Capítulo XXII

Una noche extraordinaria

—Mira, Fatty, fíjate…, ¿quién es ése que baja las escaleras del fondo? —exclamó Pip, de pronto—. Debe ser el jefe. Mira cómo los hombres se enderezan para saludarle.

—¡Es el señor Holland! —replicó Fatty—. ¡Ajá, señor Holland, de manera que éste es su pequeño secreto! Sabe usted mucho más de Harry’s Folly de lo que quiere admitir. ¡Qué negocio debe hacer con los coches robados!

—Quisiera saber cuántos hombres de su garaje de Marlow conocen este lugar —dijo Pip.

—Ninguno, me figuro —repuso Fatty—. Tiene esos garajes para disimular, pero su negocio principal es éste. ¡Vaya, al inspector Jenks le gustaría conocer este nidal de automóviles!

Los hombres debían haber recibido alguna orden para abandonar el trabajo para comer o beber, porque uno a uno fueron dejando sus ocupaciones para desaparecer en una estancia más alejada. El señor Holland fue con ellos.

El taller quedó desierto.

—Ahora es la ocasión —susurró Fatty—. Tenemos que llegar a esas escaleras… por donde acaba de bajar el señor Holland… y subir por ellas. Es nuestra única oportunidad para encontrar a Ern.

Corrieron en silencio hasta la escalera y la subieron mucho antes de que los hombres volvieran al trabajo. La escalera era de caracol, como el pasadizo ascendente que llevaba al lugar donde estaba el suelo movible. Pero esta escalera era muy estrecha y empinada, tanto, que los niños jadeaban al subirla. Al final había un amplio rellano al que daban varias puertas. Luego otro tramo de escaleras continuaba hacia arriba.

—¡Extraño lugar! —exclamó Fatty—. Durante la guerra debe haber sido utilizado para algo muy secreto, como ya dije antes. En el taller de abajo debieron construir cosas muy secretas… Dios sabe qué. ¡Bombas, tal vez!

Los niños contemplaron todas las puertas cerradas, temerosos de que alguna se abriese de pronto y alguien les sorprendiera. Fatty miró el siguiente tramo de escalones.

—Supongo que debe conducir a la planta baja de la casa —dijo—. Bueno…, ¿qué hacemos? ¿Probamos esas puertas o subimos la escalera?

En aquel momento llegó hasta sus oídos un sonido familiar…, una tos hueca y ronca.

—¡Ern! —exclamó Pip, al punto—. Conocería esa tos en cualquier parte. Es tan parecida a la de Goon. ¡Ern está en una de estas habitaciones!

—Creo que en ésta —dijo Fatty, yendo rápidamente a la que tenía frente a él. Hizo girar el pomo con cautela…, pero la puerta no se abrió. Entonces vio que estaba echado el pestillo… y que probablemente también estaría cerrada con llave, puesto que estaba puesta en la cerradura.

Dio vuelta a la llave, descorrió el pestillo, y entonces pudo abrirla. Miró al interior. Ern estaba echado sobre una cama con un lápiz en la mano y su cuaderno de versos. Murmuraba algo entre dientes.

—¡Ern! —dijo Fatty.

Ern se incorporó con tal rapidez, que su cuaderno cayó al suelo. Miraba a los tres niños con asombro que se transformó en la mayor alegría. Saltó de la cama para correr hacia ellos y abrazó a Fatty.

—¡Fatty! ¡Sabía que vendrías! Sabía que seguirías las pistas que fui arrojando desde el coche. Fatty, los raptores me han cogido. Ooooh, lo he pasado muy mal, tratando de convencerles de que no sé nada. ¡Insisten en que yo soy tú, Fatty! Están todos locos.

—¡Chisss! —dijo Fatty—. ¿Estás bien, Ern? No te han hecho daño, ¿verdad?

—No —contestó Ern—. Pero no me dan mucho de comer. Y me han dicho que mañana no me darán nada si no contesto a sus preguntas como es debido. Pero yo ignoro las respuestas. ¡Fatty, huyamos de aquí!

—Larry…, ve a la puerta y vigila —le ordenó Fatty—. ¡Avísame si oyes algún ruido procedente de la escalera de caracol en el acto, acuérdate!

