Capítulo XXIV

¡Un buen misterio… y un final feliz!

El señor Goon penetró en la estancia con los ojos desorbitados.

—¿Qué queréis decir? ¡Un misterio de primera clase! ¿No acabas de decir que el misterio de la Colina de la Navidad no era tal misterio? ¿Y qué hay de esas luces, y esos ruidos, y del gigante que casi me mata? ¿Qué hay de «eso»?

—¡Oh, eso! —exclamó Fatty—. Larry y Pip se encargaron de las luces. Yo hice los ruidos, y salté sobre usted en la cuneta, pensando que era Ern.

El señor Goon se deshinchó como un globo.

—Federico debe haber sido muy fuerte si a usted le pareció un gigante —le dijo el inspector al señor Goon con una carcajada.

—Y lo de las bandas, naturalmente, fue una invención nuestra sólo para gastar una broma a Ern —dijo Fatty—. No fue culpa nuestra si el señor Goon lo creyó también. Y no pensamos que fuese tan tonto como Ern.

El señor Goon enrojeció hasta las orejas, pero no dijo palabra.

—Dejamos muchas pistas para Ern —explicó Fatty—, e inventamos la historia de que habían escondido un botín en el viejo molino. Queríamos que Ern fuese a buscarlo, pero en vez de eso, el pobre Ern recibió palos y le encerraron en su dormitorio… y el señor Goon fue en su lugar a buscar el botín. Pero, claro, no estaba allí.

El señor Goon hubiera querido que se lo tragase la tierra, pero como esto no ocurrió, permanecía sentado en su silla, con aspecto abatido. ¡Aquel niño impertinente!

—Bien, inspector, el «verdadero» misterio comenzó como sigue —explicó Fatty, tomando otro sorbo de leche y cacao—. Ern fue a la Colina de la Navidad como pensamos…, pero se perdió, y vio un par de cosas sospechosas en el bosque Bourne, y esto nos hizo pensar.

—Continúa —dijo el inspector—. ¿De manera que comenzasteis a hacer averiguaciones?

—Sí, inspector —replicó Fatty, con modestia—. Pronto supimos que algo raro ocurría en Harry’s Folly…, el edificio que está en medio del bosque Bourne. Fuimos a ver al guardián…, el hombre que vive en el cobertizo y que se llama Peters… y realizamos algunas pesquisas acerca de un hombre llamado Holland…

—¿«Holland»? —exclamó el inspector, irguiéndose al punto—. ¿Qué sabes de él?

—Ahora, mucho —dijo Fatty, con una sonrisa—. Vaya, ¿usted también le conoce, inspector?

—Hace tiempo que sospechamos de él —repuso el inspector—. Pero nunca pudimos cogerle con las manos en la masa. Vive con una anciana tía en Peterswood, acude a las iglesias de la localidad…, todo eso… y, sin embargo, su nombre surge ahora en extrañas circunstancias. Bien…, continúa…

—Un día fui al garaje de Holland caracterizado como Ern para investigar… y debió reconocer mi nombre…, por ser…, bueno…, por ser algo detective, inspector… y por eso, cuando vio a Ern solo y en un camino solitario, le secuestró…, pensando qué era yo.

—Ya entiendo —dijo el inspector. ¡El señor Goon parecía no poder dar crédito a sus oídos!

—Ern fue listo, inspector —dijo Fatty—. Fue arrojando un montón de pistas desde el automóvil…, fingiéndose mareado, o algo por el estilo, me figuro… y el señor Goon las recogió y me las entregó.

El señor Goon tragó saliva mientras el inspector le miraba.

—Muy amable el señor Goon. Supongo que por saber que tú harías buen uso de ellas.

—Sí, inspector. En realidad pensó que habíamos tirado las pistas nosotros mismos para burlarnos de él. ¡Como si nosotros fuésemos capaces de hacer una cosa así!

—Bueno, yo no lo hubiera atribuido a vosotros —dijo el inspector—. Pero, continúa. Estamos perdiendo el tiempo.

