Capítulo XIX

El señor Goon está preocupado

Los Pesquisidores quedaron muy sorprendidos cuando Bets les dijo que había enviado a Ern a su encuentro.

—No hemos visto ni rastro de él —exclamó Fatty—. Supongo que habrá regresado a su casa.

Escucharon el relato que Bets les hizo de lo que Ern hiciera la noche antes, y sus rostros adquirieron una expresión grave. Una cosa era tomarle el pelo para reírse de él, y otra muy distinta que por su culpa le castigasen.

—¡Caramba! ¡Y el viejo Goon fue a buscar el botín a la Colina de la Navidad en lugar de Ern! ¡Qué furioso se pondrá al saber que todo ha sido una broma! —dijo Larry.

—Tendré que decir a Ern y a Goon también…, que yo he escrito ese verso —dijo Fatty, contrariado—. Goon se pondrá hecho una furia. Me llevaré una buena regañina.

—Sí —replicó Pip—. Volverá a quejarse a tus padres.

—Ern estaba terriblemente orgulloso de su poema —dijo Bets—. Me confesó que era lo único que anoche le había consolado. Él cree que ha escrito ese poema maravilloso sin darse cuenta. Cree que debe haber sido en sueños. La verdad es que no puedo soportar la idea de decirle que no lo ha escrito él.

—Es un poco complicado, ¿verdad? —intervino Daisy—. Para hacer comprender al señor Goon que ha pegado a Ern injustamente, hemos de decepcionar a Ern diciéndole que ese verso no es suyo. ¡Pobre Ern! Ojalá no le hubiésemos tomado el pelo. Es muy tonto, pero completamente inofensivo y algunas veces muy agradable.

—Aunque un cobarde terrible —dijo Pip—. ¡Mira cómo lo descubre todo! Es una suerte que no le hayamos enviado para intervenir en el misterio «de verdad». Se lo hubiera contado a Goon.

—Sí. Realmente no se puede confiar en él —exclamó Daisy—. Pero siento lo ocurrido. Me pregunto qué le estará ocurriendo ahora. Supongo que habrá regresado a su casa.

Pero Ern no había regresado, como bien sabemos. No apareció tampoco a la hora de comer, y el señor Goon, que había preparado una espléndida comida a base de estofado y albóndigas, quedó muy decepcionado.

¡Aquel maldito niño! No había pintado la cerca de verde como le había dicho; y ahora llegaba tarde para comer.

—Bueno, pues no le esperaré… y si no viene, ¡me lo comeré todo! —exclamó el señor Goon—. ¡Así aprenderá!

De manera que se lo comió todo, y después se sintió tan repleto, que tuvo que sentarse en su butaca junto al fuego de la cocina, desabrocharse el chaleco, e inmediatamente se quedó dormido. El señor Goon estaba cansado después de su noche de búsqueda por la Colina de la Navidad, y durmió y durmió. Estuvo dormido toda la tarde. Ni siquiera oyó sonar el teléfono, pues sus ronquidos ahogaban el ring, ring del aparato.

Se despertó a las cinco y media, y se incorporó bostezando. Miró el reloj. Volvió a mirarlo. ¡Qué! ¡Casi las cinco y media! ¡El reloj no debía andar bien! El señor Goon sacó de su bolsillo su gran reloj para consultarlo también. ¡Vaya, si marcaba la misma hora!

—¡He estado durmiendo tres horas enteras! —exclamó el policía, sorprendido—. Eso demuestra lo cansado que estaba. ¿Dónde está Ern? Vaya, si casi he dejado apagar el fuego, y no hay ninguna tetera con agua hirviendo para el té.

Y comenzó a gritar:

—¡Ern! ¡«Ern»!

Pero ningún Ern acudió. El señor Goon frunció el ceño. ¿Dónde estaría el niño? ¡No había ido a comer! Y ahora tampoco llegaba para la merienda. Seguramente había ido a ver a aquellos niños y le habrían invitado a comer. ¡Les estará contando algún cuento maravilloso sobre su cruel tío! Oh, el señor Goon tendría ciertamente mucho que decir a eso.

El señor Goon se preparó rápidamente una taza de té, y no se entretuvo en comer nada. De pronto recordó que debía haber ido a ver a la señorita Lacey para que le diera cuenta del robo de sus dos gallinas. ¿Cómo podía haberlo olvidado? Si hubiera ido a las cuatro y media, hubiera tomado el té en la cocina con la cocinera, señora Tanner, con el pan de azúcar que hacía tan bueno, como el señor Goon sabía muy bien.

