XX. UNA HISTORIA INTERDISCIPLINAR DE LA CULTURA ITALIANA

Apuntes de metodología general. Descripción e interpretación. Esprit de géométrie y esprit de finesse. Generalistas y especialistas.

Los objetivos de una historia interdisciplinar de la cultura italiana son muchos y variados. Será oportuno resumirlos aquí, con la esperanza de sentar las bases de un proyecto científico de largo alcance para los próximos años que podría permitir la reconstrucción de la evolución de la cultura italiana. Los temas son extremadamente variados y el trabajo, pesado, porque se trata de recoger observaciones desde un gran número de puntos de vista, referido a un material vastísimo. Además, se trata de una obra de investigación que hay que tratar con las habituales normas de precisión, honestidad e inteligencia que caracterizan cualquier investigación científica de calidad. Si es posible, resultan de utilidad datos cuantitativos, distribuidos en el tiempo y en el espacio (regiones o ciudades), con uso de gráficos o mapas geográficos.

Interesan sólo aquellos aspectos de la cultura y de su historia que ayuden a explicar cómo han ido acumulándose los conocimientos, cómo se han transmitido y qué influencia han tenido sobre los mayores fenómenos sociales. Son las innovaciones, su origen, difusión, mantenimiento, sus beneficios y sus costes, las que explican la evolución cultural. Las motivaciones comunicadas, presumibles o efectivas, las influencias personales y sociales son los hechos de mayor interés. Pero también son importantes todos los factores que contribuyan a los cambios observados, al desarrollo, a la transformación y a la diferenciación de las culturas humanas. Por ello es útil profundizar tanto en la historia como en la geografía de objetos, técnicas, costumbres, valores, en general, todo aquello que forma parte de los conocimientos que cada uno de nosotros aprende en el curso de su vida y que sirven para guiarlo.

La investigación histórica es la más difícil que existe, porque, a diferencia del analista de laboratorio, el historiador no puede volver a reproducir la historia de nuevo e intentar alterarla para comprender la influencia de ciertos factores que considera determinantes. No hay, por tanto, la posibilidad de una auténtica repetición; pero en mis investigaciones sobre la evolución humana me he dado cuenta de un principio importante, que no ha sido destacado lo bastante todavía. Un mismo proceso histórico puede ser analizado desde distintos puntos de vista: demográfico, sociológico, económico, financiero, político, legal, moral, psicológico, histórico, arqueológico e, incluso, filosófico y religioso. El estudio multidisciplinar de la historia de cualquier país o proceso puede llenar muchos agujeros, porque se pueden encontrar informaciones respecto a un determinado periodo o suceso en una disciplina particular, mejores y más útiles que en otras. Además, siempre existe una interacción entre factores distintos que complica en buena parte el análisis, pero también lo hace más rico e informativo, y puede revelarse mejor si los distintos factores se estudian en conjunto. La cultura, como cualquier otro fenómeno, puede ser descrita estadística o dinámicamente; como estado o como proceso. Lo mejor es contemplarla, cuando es posible, de ambas maneras y desde todos los aspectos de las distintas disciplinas sobre las que conseguimos tener información. Siempre es mejor pensar en el interés y la utilidad de la visión multidisciplinar y no menospreciar ninguna de las oportunidades interesantes que puede ofrecernos.

En una primera fase, la investigación es principalmente descriptiva, porque la información en sí misma es interesante y necesaria, aunque sea difícil de comprender y de explicar, entre otras cosas porque hasta ahora se ha hecho muy poco trabajo consistente de interpretación de los fenómenos culturales. La segunda fase de cualquier investigación científica, por regla general la más interesante (durante la misma se establecen hipótesis y se buscan maneras de probarlas o, como suele decirse, «falsarias», quizá con la esperanza de no conseguirlo), es todavía difícil en este campo y hay que aventurarse en ella con humildad y discreción. En una investigación muy parecida, sobre las causas de la evolución biológica (en vez de la cultural), Darwin recomendaba no tener demasiado miedo a formular hipótesis, pese a todo, porque esto hace que la investigación sea más útil e interesante. En la evolución biológica, él pudo descubrir el proceso fundamental de esta manera, la selección natural, y halló en la demografía, en particular en la capacidad individual de sobrevivir y de reproducirse, la disciplina que se lo permitió. El principal continuador de la obra de Darwin, el estadístico y genetista Fisher, en su obra El teorema fundamental de la selección natural fundamentó en la demografía el cálculo de la selección natural. Para dar una visión simplificada de la misma, que seguirá siendo inevitablemente abstracta, la «fitness darwiniana» responde al número de hijos de un individuo que contribuyen a la próxima generación y la velocidad de la selección natural, medida a partir de la fitness media, es proporcional a la variación entre individuos de la fitness darwiniana.

