvenes trabajadores y dependientes del comercio que formaban parte de los círculos jaimistas (carlistas) de la Ciudad Condal. Junto a Ramón Sales Amenós, hallamos a otros líderes como Juan Laguía Lliteras (el ideólogo), Ceferino Tarragó, Ignacio Jubert, Josep Baró, Jordi Bru, Estanislao Rico, Domingo Farré, Feliciano Baratech y Mariano Puyuelo (muchos de ellos memorables carlistas de su época). En 1929 la organización reconocía 197.853 afiliados y un 60% de ellos en Cataluña. El historiador Colin M. Winston ha estudiado la evolución del Sindicato Libre: en una primera fase (hasta principios de 1921), su expansión habría sido modesta, (en torno a diez mil afiliados, provenientes del carlismo); hasta 1922 se produjo un avance considerable, favorecido por la estrecha colaboración del general Severiano Martínez Anido, Gobernador Civil de Barcelona. Los cenetistas habían pasado a la clandestinidad y la violencia sindical contra los empresarios había aumentado; por tanto, la reacción e incremento de actividad del Sindicato Libre era lógica. De hecho, los miembros del Libre fueron los únicos con agallas para enfrentarse a la omnipotente organización anarquista que pretendía hacerse dueña del mundo obrero a base de asesinar empresarios. Sin embargo eso tuvo un precio: hasta 1923 sufrieron la muerte por asesinato 53 afiliados.

83. LA ENCARNIZADA MUERTE DE UN SINDICALISTA CATÓLICO

El Sindicato Libre, insistimos, aún debe ser estudiado, pues las acusaciones de colaborar con la patronal y de hacerle el «trabajo sucio», tampoco están tan claras (no negamos el pistolerismo, pero tampoco afirmamos que fuera una especie de mafia al servicio de la patronal, tal y como se nos ha presentado). En la agrupación siempre hubo un recelo ante los empresarios prepotentes —herencia del origen carlista de este sindicato— y nunca se abandonó el estilo obrerista, llegando incluso a tener relaciones «amigables» con la UGT. Por el contrario, las relaciones con los sindicatos católicos no fueron buenas, pues estaban controlados por potentados católicos y catalanistas (en el caso de Cataluña es muy claro). Sólo se llevaron bien con los sindicatos católicos fundados por los dominicos, que eran más combativos y nada «amarillistas». La labor social de los dominicos tenía su fuerza en la región vasco-navarra, por lo que la simbiosis carlista y sindicalista se daba en muchas zonas, como Azpeitia. En 1924, en un congreso en Pamplona decidieron fusionarse y crear la Confederación Nacional de Sindicatos Libres, de los dominicos José Gafo y Pedro Gerard.

Tras la proclamación de la II República comenzó una represión feroz contra el Sindicato Libre. Lluís Companys, en una de sus tantas intrigas y maldades, suscribió el llamado Pacto del Hambre, por el cual la patronal acordó con la CNT y la UGT no contratar a ningún trabajador afiliado a los Sindicatos Libres. Ramón Sales, el fundador, se exilió a Francia y regresó en 1935. Al estallar la Guerra Civil fue capturado por los milicianos anarquistas y consiguió huir; pero nuevamente retornó a Barcelona, para intentar montar una quinta columna en la retaguardia republicana. Nuevamente capturado, esta vez encontró una muerte terrible ante las oficinas de la Solidaridad Obrera: «Encadenaron los pies y las manos de Sales a cuatro camiones. Acto seguido los camiones emprendieron la marcha, en direcciones distintas». Así murió brutalmente descuartizado un catalán-español, obrerista y tradicionalista. Los anarquistas, ni que decirse hace falta, celebraron por todo lo alto la muerte del que había sido su enemigo más feroz. En un último acto de hipocresía, La Vanguardia al servicio de la República del día siguiente dio la noticia afirmando que simplemente había sido fusilado: «por quienes habían recibido mayores agravios de su funesta actuación».

