XII. LA TRANSMISIÓN CULTURAL

La naturaleza proteica de la transmisión cultural. Transmisión vertical y horizontal. Multiplicidad de mecanismos, a veces en conflicto entre sí. Importancia del imprinting. Diferencias de velocidad de la evolución vertical y horizontal. Las modas y el conformismo.

Creemos que es importante comprender las bases de la transmisión cultural y hemos de decir, de entrada, que ésta es muy distinta a la genética por dos motivos. La transmisión genética es extremadamente estable en el tiempo e incluso en el espacio, es decir, la velocidad de la evolución es baja, exceptuando situaciones especiales de fuerte selección natural o de drift, en las que de todos modos sigue siendo bastante baja respecto a la cultural. Hemos dicho que de los tres mil millones de bases que forman el genoma humano como tantas otras perlas de un collar, mejor dicho, de veintitrés collares —el número de los cromosomas que heredamos de cada uno de nuestros progenitores y que contienen todo el genoma—, una de cada mil muestra diferencias entre genomas de individuos distintos. Llamamos polimorfismos (genéticos) a las diferencias que hallamos entre los ADN de dos individuos de la misma especie. Los genomas existen en formas diferentes: comparando dos genomas de individuos distintos (o, también, los dos genomas que cada uno de nosotros recibe del padre y de la madre) veremos que difieren en una base de cada mil. Entre los genomas de dos especies distintas como la nuestra y la más cercana a la nuestra, los chimpancés, las diferencias son por lo menos diez veces más numerosas. Podríamos llamar «dimorfismos» a todos los polimorfismos, porque si estudiando muchos genomas distintos no siempre encontramos la misma base en una determinada posición, todavía es mucho más difícil encontrar más de dos bases distintas en esa posición.

Las bases son cuatro, y recordemos que se llaman A, C, G, T. En un punto determinado del ADN, por tanto, puede haber una A en un genoma y en otro una G, por ejemplo. La diferencia genética aumenta promediando con la distancia geográfica. Teniendo en cuenta que la mutación es rara, como también lo es la selección natural, y que las poblaciones difícilmente están formadas por menos de algunos cientos de individuos, el drift es ligero y la variabilidad genética entre poblaciones es baja. Si en una población la frecuencia de A en una determinada posición es, pongamos, de un veinte por ciento y, por tanto, la de G es del ochenta por ciento, en otras poblaciones las frecuencias de A y G rara vez son muy distintas del veinte por ciento (pero es habitual que estén entre el uno y el treinta por ciento). La diferencia suele ser incluso más pequeña si se trata de poblaciones muy cercanas, entre las cuales la migración permite intercambios más frecuentes.

De la transmisión genética se puede afirmar que tiende a conservar la variación genética de una manera perfecta, Todos los organismos vivos han alcanzado a estas alturas cierta perfección y la transmisión genética tiende a determinar una conservación casi perfecta de sus genes, de su aspecto externo y de sus funciones normales (el fenotipo). De hecho, la fuerza diversificadora, es decir, la mutación, es rara y sigue siendo rara porque puede ser perjudicial, aunque sea necesario que continúe existiendo para facilitar la adaptación a condiciones de vida nuevas e imprevistas. La frecuencia de la mutación puede aumentar sólo en el caso de que haya cambios ambientales para afrontar los cuales la población podría necesitar nuevas mutaciones; en parecidas situaciones, la frecuencia de mutación aumenta hasta cien veces. Muchos organismos, en especial los vegetales, prefieren (por decirlo de algún modo, utilizamos de vez en cuando, para abreviar, estos términos que pueden hacer pensar en un «finalismo» que en realidad no existe) seguir siendo prácticamente idénticos a sí mismos y han abolido la reproducción sexuada. En realidad, esta última no crea nuevas variaciones en el ADN, sino que se limita a volver a mezclar (y, podemos añadir, recicla una vez mezclada) toda la variación existente, sin aumentarla o disminuirla. Si la vida se pone difícil para los organismos que se reproducen por vía asexuada, por ejemplo por un brusco cambio del medio externo, entonces hasta las especies que parecen tan perfectas que han preferido la reproducción asexuada, que las mantiene formadas por individuos idénticos entre sí, vuelve de inmediato a la reproducción sexuada. Una forma de alternancia de este tipo observada en la naturaleza es que bajo reproducción asexuada se producen sólo hembras y, en condiciones difíciles, aparecen también los machos. La reproducción sexuada proporciona una enorme cantidad de nueva variación genética debido a las nuevas mezclas de la ya existente, sin recurrir a la mutación, que es más peligrosa y lenta en la producción de novedades. De manera que ayuda a la población a sobrevivir hasta que la disminución del obstáculo generado por la alteración medioambiental permita el regreso a la reproducción asexuada.

