Una mala noche para Ern
Ern pasó el resto del día en un estado de gran excitación, y su tío no acababa de comprender lo que le ocurría.
—Supongo que estarás imaginando alguna nueva poesía —le dijo.
—No, tío —respondió Ern, y no mentía. Estaba pensando lo que iba a hacer aquella noche. Había algo de luna y eso le ayudaría a encontrar el camino, esta vez sin equivocarse. ¿Sería muy pesado el botín? ¡Bueno, en ese caso tendría que hacer dos viajes!
Ern fue a acostarse temprano, y el señor Goon comprendió que algo tramaba. Ern sabía algo que no le había dicho a su tío. ¡Condenado muchacho!
Estuvo escuchando ante la puerta del dormitorio de Ern cuando subió para acostarse. Si Ern estaba dormido entraría para volver a apoderarse de su cuaderno de notas, pero Ern no dormía. Daba vueltas y más vueltas, ya que el señor Goon podía oír perfectamente cómo crujía la cama.
El señor Goon se desnudó para meterse en la cama con intención de permanecer despierto hasta que Ern se durmiese, pero no fue así. Sus ojos se cerraron y Ern no tardó en oír sus ronquidos familiares resonando por toda la casita.
Pero era difícil permanecer despierto. Se le cerraban los ojos, y tuvo que sentarse muy erguido, pero inútil. Se dormiría en un santiamén.
Se le ocurrió una idea. Recordó que Fatty le había dicho que los versos saldrían de sus labios con toda fluidez si se ponía de pie para decirlos. Sería una buena ocasión para probarlo…, su tío estaba dormido… y nadie le interrumpiría, y de esta manera evitaba el dormirse.
Ern saltó de la cama. Hacía frío y se estremeció. Se puso su abrigo y una bufanda alrededor del cuello y sacó su libreta de poesías y el cuaderno de pistas y sospechosos. Sentíase orgulloso de ambos.
Volvió a leer su lista de indicios, y luego, cogiendo un lápiz escribió unas cuantas líneas en la página siguiente.
«Robo cometido el 3 de enero. El botín estará escondido en el viejo molino de la Colina de la Navidad. Ern Goon ha sido designado para ir a buscarlo en la noche del 4 de enero».
Aquello estaba muy bien, y trazó una línea debajo, pensando con satisfacción que tal vez a la mañana siguiente podría escribir: «Botín recogido. Su valor es de unas diez mil libras». ¡Cómo deseaba poder escribir esas palabras también!
Y ahora la poesía. Leyó varios de sus «poemas», sacando la conclusión de que no eran tan buenos como los que Fatty había sacado de su cabeza espontáneamente. No vio el que Fatty había escrito en su cuaderno sobre el señor Goon. Ignoraba que estuviera allí.
Ern cerró su cuaderno de versos y lo puso encima del otro. Entonces se dispuso a recitar versos…, como fueron saliendo de su cabeza…, igual que Fatty.
Pero no le salían. Ern permaneció en pie aguardando, y temblando de frío. De pronto se le ocurrió el primer verso. ¡Ah…, aquello era el principio!
Ern lo recitó:
«El pobre hombre yacía tendido sobre la hierba…»
Se detuvo. No se le ocurría nada más. Si fuese Fatty, hubiera continuado verso tras verso…, hasta completar el poema, que luego podía recordar y escribir con orgullo.
Volvió a recitar la primera línea, esta vez en voz más alta.
«El pobre hombre yacía sobre la hierba…, sobre la hierba…»
No, era inútil. No se le ocurría cómo continuar. Pero era así… Fatty no «tenía» que pensar. Los versos salían de sus labios cuando lo deseaba sin que tuviera que detenerse. Quizá Fatty fuese un genio y él no. Ern estuvo reflexionando sobre esto unos minutos.
Luego comenzó de nuevo, recitando a viva voz.
«Un pobre hombre yacía tendido sobre la hierba. Un pobre hombre yacía tendido sobre la hierba. Un pobre hombre yacía…»
El señor Goon, que dormía en la habitación contigua, se despertó sobresaltado. ¿Qué era aquel ruido? Se sentó en la cama. Una voz llegó hasta él procedente del cuarto de al lado, y el señor Goon la escuchó con asombro.
«Un pobre hombre yacía sobre la hierba. Un pobre…»
—¡Es «Ern»! —exclamó el señor Goon, realmente sorprendido—. ¿Qué estará haciendo, hablando en plena noche acerca de un pobre hombre tendido en la hierba? ¡Debe haberse vuelto loco!
