Capítulo XXI

En el corazón del misterio

Fatty salió aquella tarde después de cenar, exactamente a las ocho y media. Llevaba consigo la escalera de cuerda y los sacos. «Buster» quedó en casa, aullando y arañando la puerta del cobertizo. Estaba muy enfadado porque no le llevaba con él.

Fatty se dirigió al pequeño puente que cruzaba el Bourne, y desde allí avanzó cautelosamente por la helada orilla del arroyo. Dos figuras salieron en la sombra de detrás de un árbol y le siguieron en silencio.

El fino oído de Fatty captó el leve crujir de la escarcha a sus espaldas y se detuvo al punto. Al oír los pasos que se iban aproximando cada vez más permaneció inmóvil… pero por fin se ocultó detrás de un árbol cercano.

Los pasos seguían avanzando y oyó susurros. Entonces se trataba de dos personas. ¿Le seguían a él? ¿Qué estaban haciendo por el campo a aquellas horas de la noche?

Al pasar Fatty alcanzó a oír una de las palabras de la conversación que sostenían en susurros: «Buster…».

Sonrió. Ahora ya sabía quiénes le seguían. ¡Eran Larry y Pip! ¡No pensaban perderse la aventura de aquella noche con permiso o sin él! ¡Bien por Larry y Pip!

Echó a andar de puntillas tras ellos, de pronto se detuvieron al no oír los pasos de Fatty ante ellos, y les habló con voz siniestra:

—¡Cuidado! ¡Cuidado!

Larry y Pip se sobresaltaron violentamente. Luego Pip alargó la mano y tocó a Fatty.

—¡Fatty! ¡Eres tú! ¡Tonto! ¡Vaya susto que nos has dado!

—¡«Teníamos» que ir, Fatty! —dijo Larry—. No podíamos dejarte solo. ¡Hemos decidido que se trate o no de un misterio, todos hemos de intervenir!

Fatty presionó el brazo de Larry.

—Sois muy buenos. Claro que celebro teneros a mi lado. Vamos.

Y siguieron caminando los tres juntos. Al cabo de un rato llegaron al lugar donde el estrecho camino de carro que llevaba a Harry’s Folly corría cerca del arroyo. Abandonaron la orilla y tomaron el camino estrecho. Caminaron en silencio y en la oscuridad hasta llegar ante las verjas de hierro, que, naturalmente, estaban cerradas. En el cercano cobertizo brillaba una luz.

—No saltaremos el muro por aquí —dijo Fatty—. No creo que el guardián «tenga» perros, pero nunca se sabe. Daremos la vuelta y buscaremos un lugar más alejado.

Fueron rodeando el alto muro. El cielo se había aclarado y la tenue luz de las estrellas les ayudaba a ver mejor y orientarse.

—Aquí está bien —dijo Fatty.

Buscó por los alrededores una piedra pesada que ató al extremo de una cuerda que llevaba, y que a su vez estaba atada a la escalera de cuerda.

—Ayúdame a tirar esta piedra, por encima del muro —dijo Fatty a Larry, y entre los dos levantaron la piedra—. ¡Una, dos, tres, va! —dijo Fatty, y lanzaron la piedra hacia arriba con todas sus fuerzas, y ésta fue a caer limpiamente al otro lado del muro arrastrando tras ella la cuerda.

Cuando la piedra cayó pesadamente al suelo al otro lado de la tapia, la escalera de cuerda quedó tendida sobre el muro y sujeta a la piedra por la cuerda. Fatty tiró de ella.

—¡Estupendo! Parte de la escalera cae por el otro lado… y uno de los travesaños ha quedado firmemente sujeto por los cristales. Pip, tú eres el que pesa menos. Sube y te daremos los sacos para que los coloques sobre los cristales. Luego siéntate encima de ellos y sujeta la escalera para que subamos nosotros. Larry y yo pesamos bastante.

Pip era ligero. La escalera se tensó, le arrojaron los sacos, que Pip arregló encima del muro para que formaran algo de cojín sobre los cristales, evitando así el cortarse con ellos.

Pip se sentó encima y sostuvo la escalera lo más firme que pudo para ayudar a los otros. Fatty tiró de ella con fuerza. Sí, se podía subir.