—Hice algunas deducciones, inspector, y pensé que Ern debía haber sido raptado y llevado probablemente a Harry’s Folly. De manera que Larry, Pip y yo, nos fuimos a rescatarle la noche pasada. Nos llevamos una escalera de cuerda… y encontramos la casa desierta. ¡Pero, en cambio, no el garaje…, cielos, inspector!

Goon y el inspector le escuchaban atentamente. Pip seguía durmiendo en su silla.

—Allí había un suelo movible que se desplazaba hacia abajo, inspector. Sirve para transportar automóviles. Bajan sobre una plataforma como si fuese un ascensor y luego por una rampa descendente en espiral subterránea. Y allí hay un gran taller de reparaciones… donde montones de coches son repintados y restaurados…

El inspector lanzó un silbido.

—¡Dios santo! ¡De manera que es «eso»! Hace tiempo que andamos buscando ese taller, Federico. ¿Recuerda usted, Goon, que le informé hará un par de años y le pedí que vigilara el distrito, puesto que teníamos noticias de que estaba por aquí? ¡Y aquí estaba todo el tiempo, delante de nuestras narices! ¡Bien hecho, Federico, hijo mío!

—Encontramos a Ern y nos dijo que se quedaría encerrado toda la noche para que su huida no despertase la alarma. Eso nos daría oportunidad de acudir a avisar a usted, inspector, para que pudiera atrapar a toda la banda en plena actividad.

—Ese niño es muy valiente —dijo el inspector en tono de aprobación—. ¡Buen trabajo! ¡Espero que esté de acuerdo conmigo, Goon…!

—Sí, señor —murmuró Goon, maravillado ante la idea de que Ern apareciera de pronto como un héroe.

—De manera que le dejamos allí, y tuvimos mucho trabajo para salir sin ser vistos —explicó Fatty—. Por fin logramos escapar escondidos en uno de sus camiones. ¡Y aquí estamos!

—Un buen trabajo, Federico —dijo el inspector, poniéndose en pie—. Y ahora, como bien dijiste antes, tendré que usar el teléfono durante unos minutos.

El inspector Jenks fue hasta el teléfono y marcó unas cifras apresuradamente. Larry y Fatty escucharon con atención mientras Pip seguía durmiendo apaciblemente. El señor Goon se miraba las manos, abatido. Al fin siempre triunfaba aquel niño. ¡Y Ern también era un héroe! ¡Era imposible que nadie tuviera peor suerte que el señor Goon!

El inspector Jenks hablaba con rapidez y eficiencia. Fatty escuchaba arrobado. ¡Seis coches de la policía! ¡Carambita, qué estupendo! Dio un codazo a Larry en los riñones y los dos se sonrieron mutuamente.

El inspector dejó de telefonear.

—Ahora voy a llevaros a todos a vuestra casa —dijo—. Los coches de la policía tardarán unos minutos en llegar. Despertad a Pip, y nos iremos en seguida.

—Escuche, inspector, yo voy a ir con usted a Harry’s Folly, ¿no? —preguntó Fatty, alarmado—. No va a ser usted tan malo como para dejarme en casa ahora, ¿verdad? Después de todo, yo he hecho todo el trabajo sucio, lo mismo que Larry y Pip.

—Está bien. Puedes venir conmigo si quieres… en «mi» coche —replicó el inspector—. Pero debo decirte que no intervendrás en nada…, ¡sólo vas a venir como espectador! Ahora despertad a ese niño y traedle al coche.

Entre Larry y Fatty llevaron al semidormido Pip hasta el automóvil del inspector. Entonces, el potente coche se puso en marcha con un rugido. Pip fue dejado en su casa con unas palabras aclaratorias, y en seguida volvió a quedarse dormido en una silla a pesar de las preguntas frenéticas de Bets.

Luego pasaron por la casa de Larry, y al pobre le ordenaron que se quedara. Luego fueron a la propia casa de Fatty, donde «Buster» se abalanzó sobre él como loco, lo mismo que si llevara un año ausente.

—Federico está bien —dijo el inspector a los sorprendidos padres de Fatty—. Y como de costumbre, es una maravilla. ¿Les importaría que se lo robara por algún tiempo? Cuando vuelva a verles, les contaré todo lo ocurrido.

Y Fatty subió de nuevo al automóvil, llevando a «Buster» sobre sus rodillas, quien le estuvo lamiendo la barbilla hasta hacerla gotear.

