XIII. HERENCIA CULTURAL ESTABLE Y VARIACIÓN CULTURAL RÁPIDA

Contraste entre ejemplos de herencia cultural, que resiste durante siglos, a veces hasta milenios, y de cambios culturales rápidos. Cómo puede explicarse la diferencia. Una parte de la explicación tiene que buscarse en las «organizaciones e instituciones culturales», algunas de las cuales constituyen auténticos «refugios» que, creados para resolver problemas sociales, políticos, económicos y de vida física, son en esencia entidades que se autorreproducen y han adquirido una existencia casi independiente.

Existen muchos ejemplos de refugios, entendidos como habitáculos o lugares de vida habitual (memes o semas «físicos», llamémoslos como queramos llamarlos), que muestran una herencia y una resistencia extraordinaria en el tiempo. Por ejemplo, las ciudades continúan existiendo en el mismo lugar y, en algunos casos excepcionales, las mismas casas son habitadas durante miles de años. Hay costumbres que parecen antiquísimas. Sorprende descubrir cómo se parecen, aunque tengan nombres distintos, las divinidades de los pueblos indoeuropeos hindúes, germánicos, griegos y romanos. Determinadas vírgenes negras difundidas por el Mediterráneo son probablemente fruto de ritos muy antiguos, claramente precristianos y tal vez preneolíticos. Algunas lenguas, distanciadas por miles de años y que en la actualidad se hablan sólo en regiones muy alejadas, muestran todavía semejanzas entre sí que bastantes lingüistas interpretan como prueba de un lejano origen común. Estos son ejemplos de una herencia cultural fuerte, casi tan fuerte como la genética, y resulta natural preguntarse por qué ciertos fenómenos culturales se mantienen tan tenazmente, mientras que otros tienen una vida efímera. Se han dado muchísimas explicaciones y es importante examinarlas.

La primera se puso de moda en 1975 y se llama «sociobiología». Es el título de un libro de Edward O. Wilson, un óptimo entomólogo y ecólogo americano que, inspirado por la muy conocida organización social de las abejas y de las hormigas (los insectos eusociales), adelantó la hipótesis de que también en el hombre muchos comportamientos sociales están determinados genéticamente y de que la cultura humana en su totalidad está profundamente controlada por los genes, como ocurre con esos insectos (Wilson, 1979). Pero las sociedades de los insectos denominados por este motivo eusociales están mucho más organizadas y son más eficaces que las nuestras, precisamente porque el comportamiento de sus miembros está en gran parte determinado genéticamente, incluso hasta en los detalles, mientras que en el hombre existe un complejo sistema de aprendizaje individual y social que requiere muchos años de nuestra vida. En la economía de caza y recolección los jóvenes alcanzan un mínimo de conocimientos necesarios para la vida independiente, pero siguen viviendo en grupo; en la economía agrícola el aprendizaje dura más y el tiempo necesario para una buena maduración profesional está aumentando continuamente. El sistema de comunicación social humano implica también una variedad de especializaciones mucho mayor que el que necesita cualquier insecto. El resultado es que cada uno de nosotros tiene un radio de acción y de decisión y, en consecuencia —utilizando una palabra imprecisa pero más satisfactoria desde el plano emocional—, de libertad individual mucho más amplío que el de cualquier insecto.

El impulso de la sociobiología, realizado con cierta habilidad por su fundador, ha encontrado a valedores tan entusiastas que se ha creado, entre quienes examinan su trabajo, la impresión de que algunos han pecado de cierta ligereza. También existe la impresión de que algunos de ellos están motivados por una posición política de derecha radical, profundamente racista, que limita su capacidad crítica. Pero la sociobiología ha encontrado también muchos detractores, igual de entusiastas, entre ellos quien esto escribe, que no puede ser acusado de ninguna posición política radical, ni de derechas ni de izquierdas. Debido al ataque de muchos críticos, la sociobiología ha cambiado de nombre y hoy se llama «psicología evolucionista»: la teoría ha mejorado, pero sigue siendo poco crítica e ignora el poder de la herencia cultural y la dificultad de diferenciarla de la biológica, que es particularmente poderosa en el hombre, ante la imposibilidad de llevar a cabo experimentos genéticos. La psicología evolucionista también ignora el hecho de que en el hombre la conducta en gran parte es aprendida, por enseñanza directa y por el ejemplo ofrecido por la sociedad a la que pertenece (y también por otras sociedades).

