Interviene el inspector Jenks
Entretanto el señor Goon había permanecido despierto toda la noche en espera de que el teléfono sonara para decirle que Fatty había encontrado a Ern.
¡Pero éste no sonó hasta las ocho de la mañana siguiente, cuando le telefoneó la señora Hilton, nerviosísima, para decirle que Pip había desaparecido! No había estado en casa en toda la noche. Bets estaba muy preocupada y le contó a su madre cosas tan extraordinarias que nadie lograba entenderlas.
Luego llamó al padre de Larry y de Daisy. ¡Larry había desaparecido! Y no consiguieron sacar a Daisy más que estas palabras: «Fatty se encarga de todo y todo saldrá bien».
—Daisy dice que Fatty ha ido a resolver el misterio, pero que Larry y Pip sólo han ido a rescatar a su sobrino, señor Goon. ¿Sabe usted algo de todo esto?
Pues sí, el señor Goon algo sabía. Pero iba a ser muy difícil de explicar a aquellos padres furiosos y asustados. Tartamudeó y divagó, y al fin, como oyera llamar a la puerta, se apresuró a dejar el teléfono para abrirla, confiando en que fuera Fatty con buenas noticias.
¡Pero no era él, sino el señor Trotteville! ¡Fatty había desaparecido… y no durmió en su cama en toda la noche! El señor Trotteville había intentado comunicar por teléfono con el señor Goon, pero su aparato siempre estaba ocupado. ¿Sabía acaso el señor Goon a dónde había ido Fatty?
Después de la desaparición de Ern, que ya duraba dos días, y ahora tres desaparecidos más, el señor Goon comprendió que no podía soportar por más tiempo y telefoneó al inspector.
—Inspector, lamento tener que molestarle tan temprano…, pero aquí están ocurriendo toda clase de cosas, y yo me preguntaba si podría usted venir —dijo la voz agitada del señor Goon.
—¿Qué clase de cosas, señor Goon? —preguntó el inspector—. ¿Chimeneas incendiadas, perros perdidos o cosas así? ¿Es que no puede arreglárselas usted solo?
—No, inspector. Sí, inspector. Quiero decir, que no se trata de eso, inspector —dijo el policía, desesperado—. Mi sobrino ha desaparecido… y el señorito Trotteville fue a buscarle… y ahora también ha desaparecido igual que el señorito Larry y el señorito Pip. Y no sé si se los han llevado los ladrones o los secuestradores.
El inspector escuchó sorprendido aquella extraordinaria información.
—Iré en seguida, Goon —dijo, colgando el aparato. Y montó en su reluciente automóvil negro para dirigirse a Peterswood, preguntándose qué estaría haciendo ahora Federico Trotteville. El inspector Jenks tenía el presentimiento de que si pudiera hablar con el señorito Trotteville, pronto llegaría a la raíz del asunto.
Se dirigía a la casa del señor Goon, a quien encontró casi desfallecido.
—Oh, inspector, me alegro tanto de que haya venido —tartamudeó el señor Goon, conduciendo equivocadamente al inspector hasta la cocina, y luego por fin a la sala.
—Serénese, Goon —le dijo el inspector con severidad—. ¿Qué ha ocurrido, hombre?
—Pues todo empezó cuando mi sobrino Ern vino a pasar una temporada conmigo —comenzó el señor Goon—. Yo advertí a los otros que no le metieran en ningún misterio…, ya sabe usted cómo es ese pillastre de Federico Trotteville para meterse en líos… y de lo primero que me enteré es de que había un misterio en la Colina de la Navidad…, allí hay dos bandas…, una de ladrones y otra de raptores.
—Extraordinario, Goon —le dijo el inspector—. Continúe.
—Pues verá, inspector, una noche subí a inspeccionar… y le aseguro que vi cientos de luces a mi alrededor…, rojas, azules y verdes, inspector, algo sorprendente.
—¡Todo el castillo de fuegos artificiales! —exclamó el inspector.
—Luego, oí ruidos terribles… como el mugido de una vaca, cacareos de gallinas, maullidos de gatos, y…, bueno, los ruidos más curiosos que haya usted oído en su vida, inspector.
El inspector contemplaba al señor Goon de hito en hito. Tenía el presentimiento de que si de pronto comenzaban a mugir vacas en una colina desierta, unas gallinas cacareaban y los gatos maullaban, era muy posible que por allí hubiera algún niño divirtiéndose a costa del señor Goon. Y el nombre de ese niño sería Fatty.
—Después, inspector —dijo el señor Goon, animándose—, se abalanzó sobre mí un hombre gigantesco… que me hizo caer de bruces, me pegó y casi me deja sin sentido. Tuve que echar a correr para salvar la vida, pero luché con él, y le di una buena paliza. Las señales le durarán toda su vida.
—¿Y lo capturó, lo esposó y lo trajo al puesto de policía? —sugirió el inspector.
—No, inspector. Se escapó —repuso el policía con pesar—. Luego supe que se había cometido un robo y que el botín estaba escondido en el viejo molino.
—¿Y cómo se enteró usted? —quiso saber el inspector interesado—. ¿Y por qué no me informó?