84. LA UNIÓN PATRIÓTICA VS. LA TRAZA: VALLADOLID O BARCELONA

El General Primo de Rivera, tras su pronunciamiento, era consciente de que no podía gobernar sin contar con un mínimo de apoyo popular. Siendo Capitán General en Barcelona ya se había sentido arropado por los catalanistas de la Lliga. Pero, ahora en el poder, y habiendo dejado de lado las promesas a los catalanistas, debía encontrar nuevos apoyos. De hecho, pudo escoger entre dos movimientos. Por un lado la Unión Patriótica y, por otro lado, La Traza. La Unión Patriótica pretendía ser el partido «democrático» de un Régimen no democrático. Su origen lo tuvo en Valladolid, con la intención de crear una asociación que acogiera a «todos los hombres de buena voluntad». La ideología del nuevo movimiento era claramente conservadora y defensora de un centralismo político, un corporativismo antisindical y una no muy comprometida defensa de la religión católica, aunque sí con manifestaciones católicas grandilocuentes. El General también definió la Unión Patriótica como «un partido central, monárquico, templado y serenamente democrático»; y su divisa fue: «Patria, Religión y Monarquía», adaptación moderada del trilema carlista «Dios, Patria y Rey», (en la que la religión pasa sutilmente al segundo lugar del trilema). Pero ¿quién puso los fundamentos sociales e ideológicos de este nuevo partido, que parecía salir de la nada? El origen geográfico se sitúa en Valladolid, en el entorno de personas próximas al periódico El Debate, dirigido por Ángel Herrera Oria, fundador de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas. De hecho, el manifiesto fundacional se hace público en su periódico el 2 de diciembre de 1923. Posteriormente otras ciudades castellanas constituyeron uniones patrióticas, tales como Ávila, Burgos y Palencia. En 1926, la Unión Patriótica estaba asentada en todas las provincias españolas. La base militante era bastante heterogénea: la burguesía agrícola castellana, dirigentes de organizaciones católicas como la de Ángel Herrera, mauristas, mellistas y antiguos liberales.

Frente a este proyecto «castellano», Primo de Rivera pudo contar con otra organización netamente catalana y que se la considera el primer representante, después de la Liga Patriótica Española, del fascismo en España. Se trataba de La Traza. Esta organización se había creado en Barcelona en 1923. Su origen coincide con el decaimiento, durante el Directorio de Primo de Rivera de los Sindicatos Libres. Publicó un Manifiesto en julio de 1923 y se ofreció a Primo de Rivera como fuerza paramilitar para difundir e imponer la dictadura establecida por éste. El manifiesto tenía un tono popular y anticaciquil, y llamaba a una «unión patriótica de todos los ciudadanos españoles». Justo antes de su viaje a la Italia fascista, Primo de Rivera tuvo una entrevista con tres dirigentes tracistas; y, a su vuelta, fue recibido por una formación de 300 de ellos al grito de «¡Por España!, ¡viva La Traza!». Sin embargo, Primo de Rivera parecía desilusionado con el régimen italiano que acababa de visitar y apostó por la Unión Patriótica, que tenía tintes más moderados. La Traza, que había manifestado su voluntad en convertirse en partido político único, adquirió el nombre de Partido Somatenista Civil Español y, posteriormente, el de Federación Cívico-Somatenista. El fracaso de esta organización provocó que la mayoría de los trazistas ingresaran en la Unión Patriótica. Los más «puristas» se incorporaron a otras formaciones como la Derecha Social o la Peña Ibérica; y aunque estuvieron activos aún durante 1925, la entidad desapareció oficialmente en 1926. Un grupúsculo se mantuvo y acabó incorporándose, con los años, a la Falange Española de Cataluña.

