La cultura es un mecanismo de adaptación rápido y omnipotente. Comparación con la adaptación genética: diferencias de velocidad y de estabilidad hereditaria. Probable inversión de la relación entre variaciones en los grupos y variaciones en el seno de los grupos respecto a la genética.
El hombre pudo tener una evolución muy rápida, respecto a otros organismos vivos, porque desarrolló la cultura más que el resto de los animales. En efecto, la cultura puede ser considerada un mecanismo de adaptación al medio extraordinariamente eficaz. La adaptación al medio por vía genética es muy lenta, en especial para organismos como el hombre, que se reproduce con lentitud, porque es necesario esperar muchísimas generaciones para que se den cambios deseables. No podemos esperar la mejora de nuestros genes, al menos con las técnicas genéticas actuales. Pronto habrá avances en esta dirección y existe un discreto acuerdo en considerar aceptable, desde un punto de vista médico, una intervención encaminada a modificar nuestros genes somáticos, de forma y manera que los efectos de la manipulación queden limitados a nuestra persona. Pero una intervención dirigida a modificar de forma consciente las futuras generaciones, es decir, un verdadero programa eugenésico, no es ni moral ni socialmente aceptable, por lo menos en el estadio actual de nuestros conocimientos, aunque algunos se hayan arrogado este derecho, al promover la fecundación artificial de mujeres interesadas con espermatozoides de hombres de gran éxito. La realidad es que no tenemos conocimientos suficientes como para juzgar si los genes son buenos o malos, salvo en poquísimos casos, fundamentalmente los de los genes relacionados con enfermedades muy graves. En este caso, el razonamiento moral sugiere de manera muy sólida limitarse a imitar lo que ya hace la selección natural, es decir, suprimir las enfermedades con la interrupción precoz del embarazo, sólo a petición de los padres o por lo menos de la madre, en las situaciones en las que el nascituro estaría de todas formas destinado a no reproducirse o a sufrir y a provocar a la familia sufrimientos demasiado graves. Por desgracia, bastantes religiones no han querido aceptar este importante principio, que no es eugenésico porque no cambia la frecuencia de los genes, sino que suprime el nacimiento de enfermos con afecciones graves e incurables.
Un organismo que se reproduce rápidamente como lo hace una bacteria, que puede tardar tan sólo diez minutos en generar otra igual a sí misma, es capaz de generar millones de descendientes en pocas horas, de manera que su prole, en el caso de encontrar alimento suficiente, podría cubrir la Tierra en poquísimo tiempo. El hombre emplea veinticinco o treinta años en reproducirse, si contamos el tiempo necesario para que nazca una nueva generación, pero ha inventado instrumentos que lo ayudan y le dan posibilidades extraordinarias, como crear nuevos alimentos, atravesar el mar y la tierra con rapidez, volar, comunicarse a distancia fácilmente y un largo etcétera. Se pueden resolver muchísimos problemas prácticos con estas técnicas completamente culturales, y existe la posibilidad de difundir de manera rápida estas ventajas a todo el mundo. La verdad es que la distribución social de los beneficios adquiridos con las innovaciones culturales sigue siendo muy desigual, y la esperanza de que estas diferencias de oportunidades disminuyan es, por desgracia, todavía demasiado exigua.
Se puede decir que la cultura es un mecanismo biológico, en tanto en cuanto depende de los órganos, como las manos para fabricar los utensilios, la laringe para hablar, las orejas para oír, el cerebro para comprender, etcétera, que nos permiten comunicarnos entre nosotros, inventar y construir nuevas máquinas capaces de desempeñar funciones útiles y especiales, hacer todo lo que resulta necesario, deseado y posible. Pero es un mecanismo dotado de gran flexibilidad que nos permite llevar a cabo cualquier idea útil que se nos ocurra, y desarrollar soluciones para los problemas que van surgiendo aquí y allá.
Además de esta omnipotencia, otra característica de la cultura es su capacidad para difundirse rápidamente a toda la población: un mecanismo de adaptación que se hace posible gracias a una o varias innovaciones, siempre y cuando la difusión no se vea obstaculizada por barreras geográficas, económicas o sociales. También está claro que se hace necesaria una elevada especialización y división del trabajo, debido a la gran cantidad de conocimientos y habilidades distintas que son necesarias en la vida moderna. Dado que la comunicación entre los miembros de una sociedad es muy importante, las conductas que hacen que una sociedad esté más cohesionada y sea más eficiente tienen cierta tendencia a difundirse en el grupo, haciéndolo bastante homogéneo desde un punto de vista cultural. Por otra parte, el lenguaje evoluciona rápidamente y los grupos que poseen una limitada o nula necesidad de comunicarse entre sí tienen pocos intercambios culturales; por tanto, el lenguaje de grupos incluso relativamente cercanos puede desarrollar diferencias con rapidez. Bastan mil o mil quinientos años para que dos lenguas separadas pierdan su recíproca comprensibilidad. Surgen así los dialectos vinculados a las zonas de origen: se diferencian, pierden su recíproca comprensibilidad y se convierten en lenguas diferentes.
