Capítulo XV

El señor Goon está intrigado

Mientras Fatty regresaba a Peterswood su cerebro trabajaba activamente. De manera que el señor Holland tenía que ver con Harry’s Folly… y allí estaba ocurriendo algo, aunque Fatty no pudiese imaginar lo que era. Y el señor Holland no estaba dispuesto a que la gente supiese que él conocía Harry’s Folly…, ¡muy sospechoso!

«¿Llamo al inspector Jenks —se preguntaba Fatty—, o sigo sólito un poco más e intento solucionar el misterio? Es lo que más me gustaría. ¡Qué divertido pensar que el viejo Goon está preocupado por un misterio imaginario, mientras los Pesquisidores estamos otra vez sobre la pista de uno auténtico!».

Llegó a Peterswood y se detuvo para soltar a «Buster», quien corrió alegremente junto a la bicicleta.

El señor Goon se dirigía a casa de un vecino de la localidad para reprenderle severamente por haber dejado incendiar su chimenea, y ante su enorme sorpresa vio a alguien, o quien él tomó por Ern, paseando en bicicleta no muy lejos de donde él estaba. El señor Goon se detuvo sin poder dar crédito a sus ojos.

«Si he dejado a Ern en casa limpiando el cobertizo —se dijo—. Y le dije que también limpiara mi bicicleta, y ahora ahí está paseando en mi “bici”, tan fresco como una lechuga. ¡Ya le arreglaré las cuentas! ¡No puedo confiar ni un minuto en ese niño!».

Y echó a correr hacia Fatty, quien al verle penetró en una calle lateral pedaleando alegremente. No podía por menos que regocijarse al pensar que el señor Goon le habría tomado por Ern… Y claro, el policía ni tenía la menor duda de ello, y estaba furioso.

—¡Ern! —gritaba—. ¡«Ern»!

Fatty siguió despacio su camino sin hacerle caso. El señor Goon corría tras él y su rostro iba adquiriendo un tinte escarlata. ¡Qué niño! ¡Despistarle de aquella manera con el descaro de un mono!

—¡«Ern»! ¡Ven aquí!

«Ern» dobló la esquina y el señor Goon le perdió de vista. Casi revienta de rabia. Retrocedió sobre sus pasos para volver a la carretera pensando en todas las cosas que le haría a Ern la próxima vez que le viera, pero ante su asombro Ern volvió a aparecer ante él al final de la calle y le saludó con la mano.

Al señor Goon casi le da un ataque. Fatty, naturalmente, se estaba muriendo de risa al pensar en la cara del señor Goon y apenas lograba sostenerse sobre la bicicleta. Siguió pedaleando hasta perderse de vista, mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas de tanto reírse.

Una vez más volvió a dar la vuelta a la manzana, apareciendo y desapareciendo de la vista del policía, que ahora tenía el puño cerrado y maldecía entre dientes, cosa que llenó de asombro a los transeúntes. Fatty comprendió que se caería de risa de la bicicleta si volvía a ver otra vez al señor Goon, y se dispuso a regresar a su casa para contar a los Pesquisidores todo lo ocurrido.

Pero «Buster», que había descubierto al señor Goon, pensó que sería mucho más divertido correr junto a sus tobillos que tras la «bici» de Fatty, de manera que se fue tras él olfateando sus pantalones hasta que el policía se volvió hecho una furia.

—¡Vamos, lárgate! —le dijo exasperado—. ¡Primero es Ern quien se burla de mí, y ahora tú! ¡Te digo que te largues o te daré un puntapié bien fuerte en mitad de la panza!

«Buster» no se largó. Estuvo dando vueltas alrededor del señor Goon, arremetiendo de cuando en cuando contra sus piernas como si quisiera jugar. El policía iba tan furioso que tropezó con la carretilla de un barrendero, y casi se cae.