En término generales, la transmisión genética es perfectamente conservadora, pero siempre mantiene una alta variabilidad, salvo en condiciones de reproducción asexuada; en cambio, la cultural es proteica: puede ser altamente conservadora, pero también puede permitir variaciones rapidísimas. En la transmisión cultural existen todos los grados de conservación o de velocidad en el cambio, pero existen mecanismos como el lenguaje o los ritos que tienden a mantener a todos los miembros de la sociedad en un estrecho contacto recíproco y a convertir en relativamente homogéneas las conductas individuales. Se puede acumular variación cultural entre sociedades distintas más fácilmente que en el seno de cada una de ellas. Esto puede suceder porque la transmisión de los caracteres culturales se produce mediante muchos mecanismos distintos y puede difundir las novedades muy rápidamente. Los diversos mecanismos de transmisión cultural, vertical y horizontal, pueden funcionar todos juntos, tal vez con resultados opuestos, en conflicto entre sí. Nuestros hijos aprenden cosas distintas en casa y a través de amigos y compañeros, y alguna vez aprenden algunas cosas distintas incluso de sus docentes: tienen que hacer sus elecciones y no siempre hacen las mejores, pero entre tanto van preparando los posibles cambios de la futura sociedad.

En el curso de algunas de mis investigaciones realizadas con Marc Feldman, llevé a cabo un estudio teórico de la transmisión mostrando por qué cambia la velocidad. Existen dos tipos fundamentales de transmisión: la transmisión vertical, cuyo modelo más simple es el de la transmisión de padres a hijos; y la transmisión horizontal, en la que la relación de parentesco o de edad tiene una importancia limitada o nula. Estos términos ya habían sido utilizados por los epidemiólogos, porque algunas enfermedades contagiosas se transmiten por vía vertical y otras sobre todo por vía horizontal. La transmisión cultural vertical tiende a dar resultados muy parecidos, aunque no idénticos, a la transmisión genética; por tanto, también es conservadora, y la evolución es lenta porque son necesarios veinticinco años de promedio (una generación) para que un neonato se convierta en enseñante de sus hijos. La transmisión cultural vertical se desarrolla a largo plazo entre los mismos actores de la transmisión genética e implica también a otros miembros de la familia (hermanos, tíos): en consecuencia, es difícil diferenciarla de la transmisión genética, porque ambas transmisiones comportan cierto parecido entre padres e hijos o, en general, entre parientes. El estudio entre parientes de distinto grado y tipo es el método normal de estudio de la transmisión genética, pero también resulta útil para el estudio de la transmisión cultural.

Existen asimismo tipos especiales de transmisión entre padres e hijos. La religión que pasa al hijo, cuando hay diferencia de religión entre los dos progenitores, es preferentemente la de la madre; también la religiosidad (por ejemplo, la costumbre de la oración) es transmitida preferentemente por la madre. A los que les apasiona la transmisión genética y tienden a hallarla en todos los caracteres, podría parecerles un caso de transmisión a través de las mitocondrias (pequeños «organelos» que se autorreproducen en el interior de la célula y que generan energía mediante la oxidación de los carbohidratos). Las mitocondrias que cada uno de nosotros hereda proceden de la madre, por tanto, también para los caracteres genéticos puede haber una transmisión exclusivamente por vía materna. Pero la hipótesis de que la religión se transmita mediante las mitocondrias tendría cierto regusto a broma. A priori, es muy poco probable que sea misión de las mitocondrias transmitir también la herencia religiosa; las mitocondrias, de hecho, son «organelos» que tienen una actividad química muy especializada y un pequeñísimo ADN. Por otra parte, también en muchos mamíferos las madres desempeñan tareas educativas precisas que son ciertamente ejemplos de trasmisión cultural. Además, las madres suelen enseñar la religión, a la que se podría llamar «religión madre» del mismo modo que se habla de lengua madre; por regla general, las madres también enseñan la devoción, que es una conducta ritual ampliamente socializada. Hasta Mahoma sabía muy bien que la religión es para cada uno la que practican sus padres.