Y se volvió hacia Ern que casi lloraba de emoción.

—Escúchame, Ern…, ¿eres capaz de llevar a cabo un acto de verdadera valentía?

—¡Cáscaras! No lo sé —replicó Ern, vacilando.

—Bueno, escucha —le dijo Fatty—. Estamos en el corazón del gran misterio… y yo quiero avisar a la policía y advertirles antes de que los hombres sepan que hay alguien que conoce su secreto. Comprende, Ern…, si esta noche te llevamos con nosotros, sabrán que han sido descubiertos, porque al ver que has huido, comprenderán que alguien te ha rescatado. De manera que, ¿querrás quedarte aquí encerrado toda la noche para que esos hombres sigan pensando que todo va bien… y esperar a que la policía llegue por la mañana?

—No puedo hacerlo —replicó Ern, casi llorando—. Tú no sabes lo que es estar encerrado sin saber lo que puede ocurrirte. Ni siquiera se me ocurre ningún verso para ver de distraerme.

—¿No eres valiente? —dijo Fatty, con tristeza—. Yo quisiera pensar bien de ti, Ern.

Ern miró a Fatty, quien le devolvió la mirada con aire solemne.

—Está bien —dijo Ern—. Lo haré, ¿entiendes? ¡Lo haré por «ti», Fatty, porque eres una maravilla! Pero no me siento valiente. Tiemblo de pies a cabeza.

—Cuando uno tiene miedo de hacer una cosa y, sin embargo, la hace, ésa es «verdadera» valentía —le dijo Fatty—. ¡Eres un héroe, Ern!

¡Ern quedó tan satisfecho al oír sus palabras, que se sintió dispuesto a permanecer encerrado una semana si fuera necesario! Sonrió a Fatty.

—¿Os ha hablado Bets del maravilloso poema que escribí mientras dormía? —le preguntó con interés—. Debieras verlo, Fatty. ¡Repato!, me siento tan orgulloso cuando lo recuerdo. Es el mejor poema que he escrito jamás. Nunca me sentí tan satisfecho de mí mismo.

Ahora era el momento de confesar a Ern que le había gastado una broma y para ello escribió el verso con su propia letra…, pero Fatty, viendo el rostro satisfecho de Ern, no tuvo corazón para decírselo. ¡Se hubiera desilusionado tanto! Era mejor dejar que pensase que el verso era obra suya, ya que tan orgulloso se sentía. Fatty estaba tan avergonzado por lo hecho que casi se ruborizó. ¿Qué le habría impulsado a gastar una broma tan estúpida al pobre Ern?

—¡Chisss! —de pronto llegó la señal de peligro que les daban Larry y Pip. Fatty le dio una palmada a Ern en la espalda, murmurando:

—¡Bueno, chico, hasta mañana!

Salieron de la habitación y Fatty volvió a cerrar la puerta con sorprendente silencio, y luego empujó a Pip y a Larry hacia el tramo ascendente de escalones.

Tan pronto llegaron a él cuando el señor Holland apareció en lo alto de la escalera de caracol y entró en una de las habitaciones. Los tres niños no se atrevieron a bajar otra vez.

—Será mejor que continuemos subiendo hasta ver a dónde llegamos —susurró Fatty. Y así lo hicieron, no tardando en encontrarse en la plataforma de la gran mansión. Fatty encendió su linterna y los niños se estremecieron.

Por todas partes colgaban telarañas, y el polvo se levantaba del suelo al pisarlo. Un olor acre a humedad lo envolvía todo.

Fatty consultó su reloj.

—¿Sabéis que son casi la una? —dijo y sus palabras resonaron misteriosamente por toda la estancia—. Salgamos de aquí y vamos a avisar al inspector Jenks.

¡Pero no podían salir! Las ventanas tenían los postigos cerrados desde el exterior, de manera que aunque hubieran conseguido abrir una ventana, no hubieran podido abrir los postigos. ¡Todas las puertas que probaron estaban cerradas, pero sin la llave! Era como una pesadilla estar vagando en la oscuridad de una casa polvorienta y sin poder salir por ninguna parte.

—Esto es espantoso —exclamó Fatty, al fin—. Nunca me había sentido tan desanimado. ¡No podemos salir por ningún sitio!

