XIV. LA SELECCIÓN NATURAL CONTROLA LOS CAMBIOS CULTURALES

Los cambios culturales están determinados por nuestras elecciones y decisiones, pero comportan inevitablemente cambios demográficos que tienen consecuencias sobre la selección natural. La selección natural ejercita por tanto un control automático sobre nuestras elecciones, cuando termina la selección cultural.

Sería erróneo pensar que la selección natural no tiene ninguna influencia sobre la evolución cultural. Recordemos que la selección natural es la manifestación de fuerzas demográficas, es decir, la supervivencia (por lo menos hasta la edad de la reproducción) y la generación de hijos. De hecho, tanto Darwin como su seguidor Alfred Russel Wallace, que escribió un trabajo sobre la selección natural al mismo tiempo que Darwin, basaron su convicción sobre la importancia de la selección natural en la teoría de Malthus, según la cual los recursos crecen lentamente, mientras que la reproducción tiende a crear un aumento exponencial de la población. Si los habitantes de una región doblan su número en cada generación, como sucede hoy en día en los países en vías de desarrollo, y el ritmo de reproducción se mantiene, el número de habitantes de esa región alcanza rápidamente cifras que superan con mucho los recursos disponibles. Si nuestras decisiones culturales influyen en los ritmos de reproducción o en las tasas de mortalidad de manera negativa o excesivamente positiva, existen serios peligros y dificultades. El ejemplo más claro es el que está relacionado con el uso de drogas peligrosas que generan una elevada tasa de mortalidad por sobredosis o por la mala calidad del producto. Puede ser difícil resistirse a la oferta de los amigos y no adquirir un hábito que a menudo degenera en dependencia, esto es, la aparición de un grave síndrome de abstinencia si no se consigue obtener el producto.

Hay ejemplos de graves enfermedades unidas a costumbres peligrosas que nada tienen que ver con la euforia y la excitación estimuladas por las drogas, y que influyen directamente sobre los centros nerviosos responsables del placer. Una enfermedad muy parecida a la que denominamos «mal de las vacas locas» fue descubierta en una tribu (llamada fore) de Nueva Guinea, donde era conocida con el nombre de kuru. El virólogo americano Carleton Gajdusek, inyectando en algunos chimpancés materia extraída del cerebro de personas muertas afectadas por dicha enfermedad, pudo demostrar que ésta se transmitía por el contagio provocado durante el rito del canibalismo practicado con los cadáveres de los parientes propios enfermos de kuru. Al principio se pensó que se trataba de una enfermedad genética, dado que se manifestaba en familias que habían consumido el cerebro de familiares muertos de kuru. El virus del kuru resiste incluso las altas temperaturas a las que era sometido el cadáver, y no está formado por ADN, sino por una proteína presente en el cerebro, capaz de autorreproducirse.

Una enfermedad llamada «scrupia», muy parecida al kuru, es frecuente en las ovejas y se manifiesta en ellas con síntomas de degeneración cerebral parecidos a los que se observan en el kuru. Se transmitía a los bovinos por el uso alimentario de carne de ovejas muertas por «scrupia». La enfermedad, aunque bastante rara, era ya conocida con el nombre de la enfermedad de Creutzfeldt-Jacob y tal vez se había transmitido por el consumo de cerebro de ovejas infectadas. El descubrimiento de la causa del kuru fue comunicado a los miembros de la tribu fore (a los que tuve ocasión de visitar en 1967), pero no fue aceptada de inmediato y el canibalismo ritual con los parientes, que era considerado un deber hacia los difuntos, continuó durante algún tiempo: una prueba notable de la fuerza de las tradiciones. Sólo después de cierto tiempo fue posible convencer a los fore de que abandonaran esa peligrosa costumbre y la enfermedad prácticamente ha desaparecido.

En Nueva Guinea existían otras costumbres peligrosas, que tal vez estén presentes todavía en la parte occidental de la isla, controlada por Indonesia. En la época de mi visita se seguía practicando la caza de las cabezas de los enemigos y las diversas técnicas utilizadas para reducir y conservar las cabezas como trofeos. En Dancalla los afar tal vez conservan todavía la costumbre de ofrecer como regalo de bodas a la esposa los testículos de los enemigos muertos, como prueba de virilidad (a pesar de que, en mis escasísimos contactos con esta etnia, los encontré muy cordiales y amables). Entre los animales son frecuentes las luchas por la posesión de una hembra, que pueden incluso acabar con la muerte de uno de los dos contendientes; pero, por regla general, terminan antes de que sean infligidas heridas graves. También en Nueva Guinea los jóvenes muestran su valor tirándose desde la cima de un árbol atados a una soga elástica, preparada por ellos y atada a la punta del árbol, todo lo larga que es necesario para detener la caída lo más cerca del suelo. Esta prueba (bungee) se ha convertido en un deporte extendido en Australia, aunque en la práctica deportiva el salto se efectúa desde lo alto de un puente y la rotura de la cuerda sólo provocaría una caída al agua. Competiciones de habilidad que comportan peligros con la misión de conquistar a un miembro del otro sexo son modos frecuentes de practicar la selección sexual y existen en casi todas las especies.

Estos ejemplos más bien exóticos no serán tan convincentes como una simple consideración que se refiere a la nación italiana. Cada año hay decenas de miles de muertos en accidentes de tráfico en todo el país. Muy a menudo la causa es la imprudencia del conductor o del accidentado. El conocimiento y la observación de las normas de tráfico pueden ayudar a disminuir los accidentes. Desde que las nuevas normas de disciplina del tráfico en Italia se han hecho más severas y se han establecido rígidos controles con penas importantes, como la retirada del carnet de conducir, en pocas semanas el tráfico automovilístico se ha hecho, en casi todas partes, ordenado y regularizado dentro de los límites de las leyes, con lo que la frecuencia de los accidentes ha disminuido de forma sensible. No sabemos, como es natural, cuán duradero será este cambio, pero hoy estas leyes tienen que ser cumplidas. Yo soy distraído y cuando voy a Inglaterra siento que, al cruzar la calle, me expongo con bastante frecuencia al peligro, por cuanto se me olvida que el tráfico circula en sentido contrario al que estoy acostumbrado en el resto del mundo. La primera vez llegué con mi familia, compuesta en aquel entonces por un único hijo, conduciendo un coche que había embarcado en el ferry Boulogne-Folkestone para atravesar el canal de la Mancha. Hicimos el trayecto de noche y bajamos del barco por la mañana temprano. Había niebla, yo apenas había dormido y había poquísimo tráfico, pero en un momento dado surgió de la niebla un inmenso camión que venía directamente hacia mí. ¡Yo iba conduciendo por la derecha! Conseguí virar a la izquierda a tiempo y evitar así el desastre. Hay que seguir las reglas culturales con atención, porque de otra manera la selección natural sigue su curso y corrige los errores con modos que pueden ser brutales, tanto si se trata de errores culturales como genéticos.

En conclusión, la evolución cultural puede hacer lo que le parezca, pero siempre será bajo el control de la selección natural. Esta ultima siempre corrige los errores, lo que ofrece una garantía ante la posibilidad de que éstos sean demasiado graves; de todas maneras, también puede afectar a muchos inocentes.