X. LOS FACTORES DE LA EVOLUCIÓN CULTURAL

En lugar de la mutación tenemos la innovación, que, no obstante, presenta profundas diferencias respecto a la mutación biológica. La selección sigue siendo fundamental, pero se desdobla. En efecto, existe una selección natural también para la evolución cultural que interviene, sin embargo, en un segundo momento. Antes tiene lugar otro tipo de selección (llamada cultural) que consiste en la decisión de aceptar o no una innovación. El drift cultural y la migración desempeñan ambos una función muy importante. Pero debemos tener en cuenta otra enseñanza de la genética: no se puede olvidar la transmisión. Naturalmente, todo esto tiene sentido porque también en este caso hay algo que se autorreproduce, un ADN cultural: se trata de las ideas, llamadas también «memes», «mnemas» o «semas».

Para empezar, es necesario especificar de inmediato el motivo por el cual podemos permitimos extender a la evolución cultural el esquema teórico creado para explicar la evolución genética. En la evolución biológica, el gen se autorreproduce y puede mutar y, cuando coexisten el tipo no mutado y el mutado, es elegido de modo automático el que deja más descendientes (la selección natural). La mutación genera la variación hereditaria, que es seleccionada automáticamente de manera que aumenta, como promedio, la adaptación. Así ocurre con la evolución, que es la génesis de tipos distintos cuya proporción cambia continuamente en el tiempo y en el espacio; en consecuencia, existen tanto la transformación como la diferenciación de los grupos.

Mendel hablaba de «elementos» para definir lo que hoy se llaman genes. ¿Cuáles son los «elementos» de la cultura? ¿Y cuáles los equivalentes del gen en la cultura o, más en general, del ADN? Se trata, claramente, de las ideas que nos transmitimos de unos a otros, que transmitimos a nuestros hijos, a los amigos y a todos los que entran en contacto con nuestras palabras. Podemos transmitir las ideas en la forma en que nos las han transmitido a nosotros, o bien podemos transmitir ideas modificadas o ideas nuevas. Si nos preguntamos cuál es la naturaleza física de las ideas, nos vemos en un aprieto. En realidad, no lo sabemos, pero es algo que sucede en nuestro cerebro, en particular en las células nerviosas de la corteza, que son cientos de millones y están conectadas entre sí por fibras nerviosas que salen de las células. Estudiamos la actividad de las células nerviosas registrando las corrientes eléctricas que podemos obtener, o su consumo de glucosa u otras substancias. Además, sabemos que existe cierto parecido, aunque sea superficial, entre el cerebro y un ordenador, que puede reproducir, dentro de ciertos límites, la actividad del cerebro. La neurofisiología está avanzando con notables progresos y podemos suponer que dentro de algunos años comprenderemos muchas más cosas; no obstante, en la actualidad nos encontramos poco más o menos en el mismo punto en que se encontraba la genética antes de descubrir que el ADN es la estructura física responsable de la herencia. En cuanto a la estructura física de la idea, podemos decir, para no dejarlo todo entre interrogantes, que una idea, vieja o nueva, es un circuito de neuronas. Lo esencial es que, cuando se nos explica una idea nueva, generalmente comprendemos de qué se trata, y podemos adoptarla, tomando alguna iniciativa sugerida por la idea, o bien podemos rechazarla.

En realidad, ya hemos dado un paso adelante porque, cuando se nos propone una idea y nosotros la aceptamos o la rechazamos, ya ha tenido lugar una transmisión cultural. La primera fase, la mutación, es la creación de una idea nueva. Podemos llamarla «innovación» o «invención». Si no se crean ideas nuevas, existe otra posibilidad de mutación: la pérdida de una idea, de un hábito (una mutación por «pérdida» también se da en el ADN cuando se pierde un fragmento, aunque sólo sea una única base). Me permito traer a colación un ejemplo extraído de mis tribus Africanas predilectas, las pigmeas. Una vez me dirigí a un campamento pigmeo muy aislado, llevando conmigo a un agricultor bantú como guía. Mientras hablaba con los pigmeos, éste se dio cuenta de que los pies de los niños de una mujer pigmea estaban llenos de pulgas penetrantes y empezó a enseñarle a la mujer cómo limpiarle las uñas a los niños. También eso me sucedió a mí dos veces, lo de tener pulgas bajo la piel de los pies, sin conseguir sacármelas. Meses después de mi regreso a casa, se me declaró un absceso y tuve que ir al cirujano. Pero si se conoce la técnica, es fácil extirpar las pulgas jóvenes con la punta de un cuchillo. La mujer, y posiblemente otros del pequeño campamento, habían perdido el saber de ese truco, o su interés por practicarlo.