El barrendero ahuyentó a «Buster» asustándole con su escoba. «Buster» alejóse trotando calle abajo, muy satisfecho de sí mismo. ¡Desde luego era un perro digno de un amo como Fatty!

El señor Goon, luego de finalizado su cometido, se fue para su casa. ¡Ahora se las entendería con Ern!

Ern había realizado un buen trabajo aquella mañana. Había limpiado el cobertizo a conciencia y ahora estaba acabando de hacer lo propio con la bicicleta del señor Goon. Mientras trabajaba iba procurando componer alguna «posía» de las suyas.

La vecina de la casa de al lado, la señora Murray, pensó que el sobrino del señor Goon era un muchacho muy trabajador. Cada vez que salía a tender una prenda de ropa le veía allí, trabajando de firme. Le habló por encima de la cerca.

—¡Eres un niño muy bueno! ¡No has dejado de trabajar ni un momento desde que empezaste!

Ern sonrió satisfecho, y la señora Murray volvió a entrar en su casa, en el momento en que volvía el señor Goon, quien se dirigió a toda prisa al jardincito donde Ern estaba trabajando al lado del cobertizo, sacando brillo al manillar de la bicicleta.

—¡Oh! —exclamó el señor Goon con voz terrible—. ¿De manera que has creído que podías burlarte de mí?, ¿eh? ¿Qué significa eso de pasear por el pueblo en «mi» bicicleta y tomándome el pelo?

Ern no entendía lo que su tío le estaba diciendo y le miró extrañado.

—¿Qué quieres decir, tío? —le dijo—. He estado aquí todo el tiempo. Mira, el cobertizo está limpio y ordenado… y casi he terminado también con tu bicicleta.

El señor Goon sorprendióse al ver el cobertizo tan limpio y ordenado, y desde luego su «bici» estaba resplandeciente.

—Ern, es inútil que lo niegues —le dijo mientras su rostro volvía a enrojecer—. Te he visto… y tú me has saludado con la mano. Te llamé y no has acudido a mi llamada. Y lo que es más, ibas montado en mi bicicleta y eso no te lo consiento.

—¡Tío, te digo que he estado aquí toda la mañana! —replicó Ern en tono ofendido—. ¿Qué te pasa? ¿Acaso no he hecho todo lo que me dijiste? Te aseguro que no he montado en tu bicicleta. Debes haberte confundido.

El señor Goon estaba ya del color de la púrpura, y su voz se fue elevando.

—No consiento que me repliques, Ern, ¿entiendes? Tú, ibas en mi bicicleta y te burlaste de mí. Te digo… te aseguro que…

La señora Murray asomó la cabeza por encima de la cerca. Lo había oído todo y quiso intervenir en favor de aquel niño trabajador.

—Señor Goon —dijo, y el policía pegó un respingo—. ¡Señor Goon! Este niño no ha salido del jardín, y nunca he visto otro más trabajador. Debiera usted estar orgulloso de él en vez de acusarle de cosas que no ha hecho. Le aseguro, señor Goon, que este niño no se ha movido de aquí. He estado saliendo continuamente para tender la ropa y lo sé. Deje en paz a su sobrino, o hay ciertas cosas que las contaré a todo el mundo. ¡Ah, puede que sea usted representante de la Ley, señor Goon, pero «a mí» no me engaña! Recuerdo cuando…

El señor Goon sabía que no había medio de detener a la señora Murray cuando empezaba a hablar, y temía lo que pudiera decir en presencia de Ern, de manera que, adoptando una expresión digna, exclamó:

—Buenos días, señora —y entró en la casa. ¡La retirada era la mejor estrategia cuando la señora Murray estaba en el sendero de la guerra!

—Defiéndete, muchacho —le dijo la señora Murray—. ¡No dejes que te trate así!

Una voz llamó desde la cocina.

—¡«Ern»!

Ern dejó la gamuza y corrió hacia la casa. Por equivocado que estuviera su tío, seguía siendo su tío y guardaba su bastón en el armario, y Ern pensó que era preciso conservar la amistad de los dos.