Como ya hemos visto, en la evolución cultural existen dos niveles de selección: el primero, tal vez más fácil o comprensible, es la selección cultural, es decir, la búsqueda y la aceptación por nuestra parte de una conducta, nueva o antigua, que puede influir en la evolución: inventar y decidir, frente a una propuesta de innovación, si aceptarla y cambiar de comportamiento o rechazarla y seguir como antes. ¿Qué factores controlan la selección cultural? Resulta claro que es la suma de los aprendizajes sobre la innovación hasta el momento en que hay que tomar una decisión, que forman nuestros deseos y nuestras preferencias útiles para tomar la decisión, pero también los valores que aceptamos y que intentamos seguir en nuestra vida cotidiana o en circunstancias especiales (o que a lo mejor fingimos seguir cuando nos decidimos por una conducta o por otra). Acerca de estos factores, la psicología está aprendiendo fatigosamente algunas cosas y está llevando a cabo algunas mediciones interesantes; una explicación a un nivel más profundo podrá llegarnos (y en cierta medida, pequeña, está empezando a llegar) gracias a la neurofisiología del cerebro.

Recuerdo la complicación, por otra parte fundamental, de la que he hablado más arriba, de que nuestras decisiones a nivel cultural son luego sometidas a un tribunal más elevado, la selección natural, que las juzga y decide automáticamente según nuestra supervivencia y reproducción si tendrán importancia para las generaciones sucesivas y en qué medida. Al final, la selección natural tiene siempre la última palabra al determinar el futuro del comportamiento de la especie a largo plazo. Nunca como hoy se toman decisiones culturales que pueden influir, de manera incluso tosca y potencialmente desastrosa, en nuestro futuro. Pensemos sólo en nuestro influjo en los cambios climáticos, la globalización económica, las divergencias religiosas que no son una novedad, dado que las guerras religiosas siempre se han encontrado entre las más terribles, pero que siguen siéndolo al unirse a las tribales, por no hablar de los nuevos medios de destrucción masiva.

¿Cómo juzgar el valor de nuestras interpretaciones? Pascal dio un nombre muy interesante a dos criterios: el esprit de géométrie y el esprit de finesse. El primero abarca la lógica y la matemática, más o menos el criterio deductivo, mientras que el segundo, el sentido común y la intuición, el criterio inductivo. El segundo criterio recuerda el «cerebro fino» o «agudo» que el refrán atribuye a los campesinos, junto con los «zapatos gruesos»[2]. En realidad, el criterio preferible está a medio camino entre los dos, y yo lo llamaría criterio estadístico, cuya necesidad de todos modos está motivada por el hecho de que existen enormes variaciones individuales que exigen trabajar con cantidades, lo que nos permite calcular promedios, o con porcentajes, teniendo en cuenta sus errores estadísticos. Por desgracia, esto no supone que el criterio estadístico necesariamente nos lleve a la verdad. Me gusta recordar lo que Fisher, el fundador de la estadística moderna, decía: existen tres tipos de engaños, esto es, las mentiras, las mentiras blancas y la estadística. He traducido literalmente del inglés: una mentira «blanca» (white lie) es una mentira que se hace perdonar debido al motivo por el cual se ha formulado. Las decisiones «politically correct» suelen ser mentiras blancas. Los políticos utilizan muchas veces la tercera vía, por regla general mintiendo conscientemente sin buenos motivos y, por tanto, sin que sean perdonables. Nosotros no tendríamos motivos, al menos eso creo, para intentar mentir con la estadística, pero con frecuencia las estadísticas han sido mal elaboradas o son difíciles de interpretar, incluso sin que exista en ello ninguna malicia. Por tanto, las estadísticas pueden mentir aunque no exista ninguna voluntad de hacerlo. La única protección contra este tipo de error procede del esprit de finesse y, algunas veces, tan sólo del olfato. Pero ¿quién tiene siempre buen olfato?