Quien conoce una idea nueva, o bien una idea que es desconocida por sus potenciales discípulos, puede tener el deseo de enseñarla; o también puede ocurrir que quien no la conoce sienta el deseo de aprenderla. Este es el acto de la transmisión, que a pesar de todo puede no funcionar si existe el rechazo o la incapacidad de aprender. También es posible afirmar que la transmisión pasa por dos fases: la comunicación de una información, de una idea, desde un enseñante (transmitter) a un alumno (transmittee), y la comprensión y adquisición de esta idea. Éste es el acto de reproducción de la idea que sucede cuando la idea pasa de un cerebro a otro. Teniendo en cuenta que estamos considerando este acto como análogo a la generación de un hijo, podemos hablar de autorreproducción de las ideas. Es obvio que los mecanismos son profundamente distintos, en biología y en la cultura, pero el resultado esencial es el mismo. Un ADN puede generar muchas copias de sí mismo, que se alojarán dentro de los cuerpos de individuos distintos, y la idea puede generar muchas copias de sí misma en otros cerebros. Indudablemente, se trata de autorreproducción también en el caso de las ideas y, también indudablemente, las ideas tienen posibilidad de mutación. Es necesario entender la mutación en un sentido más general, dado que existe la posibilidad de ideas completamente nuevas, como una generación desde la nada, una verdadera creación. Las ideas (aunque no sepamos exactamente lo que son) son objetos materiales en tanto en cuanto necesitan cuerpos materiales y cerebros en los que ser producidas por vez primera y reproducidas en el proceso de transmisión; como el ADN, son objetos materiales, aunque de una naturaleza profundamente diferente al mismo.

En realidad, la analogía es mucho más profunda de lo que pudiera parecer. En el ADN también existe la posibilidad de crear ADN completamente nuevo, como una idea que nunca hubiera existido; es posible que las ideas nuevas se generen como sucede con los genes nuevos en genética, que suelen nacer por la duplicación de otros genes parecidos, acompañada o seguida por la mutación de los nuevos genes, que pueden así adquirir una función distinta respecto a los genes originales. La función vieja puede ser mantenida por el gen viejo, mientras que el nuevo puede adquirir una nueva, generalmente parecida, pero especializada en otra dirección. En la práctica, con este mecanismo se forman las familias de genes, de las que se encuentran muchísimos ejemplos en el estudio del ADN, porque el proceso de duplicación de los genes completos ocurre muchas veces y a menudo cada duplicado asume, en el curso de la evolución, funciones diferentes, aunque suelen ser parecidas. Un clásico ejemplo es el de la hemoglobina; un duplicado del ADN que rige la producción de la hemoglobina codifica para una proteína que tiene una función muy parecida. Se trata de la mioglobina, que, como indica el prefijo mio-, se encuentra en los músculos, mientras que la hemoglobina se encuentra en la sangre (del prefijo hemo-). Las dos proteínas se desdoblaron muy antiguamente y su función se ha diferenciado bastante: la mioglobina, operando desde el músculo, trabaja con concentraciones de oxígeno más bajas con respecto a la hemoglobina, que trabaja en el pulmón en contacto con el aire. La estructura química de las dos proteínas ha sido diferenciada por la selección natural para optimizar su rendimiento en las dos condiciones diferentes, pero la función que ambas desempeñan, es decir, el transporte de oxígeno, es parecida. Recordemos asimismo que, como hemos visto antes, la hemoglobina está formada por dos moléculas distintas de globina, alfa y beta, ambas originadas también por duplicación de una globina original, mientras que la mioglobina está formada por una única molécula de globina. Al principio, cuando se forman, los duplicados de un gen están adyacentes junto al cromosoma de origen, pero luego pueden desplazarse hacia otras partes del genoma.

La analogía entre la producción de genes nuevos e ideas nuevas es todavía mayor en el caso de la familia de los genes que codifican para las proteínas llamadas inmunoglobulinas. Las inmunoglobulinas reaccionan específicamente ante sustancias extrañas al cuerpo (los denominados antígenos) y existen en un número elevadísimo, porque son modificadas por el organismo de manera que puedan abarcar una gama muy amplia de antígenos, con una técnica casi lamarckiana. Posiblemente, resultaría imprudente llevar muy lejos esta analogía, pero también sería imprudente excluir por principio alguna posibilidad referida a la naturaleza física de las ideas: ¿no podrían, en algún estadio, antes de ser circuitos de neuronas o posteriormente, ser proteínas o ácidos nucleicos? Tal vez una analogía entre la inmunología y la génesis de los anticuerpos (las inmunoglobulinas), que reaccionan de forma específica con los antígenos y suelen ser producidos y perfeccionados en presencia del antígeno, y la producción de las nuevas ideas podría explicar la característica más importante de las «mutaciones» culturales, es decir, las innovaciones de las que ahora hablaremos. He de matizar, no obstante, que no voy a proponer ninguna interpretación sobre el mecanismo con el que surgen las innovaciones, por cuanto se trataría de hipótesis demasiado fantasiosas todavía.