—Lo supe por mi sobrino, inspector —contestó el señor Goon—. Y a él se lo dijo el señorito Federico.
—Ya —dijo el inspector comenzando a comprender muchas cosas. ¡Aquel bribón de Fatty! Aquella vez sí que había despistado bien al señor Goon, y el inspector decidió dedicar al niño una buena reprimenda.
—Después desapareció mi sobrino. Salió y ya no le vi volver. De esto hace ya dos días.
El inspector le hizo la pregunta que el señor Goon había estado temiendo.
—¿Estaba disgustado su sobrino?
—Pues…, un poco —admitió el señor Goon—. Es… escribió un verso muy grosero dedicado a mí… y le castigué severamente.
—¿De qué forma? —preguntó el inspector.
—Le di una o dos palmadas con mi vara —replicó el señor Goon—. Pero estoy seguro de que eso no le impulsó a huir… si es que ha huido, inspector. Me quiere mucho, es mi sobrino predilecto.
—Hum —replicó el inspector, dudándolo mucho—. ¿Y qué más?
—Pues el señorito Federico me dijo que creía saber dónde estaba Ern, y que si esperaba hasta la noche probablemente le haría volver. De manera que aguardé despierto toda la noche, pero el señorito Federico no volvió… ¡y ahora los padres de esos niños han telefoneado o han venido a verme para comunicarme la desaparición de sus respectivos hijos!
—Esto me parece bastante serio —dijo el inspector—. ¿Está seguro de habérmelo contado todo, Goon?
—Pues…, todo lo que pueda serle útil —se apresuró a contestar el policía—. Fui en busca del botín, inspector, pero no pude encontrarlo.
—¡Quisiera saber dónde diantre están esos niños! —dijo el inspector Jenks—. No sé por dónde empezar a buscarles, ni qué hacer. ¿Dónde «pueden» estar?
¡En aquel mismo momento tres de los niños iban camino de sus casas! Habían encontrado la escalera de cuerda por la que escalaron el muro, y una vez al otro lado, no supieron dar con el camino y estuvieron vagando por algún tiempo hasta encontrar el camino de carro que ya conocían. Estaban tan cansados que apenas sabían por dónde iban.
Pero ahora ya se estaba haciendo de día, y Fatty, Larry y Pip siguieron por la orilla del arroyuelo. ¡Qué largo les pareció el camino! Al fin llegaron al puente y se encaminaron al pueblo.
—Será mejor que vayamos primeros a ver a Goon para decirle que Ern se encuentra perfectamente —dijo Fatty—. Telefonearé al inspector desde allí. ¡Cielos, qué cansado estoy!
Ante la sorpresa del inspector, que estaba mirando por la ventana, de pronto vio a Fatty, a Larry y a Pip, que avanzaban fatigosamente por la calle.
—¡Mire, Goon! Aquí vienen tres. ¡Pero Ern no!
El señor Goon lanzó un gemido de desaliento. Los tres niños llegaron ante la puerta y llamaron. Fatty quedó agradablemente sorprendido al ver que el inspector le abría la puerta.
—¡Oh, inspector! ¡Esto es estupendo! Es usted precisamente la persona que deseaba ver —le dijo, estrechándole la mano con calor.
—No podéis aguantaros más de pie —dijo el inspector, mirando a los niños, sucios y cansados—. Goon, caliente leche con cacao para estos tres. Eso les reanimará algo, y luego llame a sus padres para decirles que están a salvo. ¡Vaya en seguida!
Goon se apresuró a hacer lo que le había ordenado. ¡Ern no había aparecido! ¡Oh!, ¿qué le habría ocurrido? ¡Si Ern regresaba, nunca más le hablaría con severidad! ¡Nunca más!
Fatty y los otros se desplomaron en sendas sillas, y a Pip se le cerraron los ojos.
—Yo os llevaré en mi coche —dijo el inspector—. Después podéis contarme lo ocurrido. Ya sé algo de todo esto…, el increíble misterio de la Colina de la Navidad, Federico…, con sus luces misteriosas, ruidos extraños y demás.
—¡Oh, eso! —replicó Fatty—. Eso no es nada, inspector. No se trata de ningún misterio.
—Ya me lo figuraba —repuso el inspector—. Ah, aquí llega el cacao. Gracias, Goon. Ahora telefonee a los padres de estos niños, ¿quiere?
—Inspector, ¿puedo hacer primero una pregunta? —suplicó Goon—. Es sobre Ern. ¿Está bien?
—Oh, Ern. Sí, está bien que yo sepa —dijo Fatty, tomando un buen trago de cacao—. Caramba, me he quemado la boca.
—Beberos el cacao y luego subid a mi coche —dijo el inspector, alarmado, al ver los rostros pálidos y ojerosos de los tres niños. Pip estaba profundamente dormido.
—¡Cielos, inspector! ¡Tengo que contarle una historia que le mantendrá ocupado el resto del día! —le dijo Fatty, que ya se sentía mejor, gracias al cacao. Tomó otro trago y añadió—: No permita que el señor Goon telefonee a nuestros padres, inspector. ¡Dentro de un par de minutos, usted va a necesitar el teléfono! ¡Tengo un gran misterio de primera clase para usted, inspector, servido en bandeja!