Luego hizo bajar a Pip. Fatty subió primero, se sentó encima de los sacos se izó la escalera de manera que la mitad colgara por cada lado del muro… la sujetó así, de forma que no pudiera escurrirse y luego bajó por el otro lado al terreno de Harry’s Folly. Los otros siguieron su ejemplo por un lado y descendieron por el otro.

—¡Bien! —exclamó Fatty en un susurro—. ¡Ahora buscaremos la casa!

Echaron a andar entre los espesos árboles. Fatty los iba marcando con tiza blanca al pasar, porque temía que sin guía no podría encontrar el camino de regreso hasta la escalera de cuerda… ¡y «puede» que más tarde tuvieran prisa!

Tras caminar un buen rato la vieja mansión se recortó ante ellos a la luz de las estrellas. En aquella noche oscura tenía un aspecto siniestro, y Pip, bastante asustado, se acercó más a los otros.

No se veía luz por parte alguna, y Fatty pudo distinguir con dificultad los grandes postigos que cerraban todas las ventanas. Llegaron ante un tramo de escaleras y los subieron en silencio. Llegaban hasta la puerta principal, que también estaba cerrada. La mansión parecía estar completamente desierta.

—¿Tú crees que Ern está escondido aquí? —susurró Larry con la boca pegada al oído de Fatty.

—Sí —repuso Fatty—. Hay algún misterio en este lugar… lo utilizan para algo que no debieran, estoy seguro, aunque no sé qué será. Y estoy convencido de que Ern está aquí. Vamos… aún nos falta mucho para dar toda la vuelta a la casa.

En la oscuridad la casa parecía enorme. Las paredes les parecieron interminables mientras caminaban cautelosamente junto a ellas. No se veía luz alguna ni se oían ruidos.

Llegaron a la parte posterior de la casa. Un estanque helado brillaba a la luz de las estrellas, y dos tramos de escalones llevaban hasta él.

—¡Qué enorme es este lugar! —susurró Pip—. Quisiera conocer su historia.

—¡Chissss! —le siseó Fatty, y los tres quedaron inmóviles como si fuesen de piedra pegados unos a otros. Habían oído un ruido muy curioso. ¡Y parecía venir de bajo tierra!

—¿Qué es eso? Parece el motor de una máquina —susurró Larry—. ¿Dónde estará?

Siguieron dando la vuelta a la casa y llegaron a lo que debían haber sido establos o garajes. También eran enormes. Una puerta pequeña de uno de ellos estaba abierta, porque Fatty la pudo oír chirriar mecida por el viento frío de la noche. Se dirigió a ella seguido de los otros.

—Vamos. Esta puerta está abierta. Entremos en el garaje —susurró Fatty uniendo la acción a la palabra. Estaba oscuro y los niños no pudieron ver nada. El ruido que oyeron ahora había cesado.

Fatty sacó su linterna con sumas precauciones y la encendió dirigiéndola rápidamente a su alrededor. Vieron un amplio garaje de rincones oscuros. Delante de ellos había una porción de suelo distinta del resto.

¡Y entonces ocurrió algo aterrador! De pronto el suelo que había delante de ellos produjo un ruido y se movió, hundiéndose rápidamente en la oscuridad. ¡Fatty estaba tan sorprendido que ni siquiera pudo apagar su linterna! ¡Permanecía clavado en el suelo con la linterna encendida, a cuya luz habían visto desaparecer el suelo! ¡Un paso o dos más y hubieran caído con él Dios sabe dónde!

Fatty apagó la linterna, y Larry le cogió de un brazo, atemorizado.

—Fatty. ¿Qué ha ocurrido? ¿Has visto hundirse el suelo?

—Sí. Es un suelo movible que funciona mecánicamente —dijo Fatty—. ¡Vaya susto que me he llevado al verlo desaparecer! Si ha descendido, es por algo. Escondámonos detrás de esos barriles para ver si vuelve a subir.

Se ocultaron tras los barriles durante algún tiempo quedándose fríos, pero nada ocurrió. Fatty encendió y apagó su linterna con rapidez. ¡El suelo seguía hundido! Sólo se veía un amplio agujero.

Fatty se acercó hasta el borde con cautela, encendió la linterna y trató de escudriñar la profunda oscuridad, pero un ruido le hizo volver a su escondite a todo correr.