Hoy por hoy, hay que reconocer que la analogía entre mutación e innovación tiene un gran defecto, porque existe una diferencia fundamental entre ambas. Hemos dicho que la mutación era rara y también esto vale para la invención. A menudo, la misma invención es llevada a cabo más de una vez; también la mutación puede aparecer varias veces en lugares y tiempos distintos, como muestran varios ejemplos. A pesar de todo, mientras que la invención repetida tiende a ocurrir en tiempos parecidos, cuando los tiempos ya están maduros, las mutaciones son probablemente siempre casuales y pueden tener lugar en tiempos muy distintos. Alguna vez, de todos modos, las circunstancias externas pueden conferir a las mutaciones parecidas o idénticas del mismo gen, acaecidas independientemente, la tendencia a tener éxito en tiempos parecidos pero en lugares diferentes. Esto es cierto, por ejemplo, para las mutaciones falciformes, que se dieron independientemente en África y en la India, y tal vez en distintas partes de África, pero fueron seleccionadas independientemente bajo el mismo estímulo: la difusión de la malaria favorecida por la expansión de la agricultura.

De manera mucho más precisa, pero parecida, es difícil pensar que una invención como la del teléfono, la de la radio y de muchos otros objetos útiles hubiera podido aparecer varias veces en tiempos muy distintos. En efecto, en tiempos distintos la tecnología no habría estado preparada para inventos de este tipo o no se habría advertido la necesidad de los mismos. Todo esto patentiza la diferencia más importante: de manera distinta a la mutación, la invención no es un fenómeno casual, en tanto en cuanto intenta satisfacer una necesidad real. Si existe esta necesidad y si la invención funciona como se desea, el éxito está asegurado y la difusión es rápida (la difusión es una cuestión de transmisión, algo sobre lo que volveremos más adelante).

En realidad, la evolución cultural está más cerca de la teoría lamarckiana que de la darwiniana, y no sólo por el hecho de que los caracteres adquiridos sean hereditarios. Lamarck hablaba de una «voluntad de evolucionar» que es difícil hallar en el ADN, Sin embargo, no es en modo alguno absurdo pensar que dicho factor desempeñe un papel importante en el origen de nuevas ideas, aunque la misión del inventor es la de beneficiar a la humanidad o la de enriquecerse. Se puede uno preguntar: la evolución cultural, ¿implica entonces un verdadero progreso? Es necesario hacer una distinción: mientras que el progreso de la tecnología es innegable, en lo que se refiere a la mejora de la calidad de vida la respuesta es mucho más difícil. En primer lugar, toda innovación no tiene únicamente beneficios, sino también costes, que a menudo son difíciles de prever, en especial a largo plazo, y que a veces son gravísimos. ¿Podía el inventor del motor de explosión prever los efectos de contaminación atmosférica que hoy nos vemos obligados a afrontar, así como el número de muertos y heridos en accidentes automovilísticos? Otro problema es que con mucha facilidad nos convertimos en esclavos de nuestras comodidades y tendemos a considerar la posible pérdida de una comodidad como una fuente de infelicidad, sin que nuestra felicidad haya aumentado verdaderamente con su adquisición. Pero éste es un tema demasiado complicado y necesitaríamos conocer mucho mejor nuestra neurofisiología.

No hay duda de que cualquier objeto capaz de autorreproducirse y mutar será sujeto, o no, a una forma de selección natural, como analizaremos más adelante. Dado que el paso de una idea de un cerebro a otro es claramente una forma de autorreproducción, esto determinará la selección, ya sea cultural, ya sea natural, en el caso de que haya competencia entre distintas ideas. Hemos dicho que una idea es muy probablemente un circuito de neuronas que, obviamente, tiene la capacidad de vivir a largo plazo, incluso toda la vida, tras haberse formado en el cerebro con procesos cuyos detalles ignoramos por el momento.

Estamos seguros de que muchas ideas son innatas, es decir, circuitos creados en el transcurso del desarrollo embrionario. Muchos de estos circuitos existen en el momento de nacer, tal vez incluso antes, y podemos considerarlos como fijados genéticamente en nuestro ADN; pero muchos surgen en el transcurso de nuestra vida a través de nuestro desarrollo cultural, ya sea porque aprendemos nuevas ideas de los demás, o bien porque las desarrollamos nosotros mismos.