El señor Goon se puso una bata demasiado pequeña para él y dirigióse majestuosamente a la habitación de Ern. El niño estaba allí de pie, a oscuras, recitando sin cesar su única línea: «El pobre hombre…».
—¿Qué es esto? —le dijo su tío en voz tan alta que Ern casi se muere del susto—. ¡Mira que despertarme con tu pobre hombre! ¿Qué te crees que estás haciendo, Ern? No consiento este comportamiento, te lo digo sin rodeos.
—Oh, eres tú, tío —dijo Ern con voz débil.
El señor Goon encendió la luz, y al ver a Ern con el abrigo y la bufanda, quedó aún más asombrado.
—¿Es que vas a ir a algún sitio? —le preguntó.
—No. Tenía frío y por eso me puse el abrigo —replicó el pobre Ern, metiéndose en la cama. Sólo estaba inventando versos, tío. Salen mejor si uno está de pie.
El señor Goon vio los cuadernos encima de una silla.
—¡Ya te enseñaré yo a despertarme a medianoche con tus versos! —gruñó, cogiendo los dos cuadernos para llevárselos consigo.
—¡Tío! ¡Oh, por favor, tío, no los toques! —suplicó Ern, saltando de la cama para tratar de recuperarlos, pero el señor Goon los sujetó con mayor fuerza.
—¿Qué te ocurre? ¿Por qué estás tan trastornado? No voy a quemarlos —dijo el policía.
—¡Tío! —suplicó Ern—. Son privados. No puede leerlos nadie más que yo.
—¡Oh! —exclamó el señor Goon—. ¡Eso es lo que «tú» te crees! —y tras apagar la luz, salió de allí cerrando la puerta. Ern se metió en la cama, temblando de miedo. Ahora su tío leería lo del botín… ¡y su maravilloso secreto quedaría al descubierto! Ern derramó lágrimas sobre la almohada.
El señor Goon se dispuso a leer primero el cuaderno de versos, y cuando llegó al que estaba dedicado a él, apenas podía dar crédito a sus ojos. ¿Ern había sido capaz de escribir un verso tan grosero? ¡Hablar de los ojos de su tío de aquella manera, y de su voz… y aquello del rebuzno del asno! El señor Goon se sintió invadido de una rabia incontenible.
Y luego leyó el otro cuaderno. Sólo echó un vistazo a las Pistas y otras notas que ya había leído antes, pero al llegar a lo que Ern había escrito aquella misma noche, sus ojos se pusieron más redondos que nunca.
«Robo cometido el 3 de enero. El botín estará escondido en el viejo molino de la Colina de la Navidad. Ern Goon designado para ir a buscarlo la noche del 4 de enero».
El señor Goon lo leyó repetidas veces. ¡Qué cosa más extraordinaria! ¿Un robo? ¿Y cómo sabía nadie dónde iba o estar el botín? ¿Y quién había designado a Ern para que fuese a buscarlo? ¡Aquel niño, Federico Trotteville, naturalmente! El señor Goon lanzó uno de sus gruñidos, y luego se sentó a reflexionar.
¡Era una suerte que aquella noche hubiera cogido el cuaderno de Ern! ¡Ahora «él» podría ir a buscar el botín en lugar de Ern! ¡Aquello sería un fuerte golpe para aquel niño, Federico! ¡Ajá! ¡No le gustaría que fuese el señor Goon quien recogiese el botín en lugar de Ern! ¿Y qué diría el inspector Jenks de todo aquello? ¡No estaría satisfecho de nadie más que del señor Goon!
Volvió a leer parte del poema dedicado a su persona, sintiéndose muy ofendido. ¡Qué desagradecido era Ern! Decidió hacer que no lo olvidara. ¿Dónde había guardado el bastón?
Ern oyó bajar al señor Goon, y luego cómo subía de nuevo. Oyó cómo abría la puerta de su habitación y encendía la luz… y ¡oh, qué horrible visión…, allí estaba su tío de pie ante la puerta, feroz el rostro y con una vara en la mano!
—Ern —le dijo su tío con voz triste—, esto va a dolerme más que a ti. He leído el verso que has escrito sobre mí. Eres malo, muy malo.
Ern estaba sorprendido y alarmado.
—¿Qué verso, tío? Yo no he escrito ningún verso sobre ti.