85. UNIÓN MONÁRQUICA NACIONAL: OTRO PARTIDO ESENCIALMENTE CATALÁN

Con el nombre de Unión Monárquica Nacional se conocen diversas formaciones políticas de derechas y monárquicas. El embrión de todas ellas nació en Barcelona en 1919. Su alma mater fue Alfonso Sala y Argemí, después Conde de Egara, y contó con la nobleza alfonsina más españolista como Manuel Rius y Rius, Marqués de Olérdola, Darius Rumeu y Freixa, Barón de Viver, el Conde de Figols, el Conde de Montseny, el conde de Santa Maria de Pomers, o Luís Pons y Tusquet. Este movimiento era la oposición al sector conservador regionalista, aglutinado en torno a la Federació Monàrquica Autonomista. La Unión Monárquica Nacional, en esta primera versión, fue un movimiento que limitó su acción prácticamente a Cataluña. Primo de Rivera utilizó a sus dirigentes (engañándolos) para disolver la Mancomunidad catalana. Anteriormente, no recibiendo ningún apoyo del poder central, no pudo nunca disputar el poder electoral de la Lliga Regionalista, aunque sus dirigentes pertenecían a la misma elite industrial catalana. La burguesía españolista en Cataluña no encontró el apoyo popular que sí supo lograr la Lliga Regionalista. El éxito de ésta fue el poseer una «ideología» mucho más cautivadora, romántica y experta en modular los sentimientos: el catalanismo. El Partido de Alfonso Sala desapareció cuando se proclamó la II República Española y sus miembros se integraron, primero, en la Peña Blanca y posteriormente en Renovación Española.

86. EL SOMATÉN: ¿ESPAÑOLISTA O CATALANISTA?

En este epígrafe deberemos realizar un importante esfuerzo de síntesis, y de antemano pedimos disculpas si la escasez de espacio nos obliga a ser imprecisos. Las hermandades o Santas Hermandades eran instituciones medievales de autodefensa que proliferaron por todos los reinos de la Península. Eran los «hombres honrados» que tenían derecho a tomar las armas para defenderse ante el bandolerismo y las agresiones a las villas. Durante las revoluciones liberales del siglo XIX se constituyó en España la Milicia Nacional, con el fin de salvaguardar el «orden revolucionario». Los voluntarios ejercían el mismo papel de autodefensa; pero en este caso defendían a las élites liberales contra carlistas y otros ultramontanos. En Cataluña, la institución medieval fue derivando su nombre en Somatent. Se discute el origen etimológico y las interpretaciones son muchas. Por ejemplo, en los Usatges (recopilación de usos y costumbres) ya se habla de «metent só» (haciendo ruido, en referencia a la llamada a las armas); u otras explicaciones proponen que deriva de «som atents» (estamos atentos). Entre el siglo XVIII y XIX el Somatent fue sufriendo cambios, pasando de ser un cuerpo civil al servicio del Rey para imponer orden, a confundirse muchas veces con un cuerpo militarizado a modo de los «miquelets»: así, participó en la Guerra Gran o en la Guerra de la Independencia. En la medida que avanzaba el agitado siglo XIX, y se creaban las «dos Españas», el Somatén se fue politizando: apoyaron a la Regencia de Urgel, o en las Guerras carlistas participó en ambos bandos. A finales del siglo XIX el Somatén había dejado de ser una organización excepcional de defensa para convertirse en una «institución» paramilitar permanente, reglamentada y al servicio del poder público, normalmente liberal. Por aquel entonces, en Cataluña había 40.000 somatenes; eso sí, con medios más que precarios.