Ahora por el agujero salía una luz que primero fue tenue y luego brillante. También se oían ruidos y voces. ¡Por fin un ruido mecánico… y el suelo volvió a ascender ocupando de nuevo su lugar! En realidad funcionaba como un ascensor que no fuese más que una plataforma.

Sobre el suelo había tres automóviles, y ninguno llevaba los faros encendidos.

Se oyeron voces hablando en tono bajo.

—¿Todo dispuesto? Cinco minutos de intervalo entre cada uno. Ya sabéis lo que debéis hacer. Adelante, Kenton.

Las grandes puertas del garaje se abrieron silenciosamente, y el primer automóvil abandonó su plataforma para salir del garaje. Desapareció por la avenida. Al llegar ante la casa del guardián, encendió un instante los faros y aguardó. Peters salió a abrir las puertas de hierro rápidamente para que pasara el coche y luego, con igual rapidez, volvió a cerrarlas.

Cinco minutos más tarde los tres niños vieron salir al segundo automóvil, y tras otro espacio de tiempo igual, al tercero. Luego las puertas del garaje volvieron a cerrarse y el único hombre que quedó en su interior se puso a silbar por lo bajo.

Se colocó sobre la plataforma y aguardó. Al cabo de un par de minutos, el suelo volvió a descender, dejando el mismo hueco que antes. Después no hubo más que el silencio y completa oscuridad.

—¡Larry! ¡Pip! ¿Estáis ahí? —dijo Fatty, en un susurro—. Tenemos que hacer algo ahora mismo. Habrá que bajar al sótano. Al parecer es allí donde ocurren todas las cosas. ¿Estáis dispuestos?

—Sí —respondieron ambos, y Fatty, encendiendo su linterna, mostró a los otros un cable que había en un rincón, y que utilizaban para atar un coche tras otro.

—Si lo atamos a esa viga, ¿veis?… y dejamos que el cable cuelgue dentro del agujero…, podremos deslizamos uno a uno.

No les llevó mucho tiempo asegurar el cable de la viga y el extremo fue introducido en el agujero por Pip. Luego Fatty lo probó. Le sostenía perfectamente. Se sentó en el suelo para asirse al cable.

—Os esperaré al final de la cuerda —susurró—. Seguidme de prisa.

Descendió con facilidad, pues estaba acostumbrado a hacerlo en el gimnasio del colegio. Pip le siguió, y luego Larry. Pronto estuvieron los tres bajo tierra y en la más completa oscuridad. Oyeron un ruido algo distante y una luz tenue procedente de la misma dirección. Fatty vio la silueta de un amplio corredor y echó a andar por él, seguido de los otros.

Siguieron avanzando por el amplio pasadizo, que iba dando vueltas y vueltas siempre descendiendo como una enorme escalera de caracol.

—¡Estamos bajando al centro de la Tierra! —susurró Larry—. ¿Qué será este curioso pasadizo, Fatty?

—Es por donde suben los coches para colocarse sobre la plataforma automática —replicó Fatty—. ¡O por donde bajan! ¡Ah…, hemos llegado!

Desde su oscuro rincón, los niños contemplaron un enorme taller en pleno trabajo. Las máquinas chirriaban y tableteaban. ¡Había automóviles por todas partes! Dos estaban siendo pintados de azul. Otro era despojado de su pintura anterior, y un cuarto estaba casi hecho pedazos. Se veían otros en los que nadie trabajaba.

—¿Qué clase de sitio es éste, Fatty? —preguntó Larry, en un susurro.

—No estoy del todo seguro —replicó Fatty—. Pero yo creo que es el lugar de recepción de todos los coches robados. Los traen aquí de noche, los colocan sobre la plataforma movible, los bajan hasta aquí, y los cambian por completo para que nadie pueda reconocerlos. Después vuelven a sacarlos al exterior por la noche… y me imagino que los venderán por fuertes sumas con documentación falsificada.

—¡Córcholis! —exclamó Larry—. El otro día oí decir a mi padre que la policía estaba completamente despistada respecto a la cantidad de coches robados últimamente. Apuesto a que vienen a parar aquí. ¡Vaya, Fatty…, qué descubrimiento!