Nosotros seguiremos llamando aquí idea al objeto que se autorreproduce en la base de la cultura y de su evolución, pero examinemos ahora brevemente algunos otros términos que han sido propuestos. Richard Dawkins, en su libro El gen egoísta (1976), propuso dar a la idea, es decir, al objeto capaz de autorreproducirse y de mutar que es la unidad de la evolución cultural, el nombre de «meme» (Dawkins, 1994). Dawkins reconoció, en su libro, el origen de dicho concepto al citar mi primer artículo dedicado a las bases de la evolución cultural (Cavalli Sforza, 1971, pp. 535-541). Otros artículos sobre el mismo tema, escritos posteriormente por mí en colaboración con Marc Feldman fueron compendiados en el libro Cultural Transmission and Evolution (Cavalli Sforza y Feldman, 1981). Aquí el término utilizado para designar al objeto cultural que se autorreproduce no es la palabra «idea» ni la palabra «meme», sino la expresión «carácter cultural», más técnica, aunque un poco incómoda. No conservamos nuestro entusiasmo por la palabra «meme» porque insistía en el aspecto de «imitación» de la transmisión cultural, cuando mucha de la transmisión cultural se da por enseñanza directa y activa, no por imitación pasiva. Propusimos alternativas como «mnema», que subraya el aspecto de la memoria, y más tarde «sema», como unidad de comunicación. Pero Umberto Eco nos hizo notar que en semiótica existía ya un uso anterior mucho más restrictivo de la palabra «sema». Lástima, porque la palabra «sema» tiene un significado traslaticio que implica la capacidad de reproducción[1]. Si fuera posible robarle la palabra a la semiótica, donde no es muy utilizada, y remontar la corriente de hoy a favor de la palabra «meme», que ha tenido cierto éxito, aunque nada del otro mundo, sería mucho mejor. De lo contrarío, significaría que perdimos el tren de esta palabra; pero el concepto común a todos estos términos sigue siendo válido y, de todas formas, la palabra «idea» es sin duda un sinónimo útil de significado más inmediato y general.

¿Tienen algo que ver el drift y la migración en la evolución cultural? Pues claro que tienen que ver, y de manera directa, además. El drift, en genética, es el efecto del azar debido al hecho de que, siendo los progenitores de cada generación un número finito, inevitablemente se verifican oscilaciones estadísticas de una generación a otra en la frecuencia relativa de las formas distintas de un gen. Hemos visto que si los progenitores de los primeros amerindios hubieran sido sólo cinco o diez, habría existido una posibilidad elevada de que se acabaran perdiendo los genes A y B del sistema de los grupos sanguíneos ABO, y una probabilidad menor de pérdida de las otras formas. También por azar, por ejemplo, habría podido darse la pérdida de los genes A y O y la conservación del gen único para el grupo A. En la evolución cultural, el padre de una idea es uno solo, el inventor, aunque a veces haya más de uno (pero, casi siempre, muy pocos). Lo mismo ocurre con la mutación. En el caso de las ideas impuestas por una autoridad superior, el transmisor es uno solo y único; por regla general, es también el inventor. Los dogmas católicos son promulgados por el Papa y automáticamente son aceptados por todos los que son católicos y quieren seguir siéndolo. En las monarquías absolutistas era peligroso no obedecer al monarca. En estas situaciones, la fuerza del drift es lo más elevada posible, ya que el transmisor es uno solo, pero tiene muchos descendientes culturales.

También la migración desempeña un papel muy importante en la evolución cultural. El más grande de los taxónomos lingüistas, Joseph Greenberg, por desgracia fallecido recientemente, consideraba que el «préstamo» de palabras de otra lengua por regla general tiene su origen en madres que proceden de una etnia distinta. En muchas culturas se acepta el matrimonio mixto con mujeres de otras tribus y en el setenta por ciento de los matrimonios en los que uno de los esposos tiene un origen distinto, suele ser la mujer la que viene de fuera. Casi por definición, tribu y lengua suelen coincidir. Individuos de una tribu hablan habitual-mente otra lengua: esto no crea grandes problemas, porque allí donde existe una elevada fragmentación de las tribus y de las lenguas, hay mucha gente políglota. El matrimonio entre individuos de etnia distinta es por tanto un ejemplo muy habitual de migración cultural que comporta, al mismo tiempo, una migración genética. La lengua que acostumbramos a reconocer como la nuestra de origen suele ser llamada lengua materna (mother tongue), en tanto en cuanto nos es enseñada durante los primeros tres o cuatro años de vida por nuestra madre o por la persona que ejerce su función. Las mujeres que se casan en una tribu distinta de la propia tienen que aprender, si no la conocían ya, otra lengua, pero pueden introducir en la misma alguna palabra de la lengua original y enseñársela a sus hijos. Mis hijos y yo hemos aprendido muchas expresiones vénetas de mi mujer.