Al iniciarse el siglo XX, y ante el aumento de los atentados y asesinatos anarquistas, el somatén fue reforzado y creció en Cataluña. En 1919 llegó a su momento de máximo esplendor. El cuerpo contó con relaciones directas y apoyo del Ejército y, de paso, fue parte de su servicio de espionaje para controlar tanto a los anarquistas como a los de los Sindicatos Libres. La burguesía catalana, tanto la españolista como la catalanista, apoyó económicamente a esta ingente organización, que se convertía en un potencial ejército ciudadano. De hecho, tras la Semana Trágica, en 1909, La Lliga organizó una demostración de fuerza haciendo desfilar por Barcelona al Somatén con Cambó a la cabeza. Esta organización, típicamente catalana, fue copiada en Madrid y en otros lugares de España, aunque formalmente fue Primo de Rivera quien en septiembre de 1923, decretó la extensión del somatén a todo el Estado. Pero, sin lugar a dudas, el modelo a seguir era el catalán. En el periódico La Protesta, de apoyo riverista, el 16 de septiembre de 1923, se elogiaba el apoyo del somatén catalán al golpe militar: «Los somatenes se aprestan a colaborar en la obra de redención nacional. ¡Vivan los Somatenes Armados de Cataluña!». El nuevo somatén que iba a formar Primo de Rivera, quería entroncarse con la larga tradición medieval catalana. En El Heraldo de Madrid, del 13 de septiembre de 1923, se escribía: «Somos el somatén, de legendaria y honrosa tradición española y, como él, traemos por lema paz, paz, paz». Con la llegada de la República, las nuevas fuerzas revolucionarias intentaron controlar el somatén y adaptarlo al nuevo orden legal incluso «catalanizarlo». Pero la llegada de la Guerra Civil desveló la verdadera idiosincrasia del somatén catalán al ser asesinados muchos de sus miembros. Durante el franquismo el somatén catalán perduró contribuyendo a combatir a los maquis. Pero llegada la Democracia, el Senado lo suprimió en 1978. Así la Democracia acabó con otra de tantas formas de organización social fuera del Estado. En la actualidad esta, casi milenaria, institución catalana es sólo reconocida en Andorra como cuerpo de defensa legal.

Relatadas estas manifestaciones de la vitalidad española de Cataluña, y siendo conscientes de habernos dejado en el tintero mil más, ahora debemos adentrarnos a comprender cómo surgió el catalanismo. En plena explosión de amor patrio a España, emergía una ideología camuflada de sentimiento. La fuerza de este nuevo movimiento, en principio minoritario y luego de masas, contó con una mística especial. Este desarrollo cuasi-religioso sólo puede explicarse como un proceso de secularización que propició el propio catalanismo eclesial.

87. EN BUSCA DEL SANTO GRIAL: BUSCÁBAMOS A DIOS Y ENCONTRAMOS LA «NACIÓN»

Hay muchas formas de ilustrar cómo se produjo la secularización de la sociedad catalana y el inconsciente papel de la Iglesia catalanista en la creación de una nueva divinidad: la patria catalana. A lo largo de los últimos tres capítulos iremos describiendo otras formas de secularización, pero ahora nos centraremos en una insospechada: «el amor a la ciencia». Jaime Balmes inició la apologética católica, a mediados del XIX, con increíble agudeza y energía. Pero no fue el único catalán. Fue precisamente en la Cataluña que empezaba a secularizarse, a la par que se poblaba de santos, donde la Iglesia encabezó un movimiento de liderazgo científico. La preocupación por la ciencia no sólo entroncaba con una tradición milenaria (aunque negada) en la Iglesia. Ahora, especialmente, se trataba de combatir no ya herejías, sino el mismo ateísmo. Jaume Sente-Josa, en su obra Les ciències socials a la Renaixença, defiende la tesis de que: «en sus orígenes, la motivación del interés de los sectores más lúcidos de la Iglesia catalana para los estudios de las ciencias naturales fue, en gran medida, una reacción ante la ofensiva materialista que el darwinismo había despertado en Europa y que […] encontraba un amplio eco en los sectores del movimiento obrero influenciado por Marx y Bakunin».

Así, no es de extrañar que se forjara en Cataluña una generación de sacerdotes cultísimos, preocupados más por la ciencia que por la teología. Todos los estudios de estos sacerdotes giraron, en un principio, en torno a la geología. Esta disciplina debía ser dominada para poder combatir el evolucionismo darwinista. Georg Von Wright, en su obra Explicación y comprensión (Alianza, 1979) realiza la siguiente e importantísima observación: «La abundancia y peso específico de los intelectuales que se proclaman católicos en la Barcelona finisecular constituye, a mi modo de ver, una excepción en el mundo hispánico, […] Su orientación catalanista les lleva a comprometerse en un proyecto público, de surgimiento nacional que es, sí, de raíz cristiana pero que no tiene un carácter confesional». Entre las primeras instituciones autonómicas que puso en marcha Prat de la Riba estuvieron el Instituto de Estudios Catalanes y la Junta Autónoma de Ciencias Naturales de Barcelona. En ellas colaboraron muchos sacerdotes debido a su incontestable preparación científica.