—Ahora no empeores las cosas mintiendo —dijo el señor Goon. Y abriendo el cuaderno por la página del verso, se la mostró a Ern, quien consternado, vio un poema dedicado. «A mi querido tío», escrito con su propia letra. Al leerlo, lanzó un gemido.
—¡Tío! Yo no lo he escrito. No podría. ¡Es demasiado bueno para que lo haya escrito yo!
—¿Qué quieres decir con eso de que es demasiado bueno? —quiso saber su tío—. Es un verso malvado. Y no sé cómo puedes estar ahí sentado diciendo que no lo has escrito cuando es tu propia letra. ¡Supongo que a continuación negarás también que ésta sea tu letra!
Ern miró el «poema».
—Es mi letra —dijo con voz feble—. Pero no lo comprendo, tío, porque sinceramente no recuerdo haberlo escrito. No creo que «pudiera» escribir un poema tan bueno como éste. Es…, es como una pesadilla.
—Y hay otra cosa, Ern —dijo el señor Goon, doblando la vara a un lado y a otro, de modo alarmante—. He leído también lo de tu otro cuaderno. Lo de ese robo… y del botín escondido en el viejo molino. Tú nunca me dijiste nada de eso, nada en absoluto. Eres un niño malo. Y los niños malos merecen que se les pegue. ¡Extiende la mano!
¡Pobre Ern! Comenzó a llorar otra vez, pero no tuvo otro remedio que extender la mano para evitar que le pegaran otras partes más dolorosas.
—¡Toma! Esto por el verso —dijo el señor Goon—. ¡Y esto también! ¡Y esto es por no decirme lo del robo, y esto, y esto!
Ern sollozaba desconsoladamente y puso su mano debajo del brazo. El señor Goon le contemplaba muy serio.
—¡Y no creo que esta noche vayas a la caza de ningún botín, porque no saldrás! ¡Puedes pasarte la noche meditando sobre lo que les ocurre a los niños malos que escriben versos groseros y no le dicen a su tío las cosas que éste debe saber!
Y dicho esto, el señor Goon apagó la luz, cerró la puerta… y echó la llave. A Ern le dio un vuelco el corazón. Ahora estaba vencido. No podría ir al viejo molino aquella noche, y un pensamiento horrible le sobresaltó. ¿Iría su tío en su lugar? El pobre Ern, con la cabeza hundida en la almohada, estuvo llorando por su mano dolorida, su puerta cerrada y sus esperanzas perdidas.
Oyó cómo se vestía el señor Goon, y luego salir sigilosamente de la casa. Ern sabía que iba a la Colina de la Navidad. Ahora iba a ser él quien encontrase el botín, y todos los planes de Fatty se vendrían abajo por culpa de Ern Goon y de su estupidez. Ern sentíase muy pequeño y desdichado.
Entonces le asaltó un pensamiento. Recordó el verso dedicado a su tío, y saltando de la cama, encendió la luz. Su cuaderno de versos estaba sobre la silla donde lo dejara su tío. Ern lo cogió para buscar la página del verso «grosero» titulado «A mi querido tío».
Ern lo leyó seis veces. Lo encontró magnífico. Ah, sí, desde luego era su letra, aunque era incapaz de recordar cuándo lo había escrito.
—Debe haber sido mientras dormía —dijo Ern, al fin—. Los genios hacen cosas muy curiosas. Debí soñarlo la noche pasada, me levantaría dormido y lo escribí en el cuaderno. ¡Cáscaras! Yo escribiendo un poema tan bueno como ése. ¡Es maravilloso! Es mejor aún que los que hace Fatty. ¡Tal vez soy un genio a pesar de todo!
Volvió a meterse en la cama y puso el cuaderno debajo de la almohada. Estuvo recitando el verso varias veces. Era una lástima que no estuviera terminado. Se preguntó por qué no lo habría terminado. ¡Qué curioso que no recordase nada! ¡Eso demostraba que su cerebro trabajaba mientras dormía!
Ahora ya no le importaba su mano dolorida, ni tampoco que su tío encontrase el botín. Sentíase tan orgulloso al pensar que él, Ern Goon, había escrito un poema de primera clase… o por lo menos, así lo creía.
Se durmió recitando el verso. En su cama estaba cómodo y caliente. ¡Qué diferencia del señor Goon que iba camino de la Colina de la Navidad a buscar un botín que no estaba allí!