—Pues…, tendremos que intentar salir por donde entramos —dijo Larry—. No podemos atravesar el enorme taller mientras los hombres trabajan allí. Habrá que esperar a que vayan a comer otra vez. Vamos, bajemos hasta el rellano donde está Ern y veamos si hay alguien por allí.

Bajaron en silencio. El rellano estaba vacío y ni siquiera se oía ningún ruido de la habitación de Ern, aunque no estaba dormido, sino bien despierto y sintiéndose muy importante y emocionado. Estaba siendo un héroe, un héroe verdaderamente valiente por Fatty. Ern estaba emocionado… y esperaba ardientemente que el señor Holland no volviera a importunarle con preguntas que no podía contestar. ¿Y si le preguntase si alguno de los otros había estado allí aquella noche? Ern se perdía en pensamientos pesimistas de lo que podría ocurrirle si el señor Holland intentaba sonsacarle pensando que Ern le ocultaba algo. Entonces se sentía cualquier cosa menos un héroe.

Los niños fueron descendiendo por la escalera de caracol. Se había vuelto a reanudar el trabajo en el taller, donde el señor Holland, de pie y con las manos en los bolsillos, hablaba con otro hombre. Nadie pudo ver a los niños, porque estaban en un rincón oscuro.

Los niños aguardaron por espacio de dos horas, hasta que Pip se quedó dormido con la cabeza apoyada en el hombro de Fatty.

—Montaremos guardia por turno —dijo Fatty—. Duerme tú también, Larry. Te despertaré si ocurre algo.

Así que se durmieron los dos mientras Fatty vigilaba. A las tres despertó a Larry para que hiciera la guardia mientras él dormía. El gran taller seguía en plena actividad. A las cinco y media fue Pip el que tuvo que vigilar. Estaba despejado después de haber dormido cuatro horas y miraba con interés todo lo que ocurría. Nadie se acercó a su rincón en ningún momento.

Parecía como si no hubiese posibilidad de salir de allí.

Fatty despertóse repentinamente a las siete, muy preocupado. El tiempo iba transcurriendo y no podían permanecer allí mucho más.

Un hombre hizo retroceder a un gran camión casi hasta donde ellos estaban, y los niños se retiraron apresuradamente hacia la escalera. Entonces a Fatty se le ocurrió una idea.

—¡Ese camión va a salir! Parece que está terminado. Si subimos por la parte de atrás, nadie nos verá. ¡Tenemos que salir de aquí «como sea»!

Los otros estaban dispuestos a obedecerle. Cuando el hombre que había conducido el camión hasta su rincón fue a hablar con el señor Holland, los tres niños se montaron silenciosamente en la parte posterior del camión. Con satisfacción vieron que había una separación entre la cabina del conductor y la parte posterior, de manera que no podía verles desde el asiento delantero. En el interior del camión habían algunos periódicos viejos y sacos, y los niños se ocultaron debajo.

El hombre volvió al camión y lo puso en marcha. Lo mismo hicieron los ocupantes de otros dos automóviles. Se disponían a marchar. Habían entrado allí una semana o dos antes…, todos ellos robados… y ahora que habían sido repintados, y modificados para que no fueran reconocidos por sus propietarios…, estaban dispuestos a salir para ser vendidos de nuevo con documentación falsa.

El camión fue subiendo lentamente por la rampa de piedra, seguido de los otros coches. Llegaron al suelo movible y se colocaron encima. ¡Un minuto de espera y la plataforma se elevó como un ascensor!

Uno a uno, con cinco minutos de intervalo, los automóviles fueron saliendo silenciosamente del garaje. Y en el último, que fue el camión, iban escondidos los tres niños. El conductor del camión encendió los faros, apagándolos en seguida, y aguardó a que se abrieran las verjas del final de la avenida. ¡En aquel momento, los tres niños saltaron del camión!

Aguardaron ocultos entre los árboles hasta que las puertas de hierro volvieron a cerrarse y todo quedó tranquilo. Entonces fueron hacia el muro.

—Tendremos que buscar el camino hasta llegar a la escalera de cuerda —susurró Fatty—. ¡Qué suerte que se me ocurriera marcar los árboles! ¡Pronto encontraremos la escalera… y entonces podremos regresar a casa!