La arqueología anglo-americana de los años veinte, bajo el influjo de Gordon Childe, tendía a identificar a los pueblos de la Europa prehistórica con los objetos más característicos difundidos en áreas específicas y periodos específicos, como la cerámica lineal (linearpottery o Bandkeramic) en el neolítico, el vaso en forma de campana (bell beaker) y el hacha de combate (battk axe) al principio de la era de los metales, y consideraba que la llegada de estos pueblos había sido causada por migraciones específicas de grupo. Dicha hipótesis es en parte válida, ciertamente, en especial por lo que se refiere al neolítico, que fue un periodo de complejos cambios en las costumbres y en los modos de vida; pero para aquellos objetos cuya producción comporta aprendizajes menos complejos, el componente migratorio es bastante menos seguro y, con un cambio total de ideas después de la guerra, las interpretaciones migratorias fueron completamente desterradas por los arqueólogos ingleses y —otra migración cultural— por los americanos. De todas formas, aunque no se trataba de migración genética en el caso de los objetos arqueológicos característicos de determinadas áreas culturales, seguía existiendo migración, aunque exclusivamente cultural. Los objetos, en realidad, no eran producidos necesariamente en el lugar en que se consumían, sino que eran transportados por comerciantes —como les gusta a los antropólogos anglo-americanos—. La mercantil es una migración más especializada, más limitada y suele ser temporal, pero siempre está presente. En un segundo momento es probable que la producción se hiciera local, como sigue siendo frecuente todavía.

Hoy en día, la migración genética en sentido estricto puede estudiarse mediante métodos genéticos, diferenciando la masculina y la femenina, y ha sido sin duda un componente innegable de las variaciones y de los gradientes, ya sean genéticos, ya culturales. Naturalmente, es necesario distinguir entre migración genética, que tiene una influencia directa sobre los genes, y migración cultural, influenciada por los comerciantes, o por los artistas, o por los viajeros, que han existido en todas las épocas. Estos viajeros pudieron ser responsables de alguna pequeña infiltración genérica, casi inevitable. De todas formas, esta cuota de infiltración genética no puede haber sido más que muy modesta con respecto a la ocasionada por las grandes migraciones históricas de los grupos procedentes de una ciudad, como por ejemplo las colonizaciones griegas, fenicias y cartaginesas del Mediterráneo en el primer milenio antes de Cristo. En Italia hubo muchas otras migraciones, numéricamente más modestas, que originaron minorías étnicas todavía reconocibles. Estas pequeñas migraciones tuvieron lugar en tiempo de los romanos, bizantinos e incluso con posterioridad (por ejemplo, se dieron muchas pequeñas migraciones en las costas sardas, como la de los catalanes en Alguer, la de los pisanos en el noroeste y la de los figures en la isla de San Pietro); en cambio, las migraciones más grandes fueron, probablemente, las expansiones démicas que acompañaron a la llegada de la agricultura y la difusión de algunas familias lingüísticas (Renfrew, 1987; y Diamond y Bellwood, 2003, pp. 597-603). En la Italia peninsular y en Sicilia tenemos muchos ejemplos de minorías étnicas y lingüísticas importantes, albanesas y griegas, como los nueve municipios situados alrededor de la pequeña ciudad de Calimera en la Apulia meridional, donde todavía se habla la lengua griega. En este caso, el análisis basado en los polimorfismos genéticos clásicos (proteínas) no ha mostrado ninguna diferencia respecto a los grupos vecinos. Puede ser que repitiendo el análisis, utilizando marcadores del ADN, dé resultados distintos, dada la mayor resolución de esta técnica. Por otra parte, un problema que de cuando en cuando se discute, pero sobre el que todavía existen pocos datos válidos, es la difusión de genes operada por tropas invasoras. De todas maneras, los ejércitos existieron sólo en tiempos históricos y los ejércitos invasores eran, en la mayor parte de los casos, numéricamente bastante inferiores respecto a las poblaciones que sufrían la invasión. Por tanto, es probable que en casos así la difusión de los genes haya sido más bien modesta, salvo situaciones excepcionales. En América central y sobre todo meridional se ha visto, no obstante, que en algunas ciudades el cromosoma Y era europeo casi por completo, mientras que el ADN mitocondrial era amerindio.