He podido percibir una profunda diferencia entre el método de enseñanza americano y el italiano, pero no he visto nunca un análisis o siquiera una mención al respecto. Es importante que hablemos aquí de ello. En Italia, la enseñanza es de tipo enciclopédico: se pretende enseñar todo respecto a una disciplina y, posiblemente, de todas las disciplinas. Al menos esto era así en el instituto clásico al que yo asistí entre las dos guerras; naturalmente, concentrándose en las materias humanísticas. Este enciclopedismo impide profundizar en cualquier parte de cualquier materia y tiende a crear generalistas. En América, la enseñanza tiende a concentrarse en algunos, pocos por regla general, ejemplos considerados paradigmáticos, con los que se puede profundizar con facilidad. Esto tiende a crear especialistas. El mundo moderno induce a necesitar, sobre todo, especialistas en campos muy distintos y la especialización no se aprende en la escuela, sino en el trabajo. Pero es útil aprender ya en la escuela a profundizar, a tocar el fondo actual de los conocimientos y de los problemas que la investigación nos va planteando. Los generalistas son importantes, pero no se necesitan muchos. Esto sugiere que hay que utilizar, allí donde sea posible, una estrategia mixta.

En algunos campos, sobre todo en la crítica artística o literaria habitual en los periódicos, existe cierta tendencia a utilizar un lenguaje esotérico, una grandilocuencia o un hermetismo que no son aceptables. Una historia de la cultura italiana no es un pretexto para la glorificación del pueblo italiano: una justa distancia y una correcta objetividad son mejores que la libre manifestación de un afecto desmesurado. El apego a la patria chica es una característica italiana que tiene también muchos lados negativos. Es tal vez una de las motivaciones más fuertes de ese fenómeno tan frecuente en Italia, que parece alcanzar niveles paroxísticos en la Toscana: el odio entre ciudades vecinas. No sé si podría afirmarse, o excluirse, que se remonta incluso a los etruscos, pero indudablemente en Dante tenemos excelentes ejemplos de ello.

Mientras resulte posible, convendría retroceder en la historia y hasta en la arqueología, en todas las disciplinas. Hoy el turismo es una de las mayores industrias italianas y existen incluso muchos lugares de formación de personal, por tanto el tema es importante. Pero vale la pena recordar que el grand tour de los ingleses d’élite en los siglos XVIII y XIX daba mucha importancia a Italia, aunque muchos lugares fueran, sin duda, incómodos. He visto una guía de finales del XVIII realizada por un inglés para algunas damas inglesas que querían recorrer Italia con informaciones hasta de precios, pulgas y piojos. Sterne, Byron y Shelley fueron huéspedes importantes en Italia. En la época de Sterne, Goethe escribió su Viaje a Italia, uno de los libros más hermosos que he leído, tan lleno de entusiasmo.

Podemos, finalmente, preguntarnos: ¿por qué deberíamos embarcarnos en un viaje tan fatigoso? Muchos responderán afirmativamente a la idea de que la cultura está en continua evolución y que, por tanto, es una lástima que la pasada se pierda por completo allí donde no se realice un esfuerzo por recordarla mientras esté viva y presente en nuestras mentes o mientras se encuentren todavía los documentos, que están siendo destruidos continuamente. Mantener el recuerdo y fijarlo para que no se pierda es importante no sólo por motivos sentimentales, sino también porque hay muchas cosas que podemos aprender de la historia. Sin pretender enseñar nada ni querer encaminar el futuro —intentar hacerlo sería profundamente ingenuo o arrogante— es posible que algunos encuentren ahí ayuda para nuevas ideas que sirvan para mejorar nuestra conducta social en direcciones productivas.