La división del trabajo entre los sexos es muy común también entre los cazadores-recolectores, que muy probablemente han conservado costumbres antiguas. Hasta la enseñanza de valores morales suele mostrar diferencias sexuales. Hoy en día, la importancia de los progenitores en la educación de los hijos ha disminuido considerablemente. De todas formas, los progenitores, si no los biológicos, aquellos que ejercen su función, desempeñan todavía un papel importante porque existen «periodos sensibles» o «críticos», de los que sabemos pocas cosas, en los que la influencia de la transmisión aumenta. Periodos críticos o sensibles son mejor conocidos en otras especies, como en el caso extremo, llamado imprinting, que se hizo muy popular gracias a los experimentos de Konrad Lorenz. Dichos experimentos demostraron que los patitos identifican a la madre pato, a la que notoriamente siguen desde que son pequeños, con el objeto móvil que ven en las primeras veinticuatro horas después de haber roto el huevo. Esta experiencia se convierte también en la señal que los ayuda a reconocer a los individuos de su misma especie. De esta forma, Lorenz pudo hacerse reconocer y seguir por los patitos como si fuera su madre y en otros experimentos persuadió a los patitos de que siguieran a un tren de juguete con las dimensiones oportunas.

Por lo que se refiere al lenguaje, hay una fase crítica muy importante para el aprendizaje, que abarca un periodo de tres o cuatro años después del primer año. Si la enseñanza de una lengua no se produce en esa época ya no podrá darse de una manera perfecta, como demuestran todos los ejemplos de niños que no tuvieron los contactos adecuados con adultos a esa edad. Existe otro periodo sensible, menos rígido, que dura hasta la pubertad, en el que es mucho más fácil aprender lenguas extranjeras, sobre todo la pronunciación —una información muy importante, pero poco conocida por aquellos que tendrían que saberlo mejor que los demás, o sea, los lingüistas y los educadores—. Pudiera ser que existan también periodos sensibles para la religión y que los que se pasan junto a la madre sean importantes. Naturalmente, pueden darse conversiones a otras edades, a menudo en periodos especiales, pero dichas conversiones tardías no son muy frecuentes.

La transmisión horizontal es muy parecida a las epidemias de enfermedades infecciosas transmitidas por contagio directo. También ésta puede ser rapidísima. Es oportuno diferenciar varios tipos, según la relación numérica entre transmisores y receptores. La transmisión de uno a uno, o de pocos a pocos, es la más común y es típica de las enfermedades infecciosas, pero también de los chistes y de los cotilleos. Los epidemiólogos han elaborado teorías matemáticas que explican muchos casos particulares.

La transmisión horizontal de uno a muchos, también llamada «transmisión de jefes o enseñantes», es asimismo bastante común y en ella incide la posición social del transmisor. En efecto, si en este tipo de transmisión el transmisor es una persona influyente por cualquier motivo —político, religioso, social, moral, artístico— y tiene la posibilidad de transmitir sus ideas a un gran número de personas, y tal vez al mismo tiempo, podrá influir muy rápidamente en un grupo numerosísimo. Los medios de comunicación de masas tienen gran poder por esta función suya de transmitir informaciones de uno a muchos. Cuando no existían dichos medios, un jefe político o religioso podía llegar a un número elevado de personas utilizando jerarquías organizadas con anterioridad. Los transmisores son el equivalente de los progenitores en el drift. En la transmisión horizontal no existen límites de edad y no son necesarios vínculos de parentesco con los receptores. Un único transmisor con una gran multitud de «fieles» tiene una amplia influencia. Naturalmente, a no ser que el transmisor goce de mucho poder o de atractivo, el mensaje también tiene que ser persuasivo y, como demuestran la política y la publicidad, es también muy importante cómo se ofrece el mensaje.