El señor Goon dirigióse a la casa de la señorita Lacey, pero había salido. La cocinera le dijo que la señorita Lacey estaba muy enfadada porque no había ido antes. De manera que el policía no tuvo oportunidad de sentarse en la caliente cocina ni de tomar un pedazo de pan de azúcar. Estaba muy contrariado, y bajó pomposamente los escalones de la casa en plena oscuridad.

Otra vez se preguntó dónde estaría Ern. Era un niño muy malo por estar fuera de casa tanto tiempo. ¡Tal vez quería hacerle creer que se había escapado! El señor Goon lanzó un ligero gruñido. Ern nunca tendría valor para hacer una cosa semejante.

Pero una duda muy pequeña apareció en su mente en aquel momento. ¿Y si Ern se «hubiera» escapado de verdad? ¡No, no, qué tontería! Estaría en cualquier parte con aquellos niños.

El señor Goon echó a andar por la carretera que llevaba a la oficina de correos. Era de noche y su linterna iluminaba el suelo ante él. De pronto el haz de luz iluminó un objeto. ¡Un botón!

El señor Goon siempre recogía todos los botones o alfileres que encontraba, y por consiguiente cogió el botón. Llevaba un pedazo de tela adherido. ¡Vaya…, él conocía aquel botón y el pedazo de tela! ¡Era una de las pistas de Ern!

«De manera que Ern ha pasado por aquí —pensó el señor Goon, guardando el botón en su bolsillo».

Prosiguió su camino con la linterna encendida… y pronto vio la colilla de cigarro puro entre el polvo.

«¡Otra de las pistas de Ern! —pensó el señor Goon, cogiéndola—. ¿Qué habrá estado haciendo Ern para tirar sus pistas de esta manera? ¡Ah…, aquí hay una punta de lápiz! ¡Apuesto a que es la que él encontró con las iniciales E. H. en el extremo! ¡Sí, ésa es!».

No supo ver el jirón de ropa que había volado hasta situarse debajo del seto, pero al cabo de un rato, descubrió un pañuelo raído. Tuvo el presentimiento de que llevaría una «K». Y así era. Otra de las pistas de Ern. ¡Qué raro!, pensó el señor Goon, y entonces se le ocurrió una idea.

—¡Son esos niños que tratan de volver a gastarme una broma! ¡Deben haberme visto andar por aquí, y han hecho que Ern fuese tirando sus pistas para hacerme seguir adelante! Al volver la esquina, saltarán sobre mí o enviarán a ese condenado perro para que me muerda los tobillos. ¡Bueno, pues no pienso seguir adelante! ¡Voy a ir directamente a quejarme a los señores Hilton!

El señor Goon se dirigió a casa de Pip rebosando indignación. ¡Mira que hacer que Ern fuese tirando sus pistas sólo para gastarle una broma y llevarle a donde ellos quisieran! ¿Por quién le habían tomado?

El señor y la señora Hilton habían salido.

—Pero los cinco niños están aquí —le dijo Lorna, la doncella—. ¿Es a ellos a quienes quiere ver, señor?

—Les veré —dijo el señor Goon—. Primero suba a decir al señorito Federico que sujete a su perro. Es una bestia muy desagradable.

Cuando Lorna fue a darles la noticia, los Pesquisidores se quedaron muy sorprendidos y Bets se alarmó. ¡Oh…! ¿Qué ocurrirá ahora?

El señor Goon penetró en la estancia y fue a dejar las pistas encima de la mesa.

—Otra de vuestras estúpidas bromas, supongo —dijo mirando a su alrededor—. Habéis hecho que Ern las tirara en el lugar donde sabíais que yo iba a encontrarlas. ¡Oh…, debo deciros que sois muy ingenuos!

Los Cinco Pesquisidores miraron las pistas reconociéndolas, y Fatty cogió el botón, muy intrigado.

—¿Dónde está Ern? —preguntó el señor Goon.

—No le hemos visto en todo el día.

El policía gruñó.

—¿Pensáis que voy a creerlo? ¡Bueno, «yo» tampoco le he visto en todo el día! ¡Pero apuesto a que está escondido en esta casa! Eso se llama complicidad en términos legales, ¿sabéis?

Fatty pensó que el señor Goon se estaba portando estúpidamente.

—Señor Goon. Nosotros «no» hemos visto a Ern desde esta mañana a primera hora, que estuvo charlando unos momentos con Bets. ¿Dónde «está»?

El señor Goon comenzó a alarmarse. La voz de Fatty denotaba sinceridad. Si aquellos niños no habían visto a Ern en todo el día, ¿dónde «estaba» entonces? ¿Se habría escapado? No, de eso Ern era incapaz.