La diferenciación lingüística tiende a reducir los intercambios culturales y a aumentar las diferencias culturales entre los grupos. En términos generales, podríamos esperar que las diferencias culturales entre etnias distintas sean grandes, y las que existen dentro de una misma etnia, pequeñas: lo contrario que ocurre con la variación genética, donde la diferencia entre poblaciones es pequeña respecto a la que se da en el seno de las poblaciones. Esta regla parece razonable, pero en realidad no ha sido demostrada nunca y, tal vez, ni siquiera enunciada de modo explícito. Sin embargo, valdría la pena verificar la corrección de esta hipótesis. Existen muchas dificultades en el análisis de las diferencias culturales, porque es difícil establecer escalas de medida que sean válidas también para las diferencias cualitativas de los caracteres culturales, aunque se trata de dificultades superables. El motivo principal que fundamenta esta regla, que parece verosímil aunque no haya sido enunciada nunca, es que para la cultura existe la necesidad de una coherencia en el seno del grupo que no existe para la variabilidad genética. De hecho, la variación genética puede subir hasta niveles elevados y resulta beneficioso que se mantenga en el nivel más alto posible, siendo compatible con el mantenimiento de la completa fertilidad entre los individuos de la misma especie. Estamos seguros de que no existe ningún límite a la interfertilidad entre los grupos humanos. La razón es muy simple: somos una especie muy joven y la diferenciación que ha podido desarrollarse es muy limitada. Nos choca mucho la diferencia del color de la piel, respecto a su relativa homogeneidad local, debida a la adaptación a climas muy distintos. Pero dicha diferencia está relacionada con muy pocos genes y es muy visible porque la adaptación al clima impone cambios en la superficie.
De manera distinta a lo que ocurre con las genéticas, muchas diferencias culturales pueden aumentar con rapidez; de todas formas, éstas no pueden aumentar libremente dentro de una población, porque la alta densidad de intercambios culturales en el seno del grupo social requiere una elevada semejanza de conductas individuales para que los contactos sociales puedan ser mantenidos. Por el contrario, entre poblaciones que tienen pocos intercambios culturales las diferencias culturales pueden desarrollarse con facilidad. Los emigrantes pueden aprender, por regla general en un tiempo bastante breve, todo lo que les resulta necesario para encontrarse bien entre extranjeros. Además, una de las reglas sociales más comunes es la hospitalidad, es decir, la tolerancia y la disponibilidad para prestar ayuda a los extranjeros, lo que hace posibles (hasta cierto punto) los intercambios culturales entre grupos con culturas distintas. En cambio, la variación genética es ampliamente conservada y es muy estable en el tiempo y encuentra como único límite dentro de un grupo la necesidad de que exista una gran interfertilidad. En particular, las poblaciones que han crecido rápidamente por expansión demográfica y geográfica, como la humana, mantienen a largo plazo su variabilidad genética original, que sigue siendo parecida en el seno de todas las poblaciones. La variación genética entre poblaciones se debe a la selección natural, distinta en medios distintos, y al drift, Pero, dado que dichas fuerzas operan ambas lentamente, excepto en situaciones excepcionales, la variación genética entre las poblaciones resulta exigua respecto a la variación individual en el seno de las poblaciones, que se ha ido acumulando durante un larguísimo tiempo y es muy estable en las generaciones.
El hecho de que la cultura sea un mecanismo de adaptación resulta visible en la tendencia de muchos fenómenos culturales a aumentar la fuerza de los vínculos sociales. También existe, y es algo que se discute a menudo, la posibilidad de que se desarrolle una adaptación genética en este sentido en muchos fenómenos sociales típicos, como la facilidad de adhesión a múltiples formas de rito —una hipótesis difícil de probar con rigor, pero verosímil si se piensa en una forma de predisposición que surge en determinadas condiciones y que tal vez se desarrolla en periodos críticos o sensibles—. La palabra «ritual» se refiere a una conducta altamente estandarizada y repetitiva, característica de uno o de muchos grupos sociales. El término hace referencia a un vasto conjunto de conductas que incluye los fenómenos de iniciación, todos los preceptos comunes a todas las religiones, cualquier rito y ceremonia de naturaleza sagrada o profana, y también los pequeños gestos repetidos que se convierten en obligatorios incluso para un único individuo. Fue Émile Durkheim quien identificó en el ritual la función de reforzar el sentido de pertenencia a un grupo social.