Un potente estímulo para aceptar el mensaje lo representa la novedad, que a menudo puede atraer por sí misma, con independencia de la calidad del mensaje. No obstante, aquí tiene importancia la disposición y la personalidad del receptor, teniendo en cuenta que a algunos —especialmente, los conservadores— las novedades no les gustan. La transmisión de uno a muchos es la que puede generar cambios de opinión, de gustos, reacciones positivas o negativas más fuertes, rápidas, violentas y a veces sorprendentemente uniformes y entusiastas, a no ser que existan motivos precedentes, innatos o adquiridos, para no acoger el mensaje, aunque sólo sea por algunos de los que han sido expuestos al mismo. Si el mensaje es aceptado, la transmisión de uno a muchos puede ser la más rápida y, a menudo, universal, totalitaria (baste recordar el fascismo, para aquellos que han vivido esa experiencia). En particular, haciendo uso de los medios más modernos, dicha transmisión puede convertirse en fulminante. Existe sin lugar a dudas una tendencia al influjo recíproco en los individuos que componen la masa que Mussolini, por ejemplo, empleaba en los «baños de masas». De todas formas, por regla general resulta útil considerar la transmisión como la suma de dos fases distintas, comunicación y aceptación, especialmente si la segunda tiene una elevada probabilidad. Naturalmente, no es necesario que comunicación y aceptación se den de forma simultánea: las dos fases pueden escalonarse en el tiempo y muchas veces es así como ocurre. Tal vez antes de que se dé la aceptación es necesario que la comunicación se repita muchas veces.

También la transmisión horizontal inversa, la de muchos a uno, que se verifica cuando los transmisores comunican o apoyan esencialmente el mismo mensaje, es muy importante, pero tiende a tener efectos opuestos a la de uno a muchos. Se habla, en estos casos, de transmisión concertada. Éste es, sin lugar a dudas, el mecanismo por el que somos, o nos hacemos, conformistas, es decir, el mecanismo que nos lleva a comportarnos como todo el mundo. Puede ocurrir que el transmisor sea uno solo, pero que ya existan muchos que estén convencidos, o que se convenzan bastante rápidamente, que lo apoyen. Éste es el primer mecanismo para el que propuse un modelo matemático con Feldman en 1973 (Cavalli Sforza y Feldman, 1973): un individuo transmite una idea, por ejemplo un padre a su hijo, o bien un político, o un religioso decidido, un deportista entusiasta o incluso fanático; el transmisor intenta convencer a un recién llegado a un grupo social para que acepte la nueva idea, tal vez intenta convertirlo o, simplemente, que acepte una opinión o una conducta. Digamos que la transmisión de muchos a uno se da en la práctica cuando el recién llegado se siente en confianza o con un sentimiento de amistad o bien valora la compañía de las personas que forman el grupo que lo ha acogido. En semejantes circunstancias, el verdadero transmisor no es un individuo, sino que en el fondo es un grupo bastante homogéneo. Un individuo ignorante será más fácilmente convencido de alguna idea o acción si el grupo del que se siente partícipe la sostiene de manera compacta. Este modelo es importante para comprender, por ejemplo, el conformismo y también la dificultad de penetración de nuevas ideas en un grupo homogéneo.

La familia, en especial el modelo de familia extensa, es un grupo social que suele tener una amplia cohesión, en el que a menudo existe un jefe, el patriarca, cuya autoridad es reconocida o incluso garantizada por la ley o por las costumbres. Los miembros de un grupo familiar, si están fuertemente unidos, tenderán a actuar al unísono y por regla general de acuerdo con una figura dominante, que suele ser el patriarca. Así podrá constituirse un grupo poderoso, en el que se verá notablemente reforzada la transmisión vertical directa, de los padres a los hijos. Existe también la costumbre de pasar a los hijos mayores el ejercicio de autoridad sobre los hijos más pequeños o de dar a un hijo, que en las familias chinas suele ser la hija mayor, la tarea de actuar in loco parentis. Según algunos, la típica distribución de la media del cociente intelectual (CI), según el orden en el nacimiento en la familia, depende de la distribución de la enseñanza a los hijos. Los progenitores imparten sus enseñanzas sobre todo al primer y al segundo hijo y, por tanto, el primero y el segundo de los nacidos tienen un CI más elevado que sus hermanos menores (el segundo un poco más que el primero, ¿han aprendido los progenitores mejor su tarea?). Todos los hijos sucesivos tienen un CI decreciente, de una manera regular en relación con el orden de nacimiento, porque reciben cada vez menos educación parental directa y cada vez más educación por parte de los hermanos mayores, que tienen menos experiencia. Las familias mafiosas generalmente son un ejemplo de extrema cohesión familiar y la familia es una de las formas del sistema que permite que sean aceptados designios profundamente crimínales y peligros nada desdeñables.