En los escasos animales que pueden ser criados es posible realizar experimentos para valorar la base genética de algunas conductas, obteniendo resultados convincentes. Pero la imposibilidad de una comunicación directa limita enormemente la validez y la profundidad de los posibles análisis psicológicos de los animales, por lo que, probablemente de forma errónea, muchos se obstinan en negarles a los animales sensibilidad y capacidades racionales parecidas a las nuestras. En el hombre, las posibilidades de análisis psicológicos son, como es natural, bastante superiores, aunque sea lícito dudar de la utilidad de algunos cuestionarios algo ingenuos. De todos modos, las posibilidades de análisis genéticos son bastante modestas y las conclusiones que suelen extraerse gozan de cierta popularidad injustificada, como por ejemplo la identificación de los genes del altruismo, de la curiosidad, de la criminalidad y cosas por el estilo, y son siempre bastante débiles.

El carácter psicológico medido con mayor frecuencia, el cociente intelectual, ha dado origen a notables errores de interpretación. Los principales errores cometidos incluso por los mejores laboratorios, errores que por fortuna han sido reconocidos oficialmente por los mismos responsables, tienen que ver con la medida de la cuota de variación global del CI debida a los genes, la denominada «heredabilidad del CI». En un principio, ésta fue considerada altísima (alrededor del ochenta-noventa por ciento) por la mayoría, pero el análisis más correcto del que disponemos en la actualidad ha mostrado que la variación individual del CI se debe sólo en un tercio a factores genéticos, otro tercio a factores de herencia cultural (que también se puede llamar «ambiente transmisible», entendiendo ambiente en sentido general) y otro tercio a factores de desarrollo que han influido sobre el individuo concreto. Este resultado es tal vez parecido al que se podría encontrar también en otros caracteres psicológicos mucho menos estudiados y es bastante deprimente el hecho de que, incluso con los conocimientos sobre el genoma que van a estar a disposición de los investigadores gracias a recientes estudios, no resultará nada fácil profundizar en dicha investigación, obstaculizada por el gran número de genes que pueden contribuir al CI.

Existen otros factores, no genéticos, que hacen que la herencia cultural sea bastante conservadora. Ante todo, la evolución por transmisión vertical es casi tan lenta como la genética. Lo que aprendemos de la familia pertenece a este modo de transmisión y se extiende a muchos campos: desde la religión hasta la política, a los valores morales, a las costumbres más apreciadas y a muchos comportamientos. Cuando la enseñanza es precoz y eficaz, lo que es aprendido en familia puede resultar particularmente tenaz (como el gusto por las comidas guisadas por la madre o incluso por el servicio doméstico, en el caso de que aquellas comidas estuvieran buenas y hubieran sido preparadas con amor). Sabemos, no obstante, que existen muchos casos de rebelión ante lo que a veces es percibido como una «tiranía de la familia»; por tanto, la herencia familiar no siempre funciona y lo mismo vale para otros aprendizajes que se dan en condiciones que son advertidas como profundamente desagradables. Además de lo que aprendemos en familia, hay una parte de nuestro aprendizaje que está unido a la sociedad en que vivimos y que, por regla general, tiene una herencia muy fuerte. En efecto, la sociedad cambia con el tiempo, pero estos cambios suelen ser lentos.

Existe, por último, una parte importante del medio que es heredada con independencia de los genes y del aprendizaje por vía cultural en sentido estricto, generalmente porque esta parte del medio tiene una existencia física precisa y una notable permanencia en el tiempo. Este fenómeno se da también en los animales y ha sido denominado «herencia del refugio ecológico» (Odling-Smee, Laland y Feldman, 2003). La palabra «refugio» parece limitarse al medio físico: en el hombre el refugio es la casa, la escuela y los ambientes en que se desarrolla la mayor parte de su vida, incluida toda la ciudad. En Italia estamos muy unidos a la ciudad de origen, la «patria chica». Muchos intentan regresar a la misma y están dispuestos a pagar un precio elevado para cumplir este objetivo. Se ve incluso entre los profesores universitarios, que intentan volver a la ciudad de origen, especialmente ahora que las sedes universitarias se han multiplicado en Italia. Las únicas sedes ambicionadas, aparte de la propia patria chica, son las de las grandes ciudades, como Roma o Milán, o Nápoles en el sur. En otros países, sobre todo anglo-americanos, existe mayor disponibilidad a emigrar o por lo menos a cambiar de ciudad por razones de trabajo. En América, además, y con pocas excepciones, las ciudades son todas muy parecidas entre sí, al haber sido construidas no hace mucho y con un trazado común. Muy posiblemente, hasta los grandes funcionarios del imperio romano viajaban mucho y eran llamados a distintas sedes o a Roma desde todas las partes del imperio. Ciertamente, en América ha ocurrido más o menos lo mismo que en el imperio romano. Además, en América es fácil reconstruirse un ambiente allí adonde uno va, entre otras cosas porque las relaciones de amistad se establecen más fácilmente que en Italia, aunque suelan ser superficiales; esto permite que la atracción por la patria chica de uno sea mucho menos fuerte, con la excepción de dos ciudades, Nueva York y Boston.