El señor Goon no volvió a decir que Ern había montado en su bicicleta. Una duda comenzaba a molestarle. Se preguntaba si aquel niño que se parecía a Ern no podría haber sido Fatty con uno de sus disfraces. Ern debía haber permanecido toda la mañana en el jardín puesto que la señora Murray lo atestiguaba. Su lengua era afilada, pero siempre sincera.

—¿Aún no has visto hoy a esos niños? —le preguntó el señor Goon—. ¿Tienes alguna noticia más para mí?

—Ya sabes que no he salido, tío. Acabo de decírtelo —repuso Ern—. Aunque esta tarde me gustaría ir a verles.

Ern estaba deseando discutir el robo con los Pesquisidores. En cuanto su tío se hubo marchado, volvió a coger el periódico para leer todos los detalles. ¡Las joyas que se habían llevado los ladrones! ¡Cáscaras! ¡Aquella noche habría un hermoso botín en el viejo molino! Ern se emocionaba sólo de pensarlo.

«Lo que me intriga es cómo puede enterarse de estas cosas ese niño… Fatty —pensó Ern—. ¡Es una maravilla, vaya si lo es! ¡Ojalá fuese como él! ¡Haría cualquier cosa… lo que fuese por Fatty!».

Muchas personas sentían lo mismo por Fatty. Aunque era impertinente, y se daba importancia, la gente siempre le admiraba y deseaba ayudarle, especialmente otros niños. Su cerebro era superior al suyo, les ganaba en osadía y valor, y ellos lo sabían.

Inmediatamente después de comer, Ern corrió al encuentro de los Pesquisidores. Estaban en el cobertizo de Fatty, quien les había estado contando todas sus aventuras de aquella mañana. Admiraron todas las cosas que había descubierto en el garaje Holland, y se desternillaron de risa al saber cómo se había burlado de Goon fingiendo ser Ern.

—Supongo que Ern no tardará en venir —dijo Fatty desdoblando el periódico de la mañana—. ¿Alguno de vosotros ha leído la noticia de este gran robo? ¡Estoy seguro de que Ern creerá que es al que nosotros nos referíamos!

Larry y Daisy sí lo habían leído, pero no Pip ni Bets. Todos se inclinaron sobre el periódico y Ern escogió aquel momento para entrar en el cobertizo.

—¡Hola! —exclamó sonriéndoles a todos—. ¡Vaya…, estáis leyendo la noticia del robo! Fatty, eres una maravilla por saber que iba a ser tan pronto. No comprendo por qué no avisas a la policía cuando sabes estas cosas.

—No me creerían —replicó Fatty sinceramente—. Bueno, Ern…, ¡pronto habrá un buen botín en el viejo molino!

—¡Voy a ir esta noche! —dijo Ern en tono solemne—. Eres muy bueno al dejarme ir a mí, Fatty.

—No tiene importancia —replicó Fatty—. «Euplacer».

—¿Cómo? —dijo Ern.

—¡«Euplacer»! —repitió Fatty en voz alta.

Los otros rieron.

—¿Qué ha dicho? —preguntó Ern, intrigado.

—Quiere decir que «Es un placer» —le explicó Bets entre risas.

—¡«Sodicho»! —exclamaron todos los Pesquisidores a coro.

—Algunas veces tienes una manera de hablar muy rara —dijo Ern a Fatty muy serio—. Escucha, esta mañana mi tío ha estado muy extraño conmigo. Dijo que me había visto montado en su bicicleta y burlándome de él, cuando no me he movido en toda la mañana del cobertizo.

—Debe estar loco —dijo Fatty—. Bueno, Ern…, te deseo mucha suerte esta noche. Y espero que el botín no pese demasiado para tus fuerzas.

—¡Cáscaras! —exclamó Ern, alarmado—. ¡Eso no se me había ocurrido!