XIX. CULTURAS NACIONALES

Motivaciones personales que pueden ser compartidas por muchas personas. Amar las culturas ajenas, observar las diferencias entre nosotros y los otros y comprender sus razones, si es posible hacerlo. ¿Por qué debemos ocuparnos de la cultura de nuestro propio pueblo?

Quien esto escribe ha tenido varias motivaciones para ocuparse de la cultura. Empecé a interesarme sobre el tema cuando entré en contacto con el pueblo que conserva las costumbres más antiguas que existen todavía en la Tierra, los pigmeos Africanos, y me quedé profundamente admirado, como también les sucedió a todos los que me acompañaron en las expediciones por África central. Mi trabajo de investigación sobre la evolución genética del hombre moderno (los últimos cien mil años de evolución, que también son los más importantes) me ha acabado convenciendo de que la evolución cultural ha sido la parte más decisiva: ha sido muy interesante reconstruir la parte genética, y es una ayuda utilísima para nuestra comprensión de la genética médica, pero si no se tiene en cuenta el componente cultural, las conclusiones carecen de una buena parte de su componente causal.

En definitiva, y éste será tal vez un motivo que otros podrán compartir fácilmente, siempre me ha resultado grato descubrir nuevas culturas, más cercanas a las nuestras que las de los pigmeos. He tenido la ocasión de pasar bastante tiempo en inmersión completa en tres países europeos. Estuve en Inglaterra antes de la guerra, para estudiar inglés, y después de la guerra para dedicarme a la investigación y a la enseñanza {un total de casi tres años). Pasé un tiempo en Alemania durante la guerra, en 1942, afortunadamente como becario y no como prisionero, en la época en que Italia y Alemania todavía eran aliados y las terribles noticias sobre los campos de concentración alemanes aún eran completamente desconocidas. En Francia pasé dos meses en una de las más bellas ciudades del mundo, París, y unos diez periodos de similar duración en muchos territorios franceses de ultramar, como antaño se llamaban. Aquí tuve ocasión de conocer muchos aspectos de la cultura francesa, aparte de las locales.

Siempre me fue de gran ayuda un buen conocimiento de las lenguas locales (con la excepción, ay, de las lenguas Africanas). Sin dicho conocimiento es imposible llegar a una comprensión profunda de la gente y de sus formas de vida; el conocimiento de las lenguas de los pueblos con los que se entra en contacto facilita unas relaciones que, por las frecuentes diferencias de costumbres, no siempre se aceptan de buen grado. Es muy instructivo hallar virtudes y defectos en nuestra cultura y en otras culturas a partir de una comparación directa. La oportunidad de conocer mejor a los otros es la mejor manera de aprender la tolerancia y de sentir el placer de las diferencias. La globalización, que es totalmente inevitable, llevará a una notable disminución de las diversidades culturales, pero difícilmente ésta será completa y además, está claro que no será algo que ocurra a corto plazo. Por otro lado, en algunos aspectos la globalización no puede ser más que algo beneficioso, en el sentido de que nos hará más hospitalarios y más capaces de olvidar las pequeñas mezquindades, a las que todavía estamos apegados, y de convertirnos en verdaderos ciudadanos del mundo.

Aunque podamos observar que, bajo una fachada exterior profundamente distinta, los diversos tipos humanos que se encuentran en los diferentes países son, en el fondo, exactamente los mismos, en todas partes existe una pátina nacional particular de cada país. En parte, ésta es tan superficial como pueden serlo los vestidos, el corte de pelo, el color de la piel o algún rasgo del rostro, pero no es difícil descubrir que existe una cultura nacional en cada país. Es más difícil dar una definición de las diversas culturas, porque a menudo se trata de matices, mientras que es más interesante intentar comprender las razones de las diferencias. Las fronteras políticas desempeñan un papel fundamental porque también definen el sistema educativo y la lengua, que por regla general son importantes. Existen grandes diferencias entre suizos franceses, alemanes e italianos, quienes muestran algunas semejanzas con los pueblos de las mismas lenguas en otros países, aunque tengan una fuerte impronta nacional, al margen de la estatua de Guillermo Tell. Algunas veces es la religión la que divide, como ocurre en otras partes con la lengua (por ejemplo, en Holanda), y se añade, como factor de diversificación, a la diferencia territorial que impone siempre, por lo menos, una diferencia dialectal. Una clara combinación de diversidad por lenguas y tradiciones (por ejemplo, en Bélgica) refuerza un poco las diferencias y disminuye la simpatía recíproca entre los habitantes de partes distintas de una misma nación.

La política por sí sola puede crear grandes diferencias: en Alemania oriental, cincuenta años de control soviético parecen haber creado una fuerte apatía en la población, no inferior a la rusa. Esto puede sorprender, porque en Rusia el régimen marxista tuvo una duración mucho más larga y dictadores más feroces. Sin embargo, en Rusia aquel régimen fue acogido, mejor dicho, creado, con un entusiasmo auténtico y llevó a un cambio total en la implantación de la enseñanza en las escuelas, algo que no era deficitario en la Alemania oriental. Tal vez el orden de importancia de los distintos factores que influyen y crean las culturas nacionales sea el siguiente: historia y tradiciones culturales, política, economía, variación lingüística y religiosa. No creo que la genética sea importante, pero ésta es una impresión que sería de todas formas muy difícil de verificar con un buen método científico, entre otras cosas porque también es muy difícil cuantificar la historia y las tradiciones. Una obra de reconstrucción de la historia cultural puede crear un material de base, pero serían necesarias obras similares en otros países. La única enciclopedia cultural que conozco fue creada hace cerca de cien años por el imperio austrohúngaro, un país multicultural, y estaba basada, naturalmente, en métodos muy distintos. Se habló hace unos años en Austria de recrear una obra como aquélla, pero el éxito político de la corriente nacionalista lo ha hecho imposible.

Viajando por Italia podemos percibir una globalización de la agricultura, de los comercios y de la parte moderna de las ciudades, lo que sin duda tendrá ventajas económicas y prácticas, pero también ha destruido un paisaje y una atmósfera, caracterizados por una profunda variación de un distrito cultural a otro, observable más o menos cada cincuenta kilómetros, y a la que todos estábamos acostumbrados. Volver a verla, siquiera en efigie, volver a oír sus historias de un pasado muy distinto pero también reciente que ha generado la realidad actual, podría ayudarnos a comprender algunas cosas extrañas que, de otro modo, podrían ser inexplicables. Parece una debilidad romántica, pero en realidad puede ser una propuesta productiva. Examinar nuestro propio pasado y presente (no añado hablar del futuro, porque es muy difícil, aunque sea una posibilidad que no hay que descartar por completo) y buscar en el pasado la causa de errores del presente puede ser muy instructivo. Por desgracia, en Italia tiende a prevalecer una oscilación entre el entusiasmo chovinista carente de sentido crítico y una autocrítica feroz, actitudes que resultan, ambas, completamente improductivas. Una valoración afectuosa pero imparcial, como la realizada por los mejores extranjeros en referencia a nosotros, sería una manifestación de patriotismo más inteligente.