En este fenómeno se encuentra la explicación de por qué en sus orígenes el catalanismo, antes de convertirse en movimiento político, se extendió por los movimientos excursionistas. En Barcelona se fundó en 1876 La Asociación Catalana de Excursiones Científicas y un poco más tarde la Asociación de Excursiones Catalana. Luego se fusionaron en la actualmente existente Centre Excursionista de Catalunya (1891), que aún hoy en día es uno de los focos más potentes del catalanismo. Lo que empezó siendo una actividad apologética-científica, acabó convirtiéndose en un instrumento de la emergente mística catalanista. En 1912, por ejemplo, el Padre José Guidol, presidente del Centro Excursionista de Vic, afirmaba en el discurso inaugural del Centro: «El excursionismo me muestra la Religión influyendo en el alma de nuestro pueblo». Mientras que en el resto de España el excursionismo tomaba un tono aséptico, en Cataluña los eclesiásticos se empeñaban en verlo como un fundamental instrumento catalanizador. En 1905, el Padre José Guitart, en un discurso a los excursionistas de Berga, les animaba a trabajar: «con constancia para la utilidad y gloria de nuestra tierra, que además de proporcionarnos medios para nuestro bien moral y material, contribuiremos a la regeneración y grandeza de Cataluña, nuestra amada Patria».

Igualmente la espeleología apareció en Cataluña y en España gracias a la iniciativa de los eclesiásticos. Aunque pronto, los mosenes catalanes encontraron en esta actividad una buena excusa para la reconstrucción «nacional». Así, por ejemplo, el Padre Marià Faura organizó el Club Muntanyenc, de señalado carácter catalanista, donde «todo es trabajar para el engrandecimiento de nuestra querida Cataluña, fin principal del Centro excursionista». En breve tiempo «excursión científica» se convirtió en el eufemismo de «excursión patriótica». El sacerdote Norbert Font, definía en su obra El excursionisme científic, que la finalidad del excursionismo: «no era otra que el descubrimiento científico, artístico y literario y, en consecuencia, político, de la Nacionalidad Catalana».

El canónigo Jaume Almera quería contribuir a la recristianización de Cataluña por medio de la ciencia, pero finalmente solo logró contribuir al crecimiento del catalanismo. En su obra De Montjuich al Papiol, uno puede encontrar afirmaciones exasperantes sobre el providencialismo divino llevado al extremo nacionalista: «Tales hechos [la orografía del valle del Llobregat] los tenía Dios decretados ab æterno para bien y regalo del hombre, y especialmente del hombre ciudadano y morador de Barcelona y sus entornos». Almera, amigo del ya conocido cuasi-fundador del catalanismo, Mn. Jaume Collell, participó en las celebraciones del milenario de Montserrat con artículos «científicos» sobre la geología, la Providencia y la Virgen de Montserrat.

Dentro del paroxismo cristiano-catalanista, el ya mencionado Norbert Font escribía Determinació de les comarques naturals de Catalunya. El eje central de la obra era que Dios había determinado las montañas como límites naturales de las antiguas tribus, y en ellas, estaba el génesis de las comarcas (y de paso, sin decirlo, de la organización territorial de Cataluña). Este sacerdote, en sus excursiones encontraba el santo Grial del catalanismo: la esencia de Cataluña; algo que no podía ocurrir en la Barcelona cosmopolita y pecadora, como reconoce en el prólogo que le escribe a Comas, en su obra Excursió, al admitir que en Barcelona (la ciudad del pecado): «no se sentía tan catalanista como cuando desde alguna cima del Pirineo contemplo embobado la tierra extendida a mis pies».