Una parte importante del ambiente, que corresponde al refugio social pero también al ambiental (podríamos decir, el «ambiente social»), está formada asimismo por organismos de origen cultural que tienen una fecha de nacimiento y por regla general un espacio físico estable de vida, que pueden multiplicarse si son útiles, asumir una vida independiente que puede durar incluso siglos y actuar en una competencia recíproca, como auténticos organismos vivos. Se trata de las organizaciones e instituciones, llamadas también institutos, fundaciones y de otras formas más, de distinta naturaleza. A algunos les gusta diferenciar las instituciones de las organizaciones, pero, en ausencia de una definición precisa, renunciamos aquí a dicha distinción y nos limitamos a dar algunos ejemplos:

Hasta no hace mucho, en Occidente casi todos producían su propia comida e incluso en América, a principios del siglo XIX, esto valía todavía para el noventa por ciento de la población. Pero, con el tiempo, se han comprobado profundos cambios en la producción de los alimentos, que hoy se ha convertido en una actividad industrial especializada. El aumento de la eficacia en la producción que se ha obtenido de esta manera ha permitido disminuir el número de los trabajadores del sector y ha dejado a muchas personas libres para otras actividades. De todas formas, sobre todo en países como Italia o Francia, donde la calidad de los alimentos está garantizada por viejas tradiciones que tienen un importante valor social (otro factor de mantenimiento de la cultura), la industrialización de los productos alimenticios corre el riesgo de empeorar la calidad. La permanencia de organizaciones e instituciones hace pensar en que se podrían considerar como una especie de ADN cultural. Pero en el seno de las organizaciones e instituciones encontramos a muchos miembros de nuestra especie y, en consecuencia, también de auténtico ADN, que trabajan con el interés compartido de sostener la organización que los mantiene.

La conclusión es que la transmisión cultural puede determinar cambios muy rápidos, pero cualquier actividad cultural puede tener también una elevada persistencia. Por tanto la evolución cultural puede ser muy rápida pero también muy lenta, según los caracteres examinados, y puede darse con todos los grados intermedios de velocidad, desde la máxima persistencia hasta la máxima rapidez de cambio. La persistencia de los efectos culturales puede ser confundida fácilmente con la herencia genética y éste es un error frecuente que puede llevar con facilidad a conclusiones racistas, entendiendo el racismo, con Lévi-Strauss, como la convicción de que las diferencias observadas entre las poblaciones se deben a factores genéticos y son, por tanto, prácticamente inmutables. Lo cierto es que observamos que los inmigrantes llegados al norte de Italia desde el sur del país son fácilmente reconocibles, sobre todo por el acento, cuando han emigrado recientemente, mientras que sus hijos, nacidos tras la inmigración, suelen ser indiferenciables. Los emigrantes italianos de Norteamérica por regla general han conservado pocas cosas que los diferencien de los demás americanos, exceptuando los rasgos físicos mediterráneos que son frecuentes, dado que la mayor parte de ellos procede de las zonas italianas más pobres, es decir, de la Italia meridional. Los cien años transcurridos desde la fecha media en la que se concentró el grueso de la inmigración, en torno al tránsito del siglo XIX al XX, han sido un periodo suficiente para que la entrada media de los italo-americanos fuera prácticamente indiferenciable de la de los demás americanos, a pesar de la enorme diferencia inicial y las condiciones de partida extremadamente desfavorables.

En términos generales, junto a los genes que se autorreproducen y varían bastante poco en el tiempo, existen muchos factores ambientales que tienen una elevada capacidad de autorreproducción, en cuanto poseedores de una vida propia, a menudo por necesidades de carácter social, y que varían poco en el tiempo. Ellos garantizan una notable persistencia de las culturas. No sorprende, por tanto, que historiadores, políticos y economistas se vean obligados a buscar las raíces de muchos fenómenos culturales en una época que puede ser incluso lejana y poco conocida y que tengan que estar preparados para buscar interacciones complejas entre factores de herencia y de evolución muy distintos entre sí. Por ello la historia de la cultura y la visión multidisciplinar se han hecho necesarias.