Contempló a los niños en silencio.

—¿Cómo voy a saber dónde está ese condenado? —exclamó, alzando un tanto la voz—. Me está amargando la vida… y vosotros hacéis todo lo posible por imitarle. ¡Y permitidme que os diga que «sé» todo lo referente a ese misterio vuestro! ¡Sí, sé más de esos ladrones y raptores de la Colina de la Navidad que «vosotros»!

—Celebro tanto saberlo —respondió Fatty, en tono tan cortés, que Goon enrojeció—. Tal vez usted pueda resolverlo con más rapidez que nosotros. La cuestión es…, ¿dónde está Ern? Esta mañana cuando vio a Bets, estaba muy apurado. Al parecer, usted le atacó durante la noche, señor Goon.

El policía apenas podía articular palabra. Al fin pudo contestar muy contrariado:

—¡Yo! ¡Atacarle! Nunca oí nada semejante. Le pegué con mi vara por haber sido grosero.

—Bueno… —Fatty vacilaba. ¿Habría llegado el momento de decirle la verdad al señor Goon con respecto al verso…, que lo había escrito él y no Ern? No, tal vez fuese mejor decírselo primero a Ern, pero ¿«dónde» estaba?

Fatty quedó verdaderamente intrigado. Las cosas que el policía había dejado encima de la mesa, eran las pistas de Ern, sin duda alguna…, las que recogiera en la Colina de la Navidad, aunque no estaban todas, y Fatty preguntó por el resto.

—¿No ha encontrado usted más pistas, señor Goon? ¿Están aquí todas?

—No sé cuántas más le diríais a Ern que fuese arrojando por el camino —gruñó el señor Goon—. ¡Pero no iba a recorrer todo el pueblo para encontrar más!

—¿Dónde encontró éstas? —quiso saber Larry.

—¡Como si no lo supierais! —exclamó el señor Goon, con sarcasmo—. Donde vosotros las pusisteis, naturalmente… o donde dijisteis a Ern que las pusiera. En el camino de Candlemas.

—¿Y qué estaría haciendo Ern allí? —se maravilló Bets.

—¿De verdad no sabéis dónde está Ern? —preguntó el señor Goon, tras una pausa. De nuevo la duda iba creciendo en su interior. ¿Acaso no sería muy desagradable que Ern hubiera huido porque él le había pegado? Tal vez hubiese vuelto a casa de tu madre. El señor Goon decidió averiguarlo cuando regresara. Podía telefonear a un amigo suyo que conocía a la madre de Ern, y pedirle que fuera a la casa de Ern para averiguar si estaba allí.

—No. No sabemos dónde está —replicó Fatty, impaciente—. ¿Es que no se lo hemos dicho ya? ¡No me extrañaría nada, señor Goon, que el pobre Ern se hubiera arrojado al mar o algo por el estilo, después de haberle atacado cruelmente anoche!

El señor Goon no supo qué contestar. La sugerencia de Fatty y su temor de que hubiera huido, le atascaban la lengua. Todo aquello era muy desagradable, y comenzó a desear no haber pegado a Ern la noche antes.

El señor Goon se marchó y Pip pudo respirar tranquilo. Él y Bets estaban temiendo que llegaran sus padres antes de que el policía se hubiese marchado, y no deseaban que eso ocurriera.

—Es muy extraño —dijo Fatty, soltando a «Buster» que había estado sujeto a su correa por espacio de un cuarto de hora—. No hemos visto a Ern en todo el día. Sólo Bets lo vio esta mañana, y ahora esta historia de sus pistas esparcidas por el camino de Candlemas. ¿Por qué lo haría?

—Tendría un agujero en el bolsillo —sugirió Pip.

—No es muy probable —replicó Fatty.

—Quizá se hartase de las pistas y las «tirara» —dijo Bets.

—¡Qué tontería! —dijo Pip.

—Voy a ir con mi linterna a ver si encuentro más pistas de Ern —dijo Fatty—. Presiento que aquí ocurre algo raro. ¡Estoy preocupado por nuestro Ern!

Y se marchó solo con «Buster» y su linterna, que iluminaba el suelo ante el camino de Candlemas.

Al principio no vio pista alguna…, pero, más adelante, al doblar un recodo y tomar el camino que llevaba durante un par de kilómetros a través de los campos hasta Harry’s Folly, Fatty encontró tres o cuatro pistas más, y se quedó observando el camino, pensativo, mientras su cerebro trabajaba activamente. ¿Dónde estaba Ern? ¿Qué diantre podía haberle ocurrido?