Digresión: La influencia del excursionismo catalanista fue tal, que los centros excursionistas fueron tomados como referencia por la Generalitat republicana para proponer una nueva organización territorial. De los centros catalanistas católicos surgieron personajes como Batista Roca, que se nutrieron de estos ambientes para preparar el «catalanismo insurreccional». Grupos como Palestra o el Club Català, eran organizaciones paramilitares ocultas tras grupos excursionistas. En tiempos de Franco el escultismo católico catalán se convirtió en uno de los focos de catalanismo más extenso. Más adelante volveremos sobre este tema.

88. WAGNER INVADE EL PASEO DE GRACIA Y EL ALMA DE LA ÉLITE CATALANA

No realizaremos un estudio en profundidad sobre Wagner y su influencia en Cataluña; y que nos disculpen de antemano los melómanos. Sólo podemos centrarnos brevemente en la tremenda influencia que tuvo en la burguesía catalana y, por ende, en el catalanismo. Si el excursionismo clerical, buscando a Dios, había encontrado la Patria ahora la Patria debía situarse en el lugar adecuado: el norte. Y Wagner iba a ser el guía en ese viaje. La arquitectura modernista que acompañaría al nacionalismo parece hacer cierta aquella frase de Wagner: «la arquitectura es música congelada»; y la música es la esencia del arte y por tanto debía reflejar el alma de un pueblo. Peius Gener, en la obra antes citada, insiste en que la cultura catalana nada tiene que ver con la madrileña. La cultura catalana huye del provincianismo y la vulgaridad: preconiza, por el contrario, la «religión de la belleza» como una manifestación de haber alcanzado un alto grado de civilización. Wagner, sobre todo en su primera etapa, había manifestado el deseo de alcanzar «el arte total», que debía manifestarse en su música. El wagnerismo en Cataluña se difundió principalmente por el Ateneo barcelonés y la revista Juventut (1900-1906), que se definía a sí misma como «periódico catalanista». Era una revista de wagnerianos convencidos que, paradójicamente, defendían la renovación musical frente a la tradición. Decimos paradójicamente, pues siendo catalanistas, eran partidarios de la música alemana sobre la italiana o la propia catalana.

La música de Wagner se recubrió de cierta mística que, incluso, llegó a confundirse alguna vez con el catolicismo, prueba de ello es la obra del francés Domènech Espanyol, titulada: L’Apothèose musicale de la Religion Catholique: «Persifal» de Wagner. Sin embargo, la mayoría no lo vió así. La primera generación de catalanistas decimonónicos, que había buceado en los estudios románicos de la lengua «llemosina», que había restaurado el Monasterio de Ripoll o que se había sumergido en los Archivos de la Corona de Aragón para fantasear con los Condes de Barcelona, era considerada como pasada de moda por los wagnerianos. De ahí la importancia que el compositor alemán comportará al nuevo catalanismo: representaba la Modernidad que venía del norte, de Europa. Superado el catalanismo «católico», arcaizante, retrogrado y medievalizante, aparecía el «modernismo», como la forma «auténtica» de vivir el catalanismo. En 1893 se celebra la primera fiesta modernista en Sitges. La revista L’Avenç rechazará la recuperación del catalán tradicional, para proponer una modernización del mismo; aparecen los Rusiñol y jóvenes melómanos como Enric Morera, devotos wagnerianos. En paralelo, Joan Maragall pretende, desde las páginas del Diario de Barcelona «perturbar las plácidas digestiones de la burguesía catalana», a golpe de artículos que les aboquen a la modernidad.