La transmisión vertical en familia puede ser notablemente reforzada en las familias extensas e influenciar las visiones políticas de los hijos. Hervé Le Bras y Emmanuel Todd dividieron Francia en zonas en las que, de manera aproximada, siguen vigentes tradiciones particulares (Todd y Le Bras, 1981). En el noroeste, la autoridad patriarcal es absoluta y la tradición familiar es muy fuerte, como podemos observar también en Irlanda y en Gales, países en los que se siguen hablando todavía las lenguas célticas; y en Cornualles y Escocia, donde dichas lenguas se hablaban hasta hace poco tiempo. Hacía los siglos V y VI después de Cristo, llegaron a Bretaña, procedentes del sudoeste de Inglaterra, inmigrantes celtas que intentaban escapar de las invasiones anglosajonas; de hecho, el bretón es una lengua céltica. En el sudoeste encontramos también la familia extensa, pero el sistema patriarcal es benévolo, los hijos suelen quedarse en casa cuando se casan, los padres son mejor atendidos cuando se hacen mayores y viven más años, y hay un número menor de suicidios. En el noreste de Francia la familia es nuclear y los hijos que quieren casarse tienen que marcharse de casa y llegar a ser económicamente independientes, lo que los lleva con frecuencia a emigrar a otra ciudad en busca de trabajo. Esto ha favorecido el desarrollo industrial, porque los obreros emigran de buena gana hacia los lugares donde se han creado industrias nuevas que dan oportunidades de empleo. Estas costumbres familiares y demográficas son parecidas a las que se dan en Alemania y en Inglaterra; la Francia del noreste fue ocupada en los siglos V y VI por los francos, una tribu germánica que fue la que creó la nación francesa. Las dinastías francas unificaron Francia y extendieron su influencia sobre buena parte de Europa en tiempos de Carlomagno, pero no impusieron su lengua. La lengua francesa es de origen latino y sustituyó a los dialectos célticos que se hablaban en la época de la conquista de la Galia por parte de Julio César. Las estructuras familiares que se encuentran en Francia tienen, por tanto, orígenes antiguos, por lo menos de 1.500 años, y, en opinión de Le Bras y Todd, han influido incluso en la política. La orientación política del noroeste es conservadora, monárquica; la del sudoeste, socialista moderada (eligieron a Mitterrand); la del noreste, liberal. La visión política, en cuanto influenciada por la familiar, sería en consecuencia una extensión de la visión de las relaciones sociales adquirida en familia: uno espera de manera inconsciente que las relaciones de poder conocidas en el microcosmos familiar valgan también para el macrocosmos nacional. Hay alguna semejanza con la situación italiana, donde este modelo podría ser estudiado en mayor profundidad y comparado con modelos alternativos.

Existen fenómenos importantes de la cultura que esconden mecanismos de funcionamiento de nuestro cerebro que todavía son poco conocidos, pero que la neurofisiología moderna podrá explicarnos mejor en un futuro. Las modas son fenómenos culturales muy notables, aunque a veces sean francamente irritantes porque alcanzan con frecuencia extremos de extravagancia o incluso de estupidez. Aquí entran en juego de forma muy clara muchas pulsiones, incluidas las que actúan en las ritualizaciones, en el sentimiento de identidad, pero también otros valores e intereses económicos y psicológicos muy fuertes. El deseo de ser semejantes a los demás parece la pulsión dominante: se trata del deseo de pertenencia a un grupo, tal vez el mismo que arrastra a los fanáticos del deporte, de los espectáculos o de los artistas en boga. Naturalmente, el fenómeno es explotado por las numerosas organizaciones e industrias que consiguen enormes beneficios económicos y se ven obligadas a mantener el interés mediante la creación de continuas novedades, de manera que sus balances puedan mantenerse elevados y sin caídas demasiado pronunciadas. En el caso de la indumentaria es inevitable que existan ciclos anuales, dado que la ropa cambia con las estaciones. Pero también los deportes tienen ciclos anuales. Las modas pueden tener ciclos incluso más largos. Hemos asistido a una variación casi cíclica de las dimensiones de las faldas, con un acortamiento progresivo que ha alcanzado casi la desaparición de las mismas con las minifaldas más extremadas. Las faldas y otras partes del vestuario femenino se encuentran naturalmente relacionadas con otros factores, como la evolución de las costumbres sexuales, donde se han producido variaciones importantes en el mundo occidental en el transcurso del siglo XX, aunque también se han dado en otras épocas y países periodos de excepcional impulso (por ejemplo, el periodo de intenso hedonismo de origen religioso en el sur de la India, hace una decena de siglos). Existen ciclos estacionales e incluso más extensos en muchas enfermedades infecciosas, como el sarampión, que son funciones de factores demográficos bastante bien conocidos, y entre los animales, como el carácter cíclico de las relaciones entre huéspedes y parásitos en la ecología. Estos ciclos podrían tal vez proporcionarnos algunas ideas sobre la causa de los fenómenos oscilatorios en las modas.