Se unieron a ellos seis coches de la policía y avanzaron lentamente por el estrecho camino de carro que llevaba a Harry’s Folly. Peters, el guardián, quedó horrorizado al ver tantos uniformes azules ante la verja, que abrió sin pronunciar palabra, siendo capturado inmediatamente, pálido y tembloroso, muy distinto del individuo malhumorado y agresivo que los niños encontraron unos días antes frente a la puerta.

Fatty permaneció detrás con el inspector, en el interior de su automóvil y temblando de excitación. ¿Qué estaba ocurriendo?

Muchas cosas. La redada fue completa y por sorpresa. Todos los hombres del sótano fueron rodeados… y el señor Holland fue descubierto durmiendo en uno de los dormitorios cercanos al de Ern.

Ern no dormía. Esperaba y esperaba. No se sentía con ánimos para seguir siendo un héroe mucho más tiempo. ¡En primer lugar, tenía tanta hambre!

Se alegró de ver a Fatty cuando fue llevado hasta el automóvil por uno de los policías, y apenas pudo contener sus deseos de abrazarle.

—De manera que éste es Ern —dijo el inspector ante la alegría y sorpresa del muchacho, que le estrechó la mano con ardor—. Me han dicho que eres todo un héroe… y también algo poeta. Tengo que leer ese verso que escribiste dedicado a tu tío, Ern. Estoy seguro de que es muy bueno.

Ern se sonrojó.

—¡Oh, inspector! ¡Gracias, inspector! No puedo enseñárselo. A mi tío no le gustaría.

El automóvil del inspector se puso en marcha, y los otros le siguieron en fila india.

—Buena redada, Federico —le dijo el inspector Jenks—. ¡Un buen misterio; con un buen final! Muchísimas gracias, hijo mío. ¡Date prisa en crecer! ¡Necesito un hombre que sea mi mano derecha, ya lo sabes!

Fatty enrojeció de placer.

—Bien, inspector. ¡Haré cuanto pueda por crecer lo más de prisa posible!

Llegaron a la casa del señor Goon, y Ern se apeó, pareciendo de pronto muy abatido.

—Vamos, Ern, entra —le dijo el inspector, empujándole—. ¡Goon! Aquí está Ern. ¡Es todo un héroe! Y he oído decir que ha escrito un verso muy bonito dedicado a usted. ¿Podría oírlo?

—Pues… —dijo Goon, poniéndose como la grana—, no es muy «cortés», inspector…

—No te preocupes, tío, no lo leeré —dijo Ern, compadeciéndose de su tío—. Y lo romperé, ¿ves?

—Eres un buen chico, Ern —le dijo el señor Goon—. Me alegro de verte otra vez. Tengo jamón y huevos preparados para freírtelos. ¿Te gusta?

—¡Repato! —exclamó Ern, con el rostro radiante—. Me comería un caballo. Tengo un hambre…

—Adiós, Ern —le dijo Fatty—. Te veré más tarde.

Y se marchó con el inspector, que iba a llevarle a su casa para dar parte de los mencionados acontecimientos.

—Siento no haber tenido el placer de leer el verso de Ern —le dijo el inspector al enfilar la avenida del jardín de Fatty.

—Sí —repuso Fatty, bostezando—. «Elátima».

—¿Qué? —exclamó el inspector, sorprendido.

—«Elátima» —dijo Fatty—. «Sodicho». —Y apoyando la cabeza en el hombro del inspector, cerró los ojos. ¡Estaba profundamente dormido!

El inspector le dejó allí durmiendo y fue a hablar con sus padres. ¡Lo que les dijo de Fatty le hubiera hecho enrojecer hasta las orejas! Pero no fue así porque Fatty estaba perdido en sus sueños que acudían a su mente rápidos y en revuelta confusión.

Luces centelleantes…, suelos movibles…, la Colina de la Navidad…, misterios…, pistas a granel…, escaleras de caracol…, una casa oscura, oscura… y allí estaba Ern coronado de hojas de laurel, como los héroes, y a punto de recitar un poema maravilloso.

—¡Repato! —exclamó Fatty, despertándose.