89. EL ALMA DE LA «NACIÓN» CATALANA ESTABA EN EL «NORTE» ARIO

El wagnerismo fue el imán de las vanguardias europeas, desde el straussismo hasta el impresionismo francés, que llegaban a Barcelona antes que a cualquier otro punto de España. Uno de sus devotos y promotores, Joaquín Marsillach, lo consideraba como un arte para el pueblo. En medio de una Barcelona en la que convivía una burguesía como pocas, junto a clases sociales profundamente desfavorecidas, y riesgos constantes de tumultos y atentados, el wagnerismo indujo a las elites catalanas a creer que eran responsables de la «educación» de las masas, sobre todo a través de la música. No es de extrañar que coincidieran dos movimientos, contrarios pero paralelos: los Coros de Anselmo Clavé, dedicado a los obreros; y el Orfeón Catalán de Millet, para los más conservadores y católicos. El Palau de la Música fue concebido para «la música auténtica» opuesta a la música escénica: zarzuelas, flamenquismo, incluso óperas; se oponía a todo menos al drama wagneriano.

Un personaje, de esos de segunda fila pero fundamentales para explicar ciertos acontecimientos fue Cebriá Montoliu. Este mallorquín fue el principal importador de la cultura anglosajona en ese momento, a la vez que un utopista que participó en la creación del Instituto Obrero Catalán, con el fin de redimir a los obreros mediante la cultura. Montoliu avisaba a los líderes catalanes del peligro de la incultura y la vulgarización: «por simple y cómoda pendiente conducirá fatalmente a una deplorable ruina todo nuestro renacimiento literario y nacional, convirtiéndonos pronto en una nación impotente de histéricos y epilépticos». La desaforada confianza de muchos en que Wagner iba a ser el nuevo mesías redentor del pueblo a través del «arte total» no acababa de convencer a gente de «seny» (sentido común), como Joan Maragall, quien llegó a escribir: «¿Quién engaña a quién? ¿Wagner a los críticos, los críticos al público, o éste a los críticos y así mismo?».

En 1898, José María Roviralta escribía en la prensa: «Paso libre, paso al Norte». A diferencia del «noucentisme» defendido por D’Ors (un intento de fundamentar el catalanismo en el clasicismo griego y latino), el «nortismo» buscaba sus modelos estéticos e intelectuales en el mudo germánico y anglosajón: en música, Wagner; en literatura, Scott. Como todos sabemos el «noucentisme» gozó de éxito efímero, y lo que fue verdaderamente penetrando en el alma del catalanismo fue «el nortismo». Así se entiende que el Palau de la Música, verdadero templo del catalanismo, sede del Orfeón catalán y feudo de los Millet, fuera adornado con valquirias y caballos mitológicos; o por qué el busto de Wagner ocupa en él un lugar preeminente. El paganismo ornamental, no impedía que en la principal esquina de la fachada del magnífico edificio modernista estuviera una estatua de sant Jordi. Paganismo y cristianismo se confundían icónicamente: pero no se convirtió el paganismo, sino que se paganizó el cristianismo. Uno de los redactores de Juventut, Xavier Viura, escribía: «La santa influencia del cristianismo hizo florecer, como otras rosas desconocidas hasta entonces, todos aquellos legítimos sentimientos caballerescos y puros que el aliento impuro del Renacimiento [que consideraba deshumanizador] mustiaba. El culto espiritual de la mujer, la dulce y honesta galantería sublimada hasta el sacrificio más heroico, la amistad, la defensa de la religión escarnecida constantemente por los sectarios de Mahoma». En el fondo se mixtificaban el mito de Parsifal y sant Jordi. Ambos eran dos caras de un mismo personaje.

Adriá Gual, famoso escenógrafo wagneriano, escribía también en la revista Juventut que las leyendas catalanas no eran bien conocidas y que teníamos que saber identificarlas con otras leyendas para entenderlas mejor. Proponía, indirectamente, una relación fraternal entre las leyendas artúricas, las germánicas y las catalanas medievales. Esto produciría un efecto catártico que nos liberaría de la verdadera Historia, para introducirnos en los arcanos místicos que nos harían entender el futuro. Aunque en pocas líneas es difícil explicar este fenómeno psíquico-social, es imprescindible conocerlo para entender por qué una burguesía conservadora quería ser a la vez revolucionaria (a menos que conservadurismo y revolución fueran también dos caras de los mismo). En el periódico L’Esquetlla, se escribía: «He aquí wagnerianos cómo, con constancia y fe por guía, hemos llegado a colocarnos, sino al nivel en todo, al menos en una manifestación artística, bien cerca de Europa, de la que nos encontrábamos alejados». La esencia de Cataluña no había que buscarla en sus raíces hispanorromanas o godas, ni en los verdaderos reinos medievales con sus glorias y miserias. La esencia de Cataluña estaba en el «norte».