También existen modas en la ciencia. He sido testigo y, en parte, actor y víctima de una moda arqueológica. Cuando empecé una investigación sobre la expansión de la agricultura en Europa, en colaboración con el arqueólogo Albert Ammerman, lo primero que hicimos fue trazar un mapa de la expansión de la agricultura en Europa desde Oriente Medio, determinando gracias a la literatura las fechas de la llegada del principal producto agrícola, el trigo. Se cultivaba éste en Oriente Medio y no existía en Europa en cantidades significativas, adonde llegó con los agricultores que desde Turquía alcanzaron los Balcanes y, desde ahí, Europa central, sobre todo por las vías fluviales, y luego Europa del norte. Entre tanto, el trigo se expandió, incluso más rápida y eficientemente por vía marítima, por el Mediterráneo. Calculamos una velocidad media de expansión de un kilómetro al año en línea recta y nos planteamos el siguiente problema: ¿fue una expansión de los agricultores (es decir, de personas, démica) o de la agricultura (es decir, de la técnica, una difusión cultural)? Nos fue posible calcular, gracias a una fórmula matemática ya existente, que la velocidad observada en el avance de la agricultura en Europa de un kilómetro al año era compatible con la velocidad del crecimiento demográfico y de las migraciones humanas de la época. Pero, naturalmente, el hecho de que la difusión pudiera haber sido démica no implicaba de manera automática que las cosas hubieran sucedido de esa forma, A continuación, utilizamos observaciones genéticas que pudieran darnos una respuesta más segura respecto a la alternativa, a partir de las cuales llegamos a la conclusión de que las expansiones fueron ambas. Todavía hoy sigue siendo difícil determinar cuál de las dos fue más importante. Una estimación muy reciente, basada en el ADN por línea masculina, dice que fueron aproximadamente igual de importantes; otra, elaborada con el ADN transmitido por línea femenina, muestra que debió de haber una mezcla genética a partir del matrimonio de mujeres de grupos de cazadores-recolectores con agricultores.

En realidad, es probable que la misma conclusión, una expansión démica con diferencias respecto a los sexos, sea válida también para otra expansión démica de la agricultura que se dio en África junto con la difusión de las lenguas bantúes respecto a su zona de origen (en las fronteras de Nigeria y Camerún), hacia África oriental y África del sur. Dicha expansión se inició hace alrededor de 3.000 años y terminó hace unos 300 años, cuando tuvo lugar el contacto con los blancos que dieron origen a la colonia holandesa de Capetown. El estudio de las poblaciones que se encontraban sin lugar a dudas en aquellos lugares en el momento de la llegada de los agricultores, como los pigmeos Africanos del norte y los bosquimanos del sur, que todavía hoy siguen siendo, en parte, cazadores, demuestra que sólo una pequeña parte de estas poblaciones se convirtió a la agricultura. Se trató, en suma, de una verdadera expansión dé-mica, con un escaso componente cultural, es decir, una aceptación de la agricultura por parte de cazadores-recolectores, pero con una mezcla genética debida al matrimonio de mujeres pigmeas o bosquimanas con agricultores y su aceptación en el seno de la cultura de los agricultores. Hoy la poligamia es bastante más frecuente entre los agricultores, lo que favorece los matrimonios mixtos, pero el matrimonio en sentido inverso no es aceptado, salvo escasas excepciones. Se puede estudiar todavía esta situación porque algunos grupos de cazadores-recolectores siguen viviendo en áreas que aún no se han convertido completamente a la agricultura.

En el curso de estas investigaciones pudimos constatar que mientras que antes de la última guerra la arqueología anglo-americana aceptaba la idea de que la migración genética podía explicar muchas variaciones culturales, después de la guerra las explicaciones migratorias fueron rechazadas por consenso generalizado entre los arqueólogos anglo-americanos, y todas las variaciones observadas en los objetos de la vida común fueron atribuidas al éxito del comercio y, en consecuencia, a los viajes de los comerciantes. La tendencia a negar cualquier clase de movimiento migratorio, ahora ya en franco retroceso, ha sido definida por Albert Ammerman como «indigenismo» y ha sido asimilada como una forma de racismo (Ammerman y Biagi, 2003).