En la tesis doctoral de Enrique Encabo, Las músicas del 98: (re)construyendo la identidad nacional, defendida en 2006, se sintetiza perfectamente este fenómeno: «Los Caballeros de la Tabla Redonda eran el modelo de la búsqueda de un santo Grial o símbolo oculto de la identidad primigenia. Por esta razón, Sant Jordi y el Dragón (la lucha caballero-héroe contra el monstruo para redimir la Belleza, el ideal amenazado, mito paralelo al de Perseo) aparece a menudo durante esta época de las artes plásticas o gráficas, no sólo como el máximo símbolo-oposición de la lucha de Cataluña contra Castilla, sino, al mismo tiempo, de la lucha del idealismo contra el materialismo y, en otro plano, del ángel contra el monstruo-máquina». Barcelona se convirtió al wagnerismo: su iconografía wagneriana se manifiesta en las vidrieras del Círculo del Liceo; las valquirias adornaban las majestuosas casas que la burguesía catalana se construían en el Paseo de Gracia. El estreno de Parsifal, el 31 de diciembre de 1913, produjo en Barcelona una auténtica «locura colectiva», según relata la prensa de la época. Cataluña era la tierra prometida y Wagner su Dios. El delirio fue tal que hasta la revista satírica Papitu saludaba el nuevo credo de la nueva religión: «Creo en un Dios-Wagner, genio todo poderoso, poeta, músico, creador del “leitmotif” y de la melodía infinita; creo en su tetralogía y en el Parsifal…». La «dèria» (locura) wagneriana había inoculado una mística en las élites catalanas y había abierto definitivamente las puertas del catalanismo; no como un mero posicionamiento ideológico, sino sobre todo como una mística cuasi religiosa. Ello explica la fuerza del fenómeno.

Digresión sociológica: En un artículo de Edgar Illas titulado Marià Vayreda: el carlismo reciclado y el inconsciente catalán, se define perfectamente a través de la figura del famoso literato Marià Vayreda, la evolución —contra natura— del carlismo al nacionalismo catalanista: La vida política de Vayreda, hijo de propietarios rentistas olotenses, empezó con un carlismo intenso que incluso le hizo luchar en la Tercera Guerra Carlista de 1872-1876 y se transformó más adelante en un devoto regionalismo católico-catalanista. Así, una vez perdidas la guerra y las esperanzas de éxito para la causa carlista, pasó de proclamar el «Dios, Patria, Rey y Fueros» a creer en el lema «Pàtria, Amor i Fe» católico-catalanista de los Jocs Florals de Barcelona y de la Renaixença. Cabe decir que, si bien su regionalismo catalanista ya se inscribió dentro del Estado y el mercado liberal, aún mantenía un profundo antiliberalismo, el cual se manifestó, no en los términos carlistas, sino en primer lugar en términos católicos contra el laicismo de la sociedad moderna; en segundo lugar en forma de apelación a los valores rurales en oposición a los industriales y, finalmente, en términos culturales al reivindicar una lengua y una tradición catalanas que, a diferencia de la lengua castellana, que era la de la política, podía establecer un espacio casi utópico de celebración y reconstrucción de la nación».

No dejamos de insistir en la importancia de estos ejemplos y procesos psico-sociales, que son los que realmente pueden explicar la aparición de ciertas ideologías. El catalanismo, contaminado de romanticismo, y sometido a las novedades europeas, empezó a cobrar vida propia y se deslindó de sus creadores conservadores y católicos.